lunes, 28 de diciembre de 2009

EL LÍMITE DEL CONTROL, UN JARMUSCH DESCONTROLADO


En los tiempos más duros del conservadurismo gringo, en el punto más alto del belicismo cristiano que puso al planeta de cabeza, en riesgo de una guerra universal que nos hubiera dejado hechos huevo frito en el cosmos, ¿alguien podría haber asesinado a George Bush?. ¿Y quién hubiera sido el héroe? ¿Un negro elegante educado en Harvard, vestido con trajes finos y al tono? ¿Quién hubiera ayudado al negro?: ¿Los miles de marginados sociales y culturales que son la verdadera base de la sociedad occidental, hacedores del paraíso del consumo sin recibir sus mieles ni sus dádivas? ¿Son tan infranqueables los poderes? A juzgar por la estatuilla que le cayó en la cara a Berlusconi y le rompió la carísima dentadura postiza...a juzgar por la frikie que se cargó al Papa dos veces...no hubiera sido tan descabellado tener un gesto de valor para acabar con el control de las armas y de la informática. La última película de Jarmusch me dejó pensando en los tiempos en que no me dormí en el cine...Que Gael usara las mismas botas que usó en Babel, que el negro tuviera debajo del traje una chamarra rasta con el continente africano dibujado en la manga me pareció too much. No sé, cuando los gringos hacen el mea culpa, prefiero ir a ver Alvin y las ardillas o la nueva de De Niro, que si bien no está tan encantador como Mastroiani en la original, al menos te hace brotar una lagrimita cursi.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

ENTREVISTA A ÉLMER MENDOZA


Solitario como el famoso asesino de su primera novela (Un asesino solitario, 1999), el sinaloense Élmer Mendoza (Culiacán, 1949) construye parsimoniosa y exhaustivamente una obra primordial que alimenta a la literatura mexicana con nutrientes sabrosos y propios. La originalidad de su voz es, sin dudas, fruto de un poder de observación extraordinario, como si a esa cualidad inherente en todo autor le hubiera agregado Élmer una lupa multiplicada con sofisticadas y detectivescas lentes. Todo lo mira Mendoza, todo lo observa, todo se lo guarda en la retina y en la pluma. Lo curioso, es que viendo tanto, no ve mal, no ve feo, no ve sórdido. Élmer, como ya lo demostrara en su faulkneriana y prodigiosa El amante de Janis Joplin (con la que obtuvo el XVII Premio nacional de Literatura José Fuentes Mares), es capaz de narrar amorosamente la más bizarra de las escenas. Es ese ojo clínico, entonces, endulzado con la miel de un creador que, por esas raras cosas de la individualidad, aún cree en el buen destino humano, lo que hace que sus libros se fijen con porfía en la memoria emotiva de los lectores.

En el Mendoza de Efecto Tequila (finalista en 2005 del Premio Dashiell Hammett), mucho más en el autor de Cobráselo caro y, sin dudas en el fértil creador de Balas de Plata, merecedora por unanimidad del III Premio Tusquets Editores de novela en 2008, vive el caos oscuro y viscoso de un norte mexicano endemoniado y endemoniante. Con paciencia de orfebre, sin embargo, Élmer pega todas y cada una de las piezas de ese caos, para armar un puzzle por donde sus libros primero nos pegan un mazazo en la nuca y luego nos hacen respiración boca a boca para devolvernos, más sabios, a la vida cotidiana.

Por eso es mezquino y al mismo tiempo grandilocuente enmarcar la literatura de Mendoza en una línea cerrada y unidireccional como esa que ciertos medios dieron en llamar “literatura del narco”.

Sus libros y narraciones no requieren de esos carteles luminosos y prueba de ello es el reciente Firmado con un klínex (Tusquets), colección de cuentos cortos y largos, reflexiones, intimidades provocadoras y mujeres huracanadas que dejan a sus viejos sin miramientos ni muchas explicaciones.

El libro, acaso su voz más honda, engrandecida mediante una narración sumamente honesta, es uno de los finalistas del Premio de Narrativa Antonin Artaud.

Aquellas mujeres bravas

—Es un libro sobre las mujeres y con mujeres, además

—Sí, bravas tienen que ser siempre. Es una etapa en que las mujeres bravas tienen que hacer más cosas.

—Al menos pululan por tus historias con una independencia a veces también cercana a la locura

—A veces también deben ser un poco locas. Me gusta lo que dices, que es un libro de mujeres.



—Un libro también en donde el misterio y la literatura misma están protagonizando más allá del paisaje. No es un libro típico tuyo

—Sí. Es un poco tratar de contar algunas de las otras cosas que mejor me salen, un poco también probar un libro múltiple con pocas historias y ver qué pasaba, qué tanto puedo utilizar mi capacidad de desdoblarme para contar cada historia que quería contar. En muchos casos también se trató de corregir historias que de alguna manera tenía concebidas desde hace mucho tiempo.



—Un desdoblamiento relajado

—Bueno, se supone que no es tan relajado. Pero yo siempre quiero escribir la última historia, como dejar la última huella. Como trabajo con esa idea siempre puedo conseguir un rélax que puede no corresponder al estado en el que lo estoy haciendo. Eso me gusta.



—¿Te pesó en algún momento tanta presión en torno a la escritura del norte y a la narcoescritura, como dicen?

—No, afortunadamente no. Ni eso ni las cosas nuevas que han aparecido en mi vida. He descubierto cómo vivir sin esas cargas adicionales.



—¿Firmado con un Klínex es una puerta abierta a una nueva literatura?

—Pues siempre quisiera que lo pensaran así, al menos mis lectores. No sé si la palabra sea experimentar, porque de pronto ves tanto, rescatas cosas antiguas, lees un libro del siglo XVI y hay algo que te induce... Estos cuentos intentan sumar muchas cosas, no sólo las historias, sino también las formas. El asunto de las formas me interesa mucho.



—Historias que podrían alargarse. Pienso por ejemplo en el matrimonio de turistas que se odia apasionadamente, podría dar una novela

—Sí. He escrito algunos cuentos de viajes y este es el primero que publico. La regla de viajes es que tienes que poner el lugar real al que fuiste aunque las historias sean de ficción. Entonces ese cuento es de los que inventé hace años y fue de los primeros que seleccioné. Dije, este tiene que ir. Cuando estaba en la última etapa de correción detecté eso que dices. Es solamente como la puerta. Vamos a ver si los años me dan para recuperar lo que sigue. Desde el punto de vista editorial vamos a ver.

Casi como una broma

—Desde el punto de vista editorial, ¿cómo fue el nacimiento de “Firmado con un Klínex”?

—Hace años estaba con mis editores en Barcelona y ya sé que a las editoriales no les gusta publicar cuentos. Entonces resulta que me regalaron algunos libros y vi un libro de cuentos ahí. Le dije a Beatriz Moura (directora de Tusquets) -Oye, vamos a publicar los míos. Y entonces me dijo, -“Es que ese autor tiene cinco novelas publicadas”. Así que cuando salió Cóbreselo caro, reclamé mi libro de cuentos. Algo así como “No quiero más que otros autores, pero no quiero menos”. Medio en broma, medio en serio, comencé a trabajar en la colección de cuentos. El trabajo con Verónica Flores siempre es muy complicado, porque es una editora muy minuciosa y muy crítica. Al final tuvimos que sacar algunas historias que no alcanzaban el nivel que ella sabe que me gusta para mis textos. Y hubo un día en que se cumplió el plazo y, como dijo una vez Eraclio Zepeda: “Es muy complicado, pero hay que saber darse cuenta cuando hay cuentos que no nacen”. Un cuento no es como una novela, es producto de un momento luminoso y ya. La novela no, del trabajo te puede dar resultados dignos, digamos. Esa una de las conclusiones a las que llegué con este libro.



—¿Quieres a Verónica tanto como Roberto Bolaño quería a Jorge Herralde, más de lo que te conviene?





—Sí, la verdad. He aprendido mucho. Uno no puede prescindir de su editor para escribir una obra buena. Aparte, en Tusquets la tengo a ella y cuando es necesario tengo a Juan Cerezo, de Barcelona.





Para hacer una película

¿Te tiene ansioso el proyecto de llevar al cine “El amante de Janis Joplin”? ¿El cuento dedicado a Diego Luna es un guiño al respecto?

—No, fíjate que no. No digo que no tengo interés con que mis novelas pasen otras cosas, desde luego que lo tengo. Sí, quisiera que ellos se encargaran de esta película, pero la razón de ese cuento es más profunda, más íntima, es un asunto de amistad. Diego Luna ha dicho varias veces que es mi lector, ha revelado que somos amigos. Eso pues me agrada mucho, cuando un amigo no le da pena confesarte que te está leyendo, que eres su amigo, es estimulante. Lo que pasó es que mi hermano Tevo se mató, él era trailero y no le gustaba tener ayudantes. Manejaba su máquina, se paraba cuando quería. Él era así. Cuando lo llevábamos a Culiacán para velarlo y enterrarlo se dio la escena de los trailers que está en el cuento, yo no estaba ahí, pero mis dos hermanos que fueron a hacer esos trámites me lo contaron, con la piel erizada y yo con la piel erizada. Se lo conté a Leonor (su esposa), igual se lo conté a dos de mis amigos que saben del asunto del espectáculo en que ellos trabajan y se quedaron pasmados. Entonces dije, “es que esto lo tengo que escribir”. Me sentí muy bien escribiendo esta historia y creí que era una historia que tenía que dedicársela concretamente a Diego y así fue.

—¿Y cómo va la película “El amante de Janis Joplin”?

—Ahora están en negociaciones con Barcelona. Creo que van muy bien. Espero que lleguen a un acuerdo rápido y empiecen los trabajos.





—¿Y tú harás el guión?

—No...



—Dios te libre



—(Risas) Como Diego es mi amigo yo puedo leerlo y sugerir alguna cosa, lo haría sin compromiso, pero hasta ahí.

—Obligar a alguien a suicidarse es la peor forma de asesinato. ¿Cómo surgió lo de los suicidios?

