martes, 28 de diciembre de 2010

Mujeres asesinas en México



CORAZONES SALVAJES

A pesar de que México es el país donde las mujeres mueren, también algunas se han convertido en matadoras. Las asesinas aztecas que están tras las rejas no son ricas ni famosas, a menudo han hecho justicia por mano propia y si bien han crecido en su mayoría rodeada de miserias materiales y de las otras, tampoco son, como es de esperarse, blancas palomitas, solidarias con su género o con el prójimo cualquiera sea su color o tamaño. Quitarle la vida a una persona no es moco de pavo por más real que el ave parezca. Vestir de plumas los extremos a que suele llegar el alma humana, dista de ser un ejercicio glamoroso en la tierra de Frida Kahlo y Diego Rivera. El libro de reciente aparición Historias mexicanas de mujeres asesinas, escrito por el periodista Humberto Padgett, pone las cosas en el centro de la diana, como un disparo certero hacia los más salvajes de los corazones.

Susana
Desde el caserío de Pozo Blanco, en Guanajuato, que es la tierra conocida por el Festival Cervantino, uno de los encuentros artísticos más importantes del mundo y sin dudas el más relevante de Latinoamérica, salió Susana, una mujer que creció con el sueño de poder asesinar a su tío Ramón, el hermano de su padre Macario, que la violaba desde los seis años.
Frente a su madre y hermanos haría justicia por su propia mano, para poder olvidarse del olor que despedían las encías inflamadas de su pariente cuando la tocaba hasta dejar su cuerpo como si fuera un trapo sucio. Susana era una niña apenas, pero la idea de la muerte tenía una fuerza inusitada en su espíritu.
La familia dejó el pueblo en la década de los 70, para buscar mejor vida, lejos de los sembradíos de maíz y frijoles, en la capital. “Con ellos también fueron el tío Ramón y su perro bóxer.”, cuenta Humberto Padgett en el libro Historias mexicanas de mujeres asesinas (Planeta)
Susana tenía 9 años cuando sus padres la emplearon como sirvienta en una de las zonas exclusivas del Distrito Federal y desde entonces, además de la idea de la muerte aplicada a los demás, también comenzó a aturdirla la idea de la propia muerte, por su propia mano, en su propia vivienda. A los 13 soportó una sobredosis de diuréticos, es todo lo que pudo hacer por ella en esa época.
Casó con un albañil de nombre Melquíades al que nunca amó y pronto quedó embarazada. Su niña, a la que había puesto el nombre de María de los Ángeles, nació muerta. La vida le dio luego revancha con el nacimiento de Patricia y Ana María. También “heredó” a Elisa, una sobrinita de pelo duro, que sólo emitía gruñidos, comía de los tachos de basura y se hacía encima. “Susana quiso arrojarla a un lado, deshacerse de esa niña con las tripas descompuestas a la que empezó a odiar en forma instantánea”, escribe el periodista mexicano.
Elisa murió de una infección generalizada, quizá secundaria a la peritonitis, aunque las lesiones en el cerebro a causa de los golpes recibidos eran suficientes para matarla.
Susana fue acusada de homicidio por su padre, Macario. El 8 de diciembre de 2006 fue condenada a veintisiete años y seis meses de prisión por el asesinato de su sobrina Elisa.
“En la cárcel de Santa Martha Acatitla, Susana dice extrañar el campo, el maíz inclinado, el ladrido de los perros y la eterna neblina de polvo que hace de los ojos un pozo de lodo. La visitan sus padres y casi todos sus hermanos. Sólo falta Lorena, la mamá de Elisa.”
La Guadalupe
Esta es la historia de Guadalupe, la hija menor de Sara y Juvenal, aficionada a las mujeres y a los pantalones vaqueros amarrados a su esmirriado cuerpo con cinturones anchos de hebillas gruesas. Mitómana a más no poder, de pésimo carácter, manipuladora, intimidante y agresiva, se desvivía por los automóviles de carrera y las armas de fuego. Despreciada por sus hermanos que condenaban su actitud varonil, abandonada por el padre cuando tenía 12 años, la muchacha aprendió a hincharse de odio y resentimiento. En un empleo en el Tribunal de Justicia que le duró tres años, se hizo amiga de varios policías y memorizó leyes y procedimientos que más tarde le servirían para amenazar a sus víctimas.
Hubo hombres que fueron padres de sus tres hijas, hasta que su impulso homosexual fue más fuerte y se enamoró de Gabriela, una madre de dos niñas que le correspondió el amor, a pesar de la pistola Pietro Beretta 9 milímetros, que Guadalupe siempre llevaba ceñida a la cintura. En esa época, la mujer “conoció a Mateo. Juntos negociaban autopartes, platicaban de mujeres y bebían cerveza hasta emborracharse en la calle. Hablaban sobre todo de los problemas que ocasionaba a Mateo el cuidado de su sobrino Alfredo, con doce años de edad” y gran inteligencia, que su tío adoraba, cuenta Padgett.
Ni lerda ni perezosa, por 30 dólares semanales, Guadalupe se ofreció a cuidar al sobrino y mandarlo a la escuela secundaria. Sólo alcanzó a comprarle el uniforme escolar. El resto fue un calvario para el niño, que consistió en vejaciones físicas y psíquicas hasta la muerte en medio de rituales satánicos con velas encendidas.
Guadalupe cumple su condena efectiva de 35 años de prisión por el asesinato sin causa, por puro gusto, del pequeño Alfredo. Es poco probable que salga antes por buena conducta. Sigue siendo, como se dice en México, una verdadera hija de la chingada.
Manuela
Manuela era costurera. Su sueño consistía en la aparición de una quinceañera que le encargara el ajuar completo y la liberara de las restricciones en la compra diaria. A cambio apareció Cristina, la pareja de Adela, ambas las verduleras del barrio conocidas como Las gordas. “Como un péndulo inasible entre sus dos novias fieles y desesperadas.”, escribe Padgett, Cristina comenzó a marcar los ritmos y los insomnios de sus amantes. Con pretensiones de exclusividad, la modista contrató a un taxista cincuentón y robusto para que se hiciera cargo de su rival. Por 5 mil dólares que nunca fueron saldados totalmente, Adela murió acribillada a causa de los disparos que le propinó un desconocido con un revólver Smith & Wesson calibre 38.
La costurera fue sentenciada a 27 años y seis meses de prisión. En la cárcel de Santa Marta Acatitla terminó confeccionando muñecas de trapo hasta quedar en libertad, en Año Nuevo de 2007. Ahora vive con Cristina en una colonia al sur del Distrito Federal. Todos los fines de semana, Cristina se ausenta rumbo a la cárcel. Allí vive su nuevo amor.

¿Víctimas y victimarias?

Las mujeres asesinas que están presas en las cárceles mexicanas no son actrices de telenovelas, ni muchachas que usan el arma homicida para acabar con el esplín excesivo de los cabaret, de los piringundines al uso que se multiplican en las a menudo sórdidas urbes aztecas. Según el libro Historias mexicanas de mujeres asesinas, escrito por el periodista local Humberto Padgett y editado por Planeta,
“Las mujeres ricas también matan, pero a su auxilio acuden opulentos despachos de abogados y no exangües defensores de oficio. Muchas tienen en común a algún hombre abusador en la infancia y todas, de alguna manera, desafiaron la idea de que habrían de estar condenadas a planchar, cocinar y soportar su condición de género”.
Resultado de la pesquisa: las mexican killers que están tras las rejas no poseen un centavo y por lo general provienen de familias autóctonas, ancestros avasallados por la colonización española, la historia absurda y cruenta de los espejitos de colores, Hernán Cortés y de cómo nos chingaron a todos.
Sin embargo, en los pesados casos de las matadoras que nos ocupan, no hay que tomarse las cosas demasiado a la ligera. En México, no es costumbre que las chicas asesinen o hagan justicia por mano propia. Por más que uno intente ver la vida color de rosa y celeste, a menudo la lente se detiene en un furioso ciclamen que muestra verde lo que es rojo y viceversa: aquí el dolor tiene cara de mujer. En la llamada Ciudad de la Angustia, por ejemplo, que no es otra que la fronteriza y norteña Ciudad Juárez, en Chihuahua, siguen encontrando cadáveres de jóvenes violadas y torturadas por un sistema criminal que se mantiene impune desde hace más de una década. De 1993 a septiembre de 2007, 553 mujeres han sido raptadas, mantenidas en cautiverio y sujetas a una feroz violencia sexual antes de ser asesinadas y dejadas en lotes abandonados.
La denominada violencia de género, tan feroz en México como en España, los dos países “líderes” en la materia, lamentablemente trasciende las fronteras del norte nacional y se extiende por todo el territorio azteca.
En el 2007, la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), estableció que más de 30 millones de mujeres mexicanas vivieron durante 2006 alguna forma de violencia.
El mapa resulta tenebroso e interminable. El Estado de Nayarit, que en náhuatl significa hijo de dios que está en el cielo y en el sol, tiene la tasa más alta de asesinatos de mujeres en México, con 2,067 crímenes entre 2000 y 2006.
El Estado de México alcanzó 1,288 asesinatos de mujeres entre los años 2000 y 2003, con un dramático repunte de feminicidios en su zona Oriente –colindante con la Ciudad de México- donde se llevaron a cabo 140 asesinatos en su mayoría impunes.
En el Estado de Morelos, la alta incidencia de homicidios en perjuicio de las mujeres (32 casos en 2006 y 26 asesinatos en 2007) ha obligado a la creación de una Fiscalía Especializada; el estado de Chiapas padeció 1,485 asesinatos de mujeres entre 2000 y 2004; y Veracruz alcanzó el récord de 1,494 feminicidios entre los años 2000 y 2005.
En estas macabras estadísticas no entran las mujeres asesinas ni siquiera para justificar en un ápice sus también horrendos crímenes. La mención de tan reveladoras cifras tiene un sentido de impacto social que se contrapone con cierto furor mediático en torno a las damas homicidas, emanado del éxito de la serie televisiva Mujeres asesinas, original de Marisa Gristein, en la pantalla argentina. Como se sabe, la serie fue importada por Televisa, especie de Midas y Atila catódico en forma simultánea (todo lo que toca lo hace oro y donde pone el pie, no crece más la hierba) y puesta al aire el pasado 15 de junio. En su marco, las bombas aztecas (hace tiempo que dejaron de ser bombones, pero se conservan apetecibles, como maceradas en licor de kirsch) Verónica Castro y Lucía Méndez hicieron como que se amigaron en una pobladísima conferencia de prensa destinada a informar sobre su participación en el ciclo de Mujeres asesinas. Tras las fotografías de familia, volvieron a ser las enemigas acérrimas de costumbre.
Sin ponerse a comparar la calidad de cada emisión, si es mejor o no la argentina que la mexicana o si la mexicana (esa sería la pregunta a hacerse, en realidad) supo captar la esencia que hizo exitosa a la franquicia original (¿Decir franquicia original es como decir tortilla de huevos sin huevos?), lo importante es delimitar el contexto en que se despliegan ambas. En México, “glamorizar” demasiado a las mujeres asesinas puede generar un contexto perverso. No se espera, como es obvio, que Televisa haga gala de un pudor que le ha sido ajeno a lo largo de su historia y por eso la aparición del libro de Padgett viene a poner las cosas en su justo (o injusto) lugar.

