domingo, 31 de julio de 2011

Demasiado mito para una pobre chica de Camden Town




Pensar, escribir, hablar de la cantante inglesa Amy Winehouse, fallecida el sábado 23 de julio en su casa de Londres, son acciones a ejercer escuchando, a todo volumen, su increíble disco Back to Black. El segundo y último álbum de estudio de la malograda artista vio la luz en abril de 2006 y la convirtió en una intérprete global, dueña de una fortuna valuada en 11 millones de dólares, 1 dólar por cada una de las copias que el álbum vendió alrededor del mundo. Por ese disco Winehouse obtuvo cinco Grammy, uno al ladito del otro en una sola noche, estatuillas todas que recibió por correo Express, debido a la prohibición que le impedía pisar suelo estadounidense. En el paraíso americano, donde se cuentan alrededor de 3,6 millones de adictos a la heroína, la cocaína crack, las anfetaminas y la marihuana, entre otras drogas ilegales, no están bien vistos los drogones, ya lo sabía ella.

De paso, en su último trabajo de estudio, la muchacha predecía aquello de “volver a lo negro” como un mantra que podría definir su corto destino de muchacha simple, dueña de un talento inconmensurable para la música.

En Back to Black, Amy cantaba aquello que se volvió paradigmático: “No, no, no”…, la contundente respuesta de la joven a los intentos de su disquera por llevarla a la rehabilitación. La canción “Rehab” caló tanto que hasta los cerebros bienpensantes de la sociedad establecida se quejaron por el premio Grammy que recibió al mejor tema del año. “Con estos premios, se envió un mensaje: búrlate de la adicción, crea una canción de guerra para los que sufren de ella, arruina tu vida en todos los demás aspectos excepto por el éxito financiero y el reconocimiento y serás recompensado con medallas de oro por parte de la industria”, escribió el político estadounidense William J. Bennett en el portal de la CNN.

Sin embargo, con premio o sin él, nada podía cambiar la esencia del arte expresado sin dobleces, con el corazón en la mano, por una cantautora veraz y doliente como pocas.

No se trata de que en su canción Amy instara a sus congéneres a drogarse o a no intentar la rehabilitación, una circunstancia que ella enfrentaba con relativo éxito en sus últimos días de vida, sino de relatar con una crudeza pocas veces vista en las cancioncillas de mercado con que nos intoxican los oídos a toda hora, un drama de la existencia difícil de sobrellevar para quien lo padece.

Es, precisamente, ese grado de verdad en su arte lo que hizo grande a Amy Winehouse. No se premia a un artista por sus vicios, sino por la capacidad de sobreponerse a ellos y hacer arte con lo que le sucede. Y ella no fue la única, claro. Ahí está una de las canciones más famosas del rockero argentino Charly García, quien escribió aquello inolvidable de “No puedo dejar/no voy a dejar”, el himno con que respondió a la prensa que lo perseguía de día y de noche cuando el artista sudamericano había entrado, por enésima vez, en una clínica de rehabilitación.

“No tengo nada que perder/quiero que me ayudes. / La gente que te viene a ver / solo te destruye.”, decía García, en unas palabras que calzan como un guante en la terrible realidad que le tocó vivir a Winehouse.

No era una artista porque se drogaba. Era una artista. Y luego se drogaba. Y su drogadicción era un problema de familia, un tema de honda preocupación para sus padres, como seguramente lo es para la innumerable cantidad de progenitores que deben hacer frente a ese drama en todo el mundo. Se cree que son 300 millones los jóvenes que se drogan en el planeta. Amy era una más de ellos.

Mitch Winehouse, que adoraba a su hija con un amor totalmente correspondido, estaba desesperado cuando decidió asistir al Parlamento Británico en calidad de padre de un drogadicto. Fue el 20 de octubre de 2009 cuando el taxista se paró ante los diputados y senadores para decirles: “El año pasado, el Gobierno dedicó 440 millones de euros a programas de rehabilitación, pero si alguien quiere abandonar voluntariamente las drogas, apenas recibirá ayuda”.

“Si uno puede permitirse el ir a una clínica de desintoxicación privada, va a recibir el mejor tratamiento. Pero si, por el contrario, no tiene dinero, ¿qué hacer entonces?”, se preguntó y al hacerlo estaba marcando una frontera entre lo que sirve para construir un mito y con ello forrarse de dólares y lo que sirve para vivir poniéndole el cuerpo a los sinsabores. Al fin y al cabo, como suele decir el gran Francis Ford Coppola cuando alguien le menciona la terrible muerte de su hijo Gio, quien falleció a los 22 años en un accidente de lancha: “A todos nos toca una cuota de tragedia en nuestra vida”.

La industria de la muerte

La muerte de Amy Winehouse, cuyo cadáver fue encontrado en su departamento del barrio de Camden Town, donde bandas de rock importantísimas como Radiohead, Blur y Oasis dieron sus primeros conciertos, disparó una avalancha de teorías, todas destinadas a construir un mito que de tan común en la industria musical ya huele a feo, como pasado de fecha, digamos, a podrido. Es la vieja historia del artista que fallece joven y, en este caso, como el de tantos otros, a los 27. Quiso la mala fortuna que la edad del deceso de la chica blanca con voz de la negra Aretha Franklin coincidiera con los años que tenían Jimmi Hendrix, Jim Morrison, Brian Jones, Janis Joplin y Kurt Cobain cuando murieron a causa directa o indirecta de sus excesos con las drogas y el alcohol.

De todos esos muertos célebres, probablemente la única con la que Amy podría ser comparada es con Janis Joplin. Juntas, la rubia sosa de Texas y la flaca de extraño peinado de Candem Town, se dividen fifty fifty el patrimonio de las mejores voces del planeta. Ambas presumían o padecían una imagen estrafalaria y las dos no demostraban quererse mucho a sí mismas. Estas similitudes, sin embargo, no resultan suficientes para banalmente poner a todos esos artistas en la misma bolsa y largarse con ello a aseverar cosas como “Se veía venir”, “Se lo buscó”, “Un nuevo fichaje para el Club de los 27”.

Se sabe que cuando la industria mediática y discográfica intenta meter a varios artistas en la misma bolsa, esa bolsa es de dinero. Cuánto más vende ahora Michael Jackson, a quien nadie pelaba antes de su fallecimiento, cuánto más factura la pobre Winehouse a apenas una semana de su trágica desaparición.

Esa es la trampa en la que no conviene caer: cuanto más nos creamos el cuento de la artista torturada, mejores y más grandes cifras acompañarán la anunciada salida del nuevo disco de Amy. Al fin y al cabo, como ya anunciaron los representantes de su sello, la cantante dejó bastante material grabado.

Según lo publicado por The Guardian, “dejó más de una docena de canciones grabadas inéditas, que podrían ser publicadas de forma póstuma”. Como para curarse en salud, el periódico aclara que “aún es muy pronto para que los padres decidan qué hacer con ese material, pues están pasando por un momento de duelo”: una metafórica y muy sutil forma de presionar desde los medios y antes los fans a la familia Winehouse.

Es verdad, por ahora Mitch, Janis (la madre) y Álex (el hermano) sólo pueden llorar la muerte del ser amado. Aun cuando las causas del fallecimiento todavía no han sido esclarecidas (se habla de la mezcla letal de una píldora de éxtasis con alcohol), la visión de la familia es coincidente en el sentido de que Amy estaba pasando por una buena época, gracias a su novio, el director de cine Reg Traviss. “Él la ayudó con sus problemas y Amy miraba hacia delante para tener un futuro juntos. Estaba más feliz de lo que había estado en años”, dijo el padre de la cantante, que hablaba por teléfono tres veces al día con su hija.

También dijo que el problema más grave de Amy no eran las drogas sino el alcohol.

“Estaba luchando duro contra la bebida y había completado tres semanas de abstinencia”, agregó.

Una cruel ironía que echaría por tierra todos los esfuerzos de la industria para convertir a Amy Winehouse en otro rentable objeto de consumo, basado en sus tragedias personales, es el rumor que crece: la cantante habría muerto por no beber y no por hacerlo a saco como era su costumbre.

“La abstinencia hizo que su cuerpo sufriese un ataque, y se cree que éste fue el causante de su muerte”, comentó una fuente no identificada. La policía inglesa, en tanto, ha pedido prudencia y no hacer conjeturas hasta que no se tengan los resultados de la autopsia.

No han faltado las voces anónimas que alimentan las agencias de información con dimes y diretes de difícil comprobación: “Que la vieron comprando drogas el viernes a la noche”, “Que estuvo bebiendo desmesuradamente y tomando drogas en los días previos a su muerte”, etcétera, etcétera. Su padre, en cambio, insiste con la versión en contrario: “Los doctores le aconsejaron a Amy dejar gradualmente el alcohol y evitar los atracones de comida a toda costa. Pero Amy dijo que no podía hacer eso. Era todo o nada y lo dejó por completo”, precisó.

Por ahora, nadie sabe realmente qué hizo Amy Winehouse después de visitar a su doctor a las 8 de la tarde y antes de ser hallada muerta a las 4 del día siguiente.

De todos modos, el cuerpo de la cantante no desbordaba salud y en este contexto es poco relevante determinar si fueron sus últimos o sus primeros excesos lo que le quitaron prematuramente la vida. De hecho, en 2008, cuando tenía apenas 24 años, a Amy le fue detectado un enfisema pulmonar, una enfermedad, como se sabe, irreversible.

Nacida para cantar

¿Y yo por qué? Bien se ajusta la prosaica frase para entender lo inexplicable: érase una niña de familia judía, con padre taxista y fanático del jazz, que creció oyendo los dolientes himnos del desamparo en la voz de Dinah Washington, Frank Sinatra y la eterna Billie Holiday.

Quiso el azar que fuera su alma la primera tocada por la música que llega del fondo de los tiempos. Más tarde fue su garganta prodigiosa, el mismo órgano que la sostuvo en pie hasta los 27 en que dijo adiós para siempre. Dicen los que compartieron con ella la Escuela de Teatro de Susi Earnsh, en la que Amy se inscribió cuando tenía apenas nueve años, que la muchacha no se podía quedar callada en clase. Cantaba y cantaba…esa era su única ley.

Porque otros reglamentos no había para la Winehouse. Una atribulada Sylvia Young, directora de la escuela de teatro que lleva su nombre y de la que Amy fue expulsada, contaba cómo le pedía a diario que se sacara un piercing que se había puesto en la nariz, cuando tenía apenas 12 años. “Yo le decía, Amy, sácate ese piercing. Ella me obedecía y cuando yo me daba vuelta, se lo volvía a poner”, recordó compungida.

A los 13 años, Amy, nacida el 14 de septiembre de 1983 y a quien su padre llamaba “la mejor”, recibió su primera guitarra y desde entonces no paró.

Desde el punto de vista musical, el legado de Amy es magro: apenas dos discos, uno de ellos perfecto, como dijo la crítica en todo el mundo, y un futuro artístico que la cantante no alcanzaba a ver con claridad luego de su rotundo éxito global.

“No era un aura especial de artista maldita, era un chica de 27 años con graves problemas con las drogas, con un amor destructivo, con una comandilla de periodistas acampados a la puerta de su casa londinense”, escribió Alfonso Cardenal en el portal de música Sofá sonoro, haciendo hincapié en lo que ya se conoce y no por ello hay que dejar de mencionar: los medios ingleses, conocidos por su falta de compasión y humanidad (¿Remember caso Murdoch y News of the world) se reían de ella a mandíbula batiente, tanto en los periódicos como en los programas de televisión, por caso el famoso late night de Graham Norton en la BBC, quien constantemente hacía mofa de la cantante.

Se rió también de ella la serie Family Guy. En un capítulo del mismísimo 23 de julio, día del fallecimiento de la cantante, el productor de la serie preguntó si alguien sabía si Amy estaba muerta o no. Al parecer, el hombre no había leído las noticias ese día.