—Pues hacía muchos años que traía esa historia en mi cabeza. Y leía sobre suicidios, sobre los japoneses, los romanos. Consulté: los japoneses son los más jóvenes, los romanos son los más numerosos. ¿Y sabes qué sentía?, que no me quedaba. Al final logré más o menos lo que quería y no pude escindirlo de lo que significan el Eros y el Tanatos. La verdad es que al hacer este libro experimenté mucho desconcierto, ya estaba demasiado acostumbrado a las historias largas.

sábado, 10 de octubre de 2009

LOS FABULOSOS CADILLACS

Parecen dos estatuas ataviadas con la camiseta de la Selección Argentina de fútbol. Ella tiene 17. El, 25. Ambos son mexicanos, pertenecen a esa gran masa de jóvenes que da que hablar a los escritores, a los insurgentes chiapanecos, a los gobernantes... Esta tierra de contrastes surreales debería pertenecerles por un principio de cantidad: los chavos y las chavas son muchos más que los rucos (viejos) en este país. En el galpón oscuro donde esta noche gritan, bailan y toman cerveza 10 mil pibes aztecas, la parejita de marras permanece estática y en estado concentrado de observación. No puede decirse que miran arrobados a su grupo de rock favorito. Antes que eso podrían ser denominados, como gran parte de sus congéneres que se han juntado en el Palacio de los Deportes, los militantes Cadillacs. Así se sienten. Para ellos, el grupo de rock argentino más popular en Latinoamérica es totalmente antisistema. “Es que son subversivos y rebeldes de verdad. Claro que entendemos todo lo que cantan y estamos aquí para decirles que somos como ellos. ¿Acaso ‘Matador’ no sigue estando prohibida en Colombia?”, pregunta él sin esperar respuesta, mientras ella asiente con fervor.
En apenas dos semanas, más de 100 mil personas respondieron afirmativamente a la pregunta que se hacían críticos y empresarios el año pasado cuando comenzaba a vislumbrarse el fenómeno fabuloso: ¿persistirá la fiebre? ¿Se bancarán los púberes que los siguen al compás de los temas más pegadizos las nuevas y bizarras melodías del grupo de Vicentico y Flavio? El sí rotundo de los fanáticos comenzó a escucharse en Tijuana el 24 de marzo. En el Auditorio Municipal, 10 mil bocas estridentes corearon “Vasos vacíos” y festejaron cada uno de los gestos del cáustico Gabriel Fernández Capello (a) Vicentico. Al día siguiente, 6500 fans llegaron a la Plaza Calafia de Mexicali. En Monterrey, la fiesta fabulosa se desató el día 27, cuando en el bar La Escena 2500 chavos y chavas desplegaron sobredosis de adrenalina. En la Plaza de Toros Relicario, Puebla, fueron 3 mil el día 29. En la Plaza de Toros Nuevo Progreso, Guadalajara, fueron 14 mil el día 30. El 31, 7 mil se juntaron en el Auditorio Josefa Ortiz, en Querétaro. Y a esas cifras de por sí llamativas hay que sumarles los 60 mil reunidos en los tres conciertos (3, 4 y 5 de abril) en el DF, para terminar coincidiendo con el crítico mexicano que dijo que los Cadillacs “tienen al público mexicano en la bolsa”.
Pero más allá de las estadísticas que en este país demuestran que LFC rebasó por mucho la cota impuesta por Soda Stereo, que llegaron a ser en México la banda argentina más popular, lo verdaderamente interesante es tratar de descifrar cuál es la fibra sensible que han tocado en la afición azteca Vicentico y compañía. De ese modo, podría entenderse aunque sea en parte ese fenómeno masivo que protagonizan en esta parte del planeta. En el DF, nadie mejor que el mítico periodista Chava Rock, un personaje legendario que es saludado como cuate tanto por Manu Chao como por Liam Gallagher, para opinar acerca del tema: editor de las revistas Mezcalito y Códice Rock, el Chava transitó cada uno de los rincones en los que creció el germen del rock en español en México. Como verdadero experto, afirma que LFC son lo que son en este país “porque han venido haciendo un trabajo paulatino. Su fórmula secreta, lo que les ha dado tanta continuidad y presencia, es la variedad de su repertorio. Nunca se estancaron”. Pero ese lenguaje argento del “vo sabé”, ese usar la palabra pendejo en clave porteña y conseguir con ello y sin proponérselo la censura en México, donde ese vocablo tiene unas connotaciones “mucho más cabronas” (decirle pendejo a alguien aquí es insultarlo de manera imperdonable).
Pero esa “ye” exagerada de Vicentico, ese aire de superado de Vicentico, ese antiglamour de la panza de Vicentico, esa violencia de Vicentico que es capaz de sacar a patadas del escenario a un pibe que sólo quería saludarlo... ¿Cómo pueden ser aceptados en el país donde la paciencia y los buenos modales constituyen un deporte nacional? “Lo que pasa –asegura Chava Rock– es que el lenguaje de LFC no es visto aquí como argentino. Los chavos hicieron propio el léxico de los Fabulosos, es un modo de hablar y de moverse que ya se ha convertido en latino.” Y sigue: “La última vez que estuvo Mercedes Sosa en México dijo que ella quería ser como Los Redonditos de Ricota, que eran muy populares en la Argentina sin necesidad de hacer ruedas de prensa, de dar notas, de viajar. Aquí, los Cadillacs pueden ahora darse ese lujo. En la rueda de prensa de Mark Knopfler, él le preguntó a los periodistas si no tenían otra pregunta cuando ya iba más de una hora de conferencia. Los Cadillacs, en cambio, ni siquiera hicieron rueda de prensa. Con respecto al carácter de Vicentico, claro que la gente no olvida las cosas que hace, pero nunca se las recriminan. Y eso sí que habla de una gran tolerancia por parte de los chavos”, afirma.
La semana pasada, Andrea Echeverri, líder de Aterciopelados, declaró en Miami que su música no tenía nada que ver con el rock. Para la bella florcita colombiana, su arte estaba emparentado con el de sus admirados Fabulosos Cadillacs. Hace tres días, el también colombiano Juanes, flamante adquisición de Surco (el subsello de Santaolalla), presentó disco y videoclip en México. Habló de todo, pero esencialmente de los Fabulosos Cadillacs: “Cuando sea grande, quiero ser como ellos”. En México no conocen a Nebbia ni a Spinetta padre, pero saben quiénes son la Bersuit, quiénes los Illya Kuryaki. Y eso se debe primero a la MTV y luego a Manu Chao.
Tanto el francés en viaje permanente como los inicios de la cadena televisiva (cuando no pasaban a Ricky ni a los BSB) abonaron la música de fusión que se constituyó en un género regional y propio (¿el nuevo rock latinoamericano?) a fuerza de rescatar la música de abuelos y padres.
De ese nuevo género, LFC y sus colegas mexicanos de Café Tacuba son pioneros y representantes clásicos. Pero si el grupo liderado por Nrü abasteció con sofisticada música las expectativas de los jóvenes inquietos y sensibles, LFC llenó de gozo a los chicos y chicas sencillos, que siguen creyendo en una Latinoamérica unida. Aquí, en tiempos de Vicente Fox, pero fundamentalmente en tiempos del Subcomandante Marcos, la nueva juventud mexicana, ubicada entre los 15 y los 25, necesitaba una voz con la que hacer escuchar sus disconformidades y alegrías. Esa voz la encontraron en una banda veterana como los Cadillacs. Para los jóvenes mexicanos, increíblemente, la camiseta albiceleste es un símbolo de libertad y rebeldía. Y están dispuestos a defender los colores de LFC, aunque muchas veces no entiendan del todo la música de los últimos discos o no soporten demasiado a un invitado como Norberto Minichillo que vocifera temas como “La pomeña” o “Dale tu mano al indio”. Así son las cosas en este lado del mundo, donde los Cadillacs pueden hoy darse el lujo de reverdecer los laureles del rock argentino en tierra azteca y así afrontar un año de gira intensa por América y Europa. ¿Persistirá la fiebre? Todo parece indicar que sí.
“Tienen que estar orgullosos”
Los Cadillacs llegaron a México precedidos por las saludables cifras de venta de Hola y Chau, los discos registrados en vivo en Obras el año pasado con los que se despidieron de su sello BMG. Con los locales Panteón Rococó como teloneros, la banda de Flavio y Vicentico puso el Palacio de los Deportes al rojo vivo con títulos como “Matador”, “Piraña”, “Vos sabés”, “Calaveras y diablitos”, “Demasiada presión” y “Mal bicho”: semejante andanada, junto a la atinada decisión de no poner sillas en la platea, propició un pogo interminable en el lugar. Utilizando un bastón debido a una lesión en la rodilla, Vicentico le habló al público para recomendar que “recordemos a los niños que fuimos”, para más tarde hacer alusión a la causa zapatista: “Tienen que estar orgullosos de su lucha”, dijo en medio de una ovación. Frente a una masa de gente en la que abundaban las camisetas de Argentina y de Boca, el grupo liquidó la faena en la capital mexicana con números indestructibles como “Vasos vacíos”, “Manuel Santillán, el león”, “Los condenaditos” y “Carnaval toda la vida”. Y fue, efectivamente, un carnaval.

