domingo, 27 de febrero de 2011

EL NEGRO OJEDA


Su cuerpo magro encerraba un espíritu inconmensurable, el ancho territorio donde planeó su voz, sobre todo esa manera de cantar como pidiendo permiso y luego tomándoselo todo, invadiendo el aire con ese don inexplicable de los trovadores natos, genéticamente programados para conmover sin piedad a sus escuchas.

Había nacido Salvador El Negro Ojeda el 27 de enero de 1931 en el Distrito Federal, aunque su corazón apuntaba al paisaje veracruzano. Su patria, en realidad, era el son jarocho, era la negritud en su garganta y también fue la música cubana, de la que se enamoró sin remedio en los ‘40 y a la que conocía con una erudición empírica que lo convertía en un maestro.

Su hijo y productor musical, Santiago, declaró a una agencia de noticias que cuando iban a tierras veracruzanas y cruzaban el límite de Puebla a Veracruz de inmediato empezaba a hablar como jarocho. Frágil como un ave, se engrandecía cuando interpretaba una canción popular, la misma que en su voz se hacía distinta, algo mucho más grande, más trascendente. Por caso, la versión que El Negro hizo de “El necio”, un tema paradigmático de un Silvio Rodríguez ya maduro y que el propio cantautor de San Antonio de los Baños, poco dado a los elogios a sus pares, prácticamente le regaló al intérprete mexicano. Cuando la cantó, iniciaba el nuevo milenio y estaba de moda el Buena Vista Social Club. Ya hubieran querido los que amaban a Ojeda un productor con oído fino como Ry Cooder, para darlo a conocer en todo el mundo, porque –hay que decirlo- Ojeda nunca fue mainstream. Es cierto que él cantaba para no morirse de tristeza, como declaró en más de una ocasión, pero a sus muchos admiradores les queda ese sabor amargo de quien pudo en sus últimos años ser merecedor de un status masivo, sobre todo para que las nuevas generaciones disfrutaran el tesoro que anidaba en su garganta.

Trovador, jaranero, huapanguero, rumbero y sonero, con una trayectoria profesional de más de 66 años, Ojeda fue fundador, miembro y director del grupo Los Folkloristas, con el que grabó tres discos. En solitario ha grabado seis más, entre ellos, el Bellas Artes, ¡Al fin! (Discos Puebla, 2009), una especie de coronación de una vida íntegramente dedicada a la música.

Tocaba la guitarra, el piano, el contrabajo y las percusiones, sabía de música popular mexicana más que nadie y, a pesar de sus ideas de izquierda, jamás cantaba panfletos.

Se lo impedía su sensibilidad de artista y, sobre todo, su irredimible pasión libertaria. Porque era libre no le interesaba cuántos discos iba a vender, cuántos autógrafos firmaría después de un concierto, mucho menos si algún medio periodístico se iba a hacer eco de sus múltiples actividades profesionales.

Solía decir que “a la vida no hay que tomársela en serio”. Por lo tanto, tampoco habrá que tomarse con demasiada solemnidad la noticia de su muerte. Dicen que murió en su casa de Coyoacán a los 80 años y que sus cenizas serán arrojadas a las aguas del río Papaloapan.

HARUKI MURAKAMI


Mientras este artículo se escribe, son innumerables las personas que abren un libro de Karuki Murakami (Kioto, 1949) en cualquier parte del mundo. “Eso es lo fascinante de ser un best seller, no hay que despreciar a quienes venden muchos libros”, dijo alguna vez en Guadalajara el autor italiano Alessandro Baricco.

El nuevo héroe japonés de la literatura, aquel que se hiciera mundialmente célebre con la inolvidable Tokio Blues (Norwegian Wood, por su título en inglés) ha vendido, efectivamente, muchos, muchísimos libros. Digámoslo con números: 4 millones de la novela que llevara el título de una canción de Los Beatles (“Madera noruega”), para dar cuenta de la existencia de uno de los autores japoneses más occidentalizados del mundo, después del malogrado Yukio Mishima (1925-1970).

Quizás en esa universalidad de los personajes que habitan el mundo fascinante del autor nipón, todos ellos aficionados a modos menos estructurados y poco atados a esa férrea tradición japonesa que consiste en trabajar mucho, pelear duro y mostrar poco los sentimientos, se halle la razón de quien ha pasado en poco tiempo a convertirse en un firme candidato al Premio Nobel.

Aficionado al jazz (tuvo un local de música llamado “El gato Peter”) desde que sus padres le regalaran un disco de Art Blakey & the Jazz Messengers, Murakami detesta tanto a los perros como a la celebridad. Cultiva un pánico extremo a ser conocido y son pocas las entrevistas que otorga y escasas las oportunidades en que se deja fotografiar.

Autor de una obra constante y exitosa que inició cuando tenía 30 años y, mirando un partido de béisbol en la televisión, decidió ser escritor, también ha vendido muchos ejemplares de una novela enorme de más de 600 páginas titulada Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

De su pluma salieron, además, Sputnik, mi amor, Al sur de la frontera, al oeste del sol, Sauce ciego mujer dormida, Kafka en la orilla, El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, After dark y La caza del carnero salvaje.

Vivió durante un tiempo en los Estados Unidos, donde a causa de un creciente desasosiego comenzó a experimentar una nostalgia de su Kobe, la ciudad arreciada por un terremoto en 1995 y por el Tokio de su descontento, que en ese mismo año sufrió el atentado con gas sarín en el metro que mató a 13 personas y afectó a cientos de pasajeros. Ya de regreso en Japón, Murakami acendró su origen y certificó los lazos con la tierra donde nació escribiendo sobre ambos episodios.

Las historias de Murakami comienzan a partir de un hecho trivial, insignificante y cotidiano. Tal vez así acontecen las cosas importantes en la vida. Un hombre de 30 años cocina espaguetis en la cocina de su departamento. Suena el teléfono: ese es el inicio de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. “Era un hecho tan simple, pero sentí que algo estaba ocurriendo allí”, dice Murakami. Al fin y al cabo, él escribe sólo para divertirse. “Escribo con la misma fascinación con la que leo: no sé qué va a pasar, no sé cómo sigue la historia, y eso me divierte mucho”, explica.

Toru Watanabe, un ejecutivo de 37 años, escucha casualmente mientras aterriza en un aeropuerto europeo una vieja canción de los Beatles, y la música le hace retroceder a su juventud, al turbulento Tokio de finales de los sesenta: así inicia la famosísima Tokio Blues. “Esa novela fue un simple experimento. Personalmente, a mí me gusta esa novela, pero no he vuelto a leerla desde hace casi 20 años. De momento, no tengo ninguna intención de volver a escribir algo parecido. No tengo interés en el pasado. Ya no puedo sentir interés en el llamado estilo realista porque, si escribo una novela así, acabo aburriéndome”, declaró Murakami en 2007 al periódico español El País.

Mientras este artículo se escribe, alguien, en alguna parte del mundo, está criticando a Haruki Murakami con ferocidad. Desde llamarlo “el mayor timo de la literatura japonesa” a “poca cosa endiosado”, los oponentes a sus libros masivos, plagados de guiños a la cultura pop, comienzan a hablar en voz alta. Lo mismo pasó con el estadounidense Paul Auster, quien cuando sacó El palacio de la luna en 1989 era un autor de culto y cuando comenzó a ser masivamente leído y célebre en el mundo, dejó de ser cool para muchos lectores snobs.

Murakami, que dice que quisiera desaparecer del mundo cuando no escribe, está ajeno a las disquisiciones sobre su obra y seguramente no escucha el ruido sordo que ha generado la salida inminente de su esperada nueva novela, que en México verá la luz el próximo 7 de febrero.

Se trata de 1Q84, en expresa referencia a George Orwell (en japonés, Q se lee igual que el 9), una profusa obra de 1000 páginas que viene a calmar la ansiedad de sus acólitos que desde que saliera After dark, su anterior novela, hace cinco años, esperaban con desesperación una nueva historia. En Japón, donde fue publicada en tres tomos, la novela ya vendió 480 mil ejemplares.

Amor, miedo, crímenes, horror, en un tema que tiene, curiosamente, cierto parentesco con el otro boom de la literatura contemporánea, el fallecido sueco Stieg Larsson, toda vez que trata el abuso infantil. Amoame, una profesora de educación física, es también una asesina de hombres culpables de malos tratos contra los niños. También está el escritor inexperto que monitorea los textos de una joven monja. Y todo lo que pasa entre ambos personajes.

“Orwell escribió 1984 mirando al futuro, y yo, con mi novela, quiero hacer lo contrario, mirar al pasado, pero sin dejar de ver el futuro. Es mi obra más ambiciosa”, dijo el autor en su última visita a Barcelona, el año pasado.

ENTREVISTA A ALVARO ENRIGUE



“Mi novela es un gesto suicida”

Uno de los escritores mexicanos más originales es el autor de Vidas perpendiculares, quien con agudeza comenta aquí su nuevo libro, Decencia, “una novela que incluso parece una novela”.