domingo, 26 de diciembre de 2010

LOS SONIDOS DEL FIN


En un año que, como los anteriores, la industria discográfica debió lidiar con una crisis que ya resulta crónica, los lanzamientos de fin de año representan sin duda una buena manera de cerrar caja sin que la piratería, las bajadas ilegales de la red, los magros bolsillos de los compradores o, lo que es más probable, la falta de creatividad en muchas de las propuestas, se cobren un alto costo en un negocio que aún navega sin rumbo fijo.

Así, en diciembre sonará fuerte el venezolano Carlos Baute, quien tiene sobre sus espaldas el sambenito de un récord que lo muestra como el autor de la canción que se bajó un millón de veces en Internet. “Colgando en tus manos”, la versión original o en el dúo que hizo con la española Martha Sánchez, es un listón muy alto para el caraqueño de 36 años, quien en la última semana de noviembre presentó Amarte bien, un disco que produjo, como el anterior De mi puño y letra, con Juan Carlos Moguel.

Repite el venezolano la fórmula romántica y festiva que seguramente satisfará a sus seguidoras conspicuas.

Más alejado de las fórmulas pop y con una fidelidad a sí mismo que resulta grata y plausible, el colombiano Juanes presentará en diciembre Y no regresas. El nuevo trabajo del artista colombiano es el quinto en su carrera en solitario. Se trata de un material que el músico produjo con el inglés Stephen Lipson, quien ha trabajado con Paul Mc Cartney, Rolling Stones, Annie Lennox, Pet Shop Boys y Jeff Beck, entre otros.

Porque sigue la mata dando, para diciembre Sony alista el “nuevo” disco de Michael Jackson. Se trata de un material llamado sencillamente Michael e incluye nuevas grabaciones finalizadas poco tiempo antes de que el Rey del Pop falleciera, con un tema inédito que ya ha comenzado a escucharse en las radios, titulado “Breaking news”.

La incombustible Pink con un disco de éxitos y la salida en México del disco de la banda uruguaya No te va a gustar, de gran éxito en Sudamérica, se unen a la placa que celebra el éxito de la serie Glee, cuyo elenco ha preparado un muy oportuno material con villancicos navideños.

Diciembre también es el turno de que reviva el mítico grupo español Hombres G, quien presenta Desayuno continental, con temas nuevos (al fin).

“Una experiencia única, sensorial y estética”, según reza el boletín de prensa ad hoc, da carácter el nuevo dvd de la espectacular Beyoncé, la ganadora de 6 Grammy en 2009 y cuya productora Parkwood Pictures ha reunido un material en torno a su última gira mundial.

Además de ofrecer escenas de detrás de cámaras, la película titulada I am... World Tour incluye las deslumbrantes presentaciones de más de 20 éxitos No.1 y la aparición de súper estrellas como Kanye West y Jay-Z.

Se espera también que en diciembre los melómanos mexicanos puedan acceder al disco físico que a fines de octubre presentó en Londres el legendario Bryan Ferry, quien con su antiguos compañeros de banda (Brian Eno, Phil Manzanera y Andy Mackay) pergeñó la sugestiva placa Olympia. El material, con ocho canciones maravillosas del eterno galán de la new wave, está empaquetado en una caja muy mona que trae a Kate Moss en la portada.

Se espera para la primera semana de diciembre la salida mundial del disco del rapero Cee Lo Green, con una placa que lleva por título Lady Killer. El cantante de Gnarls Barkley regresa después de seis años de su último trabajo en solitario, explorando su venta más soul, con temas que como “Fuck you”, cuyo video oficial ya puede verse en la red, no descartan las groserías, los arreglos de piano y los coros.

Muerto Ian Curtis, no muere Joy Division y los inéditos de la banda fueron reunidos en un set de diez vinilos que llevará por título +. Se trata de un track list remasterizado por Stephen Morris y Frank Arkwrigh que será lanzado el 6 de diciembre en una edición limitada de 5000 unidades, además del consabido lanzamiento digital por iTunes.

El 13 de diciembre llega el nuevo trabajo de los ingleses de Mötorhead. Se trata del sucesor de Motörizer (2008) y llevará por título The world is yours. El disco del grupo liderado por Ian “Lemmy” Kilmister fue producido por Cameron Webb.

Drama y luz se llama el nuevo disco de los mexicanos de Maná, quienes volvieron a los estudios de grabación tras cuatro años de silencio discográfico. La placa se dará a conocer el 7 de diciembre y se sabe que para este material, los músicos contaron con la colaboración de la Orquesta Filarmónica de Suzie Katayama, quien ha trabajado con artistas de la talla de Madonna, Nirvana y Aerosmith.

El grupo de rock chileno Los Bunkers presentará en diciembre su sexto disco, esta vez íntegramente dedicado a la obra del cantautor cubano Silvio Rodríguez. Canciones como “Sueño con serpientes”, “Quién fuera”, “Que ya viví, que ya te vas” y “Al final de este viaje”, forman parte de un grupo de 12 temas seleccionados especialmente por la agrupación que desde el año pasado reside en México. El disco, producido por Meme del Real, uno de los integrantes de Café Tacuba, destaca por la fidelidad melódica a canciones señeras en la obra del artista nacido en San Antonio de los Baños en 1946.

Para los amantes del metal duro y desgastado de las hermanas españolas Amparo y Cristina Llanos, llega el nuevo material de Dover, a mediados de diciembre. Lleva por título I ka kené.

Para evitar la piratería que tanto los perjudicó en la salida de su álbum anterior, Viva la vida, los ingleses de Coldplay mantienen un hermetismo infranqueable alrededor del próximo material que el mundo conocerá a mediados de diciembre. La placa se llamara The Butterfly y el genial Brian Eno volverá a fungir como productor.

Songs of accent se llama el nuevo trabajo de los irlandeses de U2. Se trata de la continuación de No line on the horizon y el primer single es “Every Breaking wave” y con los sonidos afables de esta banda global, podría decirse que, en cualquier formato, la buena música, pese a todo, sigue sonando.

LEILA GUERRIERO


Su aspecto frágil, de chica de otros tiempos, con una melena ingobernable y un cuerpo magro y elegante que se desliza con suavidad en el paisaje, no debe llamar a engaños. La argentina Leila Guerriero, flamante ganadora del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI en la categoría texto, por su trabajo “Rastro en los huesos” publicado en la revista Gatopardo, es muestra de la fortaleza de una profesional que no se detiene en los sentimentalismos ni en los fuegos artificiales de un oficio que en los inicios del nuevo milenio se encuentra severamente cuestionado.

“No creo para nada que el periodismo no tenga ya lugar en los nuevos tiempos, eso me parece una paparruchada y jamás firmé al pie de ese discurso”, dice con voz fuerte y clara esta mujer que, pasados largamente los 40 años, parece sin embargo una adolescente que recién comenzara, con esa vitalidad de los albores, su carrera periodística.

