sábado, 28 de agosto de 2010

LA ARROGANCIA MORMONA DE BRANDON FLOWERS


Todo en la vida de Brandon Flowers (Nevada, 21 de junio de 1981), una de las máximas estrellas de rock del momento, parece ser una contradicción o una maniobra del absurdo que, por un contrasentido sin dudas redituable, le hace ganar más fama y más millones a quien parece ya haberlo ganado todo.
El frontman de The Killers, la banda de Las Vegas fundada en 2002 que ha vendido más de 15 millones de discos en el mundo, pasea su singularidad envuelto en una estampa que requiere de mucho delineador negro en los ojos y de un temple eficaz para vencer los rumores encontrados que crecen a su paso.
Por lo pronto, hace ingentes esfuerzos para superar el mote de santurrón que le adjudica una parte de la fanaticada y con que lo describe la prensa musical debido a su adhesión a la iglesia mormona.
“Me siento más aislado que el resto, sólo por ser un hombre de fe”, dice Brandon intentando digerir las burlas que su gusto por la religión, despierta entre quienes intentan descifrar la compleja personalidad de una súper estrella global criada en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
“Ser religioso parece ser un tabú en el universo del rock y la gente me mira como si estuviera loco”, predica el chico que además de creer en Dios afirma que existen los extraterrestres, tema que exploró en su canción “Spaceman”.
Flowers, que transita su vida familiar en Nevada, a pocos kilómetros del “Área 51” la base militar de la CIA (hecho que no desprecia pues los experimentos aeronáuticos que se realizan allí le dan esperanzas de poder toparse algún día con un ser de otro planeta), es el menor de seis hijos de un matrimonio de trabajadores que contagió a su prole de la fe mormona.
Casado con Tana, una chica de apariencia sencilla a la sazón su novia de toda la vida y madre de sus dos pequeños hijos, el cantante y compositor es en la vida real un chico extremadamente tímido, aficionado al tabaco y a la cerveza en justas proporciones y sobre cuya cabeza pende la fama de una homosexualidad de clóset que el artista no confirma ni desmiente (sabido es, además que la iglesia mormona considera pecado a las relaciones entre personas del mismo sexo).
Cuando la comunidad gay intenta llevar agua para su molino, atraída sin dudas por el gran cúmulo de sensualidad que derrocha el florido muchacho, cita la canción “Somebody told me” que en su estribillo dice algo más o menos así: “Alguien me dijo que tienes un novio, que se parece a una novia, que tuve en febrero del año pasado… ¿No serían la misma?”.
El tema “Andy, you´re a star” cuenta la historia de un niño enamorado de un compañero de clase y, como para que las cosas se confundan aún más, el inmenso cantante y compositor neoyorquino Rufus Wainwright, homosexual declarado y militante, le dedicó a Brandon la canción “Tulsa”, que hace referencia al bar donde ambos músicos se conocieron.
Más allá de los rumores, lo que puede constatarse con certeza en la vida de Brandon Flowers es que el rockstar es un verdadero hijo de mamá, tanto como para suspender, en enero del 2010, la multimillonaria gira asiática y australiana que The Killers tenía comprometida. La enfermedad de su progenitora, quien murió a causa de un tumor cerebral un mes después, dejó devastado al músico.
La mujer, de 64 años, fue la que le transmitió la mayoría de sus valores morales y la que seguramente censuraría la arrogancia supina con la que Brandon se presenta a las entrevistas de prensa y en las que suele decir cosas como que “The Killers bajará del pedestal a bandas como Nirvana o Led Zeppelin”.
Los que crean que el músico asesino podrá corroborar con hechos sus aires de grandeza, tendrán que esperar quién sabe hasta cuánto porque la agrupación, luego de seis años de intensa actividad, decidió tomarse un respiro.
El parate le sirvió al también pianista Flowers para diseñar y terminar su primer disco en solitario, cuyo sugestivo título, Flamingo, rinde honores a la Ciudad del Pecado en la que nació.
“Crecí ahí, por lo que está cerca de mi corazón. Siento la responsabilidad de representar el lugar de donde soy, de defenderlo. Es un lugar que muchas personas odian. Yo sólo puedo quererlo”, dice el músico.
Flamingo se compone de 11 temas con matices de rock, pop, electrónica, gospel e incluso un poco de blues. Para este álbum, Brandon se rodeó de talentosos productores como Stuart Price (Madonna, The Killers), Daniel Lanois (U2, Bob Dylan) y Brendan O’Brien (AC/DC, Pearl Jam). Las canciones “Jilted Lovers” y “Broken Hearts” pondrán a bailar al personal cuando Brandon salga de gira, después del 14 de septiembre, fecha prevista para el lanzamiento mundial del álbum.