Hace menos de tres años, el escritor mexicano Álvaro Enrigue fue elegido como uno de los autores fundamentales a seguir en el 2009. “El avance de su obra nos interroga. Ha sabido usar su experiencia personal o la de su familia para crear un escenario donde estamos todos involucrados”, dijo entonces el crítico Phillippe Ollé-Laprune, quien hacía referencia a la salida de la celebrada Vidas perpendiculares, uno de los textos más leídos en México en 2008. El autor, nacido en 1969, abría el paraguas y lamentaba las expectativas generadas “pues de todos modos decepcionaré a todo el mundo”.

En 2011 la salida de Decencia, la nueva novela de Enrigue editada por Anagrama, vuelve a poner al escritor en el centro del debate. Pocas veces se tiene la certeza de estar leyendo lo que en el futuro se constituirá en una obra clásica. En Decencia hay una profundidad inesperada, un uso audaz del lenguaje y un entramado estilístico riguroso y complejo, que apunta a que se está frente a la que podría ser considerada la obra mayor de un escritor que ya ha dejado de ser promesa para convertirse, sin duda, en una de las voces trascendentes de las letras mexicanas. La historia no es simple: se juega a dos tiempos con circunstancias que tanto en el pasado como en el presente de la novela atañen a lo más profundo de un México singular y tragicómico. Se trata de una novela antiépica donde todos los registros icónicos quedan hechos polvo frente al humor sin concesiones de Enrigue.

Dos revolucionarios de pacotilla que discuten por la valía de las canciones de Roberto Carlos (“Todo cantautor tiene su momento-Villaurrutia en algún momento de su carrera”, dice uno de los personajes), secuestran a un viejo burgués que fue ocasional testigo de un atentado a la Embajada de Estados Unidos. En paralelo, en un flashback cautivador y exquisitamente narrado, la primera persona del anciano secuestrado evoca su niñez acontecida en pleno surgimiento de la Revolución. Tanto en el ayer como en el presente de la novela los personajes transitan casi sin rumbo por un territorio que poco les pertenece y al que no logran decodificar ni comprender. Construye así Enrigue una parábola irrefutable del México contemporáneo, un universo extraño que se desintegra con pasión entre una violencia que termina siendo el único lenguaje de comunicación posible entre habitantes desconsolados de una tierra impropia y dolorosa.

Aprieta el escritor el acelerador para meterse de lleno en una tradición que ya había sido la pincelada de su acuarela en libros anteriores como Hipotermia: la de una escritura que apunta a Borges, a Bolaño (sobre todo al desencantado y agudo de El gaucho insufrible), a Malcolm Lowry y a Carlos Fuentes, aunque la región de Enrigue nada tenga de transparente. Por cargarse a todo el México simbólico encima, Álvaro se mete hasta con el tequila. Como Ricardo Piglia en Blanco nocturno, cuando el autor argentino dice aquello de que los gauchos no comían carne porque en realidad no tenían dientes, Enrigue pulveriza los mitos patrióticos y le quita todo el folclor a su país natal para hacerlo implacable y despojado como el más desnudo de todos los desiertos. “Digan lo que digan los doctos en cursilería que se han apoderado de este país, que alguna vez se envaneció del furor de su gente, no hay nada menos memorable que una infancia provinciana. Todo elogio de la provincia termina siendo un comentario sardónico en torno al aburrimiento”, dice.

Tenía razón Enrigue cuando auguraba aquello de que iba a decepcionar a todos: su escritura imaginativa y original devino en estilete hondo clavado en las entrañas de una nación desorientada. Su novela es el espejo partido de un lugar en el mundo que es el suyo y, mal que nos pese, también el nuestro.


CON POCO FUTURO COMERCIAL
MM: ¿La decencia de un México que ya no existe convierte a este libro en el más pesimista de su carrera?

AE: He escrito libros en estados de depresión más aguda, es sólo que la rabia y la indignación son más bien caseras en esta ocasión.
MM: ¿México se ve mejor desde lejos?

AE: Todo se ve menos chulo desde adentro.
MM: ¿Tal vez con los lentes de Malcolm Lowry, de Carlos Fuentes, de Roberto Bolaño?

AE: México es un país en el que muchas cosas se han hecho mal, pero ha sido muy exitoso caracterizándose a sí mismo a partir de ciertas peculiaridades míticas, entre las que está la mentira sobre una relación íntima con la muerte, o la que supone que tenemos una capacidad única para carcajearnos, de preferencia de lo que no deberíamos. Eso no nos hace más bravos, pero sí víctimas fáciles de la oportunidad narrativa.
MM: Piglia habló de las nuevas constelaciones de escritores, alejados de una tradición estrictamente nacional o continental. ¿Se siente usted parte de una nueva tradición?

AE: No, lo cual no ayuda. Es una postura con poco futuro comercial y está definitivamente opuesta al nazismo mágico que cosecha todos los premios, pero uno tiene que escribir lo que tiene que escribir. Me pidieron Decencia para un premio gordo de otra editorial, la leyeron y me dijeron que mejor no, que mejor cuando escribiera algo más europeo.
MM: ¿Atado a una tradición inesperada que podría hacer decir que esta es la más borgiana de sus novelas?

AE: No sé si una novela pueda ser borgiana, pero tendría que estar loco para decirte que no a lo que sea que me emparente con el apóstol de la escritura hispanoamericana. En cualquier caso, lo único que me importaba mientras trabajaba en ella era el peso específico del lenguaje, y eso lo aprendimos de él.
MM: ¿Acaso Decencia no se parece un poco a Blanco nocturno en la desmitificación del campo y sus tópicos?

AE: Piglia es un autor muy argentino…
MM: ¿Decir que los gauchos argentinos no comían carne porque en realidad no tenían dientes no es casi lo mismo que decir que la bebida nacional mexicana es un brebaje edulcorado y mentiroso?

AE: Las novelas sirven, entre otras cosas, para triturar mitologías; pero por otra parte lo que cuenta Decencia sobre el tequila es cierto, o lo era en el periodo: el tío Juan —tío de mi padre— vivía de venderle piloncillo a las tequileras. Nunca jamás vas a ver a un Enrigue beber tequila añejo: es aguardiente con mascabado.
MM: ¿No será usted el verdadero gaucho insufrible?

AE: Tarde o temprano, todos tomamos en préstamo ese hallazgo genial de Sarmiento: ¿Qué nos heredaron nuestros padres?, ¿qué le vamos a heredar a nuestros hijos? Civilización y barbarie.

PA’LANTE COMO UN ELEFANTE
MM: Aunque usted dice no utilizar las estrategias de sus personajes, ¿durmió tranquilo después de escribir la frase “Tanta Revolución para que al final terminemos siendo mexicanos”?

AE: Tranquilísimo. Tienes que pensar que crecí durante los horrores del nacionalismo revolucionario y que, como cualquier persona de razón de cualquier país, vivo agobiado por lo que no funciona. Si hubiera escrito otro tipo de novela habría podido decir: “Tanta democracia para que al final terminemos siendo priistas”, y nadie me hubiera podido decir que estoy equivocado.
MM: Un policial, una road movie… ¿acaso ésta es su novela más osada desde el punto de vista estilístico?

AE: Siempre he puesto empeño en estirar las estructuras hasta el sitio en que se quebrarían si las jalara un centímetro más. Esta vez la luz quería estar puesta en el lenguaje. Cuántas cláusulas puedes meter en una frase sin que se extravíe el lector, hasta dónde llega el olor de un adjetivo, en qué momento deja de significar un tropo.
MM: ¿No marca Decencia un viaje de ida a una temática y a una narrativa de la que ya no podrá salir?

AE: Al contrario, es el pago de una deuda que me libera: ya escribí una novela que incluso parece una novela, ya puedo ir a lo que sigue.
MM: Ha dicho: las novelas están para ser leídas y no mucho más que eso. ¿Cómo cree que leerán Decencia sus colegas mexicanos?

AE: Sentados y con buena luz.
MM: Por ahí ya encontré una reacción: “Esperaba encontrar algo de ese estilo efectivo y cristalino que leí en Hipotermia”. Quizás nadie esperaba que usted se pusiera tan profundo, ¿no cree?

AE: Los lectores más apasionados son como los amigos: les jode que cambies. Pero no te puedes repetir, lo que sea menos imitarte a ti mismo. Hay un mantra de Maelo —sonero mayor—: “Pa’lante, pa’lante, como un elefante”.
MM: En otras palabras, ¿está dispuesto a enfrentar las iras que despertará Decencia?

AE: Con las rabietas de mis hijos tengo suficiente.

COMO UN CUARENTÓN
MM: Tardó ocho años en escribir esta novela, pero mucho menos tiempo se necesita para leerla y entender unas cuantas claves que explican la situación actual de México y su violencia. ¿De dónde le vino tanta clarividencia?

AE: Puf. Será la ginebra.
MM: ¿Hasta Decencia sabía que México le importaba tanto?

AE: Me importa mucho que ciertas historias no se pierdan: mientras escribía Decencia sentía que si no la terminaba, la marcha mítica de los Enrigue fuera de Autlán se iba a perder para siempre. Que seamos mexicanos es circunstancial. O más elegante: me importan, como a Pacheco, tres calles, dos bosques, unas fotos por las que daría la vida.
MM: Usted no participa mucho de los debates políticos y literarios, pero de pronto aparece uno de sus libros para revolver las aguas. ¿Es una estrategia de marketing o fobia de aparecer en público?