En “Rastro en los huesos”, Guerriero investiga las labores de el Equipo Argentino de Antropología Forense que se formó para investigar los casos de personas desaparecidas en la Argentina durante la última dictadura militar y es una ONG científica, sin fines de lucro, que aplica la antropología y la arqueología forenses a los casos de violaciones de los derechos humanos. Trabaja en Latinoamérica, África, Asia y Europa, y en su país ha restituido la identidad a más de 300 de desaparecidos.

“Dicho así, suena importante. Sin embargo, pocas cosas tuvieron un comienzo tan improvisado como este equipo, surgido del encuentro casual entre un puñado de estudiantes de medicina, antropología y arqueología y un americano impulsivo, apenas terminada la dictadura militar.”, cuenta Leila.

En el libro Los suicidas del fin del mundo (Tusquets), la profesional realiza una exhaustiva crónica de un pueblo perdido en la Patagonia argentina, donde a fines de los ’90 una ola de suicidios de jóvenes conmovió a la sociedad.

En las antípodas de colegas suyos como la mexicana Lydia Cacho, quien está convencida de que “el periodismo de investigación exige involucrarse”, Guerriero cultiva una sangre fría casi científica. “El periodista debe mantener una distancia de la historia que uno cuenta, porque si te involucras demasiado, aparece ese periodismo ñoño, cursi, cuando el periodista empieza a llorar con el entrevistado, que no me interesa. No me pasa eso”, asegura.

Como artesana que maneja un material sensible, Leila no cree que la tecnología sea la panacea y que sean el iPad o la Wikipedia los encargados de hacer mejores a los profesionales de la comunicación.

“Hay que salir a la calle y escuchar. Para alguien que tiene que contar una historia profunda, de dolor, de riesgo, puede resultar abrumador encontrarse de sopetón con una cámara de video o de fotografía, con una grabadora…Y en ese punto, me parece que nada ha cambiado: hay gente que hace muy bien su trabajo y otra que lo hace muy mal”, asevera.

Papel o no papel, no tiene miedo de los nuevos formatos. Antes, está preocupada por los contenidos. “De eso que no se habla y que es realmente lo importante”, afirma.

MANOLO GARCÍA


Algunos de los temas más bonitos del nuevo cancionero pop español están hechos por este verdadero héroe de la música castiza. Como aquella que comienza con eso de “Háblame en la hora calma de la medianoche, háblame para que no se duerman los sentidos, háblame…”.

Ante Manolo García (El Poblenou, Barcelona, 19 de agosto de 1955), la tentación es grande: tararear sus rolas frente al mismísimo autor y recordar épocas de gloria como las que vivió junto a su colega Quimi Portet al frente de El último de la fila, un grupo señero de los ’80 y cantar a media voz “Como un burro amarrado en la puerta del baile”…

Él, un tipo simpático y vital, tolerará el exceso sentimental con un pudor anacrónico y agradecido. Al fin y al cabo, los avatares de las compañías discográficas que no publican en Latinoamérica y en forma simultánea sus discos españoles, han hecho que el cantautor se convirtiera en un verdadero artista de culto por estos lares.

“Hay una parte de aficionados de parroquia que es muy adicta a mis canciones y luego falta lo que se llama el gran público, lo cual me obliga casi a empezar de cero cada vez que llego a un país como México”, afirma en entrevista con GENTE.

“Me adapto a lo que tengo y me gusta esta manera de picar piedra poco a poco en sitios nuevos. Así, la pirámide que vamos formando es más sólida, dura más”, asegura.

Puesto a soñar con objetivos, el más importante para Manolo García es no decepcionar a quienes “buscan su cuota de poesía diaria para sobrevivir. La expectativa que se forma alrededor de un músico es generalmente muy grande y el miedo del músico es no poder colmar esas expectativas”.

“Cuando veo a 50 personas delante de mí o cuando veo a 10 mil, pienso lo mismo: esta gente está aquí intentando ser feliz y se siente con derecho a pasar una buena noche, esperando que el artista le dé sentido a esa hora y media en que está sentado frente a un escenario”.

Músico de músicos, sembrador de sonidos moriscos y jazzeros que rodean de una magia sonora personalísima a sus canciones, el español no concibe el arte sin la moral. “Quiero pensar que la gente que escucha mis temas y que sigue mi carrera capta perfectamente la idea de que lo que intento ofrecer es algo vital, importante para mí, textos, melodías, armonías, etc. Cuando eres fan de Lou Reed o de Patti Smith, eres fan de alguien que está ceñido a una ética, a una conducta auténtica y de eso se trata”, declara.

Quién sabe cómo habrá hecho Bod Dylan su “Knocking on heavens door” o Led Zeppelin su “Stairway to heaven” o Manolo García su “Pájaros de barro”.

“Una canción –dice- se hace del estado de ánimo puntual, en una conjunción no diré astral pero sí instantánea. De pronto surge una chispa, pero a los cinco minutos siguientes no sabes cómo sucedió eso y por tanto no puedes repetirlo. No hay recetas para las canciones que luego quedarán grabadas en el corazón y en la memoria de la gente”.

ENTREVISTA A PILAR DEL RÍO




Su voz es grave y serena en forma simultánea, como si portara noticias de otros tiempos, secretos de un mundo misterioso que podría encontrarse en los libros del hombre que amó durante 24 años.

La periodista española Pilar del Río no conjuga de todos modos los verbos en pretérito. Sobre todo aquellos relacionados con quien fuera el compañero de su vida. Habla de José Saramago en tiempo presente, llevando la figura del Nobel fallecido el 18 de junio de 2010, a los 88 años, a un territorio actual que la transporta entre Portugal -en cuya capital ha fijado su residencia-, España y cualquier otro sitio donde la memoria del escritor inolvidable sea honrada mediante homenajes, ponencias, actividades que vigorizan el pensamiento de un autor comprometido hondamente con su tiempo y con sus prójimos.

No lo hace la todavía joven y bella mujer traicionando lo que en su modo de ver la vida llama “feminismo a ultranza”, más bien ella, alguien que discretamente hace gala de una profunda y sutil inteligencia, celebra a través de la figura de su esposo un ideario que ambos compartieron y que seguramente los unió tanto como el amor que todavía le profesa.

“No soy su viuda, soy su esposa”, dice esta mujer que Saramago conoció a los 63 años, cuando ella tenía 34 y había viajado a Lisboa para entrevistarlo, luego de la conmoción que le causó la lectura de Memorial del convento.

“Pilar es mi pilar”, dijo Saramago de quien se convirtió en la traductora al español de toda su obra y ahora, además de ser su albacea, preside la Fundación José Saramago, con la intención –según declaró a una revista española- de propiciar “la agitación cultural, la defensa de los derechos humanos y el cuidado del medio ambiente. Lo que más nos ha interesado es sin duda mostrar el lado oculto de la luna, la gente que no se ve, las mujeres maltratadas, los marginados, los pobres y defender sus derechos, los de quienes viven en ese lado oculto de la luna y del mundo”.

Pilar del Río pronto adoptará la nacionalidad portuguesa de su marido como modo de homenajear a aquel por el que no ha guardado luto, “pues lo que toca es celebrarlo”.

La que también se hace llamar Blimunda (como el entrañable personaje de Memorial del convento) es el centro de un documental producido por Pedro Almodóvar titulado Pilar y José. Ella también ha estado al frente de José Saramago en sus palabras (Alfaguara 2010), la colección de textos seleccionados por Fernando Gómez Aguilera, quien también armó, con la colaboración de Pilar, la exposición “La consistencia de los sueños”, una biografía cronológica del Nobel y que ahora tiene forma de libro, editado también por Alfaguara.

Seguramente ella también supervisará el libro póstumo de Saramago, una novela inconclusa sobre el tráfico de armas titulada ¡Alabardas, alabardas! ¡Espingardas, espingardas!

- ¿La obra de José Saramago ha sido totalmente descifrada o esconde algún secreto todavía?

- Creo que cada lector encuentra su propio Saramago. No creo que haya una lectura canónica, única y lineal. Por el contrario, él decía que había tantas lecturas como lectores y se sorprendía con algunas lecturas de personas que le pusieron delante de los ojos situaciones que ni siquiera él había percibido. Por ejemplo, le hablaron de los espacios arquitectónicos en su obra, de la ventana, del uso de la luz, cosas que Saramago escribía con fluidez y que, de pronto, las han estudiado poniendo de manifiesto que en ellas había una secuencia sin que él lo supiera.

- ¿Desde el punto de vista académico ha sido lo suficientemente bien estudiado?

- Pues, hay como 400 tesis doctorales sobre Saramago, tiene más de 50 Honoris Causa y hay muchos estudios diversos. Vamos, se ha estudiado hasta el uso del gerundio en la obra de José, a ese nivel de particularización.

- ¿Por dónde empezaría a leerlo usted?

