viernes, 19 de enero de 2007

Astor



Mi amor
cuando olías la tierra de las macetas
cuando dormías directamente arriba de las plantas
y nos mirabas desde tu limbo con ese desparpajo e indiferencia que nos derretía
cuando te llamábamos y corrías a nuestra falda como si fueras un perrito
cuando te parabas a los pies de mi cama -generalmente eran las 6 de la mañana- y maullabas con el sonido que llamé "Atún Tuny al agua". Cuando desde tu tamaño de pelota de tenis mirabas azorado al gigante de Tobías, como diciendo: ¡qué tonto puede ser un perro!
Aquel día que con Gabriel y Carlos te trajimos a la oficina. Melina bajó, te tomó en brazos y fuiste de ella para siempre. Cuando te enojabas porque Meli se ponía perfume, cuando corrías por la casa escapándose de sus carcajadas, cuando le amasabas la cabeza, cuando te escondías en tu pelo
cuando te llevamos por primera vez en vilo a la veterinaria
cuando te querías sacar a la fuerza las horribles cánulas de las patas
cuando, al fin, volviste a pedir Atún Tuny al agua.
Cuando regresaste
cuando te fuiste
cuando hace unos días ya no podías ni mirar con esos ojos tremendamente triste
cuando dejaste de dormir en la almohada
de esconderte debajo del refrigerador
adentro de la caja de galletas
de los closets
cuando te llamábamos Astor y te dabas vuelta como diciendo: No me molesten
ahora estoy dedicado a ser bello

eras solo un gatito de ocho meses
pero a menudo este universo no puede soportar tanta hermosura.

ENTREVISTA A NORAH JONES




Norah Jones es pequeña, morena, suave. En esta tarde nublada del invierno mexicano, parece disolverse en el enorme sillón de cuero negro donde espera con paciencia de orfebre a la seguidilla de periodistas de diferentes partes del mundo que se ha congregado en un lujoso hotel del Distrito Federal.
El hábito hace al monje y para las entrevistas exclusivas a propósito de su último disco, Not too late (que EMI distribuirá a partir del 30 de enero), la hija del músico indio Ravi Shankar y de la organizadora de conciertos Sue Jones, se ha vestido con un atuendo celeste que acentúa sus rasgos cetrinos y esos inmensos ojos negros que han dado la vuelta al planeta. Sensualidad, mirada profunda y una voz de peluche que los críticos han alabado hasta el hartazgo conforman el capital visible de esta muchacha nacida en Brooklyn el 30 de marzo de 1979. La presumible timidez y espanto ante las luces de la fama que han construido una leyenda alrededor de su personalidad, parecen sin embargo haber quedado en el olvido. Resuelta, firme, muy cómoda ante la perspectiva de un nuevo disco que contiene 13 canciones propias, la Norah modelo 2007 está bastante lejos de aquella adolescente de 22 años que conmocionó el universo musical en 2003 con Come Hawai with me, un álbum hecho entre amigos que vendió millones de unidades y que otorgó a la Jones premios Grammys y Billboards en cantidades incendiarias.
Luego siguió Feels like home, con el que vendió 10 millones de discos y se diera el gusto de cantar al lado de la estrella del country Dolly Parton.
Tras una experiencia un tanto bizarra y gozosa en The Little Willies, la banda de country producida por su esposo y bajista, Lee Alexander, Norah ha regresado al formato que mejor le sienta: ella al piano, una banda acústica y esa voz espesa y volátil en partes iguales, la Jones de siempre para sus miles y miles de fans.

Su historia en la música parece una historia de lealtad: fiel a sus músicos, fiel a su estilo y fiel también ahora a sus fans, que no se sentirán defraudados con Not too late.

JONES: Soy una persona fiel. Soy fiel a la música que quiero hacer y a mi banda. Y amo a mis fans, han sido increíbles conmigo. Siento también que puedo hacer cosas distintas y, tú sabes, no sé… siento que en este punto he sido fiel pero, pero no creo que haya algo malo con romper y hacer una separación e intentar cosas distintas también. Así que, en el futuro tal vez lo haga. Siempre he sido una buena persona y no voy a abandonar a mi banda y dejarlos sin dinero o algo, pero, definitivamente, todos queremos intentar cosas distintas en nuestras vidas así que nunca digo nunca.