En su propio funeral, dos dizque humoristas brasileños, Daniel Zukerman y André Machado, se colaron haciéndose pasar por dos buenos amigos de la cantante. Ambos fueron captados por multitud de fotógrafos, ante los que fingieron estar muy afectados.

La pobre Amy, que ya no puede quejarse de nada, sólo consiguió burlarse del español Enrique Iglesias. Fue en una fiesta conjunta que organizó la disquera de ambos en junio de 2010, donde entendiblemente la cantante no pudo dejar de reír mientras Iglesias acometía una de sus “canciones”.

Amy sufría mal de amores, obligada como estuvo a separarse de Blake Fielder, el marido pendenciero y adicto que, según el padre de Winehouse, la introdujo en las drogas.

Últimamente su corazón parecía haber sanado gracias a los buenos oficios de un novio de película, el joven director de cine Reg Traviss, todo un caballero que le prohibía fumar y beber y, según los amigos de Amy, había hecho de ella “una nueva persona”.

En 2008, la cantante fue votada como el ídolo más relevante para los jóvenes británicos, superando a la madre Teresa de Calcuta y a la célebre enfermera Florence Nightingale. Ese mismo año Bryan Adams le escribió la canción “Flower Grown” que explica los peligros de las drogas, en un intento de ayudarla con su adicción.

En su funeral, su padre la despidió con las palabras: “Buenas noches, ángel mío, que duermas bien. Tu papá y tu mamá te quieren muchísimo”.

Dios, como se sabe, está ahora cantando una melodía soul.


La heredera

La última aparición pública de Amy Winehouse fue en Camden, durante la celebración del iTunes Festival. Apareció por sorpresa, tres días antes de morir, en el concierto de Dionne Bromfield, su ahijada musical. La diva de soul presentaba buen aspecto y bailó y cantó maravillosamente sobre el escenario. Los medios y los fans han puesto ahora los ojos en Dionne, a la que comenzaron a llamar “La heredera de Amy”. Se trata de una cantante negra nacida en 1996 en Londres que debutó con el disco Introducing Dionne, en 2009. Con melodíaas soul con toques reggaes y cierta similitud vocal a la de Amy Winehouse, en su disco debut hace un cover de la gran canción de Marvin Gaye y Tammi Terrell, “Ain't No Mountain High Enough”.

domingo, 24 de julio de 2011

LAS HUELLAS DE MICHEL HOUELLEBECQ EN MÉXICO


A pocos meses de irse de México, país que visitaba por primera vez, el gran escritor francés, autor de libros fundamentales como Plataforma y La posibilidad de una isla, recibió el Goncourt. Una película de reciente aparición da cuenta de los pasos del famoso autor en tierra azteca. Invitado por el músico Alonso Arreola, nieto de Juan José Arreola, Houellebecq dio un inolvidable recital poético en el marco del Festival Poesía en voz alta y luego, contra todas las predicciones, aceptó la invitación de la Feria del Libro de Oaxaca.

Cuando el músico y escritor Alonso Arreola (Ciudad de México, 1974) llegó a la última página de La posibilidad de una isla, fue tan grande su conmoción que decidió escribirle un correo a su autor, Michel Houellebecq (Francia, 1958). No tenía para ello más que las herramientas que brinda la red de Internet a cualquier simple mortal. Desde la página oficial del famoso escritor galo, Arreola le mandó un correo comentándole cuánto le había impresionado la lectura de su obra. Increíblemente, Michel, famoso por su misantropía, respondió. Eso fue a principios, más o menos, del 2009 y desde entonces, comenzó entre ambos un intercambio de correos electrónicos, en uno de los cuales Houellebecq hizo referencia a que nunca había estado en México. La invitación de Alonso no se hizo esperar y esta es más o menos la historia de un encuentro fantástico y también, por qué no, fantasmagórico, entre dos artistas de diferentes generaciones, diferentes lugares de origen y residencia, que derivó en dos recitales poéticos y en una flamante película en DVD, exquisito testimonio de un intercambio definitivo e inolvidable para los involucrados y para quienes tuvieron la fortuna de ser testigos privilegiados del hecho.

Alonso Arreola, que no es nada ajeno a la literatura, pues él mismo escribe, no tiene empachos en admitir que le sirvió de mucho ser nieto del gran Juan José Arreola, uno de los escritores mexicanos más importantes del siglo XX, para enriquecer la atribulada comunicación con Houellebecq. Le mandó en francés el Bestiario, libro que Michel se leyó de pe a pa y que le hizo recordar mucho a la obra de su amigo Fernando Arrabal.

El desembarco por primera vez en México del autor de Las partículas elementales aconteció en noviembre de 2009, luego de largas y complejas negociaciones llevadas a cabo por Alonso. No faltaron, claro, los apoyos estatales de organismos como el Canal 22, la señal nacional dedicada a la cultura y de La casa del Lago Juan José Arreola, institución perteneciente a la Universidad Autónoma de México, pero fundamentalmente, fue el joven músico mexicano quien sirvió de filtró y tuvo toda la paciencia de que es capaz un ser humano para que la empresa en la que se había metido llegara a buen término.

La aventura de comunicarse vía email con Houellebecq no fue nada comparada con la que se originó luego, de cuerpo presente, pero no nos adelantemos a los hechos.

Al principio, el famoso escritor francés estaba obsesionado con el tema de la seguridad y pidió media docena de guardaespaldas, sin olvidar aún las amenazas que le hizo un musulmán trasnochado por los textos de Plataforma, la polémica novela dedicada al turismo sexual que Houellebecq publicó en 2002. El autor, que había declarado aquello famoso de que el Islam era “la religión más idiota”, fue llevado a juicio por sus declaraciones y luego absuelto de todo cargo, aunque no se siente todavía demasiado seguro en el mundo, por lo que mudó su residencia de París a Lanzarote y de esta isla española a la inaccesible isla de Bere (de apenas 200 habitantes), ubicada en el extremo sudoeste de Irlanda.

Además de la seguridad, quería dos pasajes en primera clase y que el trayecto hiciera preferentemente escala en los Estados Unidos, donde Michel ansiaba encontrarse con uno de sus más conspicuos admiradores: el rockero Iggy Pop, quien dedicó a La posibilidad de una isla su disco más bizarro, Préliminaires.

Las negociaciones fueron arduas y estuvieron a punto de fallar muchas veces. ¿Cómo explicarle a un autor tan europeo y lejano como Houellebecq, por ejemplo, que en un país tan inseguro como México lo menos recomendable es andar con muchos guardaespaldas por la calle, pues eso llamaría sin dudas la atención de los delincuentes?

¿Cómo hacerles entender a las anquilosadas instituciones burocráticas mexicanas que alguien con el nivel de paranoia que tiene el autor de El mundo como supermercado jamás mandaría una copia de su pasaporte para hacer cualquier trámite?

Poco a poco, merced a los buenos oficios diplomáticos de Alonso Arreola, los puntos distantes se fueron acercando y el arribo del famoso niño terrible de las nuevas letras francesas a suelo mexicano, se iba haciendo realidad.

Al final, vino solo. No paró en los Estados Unidos, porque ya se había podido encontrar con Iggy Pop en Europa, tuvo un guardaespaldas y una camioneta cuatro por cuatro a su disposición, pudo fumar cada uno de sus 50 cigarrillos diarios en donde se le antojó, alojarse en un coqueto hotel 5 estrellas de la muy cheta zona de La Condesa y cerca suyo siempre tuvo un vaso lleno de tequila o mezcal, las bebidas que ingirió con profusión durante su estada en México.

El recital


Alonso Arreola Alonso es considerado uno de los mejores bajistas mexicanos de todos los tiempos, por lo que se ha rodeado de reconocidas figuras del rock y el jazz nacional e internacional (Jaime López, Chema Arreola, Daniel Zlotnik, Alex Otaola, Gerry Rosado, Cabezas de Cera, Lo Blondo, Yamil Rezc, Mónica del Águila, Michael Manring, Trey Gunn, David Fiuczynski, Victor Wooten, Adrian Belew, Pat Mastelotto) para editar cuatro discos como solista: Música Horizontal (2007), Música para ser niño (2009) Suspendido (2010) y Transfusiones de cruento (2011). Liderando sus propios proyectos o como miembro del grupo La Barranca (2001-2007), ha tocado en los principales festivales de México, ha tocado varias veces en los Estados Unidos, en Francia y en Japón, donde también ha sido editada su música.

Con Houellebecq, la relación fue de igual a igual y juntos idearon un espectáculo llamado Las partículas horizontales, cuya primera versión se llevó a cabo el 26 de noviembre de 2009, en La casa del lago Juan José Arreola, con un lleno total de público. Una semana después, durante la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, ambos artistas presentaron otra vez su recital.

La amalgama de música y la excelsa poesía de Michel Houellebecq dio como resultado un espectáculo exquisito, profundo y de alto contenido artístico que derivó en la película homónima que acaba de ver la luz en México. Por ahora el DVD no tiene distribución internacional y sólo se consigue, desde el extranjero, a través de la página oficial de Alonso Arreola (www.labalonso.com).

“El universo grita. El hormigón acusa la violencia con la que fue fraguado como muro. El hormigón grita. La hierba gimotea bajo los dientes del animal. ¿Y el hombre? ¿Qué diremos del hombre?”, grita, gimotea, expresa en un francés delicioso el ganador del Goncourt, especie de Nobel en Francia, mientras a sus espaldas, una pantalla negra traduce al español los textos poéticos.

Un Houellebecq desatado, que hasta ensaya pasitos de baile en el escenario, dice con convicción y se adapta plena y físicamente a la música que lo interpela, constituyéndose en uno de los actos poéticos más revulsivos y fascinantes que se hayan visto por estas tierras últimamente.

Si la prosa del polémico autor francés es revulsiva, llama a la reflexión y genera amores desbordantes y odios inusitados en partes iguales, su poesía conmueve hasta los tuétanos, transformando para siempre la materia sensible de quien accede a sus versos nada satánicos.

Una cita difícil

La aventura de posibilitar la llegada de Houellebecq a México fue ardua y si bien tuvo un principio, conforme fueron pasando los días se convirtió en una verdadera odisea inacabada, fruto del profundo ostracismo en que vive sumergido al autor. Testimonio de ellos son sus conocidos y morosos silencios como carta de presentación. En esta entrevista, concedida especialmente a Página 12, Alonso Arreola cuenta los detalles.

- ¿Estaba tan preocupado por la seguridad Houellebecq?

- Sí, lo primero que me dijo, de manera muy decente y directa, que no quería que lo secuestraran en México porque nadie iba a querer pagar un rescate por él. Entonces empezamos a acordar los términos de su visita, originalmente iba a venir acompañado y después terminó viniendo solo. Cosa que le agradezco mucho, porque a mí no me conocía de nada, si bien yo lo iba poniendo en conocimiento de cada paso que daba en relación con su llegada a México. No cobró nada, hay que decirlo, como también hay que decir que todos los trámites de logística para que su arribo al Distrito Federal llevaron nueve meses de intercambios telefónicos y por correo electrónico.

- ¿Y él quiso leer poesía?

- Sí. Lo que fue una buena idea, la verdad. En libros como El mundo como supermercado o en el que trae las discusiones con Bernard-Henri Lévy, Michel expresa una gran preocupación por su poesía, que es lo menos difundido de su obra. Acordamos que serían un total de 13 textos, que él mismo seleccionó del libro Supervivencia. Cuando conseguí el libro, antes de que Michel me mandara los poemas elegidos, la introducción me tocó mucho. Y fue el único momento en que metí mi mano en los textos, al sugerirle que leyera la introducción. Me dijo que lo iba a pensar, que le costaba mucho, porque era muy doloroso. (El mundo es un sufrimiento desplegado. /En su origen hay un nudo de sufrimiento. / Toda existencia es una expansión, y un aplastamiento. / Todas las cosas sufren, hasta que son. / La nada vibra de dolor, hasta que llega al ser: / en un abyecto paroxismo. Los seres se diversifican y se hacen más complejos, sin perder nada de su naturaleza primera…). De hecho, en el ensayo que hicimos, tuvimos un solo ensayo de ocho horas, aproximadamente, fue muy conmovedor escucharlo leer ese texto. Estaba realmente afectado por ese poema.