AE: Escribir novelas es una forma artera de participar del debate público: una descarga de caballería apache. No un artículo profesoral, sino un emprenderla a patadas contra lo que ya no soportas.
MM: Sé que es muy difícil hablar de la obra propia, pero, ¿cómo se siente frente a la publicación de Decencia?

AE: Como un cuarentón: nada que demostrar.
MM: Y cuando digan de usted que el autor ha madurado, ¿da Enrigue un salto inesperado al vacío?

AE: La verdad es que la gentileza formal de Decencia es pura provocación. Es otro gesto suicida, escrito pensando que ahora sí es el último. Pero siempre me las he arreglado para trabajar en el libro que sigue, así que mejor no digo nada.
MM: ¿Tres libros de autores mexicanos que lo hayan impresionando últimamente?

AE: Casi nada, de Daniel Sada. Volví a leer El libro vacío, de Josefina Vicens, formidable; La ruina de la casona, de Maqueo Castellanos —si se me permite celebrar un libro que publiqué en mi avatar de editor.
MM: ¿Y de autores extranjeros?

AE: Estoy con Freedom, de Franzen, con mucha felicidad. Mañana tengo que tomar un vuelo largo, y en lugar de estar a dieta de tafiles me entusiasma la idea de pasarme un montón de horas aplastado leyéndolo. Me volvió loco The road, la novela de Cormac McCarthy. Quiero terminar con Franzen ya para poder entrarle a Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg.
MM: ¿No será esta su novela más universal por ser, precisamente, la más mexicana?

AE: Dios te oiga.

RICARDO PIGLIA


En la literatura argentina, un territorio donde la enorme sombra de Jorge Luis Borges (1899-1986) pesa con la fuerza de un gigante, Ricardo Piglia, nacido en Buenos Aires en 1941, aparece como uno de los narradores paradigmáticos del nuevo tiempo, capaz de hablar con esa sombra de igual a igual y de constituirse en una referencia insoslayable para poder entender algunos de los enigmas que plantea una narrativa poderosa y densa como la que ostenta el país sudamericano.
Con su obra literaria, entre la que se destaca Respiración artificial, aparecida en 1980, cuando la dictadura argentina erigida tras el Golpe de Estado de 1976 reinaba con un poder omnímodo y sangriento, el autor irrumpe con la eficacia de una poderosa linterna, iluminando aquí y acullá, tejiendo vías firmes de comunicación con una tradición de la que es opíparo deudor y mirando, como mira siempre Piglia, a un más allá que lo convierte en un escritor universal y disfrutable para lectores remotos y disímiles.
No sólo son sus novelas y sus cuentos (se dio a conocer en 1967, cuando su primer libro de relatos La invasión ganó el premio Casa de las Américas), sino también es su gran trabajo como ensayista lo que ha hecho de este autor tenaz y consistente como una roca, a veces inconmensurable como la pampa húmeda en la que se desarrolla su reciente y elogiadísima novela Blanco nocturno, uno de los más complejos y fascinantes del universo literario contemporáneo.
Por su pluma barroca y afilada de ensayista han pasado Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Manuel Puig, en un abanico cuyo sentido de experimentación y sin duda su rigor intelectual constituyeron la constelación alrededor de la cual Piglia ha hecho crecer su potente voz literaria.
Junto con otro gran escritor argentino ya desaparecido, Juan José Saer (1937-2005), Piglia es faro en una tradición distinta a la del boom encabezado por el colombiano Gabriel García Márquez. Se trata de una disidencia creativa que dio sus mejores frutos en paralelo al realismo mágico que concentró toda la atención lectora en los 70, una vía expresada a partir de un registro literario diferente, pero tan nutritivo como aquel que generara obras consagradas y muy leídas como Cien años de soledad y que se revalora en la actualidad con la certeza monterrosiana de estar descubriendo algo que ,como el dinosaurio, siempre estuvo allí. Dicho registro reemplaza la desbordada fantasía del mágico realismo por un surrealismo grotesco y provocador que parodia sin respeto alguno y con mucha inteligencia, primero a eso tan difuso llamado “lo argentino” y después a la tan mentada realidad latinoamericana.
“Me parece que se están formando nuevas constelaciones y que son esas constelaciones lo que vemos desde nuestro laboratorio cuando enfocamos el telescopio hacia la noche estrellada”, le dijo Piglia a otro “disidente”, el gran escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), con quien supo mantener una larga charla pública en torno a sus obsesiones literarias.
Como habitante, entonces, de una constelación extravagante, Ricardo Piglia se define con la modesta aristocracia que en sus tiempos también supo airear el buen Borges: “A veces creo que solo me lee un grupo de amigos y eso para mí es el éxito”, dice a DÍA SIETE con ternura convincente.
Tal vez aturdido por el éxito de Blanco nocturno, la novela que luego de trece años (en 1997 dio a conocer Plata quemada, de la que se hizo luego una exitosa versión cinematográfica) lo colocó en el centro de atención no sólo en su país, sino también en el resto de Latinoamérica y España, es que el escritor está ahora dedicado a escribir cuentos. “Como el mercado editorial no quiere cuentos, hay que empezar a hacerlos”, asegura.
La reciente novela de Ricardo Piglia es un policial que transcurre en un clima opresivo, donde todos se conocen y todos saben las historias de todos, en un pueblo donde el comisario Croce y su ayudante investigan el crimen de un turista puertorriqueño.
A medida que la historia avanza, el humor y la ironía se hacen lugar para muchas veces parodiar la tradición del gaucho que en Argentina, según Piglia, “obedece a reminiscencias que crean una versión turística del país”.
De las influencias que pueden rastrearse en Blanco nocturno, que entre otros temas explora la relación entre la ciudad y el campo, el autor argentino nombra al estadounidense William Faulkner como fuente de inspiración principal.
“Él es que construyó el condado de Yoknapatawapha, ese lugar imaginario que luego se repitió en el Macondo de Gabriel García Márquez y en el Comala de Juan Rulfo, entre otros”, afirma.
Cuenta Piglia que contaba Borges que decía Macedonio Fernández en clave de humor: “los gauchos fueron inventados para entretener a los caballos en las estancias”; esa burla desparpajada opuesta a la solemnidad pomposa de un folclore conservador que quiere pero no puede convertirse en corsé cultural para todo un país, es la carne que da sustancia a la obra de Piglia y que al mismo tiempo lo hace tan atractivo para las nuevas generaciones de lectores, que lo veneran.

JAMES FRANCO EN LOS OSCAR


Los principios básicos de la gran fábrica de sueños son, como se sabe, férreos e inamovibles. Hollywood es mucho más conservadora de que se piensa y la religión de la también llamada Meca del cine requiere siempre de fieles servidores a su causa. Uno de esos códigos que hacen que perviva a través de la historia esa enorme vitrina de famosos es que periódicamente aparezca una figura que, en apariencia, sólo en apariencia, resulte extravagante, distinto, salido de la cadena de celebridades como si de una mata salvaje en un jardín bien cuidado se tratara.
Algunos, desafortunamente, han pagado con la vida el precio de ser diferentes y la gran licuadora de celuloide se los ha tragado a edad prematura. Recordemos a James Dean, la gran estrella de los 50, quien murió en un accidente automovilístico cuando apenas tenía 24 años, dejando una impronta de actor rebelde y poco adaptado al sistema que se ha vuelto una referencia insoslayable en todas las épocas.
Más acá en el tiempo, el también rubio, también él con un rostro angelical, River Phoenix, sembró de oscuridad los 90 cuando murió a causa de una sobredosis en la puerta de una discoteca cuyo dueño era otro rebelde, el actor Johnny Depp.
A los 28 años, hace apenas dos, fallecía también a causa del abuso de psicofármacos el australiano Heath Ledger, el único actor en recibir un Oscar póstumo por su papel del Guasón en Batman.
Los “malos” suelen ponerse de moda y atraer la atención de los medios y de los fans con la fuerza de un imán. Cuando la rueda de la fortuna gira a su favor, hay malos que no caen en la trampa del show business y que se convierten en buenos para poder vivir un transcurrir apacible por una profesión que, a menudo, se convierte en una cruenta lucha de gigantes.
Tal fue el caso del irlandés Jonathan Rhys Meyers, quien a los 33 años ha dejado de ser noticia por algún escándalo ligado al consumo de alcohol, sustancia a la que es muy devoto. Precisamente, fue su costumbre de irse de copas la que hizo suspender el rodaje de la tercera temporada de Los Tudor, serie que el actor protagoniza y ahora, en su cuarta entrada a una clínica de rehabilitación, el recordado asesino de Match point, una de las obras maestras de Woody Allen, ha declarado su firme intención de alejarse del chupe. “Ahora beber no está dentro de mis objetivos de vida. Quiero hacer algo útil con mi vida y beber no es un sinónimo de eso”, dijo.
Manso y tranquilo como anda el otro irlandés famoso en Hollywood, Colin Farrel, quien desde que es padre ha dejado de frecuentar los antros y bebederos de Los Ángeles, teniendo en cuenta que el otro gran malo (malísimo) de Hollywood, Charlie Sheen, ya no es un chico, apareció en el firmamento la sensual figura de James Franco para demostrar que no todos son figuritas de Disney en el gran mundo del entretenimiento (aunque a juzgar por la reciente entrada de Demi Lovato en una clínica contra las adicciones, ya no se puede confiar ni en las estrellas adolescentes).