- Repetiría la historia y comenzaría por Memorial del convento, seguiría por El año de la muerte de Ricardo Reis y así. De todas maneras, depende de cada lector. Saramago no es un autor fácil, hay que hacer esfuerzos y en el momento en que lo pillas te sientes inteligente y sigues leyendo. Quizás para una persona no muy habituada a leer pero que tenga la voluntad y la valentía de conocerlo, le recomendaría que comenzara por Ensayo sobre la ceguera.

- ¿Dejó una obra inédita?

- No, dejó unas páginas, que serán editadas en el momento oportuno y cuando lo decida la editorial Alfaguara. Son unas páginas lo suficientemente interesantes que los lectores tienen derecho a conocerlas.

- ¿No se puede hablar mucho de eso todavía?

- Yo hablo porque a mí no me callan ni debajo de las piedras, aunque en realidad hablo de lo que Saramago ya había dicho. Se trata de una novela que se iba a llamar ¡Alabardas, alabardas! ¡Espingardas, espingardas!, que narra la vida de un honesto trabajador de una fábrica de armas y que hace bien una tarea que consiste en perfeccionar un instrumento que será usado para matar a otra persona.

- Él siempre se quejaba porque decía que en realidad lo que más le hubiera gustado ser era poeta…

- Bueno, tiene dos poemarios publicados por Alfaguara, aunque en realidad creo que lo que más le hubiera gustado era ser filósofo y en última instancia, él decía que si hubiera vuelto a nacer se convertiría en astrofísico.

- ¿Leía libros de astrofísica?

- Le interesaban las medidas espaciales, visitó varios observatorios y escuchó a los directores de cada uno de ellos cuando le explicaban qué estrellas ya no estaban en las dimensiones siderales. Le interesaba muchísimo eso, tanto como la literatura de ciencia ficción, algo que no comprendí nunca porque me parece una literatura horrible. Imagínate, leer una cosa de ingeniería biogenética, me parece espantoso, pero él las leía y le gustaba.

- ¿Hablaban mucho de los libros que leían?

- Sí, comentábamos mucho. Él releía bastante y leía filosofía a menudo. Leía ensayos sobre religión, sobre sociología y yo, la verdad es que cuando acababa el día, muy cansada, un buen policial me hacía feliz. Él también leía policiales, ¡eh?, que conste, aunque no con la voracidad que lo hacía yo.

- Saramago fue un gran escritor, ¿también fue un gran hombre?

- Creo que el escritor y el hombre van unidos siempre. Me parece, y soy la persona que tiene más conocimiento de causa para decirlo, que era un imprescindible de este tiempo, era un hombre de una sola pieza y estoy convencida de que fue una de las grandes figuras del Siglo XX, por su capacidad intelectual, por su capacidad creadora, por su sabiduría y su generosidad.

- El día en que lo conoció, ¿las estrellas brillaron más que de costumbre?

- Nooo, para mí no, pero para él sí. A nuestro encuentro él lo describió en el libro La balsa de piedra. Él vio que se acercaba una mujer que no conocía y sintió la tierra temblar. Yo no sentí la tierra temblar, pero sí es verdad que supe en ese instante que algo iba a cambiar para siempre en mi vida. Y así fue.

- ¿Qué tan buena herencia es hacerse cargo de la obra de un hombre semejante?

- A mí me parece que es un privilegio. Veo tanto dolor en el mundo, conozco a tantas mujeres que se quedan viudas, desamparadas, conozco a tantas familias que se quedan sin el único sustento cuando se muere el hombre de la casa, que no concibo cuando me dicen que mi tarea es muy dura. ¿Dura porqué? Soy una privilegiada, tengo capacidad para combatir, para trabajar, fuerza en las manos si hay que levantar algo de peso y, sobre todo, tengo unas vivencias extraordinarias. Me solidarizo con todas las viudas de este mundo, aunque yo no me quiera llamar viuda de José Saramago. Soy su esposa.

- Las traducciones, los actos, las entrevistas, ¿cómo lo lleva finalmente?

- Lo llevo con un espíritu lleno de alegría. Estamos hablando de José Saramago y eso es de lo que me gusta hablar más que de cualquier cosa en el mundo. Todo lo relacionado con él me hace profundamente feliz.

- ¿Se sentía él un hombre lo suficientemente reconocido?

- Mira, el Premio Nobel es una cosa muy importante cuando no lo tienes. Cuando lo obtienes, deja de preocuparte. Entonces, es un reconocimiento magnífico, maravilloso, estupendo, de la Academia Sueca, donde hay unos académicos admirables, pero pasa y al día siguiente ya no eres el Nobel, sigues siendo el hombre o la mujer que eras antes de obtenerlo. A él lo que le importaba era tener lectores, escribía para ser leído, no quería guardar los textos en una gaveta y entendía que su literatura era una forma de luchar contra la muerte y contra el tiempo. Lo que sí tienen los escritores es una necesidad casi patológica de ser queridos. Ellos se desnudan en cada libro, ofrecen todo…

- ¿Lo quiso mucho?

- No, lo quiero mucho todavía. Esta mañana, en un acto para los niños, me han presentado como “La novia de Sesito”, que es como se los llama a los José en portugués. Y les he preguntado a los niños si querían mucho a Saramago, porque yo lo quería más que todos ellos juntos. Necesito que me ayudéis, le dije a los niños, porque querer tanto, cuesta mucho.

- ¿Y por qué cosas lo quiso tanto?

- Porque como escribió alguien a la Fundación: Saramago está en nuestras bibliotecas, pero sobre todo está en nuestros corazones. Lo queríamos porque era un hombre sencillo con el que te podías topar a la vuelta de la esquina. Lo quería porque era mío, porque era uno de los nuestros.

- Lanzarote fue vuestro lugar en el mundo…

- De pura casualidad. Fuimos a visitar a una hermana mía que vivía allí y nos gustó tanto aquello que nos quedamos allí.

- ¿Él tenía una rutina férrea?

- Bueno, él de férreo no tenía nada, pero sí que es verdad que escribía básicamente por la tarde, que a la mañana leía los periódicos, escribía prólogos, contestaba correos y correspondencia. De las novelas escribía no más de dos páginas diarias, no tenía sábados ni domingos.

- Se decía de él que era un hombre muy frugal, que se cuidaba mucho…

- No, para nada, claro que no se cuidaba nada. Esas cosas que las feministas a ultranza y yo lo soy decimos que no se deben hacer, yo las hacía todas con él: ponerle la ropa, que la corbata fuera a tono con la camisa, por ejemplo, él pasaba de todo eso. Saramago tenía una elegancia natural y cualquier cosa le quedaba bien, tenía unos movimientos muy armónicos y unas manos increíbles.

- ¿Se arrepintió de algo?

- No era hombre de arrepentirse, más bien era hombre de reconocer errores, pero también decía que si volviera a nacer repetiría lo que había hecho. Aunque creo que hubiera cambiado pequeñas cosas, como esa vez en que leyó un poema en voz alta frente a sus padres y se burlaron mucho de él, algo que vivió con mucha tristeza durante años. Era muy sensible.

- ¿Por qué no tuvieron hijos?

- Él tiene una hija (Violante) y yo un hijo de nuestras vidas anteriores a la pareja. Fui yo la que no quise tener un hijo con Saramago, pues sé lo que supone un hijo para la vida de un matrimonio. Mi instinto maternal, además, lo desarrollé mucho siendo la mayor de 15 hermanos. Cuando en la madurez de mi vida me encuentro con un hombre, no estaba para cambiar pañales y además el mundo ya estaba lleno de niños. En Lanzarote vivíamos al lado de la casa de mi hermana, que tiene tres hijos, que casi siempre estaban en nuestro hogar. Así que muy bien, en los últimos años de su vida, ha convivido mucho con los niños.

- ¿Conserva la casa de Lanzarote?

- En el mes de marzo, cuando se cumplan nueve meses de la muerte de José, mi casa y su biblioteca serán abiertas al público, porque la gente quiere ver dónde y como vivía, que cuadros miraba al levantarse…va a ser un museo hasta las tres de la tarde y a partir de esa hora volverá a ser mi casa.

- ¿Escribirá algo sobre él?

- No, aunque lo único definitivo es la muerte, por ahora diría que no. Ya hay mucho escrito sobre él y creo que si comparto mi casa, los cuadros, si no me llevo nada, quiero dejar algo íntimo de José Saramago para mí. Algo propio.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

¿ES PREFERIBLE REÍR QUE LLORAR? (para Psychologies)


En los 70 solía sonar una canción en las radios de España y de Latinoamérica: el fallecido Luis Aguilé entonaba aquello de “es preferible reír que llorar” y, entre el ruido aflamencado de las castañuelas, aprendíamos a tomar nuestra poción diaria de optimismo poniendo, como dice el viejo refrán, “al mal tiempo buena cara”.

Unas décadas después, el himno de la buena fe cobró el tono de voz de la cubana Celia Cruz, quien nos insta en cada fiesta de amigos o reunión familiar a entender aquello de “que la vida es un carnaval” y que no, nunca, “hay que llorar”.