- ¿Y qué más pasó en ese ensayo?


- Fue una experiencia muy interesante, porque allí pudimos constatar el enorme oído musical que tiene Michel Houellebecq, no sólo por ser poeta, sino también por poseer una gran conciencia del ritmo, de los cambios de acorde, de las modulaciones… Fue muy impresionante verlo expresar desde su timidez, desde su reserva, las ideas claras y directas en relación con lo que estábamos haciendo juntos. Aportaba mucho y constantemente buscaba más riesgos. Donde yo trataba de ser cauto, venía él para decirme que lo hiciéramos con más fuerza y eso me emocionaba porque precisamente era lo que buscábamos nosotros. Cuando digo nosotros hablo también de mi hermano Chema Arreola (baterista) que participó de todo.

- ¿Cómo diría que fueron esos días junto a Houellebecq?


- Sin lugar a dudas diría que se trató del show más difícil que hice hasta ahora. No sólo por la cantidad de elementos que teníamos que considerar en el momento de la lectura: tornamesas, juguetes, el bajo, las percusiones acústicas y eléctricas de mi hermano, una estación de loops para grabar en vivo…lo que nos tenía muy nerviosos, sino también por el comportamiento que esperábamos de Michel. Durante nuestra correspondencia, si bien había sido afectuoso y muy amable, no dejaba de ser extremadamente parco. Y la idea que nos han dado los medios de su personalidad nos condicionaba bastante. Y parte de nuestra idea previa se comprobó…

- ¿Cómo?

- Bueno, cuando entró a mi casa por primera vez comenzó a hurgar en todos los estantes, todos los rincones, como haciendo una especie de inspección. Eso nos dio mucha risa. También entendí que para él era importante que nos convirtiéramos si bien no en grandes amigos al menos en cómplices profundos en forma inmediata. Teníamos muy poco tiempo para lograr una verdadera conexión. Había ido a buscarlo al aeropuerto, donde lo encontré muy cansado, exhausto y profundamente preocupado. En el automóvil le pregunté si pasaba algo y me retrucó con otra pregunta. ¿Quieres saber la verdad?, me dijo. Y ahí me contó que una persona que él quería mucho se estaba muriendo de una enfermedad muy grave. Me dio los detalles y ahí es cuando todavía le agradecí más que hubiera cumplido nuestro acuerdo a rajatabla. En las circunstancias que estaba viviendo, siendo él quien es, podría haber cancelado todo a último momento y ya…pero no lo hizo.

- Y ese problema lo tiñó todo…

- Así es. Afectó no sólo su visita a México, sino también su performance en el escenario. La verdad es que logramos un gran intercambio en muchos momentos, pero sobre todo cuando estábamos alcoholizados…

- ¿Él bebe mucho?

- Sí, bebemos mucho. En Oaxaca pasamos buenas experiencias culinarias y con el mezcal. Fuimos con él a la iglesia de Santo Domingo en Oaxaca y estaba interesado en todo, preguntaba por cosas y detalles que a nosotros no nos llamaban mucho la atención. Luego me explicó que investigaba para su nueva novela, El mapa y el territorio, con la que ganó el Goncourt.

- ¿Cómo diría que es Houellebecq?


- Sin lugar a dudas, es un tipo que tiene una vida interna muy desfasada de lo que está sucediendo en el exterior. Aceptó hacer algunas entrevistas con la prensa y, al final del día, uno se daba cuenta de que aun con su distancia y su profunda reserva, terminó haciendo todo con mucha generosidad y disposición. Lo que encontré fue a un hombre que representó mi mayor reto creativo, porque tuve que conducir toda la situación de un modo que no me esperaba. Es un tipo muy rudo, que de pronto está harto o enojado, pero por otras cosas que le están preocupando que no tienen nada que ver con lo que está pasando afuera, pero tú tienes que lidiar con eso. Al tercer día, luego de la primera presentación, tomamos la decisión, un poco como hacemos con los niños, de no hacerle caso cuando entraba en esos estados. Es un tipo que reacciona muy diferente a lo normal. Aquello que esperas que le guste, le disgusta. Aquello que crees que lo hará hablar, lo hace entrar en el mutis más profundo, cuando menos te esperas que hable se suelta con un largo discurso. Michel Houellebecq es la persona que he visto más fuera de las convenciones en la comunicación regular.

- Así y todo, se pudo comunicar muy bien con él…

- Totalmente, pero creo que por el gran trabajo previo que hicimos. No dejamos nada al azar. Acaso, lo único improvisado fueron algunos momentos en el escenario. La música que hice, en realidad, si bien tenía temas melódicos, vueltas armónicas, texturas, timbres, instrumentos específicos, estaba siempre dispuesta a rodearlo a él, a cobijarlo, a responderle. Finalmente, es como me gusta trabajar y como había que hacerlo con Michel.

- ¿Se sintió agradecido por la experiencia?


- Mucho. La despedida en el aeropuerto fue muy emotiva. Nos dimos un largo abrazo y me lo quedé mirando cuando se iba. Le grité: - no fumes tanto. Y él me contestó, muy serio: - ¿crees que fumo mucho? Y le dije que fumaba como a nadie había visto en mi vida. Entonces me dijo: Lo tendré en cuenta, gracias por la experiencia. En Oaxaca le regalé una calavera de barro para él y otra para su mujer. Luego me escribió diciendo que le parecía la cosa más extraña tener una calavera humana hecha en barro arriba de su escritorio, pero que le hacía pensar muchas cosas.

- ¿Y de su trabajo en los recitales tanto en el Distrito Federal como en Oaxaca, qué puede decir?

- Fundamentalmente, Michel Houellebecq es un enorme lector de su obra. Se sabe sus textos casi de memoria. Además, tiene un timbre de voz muy particular, muy bueno, por cierto. Su nivel de interpretación fue muy alto y eso se ve claramente en la película. No fue un hombre que vino y sencillamente leyó sus poesías, sino que con ellas hizo un verdadero espectáculo. Él venía de dar shows en Francia con Iggy Pop, tiene mucha conciencia de la cultura rock y pop. De repente me decía: viste esa parte que haces tipo Black Sabbath, deberíamos hacerla con más intensidad, cosas así…

El Goncourt, tirá a mamá del tren y la literatura-basura

A pocos días de partir Houellebecq rumbo a Irlanda, la escritora canadiense Nancy Huston, ganadora del premio Fémina en 2008 por su novela Marcas de nacimiento, declaró en México que la literatura que hace Michel Houllebecq, “es basura”.

En el marco de una conferencia de prensa llevada a cabo en la XXIV edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la autora francocanadiense nacida en Calgary en 1953, admitió no obstante que “conozco el éxito que ese autor tiene entre los jóvenes, porque mi hija de 28 años me cuenta que todos sus amigos son fanáticos de Houellebecq, pero él no es mi hermano en la literatura y creo que las ideas que expone en libros tan famosos como Partículas elementales son completamente falsas”.

“No entiendo por qué hay una corriente de pensamiento entre muchos escritores de Francia y de Europa que pone al nihilismo como fuente principal de su obra. De hecho, analicé el tema en un libro, pero de todos los autores que estudié al respecto, Houellebecq es el que menos me interesa, porque encima no escribe bien”, dijo la famosa esposa del lingüista Szvetan Todorov.

Por esos días, también comenzó a hablarse en México de un libro del 2008, el que había sacado la madre de Michel Houellebecq no para decir, precisamente, cosas bonitas sobre su hijo. En El inocente, Lucie Ceccaldi, la madre del último fenómeno mundial de las letras, convertida al musulmán y de 83 años, dice linduras tales como que el muchacho “ha provocado el mal a todos los que lo han rodeado”.

Duro, polémico, provocador, si la cantidad de enemigos que el escritor ha cosechado a lo largo de su carrera en todo el mundo, pensaba que con la salida en 2005 de La posibilidad de una isla (Alfaguara) y su regreso a Anagrama con Enemigos públicos en 2009, que recoge su intercambio de cartas con Bernard-Henri Lévy, el autor iba a dejar de estar en el foco de atención, la desilusión vino pronto.

Michel Houellebecq lo hizo de nuevo y ganó el Goncourt con su novela El mapa y el territorio, que verá la luz en nuestro continente en septiembre. El jurado votó siete veces a su favor y dos en contra. Según Le Monde, se trata de “una novela apasionante sobre la Francia contemporánea”.

ENTREVISTA A CHRIS BOTTI


Chris Botti, el rubio trompetista de Boston que suele acompañar a Sting y a Paul Simon, vuelve a México para ofrecer un concierto el 29 de mayo, a las 19 30 horas, en el Teatro de la Ciudad. Hijo de una pianista que le transmitió la pasión por la música, fanático de Miles Davis y humilde como pocos, no tiene empachos en elogiar a su colega y contemporáneo Wynton Marsalis.

¿Cómo fue la experiencia de tocar para el Premio Nobel de la Paz?

Fue una experiencia fantástica. Compartí el escenario con grandes artistas como Tony Bennet, Andrea Boccelli y Diana Krall y me sentí muy orgulloso de ser parte de ese evento.

¿Hizo un repertorio distinto para la World Series?

No, sólo toqué el himno nacional de Estados Unidos, jajajaja.

¿Piensa en el público en cada concierto o simplemente ejecuta el repertorio en que usted cree?

Bueno, constantemente estoy pensando en la audiencia, pero sabemos de antemano el repertorio que vamos a tocar antes de subir al escenario.

¿Quiénes son sus trompetistas preferidos?

Me gustan todos los clásicos, definitivamente Miles Davis a la cabeza, Freddie Hubbard me gusta mucho. Soy un gran admirador de Wynton Marsalis… mmm, también Clifford Brown, por supuesto.

¿Unir a Peter Gabriel o Bryan Ferry con el jazz es lo que daría el estilo Chris Botti?

Dios, me encantaría… soy un gran admirador de Peter Gabriel y también de Brian Ferry. Creo que todo ese mundo del pop inglés se mezclaría perfectamente con la música que me gusta.

¿Por qué cree que su disco When I Fall in Love es el más vendido de toda su producción?

Bueno, para empezar tiene mucho mas tiempo de haberse editado, salió al mercado hace seis años, pero también creo que tocó un nervio particular en la gente y estoy muy contento de que así haya sido.

¿Es cierto que cuando fue el día de los atentados usted daba un concierto?

Estaba en Italia el día de los ataques, dando un concierto con Sting esa noche.

Como residente en Nueva York, ¿qué emoción le despierta la muerte de Bin Laden?

Es difícil sentirme feliz por la muerte de alguien… me siento un poco confundido. Dicho esto, es algo que nuestros políticos y nuestro país ha esperado durante mucho tiempo. Así que estoy al mismo tiempo feliz y triste, es un sentimiento agridulce. Pareciera que estamos celebrando la muerte de una persona y, no sé, sabes…. ufff… hubiera preferido que lo capturaran, pero bueno… qué puedes hacer.

Dijo alguna vez que no servía para el piano, ¿Qué otro instrumento le gustaría tocar si no fuera la trompeta?

Estoy muy contento de tocar solamente la trompeta. Es un instrumento que toma mucha práctica y creo que será el trabajo de mi vida solamente tocar la trompeta.

¿Cómo ve el panorama del jazz contemporáneo?