lunes, 23 de agosto de 2010

ENTREVISTA A CRISTINA RIVERA GARZA

Entrevista con Cristina Rivera Garza
La modernidad y la salud mental
La novelista e historiadora habla de su reciente libro La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México, 1910-1930 (Tusquets), una indagación en la relación entre sociedad y locura.





Subida a su propia nave de los locos, timonera como es de una obra personalísima, compleja e inclasificable, la escritora Cristina Rivera Garza (Matamoros, 1964) desnuda y al mismo tiempo viste con su lenguaje preciso y claro a las dolientes almas de La Castañeda, el célebre manicomio de la Ciudad de México.

La autora de la novela Nadie me verá llorar, publicada hace ya una década y que tiene como protagonista a Matilda, una interna del célebre loquero, escribe desde su posición de historiadora, una carrera a la que le dedicó mucho tiempo y energía; tanto como a su profesión de escritora.

Construye Cristina, ganadora en dos oportunidades del premio Sor Juana Inés de la Cruz —entre otros galardones que la refrendan como una de las voces más importantes de la literatura mexicana contemporánea—, un texto abigarrado y riguroso que busca mostrar el otro lado de la modernidad que con muchos fuegos artificiales anunció el régimen de Porfirio Díaz a principios del siglo XX.

La Castañeda. Narrativas dolientes desde el Manicomio General México, 1910-1930 (Tusquets, 2010) se convierte así, por arte del tiempo que todo lo cura y que todo lo transforma, en una visión crítica no sólo retrospectiva, sino también a futuro, de un país, México, que celebra sus 200 años sin haber dado respuesta a esos seres que, en lo oscuro y casi en secreto, también a su modo sentaron las bases de un tejido social caracterizado por su capacidad de supervivencia y, por qué no decirlo, por su sistemática tendencia a la heroicidad.

El discurso de la locura, la contaminación entre las voces de adentro del manicomio que permaneció abierto durante 58 años y las de la calle, en un territorio donde las prostitutas, los homosexuales y los pacientes con enfermedades venéreas eran depositados como testimonio de un conjunto de problemas que la sociedad de la época se negaba a ver y a integrar, son la sustancia de un libro imprescindible para saber de qué estamos hechos y deshechos, ahora que, por oficio de la historia, nos hemos convertido en bicentenarios.


MM: ¿Qué son las facultades mentales?

CRG: Me parece un inicio interesantísimo para una entrevista sobre la locura. Asumimos sin analizar mucho que hay un estado de la mente determinado y que no padecer de las facultades mentales, como suele decirse, se corresponde con cierta normalidad o con ciertos chips o herramientas que deberíamos tener en la cabeza para trabajar y hacer todas las cosas de la vida. Carecer de las facultades o de esos chips nos convertiría, entonces, en anormales. Decidir qué es o no es una facultad mental es parte de este gran debate que lleva a cabo la psiquiatría.
MM: El trabajo que hiciste fue desde tu lugar de historiadora rigurosa y precisa, a veces hasta acrítica, tan lejano de tu papel de escritora…

CRG: Bueno, uno es siempre más de una o dos personas. Ahora que estaba revisando el texto de La Castañeda, que en realidad tiene muchos años ya de haber sido escrito e ideado, me sorprendió un poco encontrar guiños que iban de un libro a otro; cosas más bien discretas, no en realidad puentes colgantes que estén anunciando, por ejemplo, de aquí se va a tal o cual capítulo de la novela (Nadie me verá llorar). Aunque creo que lo que sí comparten la novela con el texto histórico son preguntas acerca de la lectura de textos del pasado, qué sobrevive o qué no sobrevive en el tiempo, preguntas generales que de un modo u otro también han ido formando parte de los otros libros que he escrito durante esta última década.
MM: ¿Cuál ha sido el método para escribir La Castañeda…?

