miércoles, 8 de diciembre de 2010

ANA ELENA MALLET


Sus ojos claros, inmensos, en actitud de constante sorpresa. Sus manos movedizas, la costumbre de comerse nerviosamente las uñas y el pelo rubio con una rebeldía inusitada para una muchacha que insiste en acotarlo detrás de la oreja. Siempre vestida de impecables colores lisos, el blanco, el gris, el negro, Ana Elena Mallet (México, DF, 1971) camina vertiginosamente por los pasillos del Museo Franz Mayer, para tratar de llegar temprano a una de sus innumerables citas diarias. Hoy toca hablar de su trabajo como curadora en la exposición Huellas de la Bauhaus. Van Beuren, una era en el diseño de muebles. Ayer fue el tiempo de su tremenda hazaña en Washington, ciudad a la que llevó la muestra Rethinking Tradition: Contemporary Design in Mexico, una idea propia que incluyó el traslado de 234 piezas creadas por más de 30 diseñadores que viven y trabajan en México y que desarrollan sus obras en los campos de joyería, textiles y diseño industrial.
Mañana andará de aquí para allá ultimando los detalles de su ya famosa iniciativa Corredor Cultural Roma Condesa, que en su cuarta edición llevada a cabo en agosto, funcionó otra vez como enorme plataforma de difusión del diseño y del arte contemporáneo de las galerías y museos de la zona.

Le gustan que le digan curadora aunque sana aquello que no está enfermo. “En realidad curadora viene de curare, que es el verbo cuidar en latín. De alguna manera se empezó a asignar ese término a la gente que en los museos se ocupa de las obras. Un curador es la persona que se encarga de armar los discursos de las exposiciones”, explica Ana Elena a GENTE.

En el medio, esta trabajadora incansable del arte y del diseño contemporáneos, se hace tiempo para hablar de fútbol en un canal de cable durante el Campeonato Mundial y mejor que no le pidan que se explaye sobre su pasión por el jugador Cuauhtémoc Blanco, porque entonces dará cátedra, apasionadamente, como es su estilo.

Estudió Letras y al salir de la carrera ya sabía que lo que menos quería era saber de la literatura. Sus prácticas profesionales las hizo en el Museo Tamayo y ahí encontró lo que no sabía aún que buscaba. “Esta cosa de hacer visitas guiadas en los museos, de tratar de interpretar lo que está en las obras para traducírselo al público, se convirtió inmediatamente en lo mío”, relata.

Del Tamayo, donde entre otras cosas conoció a su esposo desde 2007, el periodista y editor Jorge Lestrade, Mallet pasó a la galería Nina Menocal, donde estuvo un año, tras el cual se fue a trabajar al flamante Museo Soumaya. La hija de Carlos Slim y directora del recinto fue su compañera de colegio y juntas se formaron en un universo donde estaba todo por hacerse. “Somos amigas desde hace tiempo y nuestra experiencia en el museo representó un modo de ir formándonos juntas. Fue un privilegio poder empezar mi carrera con las piezas que hay en el Soumaya. Me dieron mucha oportunidad de participar en lo que finalmente iba a ser la línea, el camino, del museo y eso fue sin dudas un privilegio”, remarca.

Fueron cuatro los años que Ana Elena dedicó al Museo Soumaya. Se fue atendiendo el llamado del arte contemporáneo que comenzaba a sonar atronadoramente en su espíritu. “Al mismo tiempo que trabajaba en el museo, escribía artículos sobre el arte contemporáneo, cuyos discursos me interesaban muchísimo. Un día recibí una oferta de Osvaldo Sánchez (curador y crítico de arte cubano), que fue una persona fundamental en mi carrera. Me invitó a trabajar en el Carrillo Gil como curadora de la colección permanente y allí me fui, así me pasé al arte contemporáneo, donde estoy ahora”, comenta.

No tiene todavía 40 años Ana Elena Mallet. Sin embargo, su fuerza de trabajo, una especie de huracán que se desata incontenible regalando un flujo de ideas que se suceden sin pausa la una a la otra, la ha convertido un referente obligado en el arte mexicano. Ella no se pone a reflexionar sobre el hecho de que todo lo que ha conseguido en su profesión, ya quisieran ostentarlo personas que le llevan como mínimo una década de vida. “Cuando me hice curadora independiente, la necesidad de no estar a la deriva y de ir encontrando mi propio camino me hicieron trabajar mucho y quizás por eso se han ido acumulando un proyecto tras otro. No pienso mucho en lo que he realizado, más bien siempre pienso en lo que tengo que hacer”, confiesa.

Esta mujer tiene, definitivamente, el arte en la cabeza. Hay primero una idea, un concepto, algo que quiere decir y luego se concreta el hecho artístico. Y quizás en eso reside su éxito rotundo: frente a cualquiera de los acontecimientos que genera, el espectador intuye inmediatamente que hay algo que tiene que descifrar, que hay un sentido y un porqué a descubrir. “Siempre he trabajado así, porque en realidad a mi oficio no lo veo sólo como una profesión o una práctica de gestión, sino como una práctica creativa. Sí hay algo que quiero decir cuando presento una muestra. Intento generar ciertos hilos de reflexión, para estimular sin duda otras investigaciones, otros discursos”, dice.

Entre tanta creatividad, nunca se le dio por pintar o hacer cerámica. Lo suyo es el pensamiento que vuela de la mente a las paredes de un museo o de una galería. Lo suyo es crear con vértigo, sin pausa alguna. Bueno, alguna pausa se toma: para ver los partidos del América, claro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

pésimo