Realmente no presto atención a los diferentes géneros en la música. Siento que sólo tengo un trabajo, que es hacer un disco y con un poco de suerte hacer que la gente lo aprecie; tocar un concierto y hacer que la gente regrese. Realmente no trato de expandir el gusto por un tipo determinado de música, ni siquiera comentar sobre él. No creo, por ejemplo, que Bruce Springsteen tenga que hacer un comentario sobre el rock, solamente tiene que preocuparse de si a la gente le gusta la música de Bruce Springsteen. Creo que es una visión mucho más cercana a la que tienen los músicos de pop sobre su música, en lugar de hacer comentarios sobre si el jazz es esto o si el jazz contemporáneo es lo otro. Trato de mantenerme alejado de todo eso.

¿Ha escuchado algo recientemente que lo haya impresionado o siempre vuelve a los clásicos?

Bueno, siempre me siento impresionado por lo que hace Wynton Marsalis, es impresionante. Lo que hace Branford, su hermano, es igualmente grandioso. Creo que Wynton ha hecho un gran trabajo no solamente tocando la trompeta, que lo hace espectacular, pero también ha sido un vocero. He ahí un caballero que comenta sobre la dirección del jazz; su imagen y su personalidad están íntimamente relacionadas a un estilo específico de música. En ese sentido Wynton y yo somos muy diferentes y lo respeto mucho. Ha hecho un gran trabajo y tiene que hablar al respecto, es un embajador del swing puro.

¿Qué le ha aportado ser uno de los músicos estables de Sting?

En mi vida, mi relación con Sting, nuestra amistad, es una de las cosas de las que estoy más orgulloso. He aprendido muchísimo sobre cómo hacer una gira, cómo mostrar y darle un lugar importante a otros músicos, como actuar … la lista sería interminable. Le debo tanto en mi carrera, por principio de cuentas y además tenemos una gran amistad. Es el mejor.

¿Cómo es el concierto que dará en México?

Bueno, voy a México con una banda increíble y con un par de invitados especiales. Es la mejor combinación de músicos que hemos tenido así que estoy muy emocionado de regresar al Distrito Federal.

ENTREVISTA A EDUARDO SACHERI






En el mundo cultural anglosajón, donde florece el gran mainstream de escritores, actores, músicos y demás etcéteras, no llama la atención que de un buen libro salga una buena película. De ahí, en el millonario showbusiness de las sociedades ricas, se contemplan todas las combinaciones posibles: de mal libro, buena película: de buen libro, película horrorosa y así…

En nuestra latinidad al palo, en cambio, las cosas suelen ser distintas y, por si acaso, cuando se produce esa extraña química capaz de mandar a un escritor a la fama internacional como consecuencia de que su historia fue buenamente filmada, los cuestionamientos se multiplican. Hay cierto desdén de lo que se conoce como “literatura en serio” hacia aquellos autores dados a conocer primero en la pantalla grande.

En Argentina, donde el escritor Eduardo Sacheri nació hace 43 años, no llamó la atención que su novela El secreto de sus ojos, publicada en 2005 con el título más sugestivo de La pregunta de sus ojos, accediera al podio de las mejores ventas merced al películón homónimo de José Campanella, protagonizada por el genial Ricardo Darín, ganadora del Oscar en 2010. Al fin y al cabo, el profesor de historia y fanático de Independiente que había escrito la historia, ya le iba bien con sus libros de cuentos.

Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol, editado en España como Los traidores y otros cuentos (2000); Te conozco, Mendizábal y otros cuentos (2001) y Lo raro empezó después: cuentos de fútbol y otros relatos (2004), son testimonio de una obra parsimoniosa y sólida con que Sacheri ya tenía un lugar en la literatura de su país.

El secreto de sus ojos fue el boom que lo puso en la mirada pública internacional. Le siguió Aráoz y la verdad (2008, novela) y pronto llegará Papeles en el viento, una nueva historia larga “y masculina” de cuatro amigos entrañables, uno de los cuales fallece a causa de una enfermedad terminal.

Invitado a participar en el Primer encuentro de escritores cinematográficos, llevado a cabo en México, entre y el 6 y el 9 de julio, Sacheri reconoce haber encontrado un nuevo camino en su escritura: el de la pantalla grande. No descarta escribir estrictamente para el cine y va de suyo que está encantado con el éxito que ha tenido su novela tamizada por el colador de Hollywood.

Una novela de película

- El secreto de sus ojos sí que es una novela de película…
- (risas) Sí, finalmente, se ha convertido en eso. La verdad es que es sorprendente. Si bien yo ya tenía un cierto recorrido en la literatura con mis libros de cuentos en Argentina, esto que de tu primera novela se transforme en un filme y vaya mucha gente a verlo y obtenga muchos premios es asombroso, todavía lo es en cierta medida para mí…
- ¿No le abruma un poco?
- A veces tanta exposición te abruma un poco porque te quita un poco de intimidad. Si fuera actor, sabría de antemano que el precio de mi éxito sería que la gente me reconociera por la calle y que en un restaurante alguien te estuviera mirando, etc. Para un escritor, el reconocimiento público pasa por otro lado y radica fundamentalmente en que la gente lea los libros que haces. Este tema del cine, en cambio, le ha dado a mi rostro cierta difusión y en Buenos Aires, con cierta frecuencia, sucede que la gente se me acerca en la calle…por suerte, todos los que me paran son personas muy amables a las que les ha gustado mi historia. De todas maneras, esa circunstancia tiene un costadito raro, como algo inhabitual en relación a la vida que yo llevaba antes de esta ola mediática.
- Fue un verdadero fenómeno, ¿verdad?
- Y sí. El efecto que tiene el cine, sobre todo en una película como esta, que tuvo tanto éxito, te cambia la escala de las cosas. Si antes vendías equis cantidad de libros, después del filme, esa cantidad se multiplica por diez o por quince. Además, se empiezan a traducir tus libros, comienzas a vender en lugares impensados. Al principio, cuando te dicen que tu novela va a ser traducida al francés o al inglés, te entusiasmas, pero luego cuando la ves en coreano, en croata o en búlgaro, la sorpresa es inmensa.
- ¿Y no le importó que se cambiara el título?
- No, en ningún caso. Así como en la película no me pareció correcto ponerme caprichoso con determinadas cosas, al punto de hacer naufragar el proyecto, tampoco en el ámbito editorial creo que una posición rígida conduzca a nada. Al fin y al cabo, es más práctico que la novela lleve el nombre de la película, que tener que explicar que la novela se llama distinto pero que en realidad es la misma que dio origen al filme.
- ¿A qué edad comenzó a publicar?
- Hace 10 años, a los 33.
- Su novela demuestra un riguroso trabajo literario atrás…no siempre las buenas películas están basadas en buenas novelas, no es este el caso…
- Bueno, creo que no hubiera podido escribir El secreto de sus ojos si antes no hubiera escrito los libros de cuentos, aunque debo reconocer que para mí fue todo un desafío encarar el proyecto de escritura de una novela. Sentía como una asignatura pendiente. Me iba muy bien con los libros de cuentos, pero quería ser capaz de terminar una novela, aunque después volviera a mi género habitual. A esta historia la tenía por ahí, rondando, desde hace mucho tiempo, pero me daba un poquito de temor. Entonces, que mi protagonista escriba una novela, funcionó como una especie de exordio. Fue como poner en las espaldas del pobre Benjamín Chaparro mis problemas de cómo manejar los tiempos verbales, el vocabulario, o sea, ponerlo en boca de él me liberó a mí como para poder hacerlo. Al mismo tiempo, esto de alternar dos narradores, que casi todos los capítulos de la novela estén escritos por el propio Chaparro, pero de tanto en tanto aparece algún capítulo hecho por un narrador que está por fuera del personaje me dio la posibilidad de hablar más profundamente del propio Chaparro. En realidad, no me hubiera parecido muy verosímil que Chaparro se conociese tanto.
- ¿Por qué?
- Porque los hombres nos conocemos mucho, pero por partes. Hay partes de nosotros mismos que ignoramos profundamente. Entonces, este narrador que contaba lo que le iba pasando a Chaparro mientras escribía, me pareció una buena opción. La estructura de los capítulos son breves, como si fueran cuentos. Y eso me dio cierta libertad de sentirme como si escribiera pequeños cuentos, pequeños relatos.
- La novela propone un vértigo distinto, en el que el narrador puede perderse…
- Sí, es muy distinta hasta la práctica. ¿Cuánto tiempo puede llevar escribir un cuento? No estoy hablando de las diferentes reescrituras que luego uno hace, sino del cuento en sí. Si un cuento te agarra particularmente inspirado capaz que hasta en un día lo escribes. Una novela, en cambio, te lleva meses y meses y uno no es el mismo que era cuando la empezó al que es cuando va en el medio. Una novela no es un raptus de inspiración, sino meses donde te van pasando distintas cosas, vas teniendo ideas, vas descartando otras, te cansas, te vuelves a entusiasmar…
- Con el miedo feroz al estancamiento, además…
- Claro. Esas ideas mortuorias que aparecen mientras escribes cuando te preguntas ¿y esto cómo sigue? O eso que al principio te parece maravilloso, pero luego al verlo escrito te resulta nefasto. Escribir un cuento es como cruzar un río. Te esfuerzas, nadas contra la corriente, pero levantas la cabeza y ves hacia dónde vas. Una novela es como nadar en el Río de la Plata: hay un momento en que perdiste de vista la orilla desde la que partiste y no está a la vista el destino al que querías llegar. Es muy difícil nadar a ciegas.
- De todas maneras, sus editores deben de haber estado muy felices con el hecho de que usted se pusiera a escribir una novela. Supuestamente, eso es lo que se vende ahora…
- Con eso de que yo era profesor de historia y vivía de eso y estaba bien esa vida, todo lo que ha pasado con los libros y lo que sigue pasando, lo vivo como un regalo extraordinario y eso también me da mucha libertad. Como los libros de cuentos se vendían bien, estaba libre para encarar cualquier tipo de género.
- ¿Ahora ya no da más clases?
- Sí, aunque no tanto como antes. Estoy en un par de escuelas secundarias y en la universidad de Buenos Aires una noche por semana.
- ¿Cuál es su materia?
- En la universidad doy clases de Historia Económica Mundial y en las escuelas secundarias, doy primordialmente historia argentina y algo de europea.
- En esta discusión de los géneros que suele darse en el ámbito literario, ¿qué tipo de cuentista es usted?
- Soy un tipo muy clásico. Alguien que confía en ciertas certidumbres de los géneros literarios ortodoxos. Sobre todo, confío como lector en esos paradigmas. Cuando leo un cuento, me gusten que pasen cosas, que haya un vértigo creciente y que haya un final maravilloso o sorprendente. No escribo para otros escritores, será porque no me siento parte de una comunidad literaria. Me pienso a mí mismo como lector primero y escribo en consecuencia.
- ¿Quién es su autor de cuentos favorito?
- El autor que me marcó definitivamente fue Julio Cortázar. Esto del mundo de lo cotidiano como objeto de interés, a veces con una solución fantástica y a veces no…me seduce mucho. Por ejemplo, uno de mis cuentos preferidos de Cortázar es “La salud de los enfermos”: una señora mayor muy enferma, postrada en su cama, la familia alrededor cuidándola, un hijo que muere en Brasil y cómo le ocultan a esa mujer la infausta noticia, los ritos familiares en la Buenos Aires de los 50…hasta la lectura de ese cuento yo consideraba que la literatura debía tratar quién sabe de qué cosas alejadas de la vida cotidiana de cualquiera. Ver que un tipo podía construir una historia maravillosa con una vieja moribunda y una familia que le teje una mentira alrededor, me pareció algo revelador y genial.
- ¿A qué comunidad de escritores argentinos dice usted no pertenecer?
- Me imagino que Ricardo Piglia, que Juan José Saer, que, un poco más acá, Alan Pauls, a juzgar por lo que se lee en la facultad y viendo los escritores que son invitados a ese recinto, forman una comunidad académica a la que no pertenezco, algo que no me parece ni bien ni mal. Así son las cosas.
- También está afuera de esa comunidad la escritora Claudia Piñeiro, una de las más vendidas actualmente en la Argentina…
- Bueno, me divierte mucho más leer una novela de Piñeiro que una de Saer. En la literatura me gustan las historias y no ver al autor delante de ellas.
Todo lo que pasó en el hotel Mondrian

Fue un día de marzo de 2010. Para premiar a la Mejor Película Extranjera en los Oscar se subieron al estrado los directores Pedro Almódovar y Quentin Tarantino. Poco tardaron en mencionar a El secreto de sus ojos como la gran vencedora. A pocos pasos del Kodak Theatre de Los Ángeles, donde se llevaba a cabo la ceremonia, un grupo formado por 20 personas festejaba a gritos y con abrazos efusivos el galardón. En una sala especialmente acondicionada para la ocasión en el Hotel Mondrian, Eduardo Sacheri, disfrutaba su momento de máxima gloria.