A la hora de componer, de proyectar su carrera ¿se siente muy sola o piensa en mucha gente?

JONES. Incluyo a toda la gente en el proceso de hacer discos. Pero, hablando de mi carrera y esas cosas trato de no pensar en nadie. Soy algo controladora, creo.

En la canción “Sinkin’ Soon,” ¿es la misma Norah Jones de siempre o surgió otra Norah Jones?

JONES: Creo que suena bastante distinto a lo que he grabado anteriormente, pero no sé si es algo nuevo o es algo que siempre estuvo ahí y ahora está saliendo. No lo sé.

Sería magnífico hacer un disco entero en esa línea, con usted cantando casi como en una comedia musical.

JONES: (risas) Sí, sería divertido, es cierto.

¿Es usted una música de jazz o de country?

JONES (visiblemente molesta por la pregunta): Ninguna de las dos, creo que soy sólo un músico. Amo toda la música, pero estoy muy influida por ambas. No me gusta ser etiquetada.

De los que dicen que usted prefiere la música country...

JONES: Ellos no saben lo que prefiero; digo, no están dentro de mi cabeza.

Ahora usted va a preferir el cine…

JONES (risas): ¡Nunca! Lo disfruté, fue muy divertido. Representó una experiencia muy distinta y creo que es importante probar cosas diferentes, aun cuando te asusten. Incluso aun cuando puedas fallar. Fue divertido para mí, pero creo que la música siempre será la pasión principal en mi vida.

¿No está nerviosa?

Sí, mucho. Pero, como dije antes, para bien o para mal fue bueno tener la experiencia y creo que el resultado será una película hermosa.

Cierra los ojos y usted al piano, ¿a qué músicos le gustaría tener idealmente? En el saxo, no sé… a John Coltrane, en la trompeta a Miles Davis...

JONES: Nunca podría superar a John Coltrane. Amo a John Coltrane, pero nunca podría tocar con él porque no puedo alcanzarlo. No sé, nunca había pensado en eso, sólo me gusta escuchar a esa gente.

Supongo que ama a los músicos con los que está ahora.

JONES: Sí, sí. También amo trabajar con nueva gente, pero me he quedado un poco estancada con los que tengo ahora, porque confío en ellos y pienso que mientras más tiempo toquemos juntos, lo haremos cada vez mejor.

Se habla de usted como alguien muy celoso de su música y sin embargo también ha vendido nada más y nada menos que 16 millones de discos. ¿Cómo logra el equilibrio entre ambas cosas?

JONES: Sólo soy celosa de ello, en el sentido de que quiero ser la que controla todo. Si mi nombre y mi foto van a estar al frente, entonces quiero que todo sea mío, no quiero a nadie más. Y quizás cometa errores, quizás haga cosas que no me gusten después, pero aun así quiero que todo salga de mí.

Ya no le preguntan tanto, cómo es que llegó a vender tantos discos.

JONES: No te creas, todo el mundo me pregunta eso todavía y la verdad no es algo que yo sepa. No sé, no tengo la menor idea.

¿Qué le gusta hacer Norah cuando no hace música? En Nueva York, caminar…

JONES: Cuando no estoy haciendo esto (N.d.R.: dar entrevistas), sigo haciendo música. También me gusta ir al cine o ir a comer: cosas normales.

¿Nunca será Norah Jones de Alexander?

JONES: No cambiaría mi nombre, me gusta. Siempre me ha gustado, es corto.

Porque hay algunos que quieren que sea Norah Jones de Ravi Shankar.

JONES: (risas) Bueno, siempre crecí siendo Norah Jones. Y es sólo el nombre que siempre he tenido. Además, mi padre no fue parte principal en mi crecimiento y ahora somos muy cercanos, pero me quedaré con mi nombre. Yo soy mi única mujer. De hecho Lee (Alexander) ha sido esencial para el desarrollo de mi música, desde el primer disco. Sí, estamos juntos y somos importantes en la vida de cada uno. Aun sin la música nos amamos mucho, pero la música es una parte importante de nuestras vidas.

Además su madre sabe mucho de música o supo mucho de música. Fue una productora de discos, ¿verdad?

JONES: No, ella trabajó como promotora de conciertos, pero sólo unos cuantos años. Ama la música, de todos modos, y lo que aprendí acerca de la música, lo aprendí de ella.