Ese notable parecido a James Dean

Claro que el actor de 32 años, nacido en California el 19 de abril de 1978, no es tan malo como parece y con ese notable parecido a James Dean, personaje que encarnó en una serie televisiva que obtuvo excelentes críticas y le supuso el Globo de Oro en 2001, sólo se ha dedicado a coquetear con la línea oscura de la marginalidad. Una vez apareció dando una entrevista a la cadena MTV con rastros de estar intoxicado con alguna sustancia extraña. Sus balbuceos recorrieron la red y el video fue muy visto en youTube. Otra, también en MTV, mientras oficiaba de presentador con su colega Seth Rogers, subió al estrado portando un cigarro que parecía contener marihuana. Una fotografía tomada al azar lo mostró luego durmiendo en plena clase en Yale, donde cursa un doctorado en Artes. Y hasta allí.
Quizás porque no son muchos los escándalos que ha protagonizado y tal vez porque ha demostrado ser un gran actor, como lo comprueba el hecho de su postulación a un Oscar como protagonista de 127 horas, la nueva película de Danny Boyle (Slumdog millionaire), es que este chico “bonito pero raro”, según la definición de un periodista estadounidense, ha sido el elegido para conducir la próxima gala de los Oscar, el 27 de febrero.
Dueño de una belleza salvaje que no parece cultivar con cremas ni afeites especiales, James Franco tiene además una imagen absolutamente normal y fresca que seduce tanto a quienes por empatía generacional podrían identificarse con él, como a las muchachas que alimentan los foros de fanáticas buscando siempre redimir al que se ve tentado de transitar por carriles no convencionales.
La ruta que recorre Franco, precisamente no es la habitual. Por lo pronto, el actor de Piña express, Comer, rezar y amar y Milk, entre otras, es un intelectual dedicado a coleccionar títulos universitarios (graduado en literatura, cine y artes por Yale y otras tres universidades), es un lector voraz de Shakespeare y Milton, entre otros grandes de la tradición literaria inglesa, escribe cuentos (recientemente ha publicado un libro llamado Palo alto que no ha sido muy bien recibido por la crítica especializada) y hace poco animó en el MOMA una performance de la famosa artista serbia Marina Abramovic, que se llamó “The artist is present” (El artista esta presente): una persona del público (en este caso, el conocido actor), se sienta en silencio frente a Abramovic el tiempo que quiera o pueda. La escena queda documentada mediante una foto en la que se inscribe la cantidad de tiempo que el participante duró. James aguantó 60 minutos.
A no dudarlo, entonces: las imágenes de James Franco que suelen captar los paparazzi son aquellas en las que la estrella de Hollywood aparece cargando una buena cantidad de libros. Y eso sí que es raro en la Meca del cine.

¿Quién es este chico?

James Franco siempre viste de forma casual, como en un grunge eterno algo pasado de moda: jeans despintados, playeras y tenis grises, que completa con unos rizos ensortijados y nada prolijos que pueblan su armonioso rostro. No es muy alto y tampoco es atlético. Quizás esa imagen desvalida de chico que se salteó varias veces la merienda en la infancia sea la culpable de la atracción que despierta en muchachas y muchachos (fue portada de una célebre revista para homosexuales y su éxito fue tal que lo titularon como “el heterosexual más gay del mundo”). Seguramente también ese look fue el que lo llevó a reinar en el mundo de la moda. En un traje negro mojado o en calzones y con el pecho descubierto frente al espejo del baño: James ha poblado las páginas de papel couché con una muy vista y elogiada campaña para Gucci.
Bebedor compulsivo de café de Starbucks (americano del día, bien cargado), Franco posee la rara inteligencia (y grata, cuando se tiene) de los que saben reírse de sí mismos. Así lo demostró en el papel especial que realizó en la serie de Alec Baldwin y Tina Fey, 30 rock. Allí, el actor hizo de James Franco y contrató a la rubia y alocada Jenna Maroney para que hiciera de su novia falsa y calmara la sed de los paparazzi.
Recientemente, la prestigiosa revista The New Yorker le dedicó un extenso reportaje en el que lo volvían a mencionar como todo un ícono para la nueva generación de actores estadounidenses.
No le gusta ese rol ni aquellos que cuestionan su formación universitaria y sus múltiples intereses.
“Sólo soy alguien curioso que le gusta explorar en varios terrenos”, suele decir, encogiéndose de hombros y mostrando todos los dientes en una sonrisa capaz de derretir al más desprevenido.

La fiesta del Oscar

El muchacho que estará acompañado de la actriz Anne Hathaway en la ceremonia de entrega de los Oscar, ya ha dejado saber que no sólo de célebres amputaciones viven los grandes actores estadounidenses (su filme 127 horas es la historia de un alpinista que sobrevive de milagro y luego de tomar drásticas decisiones en la montaña donde ha quedado atrapado. Muchos espectadores impresionables salieron casi desmayados de la sala de proyección). Es probable que en el momento de esplendor que vive el encantador James Franco, le permita bailar y cantar en la esperada gala. Así como lo leen: a los miembros de la academia del cine de Estados Unidos les parecieron pocos los 5 millones de espectadores que en el mundo vieron la ceremonia de los Oscar en 2010 y espera que la audacia y el desparpajo de un actor fresco como Franco, aumenten esa cifra 2011.
“Habrá mucho canto y tap. Este fin de semana estuvimos rodando algunas secciones que son pre-grabadas. Anne y yo bailamos, hicimos varias coreografías y grabamos varias pistas de voz. Tengo un gran coach, saca lo mejor de mí y hasta me alienta a hacer un musical en Broadway”, dijo el actor.
Será la primera vez que el presentador también aspire a una de las estatuillas grandes (la de mejor actor) y los realizadores de la gala ya se restriegan satisfactoriamente las manos por el morbo que ha despertado dicha circunstancia entre los aficionados.
Todos los focos estarán puestos en James Franco la noche del 27 de febrero. En el famoso Kodak Theatre de Los Angeles habrá lugar incluso para la abuela del actor, quien está convencido de que “será ella la que se robe toda la atención”.