- ¿Cómo fue la noche del Oscar?
- Lo que más recuerdo era la tensión creciente de todos los argentinos que estábamos en el hotel Mondrian esperando la premiación. Estaba el jefe de producción de la película, los músicos, éramos unos cuantos haciendo el aguante de la espera. En esa situación, ganar el Oscar era casi una desesperación. Ya que fuéramos uno de los cinco favoritos la sensación de júbilo era absoluta, pero conforme va pasando el tiempo te empieza a picar el bichito de querer ganarlo. Cuando Almódovar y Tarantino aparecieron en el escenario, tenía tal nivel de tensión que salí de la sala donde estaba la pantalla gigante y me fui a caminar por el corredor del hotel. Pensaba que si ganábamos iba a escuchar un grito como si fuera un gol en el Mundial a mis espaldas y si no escuchaba nada, me iba a armar de valor y volvería a la sala con los demás.
- Pero escuchó el grito…
- Sí. Cuando oí el alarido no me dieron las piernas para volver a la sala y abrazarme a esa pirámide de argentinos que, como no podía ser de otra manera, entonaba cánticos futboleros para festejar el Oscar. Parece que no tuviéramos otro código de festejos.
- ¿Y a Campanella cuando lo vio?
- Tuvimos que esperar un rato largo, porque se estaba grabando el nombre de la película sobre la estatuilla. Luego ellos se vinieron al Mondrian y nos juntamos. La verdad es que había habido tanta tensión y tanta adrenalina liberada que estábamos todos extenuados. Al final, no parecía que habíamos ganado el Oscar.
 

 

martes, 19 de julio de 2011

Morir acribillado

El reciente asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral, quien fue baleado en un confuso atentado llevado a cabo por sicarios en Guatemala, evocó el homicidio de que fuera víctima John Lennon, el líder de Los Beatles, quien el 8 de diciembre de 1980 cayó acribillado por un perturbado fan en Nueva York.
El famoso músico inglés tenía apenas 40 años y su asesino, Mark Chapman, apretó el gatillo cinco veces seguidas porque, según declaró tiempo después, estaba convencido de que el artista “era un hipócrita”.
Balas de metralleta cegaron la vida del músico mexicano Valentín Elizalde en 2006, en un hecho que se suma a varias muertes violentas padecidas por diversos representantes de lo que se conoce en este país como “música de banda o grupera”, generalmente a causa de cantar en fiestas de narcotraficantes rivales.
Fueron muchos los artistas que en México murieron por las balas del crimen organizado y algunas de esas muertes resultaron tan absurdas como las de los dos miembros del grupo La Excelencia que fueron acribillados en Guadalajara porque no quisieron hacer un bis.
En Trujillo, Perú, dos integrantes del grupo Los Hermanos Blas fallecieron tras ser atacados a balazos cuando salían de una presentación a bordo de un taxi. El baterista Lizalder Blas Haro (20) y el animador del conjunto, Juan Barreto Cruzado (30), fallecieron en un hospital Belén y la vocalista de la agrupación, Merly Blas Haro, fue gravemente herida, aparentemente por personas que querían robar el dinero recaudado en el concierto.
En la novela “Fatamorgana de amor con banda de música”, el escritor chileno Hernán Rivera Letelier cuenta la historia de unos músicos que fueron acribillados por el ejército. Precisamente en Chile, el célebre cantautor Víctor Jara murió por las balas infligidas por los militares en el Estadio Nacional, el 16 de septiembre de 1973, luego de ser salvajemente torturado.
En Estados Unidos, una leyenda negra de violencia persiguió durante una época a famosos raperos que dirimían su rivalidad con las balas. A causa de ello, el 7 de septiembre de 1996, perdió la vida el músico Tupac Shakur, quien fue acribillado en Las Vegas, cuando apenas tenía 25 años.
La respuesta a ese asesinato no se hizo esperar mucho y el 9 de marzo de 1997 el rapero The Notorious B.I.G., fue baleado en Los Ángeles en pleno mediodía. El músico, que tenía 24 años, murió poco más tarde en el Hospital Cedars Sinai.
Hace dos meses, el 16 de mayo de 2011, el rapero M-Bone, de la banda Cali Swag Distrit, falleció tras dos impactos de bala en la cabeza en Inglewood, California, de donde era originario. Tenía 22 años.
En el ámbito del rock internacional, el integrante de Pantera y de Damageplan, Darrell Lance Abbott, más conocido como Dimebag Darrell, considerado uno de los guitarritas más influyentes en la historia del heavy metal, murió acribillado por un fan esquizofrénico el 8 de diciembre de 2004. El músico tenía 38 años.
El mítico Marvin Gaye, uno de los componentes fundamentales del estilo “Motown Sound”, perdió la vida a los 44 años, el 1 de abril de 1984, a causa de dos disparos propinados por su propio padre, quien alegó defensa propia.
El 19 de febrero de 1972, el trompetista de jazz Lee Morgan fue acribillado por su esposa en un club de Manhattan. El notable instrumentista tenía apenas 33 años y la causa de su muerte, según se supo, es porque le había sido infiel a su mujer.

domingo, 17 de julio de 2011

LA MUERTE DEL CANTOR


Era un anciano. Estaba casi ciego. Había sobrevivido a un cáncer de páncreas y a la muerte en un accidente de avión de su primera esposa y su hija. Fue asesinado a tiros cuando iba camino al aeropuerto La Aurora, en Guatemala.

Pocas noticias conmocionaron tanto como la muerte violenta de Rodolfo Enrique Facundo Cabral, quien había nacido el 22 de mayo de 1937 en una calle, como decía él, de la ciudad de la Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires.  

Venido al mundo en un hogar destrozado por el abandono del jefe de familia, con una sufriente madre de otros siete hijos, la infancia de quien conociera la fama internacional como cantautor con el nombre acotado de Facundo Cabral, fue propia de una escena del neorrealismo: pobre, casi miserable.

Tal vez por eso, a sus 74 años, deambulaba todavía por el continente cantando sus coplas entre místicas, filosóficas y teñidas siempre con una pátina de ironía y provocación, una muestra del espíritu joven que lo acompañó hasta su muerte.

Trabajar hasta el final, previendo un retiro anunciado, convencido de que “si los malos supieran que buen negocio es ser bueno, serian buenos aunque fuera por negocio”.

Lo mataron los malos en un confuso atentado que el propio presidente de Guatemala, Álvaro Colom, describió como “una maniobra de la mafia, muy bien organizada”. Las investigaciones apuntan a que el verdadero destinatario de los proyectiles era el empresario que lo había contratado para dar sendos conciertos en Guatemala y Nicaragua, adonde se dirigía el cantautor cuando encontró la muerte.

Henry Fariña, que sobrevivió al atentado, es ahora el testigo clave para una justicia que ya tiene a varios detenidos (ver recuadro), aunque el estado de gravedad en que se encuentra impide por ahora tomarle declaraciones.

La vida fascinante  de quien escribió aquello de “no soy de allí, ni soy de allá” se truncó por un hecho tan fortuito y azaroso como tan imprevisible fue su larga existencia, condenada desde el principio a una lucha feroz por la supervivencia.

Los apuntes más destacados de su biografía narran el hecho increíble de su niñez, cuando con apenas nueve años logró entrevistarse con Juan Perón y su esposa, Eva Duarte. Había escuchado Facundo que el entonces presidente de Argentina ayudaba a los pobres y no dudó en escaparse de su casa para emprender una larga travesía a la Capital Federal.

“Pedía trabajo y no limosna”, contó Cabral en un reportaje muchos años después. La súplica caló hondo en el corazón de la Primera Dama y fue así como Facundo consiguió trabajo para su madre y una nueva casa para su numerosa familia.

La película de una vida dura

Alcoholismo a edad prematura, encierros en reformatorio, un carácter violento que lo llevó a la cárcel a los 14 años, el encuentro con un cura jesuita que lo hizo estudiar y lo aficionó a la literatura: la vida de Facundo Cabral parece haber estado escrita por Edmundo de Amicis, una novela emotiva que pudo ser trágica y que desvió el rumbo hacia campos más propicios cuando, en 1954, con apenas 17 primaveras encima, escribió su primera canción “Vuele bajo”.

“A mí me salvó la música, yo hubiera sido fácilmente un delincuente, odié como nadie, pero me salvó la canción. No tengo una gripa, es cáncer, pero está bien, yo estoy feliz y no es tan grave”, dijo en México el año pasado.

“Lo recordaré como un buen tipo, el más cordial de todos, pero la muerte es la muerte y debemos aceptar esta noticia terrible con dignidad”, dijo su colega, amigo y compatriota Alberto Cortéz (juntos hicieron durante varios años el espectáculo Lo Cortez no quita lo Cabral).

Otro artista argentino, el cantante Jairo, lo recordó “como un andarín carismático y encantador”. Es cierto. Cabral no tenía una vivienda fija, paraba en hoteles y nunca dejaba de girar. Hay músicos así, que no pueden dejar de dar conciertos, tal como lo reveló el guitarrista de los Rolling Stone, Keith Richards, en su autobiografía.

El artista que decía “no estás deprimido, estás distraído” gozaba en sus últimos años de gran popularidad en Centroamérica. Su público en Argentina se había restringido un poco a raíz del discurso ultra - místico que cultivaba Cabral en sus espectáculos.

Siempre había buscado a Dios, sin suscribirse a alguna religión en particular, hablando del Sermón de la Montaña y de la amistad personal que mantuvo con la Madre Teresa de Calcuta, pero en la vejez, sus invocaciones al Creador eran la parte central de sus shows. Eso sí, no había perdido el humor filoso y mucho menos esa verborragia encantadora que llamaba a silencio a todos los espectadores ocasionales que se deleitaban escuchándolo.

“No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein interpretaba como nadie a Chopin a los 90”, decía. Él tenía 74, se vestía con pantalones de mezclilla, tapaba sus dañados ojos con unos coquetos anteojos rojos al estilo Lennon y conservaba la columna vertebral erguida, la cabeza fresca y atenta, el modo enérgico y solidario de dirigirse al prójimo.

“No hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de nada”, también decía el hombre que carecía de propiedades y que llegó a donar 1 millón de dólares a la Madre Teresa de Calcuta, a quien veneraba.

La conoció cuando ella lo llamó a un programa de televisión en México en los ´80, donde le estaban haciendo una entrevista al cantautor. Pidió salir al aire, para sorpresa de los productores, del conductor del show y del propio Facundo, quien cuando terminó su participación televisiva corrió a encontrarse con la monja, que estaba de visita en el Distrito Federal.

Años después, cuando la Madre Teresa de Calcuta se enteró de la tragedia personal que asolaba al cantautor, quien había perdido a su hija y a su esposa en un accidente aéreo, lo llamó por teléfono para preguntarle qué iba a hacer con todo ese amor que le sobraba y lo invitó a Calcuta.

“Cada vez que yo entraba a la casa de la Madre Teresa, sentía que Dios recién había salido. Una señora, impresionada por verla bañar a un leproso, le dijo: yo no bañaría a un leproso ni por un millón de dólares, a lo que Teresa contestó: Yo tampoco porque a un leproso solo se lo puede bañar por amor”, contó Cabral.