Del voluntarismo en el ánimo al sarcasmo social, pasando por la respuesta de humor inmediato y automático frente a toda tragedia masiva, hay, sin embargo, un amplio trecho.

En ese sentido, el humor como contrapeso de las dificultades y la capacidad de transformar el miedo en chistes más o menos espontáneos son sin duda un sello grabado a fuego en la idiosincrasia mexicana.

Se trata de una respuesta sintomática que, al decir del psicólogo Giuseppe Amara “tiene el cariz de las reacciones estereotipadas”.

Fue proverbial, por ejemplo, la respuesta del mexicano medio a lo que podría haber derivado en una gran tragedia social en tiempos donde reinaba la influenza y la pandemia amenazaba con transformar durante mucho tiempo todos los hábitos de un país.

Ya se ha hecho típico el humor frente a la narcoguerra y a las muertes que de ella se derivan (unas 30 mil en cuatro años) y, durante el rescate de los mineros en Chile, fue arrasadora la ola de chistes mexicanos en las redes sociales, comparando el hecho con el trágico episodio que sepultó a más de 80 obreros en Pasta de Conchos, Coahuila.

Mientras algunos periódicos hablaban de “los mineros que México no quiso salvar”, Facebook y Twitter se empachaban con las teorías humorísticas que esbozaban los usuarios. “Si los mineros chilenos hubieran sido mexicanos: 1) los diputados se hubieran tardado 6 meses para aprobar el presupuesto pa' sacarlos 2) habría ambulantes vendiendo garnachas y dvds del rescate pa' los mineros y sus familias 3) hubieran contratado al Chapulín Colorado con su pastilla de chiquitolina para sacarlos 4) no los hubieran encontrado. Si no dieron con una niña abajo del colchón…”, fueron sólo algunas de las ocurrencias en torno a un tema tan doloroso.

¿Qué esconde esa actitud de anteponer el humor a la furia, al dolor, al miedo? Según Amara, “la respuesta humorística ante las tragedias que involucran a terceros, es en realidad la expresión de la impotencia y, cuando es reiterada, es síntoma de una depresión crónica, de una tristeza y de una melancolía que están grabadas en lo más profundo de nuestro ser como pueblo”.

Para el psicólogo gestáltico Rubén Rangel, “el humor es la forma que tenemos los mexicanos de esconder la realidad en la que estamos inmersos. El mexicano ha encontrado en estas formas de expresión el desentendimiento de los problemas a los que se tiene que enfrentar. Pareciera que nos gusta estar en una fantasía de tiempo completo”, asegura.

El novelista David Miklos confiesa a su vez que “nunca he entendido el humor mexicano, esa burla permanente de todo, más en particular de las tragedias cotidianas, desde el temblor hasta el caso Paulette, pasando por los mineros de Pasta de Conchos (en relación con los mineros chilenos) y el secuestro del Jefe Diego”.

Algo parecido le sucede a la escritora Elía Martínez-Rodarte, quien escribe en su blog “Porque me quité del vicio”: “No entiendo esa forma idiota de hacer chistes de cualquier cosa. En especial de los sucesos trágicos. No lo capturo, nada más. Me parece lerdo e insensible. Me recuerda a aquel niño de la escuela que consideraba el más idiota de mi salón: se pegaba en la cabeza, nos golpeaba a todos, nos decía maldiciones y todo le causaba risa”.

“Cuando lo entendí le tuve lástima: el tipo no sabía que era imbécil. Ese es el problema de muchas personas: nadie les da esa información a tiempo”, agrega.



La fiesta de la Catrina



Los mexicanos, ya se sabe, nos reímos de la muerte. A principios de noviembre, se multiplican las calaveritas de azúcar y las flores de cempasúchil inundan el paisaje ciudadano y de algunos pueblos como Mixquic o Pátzcuaro. Detrás de esa celebración, según Giuseppe Amara: “se esconde un sentimiento de venganza, de revanchismo, sobre todo cuando la muerte se enfrenta a los poderosos. Es como decirle al rico, al exitoso, al que nos está oprimiendo: -mira, esto te va a pasar a ti, tarde o temprano”.

La burla hacia la muerte es para Miklos “un arma de dos filos. Por un lado, consolida una identidad: aquella del mexicano fiestero que puede tirar la casa por la ventana y no pensar en las consecuencias de sus actos. Por el otro, certifica un carácter: aquel de la adolescencia perenne”.

“Lo que en apariencia es una fiesta, la de la muerte, demuestra que debajo del agua hay otras cosas, como la necesidad de usar el poder de la Catrina para asustar al otro, para vengarme de alguien que me hizo mal, para tomar revancha”, insiste Amara.



El chiste, artesanía mexicana



“Se han incorporado a nuestro lenguaje cotidiano las bromas sobre hechos delictivos –como se han hecho antes chistes sobre víctimas de terremotos, explosiones, etcétera- así como vocablos y expresiones de uso recurrente como: levantón, ejecutado, sicario, darle piso, balacera, cateo, reventar, comando armado, fuego cruzado, desaparecido, encajuelado, retén, bloqueo, cuota, rafaguear, calibre…El diccionario sangriento en pleno”, alerta Elía Martínez-Rodarte.

Y apunta: “Por una vez deberíamos hacer las cosas distinto, enseriarnos ante el evidente desmadre que está encima de nosotros y con toda la energía de ese payasito que llevamos dentro: exigir a todas las autoridades que organicen sus pensamientos primero, y luego procedan a asegurarnos un entorno de mínima seguridad ante balaceras, explosiones, secuestros en un estado de derecho con asegures”.

La escritora coincide así con el diagnóstico de Giuseppe Amara en el sentido de “que esa ironía cotidiana, tan cercana al sarcasmo, refleja la gran impotencia que siente el ciudadano medio frente a la inercia de las autoridades”.

“La gente sabe, cree, está convencida, de que sus autoridades no van a hacer nada para resolver los crímenes que a diario asolan el norte mexicano y, frente a esa realidad tan dolorosa, elige no tomar partido y alimentar su gran desesperanza con una cuota de humor. Esa respuesta social sólo cambiará cuando cambie la situación, es decir, cuando la gente comience a confiar en sus autoridades”, agrega.

Para la escritora mexicana Ana García Bergua, “el humor mexicano es un elemento cultural refinadísimo que tan sólo refleja un pesimismo atroz. De ahí su inutilidad y el desánimo que termina generando. Si te fijas, unos cuantos mexicanos nos podemos reír de algo terrible, pero después nos deprimimos más. Para experimentar lo que te digo, basta con ir a ver la película El infierno, de Luis Estrada. En ese sentido es malo, pues paraliza, prolonga este regodeo en el “peor es nada”, en el sentir que todo ha sido siempre igual y nada puede cambiar. Sirve para la exaltación del famosísimo aguante: nosotros aguantamos todo y hasta nos reímos. Contribuye a la normalización de la desgracia”.

En el sentir de Rubén Rangel, el tan mentado albur mexicano es un rasgo esencialmente masculino, “refleja una lucha entre hombres, el sometimiento de uno hacia el otro y por eso es raro que la mujer esté inmersa en dicho juego verbal”.

“Como rasgo cultural, por ejemplo en la burla a los gobernantes, el tan mentado humor mexicano puede ser prodigioso, pero me parece terrible que alguien se burle de lo ocurrido a los mineros de Pasta de Conchos”, opina Ana García Bergua.



¿Bueno, malo o peor?



En la majestuosa película de Mihalis Kakogiannis, Zorba el griego, protagonizada por el inolvidable Anthony Quinn, Zorba diseña un estrambótico teleférico para transportar los árboles que están en lo alto de la montaña. El proyecto fracasa estruendosamente y el comentario del griego al inglés que había financiado la tarea es “Pero bueno, Jefe, ¿ha visto usted alguna vez una catástrofe más esplendorosa?”. Finalmente, los dos se echan a bailar y a reír.

A esa escena apela Giuseppe Amara para hablar de lo positivo del humor “cuando es una respuesta frente a nuestro drama individual, frente a nuestra propia tragedia”.

“Como Zorba, cuando nos podemos reír de lo doloroso que nos toca enfrentar, lo que hacemos en realidad es conjurar el efecto de la tragedia y elegir la vida, seguir existiendo, pese a todo”, explica.

En lo social, “el humor es una forma de esconder la tristeza y de no demostrar el gran miedo que tenemos de que algo nos pase. También es una forma de comunicarnos con el otro, de compartir el horror con el prójimo”, asegura.

Para Miklos: “Somos tan proclives al chiste inmediato (lo mismo que a pergeñar el apodo perfecto), que no hemos dado el siguiente paso: estamos incapacitados para el humor negro más sarcástico e irónico, como puede leerse en muchas columnas de opinionistas que olvidan que sus lectores no están preparados para dicho tono (así pasó con una columna de Guadalupe Loaeza en la que "celebraba" a Televisa --el tiro le salió por la culata: mejor hubiera redactado un chistorete--; o bien, recientemente, en la columna de Jesús Silva Herzog Márquez, en la que se burlaba del PAN a través de los añejos usos y costumbres del PRI, cuyo regreso ya resentimos). En una palabra (o cuatro): la realidad nos rebasa. Y preferimos no encararla. Ergo: el chiste”.