lunes, 21 de febrero de 2011

ENTREVISTA A LEILA GUERRIERO


La periodista argentina Leila Guerriero (Buenos Aires, 1967) es sin duda uno de los cuadros destacados en un oficio que se muestra vulnerable en los inicios del nuevo milenio. Situación que ella no vislumbra grave, toda vez que la guía la firme convicción de que siempre habrá periodistas, más allá de las amenazas tecnológicas, más acá del trasiego de la información que parece repetirse machaconamente en los portales de Internet y no dar de sí algunas pistas para entender el complicado mundo circundante.
Ganadora del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI en la categoría texto, por su trabajo “Rastro en los huesos” publicado en la revista Gatopardo, Guerriero investigó en dicho reportaje las labores del Equipo Argentino de Antropología Forense que se formó para investigar los casos de personas desaparecidas en la Argentina durante la última dictadura militar.
En el libro Los suicidas del fin del mundo (Tusquets), la profesional realiza una exhaustiva crónica de un pueblo perdido en la Patagonia argentina, donde a fines de los ’90 una ola de suicidios de jóvenes conmovió a la sociedad.
Esta entrevista se llevó a cabo en México, donde la profesional dio un seminario de periodismo narrativo.
- ¿Qué opinión le merece la editorial del Diario de Juárez dirigido al crimen organizado en la que preguntaba “¿Qué quieren de nosotros?”?
- Me pareció una editorial muy provocadora, aunque reconozco que tengo poco contexto para analizar una situación semejante. También me pareció un texto muy ácido, pero imagino una editorial de ese tenor publicada en algún diario argentino y yo, como lectora argentina, la leería como algo provocadora y el mensaje, me parece, no sería: ahora vamos a publicar lo que el crimen organizado nos dicte. Más bien me parece un texto que denuncia la ausencia del Estado.
- Lo curioso es que en un momento del mundo en que se dice que los periodistas no tienen cabida en el nuevo orden, en el nuevo milenio, cada vez hay más ataques a la prensa…
- No creo en absoluto que el periodismo no tenga ya lugar, me parece una paparruchada. Nunca firmé al pie de ese discurso. No hago ninguna lectura al respecto, porque eso de que el periodismo ya no existe me parece un verdadero disparate.
- ¿Tuvo miedo alguna vez a lo largo de su carrera?
- Sí, claro, pero no se compara al miedo que puede haber padecido un colega que recibe amenazas. Como todo periodista sí he cubierto algunas cosas de la marginalidad que te ponen en cierta situación de riesgo…no sé, te encuentras a la noche en una villa miseria en medio de una balacera, por ejemplo, y no tienes celular y no sabes qué hacer, pero la verdad que al lado de lo que le sucede a otros profesionales en otras partes del mundo, donde prima la violencia, no me ha pasado nada. Creo que he corrido más riesgo en mi vida de civil que como periodista.
- ¿Hay un manual, una manera de cuidarse, en situaciones de riesgo?
- No tengo idea, creo que habría que preguntarle eso a un periodista de guerra o que vive situaciones de violencia todo el tiempo.
- ¿Usted toma alguna precaución especial?
- Las lógicas. Trato siempre de mantener un contacto firme en el lugar que visito y me aseguro de tener una salida, pero después me entrego. Soy de las que piensa que no vale la pena arriesgar la vida por algunas cosas.
- Escribir un libro como Los suicidas del fin del mundo supongo que le supuso algún riesgo emocional…
- No, de ninguna manera. Creo que el periodismo no se trata de involucrarse con la historia, me parece que uno tiene que mantener una distancia con el objeto a estudiar. Si te involucras demasiado con lo que estás haciendo, empiezan a pasar algunas cosas que uno ve en ese periodismo ñoño, cuando el periodista se pone a llorar con el entrevistado o profesionales que dicen que tal o cual cobertura le cambió la vida…No, a mí no me pasa eso. Sí era difícil emprender los viajes para hacer el libro, porque gastaba tiempo de mis vacaciones, tiempo de mi descanso, había como un agotamiento en eso, pero no por el tema en sí. Soy una persona muy fuerte y siempre trato esos temas “border”.
- ¿Y eligió ese tema porque le resultó interesante?
- Sí, totalmente. Los periodistas tenemos como una especie de radar para detectar aquellos temas que pueden ser interesantes para hacer un reportaje. Me llegó una gacetilla de la Ong Poder Ciudadano, que hablaba de implementar un plan de resolución de conflicto sin violencia en Las Heras y al principio pensé que era en Las Heras, Mendoza, o Buenos Aires, y me llamó la atención de que hubiera un pueblito con ese nombre en Santa Cruz y del que yo no tenía ni idea. La gacetilla hablaba de 22 chicos que se habían suicidado, en una ciudad petrolera, con iglesias, con embarazos precoces, con violencia intrafamiliar y dije: -bueno, acá hay un tema. Además, soy del interior, entonces esa relación en la capital y el interior plantea un conflicto que no se resuelve nunca, me interesa eso. Me pareció que Las Heras funcionaba un poco como el emblema de muchos pueblitos del interior que resumía muchas problemáticas: lo que había dejado el menemismo, la privatización de YPF, la mirada ombliguista de la capital…todo eso.
- ¿Encontró solidaridad en la gente del lugar para ayudarla a encontrar las historias que narra en su libro?
- Sí, la gente fue muy solidaria conmigo en todo momento. Yo iba con mucho tino y mucha discreción, por supuesto, que eso es importante para nuestra tarea. Me mandaban de una casa a la otra, había habido un silencio demasiado grande durante mucho tiempo, así que estaban ávidos en general por hablar. Una vez que obtuve la lista de los chicos que se habían suicidado, comencé a trabajar muy de a poco. Curiosamente, la lista completa no la tenía ni siquiera la policía. Finalmente la encontré en la funeraria, la tenía el hombre que los había enterrado a todos.
- Los libros resultan un muy buen canal de expresión periodística, ahora que los medios se han acotado mucho, por falta de espacio, ¿coincide?
- Sí. El tipo de periodismo literario o narrativo que hago tiene un buen espacio en los libros. Igual, cuando terminé de escribir Los suicidas… dije que nunca más iba a escribir un libro, porque me significó un esfuerzo muy grande, quedé muy cansada, muy vacía…ese discurso me duró un tiempo largo, tipo un par de años y ahora se me pasó. De hecho, ahora empecé a dirigir la colección de crónicas de Tusquets Argentina y me encanta la idea de encontrar buenos autores y buenas historias, es muy atractivo.
- ¿Ese puesto le va a quitar tiempo para la escritura del próximo libro?
- Estoy habituada a hacer mil cosas a la vez, la verdad, pero no creo…soy como súper organizada y muy obsesiva, si asumo un trabajo no siento que le voy a quitar calidad a otro.
- ¿Se formó en las redacciones?
- Sí, me formé allí, pero no podría decir que soy un animal de redacción porque no me gusta estar en ellas. Nunca escribí en las redacciones, por ejemplo, siempre escribí en mi casa. Es importante proteger el espacio de la escritura. En las redacciones suena el teléfono, una compañera viene a contarte un chisme, uno no puede hacer mucho allí. Estoy hablando del tipo de periodismo que hago yo, admiro por supuesto el periodismo diario, pero no lo sé hacer.
- Siempre tiene que haber un editor que le reciba la nota…
- Sí. Y he tenido suerte, suelo llevarme muy bien con mis editores. Las pocas clases de periodismo que tengo las obtuve de las redacciones y de los editores que tuve. De todas maneras, creo que las historias están en la calle, no en las redacciones. Si entro a un periódico y veo una redacción llena de periodistas la veo como un fracaso de nuestro oficio.
- ¿Qué opina de las nuevas tecnologías aplicadas al oficio periodístico?
- Bueno, creo que la tecnología no necesariamente te vuelve mejor periodista y tampoco te vuelve peor. Internet es una herramienta muy poderosa si uno la sabe usar, si uno sabe que ese no es el único recurso disponible. Jamás hago una nota basándome sólo en el material que encuentro en Internet. Hay muchos libros y revistas de épocas anteriores que no están cargadas en la red, por ejemplo. Hay gente talentosa que hace muy bien su trabajo y no creo que el periodismo esté peor que antes. A lo mejor el periodismo diario está sufriendo un poco la transición y se pierde un poco de vista el contenido. Hay historias que no se pueden contar en dos minutos. Los periodistas trabajamos con material sensible y en ese sentido me parece que pasa lo de siempre: hay gente que hace muy mal su trabajo y otra que lo hace muy bien y en ambas cosas no tiene mucho que ver la tecnología.
- ¿Estamos cerca de leer todo por la computadora?
- No, no estamos muy cerca. Es probable que se termine en algún momento la era del papel y seguramente aparecerá un medio que sea tan eficaz como el papel, que lo puedas llevar a la playa sin necesidad de enchufarlo en ningún lado, que puedas hacer un viaje de veinte días sin conexión a la nada sólo para leer…hay lugares maravillosos en el mundo que no tienen electricidad, yo suelo viajar a esos lugares y no me gusta pensar que no podré leer, pero por ahora falta tiempo para eso. Lo que sí me parece es que, papel o no papel, el contenido alguien lo va a tener que dar. No me asusta Internet o lo cibernético o que alguien se quiera leer una nota en una Blackberry, el punto es cuál va a ser el contenido, ¿va a estar bien escrito?, ¿qué va a decir?, ¿qué visión del mundo le vamos a contar al lector? Creo que eso se lo está preguntando muy poca gente.