En su constante desapego, también se alegraba por la piratería y porque la gente pudiera bajar música gratis de Internet. “Ahora hay más gente que puede conocer mis canciones”, decía.

Amor a la mexicana

Facundo Cabral vivió en México durante los cruentos años de la dictadura. Su exilio fue forzoso y residió en este país entre 1976 y 1983. Aquí desarrolló afectos entrañables, pero sobre todo se ganó la fidelidad de un público que reía con sus ocurrencias y se sentía identificado con sus canciones.

Fue amigo de José Alfredo Jiménez, quien lo llamaba “Fecundo Cabrón”.

“Un día estaba en un programa con Jacobo Zabludovsky y la segunda llamada que entró al aire fue la de él (José Alfredo). Dijo: ‘Jacobo dile a ese señor que quiero ser su cuate’ y casi me desmayo, porque la gran mayoría de las canciones mexicanas que se conocen en el mundo son de José Alfredo”, contó Cabral en una conferencia de prensa llevada a cabo en León, Guanajuato, en 2010.

José Alfredo lo molestaba con la canción “No soy de aquí ni soy de allá”. ¿Por qué la hiciste tú? La tendría que haber compuesto yo, le decía el guanajuatense, a lo que Cabral respondía: Bueno, entonces yo tendría que haber escrito “El rey”.

Su llegada a México, con 17 dólares en el bolsillo, fue en 1972. No conocía a nadie y e paró en la puerta de Televisa. Fue Jacobo Zabludovsky quien se paró a escucharlo e inmediatamente lo invitó a su noticiero. Al principio iba a cantar en un solo bloque y al final se quedó durante toda la emisión. Al día siguiente ya tenía contrato con una disquera y una carrera profesional en ciernes.

Quería terminar su carrera en este país, al que venía cada año a dar conciertos, tanto en la capital como en el interior.

Hombre de letras

Facundo Cabral no era un intelectual ortodoxo, pero sabía mucho de literatura y amaba los libros. Escribía con pasión, no sólo canciones, sino también poesía y los textos que narraba con voz clara y precisa en sus presentaciones.

Dialogó con Krishnamurti, fue amigo de Juan Rulfo, de Julio Cortázar y de Jorge Luis Borges. A este último lo visitó su departamento en Buenos Aires. “Señor Cabral, usted sabe más de mi vida que yo, abra esa cómoda y encontrará muchos manuscritos lléveselos, se los regalo”, le dijo el gran escritor.

“Cuando le pregunté a Borges porqué no había libros suyos en su biblioteca, me dijo: porque sigo teniendo el hábito de la buena lectura. Cuando le pregunte qué le había parecido Arreola, que acababa de visitarlo, me dijo: es un verdadero caballero, me dejó dos o tres silencios”, contaba Cabral en una de sus famosas anécdotas ante el público.

En Ciudad Obregón conoció a Erich Fromm, el autor de El arte de amar. “Fue una luz. Iluminó un montón de rincones que no conocía. Fue como estar frente a un espejo mucho mejor que yo”, dijo Facundo.

Quería a Octavio Paz, a Julio Cortázar, a Nacha Guevara, a Walt Whitman y le costó vivir sin Borges.

“Estaba tomando sopa con mi madre. Mi madre lo amaba: no me olvido nunca de eso. Estábamos comiendo una sopa de sémola y sale un gran amigo nuestro en la radio, un hombre importante de la radio argentina, que además estuvo bastante cerca también de Borges, y dijo: “Hoy odio mi oficio. ¿Por qué me tiene que tocar a mí decir que Borges murió en Ginebra?” Y mi madre no dejó de tomar la sopa y dijo: “¡Caramba! Ahora sí que vamos a ser pobres”. Esa fue una muerte terrible para mí, porque no se puede suplantar tanta inteligencia. Ahora hay que esperar otro siglo y yo me lo pierdo”, contó en una entrevista.

El adiós

Alguien podrá decir que la muerte trágica de Facundo Cabral sirvió para hacerlo un mártir ante los ojos de quienes lo amaban y ahora lo amarán más todavía. Sin embargo, nadie debería morir de esa manera, acribillado por delincuentes  impiadosos, dueños de la vida de la gente, tan comunes en nuestros territorios.

Hablar de que el horrendo asesinato convertirá a Facundo Cabral en un santo que venerarán las generaciones venideras es una paradoja tentadora, pero a la que no deberíamos suscribirnos.

Un hombre murió víctima de la violencia ciega que ronda por las calles y esquinas de Latinoamérica. Fue una coincidencia que ese hombre fuera famoso y para muchos un productor de obras que dieron consuelo y paz en sus horas difíciles.

Por otro lado, “llorar por la muerte es faltarle el respeto a la vida”, decía quien a lo largo de sus 74 años se dedicó a vivir con toda la pasión y muestra de ello es la serena firmeza y la dulce constancia con la que combatió al cáncer que padecía. 

Él, que no fue de aquí ni de allá, consiguió el título de Mensajero de la Paz por la ONU y el de Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos Aires. En Argentina, su país natal, decretaron tres días de duelo por su muerte y lo propio hizo Guatemala, donde lo asesinaron.

“No hay muerte... hay mudanza. Y del otro lado te espera gente maravillosa: Gandhi, Miguel Ángel, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y mi madre, que creía que la pobreza está más cerca del amor, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas y nos aleja, porque nos hace desconfiados”. Palabra de Facundo

miércoles, 6 de julio de 2011

ESPOSOS Y ESPOSAS DE LA POLÍTICA


La historia del mundo comprueba que si bien puede haber política de altas dimensiones ejecutada por hombres y mujeres célibes, lo común –y más interesante, sin duda- es que muchas de las decisiones que cambian la vida de una comunidad, crecen al calor de las sábanas matrimoniales, se cuecen en la desatada pasión de los amores prohibidos.

No todo es sexo, claro, también hay mucho de soporte moral en las relaciones de pareja que apuntalan o medran a los poderosos. Para decirlo en buen romance, alguna vez el jefe de gobierno o la ministra regresan al hogar y dirimen sus cuestiones existenciales en un sistema donde la posición de mando cede lugar a la vulnerabilidad que cobra forma en un par de viejas y cómodas pantuflas.

Si el compartir lecho y mesa de desayuno tiene o no implicancia en las decisiones de gobierno, es cuestión que ha sido largamente analizada por politólogos, sociólogos, historiadores, periodistas. Tantas y sesudas investigaciones, sin embargo, no alcanzan para establecer un patrón único de comportamiento. A la hora de la hora, hay de todo, como en botica.

Los casados cazados

De esos matrimonios donde el calor del tálamo conyugal hizo mucho para virar los destinos no sólo de un país, sino hasta de un continente, la historia tiene un ejemplo paradigmático. En la Inglaterra del siglo XV, cuando el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón atravesaba sus primeros y buenos tiempos, mucho antes de que la sufrida reina española se viera despojada de todos los honores por su déspota y mujeriego esposo, la monarca oficiaba como embajadora no oficial de los designios de su padre, el rey Fernando.

El regente de Castilla y máxima figura del reino de Aragón resultó ser un traidor que no sólo se mofaba de los arrebatos de su joven e inexperto yerno, sino que también obró en su contra, aliado con el emperador Maximiliano de Austria y Luis de Francia. Mucho tuvieron que ver los cantos de sirena que entonó en los oídos de su inocente hija, para que Enrique VIII hiciera una malograda incursión en los reinos de Francia y sufriera un primer fracaso militar cuando la prometida ayuda española comenzó a brillar por su ausencia.

¿Cuál hubiera sido la historia de Inglaterra si el rey hubiera seguido escuchando los consejos de Catalina o si esta no se hubiera dado cuenta a tiempo de las maniobras de su astuto progenitor?

Por suerte o para desgracia de la dinastía Tudor, apareció Thomas Wolsey en la esfera íntima del monarca y Enrique, que ya había partido a calentar lechos que le hacían más ilusión que los que ocupaba la reina, dejó de compartir las cuestiones políticas con Catalina.

La indiferencia del consorte

A veces, los gobernantes se casan con personas a las que el poder les vale un cacahuate, por decirlo en buen francés. Resultan ser seres casi anónimos que viven o casi vegetan a la sombra del árbol que riega el cónyuge poderoso. Suelen ser personas no muy bien vistas por el ojo público, una maquinaria voluble si las hay.

También en la vieja Europa vivió un matrimonio desparejo donde la reina Catalina de Navarra se desesperaba por la parsimonia de su marido, Jean d'Albret, un hombre más inclinado a la poesía que a las guerras y al que, la verdad, le daba mucha flojera tener que salir a defender su reino. Resultado de sus escasas dotes para la política, en un sistema donde debía ser el monarca quien tomara las mayores decisiones, el matrimonio debió ceder Navarra a la corona inglesa y refugiarse en Francia.

Más acá en el tiempo, poco brillo tuvo el atosigado marido de la Dama de Hierro Margaret Thatcher, que gobernó Gran Bretaña entre 1979 y 1990. Sir Denis, que así se llamaba, falleció en 2003 sin haber dejado nunca de ser satirizado por la opinión pública inglesa, que lo consideraba un esposo sumiso, aficionado al golf y a la ginebra y en quien la feroz mandataria solía descargar toda su ira.

Los dos al poder

De aquellos matrimonios donde los dos miembros son aficionados al poder, hay más ejemplos. No hace falta hurgar mucho en la historia para caer en la cuenta de que Bill Clinton no lo tendría fácil en su regreso a casa, toda vez que allí lo aguardaba la implacable Hillary, la actual canciller estadounidense.

Poco faltó que la dama rubia de eterna sonrisa apellidada Rodham llegara a la silla presidencial. En el camino se le cruzó Barack Obama, como antes, en tiempos negros de su profuso pasado político, tuviera que vérselas con una ambiciosa becaria de la Casa Blanca. La tal Monica Lewinsky casi hace trastabillar su matrimonio, amén de perjudicar el gobierno de su marido, con quien mantuvo un sonado e inolvidable affaire. Es tanta la conciencia del poder de Hillary, que “perdonó” a su esposo y hoy aparece tan campante como miembro activo del gobierno de Obama.

Guardando las dimensiones del caso, otro matrimonio, esta vez local, parece estar galvanizado y crecido a la luz de los incendios del poder. Nadie podría pensar, a fuerza de ser sinceros, que en el caso de que el político metropolitano René Bejarano llegara a ejercer como jefe de gobierno de la ciudad o, por qué no pensarlo, como presidente de la República o ministro de la Nación (en política todo se vale y todo depende de la correlación de fuerzas dominante), su mujer, la incombustible Dolores Padierna, iba a quedarse tan tranquilita en Los Pinos, renovando la vajilla o bordando manteles.

Si al revés fuera, si la potente dama perredista, con cuyo marido sorteó las hecatombes derivadas del “Escándalo Ahumada” a mediados del 2000, fuera designada para un cargo público, no sería Bejarano el que se mantuviera en las sombras, recatado, sin opinar sobre la función de gobierno de su mujer.

Tal como sucedía con el matrimonio Kirchner en Argentina, la dupla Bejarano-Padierna funciona como un tándem y es muy difícil medir cuánto hay de él en ella o viceversa.

El amante incómodo

No faltan entre los políticos, aquellas parejas un tanto revulsivas y hacia las que suele cargarse todo el peso de las malas decisiones de gobierno. Se trata de personas que aparecen sorpresivamente en la vida del funcionario público y asumen la extraña virtud de transformarlo todo.

Nadie olvida a la esposa del ex presidente mexicano Vicente Fox, la inefable “Marthita” Sahagún, una extraordinaria figura de la política local, que no sólo fue vocera oficial de su marido, sino que también logró doblegar las reticencias de él al matrimonio y se casó con “Chente” en 2001, a un año del triunfo electoral del candidato panista.

Incansable en su afán de protagonismo, Sahagún llegó a ser prácticamente una presidenta alterna y durante el hoy tan criticado gobierno de Fox, mucha gente se preguntaba cuánto había de Martha en las decisiones que tomaba el mandatario.