EL HOMBRE DE MAGIA NEGRA

He rechazado tocar para tres presidentes estadounidenses. La última vez Clinton quería que animara el final de la cumbre de los dirigentes latinoamericanos. Pero no quiero compartir mis dones con gente corrupta que tiene mucha sangre en su conciencia. Tampoco acepté actuar ante el presidente de México, y todavía no me lo perdonaron”. Efectivamente, luego de una década de no tocar en su nación de origen, el guitarrista de Jalisco experimentó en carne propia hasta qué punto el presidente priísta no está dispuesto a olvidar los desaires y críticas del artista. Apenas una semana antes de realizarse el megaconcierto de Santana y Maná en el Foro Sol, los diarios aztecas daban cuenta de una suspensión del evento a cargo de la Procuraduría General de la Nación, que argumentó una supuesta falta de seguridad en las puertas de acceso. Sin quererlo, el músico nacido en Autlán el 20 de julio de 1947 fue víctima de una disputa sin cuartel que el gobierno mexicano entabla contra la titular del gobierno de la ciudad, Rosario Robles (representante del izquierdista PRD, el partido liderado por Cuauhtemoc Cárdenas), quien reclama una cifra de 400 millones de pesos para el presupuesto del 2000. Atosigada por la férrea oposición que ejerce el PRI y su aliado, el PAN (liderado por el empresario Vicente Fox), Robles echa mano de grandes carteles pidiendo por el dinero que necesita para llevar con éxito su acción de gobierno y de marchas de los militantes del PRD que vociferan a las puertas de la casa de Zedillo, exigiendo la autorización del presupuesto mencionado.Santana fue otro eslabón en la lucha política que entablan los partidos mexicanos, a pocos meses de las elecciones presidenciales (en julio del 2000). Aunque la suspensión quedó sin efecto, demostró a las claras la poca simpatía con la que cuenta entre los mandatarios aztecas. Es que Zedillo, según el músico, lo tiene en la mira desde antes de las elecciones de 1994. Por entonces, Santana declaró que “no creo que el cambio de presidente de México traiga bienestar para la familia. No creo en mejorías. Es la misma corrupción, la misma porquería de siempre, los mismos políticos corruptos que cometen fraude. Mi corazón está con los zapatistas y el subcomandante Marcos”. Luego subió al escenario del Woodstock ‘94 con una camiseta estampada con imágenes de la Virgen de Guadalupe y Emiliano Zapata. Sus palabras ocurrieron una semana antes de las elecciones presidenciales del 21 de agosto y después de que los zapatistas realizaran, a comienzos de aquel mes, la Primera Convención Nacional Democrática en Aguascalientes, Chiapas.Las primeras dos semanas de diciembre fueron difíciles para el gobierno de Zedillo. Santana y Saramago fueron los causantes de un dolor de cabeza atroz, del que el PRI parece estar tomando venganza ahora, decretando un estado de alerta en Chiapas, pretexto para ingresar con pase libre a las zonas zapatistas. Tanto el escritor portugués (quien estuvo en Chiapas, fue detenido por los retenes militares, que lo humillaron revisando el vehículo en que viajaba, y acabó declarándose zapatista ante una multitud agolpada en el Palacio de Bellas Artes), como el guitarrista, no perdieron la oportunidad de sentar posición ante los problemas que recrudecen sin visos de solución en la realidad mexicana. Santana, portando un cheque de 50 mil dólares para los afectados por las inundaciones en Veracruz, defendiendo los derechos de la mujer ante una sociedad que tiene el oscuro mérito de ser la más machista del mundo, y criticando desaforadamente a los poderes eclesiásticos en una ciudad donde existe una iglesia en cada cuadra, fue una visita muy molesta para Zedillo. Su fama mundial fue la causante de que al menos apareciera en flashes y notas superficiales en la televisión comercial (TV Azteca y Televisa), privilegio del que no gozó el Nobel Saramago, quien fue totalmente ignorado por la pantalla chica. Los días previos al reencuentro de Santana con sus compatriotas generaron un debate a voces, no sólo entre los periodistas especializados, sino entre la juventud azteca, dividida entre quienes no entendían cómo semejante artista aceptaba presentarse con los edulcorados chicos de Maná, y entre los adolescentes que se preguntaban quién es ese señor con pañuelo en la cabeza que iba a tocar al lado de su ídolo Fher (cantante de la banda originaria de Guadalajara). Corrían las apuestas espontáneas. ¿Quién llevaría más gente?. ¿Quién tocaría primero?. ¿Se irían los fans de Maná cuando sonaran los primeros acordes de la banda de Santana, dejando el Foro Sol semivacío?. El paisaje variopinto de los numerosos asistentes al estadio, fue muestra de un encuentro generacional potente y emotivo: padres trajeados fumando un puro, acompañados por sus hijos vestidos con playeras (remeras) con la estampa de Maná.Sonaron los acordes de las canciones de la banda de Guadalajara, ilustradas por enormes imágenes de un documental que defendía la lucha zapatista, la ecología y los derechos de la mujer. Las letras de los temas (referidas en modo naive y con poca imaginación al amor entre un hombre y una mujer) se contradecían con la pomposa y poco creíble militancia política de los Maná. “Es que si al menos estos cabrones no se empeñaran en llamarse a sí mismos ‘rockeros’... sus canciones se parecen, en lo malo, a las de Carlos Vives”, espetó un indignado espectador que soportaba estoicamente el recital del grupo, en espera de Santana. A los numerosos fans de la banda poco parecía importarle el hedonismo orgiástico que suelen protagonizar los Maná en sus giras, donde corren el alcohol, las mujeres y otros vicios non sanctos. Lo cierto es que hoy por hoy, esta es la banda latina más convocante del mundo. Ostenta el increíble mérito de haber vendido más de 500 mil placas de su Unplugged en los Estados Unidos y gran parte de la juventud mexicana se identifica con sus sonidos.Allí, en el gran poder de convocatoria, parece radicar la causa de por qué, a la hora de elegir con quién presentarse en su regreso a México, Santana optó por Maná. No parece haber sido una maniobra marketinera del sello discográfico, ni siquiera una decisión política del infranqueable séquito que rodea al guitarrista. A estas alturas, aplicados a un artista con 30 años de trayectoria encima, esos argumentos resultan inocentes y de poco crédito. Sucede que Santana se convirtió en un hombre político. Su principal obsesión está en desmitificar la imagen de vago y delincuente con que se describe a los latinos en los Estados Unidos. Así las cosas, el músico es capaz de denominarse un par de los Estefan (Emilio y Gloria), como de defender con ahínco la figura de la polémica actriz Salma Hayek (quien fue muy criticada en su México natal por la visita que realizó a los soldados estadounidenses afincados en Kosovo). A la hora de defender un latino, Santana se muestra tan fanático como el más ultra Spike Lee (para quien cualquier negro es bueno sólo por el color). Para él, Jennifer Lopez es igual a Marc Anthony, a Tito Puente y a Celia Cruz. No hace diferencias estéticas ni de conducta ética. Defiende a Ricky Martin y a Maná con la misma pasión que lo hace con Café Tacuba (grupo con el que quiere tocar próximamente, también en México) o con los Jaguares (ex Caifanes). Y para difundir su ideología está dispuesto a valerse de toda la popularidad o poder de convocatoria que anide en cualquier banda latina, sea la que sea. Acaso, su música es siempre su música. Y fue eso lo que echó por tierra todas las polémicas previas al concierto. Cuando sonaron los primeros acordes de su guitarra, el estadio no sólo permaneció lleno sino que dio ingreso aún a más gente, ya que muchos optaron por ingresar a la hora que comenzara el show de Santana.El músico no sólo recorrió los temas de su último y elogiado disco (hizo una impecable versión de “Smooth”, el hit que vendió más de 6 millones de placas en el mundo), sino que se animó a hacer, con particular estilo, el “Concierto de Aranjuez” de Joaquín Rodrigo. Para delirio de los miles deasistentes, conformó los pedidos haciendo clásicos como “Mujer de magia negra”, “Europa”, “Samba pa’ ti”, para concluir, luego de dos horas de un show que lo mostró más joven que nunca, con un set dedicado a Bob Marley, ya acompañado por Maná. Santana había comenzado sugiriéndole a los mexicanos que exigieran a la Iglesia que los mantenga: “Tantos años la mantuvimos a ella, que ahora tiene como tresquicientos millones de dólares. Bien puede mantenernos a nosotros”. Al final decidió exhortar a sus compatriotas con un emocionante “Mexicanos, se puede, estamos hechos de luz, nos acompañan nuestros ángeles, luchemos por tener agua, comida y respetemos a la mujer, pongámosla en un plano de igualdad con el hombre”.

AMORES PERROS

Film sobre film: el soundtrack de la película Amores Perros, que revolucionó la escena cinematográfica mexicana con sus tomas alla Tarantino y su trama con reminiscencias de Kieslowski, se ha constituido en una película en sí misma, cuyo protagonista, el argentino Gustavo Santaolalla, consiguió afirmar aún más su carácter de gurú de la música latinoamericana. Ahora, el ex Arco Iris no se arrepiente de haber dicho sí cuando en principio pensaba decir no. “Aníbal Kerpel, mi socio, y yo estábamos con mucho trabajo cuando nos llamó varias veces Lynn Fainchtein (asesora musical del film) para proponernos hacer la banda de sonido. Habíamos decidido no hacernos cargo del trabajo. Pero la noche anterior algo no me dejaba dormir pensando en ese tema. Fue muy mágico. A la mañana siguiente llamé a Aníbal temprano y le propuse que al menos viéramos la cinta antes de dar nuestra respuesta. Cuando vi la película del Negro, me conmovió tanto que quise estar en ella”, declaró Santaolalla a Página/12.
“El Negro” es Alejandro González Iñárritu, nueva estrella del cine mexicano, y quien con una narrativa dinámica, de muchos cortes, secuencias de videoclips y largos monólogos filmados desde un solo emplazamiento de cámara, consiguió pintar el México del cambio y de las contradicciones.
Galardonada en Cannes con el premio de la crítica, Amores Perros está produciendo una avalancha de público en los cines: ya la han visto dos millones de espectadores, todo un record para México. Para la música incidental, Santaolalla usó tubos de PVC, violín de lata de una sola cuerda originario de las comunidades tobas y un sentido que el propio Iñárritu ha definido como “de fragilidad y equilibrio”. “La verdad –dice el director– es que los días más felices del film fueron aquellos que dedicamos a acordar la música. Queríamos que los sonidos puntualizaran determinadas escenas y las redimensionaran, que la música bailara con la película y eso lo hemos logrado.”
Como productor de muchos de los grupos de rock más importantes del continente, desde Café Tacuba hasta Divididos, pasando por Bersuit Vergarabat y Molotov, Santaolalla no se privó de incorporar a la banda de sonido canciones de los músicos que admira y conoce bien, como Illya Kuryaki, Control Machete y los chilenos Fiebre. Como todo arte implica también una ideología, allí están los gruperos (bailanteros) de Espuela de Oro haciendo ya un clásico de Molotov, “Dame el poder”, en tiempo de cumbia. “Yo soy amante de la música, siempre he dicho que la música se divide en dos categorías, buena y mala. Entonces, en todos los géneros de música creo que hay exponentes buenos y malos, también en la música alternativa. La música que hace Espuela de Oro tiene una peculiaridad y una particularidad, han encontrado algo que es un tipo de unión entre el mundo del rock and roll y el mundo de otras músicas, en su caso lo que en México se describe como grupera. Con este grupo ratifico mi línea de pensamiento”, dijo Santaolalla. Celia Cruz, The Hollies y Los del Garrote completan el horizonte musical que Gustavo definió para la película que partió aguas en la historia cinematográfica azteca.
Película originadora de fenómenos, Amores Perros posibilitó la edición de un disco doble que contiene el soundtrack propiamente dicho y además una placa-tributo para la que 11 artistas y bandas latinas compusieron un tema homónimo. De todo eso es responsable Santaolalla. Llamado el Rey Midas del rock latino porque todos sus trabajos terminan siendo discos de oro, el argentino es también un hombre político que intenta quebrar la hegemonía del mercado anglosajón. “Siento que el fenómeno latino por suerte no pasa nada más por Ricky Martin, no tengo nada en contra de él, pero también pasa por el Buena Vista Social Club, por Carlos Santana, por Café Tacuba abriendo para Beck, por Banda Espuela de Oro colaborando en el disco Amores Perros. Estamos pasando por un momento histórico en nuestracultura, que está relacionada con el país con el que tenemos una relación incestuosa: Estados Unidos; de alguna forma estamos afectando el ADN de ese país. Siento que en los próximos diez años vamos a ver una especie de latinización del mundo, que va a estar sustentada por fenómenos como Ricky Martin, pero también con fenómenos como Amores Perros. Eso espero.”
El trabajo de Santaolalla en la película de Iñárritu y en el disco Tributo lleva su sello de fábrica y es expresión de singularidades que destacan su enorme olfato musical. La que ha sido considerada la mejor canción del disco-homenaje fue compuesta por un trío en descomposición. Control Machete, grupo de hip hop mexicano, se encuentra inactivo a causa de que Fermín, su primera voz, se convirtió al cristianismo y ya no se siente motivado para cantar las letras calientes que llevaron a la fama al grupo. Santaolalla los reunió para la causa, compusieron una pieza de antología y protagonizaron un bello clip dirigido por Iñárritu.
Su mecanismo de seducción, según confesó, es el de “creer mucho en el fruto de la experiencia, pero también creer mucho en el fruto de la inexperiencia. Y por eso las bandas jóvenes a veces toman caminos impensados previamente, pero que dan buenos resultados”. Con respecto al soundtrack de Amores..., el productor señala que trató de seguir a corazón. “La película es muy fuerte, de una gran espiritualidad y humanidad, y lo que había que hacer para la música era conectarse con eso. Esta obra nos habla del dolor y del amor, de esa gran escuela que es la vida y de cómo podemos cambiar a través de las cosas que nos pasan. Lo que yo puedo decir es que haber participado en este film es una de las cosas que me han hecho sentir más orgulloso a lo largo de mi carrera artística.”
A quienes dicen que el rock latinoamericano lleva ya un “estilo Santaolalla” en el aspecto musical, el productor responde que “todos los grupos que produzco son distintos. Si hay un estilo mío, me parece que tiene que ver con la valorización de los grupos que tienen una idea muy fuerte y ayudarlos a hacer los mejores discos que tienen que hacer, con una identidad, una musicalidad y un sonido propios. Los Prisioneros no tienen nada que ver con Divididos, ni éstos con Café Tacuba, etcétera. Eso es lo que me gusta, el eclecticismo”, afirma. Santaolalla reconoce que “a veces me lleva dos o tres meses terminar de escuchar todo lo que me dan. En mis dos últimos viajes a la Argentina me tuve que comprar otra valija para llevarme los proyectos. Me traje cuarenta proyectos para trabajar”, cuenta. “Ni Rey Midas ni gurú –aclara en referencia a sus motes–. Lo que va a quedar es el trabajo que venimos haciendo con Aníbal (Kerpel), y no la personalidad.” A la pregunta de si se siente un hombre poderoso, Santaolalla contesta que “sí, me siento un hombre superpoderoso, como creo que se debe sentir cualquier ser humano que trabaja intensamente en encontrarse a sí mismo. Ahí reside el poder”, concluye.