ENTREVISTA A JACOBO SIRUELA


Un saco casual de color calipso, una camisa blanca, la melena plateada y una altura de casi dos metros: ¿así luce un verdadero conde? La voz firme y tenue a la vez, cierto aire recatado y las manos largas, cruzadas al frente de la mesa. Humano, demasiado humano, este Jacobo Fitz-James Stuart Martínez de Irujo, el tercer hijo de la Duquesa de Alba, la noble con más títulos de la monarquía europea y regente de una de las familias de mayor fortuna en el Viejo Continente.
Como Conde de Siruela, un título nobiliario otorgado por su madre, Jacobo ha elegido la profesión de editor para darse a conocer en el universo literario donde se ha ganado un respeto digno de aquellos que por vocación han dedicado su vida a los libros.
Primero fue la fundación, en 1982, de Ediciones Siruela, una empresa exitosa de la que se deshizo en el 2000, porque ya no le brindaba más satisfacciones y le creaba mucho estrés. Con la cuenta bancaria bien provista, se decidió en 2005 a fundar Ediciones Atalanta, junto a su mujer, la escritora y periodista Inka Martí.
Este hombre que no lee novelas y que considera que para todo buen lector todas las obras son contemporáneas, parece vivir en tiempos donde no sólo la nobleza era un símbolo de verdadera distinción. Más que su sangre azul, a Siruela le da sustancia su condición de erudito y así lo demuestra esta entrevista otorgada en exclusiva a DÍA SIETE, llevada a cabo en Oaxaca, ciudad a la que fue invitado para hablar de su oficio de letras.
- ¿Cuál es el momento más importante de la edición: aquel en que contrata a un escritor o un libro o aquel en que ya tiene el libro en la mano?
- Las dos son sensaciones excitantes. Prefiero, eso sí, cuando tengo el libro en la mano y más cuando el libro va bien. Bueno, como Atalanta es una editorial digamos artesanal, en la que cuidamos mucho el objeto-libro, también disfruto mucho ese larguísimo proceso. Si no hay ningún fallo, cosa que resulta milagrosa, lo disfrutas mucho.
- ¿Por qué dejar un proyecto tan grande como Siruela e irse a fundar Atalanta?
- Empecé a editar porque sobre todo me gustaba leer y quería editar las cosas que me gustaban. Dejé Siruela exactamente por lo mismo: porque me gustaba leer y allí ya no había libros que me gustaran. Esa es una de las razones, porque obviamente son varios los motivos que te llevan a dejar una empresa tan exitosa. Empecé con Siruela de una manera muy pura en los ’80, llegué a facturar en algún momento hasta ocho millones de dólares y aunque era un triunfo a veces los triunfos son una forma de fracaso. Lo cierto es que Siruela ya no me daba satisfacción, me había convertido en un esclavo de la obra que había creado. Eso me tocó a los 40 años…la famosa crisis de los 40 (risas)…
- Así que vendió la empresa…
- Exacto, hice un ejercicio de libertad, vendí la editorial, aun seguía dirigiendo seis colecciones para Siruela cuando me fui a vivir al campo y allí me di cuenta de que podía tener una editorial en cualquier lugar y volver a editar lo que me diera la gana otra vez. Entonces, me reinventé y fundé con mi mujer, Inka Martí, ediciones Atalanta.
- Con bastante éxito, es una editorial que hoy está en boca de todos…
- Para mí editar no es un trabajo, es una pasión y una forma de vivir. Eso es más importante que el éxito. Si uno trabaja de la manera correcta, al final los proyectos salen. Lo más importante es tener tus ideas claras y ser fiel a ellas. Con Atalanta me marqué tres vías y no me salgo de ellas aunque sean tres vías a contracorriente. Ir en contra de la corriente tiene un sentido empírico, porque eso implica buscarse un hueco que quede entre todas las editoriales existentes. Uno no puede fundar una editorial que ya existe, tiene que hacer una que no está en el mercado. Entonces empecé a ver que todo el mundo publicaba novelas y me dije: - pues yo no voy a publicar novelas, voy a publicar cuentos, voy a concentrarme en lo breve…en las nouvelles, los aforismos…etc. Ahora resulta que el cuento es lo que más vende…fíjate.
- Sí, ha vuelto a estar de moda el cuento…
- Esa colección se llama Ars Brevis. También me di cuenta de que la actualidad parece haber absorbido todas las categorías de la realidad. El mundo cada vez se vuelve más periodístico, por lo que decidí apostar por la memoria. Así nació la colección Memoria Mundi. En épocas de olvido como las que vivimos, la memoria se convierte en algo importantísimo. En este apartado hemos publicado obras muy interesantes como La historia de Genji, una novela de 1200 páginas que fue la primera que escribió una mujer en la corte de Japón en el siglo XI. Y escribió ese libro sólo para 50 personas, es decir, la Emperatriz y sus cortesanas. También publicamos Las Memorias de Casanova, en un libro de 3700 páginas. Es la primera vez que se publica en español la edición auténtica, pues la que venía circulando era la que hizo el francés Jean Laforgue y que luego maquilló la editorial alemana Brockhaus. Quitaron todas las cosas que les parecían muy obscenas, algún que otro episodio homosexual de Casanova, las críticas a la Revolución Francesa, en fin…Lo que hicimos fue la edición completa con más de 2000 notas y un índice onomástico de 200 páginas. También dimos a conocer El erudito de las carcajadas, una obra cumbre de la literatura china, escrita hace 400 años y que resulta una novela muy moderna para la época.
- ¿Y de qué trata la tercera colección?
- Se llama Imaginatio Vera y está dedicada a la imaginación, pero no la fantasía escapista, sino la imaginación como la entendió Samuel Coleridge, es decir, como un fundamento de la percepción del mundo. En ese contexto hemos sacado El fuego secreto de los filósofos, que ya va por la tercera edición. Hemos publicado Tres novelas en imágenes, del pintor alemán Max Ernst. Y me he estrenado como ensayista en esta colección con un libro que se llama El mundo bajo los párpados y que trata sobre la fenomenología del sueño, su relación con la historia, con lo sagrado, con el tiempo, con la muerte, etc. Afortunadamente, es un libro que ha tenido muy buenas críticas en España. Los sueños son, como dijo Gérard de Nerval, nuestra segunda vida.
- Entonces esto sería una nota de cómo el editor se convierte en escritor…
- Alguien me dijo que mi libro debía ser editado por otra persona y no por mí, pero la verdad es que si un privilegio tengo es que no tengo que recorrer las editoriales con mi manuscrito bajo el brazo. Pero luego hay otra cosa, he estado toda mi vida haciendo libros, escribiendo las solapas, haciendo el diseño gráfico y en este caso, en el caso del mío, ha sido muy interesante hacer el cuerpo y el alma del libro. Ha sido una experiencia muy grata.
Un editor en el campo
Jacobo Siruela y su esposa Inka Martí viven en El Ampurdán, un territorio de intenso sabor mediterráneo, que se halla situado en el este de la provincia de Gerona. El paisaje está formado por llanuras surcadas por carreteras y caminos que se acercan a los campos de girasoles, de arroz, de trigo y a los cipreses que protegen huertos y campos de manzanos. Entre ellos, en el interior se alzan pueblos medievales. Desde ese paraíso, el editor maneja Atalanta, con la ayuda de una secretaria.
- ¿Cómo es un día suyo?
- En el campo hay que estar muy ocupado. Las mañanas se las dedico a la editorial y las tardes a leer y escribir. Esas tareas se interrumpen cuando toca atender el jardín, que crece a medida que crece Atalanta. El jardín lleva ya diez años, la editorial cinco, con mi libro ocupé ocho años de investigación, son procesos largos, donde vas poco a poco…
- Un tiempo que va a contrapelo del vértigo a que estamos acostumbrados en nuestras sociedades…
- Efectivamente. Otra de las razones por las que dejé Siruela es que estaba estresado. El estrés es la enfermedad más sutil y maléfica de nuestra época. La suerte que tuve es que con Siruela rentabilicé veinte años de trabajo, gané mucho dinero y ahora puedo hacer lo que me dé la gana.
- ¿Y usted toma todas las decisiones en cuanto a qué editar o no?
- Bueno, mi mujer también participa mucho. La editorial es de los dos. Yo soy una especie de director de orquesta. Un libro es una objeto plural que implica un proceso muy delicado y en el que participan muchas personas.
- ¿Cuál fue el primer libro que lo conmovió?
- Bueno, es muy curioso, porque a los 15 años pasé de leer cómics a leer a Ortega y Gasset. Había caído en mis manos La rebelión de las masas y ese libro me cambió para siempre. Se trata de una obra profética, realmente. No es que me guste el estilo de Ortega, una retórica un poco pasada y tampoco me interesó mucho luego Ortega mismo, pero a partir de esa lectura nacieron mis inquietudes intelectuales. Ahora leo sobre todo ensayo, muy poca novela y me concentro en investigar el cuento.
- ¿Y las reglas tan ceñidas del cuento hay que cumplirlas o corromperlas?
- Bueno, creo que cada escritor tiene que tener sus premisas, aunque esas premisas estén para trasgredirse. El cuento, sobre todo en España, ha sufrido una enorme metamorfosis. En los últimos 20 años hay muy buenos cuentos y han ido cambiando las reglas. Aunque en Atalanta, los cuentos que mayormente hemos publicado son los clásicos, intentando presentar modelos. Mostrar, por ejemplo, unos cuentos buenísimos de Iván Turgueniev o el mito más largo que existe reflejado en la historia de Eros y Psique, de Apuleyo. Presentar al francés Vivant Denon, que sólo escribió un cuento en su vida, un cuento erótico maravilloso o bien “El viaje a la semilla”, del cubano Alejo Carpentier, en el que el tiempo gira al revés. En cuanto al cuento moderno hemos descubierto a un autor que en México ha despertado furor. Se trata del japonés Yasutaka Tsutsui de quien hemos sacado Hombres salmonela en el planeta porno y Estoy desnudo. Este hombre es genial. Ejercita con mucha naturalidad el género cómico, que me parece mucho más difícil que el dramático. Tsutsui es naturalmente transgresor. La transgresión impostada es detestable, sin duda, y en este autor es genuina.
- ¿Es bueno vivir lejos del mundillo literario?
- Creo que es el sitio más sensato para vivir en el siglo XXI. El campo ya no es lo que era. El campo con Internet te hace estar muy conectado con todo.
- ¿Y los cócteles?
- (risas) Como decía el cuervo de Allan Poe: never more, never more, never more…Eso se acabó.
- ¿Y cómo ve el problema de la lectura en el mundo? ¿Se acaba la lectura?
- Bueno, por empezar, aclaremos que no es problema de un editor si la gente lee o no lee. Ese es un problema del ministerio de Educación de cada país. A los editores les interesa si la gente compra o no. De todas maneras, no habría que ser superficial en este tema. Creo que lo más importante es que la gente lea, claro y, en ese sentido, lo que me interesa es publicar libros que no sean aburridos. Profundo no es igual a aburrimiento, a pesadez. Tanto para la editorial como para lo que escribo sigo las premisas de Italo Calvino: los textos deben tener levedad, rapidez y consistencia. Hay que huir de los pesados y de los pelmazos.

miércoles, 2 de febrero de 2011

CARLOS BAUTE


La sonrisa blanca con todos los dientes y el cabello prolijamente oxigenado cumplen cabalmente con el modelo de cantante pop, un canon previsible pero eficaz contra el que el venezolano Carlos Baute (Caracas, 8 de marzo de 1974) no se rebela. Antes, más bien, cumple con una voluntad de alumno bueno que enternece y convence, los ritos propios de un oficio al que se dedica desde hace más de 20 años.