Implacable y feroz, estuvo a punto de ser candidata a presidente, decidida como estaba a suceder en el gobierno a su marido, un sueño que se tronchó por las enormes resistencias partidarias y también por las sospechas de corrupción y enriquecimiento ilícito que aún hasta la fecha acompañan a sus hijos.

Otro caso de amante incómodo, esta vez casi trágico, fue el que protagonizó la ex jefa de gobierno de la ciudad, Rosario Robles con el cuestionado empresario argentino Carlos Ahumada.

“Cometí el error de relacionar lo personal con lo político”, dijo Rosario en su libro Con todo el corazón, refiriéndose al romance vivido con quien fuera propietario del grupo Quart, del equipo de fútbol mexicano León y del desaparecido periódico El Independiente.

“Fue un error garrafal haber mezclado mis sentimientos con los negocios. Fue un suicidio”, dijo a su vez Ahumada en su Derecho de réplica.

Si los negocios del empresario crecieron al abrigo de lo que, según rumores, se constituyó en un amor apasionado típico de un culebrón de la tarde, la historia carece de registros en tal sentido.

Robles nunca fue enjuiciada por supuestamente haber favorecido a Ahumada, quien saltó a la fama a través de unos videos donde se lo veía sobornando a funcionarios públicos del Distrito Federal.

Lo que es cierto, es que uno de los mejores cuadros de la izquierda mexicana y a quien en la cumbre de su accionar político, comenzaba a vérsela como una presidenciable, debió retirarse a cuarteles de invierno y asumir los altos costos de un amor truncado y prohibido.

La vergüenza de Marcelo

¿Qué le pasaría a usted si fuera un adusto jefe de gobierno, poco dado a las expresiones públicas de euforia o emoción desbordada y en un solemne acto político, su esposa o esposo brindara un discurso incoherente en aparente estado de ebriedad, llamándolo “amor mío” ante decenas de periodistas y cientos de ciudadanos?

Marcelo Ebrard, el serio y formal mandatario capitalino, habrá pensado: “Esto no me puede estar pasando a mí” cuando su hoy ex esposa, la actriz y pintora Mariagna Pratts, aprovechó la ceremonia de colocación de la primera piedra de lo que será el Centro Comunitario en San Juan Ixtayopan, en Tláhuac, para explayarse sin inhibiciones, mostrándose desatadamente informal y poco clara, mediante palabras u oraciones tan pintorescas como cuando, refiriéndose a los arquitectos con los que había trabajado para el proyecto, dijo “agarrándose del chongo, del molcajete y a sartenazos para este proyecto del Centro Comunitario!… Levanten las manitas, no los veo. ¡Ay…!”.

Al día siguiente, la prensa tituló: “Aparece otra Primera Dama protagónica”.

El vaticinio duró poco porque en abril de este año, Ebrard anunció el divorcio de Pratts.

No se sabe si el jefe de gobierno llegó a la conclusión que hay veces en la vida en las que conviene estar mejor solo que mal acompañado, lo que sí se conoce es que de prosperar las ambiciones presidenciales de Marcelo, por primera vez en la historia de México no habrá una Primera Dama acompañando al máximo mandatario.

Deshojando la margarita

“Cargaré con los costos morales”, dijo el presidente Felipe Calderón durante el diálogo que mantuvo en El Alcázar con el poeta Javier Sicilia. La frase más o menos textual del primer mandatario de gobierno fue como decir “Seguiré en las mías y me la aguanto”. A su lado, la siempre discreta y medida Margarita Zavala guardó silencio. No sólo es una Primera Dama instruida y militante, sino también la madre de los tres hijos del presidente, la encargada de preservar la seguridad y armonía familiares.

Es curioso el caso de Zavala, una abogada siete años más joven que su marido, docente de Derecho y férrea militante del PAN. Curioso porque conforme decae la popularidad de Felipe Calderón, crece la de la Primera Dama.

Alejada de los fuegos artificiales del poder, en los primeros años del gobierno de su marido llegó a ser criticada por su aspecto un tanto descuidado en la vestimenta, hecho que corrigió hasta llegar a la sobriedad y elegancia que hoy la caracterizan. Fuera de esas críticas banales alimentadas por la liviana prensa rosa, no suelen aparecer artículos contrarios a Zavala y su imagen positiva ha hecho crecer los rumores: ¿Sería Margarita una buena candidata presidencial para el PAN? ¿Podría, en cambio, aspirar a la jefatura de gobierno en el Distrito Federal por su partido?

El primer mandilón

“Si Josefina Vázquez Mota accediera a la presidencia de México, su esposo, ¿sería el Primer Mandilón?” fue la divertida consulta de un foro de Internet que hacía referencia a la figura de Sergio Ocampo Muñoz, un licenciado en informática y empresario en la industria de la alimentación que está casado con “Chepita”, como le dicen, y que es el padre de las tres hijas que tiene el matrimonio.

El más agradable término de Primer Caballero correspondería a este hombre poco dado a las apariciones públicas y que se queda en casa cuando Josefina va de gira política. “Le paso mi agenda y él me marca adonde me puede acompañar”, declaró la candidata panista a un portal de Internet.

Ocampo, hombre discreto, no suele emitir opiniones acerca de la actividad política de su esposa, con la que le encanta ver películas, ir a misa los domingos y cocinar carne asada.

Los flashes de la tele

El 11 de enero de 2007, una noticia sacudió el ambiente político mexicano: en circunstancias que tardaron en aclararse (primero se manejó un suicidio, luego una muerte a causa de adicciones a las drogas), fallecía la joven esposa del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto.

Mónica Pretelini, una licenciada en Historia del Arte, tenía apenas 45 años y, según su viudo y padre de sus tres hijos, en manifestaciones al periodista Jorge Ramos para su libro Los presidenciables, falleció a causa de los ataques de epilepsia que sufría en ese tiempo, algo que fue desmentido por la hermana de la fallecida, quien al semanario Nuestro tiempo declaró en 2008 que “murió a causa de una crisis nerviosa”.

Si bien hay fotos que muestran al gobernante con expresión compungida en el velatorio de su esposo y, aunque nadie duda de que quedar viudo a edad tan joven no resulta una circunstancia que pueda exigir una cara sonriente, los amigos y familiares de la pareja suelen dar cuenta de las grandes desavenencias existentes en el matrimonio.

Hay quienes afirman que vivían incluso separados. A cuatro años del fallecimiento de Pretelini, Peña Nieto es parco a la hora de recordar públicamente a su mujer, toda vez que es ahora el esposo de la actriz Angélica Rivera, un matrimonio que se concretó con gran pompa el 27 de noviembre de 2010.

Poco expresivo y con escasas cualidades para manejarse en público, el candidato por el PRI no se vio exento de rumores en torno a la “conveniencia mediática” de contraer lazos con una figura telenovelesca.

Si se concreta el mandato de Peña Nieto, Angélica Rivera sería la primera actriz en ejercer en México el cargo de Primera Dama, un puesto que en el plano internacional han ocupado celebridades como Eva Perón en Argentina y la princesa Grace Kelly en Mónaco. Sasha Montenegro, nombre artístico de la italiana nacida mexicana Aleksandra Asimović Popović, casada en segundas nupcias con el ex presidente José López Portillo, fallecido en 1982, fue la esposa oficial del mandatario, pero cuando éste ya no ejercía la función pública.

La SS de Manlio

Pocos políticos deben tanto al pasado, se han adecuado tanto al presente y aspiran tanto al futuro como el priísta Manlio Fabio Beltrones, un sonorense nacido en 1952 y que empezó a edad muy temprana en la carrera política. Sobreviviente de todas las batallas, esta verdadera fiera del poder parece haber ganado parte de su fuerza en el sólido hogar que formó, hace más de 30 años, con la jalisciense Sylvia Sánchez.

Psicóloga recibida en la UNAM, el único cargo político que ocupó la esposa de Beltrones fue el de presidenta del DIF de Sonora entre 1991 y 1997, cuando su marido fue gobernador de aquel Estado.

Sylvia es una de las esposas a la vieja usanza, resignadas con gracia y aparentemente sin conflicto a las rutinas que impone la actividad política a la que su cónyuge dedica la mayor parte de su vida. Tanto así que se casaron en 1978 en día franco (el que festeja a las madres), porque era la única jornada que tenía libre el novio.

Aficionada a las labores benéficas (dirige su propia Fundación), tuvo con Manlio una única hija que lleva su nombre y que hoy es una joven funcionaria del PRI.

Si Beltrones llegara a la presidencia, no tendría que llamar la atención la aparición de su mujer en las páginas de papel couché de las revistas de sociales, pues es algo a lo que ya es muy aficionada. Lo curioso sería verla participar en algún acto político.

La sombra gris del “Peje”

Las declaraciones de la joven periodista Beatriz Gutiérrez Müller, nacida en Puebla en 1969 y casada en segundas nupcias con Andrés Manuel López Obrador, cuando dijo aquello que le daba igual si su marido se convertía en presidente de México, resonaron con fuerza en los medios políticos nacionales.

La mujer, de rostro franco y amable, de serena belleza y sólida formación académica (Estudió la licenciatura en comunicación y es maestra en Letras Ibéricas por la Universidad Iberoamericana), está convencida de que una Primera Dama sólo puede ser “la sombra gris” del mandatario y es reacia casi enfermizamente a cualquier aparición pública ligada con su ilustre esposo.

Madre del cuarto hijo de político de izquierdas (un niño nacido en el 2007), la también novelista llenó el vacío que dejó la muerte de la primera esposa de AMLO en 2003, con la que estuvo casado durante 23 años y con la que procreó tres hijos.

En 2008, la periodista Katia D’Artigues se refirió, en su columna de El Universal, a un presunto divorcio entre Beatriz y Andrés Manuel. Pareció ser sólo la crónica de una crisis que, en apariencia, los involucrados superaron, pues el matrimonio por ahora sigue junto, aunque viven en casas separadas.

El huracán Paulina

Mucho glamour y demasiado dejar pasar algunas situaciones (como la aparición de una hija fruto de una relación extramatrimonial con la actriz Edith González) que otras mujeres en su lugar no hubieran aceptado, caracteriza el temple de la joven y bella Paulina Velasco, actual esposa del panista Santiago Creel.

De formación ultracatólica, al igual que su marido, espantó a sus ex profesores de la Universidad Anáhuac cuando decidió irse a vivir con Creel, sin pasar antes por el registro civil y luego de que el político diera fin a su matrimonio de 20 años con Beatriz Garza Ríos, dueña de la Hacienda de los Morales y con la que procreó tres hijos.

Paulina, otra chica joven casada con un político maduro (ella tiene 33, él 56), no parece estar muy interesada en la política y más bien comparte con su esposo la debilidad por las revistas del corazón, donde les encanta salir.

También mostró los dientes y las uñas cuando entró como un huracán a la Suprema Corte de la Nación en 2007, oficiando como Directora de eventos y cobrando un sueldo mensual de 50 mil pesos.

Hoy, Velasco es la madre del quinto hijo del candidato panista (una niña que lleva su nombre), con el que se casó el 18 de diciembre de 2010. (Especial para sinembargo.mx)

¿MÉXICO, QUÉ NOS PASÓ?


0.56 es una cifra demasiado pequeña como para que sobre ella se asiente todo el destino de un país. Sin embargo, esa minúscula fracción numérica fue la que llevó al candidato panista del 2006, Felipe Calderón, a la presidencia de México. Con un 0.56 menos, quedó el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, como gran perdedor disconforme.

Uno fue llamado por la oposición el presidente ilegítimo. En una nación como la mexicana, donde no hay segunda vuelta, más allá de los favoritismos, resultaba escandaloso que alguien pudiera construir una sólida labor de gobierno asentado en tan pequeña diferencia con su oponente en la contienda electoral.