Hay una sola mujer en el disco aparte de usted, la que toca el cello…

JONES: Julia Kent es una de mis mejores amigas; de hecho, ha estado en mi banda por muchos años y canta en algunos temas.

Pero usted se lleva mejor con los hombres tocando, ¿no?

JONES: No necesariamente, es sólo como ha sucedido..., pero sí, es cierto. Me gustan los hombres. También, cuando estoy de gira, sólo el hecho de que Julia sea mi mejor amiga y que también esté en la banda representa mucho. Todo sería muy muy distinto si no estuviera ella ahí. Sería muy difícil estar yo sola con todos los hombres. Es importante para mí que ella esté.

¿Qué cosas la acercan y la alejan de chicas que también componen en el piano como Diana Krall o como Patricia Barber?

Sí, todas son distintas. Tú dices Diana Krall, Patricia Barber... Pero, también hay otras pianistas como Fiona Apple, Alicia Keys. Todas tienen una veta distinta. Creo que todas tenemos un amor hacia cierto tipo de música; aunque podrías encontrar muchas influencias comunes, creo que cada una tenemos un sabor y direcciones propias.

¿No diría que hay como un resurgimiento de las chicas al piano?

JONES: Sí, creo que sí. Aunque en mi caso, me gusta también de vez en cuando abandonar el piano y cantar en el centro del escenario. He comenzado a tocar un poco de guitarra y encuentro eso realmente liberador y divertido. Amo el piano, pero cuando estoy tocando en público, el piano se vuelve inmenso,siento que me estoy escondiendo o algo así.

¿Alguna vez va a tener una relación así como la de la brasileña y explosiva Eliane Elías con el piano o siempre va a tocar el piano muy suavemente, tan íntimamente?

JONES: Bueno, nunca he sido una persona muy “boombastic”, al menos musicalmente. Quizás en mi otra vida sí, pero ya veremos… no lo sé. Me gustan los pianistas que tienen un toque muy suave.

La diferencia con Diana Krall, además es que usted no está casada con Elvis Costello…

JONES: ¡Gran diferencia!, acaban de tener gemelos. Están tan enamorados, es una belleza verlos. Estoy casada con un gran escritor de canciones, pero no es precisamente Elvis Costello… ¡No, no estoy casada!, ¿qué estoy diciendo?, tú sabes a qué me refiero…

El otro día leí que en Japón, la gente ya no puede tocar el piano porque ya no hay lugar para el piano en la casa, imagínese una vida así usted sin poder tocar piano.

JONES: Sí, he vivido antes sin el piano y es duro. En la universidad, después cuando me moví a Nueva York, durante algunos años nunca tuve uno y después tuve uno pequeño.

¿Qué valor tiene para usted una canción?

JONES: Las canciones son algo muy hermoso, te llevan a lugares distintos. Algunas veces te dicen qué estás sintiendo. Así, cuando tengo este sentimiento, una buena canción me provoca rebobinarla y escucharla nuevamente.

¿Cuándo sabe que la encontró, que está aquí la canción?

JONES: Cuando te gusta y la quieres escuchar otra vez, y dices: “oye, está muy bien”.

Dígame cuál es la mejor canción de Not too late, su último disco.

No lo sé. Siento que este álbum es un todo. Y sí tengo canciones favoritas, como “Sinkin’ Soon” es una canción muy buena. Hay otro par de canciones como “Broken” y “Not too late”, también me gusta la primera canción del disco (“Wish I could”), pero el álbum es un todo. Las canciones encajan juntas muy bien. Y creo que si lo escuchas todo, y no sólo estoy tratando de venderlo, funciona muy bien en conjunto.

El 13 es un número de mala suerte, pero en su caso parece que no.

JONES: (Risas), ya veremos.



EL DISCO (Recuadro 1)

Not Too Late es una colección de 13 canciones originales de Norah Jones. El disco está producido por Lee Alexander.
Las dos excepciones son “Sinkin’ Soon,” co-escrita por Norah con Kurt Weill con la participación del cantante y compositor M. Ward en las vocales y “Thinking About You,” que Norah co-escribió con el líder de la banda Wax Poetic, Ilhan Ersahin en 1999.
Muchos de los músicos en Not Too Late serán familiares para los fans de Norah, incluyendo a los guitarristas Jesse Harris, Adam Levy, Robbie McIntosh y Kevin Breit, el baterista Andy Borger, y el cantante Daru Oda, pero muchos invitados especiales aportaron su talento por igual, desde M. Ward al músico organista de Larry Goldings y el cellista Jeff Ziegler de Kronos Quartet.