El éxito masivo le llegó cuando el cantautor y presentador caraqueño ya era un hombre grande: premio sin cuestionamientos a su tenacidad expresado en las 40 millones de visitas que su video ha tenido en Youtube y en las 270 mil bajadas legales que en la red ha tenido su canción archidifundida “Colgando en tus manos”.

El tema fue el resabio de largas jornadas de grabación de su disco del 2008 De mi puño y letra y casi no queda en la placa porque al artista le parecía “un poco bobo”.

No estaba conforme con la letra y pensaba que “no le iba a interesar a nadie porque es muy personal y autobiográfico”.

La versión original tuvo una repercusión rotunda tanto a nivel latinoamericano como en España, donde Baute vivió en la última década. El batacazo lo dio sin embargo con el dúo que para la misma canción hizo con la española Martha Sánchez, una de sus grandes amigas, según se encarga de aclarar con prisa el propio cantautor. Fue precisamente el éxito de “Colgando en tus manos” cantado por la rubia y el rubio el que hizo crecer los rumores en torno a un posible romance entre ambos cuando la Sánchez se estaba divorciando de su marido. Los arrumacos de alta temperatura que se prodigaron el venezolano y la castiza sólo quedaron en el fuego necesario para un video y se enfriaron en las desmentidas mediáticas que espetaron los dos a la implacable prensa rosa española.

“No puedo evitar los rumores y los titulares, por eso no hablo de esos temas”, dice Carlos Baute a GENTE y la actualidad, conciente de que todas las entrevistas tarde o temprano llegarán al punto aquel en que la periodista le pregunta por el presunto hijo caraqueño que reclama en Madrid y a voz en cuello, ante todos los programas de televisión que lo reciban, que el cantautor se realice las pruebas de paternidad.

Más grato le resulta hablar, sin perder la sonrisa, de su nuevo trabajo, un compilado de nuevas canciones de amor reunidas bajo el título Amarte bien, donde deja atrás la melancolía y celebra un optimismo resplandeciente.

A camino entre Miami, Madrid y el Distrito Federal, sitios en donde es requerido desde que alcanzó la fama en ese corpus difuso llamado “música latina”, Baute dice que va a Caracas, su ciudad natal, “mucho más de lo que la gente piensa. Me gusta mucho Caracas y amo Venezuela”, afirma, negándose al mismo tiempo a pronunciarse políticamente. El “chavizmo”, se sabe, divide las aguas y no es excepción en él. “Por hablar de política, a Ricardo Montaner le sacaron el pasaporte, no quiero que eso me pase a mí”, se defiende.

“Después de todos, el venezolano no cambia y suele caer en los mismos errores –apunta- como nos pasó con Carlos Andrés Pérez (el ex presidente recientemente fallecido), al que reelegimos a sabiendas de todo lo mal que lo había hecho en su primer mandato”.

Precisamente en su nuevo disco, Baute evoca a Pérez con la canción “Ni bien ni mal sino todo lo contrario”, citando una frase textual del ex mandatario “que acostumbraba a usar muchas palabras sin decir esencialmente nada”, explica el músico.

“Los temas que yo hago son alegres, son de amor y nunca sé si van a tener éxito masivo, pero lo que busco es cantar y contar las cosas que me pasan, creo que la gente nota esa sinceridad y la valora”, declara también a propósito de su trabajo.

“Amarte bien”, “Cuando tú no estás”, “Quédate un poquito más”, “Todo se olvida”, “Tu amor despierta cosas bonitas”, “Loquitos de amor”, “Tu cuerpo bailando en mi cuerpo”, “Alborotaste mis sentimientos”, “Te ofrezco todo lo que soy” y “Sueño con poderte encontrar”, son las otras canciones del disco, lleno de evocaciones musicales relacionadas con la tradición folclórica de Venezuela.

“Se me dio por usar instrumentos musicales típicos de Venezuela, como el cuatro, y no es capricho o moda. Yo vengo haciendo folclore de mi país desde el 94 y la música de mi tierra está muy metida en mi trabajo”, dice.

ENTREVISTA A FLAVIO SOSA


Flavio Sosa (San Bartolo Coyotepec, Oaxaca, 1953) viene de atravesar varios infiernos. Las llamaradas le quemaron fiero cuando al frente de la APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca) se enfrentó como un acorazado al hoy ex gobernador de Oaxaca, el polémico y cuestionado priísta Ulises Ruiz.

Fue después de una marcha de 19 días en apoyo a los maestros, en octubre de 2006, que dejó como saldo una veintena de muertos, entre ellos el joven periodista estadounidense Bradley Will, que el político que no terminó la escuela primaria y que hoy ocupa un curul como diputado de su región, fue apresado y enviado a la cárcel de Almoloya.

En la prisión tuvo que vérselas con el Diablo personificado en un sistema de silencio que, según él mismo cuenta a GENTE, “tenía como objetivo hacerme perder la razón” en un cubículo de dos por dos, permanentemente iluminado, con una cámara que grababa cada uno de sus movimientos durante las 24 horas del día.

Podía salir durante una hora a una especie de patio donde veía el cielo recortado y podía leer un libro por semana. La ansiedad por hacerse de un ejemplar de Cien años de soledad lo carcomía, pero no tuvo suerte. La novela que hizo famoso a Gabriel García Márquez es la que más piden los presos, nunca estaba disponible.

Sosa es un político a la vieja usanza: poco estrado y mucha lucha a pie. Desde niño sintió el llamado de la militancia y se hizo dirigente campesino. Adscrito a la izquierda más radical, primero fue del PRD, partido que ayudó a fundar en su región, en el 2000 acompañó a Vicente Fox en la campaña presidencial, tras lo cual creó el Partido de Unidad Popular, que abandonó luego por diferencias con el líder de la comunidad triqui Heriberto Pazos.

Hoy, el político de base que había reingresado a las fila del PRD en 2005, fiel al mandato de Andrés Manuel López Obrador, milita en las filas del Partido del Trabajo (PT).

Grueso, escondido tras una barba hirsuta, tímido y firme en el hablar, de pocos gestos, Sosa se muestra convencido de que Ulises Ruiz debe ser juzgado “por sus crímenes”, se apresta a luchar desde la trinchera de la cultura como miembro del parlamento que acompañará la gestión del gobernador aliancista Gabino Cué y se disculpa con cierto pudor porque en su vestimenta de legislador no incluirá la corbata.

“Me resulta incómoda y por otro lado tengo unos cuantos kilos de más, no me queda bien”, se excusa.

En el fascinante proceso político que vive Oaxaca, donde un joven mandatario cobijado por grupos políticos tan disímiles como los pertenecientes al PAN, Convergencia, PRD y PT, es visto por los miles de pobladores como un salvador, Flavio Sosa será sin dudas un contrapeso importante. Tiene una alta influencia entre los trabajadores y en las comunidades indígenas en una región que, según el nuevo gobernador, “está rezagada en un 18 % ciento en el nivel de la pobreza nacional, comparada con el resto de las regiones”.

Sus enemigos lo acusan de ser un adalid de la violencia. Este Flavio Sosa modelo 2011, conciente de su poder y de sus logros, cultiva un discurso apacible y de apoyo absoluto a la incipiente gestión de Gabino Cué, “por lo menos, hasta que se demuestre lo contrario”.

- ¿Qué es lo que primero le viene a la cabeza cuando recuerda los hechos del 2006?

- A una gran marcha de miles y miles de personas que brotan como ríos por las calles y que se van juntando para mostrar su inconformidad frente a un gobierno autoritario.

- ¿Hubiera hecho algo distinto a lo que hizo entonces?

- No. Lo único que ha cambiado en mí desde entonces es la percepción de que necesitamos ser más exigentes con los gobiernos de turno. Creo que los opositores al régimen anterior consentimos mucho demasiadas cosas. De alguna manera, por ese consentimiento, todos fuimos cómplices de Ulises Ruiz; intentábamos llegar a acuerdos con un régimen totalmente autoritario, mediante las formas tradicionales de representación política intentábamos cambiar las cosas, mientras el gobierno se iba descomponiendo hasta llegar al extremo que llegó. Tuvimos que haber sido más exigentes.

- ¿Es una autocrítica?

- Sí, desde luego. El sistema de partidos políticos se fue descomponiendo en México y particularmente en Oaxaca se fueron diluyendo las fronteras entre un opositor y un partícipe de un acuerdo con el régimen. Creo que los que militamos en partidos políticos opositores tenemos también una enorme responsabilidad en los hechos del 2006.

- ¿Los muertos fueron daños colaterales que estaban previstos?

- No. Fue algo terrible. El régimen autoritario se manchó las manos de sangre. Fue un régimen que llegó con ilegitimidad y que no se legitimó con el ejercicio del gobierno. Se fue descomponiendo paulatinamente ejerciendo lo que Ulises Ruiz y su gente llaman “autoritarismo eficiente”, una forma que no aceptó la gente de Oaxaca y que finalmente hizo explotar una realidad que vivía la población desde hace muchos años: la pobreza, la desigualdad social, la exclusión, los caminos cerrados a la juventud, las escuelas que no satisfacen a los estudiantes, las mujeres que viven en un sistema opresivo, los mecanismos de representación política agotados, todo eso estalló. La movilización popular no pensó en los muertos. Fue el sistema que reaccionó de una manera impensada, matando a muchos compañeros valiosos, torturando a centenares de personas, violando las leyes de derechos humanos, cometiendo crímenes de lesa humanidad. Eso fue lo que pasó.