Los simpatizantes del otro candidato, del que no llegó a la presidencia, comenzaron a llamarlo “Presidente legítimo” y en el medio de los dos, estaba el pueblo, la gente, en algunos casos víctimas propiciatorias absolutamente paralizadas frente a una guerra electoral y de poder que no parecía incluirla en lo mínimo.

¿Qué nos pasó México?, se pregunta el director Lorenzo Hagerman, en el documental 0.56 % que ve la luz este 1 de julio y que, espectacularmente producido por Lynn Fainchtein, explica aquellos días negros y escandalosos, muchos de los cuales, vistos desde el presente, conforman un verdadero mapa de la ridiculez política, del bajo punto de miras y de las pocas ambiciones de que México sea realmente un país mejor que caracteriza a la mayoría de la clase gobernante nacional.

Las peleas de los diputados en la Asamblea, a puño partido y a insulto vociferado sin ningún recato, luego cantando estrofas de “El rey”, con ironía y voz desafinada, observados desde esta actualidad, dan una vergüenza ajena espeluznante y, si bien no alcanzan a responder la pregunta que se plantea la película en su tesis, alcanza para definir, como espectador, un no lugar al que parecemos condenados, toda vez que la representación política de quienes nos gobiernan, se encuentra altamente cuestionada por escenas como las que muestra el filme en sus inicios.

La producción de Fainchtein marca un antes y un después en la historia del documental autóctono. Jamás se había seguido tan de cerca a un candidato como lo hace el equipo de 0.56 % con Andrés Manuel López Obrador. La historia comienza desde el desafuero pedido por el entonces presidente Vicente Fox a quien regía los destinos de la ciudad de México.

El enorme apoyo popular dedicado a AMLO, la torpeza política de un Fox que llegó a ser criticado hasta por los organismos económicos de la derecha mundial a causa de un pedido de desafuero que escondía, en su esencia, el deseo de descartar al candidato de la izquierda para las elecciones presidenciales que se venían, conforman apenas unos tonos de la enorme paleta de colores con que el documental pinta la contradictoria realidad mexicana de esos días.

La película no esconde, por ejemplo, la irónica declaración de AMLO diciendo que no se quería convertir en un cacique político, mientras la cámara lo pinta como tal. O su enorme ignorancia de las clases medias mexicanas, que fueron los que fundamentalmente construyeron su inesperada derrota electoral. Tampoco metió bajo la alfombra esa rotunda convicción expresada por Andrés Manuel, al decir que si perdía la elección “me retiraré a Tabasco”, que contrastada con el presente del político que pelea otra vez por ser candidato, parece una humorada.

De hondo valor testimonial e histórico, sin miedo a retratar una realidad tan cercana en el tiempo, 056 % es de esos documentales que hay que ver sí o sí, sobre todo si uno es mexicano, está por participar en las próximas elecciones y no tiene un candidato favorito. Este filme no es favor de nadie en particular, más bien rescata de los recuerdos colectivos esos hechos que a diario nos definen como animales políticos en ciernes, ciudadanos de a pie que sólo podremos cambiar la realidad que nos circunda, con información, datos, análisis sin prejuicios y mucha, mucha, memoria histórica.

Entrevista al director Lorenzo Hagerman

- Lo esencial de la película al principio, es que aquí o en la China, ganar por el 0.56% de los votos no es buena cosa…

- Hay un poco de eso, es verdad y también muestra la situación en que quedó el país con esa cifra. El punto.56 refleja el nivel de polarización al que llegó México en 2006, sumado a que vivimos en un lugar donde no hay segundas vueltas y donde no se permitió el recuento de los votos.

- Lo curioso es que se planteó el debate sobre si había habido o no fraude y no sobre la poca diferencia de votos que había entre ambos candidatos…

- Bueno, también hubo un debate que me parecía muy importante y que era aquel que pedía el recuento de los votos, algo que hubiera sido muy sano, según mi punto de vista, para despejar cualquier duda. Luego ese debate se abandonó y se transformó en la cuestión del fraude que ya todos conocemos…

- El documental es muy complejo porque hace referencia a temas muy cercanos en el tiempo, ¿cómo se produjo, cuando se tomó la decisión de hacer algo semejante?

- Sí, fue un documental muy complicado, muy difícil de hacer, de explicar, de financiar. En este país no hay una costumbre de ver documentales en forma constante. No es una sociedad acostumbrada a ver documentales y la televisión pública carece de los espacios para transmitirlos. Lo que quiere decir es que no hay una cultura al respecto. Cuando le digo a la gente que me dedico a hacer documentales, la mayoría me pregunta de qué animales tratan mis películas. Poder explicar a los personajes, a la gente que íbamos a grabar, lo que estábamos por hacer, se hacía muy difícil. Para ellos, si uno se acerca a un candidato para grabarlo, lo que estás haciendo es labor de propaganda, no un trabajo documental. El mismo Andrés Manuel López Obrador jamás había visto una película donde se siguiera a un candidato por un periodo determinado de tiempo y que la realización no formara parte de la agenda partidaria. En otros lugares, como Europa o Estados Unidos, este tipo de documentales es frecuente. Ese vacío existente en México hizo que las cosas se complicaran mucho y a la vez esa circunstancia se volvió un motor para nosotros. Llevo 20 años haciendo películas documentales, no soy politólogo y para mí era muy importante terminar la historia que nos habíamos planteado Lynn y yo, y, bien o mal, demostrar que se puede hacer un trabajo serio en ese sentido en México.

- Una de las cosas más impresionantes que muestra el documental y que no suele verse en la televisión convencional es el grado de inserción popular que tiene Andrés Manuel López Obrador, es un registro de la memoria histórica que va más allá de los favoritismos políticos de cada quien…

- Lo que digo siempre al respecto es cómo abordamos nuestro trabajo: lo hicimos desde un punto de vista antropológico, buscando saber y mostrar cómo son los políticos, cómo reaccionan cuando no están en una conferencia de prensa o frente a las cámaras, donde ellos saben o calculan muy bien lo que van a decir. Cómo es un político adentro de su carro, cómo es en su vida cotidiana, cuando va de un lugar a otro, de qué habla, cuáles son sus gestos más característicos, qué cosan lo ponen nervioso, triste o enojado. Entonces, tratamos de tomar siempre esa distancia, aunque también creemos que es un tópico eso de que uno tiene o puede ser totalmente objetivo en este tipo de trabajos. Cuando uno hace un documental, sea de política o de cualquier otro tema, existe siempre esa distancia para poder narrar el objeto deseado. Para mí, lo más interesante de seguir la gira de Andrés Manuel fue, efectivamente, ese altísimo grado de euforia que notabas en la gente y que no siempre se ve en las campañas. Se trata de un personaje que levanta muchas pasiones. En ese sentido, era muy impresionante grabar en medio de estas entradas y salidas del candidato.

- ¿Cómo hicieron para meterse con la cámara micrófonos y poder captar tantos momentos íntimos del candidato, filmando como si no estuvieran ahí?

- Cuando uno se plantea la realización de un documental, al principio ocurre como en la vida, hay muchas inseguridades, muchas reticencias, hasta que puede explicar y explicarse cómo va a ser la dinámica. En toda la etapa del desafuero de AMLO tuvimos una buena entrada, pero cuando él empezó la gira por ejemplo, teníamos que andar explicando por qué era necesario que nos subiéramos al coche con él, por qué debíamos grabar tal o cual junta. El documental que me gusta hacer es el de observación, como dicen en el gremio, uno se convierte en una mosca en la pared. Tratamos durante toda la grabación de no incidir mucho en lo que estaba pasando, tal vez levantar algunas opiniones, pero no más que eso. Casi siempre era el punto de vista de una cámara que observaba, porque siendo el tema tan polémico, un tema que divide todavía al país, el documental no se iba a centrar en definir lo que pasó ni en cómo pasó, sino que la aportación del filme iba a ser que observáramos estas actitudes, cómo se iba desarrollando la historia, para que el público pudiera sacar sus propias conclusiones.

- Imaginamos a la gente que rodea a Andrés Manuel como muy celosa de su jefe, ¿no?

- Bueno, había que pasar por muchos filtros. En general, así son todos los políticos mexicanos. A veces teníamos el sí de Andrés Manuel, pero luego venía uno de los miembros de su equipo y nos decía que mejor no, que no le pusiéramos la cámara porque se ponía nervioso, etc. Recuerdo haber visto hace muchos años un documental llamado El camino a Europa, donde un cineasta convence al entonces Primer Ministro de Dinamarca, que se convertiría en el presidente de la Comunidad Económica Europea, de seguirlo con la cámara durante un año. Hay un momento donde se graba una conversación que mantiene el personaje con Chirac y Helmut Kohl y el Primer Ministro les advierte que se está grabando. La reacción de Chirac y Kohl es preguntarle cómo permite algo así, ante lo que el danés responde: - Bueno, no tengo nada que esconder. En ese sentido, me impresionó mucho y agradezco que Andrés Manuel haya permitido que una cámara lo haya seguido desde abril del 2005 hasta las elecciones del 2006. Hay que decir que conforme la pelea se iba haciendo más fuerte, también se nos iban cerrando los accesos. Incluso, los otros candidatos también iban cerrando sus círculos. Tratamos de pedir entrevistas para poder seguir a Calderón y a Madrazo y ellos nunca aceptaron. Por otro lado, la gente de Andrés Manuel sabía que el documental no iba a salir hasta después de las elecciones y eso los dejaba tranquilos, pues nuestro trabajo no iba a tener incidencias sobre ningún resultado. Así y todo, había gente que estaba de acuerdo con que nosotros estuviéramos allí y otros que no nos ponían precisamente buena cara.

“El tema me eligió”

Lorenzo Hagerman, nacido en el Distrito Federal en 1969, comenzó su carrera en 1991 como corresponsal en la guerra de de la Ex-Yugoslavia. Por más de 17 años ha trabajado como fotógrafo para varias televisoras y compañías productoras en Europa, Latino América y EU. Su trabajo en Which way home recibió en 2010 la postulación al Oscar por mejor largometraje documental.

Actualmente vive en Mérida, donde dirige La Sala de Cine al Aire Libre LA68, está dedicada a proyectar, promover y sembrar público para el cine documental.

Para él, Andrés Manuel López Obrador, como objeto de una película es un personaje interesante.

“Recordemos que en 2005, AMLO era todo un personaje. El político que viajaba por el sur, que daba esas conferencias a las cinco de la mañana, ya pintaba como alguien que iba a ser una pieza fundamental en las elecciones del 2006, aunque él decía en esos momentos que ni loco se iba a lanzar y nadie, por supuesto, le creía”, dice Hagerman.

“Cuando sucede el tema del desafuero es cuando Lynn Fainchtein, la productora, charla con César Yáñez, el encargado de prensa de Andrés Manuel y le plantea la posibilidad de hacer un documental. Sorprendentemente, ellos aceptan. Me preguntan mucho que por qué elegí ese tema y siempre digo que el tema me eligió a mí. Cuando se abrió esa ventana, surgió una oportunidad que no podíamos rechazar”, agrega.

- El documental se hace la pregunta de “México, ¿qué nos pasó”?, pero la respuesta queda un poco en el aire, ¿no?

- Claro, es una pregunta que me hago el día en que enciendo la televisión y veo a los diputados en el piso, jalándose la corbata como si estuvieran en una cantina y luego, esos mismos diputados cantando “con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley”. Ahí es cuando me hago la pregunta y por supuesto que no tengo la respuesta, aunque sabía que si revisábamos la historia reciente, esos 18 meses que llevaron a esa situación, algunos rasgos de la respuesta que buscábamos se iban a vislumbrar. Por eso tengo tanta expectativas a propósito del estreno de la película. Como te digo, no soy politólogo, no soy analista político, pero creo que cuando la sociedad vea el documental, recibirá información, datos, controversias, temas sobre la mesa, reflexiones… Finalmente, al presente y al futuro lo va construyendo el pasado.