RECUADRO 2

EL CINE Y LA ESTUPIDEZ

Jones debutará en el cine en una película titulada My blueberry nights del director chino Wong Kar-wai, que ha dirigido, entre otras, Lady fron Shangai, con Nicole Kidman.

¿Qué la llevo a aceptar la película con Wong Kar-Wai?

JONES: ¡No tengo la menor idea!, No sé… (risas)¡la estupidez!

¿Wong Kar-Wai tal vez?

JONES: Sí, Wong Kar-Wai. Tuve una verdadera confianza en él. Esta especie de confianza ciega de que todo saldría bien. La misma que sé, él debió tener en mí, porque él no me conocía y me pidió ser el personaje principal en esta cinta. No sé, algo entre él y yo, como diciendo ambos “¡Ey!, ¿por qué no?, ¡hagámoslo!” Saltando juntos de la mano en este proyecto gigantesco, algo así. Fue definitivamente divertido.

Además, se va a filmar en Nueva York donde usted vive, ¿no…?

JONES: Ya filmamos la mayor parte, en realidad. Nos queda como una semana para terminar.

Ah, entonces ya sabe que Wong Kar-Wai no usa guión, ¿no?

JONES: Vaya si lo sé, ¡dímelo a mí! De alguna manera fue mejor para mí, viniendo del mundo musical, donde hago todo espontáneamente. Digo, no ensayamos durante horas y horas. No somos ese tipo de músicos. Tocamos música simple, de alguna manera. Pero también esa fue una razón que me atrajo, que era un cineasta distinto, muy poco convencional.

Por Mónica Maristain, desde México

lunes, 8 de enero de 2007

MAMMA MIA

Aunque hace 5 años que no la veo, en estos 5 años he hablado más con ella que en todo el resto de mi vida. No es consuelo, claro, pero cuántas mañanas de domingo, mientras tomaba mate en la cama, un impulso me exhortaba a llamarla, desesperadamente.

Sí, pobre vieja, siempre la llamaba con desesperación para comentarle cualquier tontería, esos chismes de muertos prematuros, famosos de los que ella hablaba como si fueran parientes, amigos míos que no conoció y que sin embargo tenía identificados con una memoria prodigiosa, amabilísima. Qué dama simpática, qué educada, qué mujer con esos ojos celestes, casi endiabladamente azules, podía seguir sonrojándose a los 60 como ella.

Y qué niña que nunca dejó de serlo, podía como ella entrar en una furia irreversible cuando la conversación giraba hacia personas o cosas que ella odiaba. Cuando pienso en sus odios, pienso también en los odios del otro, aquel flaco melancólico y pesimista que murió a los 45 años y le dejó 8 hijos y toda la tristeza del mundo (si al menos se la hubiera llevado con él). Qué tipos furibundos y apasionados, mis padres. Locos absurdos capaces de las tiranías y crueldades menos comprensibles del planeta y que ellos vivían y desplegaban así, tan naturalmente.

"Decidí que tu hermana Gabriela no viniera a verme los fines de semana en que juegan Boca y River. Es mejor así, para mantener la relación", te decía con un desparpajo sincero, lógica de tablón que no hubiera resistido el menor análisis de ningún psicopedagogo.

"Yo pienso que Bielsa hizo mal en no llamar a Saviola, pero ¿para qué queremos a un negro como Tévez en la selección?".

"Yo te juro que si a Bianchi lo eligen técnico de la Selección, me muero".

"Me muero. Cuando me muera. Me quiero morir. El día en que me muera, ya van a ver", desde que era una adolescente la palabra muerte estaba en la flor de sus labios. Sin embargo, no hay nada que pudiera tolerar menos que la muerte. Cuando murió su padre, me contó que corría por las calles de su pueblo y que pensaba: - "esto no es cierto". "Era un hombre malo, pero murió joven", me contaba.

Cuando murió mi padre, el hombre con el que conoció el color y el sabor de la tragedia, se puso los hijos al hombro pero nunca más fue feliz.