- ¿Qué pedía la APPO específicamente?

- La salida de Ulises Ruiz era un clamor que nos aglutinaba a todos, pero pedir la salida del gobernador era al mismo tiempo cuestionar una forma de relación entre gobierno y sociedad que había dejado décadas de miseria, de manipulación, de control, de autoritarismo asfixiante.

- ¿La sociedad oaxaqueña tenía miedo?

- Sí, porque Ulises Ruiz gobernó bajo la premisa de Maquiavelo: si no te aman, que te teman, así que se dedicó a sembrar el terror desde el primer día de su gobierno.

- ¿Y usted de dónde salió, Flavio? ¿Cuándo era chico quería ser dirigente político o jugador de futbol?

- Mi infancia fue la de un niño campesino nacido en los valles centrales de Oaxaca. Mi padre fue jornalero agrícola. Sé sembrar la tierra, sé cortar alfalfa para darle de comer a las vacas, sé ordeñar, arriar una yunta. Pertenezco a una familia numerosa que tuvo muchas dificultades para salir adelante, soy el primero de cinco hermanos, el mal ejemplo (risas).

- ¿Y entonces?

- Quería ser profesional, pero pronto tuve que dejar la escuela y me fui a los Estados Unidos a trabajar. Crucé como ilegal en la doble caja de un trailer y llegué a Nueva York, donde estuve dos años laborando como mesero y lavaplatos. A mi regreso estuve militando con algunas organizaciones productivas en la costa de Oaxaca y luego me incorporé a la política partidaria, en la que inicialmente no creía, aunque mi visión cambió con el surgimiento del “cardenismo” en nuestro país. Cuahtémoc Cárdenas ofreció a la lucha democrática mexicana un gran esfuerzo para convencernos de que las cosas debían cambiar por la vía pacífica. Yo estoy convencido de ello también, pero a veces nos cierran las puertas y pareciera que nos quieren decir que esa no es la vía: tomen los fierros. A mí no me convencen los fierros.

- ¿Cómo fue su experiencia en la cárcel?

- Almoloya es una cárcel infrahumana, donde no conoces tu entorno, donde se ejerce un encapsulamiento total del individuo para borrarte la personalidad y hacerte sentir un número. Eres un objeto de castigo, estás ahí porque eres un criminal de alta peligrosidad. Tienes que estar absolutamente encerrado durante las 24 horas del día, con cámaras y luz encendida todo el tiempo, sin derecho a dialogar con nadie, sufriendo las humillaciones más terribles que te puedas imaginar. Cada vez que sales a una especie de patio, que es en realidad un cuarto sin techo, eres desnudado y no tienes un objeto personal en tu celda. No convives con ningún otro reo.

- ¿Y qué sentía usted en esos momentos?

- Para mí la cárcel era una calavera, que simboliza la muerte en mi cultura, y yo era un gusano dentro de esa calavera. Te prestan un libro semanalmente que tienes que elegir de una lista con 25 títulos. El problema es que el señor que te alcanza los textos no puede hablar contigo. Sólo ves una lista de títulos sin autor, no sabes si es poesía, cuento o novela. De pronto ves un título como “La primavera”, lo eliges y resulta que es un cuento de cinco páginas que te lees en cinco minutos. Tienes que esperar hasta la próxima semana para otro libro. Una vez tuve suerte porque en la lista aparecieron las obras completas de Octavio Paz. Esa fue una de las lecturas que más aproveché en prisión.

- Leyó Los miserables también…

- Sí, es algo que quería leer, al igual que Cien años de soledad, pero ese es uno los libros más solicitados en la cárcel.

- ¿Se siente capacitado para ser diputado?

- Bueno, así como está la clase política creo que cualquier ciudadano está capacitado. (risas). Sí tengo experiencia política y poseo ciertas herramientas que me permiten proponer leyes, que me permiten cuestionar la realidad. Por ejemplo, cuestionaremos severamente el último informe de gobierno de Ulises Ruiz, quien dejó al estado de Oaxaca sumido en un estado de desastre, como si por aquí hubiera pasado un tsunami.

- ¿Por qué cree que hubo tantas resistencia a su nombramiento como diputado?

- El sistema fue con todo en mi contra, no querían una voz crítica como la mía en la cámara de diputados. Como víctima que he sido del tirano, estoy listo para iniciar una batalla jurídica en su nombre, al lado de tantas otras personas que también fueron sojuzgadas por él. No puede ser que más de 500 personas hayamos sido encarceladas y luego liberadas sin ningún cargo en nuestra contra. Ellos secuestraron mi personalidad y para obstaculizar mi camino político me muestran públicamente como alguien que no soy. Amo la vida, la cultura oaxaqueña, la paz y la justicia. No soy un violento, no soy un criminal, no soy peligroso.

- Gabino Cué dijo hace pocos días que si Ulises Ruiz cometió delitos durante su gobierno, será juzgado…

- Bueno, el señor gobernador se está comprometiendo cada vez más con su pueblo, ahora tendrá que cumplir.

- ¿Cómo ve el hecho de que Gabino Cué sea visto como un salvador por el pueblo de Oaxaca?

- Gabino tiene una responsabilidad, porque hay una gran expectativa, tal como lo demuestran algunos estudios recientemente llevados a cabo. La gente de Oaxaca espera mucho de su nuevo gobernador: trabajo, paz, justicia, concordia, nuevas leyes… Mi idea es que nosotros tenemos que actuar como ciudadanos para obtener todo lo que necesitamos y no esperar todo de la clase política.

- ¿Usted qué piensa de Gabino Cué?

- Que es un hombre moderado e inteligente que caminó por todas las comunidades indígenas de Oaxaca y que prometió muchas cosas. Ahora tiene que cumplir. Tengo esperanzas en él. La política tiene una dimensión ética y una dimensión histórica, cuando Gabino pisó los municipios más pobres de México, tomó conciencia de su responsabilidad ante la historia. Se dio cuenta de que a esa gente no se la puede engañar más y creo que el gobernador va a actuar a la altura de las circunstancias.

- Pobre Gabino, con usted a la izquierda y con el reaparecido José Murat a la derecha…

- (risas) Bueno, en la cámara de diputados estamos haciendo verdaderas maniobras de equilibrio, tenemos a 16 diputados del PRI, 11 del PAN, 9 del PRD, 3 de Convergencia, 2 del PT y 1 de la Unidad Popular. Entre fuerzas tan diferentes tenemos que hacer un rompecabezas que le dé certeza jurídica a la sociedad, para que la gente vuelva a confiar en las instituciones y en las leyes. Estamos empeñados en hacerlo y para ello debemos acordar. Una periodista me cuestionaba hace poco el hecho de que el PT llegara a acuerdos con el PRI y le respondí que, efectivamente, para cambiar la sociedad hay que acordar, para eso nos votaron.

- Entonces no le asusta la presencia de Murat en el escenario político oaxaqueño…

- Es un actor político más. El problema con el PRI no es que sea partido, sino que tenía el aparato de gobierno para arrollar a sus opositores, por eso, el desafío grande de la nueva política nacional es no comportarse como se comportaba el PRI.

- Ahora usted abandonó la calle por el recinto de diputados…¿usará corbata?

- No me gusta la corbata, siento que me asfixia, amén de que estoy un poco pasado de peso, un poco bastante. Más allá de la vestimenta, no he abandonado la calle, necesito respirarla, la calle está llena de gritos, de protestas, de reclamos…

- ¿Por qué a usted no lo mataron en Oaxaca, como a tanta otra gente?

- Reflexioné mucho sobre esa posibilidad. Alguien dice que soy una construcción mediática y que por eso no me asesinaron, no sé, puede que tenga algo de razón esa apreciación. Otros dicen que era un político con experiencia y que me metí en medio del remolino, tal vez. Cuando me vi en medio del remolino, me di cuenta de que la única forma de protegerme y de proteger a mis compañeros era hacernos muy visibles. Como un acto de supervivencia, tal como he aprendido de otras luchas latinoamericanas. Oaxaca fue Nicaragua, El Salvador, Chiapas… Nunca me cubrí el rostro. Nuestra lucha era legal y era pacífica, no había por qué esconderse.

- ¿Y con quién baila usted mejor las rancheras, con Marcelo o con Andrés Manuel?

- Bueno…creo que México necesita un presidente como Andrés Manuel López Obrador. Hay que parar el sistema neoliberal, hay que construir un modelo político acorde a la realidad del país y para ello se requiere de un hombre con temple, respaldo popular y compromiso con los más desprotegidos.

- Pero si el candidato de la izquierda termina siendo Marcelo Ebrard, ¿usted lo va a apoyar?

- Claro que sí. Marcelo es un tipo inteligente, moderado, que está haciendo un gran gobierno en el Distrito Federal.

- ¿Y leyó al final Cien años de soledad?

- Sí, tres veces.