Noche perra en el Hard Rock

Por M.M.
La nueva estrella joven del cine mexicano, Vanessa Bauche, baja de un coche con chofer. Es la noche perra en el Hard Rock. El local está atestado. Huele a humo denso y a cervezas a medio enfriar. El director agradece la presencia. Lynn Fainchtein explica cómo será el concierto en el que se presentará en vivo la música de Amores Perros y disculpa a los ausentes (Illya Kuryaki, Julieta Venegas, Control Machete). Santaolalla se gana el primer gran aplauso de la velada y agradece, agradece, agradece.
Joselo y Emanuel, exactamente la mitad de Café Tacuba, abren el fuego con su rola íntima y desgarrada. Luego ingresan Quique y Nrü (con nuevo corte de pelo, casi calvo y una cresta punk que le sienta bien). Siguen los clips alusivos: Control, el making off del film multiplicado en casi diez pantallas. Los chilenos Fiebre gritan su amor perro y ejecutan la ovacionada versión de “Lucha de gigantes”.
“La vida es un carnaval” canta desde las pantallas la potente Celia Cruz. Precede a los electrónicos de Moenia: gafas negras y sonidos electrónicos, desangelados, para un amor perro de máquinas y teclados.
Sube la euforia. Antes de que los mexicanos de Zurdok sensibilicen al personal con su psicodelia, ya fueron vistos y aplaudidos los gestos de Iñárritu en plena fabricación de la película, las más fuertes escenas de la misma y el backstage de Santaolalla y Kerpel componiendo la banda de sonido. A la medianoche es el turno de la Bersuit, los más esperados, los más aplaudidos. “Le dedicamos esta canción al Negro (por Iñárritu, obvio). Esta era la que a él más le gustaba, pero no quedó”, declaró Cordera ataviado con un verdadero pijama de luxe en tonos violeta. A esa altura la prensa temía que los muchachos se despacharan con sus siete rolas perras, pero no, hicieron la que quedó en el Tributo y, luego, para delirio de los asistentes, comenzaron los acordes de “Qué pasó”. Vestido con ropa de dormir de seda en la gama del azul, un desatado Santaolalla obró de eficaz acompañante. Y fue el momento más alto de la velada canina, momento feroz, que la gente agradeció pegando gritos tipo: “Viva México, cabrones”.
En el filo de la madrugada, todo estaba preparado para que la superbanda Espuela de Oro se adueñara del Hard Rock. Y así fue. Con trajes de satén azul y dorado, trompetas, saxos, guitarras, batería y movimiento de caderas bamboleantes, los regiomontanos arengaron a un público entregado a la pasión del baile colectivo. Y todo fue calor de perros (literal, la atmósfera se había hecho irrespirable). “Tomo para no enamorarme”, entonaron los de Oro y ahí se apareció Cordera, con pijama rosa, para hacer la primera voz en su propio tema. Luego “Gimme tha power” y Pachuco y, guau, estos chicos ladraron y mordieron en lo que fue la gran noche mexicana del cine, de la música, y de chau al PRI, según hicieron saber los eufóricos y entusiastas asistentes.

DE ESO SE TRATABA

Llega tarde y sonriente. Antes de sentarse a la mesa y pedir un jugo de naranjas, debe sortear el revuelo que su presencia causa entre las camareras. Regla 1: cada vez que aparece el cantante de Café Tacuba, debe preguntársele cómo se llama ahora. Porque este chico nacido hace 33 años en Santa María de la Rivera (en plena capital mexicana), primero fue Anónimo, luego Cosme y actualmente Nrü.
Desde que Café Tacuba comenzó su carrera, hace una década, fue cobrando forma un concepto musical sumamente original. Miki, uno de los integrantes de una banda amiga –Molotov–, dice que lo que hace “Cafeta” es “autoctonismo vanguardista”. Lo cierto es que no es muy fácil definir el género tacubo, enraizado en el rock y desde ahí disparado en todas las direcciones posibles. Siempre condimentado, además, por una particular lectura de varios y diferentes estilos de la música tradicional mexicana. Semejante cóctel llegó a extremos conceptuales-musicales con la edición del doble-pero-no-doble Revés/Yo soy, un cd de canciones y otro de música instrumental, los dos notables. Pero, ¿es rock o qué? Nrü se encoge de hombros. Dice no importarle demasiado esa cuestión y prefiere referirse a la manera de transmitir una manera de entender la música que define a su cuarteto. “Ahora nos entienden más, pero nosotros no hemos cambiado sino que hemos estado siguiendo un proceso natural de evolución, y el juego con el que iniciamos lo hemos ido desarrollando, tal vez por eso ahora se entienda mejor lo nuestro. Conforme vamos haciendo un nuevo disco, el público dice: ‘Ah, por eso hicieron lo anterior’. De alguna forma, van quedando menos espacios abiertos de interpretación. ‘Ah, de esto se trataba’, va diciendo la gente.”
Más voces. El periodista y locutor Jorge Rugeiro, conductor del programa “Grita”, que se transmite dos veces por día en la frecuencia rocker Orbita, afirma al No que “Café Tacuba pasó a otro lado, está en otra dimensión. Para el rock mexicano, su primer disco es como el Album blanco de los Beatles. Y todos los cuestionamientos que se le hacen a la banda para mí tienen que ver con la cultura musical que caracteriza a nuestro país, que duele decirlo, pero la verdad que es bastante pobre. A Café Tacuba no todos logran entenderlo, pero su último trabajo, Revés/Yo soy, es enorme. Es la única banda que dentro de diez años se va a seguir escuchando. No se van a acordar de Molotov ni de La Gusana Ciega; se van a acordar de Café Tacuba”, afirma.
Lejos de esos análisis, el cantante ha aprendido a relativizar los elogios, a tomarse todo con calma, y riéndose cuando escucha decir que Café Tacuba es la banda de rock en español más importante del momento. “No somos la banda más importante”, dice. “Creo que cada grupo tiene su importancia. Lo que sí creo es que cada grupo puede jugar un papel dentro de un entorno y tal vez nuestro papel sea el irnos por una nueva vereda en cada disco que sacamos. Buscamos nuevas formas, no sé si es pretencioso decir esto, pero es posible que nosotros seamos la banda que se dedique a abrir puertitas”. En lo que va del año, Café Tacuba ya ha estado dos veces en el Zócalo, la plaza central del DF, todo un carnet de popularidad. Y esta banda de rock sin batería (Joselo y Quique Rangel, Emmanuel del Real, Nrü) que suena más mexicana que el tequila, vive sus días de éxito y masividad gracias al propio talento y también a los oficios de los productores argentinos Gustavo Santaolalla y Aníbal Kerpel. Del gurú del rock latino, todos elogios: “Para nosotros fue importante pensar en Gustavo como en alguien muy cercano, muy conocedor de nuestra realidad, hay mucho más acercamiento, definitivamente. Nos iniciamos en el mundo discográfico con él y seguimos con él porque disfrutamos mucho trabajando juntos, disfrutamos de aprender cosas”. Y hablando de argentinos, el cantante se refiere a Soda Stereo, una fuerte referencia para entender de qué fue la más reciente historia del rock mexicano. “La influencia de Soda fue gruesísima. Había una época en que todos los grupos mexicanos tocaban como Soda... Era horrible, realmente horrible...”, comenta divertido.
–¿Y se pueden encontrar algunos elementos así en Café Tacuba?
–No en forma consciente. Soda está dentro del grupo como tantos otros del rock argentino y también español. De entrada, todos esos grupos abrieron unas puertas muy importantes para lo que luego sucedió en la música joven aquí en México. Y no solamente para los músicos sino también para los que dirigían las compañías discográficas, que empezaron a darse cuenta de que podían hacer negocio con el rock mexicano. Fue increíble, de pronto las compañías comenzaron a querer tener un catálogo con rock local.
No se puede entender la historia de Café Tacuba sin remitirse a un legendario trío denominado Botellita de Jerez, que a principios de los ochenta combinaba el humor, la ironía y la rebelión, produciendo efectos hipnotizadores sobre sus miles de fans. De esta agrupación, los tacubos se consideran herederos. “Es que todo el concepto de Botellita fue muy fuerte, y nosotros decimos casi lo mismo que ellos, pero en otro tiempo. Siempre pensamos que Botellita fue tan gracioso, tan lúdico, que luego la gente que los seguía se perdió en eso; no ellos, pero sí su público, que quería siempre que Botellita los hiciera reír, y supongo que ahí empezó a darse la separación del grupo. Para nosotros el humor también ha sido siempre muy importante, sobre todo por el método de trabajo que utilizábamos. No era un método estrictamente dicho sino que era llegar a los ensayos, matarnos de risa por cualquier cosa y trasladar ese espíritu luego a las canciones”.
Un sello de distinción de Café Tacuba es la distancia con la que observan el run run que genera cada uno de sus pasos en la industria musical. Con un Grammy en su haber y otro recién “perdido” frente al tal Chris Pérez, Nrü apela a un despreocupado encogimiento de hombros para decir: “Ese asunto de los premios Grammy no es para creérselo. Aquél fue por el video y la verdad es que el video está chido (bueno), pero también es cierto que no es la gran cosa. Seguramente hubo videos bastante interesantes, mejores, que ni siquiera han concursado. Además, siempre pensando en la compañía a la que pertenecemos (Warner), hay que tener sus reservas. Siempre hay movimientos en ese sentido. Siendo nosotros mexicanos, nos cuesta pensar en que algo se produzca sin que haya estado el dedazo en el medio. Y ahora que no lo ganamos, sentimos lo mismo que entonces: con Grammy o sin Grammy, seguimos siendo Café Tacuba”. En todo caso, salir de gira con Beck debe equivaler a varias de esas estatuillas.