“Se puede encarar la realidad sin ser solemne, pero hace falta una cultura menos acostumbrada al corto plazo”, afirma David.

“Hacer chistes sobre lo patética que es nuestra desgracia es despeñarnos (una vez más) en nuestro propio patetismo”, concluye Elía Martínez-Rodarte.

MARIO VARGAS LLOSA


“Cuando abrieron la puerta de la celda, con el chorro de luz y un golpe de viento entró también el ruido de la calle que los muros de piedra apagaban y Roger se despertó asustado. Pestañeando, confuso todavía, luchando por serenarse, divisó recostada en el vano de la puerta, la silueta del sheriff. Su cara flácida, de rubios bigotes y ojillos maledicentes, lo contemplaba con la antipatía que nunca había tratado de disimular. He aquí alguien que sufriría si el Gobierno inglés le concedía el pedido de clemencia”.

Las primeras líneas de El sueño del celta, la flamante novela del escritor Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 28 de marzo de 1936) pregonan la ansiedad exacta y el regusto sabroso en el paladar negro de sus lectores contumaces. Probablemente, ninguna mujer, ningún amigo, mucho menos ningún correligionario o compañero de la ruta política, le hayan sido más fiel al Premio Nobel 2010 que sus lectores, los mismos que aplaudieron el galardón que este 10 de diciembre el autor de La ciudad y los perros y La tía Julia y el escribidor, entre otras novelas prodigiosas, recibirá en Estocolmo.

No irá vestido, como su ex amigo, el también Nobel Gabriel García Márquez, de guayabera, alejado como está desde hace tanto tiempo de cualquier gesto o pintoresquismo que lo ligue con las expresiones populares de la cultura latinoamericana.

Precisamente, su nueva novela, que transcurre entre el Congo, el Amazonas e Irlanda y que tiene como protagonista al cónsul británico Roger Casement, ha sido celebrada como la expresión cierta para muchos admiradores y también muchos detractores de que aquel hombre que retratara como nadie a su Perú natal, un territorio atribulado por las dictaduras militares y el desdén inclemente de la oligarquía capitalina, en la soberbia Conversación en la catedral, sigue pisando tierra firme en el campo aciago e impredecible de la literatura.

Él, un hombre que fue de izquierdas en su juventud y que con el mismo fervor abrazó las ideas liberales de la derecha más recalcitrante en su madurez, transformación ésta que lo conminó peligrosamente a un estado de candidato eterno a un Nobel que se le iría negando año tras año, no deja de admitir que el ansiado premio “me llegó por mis libros y no por mis opiniones, aunque me hubiera gustado, claro está, que fuera por las dos cosas”, según alcanzó a balbucear en el maremágnum de entrevistas telefónicas que se sucedió tras el anuncio de Peter Englund, secretario de la Academia Sueca.

En los días que siguieron al anuncio del Nobel, no fueron pocas las voces que se alzaron buscando hacer la diferencia “entre el Mario Vargas Llosa escritor y el Mario Vargas Llosa político”; incluso, colegas suyos como el mexicano Paco Ignacio Taibo II, tuvieron la necesidad de destacar al literato por sobre la propia persona del galardonado.

“El premio es absolutamente merecido, a pesar de que él es deplorable como ciudadano y como persona”, dijo el autor de la biografía del Che.

Consultado por GENTE Y LA ACTUALIDAD, el crítico argentino Alberto Manguel consideró, en el mismo tenor que Taibo II, que “el Vargas Llosa no ha sido leído por el político o la persona Vargas Llosa”.

“Todo el humanismo que hay en su literatura falta en su persona, por eso no sé qué decir frente al Premio Nobel que recientemente le han otorgado. Si ha sido por sus libros, qué bueno. Si ha sido por lo que piensa, qué malo”, expresó.

A propósito de esa escisión, el propio escritor aclaró como si hiciera falta que “mis ideas y mi obra son fruto de una misma persona, es difícil separarlas”.

¿Cuáles son esas ideas por las que es condenado el novelista magistral, el escritor sin mácula premiado con el Nobel “por su cartografía de las estructuras del poder y sus incisivas imágenes de la resistencia individual, la revuelta y la derrota”?.

Por lo pronto, el liberalismo a ultranza que predica lo hace aparecer como un simpatizante de personajes que son odiados por mucha gente en casi todo el mundo.

¿Quién podría, como Vargas Llosa, defender la gestión y la personalidad del controvertido italiano Silvio Berlusconi o elogiar a la Dama de Hierro Margaret Thatcher?

En Argentina, donde hace dos años fue apedreado el ómnibus que lo trasladaba a dar un seminario, no tuvo empachos en calificar el gobierno popular de Cristina Kirchner como “desastroso” y en Chile hizo público su apoyo al candidato de la derecha Sebastián Piñera, quien finalmente quedó al frente del gobierno luego de la impecable gestión de la izquierdista Michelle Bachelet.

Sin embargo, más allá de las pasiones encontradas que propicia su ideario, ¿quién podría culparlo de falta de honestidad en su pensamiento? Al fin y al cabo es un gran desafío a la tolerancia caer en la cuenta de que Vargas Llosa hace gala de un sistema de ideas que no logra consenso entre el progresismo y la corrección política, es cierto, pero que al mismo tiempo defiende con un fervor sincero y casi extravagante en estos tiempos donde la apariencia y la declaración velada hacen su agosto en los medios de comunicación.

En lo político, quien fuera candidato a presidente en su país en 1990, ¿habría cambiado para bien la historia del sufrido Perú si hubiera ganado él y no el hoy innombrable y encarcelado Alberto Fujimori?

Ese modo de aborrecer las medias tintas y la fidelidad a una manera de sentir y ver el mundo que lo rodea, sin duda lo redimen. Y es esa voluntad de no permanecer ciego ni sordo ni mudo a todo aquello que le preocupa de su contemporaneidad, lo que seguramente dan sustancia a su enorme literatura. No hay dos Mario Vargas Llosa. Hay uno solo y es gigante.

La literatura

Muy pocos días antes de que se anunciara que había ganado el Nobel, Mario Vargas Llosa vino a México a recibir el Doctorado Honoris Causa por la UNAM, circunstancia en la que aprovechó para mantener un diálogo público con su colega mexicano Sealtiel Alatriste. Fue un hecho grato para miles de estudiantes que lo escucharon con arrobamiento, en una tarde lluviosa donde también se anunció que acababa de ganar el Premio Alfonso Reyes. Justo él, que ya tiene el Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Rómulo Gallegos y ahora el más ansiado galardón literario que le entregará el próximo 10 de diciembre el mismísimo rey de Suecia.

En la charla de marras, Mario recordó sus jóvenes 26 años, la edad que tenía cuando metió su primera novela La ciudad y los perros al concurso de Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral. “Eran tiempos donde reinaba una feroz censura”, evoca. “Fue el editor Carlos Barral quien decidió jugársela y publicarla, aunque claro, primero tuvo que pasar por los ojos del censor. La censura era algo ridículo e imprevisible. Por ejemplo, recuerdo una particularmente graciosa. En una parte, me refiero a un militar de alto cargo como a alguien que tenía un vientre de cetáceo. Bueno, pues al censor no le pareció, entonces lo cambié por vientre de ballena, que al censor le pareció muy adecuado”, comenta entre risas.

Era la época en que la forma era el súmmum de la búsqueda estilística y el autor peruano era llamado por sus amigos “El sartrecillo valiente”, por su afición militante a Jean Paul Sartre. “La literatura por entonces era un instrumento de combate, se hablaba aquello de que las palabras son actos y La casa verde (1965) es seña de ese deslumbramiento por la forma y lo que refleja es ese engolosinamiento por la experimentación formal”, explica.

“La casa verde es también la muestra de cómo me modificó la lectura de William Faulkner, un escritor que me marcó profundamente y que fue el primero que leí con lápiz y papel a la mano. Las historias que él contaba se enriquecían gracias a su lenguaje preciosista, a esa prosa laberíntica en la que las sensaciones, las emociones, las ideas, iban creando un mundo propio de una gran complejidad”, agrega.

No fue sólo el autor de El sonido y la furia quien tatuó huellas indelebles en la pluma vargallosiana. Ahí están también como referentes el grandioso James Joyce con su célebre Ulises y el hoy menos leído estadounidense de Chicago, John Dos Passos, responsable, entre otras, de la novela Manhattan Transfer. “Tal vez también esté André Malraux, a quien leí con devoción en mi juventud. La condición humana es un libro que me produjo una profunda impresión en mis años mozos”, dice.

Pese a la firme voluntad de estilo que caracteriza las historias contadas por el autor de Arequipa, nunca se entusiasmó mucho por el Nouveau roman, el movimiento literario fundado por Alain Robbe-Grillet a principios de los 60. “Para mí fue un fenómeno pasajero, se trataba de sacrificar enteramente la historia en aras de la máxima exploración estilística y eso era condenar ese tipo de literatura directamente a las catacumbas”, afirma.