CRG: He tratado sobre todo de respetar el rigor académico, la investigación, que ha llevado muchísimos años. Cada una de las cosas que están documentadas corresponde a la información que aparece en la cita del pie de página y tengo también visiones críticas acerca de la estructura de la historia y, de hecho, los dos últimos capítulos constituyen una especie de sugerencia para ciertas metodologías en términos de esta estructura. Con todo y eso, me sigue pareciendo fundamental que el aparato documental se trate con el rigor del caso. A la vez, me gustaría pensar que este libro no sólo va a ser leído por los especialistas, que son muy pocos, la verdad, sino también por una diversidad de lectores interesados en las historias de los pacientes y en los diálogos de los pacientes con sus psiquiatras.


MM: Bueno, hay muchos libros que dicen ser de historia, se venden muchísimo y ni citas traen…

CRG: Yo estudié historia y es una disciplina frente a la que conservo una distancia crítica, pese a lo cual me encanta todavía. Soy una historiadora de corazón y la experiencia epifánica de ese oficio se da cuando estás frente a los archivos que pueden cambiar tu visión del mundo o confirmar una intuición.
MM: Tu libro, tal vez sin quererlo, puede ser también una postura crítica frente a otros libros que dicen ser de historia, pero que en la realidad están bastante alejados del rigor del oficio…

CRG: Eso me da pie para tratar otro tema relacionado, es decir, es como cuando se cree que porque hablas español puedes escribir una novela o porque naciste en Perú eres experto en pisco. Un poco, sí, hay en mi trabajo un cierto reclamo por la complejidad que implica meterse con ciertos temas y estudiarlos a fondo. Y por otra parte, también hay un reclamo hacia la facilidad con que muchas veces se habla de la novela histórica, basada en un expediente pero que en realidad se está refiriendo a la información contenida en ésta y no al proceso que conlleva estar lidiando con la forma, el contenido, que vienen del pasado hacia el presente. Me gusta más hablar de ficción documental que de novela histórica.
MM: Le llamas al libro tu nave de los locos, pintada con cuadros de El Bosco, ¿en qué parte de esa nave estás tú?

CRG: En un lugar muy complejo, antes de empezar a revisar los expedientes de La Castañeda tenía visiones muy románticas de la locura, el poeta maldito, el genio, etcétera. Conforme fui leyendo los documentos, el impacto consistió en encontrar historias de vida muy normales —si podemos llamarlas así— relacionadas con la enfermedad. La primera reacción como lectora de expedientes fue darme cuenta de que estaba leyendo sobre vidas difíciles, vidas rotas a la mitad, vidas que de hecho tienen la posibilidad de ser nombradas por la propia enfermedad. Si la enfermedad no hubiera existido, ¿cómo hubiéramos podido conocer, con tanto detalle, los efectos de la desgracia en ciudadanos pobres, desposeídos, analfabetos? Luego, la relevancia política de este tipo de estructuras que implica traer a colación estas voces quebradas. Son experiencias tan duras, tan dolorosas, en un momento de la historia donde se está tratando de definir la frontera entre lo normal y lo anormal, la ciudadanía y la no ciudadanía, la inclusión y la exclusión.

Pacientes de La Castañeda a principios del siglo XX.
Pacientes de La Castañeda a principios del siglo XX. Foto: Archivo Casasola
MM: También pasea como un fantasma en el libro cierta imposibilidad para definir la enfermedad.