Cuando su madre murió, ella también renunció a la vida y a nosotros, sus hijos.

Tipos feroces, mi madre, mi padre, mi abuela, el trío de héroes derrotados alrededor de los cuales mi vida giró como en una licuadora. Mi abuela odiaba a mi padre y mi padre odiaba a mi abuela y todos queríamos tanto a mi padre y a mi abuela. Como mi abuela odiaba a mi padre y mi padre odiaba a mi abuela, mi padre se llevó a mi madre lejos de mi abuela y nosotros lloramos, por mi abuela, que nunca venía a vernos lo suficiente, a la que extrañábamos con intensidad. Ella, mezquinamente, escatimaba las visitas y cuando venía a vernos se iba enseguida. Íbamos a buscarla a la terminal de ómnibus y apenas pisaba el suelo porteño decía cosas como "ya extraño a mis pájaros", "acá hace demasiado calor", "hace demasiado frío", "no me pidan que me quede, porque mañana me voy".

Tipos raros, esos tres. Siempre se iban. Se iban pronto, se iban lejos, se iban tanto.

Su vida era un constante fin de semana en que jugaban River y Boca y ellos no se veían "para mantener la relación". Yo no los entendía. Nunca los entendí. Al menos, me costó entender esa manera de no poder vivir sin el otro, pero tampoco con el otro, estigma que heredé como los ojos verdes, el pecho ensimismado, la melancolía.

Qué sé yo. Siempre sentí que en el negocio de esos tres, nosotros no entrábamos. Que ellos tenían una forma de comunicarse que no era normal. Conforme fui creciendo e iba a la casa de mis amigos, donde había otros padres, otras abuelas, me di cuenta de que hay personas en el mundo que cuando dicen Buenos días, quieren decir buenos días. Estos tres imbéciles adorables, trío de estúpidos imprescindibles, se insultaban cuando se declaraban su amor y directamente se ignoraban cuando les daba la gana, o sea, siempre.

Cuando murió mi padre, tan joven, tan solo, tan triste, primero murió su perro (al que había bautizado "Solo") y yo lloré hasta que los ojos me quedaron chiquitos, escribí un poema y seguí llorando y seguí gritando y seguí, seguí, seguí...Mi abuela, que nunca lloraba, cuando murió mi padre también lloró mucho. Y cuando me veía llorar, me decía: "Vos llorás porque te sentís culpable, no lo tratabas bien a tu padre". Qué loca esa mujer. Le hizo la vida imposible a mi padre. Mi padre nos hizo la vida imposible a mi madre y a sus hijos. Pero cuando mi padre murió, la única que parecía tener derecho a sufrir, era mi abuela. Cuando murió mi abuela, tan joven, tan sola, tan triste, sentí que el mundo me daba vueltas, que yo también me iba a morir; en cambio, la que se murió fue mi madre. Amé a mi abuela más que a nadie en este mundo, pero cuando mi abuela murió, la única que parecía tener derecho a sufrir era su hija. O sea, mi madre.

Si mi padre y mi abuela habían muerto, aunque en el negocio había perdido demasiado capital, no dejaba de ser una buena perspectiva la de contar finalmente con una madre joven sólo para mí. Sólo para mí y para mis hermanos, claro, con los que aún hoy seguimos discutiendo acerca de a qué hijo ella debía amar más. La verdad, es que nos amaba a todos por igual, o sea, nos amaba poco, nos amaba nada. Claro, está mal decir eso de quien dio su vida por uno, de quien nunca a uno lo abandonó; pero la verdad es que si mi padre y mi abuela habían muerto, la vida dejaba de tener sentido para mi madre. Esos locos, esos tres.

No podían vivir los tres juntos, pero sin los tres juntos, tampoco podían vivir.

A mi madre le quedaron los ochos hermosos hijos de mi padre, los ocho hermosos nietos de mi abuela: demasiado botín para no compartirlo. La superó la culpa de seguir viva y, por tanto, se dedicó a morirse lenta y secretamente. Morirse por la voluntad de morirse, como mi abuela (tengo cáncer, gritaba, y nadie le creía, pero tenía), como mi padre (no puedo respirar, me voy a morir, y nadie le creía, pero no podía respirar y se murió), como mi bella madre (estas son las últimas conversaciones que tenemos, me voy a morir, y no le creíamos).