“Creo que la novela, cuando deja de contar una historia importante, se condena al fracaso y a la decadencia”, insiste.

De su inefable personaje, el cabo Lituma, que aparece en La casa verde, en ¿Quién mató a Palomino Molero?, La Chunga, en un cuento de Los jefes, en un radioteatro de Pedro Camacho en La tía Julia y el escribidor y, por supuesto, en su novela Lituma en los Andes, Mario Vargas Llosa no tiene mucho que decir. “No sé cómo explicarlo –dice y se encoge de hombros-, me pasa con Lituma lo que no me ha pasado con otros personajes, cada vez que empiezo una novela ahí aparece el cabo, como ofreciéndose, como diciendo: - Yo no he sido lo suficientemente aprovechado por usted, aquí estoy, úseme”.

Precisamente, en Lituma en los Andes, publicada en 1993, el escritor incorpora a su literatura el tema de Sendero Luminoso, la guerrilla maoísta que comenzó a operar en el Perú de los ‘80. “Hasta entonces –evoca- todos habíamos crecido en la firme convicción de que nuestro país era pacífico. En mi niñez viví muchos años en Bolivia y regresé al Perú cuando tenía 10. En mi familia se decía muchas veces que el Perú no era violento como Bolivia”.

“Viajé a Ayacucho en la época en que la región estaba más afectada por el terrorismo de Sendero y esa violencia me impresionó muchísimo. Sin olvidar, por supuesto, la política antirrevolucionaria de las Fuerzas Armadas del Perú, que cometió también hechos terribles. Escribí esa novela fundamentalmente con la idea de mostrar este fenómeno lateral, paralelo, a un momento de enorme truculencia política en mi país”, explica.

De la que se considera su mejor novela, Conversación en la catedral, publicada en 1969, Mario Vargas Llosa admite que “no la hubiera escrito si no hubiera conocido personalmente, aunque sea en forma efímera, al jefe de la seguridad de la dictadura del general Odría”.

“Se llamaba Alejandro Esparza Sañartu y probablemente era el hombre más odiado del Perú durante la dictadura, incluso más odiado que el propio dictador. Yo estudiaba entonces en la Universidad de San Marcos y había muchos estudiantes en la cárcel, a los que tenían con los presos comunes, sin abrigo ni alimentos. Entonces, hicimos una colecta en la facultad para comprar mantas y tuvimos que pedir una audiencia al jefe de la seguridad para que nos autorizara la entrega de esas frazadas”, cuenta.

“Fue una experiencia surrealista frente a un hombre que en apariencia era inofensivo. Era menudo, con una mirada aburrida, parecía que nos miraba como detrás de un vidrio y al verlo me prometí que alguna vez iba a hacer una novela alrededor de ese personaje”.

Muchos años después de Conversación en la catedral, en el 2000, salió La fiesta del Chivo, la novela donde el escritor peruano retoma el tema de las dictaduras latinoamericanas y reflexiona sobre el auge del trujillismo en la República Dominicana de los años ’50.

“Quien llevó al grado más grotesco y violento de una dictadura sin dudas fue Rafael Trujillo, quizás por esa naturaleza histriónica que convertía todos los actos de gobierno en un gran espectáculo. Ninguna dictadura latinoamericana llegó a los límites de la crueldad del trujillismo”, afirma.

En Pantaleón y las visitadoras, publicada en 1973, Mario Vargas Llosa comienza a sacudirse la impronta solemne de su admirado Jean Paul Sartre y empieza a incorporar el humor en su literatura. La risa es también un elemento importante en La tía Julia y el escribidor, novela autobiográfica de 1977.

“Me gusta que mis historias limiten con la realidad. No soy para nada un escritor fantástico. Las novelas se han hecho para contar mentiras que permiten expresar verdades profundas para la condición humana”, dijo con su voz firme el actual profesor de literatura de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, donde daba un curso sobre Jorge Luis Borges cuando se enteró que le habían otorgado el Premio Nobel.

ANA ELENA MALLET


Sus ojos claros, inmensos, en actitud de constante sorpresa. Sus manos movedizas, la costumbre de comerse nerviosamente las uñas y el pelo rubio con una rebeldía inusitada para una muchacha que insiste en acotarlo detrás de la oreja. Siempre vestida de impecables colores lisos, el blanco, el gris, el negro, Ana Elena Mallet (México, DF, 1971) camina vertiginosamente por los pasillos del Museo Franz Mayer, para tratar de llegar temprano a una de sus innumerables citas diarias. Hoy toca hablar de su trabajo como curadora en la exposición Huellas de la Bauhaus. Van Beuren, una era en el diseño de muebles. Ayer fue el tiempo de su tremenda hazaña en Washington, ciudad a la que llevó la muestra Rethinking Tradition: Contemporary Design in Mexico, una idea propia que incluyó el traslado de 234 piezas creadas por más de 30 diseñadores que viven y trabajan en México y que desarrollan sus obras en los campos de joyería, textiles y diseño industrial.
Mañana andará de aquí para allá ultimando los detalles de su ya famosa iniciativa Corredor Cultural Roma Condesa, que en su cuarta edición llevada a cabo en agosto, funcionó otra vez como enorme plataforma de difusión del diseño y del arte contemporáneo de las galerías y museos de la zona.

Le gustan que le digan curadora aunque sana aquello que no está enfermo. “En realidad curadora viene de curare, que es el verbo cuidar en latín. De alguna manera se empezó a asignar ese término a la gente que en los museos se ocupa de las obras. Un curador es la persona que se encarga de armar los discursos de las exposiciones”, explica Ana Elena a GENTE.

En el medio, esta trabajadora incansable del arte y del diseño contemporáneos, se hace tiempo para hablar de fútbol en un canal de cable durante el Campeonato Mundial y mejor que no le pidan que se explaye sobre su pasión por el jugador Cuauhtémoc Blanco, porque entonces dará cátedra, apasionadamente, como es su estilo.

Estudió Letras y al salir de la carrera ya sabía que lo que menos quería era saber de la literatura. Sus prácticas profesionales las hizo en el Museo Tamayo y ahí encontró lo que no sabía aún que buscaba. “Esta cosa de hacer visitas guiadas en los museos, de tratar de interpretar lo que está en las obras para traducírselo al público, se convirtió inmediatamente en lo mío”, relata.

Del Tamayo, donde entre otras cosas conoció a su esposo desde 2007, el periodista y editor Jorge Lestrade, Mallet pasó a la galería Nina Menocal, donde estuvo un año, tras el cual se fue a trabajar al flamante Museo Soumaya. La hija de Carlos Slim y directora del recinto fue su compañera de colegio y juntas se formaron en un universo donde estaba todo por hacerse. “Somos amigas desde hace tiempo y nuestra experiencia en el museo representó un modo de ir formándonos juntas. Fue un privilegio poder empezar mi carrera con las piezas que hay en el Soumaya. Me dieron mucha oportunidad de participar en lo que finalmente iba a ser la línea, el camino, del museo y eso fue sin dudas un privilegio”, remarca.

Fueron cuatro los años que Ana Elena dedicó al Museo Soumaya. Se fue atendiendo el llamado del arte contemporáneo que comenzaba a sonar atronadoramente en su espíritu. “Al mismo tiempo que trabajaba en el museo, escribía artículos sobre el arte contemporáneo, cuyos discursos me interesaban muchísimo. Un día recibí una oferta de Osvaldo Sánchez (curador y crítico de arte cubano), que fue una persona fundamental en mi carrera. Me invitó a trabajar en el Carrillo Gil como curadora de la colección permanente y allí me fui, así me pasé al arte contemporáneo, donde estoy ahora”, comenta.

No tiene todavía 40 años Ana Elena Mallet. Sin embargo, su fuerza de trabajo, una especie de huracán que se desata incontenible regalando un flujo de ideas que se suceden sin pausa la una a la otra, la ha convertido un referente obligado en el arte mexicano. Ella no se pone a reflexionar sobre el hecho de que todo lo que ha conseguido en su profesión, ya quisieran ostentarlo personas que le llevan como mínimo una década de vida. “Cuando me hice curadora independiente, la necesidad de no estar a la deriva y de ir encontrando mi propio camino me hicieron trabajar mucho y quizás por eso se han ido acumulando un proyecto tras otro. No pienso mucho en lo que he realizado, más bien siempre pienso en lo que tengo que hacer”, confiesa.

Esta mujer tiene, definitivamente, el arte en la cabeza. Hay primero una idea, un concepto, algo que quiere decir y luego se concreta el hecho artístico. Y quizás en eso reside su éxito rotundo: frente a cualquiera de los acontecimientos que genera, el espectador intuye inmediatamente que hay algo que tiene que descifrar, que hay un sentido y un porqué a descubrir. “Siempre he trabajado así, porque en realidad a mi oficio no lo veo sólo como una profesión o una práctica de gestión, sino como una práctica creativa. Sí hay algo que quiero decir cuando presento una muestra. Intento generar ciertos hilos de reflexión, para estimular sin duda otras investigaciones, otros discursos”, dice.