CRG: Es verdad, ayer hablando con un psiquiatra, me decía: “¡Y yo qué sé si están locos!”. Yo lo único que hago es leer expedientes, no estoy presente, no puedo ver sus rostros, ni sus gestos, no oigo un tono de voz, soy historiadora, no psiquiatra… en fin, es una de las condiciones humanas más resbaladizas y ése era el gran reto de la administración porfiriana, el lanzarse con cierto ímpetu hacia esta modernidad tan anhelada y el dar este mensaje de separación, de quién cabe y quién no cabe en este tren, marcar el paisaje, marcar la ciudad; la historia de La Castañeda es una historia urbana que tiene que ver con arrancar los manicomios coloniales que estaban situados en el centro de la Ciudad de México. En 1910 los locos son llevados hacia las afueras, a Mixcoac. Y se empieza a enviar este mensaje: aquí va el tren de lo moderno, aquí caben algunos, otros no caben, es difícil saber quiénes son los que pueden subirse al tren o no, pero entonces para eso están todos los mecanismos de la fotografía, la legislación urbana, todo un aparato que tiene mucho que ver con el concepto de tipos sociales, con la ansiedad del reconocimiento, todo está cambiando demasiado rápido a principios del siglo XX y hay que fincar identidades para poder manipularlas mejor.
MM: ¿Cuál es la historia real de La Castañeda?

CRG: El problema claro con La Castañeda es que se está invocando una materia en sí misma oscura. Y se convierte en el gran reto, porque por más que las autoridades hayan querido controlarlo —no dudo que ese fue su gran afán— parte de la argumentación de mi libro es que hay límites bien prácticos que impidieron que ese control se lograra en La Castañeda. A pesar de su leyenda negra bien ganada, acontece una desilusión mucho más compleja, a la que la sociedad también le exige un funcionamiento adecuado. Cuando una familia lleva de manera voluntaria a un hijo o a un hermano a La Castañeda, no estamos hablando de una institución solamente vertical o autoritaria, sino también de las necesidades de cuidado de la salud mental que el ciudadano le exige al Estado.
MM: El tiempo transcurría mucho más lento adentro de La Castañeda.

CRG: Bueno, eran los presupuestos de la psiquiatría de la época: había que alejar a los pacientes de la velocidad de la vida moderna. De alguna manera, la modernidad se convierte en causa de la falta de salud mental, lo que sin duda resulta una cuestión paradójica para un régimen que está promoviendo los valores de orden y progreso. Dentro del instituto se ve ese enorme esfuerzo por crear una rutina, un orden interno y, por otra parte, una vida cotidiana que debido a carencias y diferentes situaciones va adquiriendo proteicamente determinadas características.
MM: ¿Qué aprendiste de la locura al escribir este libro?

CRG: Primero, qué tan férreos son los estereotipos. Por otro lado, si algo me ha ido dejando claro la lectura de los documentos es el lugar del sufrimiento en la historia no sólo personal sino también colectiva, al que solemos ponerle poca atención ya sea agrandándolo en el escándalo, que es una manera de alejarlo, ya sea simplemente ignorándolo.

ERIC CLAPTON EN PÁGINA 12

CULTURA › CLAPTON, LA AUTOBIOGRAFIA YA SE CONSIGUE EN LAS LIBRERIAS ARGENTINAS
Vívido autorretrato del dios de la guitarra

Eric Clapton se miró al espejo y no vio al famoso Mano Lenta, sino al hombre que se crió buscando un sustituto para su madre, que le robó la mujer a su amigo George Harrison y que no se suicidaba porque iba a extrañar el alcohol. Por esa mirada honesta, su libro es imperdible.





Por Mónica Maristain

La autobiografía de Eric Clapton (Ripley, Inglaterra, 30 de marzo de 1945) que Editorial Océano distribuye en la Argentina, debería ser leída de atrás para adelante. Esto es, comenzar la historia narrada por este icono musical del siglo XX, importante para el rock y el blues en partes iguales, en el capítulo “Encrucijadas”. Allí, un sesentón bien conservado posa frente a su mansión vestido de entrecasa, portando un aire burgués y de bienestar que revelan, al fin y al cabo, un happy end de lujo en una de las vidas artísticas más atribuladas de que se tenga conocimiento. Clapton, la autobiografía (Global Rhythm, 2010) es, sin dudas, el feroz testimonio de la mente torturada y afectivamente disfuncional de uno de los artistas clave de la contemporaneidad; un doloroso encuentro consigo mismo y con su propia historia que el también llamado Mano Lenta y Dios –por su prodigiosa manera de tocar la guitarra– escribe con prolijidad y sin piedad alguna.