De esos tres locos viene la sangre que bombea mi corazón. Es el día de hoy que cuando quiero a alguien, lo primero que tengo ganas de hacer es pelearme. Como una prueba de karate, como cierto rito japonés (en mi imaginario, todos los ritos son japoneses) que si pasamos, las cosas estarán bien. Y siempre quiero cambiar mis ritos japoneses, pero esos tres me pueden, me vencen minuto a minuto.

Irme lejos de mi madre fue mi primer rito no japonés. Fue mi manera de amarla como la amaba, desesperadamente. No quería y no podía verla morirse lentamente, ajena a mí, tan ajena a mí como mi padre, como mi abuela, que me adoraba y que para demostrarme su amor me quemó un día con una plancha la mano izquierda (marca que conservaré hasta que me muera). Entonces me vine a México. Y la llamaba desesperadamente, a menudo. Y le decía cositas: "Te amo, mamita", "Preciosa, te quiero, te extraño, te necesito", "mamá, mamá, mamá", cositas que nunca le hubiera podido decir en la cara. Y ella me contestaba cositas que nunca me hubiera podido contestar a la cara: "hija mía, querida hija, cómo te quiero". "Mamita, me quemé la cara con aceite, Mamita, extraño a Sacha, Mamita, ¿ganó River?".

En estos cinco años en que no nos vimos, nos amamos más que nunca. Nos dijimos palabras de amor encendidas, nos contamos secretos, nos pasábamos chismes, me daba el parte de muertos con una puntillosidad que me perturbaba y si no le hablaba de Sacha, me hablaba ella. "Yo me voy a morir deseando que ustedes dos vuelvan a estar juntos. ¿Cómo dos personas que se quieren tanto pueden estar separadas?", fue lo último que me dijo al respecto. Luego, como buena hija dictadora, le prohibí que me sacara el tema. Y si alguna vez se le escapaba la palabra Sacha, me pedía perdón inmediatamente, lo que me hacía reír con estruendo. Y juntas reíamos a carcajada limpia.

"¿Cómo está tu amigo, el de Italia, el que tuvo toxoplasmosis?", no, mami, no es toxoplasmosis y está bien, no te preocupes.

"La hija de Pablo, el profesor, ya debe hablar, ¿no?, ¿cómo me dijiste que se llamaba?"

"Es increíble cómo pasa el tiempo y seguís siendo amiga de Valerio. Qué alegría que te vaya a ver a México, así no estás tan sola".

"El otro día pasaron una película de Daniel en la tele".

"Gracias, gracias, gracias", me dijo tres veces la semana pasada. Fue cuando le anuncié que Melina iba a ir a visitarla. Luego otro día se puso feliz porque Mariano del Mazo iba a venir a mi casa. Otro día me dijo adiós. Y otro día llegó Melina a Buenos Aires. Luego, mi mamá murió. Alrededor de su cama estaban mis 7 hermanos. Lautaro, el más chico, no quería verla, pero ella lo llamó: "Quiero ver a Lautaro". Luego, dijo algo así como "Leandro, no pelees" y luego se murió. Tenía 61 años, era el ser más bueno y más extraño que me tocó conocer, nadie me amó tanto como ella y nadie me hizo la vida más difícil.

Hoy, en esta noche, sola en la casa que ella no conoció, pienso en ella, en mi padre y en mi abuela.

Cuando murió mi padre, pensé que yo me iba a morir.

Cuando murió mi abuela, casi no tuve ganas de vivir.

Mi madre murió, pero yo no estaba a su lado cuando murió. De otro modo, hubiera muerto con ella. No lo hubiera resistido.

Qué locos esos tres. Ahora finalmente están juntos, peleándose, gritándose que se odian cuando en realidad se aman. Mis hermanos y yo lloramos desconsoladamente, tristes, jóvenes y solos, pero unidos en la certeza de que esos tres pedazos de animales que nos parieron (sí, mi abuela también nos parió, a los ocho, uno por uno) a su manera feroz e inverosímil, murieron para que nosotros viviéramos. Qué tarados, ni falta que hacía, con lo que hemos amado a esos tres tontos y con lo que todavía los seguiremos amando.

Pero no hay que pedir peras al olmo: esos tres estaban dementes y para hacerlos entrar en razón, el mundo tendría que haberse disuelto y vuelto a construir en un instante.