Videostory
Es fácil toparse con Nrü en el DF. Por las calles de la ciudad y con una cámara de video en la mano, el cantante graba sus propios paisajes. De vez en cuando, claro, le gusta desensillar y dejar la cámara a un lado para mezclarse con sus compatriotas. Es turista en su propia ciudad. “Siento que he sido siempre un poco provinciano. Nací y viví unos cuantos meses en Santa María de la Rivera, donde vivían mis papás, y antes de que yo cumpliera un año nos trasladamos a Nuevo León, donde viví los primeros cinco años de mi vida. Luego toda la familia se mudó a Satélite, un barrio que está en las afueras de la ciudad. Antes me traumaba mucho el hecho de que todo estuviera acá y para comprar algo hubiera que trasladarse. Pues, de joven, era problemático. Digo, no porque ahora no sea joven, la verdad es que todavía no estoy viejito, pero ahora es mucho más disfrutable vivir allá. De todos modos, estás adentro, pegado al DF, y es casi lo mismo. Aunque hay algunas diferencias: allá hace más frío y hay menos smog y menos gente”, explica.
Su afición a la cámara convenció al resto de la banda para que pudiera dirigir el videoclip de “Locomotora”, el segundo single de Revés/Yo soy. “Como había estado involucrado en casi todos los videos que habíamos hecho, tenía la curiosidad de hacer uno. Afortunadamente hubo flexibilidad en el grupo y se pudo crear una pequeña productora que me acompañara en la realización. No esperé mucho, es el primer intento y fue un ejercicio donde aprendí muchas cosas. Más que nada, que no sé nada o lo suficiente para ser director. Pero también que con esfuerzo y ganas te las arreglas para que salga algo bueno.”

La fama y la humildad
Humilde y tímido, Nrü no se acostumbra a la fama. No tiene la pinta ni la actitud del típico frontman de una banda exitosa. Cuando Quique, el contrabajista, explica el proceso creativo de Revés/Yo soy, algo de esa singularidad aparece en el discurso. “Cada cual tocaba alternativamente uno y otro instrumento”, cuenta. “Revés se fue conformando a partir de la negación para llegar a algo: negar que somos necesariamente un grupo, que tenemos cantante, que somos compositores, porque a la metodología que usamos no sabemos si se le puede llamar composición, ni si a lo que llegamos son canciones”. Así que este cantante atípico de una agrupación no menos original acepta “no haber digerido del todo esto de la fama y los autógrafos”, aunque gente de todas las edades se le acerque para decirle “te adoro” o para pedirle una fotografía junto a él. Cuando comenzó su carrera de músico, todos hacían hincapié en lo mal que cantaba. “Por suerte, no hice caso porque siempre he tenido ganas de cantar, y aparte no tocaba ningún instrumento. A través de los años he ido perdiendo la vergüenza...”, admite. Y prosigue: “Hace ocho años Joselo y yo decíamos que no éramos músicos sino comunicadores. Teníamos muy cerca nuestros días de universidad, de estudiar Comunicación Gráfica. Yo dibujo, también. Y la evolución musical de Joselo, de Quique, de Memo, ha sido impresionante, y tal vez no recuerden eso. Pero yo sí lo quiero recordar, porque sigo siendo muy torpe, y a veces me siento mal por eso. Entonces, uno de esos días en los que andaba mal, me acordé: ‘¡Claro!, yo no soy músico, soy sólo un comunicador’, y eso me alivió, me quitó mucho peso. Todo lo torpe que soy con la guitarra ahora no me importa. No toco para ser un virtuoso sino para divertirme y para integrarme más a mis amigos”.
Como oyente de música, Nrü se inclina a “escuchar todo” lo que le llega. “Ahora me quiero comprar el disco de Cerati, Bocanada, porque me encantó. La primera vez que fuimos a la Argentina abrimos un concierto de Fito Páez y fue rarísimo, ¿no? Eran los tiempos de El amor después del amor, y ese disco me trae muchos recuerdos. A Spinetta lo conocí gracias a un amigo guatemalteco; me regaló un casete de recopilación, y me encanta. Me gustantambién los Babasónicos, León Gieco, Divididos, al que conocimos a través de Gustavo (Santaolalla). Me fascina Leda Valladares, Julio Sosa...”.

Ser mexicano
En el país de los tamales y del chile, de las salsas picantes y del tequila, Nrü se ha convertido en un vegetariano militante. No lleva sombrero de alas anchas y descree de todos los mitos folklóricos que los medios de comunicación, los gringos y cierta propaganda turística han establecido sobre el ser mexicano. “Soy vegetariano y estoy en un proceso de cuestionar muchas cosas de la alimentación. Y en cierto modo es cuestionar también ese sentimiento de nacionalidad, de mexicanidad, que está tan prendido aquí. Porque nuestro discurso era fuerte en ese sentido, buscábamos la identidad, el ser mexicanos, preguntarnos quiénes somos, y ahora me pregunto si todo eso también no es una trampa. Porque la realidad es que México, hace 500 años, no existía. En el momento en que llegaron los españoles se conforma México, y ahora estoy viendo que México es un negocio, que seguimos viviendo la colonia, la esclavitud, sólo que las cadenas no son tan visibles”, expresa. “¿Cómo nos pintan afuera? Como mariachis, como charros, pero en realidad ésas son representaciones de los dueños de la hacienda: el indio no está ahí. El habitante original de estas tierras no tiene nada que ver con el mariachi. Y cuando los dueños de México pintaban al indio, lo mostraban durmiendo abajo de un nopal, nos decían: ‘Es el huevón’. Para mí son todas trampas que nos ponen y que encima creemos. Dicen: ‘El mexicano es impuntual’, y me lo creo y llego tarde. O te dicen que eres macho, y te lo crees.” ¿Será por eso que está convencido de que su país “es muy adolescente”? “Nos hicieron madurar de golpe”, dice, y teniendo en cuenta esa condición, no se permite ser demasiado optimista. “A mí me parece que para renacer hay que morir, y van a tener que morir muchas cosas en México antes de que todo se resuelva. Va a ser doloroso.”

DE AQUEL AMOR, DE MÚSICA LIGERA

Vendió 30 mil copias en una semana, como para dar una idea del poder que todavía Soda tiene en México. Son once versiones por Aterciopelados, Julieta Venegas, Genitallica, Lucybell, Caballeros de la Quema (los únicos argentinos) y las dos terceras partes no-religiosas de Control Machete entre otros. POR MONICA MARISTAIN
Desde México D.F.

Un disco que el crítico de rock local David Cortés (autor del libro El otro rock mexicano) no dudó en llamar “la trastada mercadotécnica del año” y que tiene como eje central a Soda Stereo, se convirtió en un fenómeno de ventas en México: 30 mil copias vendidas en la primera semana. El Soda Stereo Tributo, que tiene en la portada los rostros virados a sepia de Alberti, Cerati y Bossio, resulta el primer homenaje sonoro de los rockeros mexicanos, que en su mayoría reconocen a los ex chicos de los raros peinados nuevos como su gran influencia. Fabricado entre ceremonias secretas comandadas por el sello discográfico BMG, al que pertenece Gustavo Cerati, el disco vio la luz entre polémicas y decepciones múltiples. Por lo pronto, la placa que ofrece 11 versiones de las canciones más conocidas del trío se destaca por las ausencias. Ni Calamaro, ni Molotov (que preparaba “Ella usó mi cabeza como un revólver”), ni Café Tacuba (iba a hacer “Juegos de seducción”), ni Aleks Syntek, ni Plastilina Mosh participaron del homenaje, aunque sus presencias habían sido anunciadas de antemano. A ellos, a los que no están, el productor Jorge Mondragón (manager de Molotov) y su par argentino Afo Verde, dedicaron el disco. Si fueron desacuerdos económicos con sus respectivos sellos discográficos (cada grupo participante se hizo cargo de la producción del tema elegido) o si, como arriesga el emblemático periodista mexicano Chava Rock (editor y director de El Mescalito), en realidad se prepara material para una segunda edición del tributo, más a tono con la historia, son circunstancias que el mundillo del rock de aquí desconoce.