Clapton parece esgrimir aquel plumín itálico que en la escuela de arte de St. Bede’s le proporcionara un profesor de apellido Swan para que el joven alumno practicara caligrafía. Así de personal y así de íntima se presenta la vida del músico cuyo universo cambió radicalmente en 1959, cuando se enteró de la muerte de Buddy Holly, uno de los pioneros del rock and roll. “La gente siempre dice que recuerda el lugar exacto donde estaba cuando asesinaron al presidente Kennedy. Yo no, pero sí recuerdo el patio de la escuela el día en que murió Buddy Holly. Alguien dijo que la música había muerto después de eso. Para mí, en realidad, pareció abrirse de golpe”, escribe el autor de “Layla”.

El hijo de Jack y Rose, criado en un pueblo llamado Ripley, en el condado inglés de Surrey, se enteró pronto de que su infancia transcurría en un mar de secretos, el primero de los cuales marcó su existencia de una forma trascendental: sus progenitores eran en realidad sus abuelos y, en cambio, la joven Pat, a quien creía su hermana mayor, resultó ser su verdadera madre. “A los seis o siete años empecé a tener la sensación de que yo no era como los demás”, dice Eric en una oración conmovedora, aunque no tanto como aquella que narra el encuentro con su primer instrumento: “La guitarra brillaba mucho y tenía algo de virginal”.

Las pasiones de un hombre tímido

La carencia de sofisticación en su origen obrero y la total aversión al conflicto que acuñó desde edad temprana hicieron de Eric un chico más bien solitario, encaramado en un físico longilíneo y torpe que aprendió a esconder detrás de su instrumento. La guitarra fue, sin dudas, el pasaporte al mundo real y la visa por medio de la cual el joven Clapton aprendió a socializar con las clases medias más cultivadas. También fue el modo de aproximarse al misterio de las mujeres, que siempre representaron en la vida del músico un obstáculo a vencer, un universo a conquistar con pocas y endebles armas. “Mi experiencia con el rechazo femenino, que había comenzado con mi madre, me dejaba en el umbral temblando de miedo”, escribe el hombre que se hizo famoso, entre otras cosas, por haberse enamorado perdidamente de la esposa de uno de sus mejores amigos. En su autobiografía, que viera la luz en inglés en 2007, el guitarrista no evade responsabilidades y dedica largas páginas a narrar cómo se enamoró perdidamente de la hoy célebre Pattie Boyd, cuando la modelo y fotógrafa estaba casada con George Harrison.

“Codiciaba a Pattie porque se trataba de la mujer de un hombre poderoso que parecía tener todo lo que yo quería: coches asombrosos, una carrera increíble y una esposa preciosa. Esa sensación no era nueva para mí. Recuerdo que cuando mi madre regresó a casa con su nueva familia, yo quería los juguetes de mi hermanastro porque me parecían más caros y mejores que los míos. Esa impresión nunca me abandonó y, definitivamente, formaba parte de lo que sentía por Pattie”, dice el hombre que le escribió al objeto de su amor una de las canciones más bonitas de la historia musical contemporánea. “Estaba escribiendo mucho, llevado por mi obsesión con Pattie. ‘Layla’ fue la canción clave, un intento consciente de hablarle a Pattie sobre el hecho de que me estuviera dando largas y no quisiera venirse a vivir conmigo”, confiesa Eric. La obsesión del músico por la Boyd tuvo un perfil de culebrón hasta que ambos se casaron en 1979. Vivieron una década juntos y terminaron tirándose la vajilla por la cabeza. “Mi relación con Pattie, ahora que ya podíamos estar juntos, nunca fue el maravilloso idilio que se ha descripto”, terminó admitiendo Clapton.

