viernes, 30 de mayo de 2008

LOS ANALFABETOS Y LA PAVURA



Un primer plano de Ethan Hawke en la demoledora versión de Hamlet dirigida por Michael Almereyda nos retrotrae a la visión del primer Hamlet de nuestras vidas, tal vez aquellos primeros pasos esquivos y orgullosos sobre un escenario de bachillerato, cuando en una adolescencia desatada creíamos que podríamos alcanzar el rango de una estrella hollywoodense o, mejor aún, la estatura moral y artística de alguna torturada actriz europea, por caso la Magnani, siempre la Papas.
Ese príncipe de Dinamarca no tiene mucho que ver con éste, sobre todo por la presencia de Sam Shepard como la Sombra que todo lo denuncia (Shepard puede hacer la diferencia en beneficio de la calidad en cualquier obra o película en las que participe). Sin embargo, las reflexiones del noble extraviado, aquello de "Sea, pues, brutal negligencia, sea tímido escrúpulo que no se atreve a penetrar los casos venideros (proceder en que hay más parte de cobardía que de prudencia), yo no sé para qué existo, diciendo siempre: tal cosa debo hacer; puesto que hay en mí suficiente razón, voluntad, fuerza y medios para ejecutarla...", golpean en el fondo de lo que solemos llamar alma, entuerto existencial o distinción de raza perecedera, con la misma fuerza inmisericorde.
La versión de "Whole lotta love", que nada tiene que ver con Shakespeare, en la garganta sexagenaria del mítico Robert Plant, acompañado por su extraordinaria banda, The Strange Sensation, me lleva a esas madrugadas de sábado dictatoriales en una oscura sala de la calle Corrientes, Buenos Aires City, donde pasaban, inevitablemente, como único programa, La canción es la misma, célebre filme de los adorados Led Zeppelin. No hay relación entre aquella y esta, también maravillosa, versión de uno de los temas más cantados y elogiados de la banda inglesa más importante después de Los Beatles. Sin embargo, los acordes y la voz vieja de Plant, los acordes y la voz joven de Robert, pegan en el punto patibulario del corazón, esa zona donde los sueños juegan al ahorcado y esgrimen sentimientos insensatos para poder acceder a unos minutos extras de vida en la Tierra.
El arte y el olvido se parecen en eso de no respetar los caprichos del tiempo ni los de la pavura.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Mónica. "La canción es siempre la misma": la daban en un cine de Avenida de Mayo. ¿Cómo se llamaba ese cine? Una noche estaba yo con unos amigos y, con el rabillo del ojo, veo entrar a la sala a varios vestidos de impecables trajes blancos. Era la tristemente famosa Coordinación federal. Dejaron que la película terminara, qué amables, y nos esperaron a la salida. Ya en la calle cargaban a los jóvenes espectadores en colectivos. Todavía pienso en ellos. Yo en ese entonces trabajaba en un juzgado y, al ver mi identificación -decía "oficial quinto"- me hicieron la venia y así salvé a los que estaban conmigo. Lo de "oficial quinto" es parte del escalafón judicial y no lo que estos tipos pensaron que era. Pero sirvió para evitar que detuvieron a los amigos. Ahora tengo el film en DVD y cada vez que lo veo recuerdo aquellos momentos, aquellos tiempos oscuros de toda oscuridad que transitamos juntos, querida Mónica, y que nos dejaron tantas y dolorosas marcas. Un beso.