Una por una
Las once versiones ejecutadas en su mayoría por artistas que pertenecen a la plantilla de BMG, entre ellos el desconocido grupo costarricense Gandhi, suenan convencionales y, al decir del Chava Rock, “parecen haber sido grabadas a la ligera, sin riesgo alguno”. La banda pesada de Monterrey, Genitallica, hace “Vitaminas”. Lo que empieza como un tema de rock virulento se transforma en un reggae rappeado de dudoso gusto en el estribillo. Y aunque el cover haya espantado a propios y a extraños, resultó ser el elegido de difusión en forma espontánea por las radios locales y se convirtió en la flecha que disparó a la muchachada a las tiendas. Los genittallicos, en tanto, manifestaron al No haber elegido la canción “por el ritmo”. Nada más. Jumbo, un grupo de sonido refinado formado por chicos jóvenes que gustan de la música vieja (Floyd, Crimson, Zeppelin), suena sin sorpresas en “Un millón de años luz”. A ver: es como si Spinetta hubiera despuntado el vicio con una canción de Cerati, pero cuando el Flaco tenía 20 años y estaba en Almendra, así de extemporáneos quedaron los jumbos en un tributo que consideraron “importante, pues va a marcar todo lo que ha dejado Soda en las bandas nuevas mexicanas”.
Moenia en “Zoom” no es Moenia: es Soda. Y está bien que así sea, porque si hay una agrupación rockera que llevó el glamour, el aire gélido y la electrónica a sus máximas consecuencias, tal como lo hiciera la banda argentina, ésa es Moenia. “Soda es el grupo latinoamericano de rock de mayor trascendencia en el mundo –dijo el vocalista de Moenia– y elegimos ‘Zoom’ porque consideramos que podíamos hacer una buena programación sobre ese tema.” Y la hicieron. En el caso de los costarricenses Gandhi, puede decirse que están correctos en “Séptimo día”: por ellos hablaron los ejecutivos de la discográfica, que piensan lanzarlos en México próximamente teniendo como base el enorme éxito del que gozan en su país de origen. “Los elegimos porque suenan mucho en Costa Rica”, explicaron sucintamente ante los desconcertados periodistas que asistieron a la presentación del material. Los chilenos de Lucybell están deliciosos en”Juegos de seducción”. Su versión, como casi todas, elige el lenguaje formal de identificación con la original, y los coros ochenteros a la Duran Duran no consigue atenuar el grado superlativo de imitación de Cerati del que echa mano el vocalista trasandino.
El “Té para tres” de Aterciopelados renueva lo ya sabido por los aficionados al rock en español, sobre la gran afinidad que existe entre la delicada florecita colombiana Andrea Etcheverri y la ex banda de Cerati. Lo interesante de esta versión es el placer que produce la calidad interpretativa de la chica de Bogotá. La Gusana Ciega, banda britpop de corte liviano, se escuda en una descolorida “Primavera Cero” que rescata el costado más frívolo de Soda. Control Machete, que intenta revivir glorias pasadas sin su excelso vocalista (Fermín se ha adscripto a la causa cristiana y ni modo de recuperarlo para la bizarría hip-hopera que internacionalizó al trío de Monterrey), con Pato y Toy, ofrece una deslucida y electrónica “Camaleón”. “Soda ha sido el soundtrack de muchas generaciones mexicanas”, manifestó Toy desde su estudio. Julieta Venegas, que últimamente se anota en todos los tributos, sonó banal y poco creíble cuando dijo que se hizo fan de Cerati and company cuando escuchó el último disco de la banda porteña. Eligió “Disco eterno” y, con su voz a lo Suzanne Vega, despachó presurosa el trámite. Las chicas de Atómica, bellas y poco más por destacar, no supieron explicar muy bien por qué habían formado parte del tributo. Su “Persiana americana” es tan impropia como inescuchable en un disco que no pasará a la historia por su calidad musical.
Resulta llamativo que en un país donde ni en sus mejores momentos ha gozado de la aceptación unánime, Soda Stereo encuentre su mejor molde en Caballeros de la Quema, única banda argentina que forma parte del tributo. Iván, tan afecto a la sociología y los metadiscursos, canta con plenitud y fervor convincente “Lo que sangra (la cúpula)”, que condimenta con el himno proverbial de Luca Prodan en “La rubia tarada”. Y aunque Attaque 77 ya hizo algo parecido (juntaron a los Redondos con Soda en “Otras canciones”), en un disco despoblado de sutilezas y pasión como este tributo, se agradece el Noble gesto de ir un poquito más allá. Es poco, pero es algo.

ENTREVISTA A JUAN VILLORO


Periodista, crítico literario, apasionado del fútbol y del rock, Juan Villoro nació en el Distrito Federal el 24 de septiembre de 1956. Es sociólogo diplomado y reportero por oficio, un tipo esencialmente curioso e inquieto, con un carisma a prueba de toda volubilidad de carácter. Aunque no viene mal decir que, detrás de tanto exceso de afabilidad, podría esconderse una neurosis no detenida a tiempo. Y una patología para el diván psicoanalítico que el propio Villoro, por afable, no desmiente ante nuestra requisitoria. Como sea, esta simpatía a borbotones parece haberle otorgado una libertad y una eficacia en los movimientos que siempre lo hace caer parado. Un outsider que siempre está lo suficientemente adentro y afuera como para ser considerado casi una star en el universo literario local y un tipo querido en los círculos ligados al cine, al periodismo, al fútbol.

¿Qué es más peligroso: el aterrizaje o el despegue?

–Yo creo que el aterrizaje, porque el sentido de los viajes para mí es el regreso, la aventura de Ulises. Es mucho más complejo regresar y quizás el viaje es un mero pretexto para volver al punto de partida en el que ya ni el punto de partida ni tú son lo mismo.

¿Es cierto eso que cuenta Bolaño en 2666, que hubo una discusión telefónica al respecto?

–No he leído la novela, así que cuéntemela y le digo si es cierto.

El le dedica una página entera a esto de sus discusiones en torno a qué es más peligroso, si el aterrizaje o el despegue.

–El consideraba, hasta donde recuerdo de pláticas, que si volvía a México, moriría en México; y no lo pensaba porque lo fueran a asaltar o a matar sino porque sumirse telúricamente en la experiencia tan intensa que para él significó México, era un rito tan definitivo de clausura que no saldría de él, entonces decía: “Si quiero estar vivo, tengo que estar lejos de esta experiencia terminal que sería el regreso a México”.

Usted vuelve a la experiencia terminal... regresando de Barcelona al Distrito Federal, con El testigo bajo el brazo.

–No, no es una experiencia terminal para mí. Los mexicanos nos llevamos nuestro país a cuestas, salvo los que se van por necesidades forzosas a Estados Unidos y que de alguna manera reproducen la vida mexicana en las ciudades a las que llegan. El mexicano difícilmente se separa de sus costumbres, de hábitos muy arraigados, entonces mi caso es el de alguien que estuvo voluntariamente tres años afuera y regresa, entonces es muy poco espectacular.

¿Quién es el Maradona de la crítica?

–La que más me interesa es Beatriz Sarlo como crítica de la cultura. El crítico de la sociedad latinoamericana que más valoro es Carlos Monsiváis.

¿Todavía lee poesía?

–Leo muchísima poesía, y esto no lo digo para adornarme. Creo que la literatura más significativa del siglo XX se alimentó de ella y, en buena medida, la mejor poesía del siglo XX la podemos leer en las páginas de Joyce, de Proust, de Faulkner, de tantísimos escritores. La obra de Onetti o de Rulfo tienen un altísimo contenido poético. No me comparo, pero es el tipo de literatura que a mí me gusta.

¿Le ha pesado ser tan afable a veces? Lo digo sobre todo por las chicas, por eso de que a las mujeres les gustan los hombres duros.

–Bueno, sí (ríe). Yo creo que los Libra somos patológicamente conciliadores, es decir, no es una virtud, es una enfermedad. Por ejemplo, el checo Vaclav Havel, que fue un opositor muy sólido a un régimen totalitario, aun así tenía una enorme tendencia a conciliarse con sus torturadores. Eso es algo de lo que yo quisiera liberarme por momentos, pero ya forma parte de mi naturaleza, o sea, no puedo ser de otra manera.

¿Forma parte de su naturaleza estar en el momento justo o no estar en el momento inoportuno? En la Feria de Guadalajara no estuvo en el homenaje aCortázar, ni en la mesa donde Fuentes oficializó a los del crack como sus herederos, y sin embargo está presente.

–Yo, a pesar de que soy muy conciliador, siempre he dicho lo que pienso y tengo una actitud independiente. O sea, creo que un escritor debe hacer su juego en solitario. Es absurdo pensar que uno requiere de otras personas para ejercer un oficio que es el más solitario del mundo, no creo que sea necesario ni válido estar dependiendo de otros.

¿Qué piensa de Fuentes, del crack, de la figura de un escritor institucional que oficializa a sus herederos?

–En toda literatura hay voces que avanzan en distintas velocidades, hay un correo instantáneo y un correo lento. Yo creo mucho en un correo lento, prefiero las caravanas a Internet y creo que la literatura avanza mejor despacio. No creo en consagraciones instantáneas, y ahora que me dieron este premio Herralde no creo que cambie mi vida ni que sea un certificado de calidad que yo no tuviera antes. Me parece interesante que se discutan autores, me parece interesante que Carlos Fuentes, que está muy atento a todo lo que hacen otras generaciones, hable de ellos, es una manera de poner en circulación las voces de muchos escritores. Es importante el que, en un momento en que la literatura depende tanto del mercado y de la difusión, escritores jóvenes como los del crack hayan ejercido una posibilidad de promover su obra y de insertarla en el discurso español y europeo en general, pero lo definitivo va a ser la lectura de cada uno de ellos. A mí me preguntan mucho por el crack, cosa que me da mucho gusto porque quiere decir que tienen una presencia mediática importante, pero me va a dar más gusto cuando me pregunten por el libro de alguno de ellos, porque entonces significará que son un fenómeno cultural y de lectura.

No me dijo qué pensaba de Carlos Fuentes.