Muchas fueron las mujeres que tuvieron protagonismo en la vida y el corazón de uno de los mejores guitarristas del mundo. Y ellas, cómo no, forman parte de esta autobiografía esencial. En la página 243, por ejemplo, hace su aparición la modelo italiana Carla Bruni, actual esposa del presidente francés Nicolas Sarkozy. Clapton la menciona sólo por su nombre de pila y cuenta la vertiginosa historia de amor que vivió con Bruni, quien –como solía ser su costumbre en la época– lo abandonó primero por Mick Jagger y luego por los sucesivos hombres que empezaron a captar su interés. “Más tarde, por supuesto, sentí tanto gratitud como compasión hacia Mick, primero por librarme de una condena segura y, segundo, porque al parecer sufrió en su servidumbre la misma prolongada agonía”, comenta el guitarrista sin esconder su despecho.

Luego de varios encantos y desencantos, Clapton finalmente sentó cabeza con una chica estadounidense de nombre Melia, a quien dobla en edad. La madre de sus tres niñas supo trasponer las barreras de un “viejo cínico y solitario” y darle estabilidad emocional y “los mejores años” de su vida a un hombre que había estado buscando en todas sus relaciones anteriores a un sustituto de su madre distante e inalcanzable. El pedido de mano al padre de Melia, que Clapton hizo a los 54 años, la boda sorpresiva para evitar el asedio de los paparazzi durante el bautismo de su hija Julie y la firme voluntad de hacerse un padre ejemplar en la cincuentena, son el reflejo de una vida que el artista ha sabido componer tras largos períodos en el infierno. Un pasado del que ya no se avergüenza, según confiesa, y el tuteo escalofriante con la muerte son la mochila del Dios de la Guitarra, un humano demasiado humano que ha conseguido, después de todo, su cuota de felicidad.

Adicciones

El alcohol, la heroína y toda sustancia química conocida pasaron por las venas de Clapton, amenazándolo con un fin prematuro, hundido en el olvido y en los bajofondos de una personalidad débil frente a las adicciones. En su libro, el músico da cuenta con pelos y señales de ese rumbo aterrador en el que estuvo sumida su vida durante varios años. Fue en los ‘70, con una novia llamada Alice, cuando Clapton tocó fondo: “No tardé en empezar a tomar cantidades industriales de heroína todos los días y mi dependencia era tan fuerte que Alice me daba prácticamente cualquier cosa que pudiera conseguir, mientras ella tenía que compensar toda la heroína que se estaba perdiendo con litros de vodka a palo seco, hasta dos botellas por día”.

Y más: “Las puertas permanecían cerradas, el correo sin abrir y vivíamos gracias a una dieta de chocolate y comida basura, así que muy pronto, además de engordar, me llené de granos y perdí completamente la forma. La heroína también me quitó por completo la libido, así que no tenía ninguna clase de actividad sexual y empecé a sufrir estreñimiento crónico”. El alcohol, compañero de aventuras desde su juventud, también jugó un papel importante y Clapton, que contrajo epilepsia a causa de su adicción al trago, varias veces estuvo a punto de volverse loco por su manera de beber. Era un hombre que hablaba solo y caminaba desnudo por el jardín de su casa, un músico eficaz aunque doliente, que se resistía a aceptarse como alcohólico y que “bebía una copa para desterrar los problemas” y cuando éstos no desaparecían, se tomaba otra. “Así que el final de mis días de borrachera fue una auténtica locura. A menudo tenía una botella pequeña de vodka bajo la alfombrilla de los pedales del coche”, cuenta.

La autobiografía de más de 300 páginas en la que unas pocas fotografías en blanco y negro sirven de descanso a la vista, conmueve por lo duro y honesto del testimonio de una estrella de la música, conminado frente a su propio espejo a contar la verdad de sus demonios. “En los momentos más bajos de mi vida, la única razón por la que no me suicidé fue que sabía que no bebería más si estaba muerto. Era la única cosa por la que pensaba que valía la pena vivir y la idea de que hubiera gente a punto de intentar arrancarme del alcohol me resultaba tan terrible que no paré de beber y beber, hasta que tuvieron que llevarme a la clínica prácticamente a cuestas.”