Entre tanta creatividad, nunca se le dio por pintar o hacer cerámica. Lo suyo es el pensamiento que vuela de la mente a las paredes de un museo o de una galería. Lo suyo es crear con vértigo, sin pausa alguna. Bueno, alguna pausa se toma: para ver los partidos del América, claro.

ENTREVISTA A DANIEL SADA PARA PÁGINA 12


Pocos escritores hay en México como Daniel Sada, (Mexicali, 1953), dueño de una obra singular que concentra la máxima atención y elogio de sus pares. Se trata de una literatura sin concesiones, fruto de una ética aferrada a una idea exclusiva: la imaginación es la materia básica y debe ser el norte principal de toda historia que se precie. Después de la imaginación, para este autor que con su aclamada novela “Casi nunca” obtuvo el Premio Herralde en 2008, está el lenguaje y todas las búsquedas generadas a su alrededor, fruto todas ellas de una voluntad inquebrantable asentada en la certeza de que no hay contenido sin forma y de que, muchas veces, la forma es el mensaje.

Un estilo abigarrado, que saca al lector de su posición cómoda y lo obliga a releer con ojos asombrados desde los diálogos más absurdos hasta las situaciones más inesperadas por parte de personajes que en sombras cuentan sus tragedias y sus desesperanzas, da vida a una literatura personal y arriesgada que el fallecido escritor chileno Roberto Bolaño ha definido como “el barroco en el desierto”, una acepción que él rechaza.

Hay quienes han llamado también a la literatura de Daniel Sada como costumbrista y el autor, otra vez, no está de acuerdo.

Influido por los clásicos que leyó profusamente en su juventud, Sada acaba de publicar “Ese modo que colma” (Anagrama, 2010), un conjunto de relatos mediante los cuales narra historias de pueblos, por caso la de Rosiva Álvez, una chica que vive con su madre viuda y que termina pagando un precio muy caro por fugarse de casa para ir a un baile.

“El barroco en realidad es culterano, por definición y yo con lo que trabajo es con la oralidad, no hay culteranismo en mi literatura, pero la oralidad sí me impulsa a buscar y encontrar arcaísmos”, dice Sada a Página 12.

“En una presentación que hizo el escritor Heriberto Yépez el año pasado, decía precisamente que no soy todo eso que dicen. Que no soy barroco, ni norteño, ni costumbrista y que en realidad nadie ha acertado a definirme, soy un escritor atípico que no se identifica con todos esos adjetivos que me endilgan”, asegura.

Lo que sí admite Sada es cierta deuda con el irlandés James Joyce, sobre todo por los monólogos a que son tan afectos muchos de sus personajes, fruto “de un narrador que me invento y que es un poco bobalicón, reflexivo, que increpa a los personajes, se hace muchas preguntas, se responde él mismo”, afirma.

“Siempre me interesa un narrador que esté muy cercano a los personajes, casi hombro con hombro”, explica.



- A juzgar por su reciente libro de cuentos, más que nunca la preocupación sigue siendo el lenguaje

- Evidentemente, he trabajado mucho sobre el lenguaje, pero también me interesan los personajes y las historias. Siento que el lenguaje por sí mismo no funciona. Alguna vez me han propuesto hacer una novela de lenguaje y dije que no, necesito la historia, los personajes, una trama, quiero saber adónde voy…

- ¿Hay una moral en la forma de elegir como contar una historia?

- De hecho hay un cuento en este libro que ofrece un alegato de fondo a favor de los libros de imaginación contra los libros de información y eso podría ser lo que se denomina una poética. Ahora hay más tendencia a informar que a imaginar. Creo que el lenguaje sirve para despertar la imaginación, para explorar en territorios imprevisibles e inesperados en la novela histórica o documental, tan en auge.

- ¿Se siente deudor de alguna tradición?

- Empecé a leer los clásicos. Hasta los 22 años no leí literatura contemporánea. A esa edad llegué a la ciudad de México, proveniente de un pueblo donde no había más que una biblioteca particular llena de clásicos que me malacostumbró. Cuando vine a la capital, se produjo un desfase terrible y me sentí un poco avergonzado. No tenía interlocutores, así que empecé a leer a contracorriente toda la literatura contemporánea para poder vivir en el Distrito Federal.

- ¿Le gusta la definición que hizo Bolaño de su literatura: barroquismo en el desierto?

- Creo que fue una definición aventurada, porque en realidad el barroco es culterano y con lo que yo trabajo es con la oralidad. No hay en mi literatura nada culterano.

- Presenta su último libro de cuentos, aunque en realidad empieza en verso…

- Lo que buscaba es que no hubiera ninguna fórmula, porque el cuento ha caído en fórmulas cerradas. Hay un planteamiento, un desarrollo, un desenlace, en fin, lo cierto es que traté de escapar de todo eso. El cuento, para mí, es un género anquilosado justamente porque hay demasiada fórmulas para escribirlos. En cambio la novela ha sido un territorio de libertad. Como dice Kundera: “cada novela es un refutación contra el arte de novelar”. Y en el cuento no sucede esto. Hay exégetas del cuento defendiendo las fórmulas y lo que quise fue romper con todas esas normas y buscar una nueva manera de contar un cuento.

- Lo cual resulta muy provocador…

- Sí, el cuento es como la ópera en la música, que tiene al público más conservador que existe. Me gusta mucho Cortázar, por ejemplo, en cuyos cuentos las cosas parten de la normalidad, se complican y luego arriban a la anormalidad; pero eso también se convirtió en una fórmula. Diría con respecto a la provocación, que no soy un provocador por naturaleza, simplemente no obedezco a los parámetros naturales de la literatura, escribo poemas, por ejemplo, cuando ya nadie lo hace; o me pongo a escribir un cuento cuando todos están esperando de mí una novela. Lo que siempre quiero es hacer algo diferente.

- ¿Cómo se siente en relación a lo mucho que lo están leyendo los jóvenes?

- Me siento como nunca. Mi generación me ignora, los de los 60 me quieren, pero mi público está entre los que nacieron después de los 70. Claro que también me gustaría que me leyeran los mayores, pero no es así, por ahora.

- ¿Diría que los cuentos de “Ese modo que colma” podrían ser unificados a través de un sentimiento masculino?

- Sí, creo que sí, en cierto modo este libro es la respuesta a mi novela Una de dos, donde primaba el sentimiento femenino.

- ¿Qué es la mujer para usted?

- Lo es todo, la fertilidad, la inspiración, la paz, la sensibilidad…algo extraordinario y enigmático siempre.

- ¿Quiénes fueron las mujeres más importantes de su vida?

- Mi esposa y mi madre, que es una mujer de 86 años que me ha tratado siempre muy bien, ha sido muy cariñosa conmigo.

- ¿Ella es consciente de su fama?

- Bueno, no tanto y tampoco le importa mucho. Aunque famoso para mí es Maradona, la fama sin dinero no importa mucho, ¿no?

- ¿Ha podido vivir de la literatura?

- Sí, de unos veinte años para atrás diría que sí, con mucho esfuerzo, claro, dando muchos curso, forcejeando con la vida…

- ¿A qué cree que se debe en estos tiempos la gran ausencia de críticos en la literatura?

- A que la gente quiere la creación, no la reflexión. El crítico está devaluado por el mercado, que impulsa a los autores mediante un aparato publicitario fuerte, vulnerando el sentido crítico. Además, casi la mayoría de los críticos actuales escribe muy mal y eso es inmoral. Si voy a juzgar una obra literaria tengo que escribir al menos decentemente.

- Y poniéndose un poco en crítico literario, ¿a quién recomendaría?

- Hay un libro que me encanta, El zafarrancho aquel de Vía Merulana, del italiano Carlo Emilio Gadda, a quien Passolini adoraba. Ese libro pasó inadvertido durante mucho tiempo hasta que Ítalo Calvino lo rescató y ahora es un clásico total de la literatura. Empieza con algo trivial y la historia se complica poco a poco, tomando el cariz de un policial…me parece un gran ejercicio de imaginación. También recomendaría todo Kafka, lo que sea de él, es un escritor cuya tesis principal es que lo fácil se hace difícil y que las historias no acaban nunca. No hay un final total, es el lector el que puede inventarlo. Goethe decía que las grandes obras de la literatura universal tenían el carácter de inconcluso.

- ¿Qué escritores latinoamericanos merecen su atención?

- Bueno, para mí Roberto Bolaño es la premisa de todo, me parece que tiene dos facultades increíbles: el desparpajo y la imaginación. Como que siempre se está renovando, a pesar de que sea un autor que ya no está entre nosotros. Uno lo lee y descubre varios registros en su literatura, uno nuevo cada vez que lo lee. Es un escritor que te tutea, al igual que nuestro Juan Villoro, que escribe una literatura afectiva, con la que el lector se comunica directamente.

- ¿Su comunicación con el lector sería la de la provocación?

- Sí, puede ser, al fin y al cabo soy “sádico”.