–Es que de Carlos Fuentes no se puede pensar una sola cosa porque es como mil máscaras –que, a su vez, es un apodo que le queda bien a él que ha trabajado tanto el tema de la máscara–. Yo doy clases de literatura y para mí es esencial enseñar dos libros de él del año ‘62 que son Aura y La muerte de Artemio Cruz. Aura es la vida de la muerte y La muerte de Artemio Cruz es la muerte de la vida. Además es un autor central para mi generación porque tuvo el tema de la ciudad como gran personaje. No es el primer escritor urbano de México; Martín Luis Guzmán había escrito literatura urbana antes, pero es el primero que convierte a la ciudad en su personaje, que es un tema que a mí me obsesiona. Cuando él escribe La región más transparente, en 1958, yo tenía dos años y la Ciudad de México tenía 4 millones de habitantes. Era una ciudad todavía abarcable culturalmente. Hoy en día la ciudad ha crecido de una manera desaforada, es una especie de asamblea de ciudades y, de alguna manera, la trayectoria que yo he seguido como testigo de la Ciudad de México es la de alguien que comenzó leyendo a Carlos Fuentes cuando la ciudad podía ser articulada al modo de la Guía Rojí y podía tener un sentido unitario, y esta ciudad se ha refractado en muchas ciudades posibles, muchas de ellas que desafían al sentido, y un poco la literatura que yo escribo trata de dotarlas de sentido, de modo que ahí encuentro una conexión fuerte con Fuentes. Por otra parte, es una persona que siempre ha sido muy generosa con el diálogo cultural. Cuando yo estuve en la Jornada Semanal, colaboró con nosotros del primero al último número, y en ese sentido su obra, profundamente desigual, yo creo que responde a un escritor en movimiento permanente. William Styron lo definió como un tiburón. Los tiburones no pueden dormir quietos, aun para dormir tienen que estar en movimiento.

Tuvo que haber leído bastante a Julio Cortázar como para decir que es un escritor de la juventud, ¿verdad?

–La crítica argentina lo trata creo que con excesiva dureza. Yo estaba en la Universidad de Yale cuando se cumplieron diez años de la muerte de Julio Cortázar y propuse que hiciéramos una mesa redonda sobre él, yJosefina Ludmer –que era la jefa del departamento y una gran crítica argentina– me dijo que prefería hacer una mesa sobre Manuel Puig, porque era el gran renovador de la literatura a través del pop, de géneros que no habían entrado de manera canónica a la literatura, como el folletín, los guiones de cine y todo eso, y que, para buena parte de la crítica argentina, Cortázar era una especie de Salgari para adultos, un escritor de aventuras intelectuales y sensuales, pero, a fin de cuentas, superficiales, y que funcionaba mucho como un autor de autoayuda para los lectores jóvenes. En cierta forma, yo fui ese tipo de lector, porque para mí Cortázar fue el escritor definitivo en mi adolescencia; yo incluso consideraba que sus libros eran una especie de tribunal del idioma. Si tenía una duda sobre si escribir de una manera u otra, consultaba sus libros para copiarlos. Y además me interesaba mucho no sólo su literatura sino todo el mundo que lo rodeaba: quería enamorarme de una muchacha como la Maga, quería discos de jazz, vivir en París, o sea, quise agregarle un capítulo a Rayuela, como tanta gente de mi generación.

A veces México, o quizá toda Latinoamérica, puede ser una tierra de sobrevivientes por todas las cosas que pasan: la pobreza, la corrupción, la miseria.

–En México, Colombia y El Salvador se da esta sensación de manera más extremada. Aunque no podría generalizar, tampoco conozco tanto. Hablando de México sí, las nociones de agonía y de resistencia muchas veces son intercambiables. Tú no sabes si alguien al hacer lo que está haciendo se está suicidando o está sobreviviendo. A veces tengo la impresión de que México, más que una cultura del apocalipsis, es una cultura del post-apocalipsis. Creemos que lo peor ya pasó, y quizás ésa es una de las razones de que tanta gente viva en la Ciudad de México. O sea, todos los signos del desastre ecológico que nos rodea, más que ser el anuncio de una catástrofe que va a venir, parecen el resultado de algo terrible que ya pasó y en donde nosotros la libramos de milagro. Entonces nos sentimos satisfechos de estar del otro lado de la tragedia y de que ningún mal sea directamente para nosotros, aunque estemos viendo sus signos por todas partes. Yo creo que ése es un autoengaño necesario para vivir en una sociedad como la mexicana, evidentemente la noción de la fragilidad de la vida está presente en todo momento y la sensación de precariedad es enorme. También por eso yo creo que hay una enorme vitalidad en la cultura. A mí me interesan mucho, por ejemplo, las crónicas de Nápoles en el siglo XVIII, cuando estaba muy activo el Vesubio y había una enorme vida cultural, porque cada día podía ser el último y había que rescatar algo de esa experiencia tan precaria. Entonces para nosotros es igual, estamos al pie de un volcán, que muchas veces es un volcán metafórico, no necesariamente el Popocatépetl, pero esta sensación de vivir a la orilla del peligro produce el reflejo de hacer cosas que no sean ese peligro, que se desmarquen de él y que perduren de otro modo.

Creo que está faltando también una relación de México con el resto de Latinoamérica.

–México por momentos ha sido muy ombliguista. La cultura mexicana te jala tanto y está hecha de tantas mezclas de culturas que yo creo que muchas veces hemos conocido a Latinoamérica, pero porque los latinoamericanos han venido aquí generalmente exiliados; yo me formé en la universidad con profesores exiliados de casi todos los países de América latina, pero solamente viviendo en el extranjero entendí que formaba parte de una comunidad más amplia que México, que era la latinoamericana. Cuando me fui a vivir a Berlín Oriental, rápidamente trabé amistad con muchos amigos latinoamericanos y me pareció sorprendente que hubiera un archipiélago de coincidencias, de emociones compartidas, de afinidades que nos podían constelar como un grupo. Y lo mismo me pasó ahora en Barcelona, pero es una experiencia que yo he hecho fuera de México.

Y como latinoamericano, ¿no le pasa eso que me pasa a veces a mí: que el brasileño representa la utopía latinoamericana perfecta?

–Bueno, yo quisiera ser brasileño todos los días. Sí, de preferencia en el Botafogo. Vocacionalmente cualquiera quisiera ser brasileño.

¿Y cualquiera quisiera ser novelista después de 13 años de empezar una novela?

–Yo hubiera querido ser médico y me equivoqué de profesión. De hecho, estoy perfectamente consciente de que si volviera a vivir, no sería escritor sino que sería médico. O sea, que lo que yo quisiera ser, no puedo serlo. Entonces, lo segundo que quisiera ser es escritor, y dentro de eso soy alguien muy disperso. A lo mejor, si vivo lo suficiente, esa dispersión tendrá una ilusión de versatilidad. Yo me tardo mucho entre libro y libro, y las novelas que escribo cambian mucho unas de otras, necesito irme adentrando en ese mundo y luego escribir de él, y me toma como siete u ocho años pasar a otra novela, y seguramente si escribo otra será el mismo tiempo. Pero eso no me preocupa porque yo creo que cada literatura tiene su ritmo y en cuanto a la percepción de ella, como le decía antes, yo creo que es un tema de tahúres, como aparece en el Quijote, hay que repartir las barajas y esperar que el destino decida si eran barajas fuertes o no. Lo único que uno puede hacer es su juego.

OYE, CHICO



A los 41 años, Gonzalo Rubalcaba es –junto a Chucho Valdés– el pianista de jazz más célebre de Cuba. Algo alejado del mítico virtuosismo que fue su sello, Radar lo entrevistó en Guadalajara (México), donde el pianista participó de un homenaje a Julio Cortázar, y lo hizo hablar de todo: Fidel, la música latina, el karma de ser cubano en el mundo, su próximo disco, que incluirá temas de José Sabre Marroquí, Armando Manzanero y Agustín Lara, y sus famosas manos de veinte dedos.