Lágrimas

Emparentado históricamente con el rock y sensitivamente con el blues, género musical al que Clapton entregó prácticamente su vida, la guitarra y una carrera en la que ha cosechado éxitos y títulos innumerables sirvieron de colchón para afrontar diversas tragedias, entre ellas la muerte de su hijo Conor, cuando éste tenía apenas 4 años. “Esa mañana el portero estaba limpiando las ventanas y las había dejado abiertas un rato. Conor corría entonces por el apartamento jugando al escondite con su niñera y, mientras Lori estaba distraída con las advertencias de peligro del portero, él entró corriendo a la habitación y fue derecho a la ventana. Cayó cuarenta y nueve pisos antes de aterrizar sobre el tejado de un edificio adyacente de cuatro pisos.” Conor fue el hijo de Clapton con la modelo y fotógrafa italiana Lori Del Santo, una relación extramatrimonial que el músico había sostenido mientras su unión con Pattie Boyd atravesaba una profunda crisis. Por Conor, quien murió el 20 de marzo de 1991 en Manhattan, Eric dejó la bebida, compuso la hermosa canción “Tears in Heaven” y se dedicó a vivir. “En ese momento me di cuenta de que no había mejor modo de honrar la memoria de mi hijo”: Clapton dixit.

sábado, 14 de agosto de 2010

SUEÑO

soñé que me comía un tigre
no uno sino dos
vamos a decir que los tigres primero parecían leones
tan anaranjados y vertiginosos como leones que quisieran despedazarme
aunque no tanto como esos tigres en que después se convirtieron
yo corría despacio
casi en cámara lenta
y luego intentaba refugiarme en la casa de una vecina
la vecina se parecía a la madre de mi amigo pablo
una señora seria de rostro indescifrable que salía a buscar agua al patio
ella miraba al tigre y me miraba
había también perros a mi alrededor
pero los perros se iban asustados
los perros huían porque le tenían miedo a los tigres
que eran dos
aunque en el sueño sólo tenía que vérmelas con uno
supongo que sin que yo pudiera darme cuenta de qué manera
no olvidemos que estaba adentro de un sueño
(estábamos: el tigre y yo)
apareció una casa en donde refugiarme
la señora de rostro adusto no sé si lo dije antes seguía buscando agua en un patio
¿tenía una jarra en la mano? ¿tenía los ojos vacíos?
así que ella no pudo haber construido esa casa
porque no estaba construyendo una casa
estaba buscando agua con los ojos cerrados al entorno
o los ojos abiertos pero vacíos
luego la señora se metía a su casa
no a la nueva que había aparecido en el sueño
sino a una que tenía puertas
en cambio la mía era como un terreno con paredes pintadas de verde y no había nada adentro
sólo un piso de tierra y algunos arbustos crecidos en los zócalos
¿cómo huiré de este tigre y dónde me refugiaré si mi casa no tiene puertas ni ventanas?
Era un sueño de animales y yo estaba sola
Pero me salvé del tigre
Porque comencé a soñar que me atropellaba un automóvil
Yo estaba enfrente de un batallón del ejército y dos policías corrían para hacer ejercicios
Uno era muy gordo y el otro fumaba
Podemos decir que mientras corría no es que yo lo viera fumar sino que fumaba después de correr
En el sueño antes de que el auto me llevara por delante yo pensaba
-pienso mucho en los sueños y despierta también-
que esos dos hombres no podían hacer ejercicios y que se iban a morir si hacían ejercicios
era un tiempo –el del sueño- en que yo iba a la escuela y me paraba en medio de la calle para no mojarme los zapatos
venía un taxi morado y amarillo como de los que hay en México
aunque yo estaba en Argentina
y el taxi me atropellaba en cámara lenta mientras mi abuela se espantaba y se bajaba del coche con una cara de preocupación que me hacía sentir bien
siempre me he sentido protegida con mi abuela al lado
pienso que en eso el sueño no se equivocó
porque el hecho de que apareciera mi abuela me salvó la vida
y ella después empezó a cortarme el pelo
claro que cuando iba a comenzar el sueño aquel donde mi abuela me corta el pelo me desperté
no voy a soñar con tigres ni a soñar con abuelas
o sueño con tigres y abuelas juntos
o no sueño más
y me quedo despierta para toda la vida