Dice que en el 2002, cuando regresó a Cuba luego de diez años de ausencia, incluso antes de que el avión aterrizara ya sentía olores y colores que le decían: “Tú eres de aquí”. Sin embargo, los diez días que permaneció en la isla lo inundaron de sentimientos confusos. “Yo era de ahí pero ya no era de ahí”, explica en español a sus ocasionales compañeros de mesa. Luego llama la atención de Charlie Haden y ensaya el mismo discurso en un inglés dulce. Como gran viejo sabio, Haden –el contrabajista que lo descubrió en un lejano 1986 y luego lo invitó a tocar con él y Paul Motian en el Festival de Montreal– asiente paternalmente, entrecerrando los ojos.
“Es curiosa la pregunta que me haces”, comenta Gonzalo Rubalcaba, el pianista de veinte dedos nacido en La Habana en 1963. “¿Sabes por qué es curioso? Porque mientras estuve en La Habana, a cada momento alguien decía: ‘Ya llegará Fidel’. Y yo pienso: ‘¿Por qué tiene que venir Fidel, si este hombre siempre temió a los intelectuales y a los artistas, siempre desconfió del libre pensamiento?’ La verdad es que Fidel ya está tan viejo y está tan mal de salud, que aun para aquellos que lo odian mucho, da pena.”
Es la noche fría en Guadalajara. A Gonzalo parece habérsele pasado el mal humor por el inoportuno zumbido del piano que casi malogra su presentación en el Homenaje a Julio Cortázar del teatro Degollado. El percance, sin embargo, pasó inadvertido para el público, que alucinó con su estética del despojo, la misma que florece al lado del contrabajo por momentos excesivo de Haden y que es el sello actual y distintivo de este hombre negro y pequeño, padre de tres hijos, habitante de La Florida, ganador de Grammys, pianista de profesión. Ahora, mientras cena frugalmente (“no es por hacerme el interesante, la verdad es que no me gusta ir a dormir con el estómago lleno”) y vigila que el salmón de Charlie Haden esté a punto (así, de padre e hijo, es la relación de la que parecen disfrutar el pianista y el bajista), Rubalcaba habla de su pasión por la música latina, un amor que alcanza para tocar los bordes de un género que no sólo hace música para bailar: “los latinos también podemos ser muy tristes”, asegura.
Vestido íntegramente de negro, el pianista recibe a Radar al final del concierto y no puede evitar una sonrisa cómplice cuando la cronista le hace notar que, después de todo, decepcionó a quienes creían que se convertiría en el segundo Chucho Valdés (La Habana, 1941). No le dio para tanto el desenfreno habanero, y por los escenarios del mundo anda Gonzalo tocando en trance, casi a lo Jarrett.
Él no dice Keith Jarrett ni dice Chucho Valdés. Sólo ríe y habla de su evolución, de sus años. Después de todo, el jazz sigue siendo eso que le pasaba a Johnny Carter en El Perseguidor: algo que se está tocando mañana. Está tocando menos con los dedos y más con el alma o quién sabe con qué. ¿Antes tenía más de 10 dedos?
–No, los dedos siempre están ahí. Lo que pasa es que también están los años, que juegan un papel muy importante. Los años significan vivencias, madurez, calma, realización, seguridad, entre otras cosas. Ahora soy un poco más contemplativo, lo que no quiere decir que haya perdido las ganas de luchar por lo que creo justo.
A los 23 años, cuando se dio a conocer al mundo, tal vez era más fácil colgarse el cartel de la latinidad.
–Mira, no hay que echarle la culpa a nada ni a nadie, pero lo cierto es que yo provengo de la escuela cubana, una tradición que es esclava del virtuosismo y que intenta vender ese virtuosismo a cualquier precio. Es muy fácil, además, para muchos pianistas de mi país, recostarse en ese virtuosismo.
Usted descree, entonces, de los virtuosos. –De lo que descreo es de las escuelas para virtuosos. Para mí el virtuosismo es algo con lo que una persona nace. Es la habilidad física, técnica, la que le permite a un pianista hacer cosas que a otro no. El problema está en buscar otros puntos de vista a partir de ese virtuosismo. Ser virtuoso es como ser lindo: nunca dejarás de serlo. Lo importante es plantearse el desafío de cómo crecer a partir de eso que la naturaleza te ha dado.
¿Ése es su desafío?
–Y sí. Sería falsa modestia de mi parte decir que no tengo habilidades para tocar el piano, y gracias a Dios las tengo. Lo que pasa es que esas habilidades también pueden convertirse en un riesgo si no sabes qué hacer con ellas.
¿Chucho Valdés ha sabido qué hacer con su virtuosismo?
–Hay que preguntárselo a él.
¿Usted qué piensa?
–Que pertenecemos a dos generaciones muy distintas y que tenemos dos concepciones de la vida totalmente diferentes. Esas concepciones se reflejan en el arte. El artista no puede ir al escenario sin dejar que se vea lo que ha vivido, lo que es; lo que uno hace arriba del escenario no es más ni menos lo que uno es. No puedes divorciarte de ti mismo cada vez que sales a tocar, porque el público se daría cuenta de que estás mintiendo.
¿Entonces ahora usted es un Rubalcaba del despojo?
–Depende de la música que esté haciendo, del formato, de la atmósfera que encierre el repertorio que estoy trabajando. El concierto con Charlie (Haden) es un trabajo íntimo. Somos dos personas ahí tratando de decir cosas y, más que de decirlas, de transformarlas. Porque, en realidad, las cosas que intentamos decir Charlie y yo ya fueron dichas.
Esa alquimia produce hechos insólitos, como que a veces resulta Charlie el excesivo y usted el austero. Nunca nos hubiéramos imaginado algo así.
–(Risas.) Esa alquimia es la sinceridad. El que la gente vaya a un sitio en espera de algo y se encuentre con lo inesperado, que encima supera las expectativas, es muy válido. Además, Haden es un músico que ha servido de integración para muchísimas generaciones, no sólo estadounidenses sino también latinas y asiáticas. Siempre se ha distinguido, además, por ser ese músico que trabaja con muy poquitas cosas; se ha apoyado mucho en la calidad del sonido, dice mucho a partir de una sola nota y cómo construye una nota. Ésa es una teoría muy válida para hacer música.
Otra teoría es la de Keith Jarrett, que dice que el verdadero músico de jazz es aquel que ha podido encontrar su propia voz y transmitirla.
–Eso es válido para cualquier músico y cualquier persona. Cada quien debe encontrar su propia voz. Tienes que escucharte y seguir tus propios instintos.
Usted, que ha sido candidato a ocho Grammy, ¿cómo ha vivido el veto a los artistas cubanos en la última entrega de los premios?
–Una vez más... se repite la historia.
¿Le hubiera gustado verlo, por ejemplo, a Ibrahim Ferrer en la entrega de los Grammy?
–Yo ya estoy feliz por el hecho de que esta generación conformada por músicos de 70, 80 años o más, haya tenido aunque sea un ratito de gloria merecida. Eso también me da mucho miedo, porque no quisiera que a los artistas de mi generación les pase lo mismo...
Bueno, pero usted tiene 41 y es muy conocido.
–Sí, pero ha costado y sigue costando mucho. El hecho de llevar una bandera cubana por los escenarios del mundo cuesta muchísimo. Ahora no es el momento de hacer disertaciones políticas en torno de esto, pero a los cubanos se nos hace todo muy difícil. Y eso lo sé. Los artistas no tienennada que ver con los desastres que vive el mundo. Los artistas son los que quieren traer paz, amor, armonía entre las personas. Siempre he recibido los Grammy con alegría, porque me gusta que me reconozcan por lo que hago, pero también sé que ése es un premio que sólo sirve para la promoción, para darse a conocer. En muchas ocasiones no premian lo mejor sino lo más conocido, y eso da mucha tristeza.
¿Su próximo disco?
–En las próximas semanas voy a terminar de mezclar el último disco de Charlie Haden. La producción estuvo a mi cargo.
¿Se viene Nocturne 2?
–Efectivamente, es una extensión de Nocturne. El 95 por ciento de los temas corresponde al compositor mexicano José Sabre Marroquí (autor, entre otros, del bolero Nocturnal). Hacemos también un tema de Armando Manzanero y Solamente una vez de Agustín Lara. Este disco es nuevamente la posibilidad de llevar al mundo una música que mucha gente no conoce. Cuando la gente habla de música cubana o latina, piensa muchas veces que es la música sólo para mover los pies. Quiero demostrar que la música cubana también hace llorar, une a la gente, cuenta historias y hace pensar.

sábado, 3 de octubre de 2009

Pérez Gay viaja hacia la nada de la mano de sus padres


Como en una Guerra del cerdo al revés, en donde los viejos cuentan su propio deterioro en la voz de un narrador que, buen hijo al fin, toma la posta de la memoria existencial que los define, Nos acompañan los muertos, la nueva novela de Rafael Pérez Gay (México, 1957) deviene en triste testimonio -pero no trágico ni sentimental- de un modo circular de entender el tránsito humano por la vida.

El libro editado por Planeta es también el ejemplo de cómo un tema cotidiano, común y hasta prosaico puede resumirse y expandirse mediante un ejercicio literario en donde convergen todas las técnicas de escritura que el autor tiene a su mano.

“No hagas un libro conmovedor, no te conmuevas”, fue más o menos el consejo que Pérez Gay (autor, entre otros de Me perderé contigo y Paraísos duros de roer) recibió de un amigo cuando se enteró de su proyecto literario.

La enfermedad, el dolor, los médicos (practicantes, como los escritores, de “un oficio de tinieblas”), las medicinas, los arneses y aparatos que intentan, en una partida perdida de antemano, enderezar una columna o movilizar una rodilla, son herramientas que ayudan al narrador a construir su historia de un modo eficaz, con esa sapiencia profesional del que sabe cuál es el instrumento adecuado para usar en cada circunstancia.

Y todo esto lo hace el autor sin derramar una sola lágrima, sin que sus vestiduras se rasguen ni su voz se levante en una prédica grandilocuente y de golpe bajo, propia de otras “literaturas”.

El hombre nace, crece y muere. Punto. Eso y nada más que eso es lo que describe con pluma certera el también autor de Llamadas nocturnas. Y al no dejarse arrastrar por los sentimentalismos, al honrar la profesión que eligió para vivir y morir en este lado del mundo, conmueve hasta las lágrimas Rafael Pérez Gay.

Nos acompañan los muertos es, entonces, una novela dura, triste, dolorosa, un portentoso cul dé sac sin escapatoria que nos deja petrificados frente a una ventana por donde vemos caer las hojas de un ahuehuete, tenemos un vaso de whisky en la mano y por encima de nuestras cabezas las sombras del desasosiego dibujan sus fintas implacables.

¿Que si hay alguna esperanza? Claro, la memoria. Recordar es ser eterno, algo que un buen escritor jamás olvida.

COMO BIOY CASARES

—Su novela es como “La guerra del cerdo” al revés, ¿no cree?

—Bueno, Adolfo Bioy Casares es uno de los escritores que admiro con devoción y hubiera querido aprender algo de su maestría narrativa, sin duda. Es capaz de manejar el humor, de contrapuntearlo con melancolía y tristeza, haciendo un tipo de literatura con la que me siento afín. En efecto, Nos acompañan los muertos es un libro sobre la vejez, sobre dos sombras en sosiego rumbo a la nada que, para más datos, resultan ser mis padres. Aunque quisiera que fueran también cualquier viejo en cualquier parte.

—Lo que es cierto es que estos viejos se mueren y también nos matan, ¿no?

—Sí, nos vamos un poco con ellos; por varias razones, primero porque se llevan una parte importante de la memoria, una parte fundamental diría yo. Justo después de la muerte de mis padres traté de recordar algo, tuve el impulso de preguntar y ya no tenía a quién. Después porque cuando estamos hablando con ellos también nos dirigimos a aquellos que se han ido y que de algún modo nos torturan desde sus tumbas.

—¿Tiene buena memoria?

—Sí. Para mí hay varias memorias. Hay una literaria, otra personal, por no hablar de las dos memorias proustianas, que son la involuntaria y la voluntaria... de modo que estamos llenos de pequeñas magdalenas diarias que nos sirven para evocar algo de lo que fuimos y de lo que ya no seremos. Por eso la novela también tiene que ver con que las cosas muchas veces salen al revés de lo que hubiéramos querido.

—La verdad es que los viejos, los jóvenes y los de mediana edad conformamos un todo...

—Esa es una certeza que se empieza a tener sólo después de cierta edad. Cuando uno es más joven no tiene esa edad “para entender”, es decir, no había llegado a los 40. Efectivamente, somos uno solo y esto creo que lo hemos descubierto ahora que algunos de nosotros conocimos de cerca la vejez. A los primeros viejos que conocí fue a mis padres (N.d.R. Rafael es el menor de cinco hermanos). De hecho, creo que a raíz de los avances médicos, cada vez veremos más viejos en la literatura mexicana, algo que no es nada común. Y me refiero a viejos ancianos, a esa edad alta de la vida. Shakespeare le dio al Rey Lear 86 años de vida, un hecho impensado para la época, pero no para la nuestra. Por tanto, cada vez escribiremos más sobre los viejos.

—Sobre los viejos y desde los viejos. Saramago tiene casi 90 años y sigue produciendo cimbronazos literarios...

—Sí, la vejez no sólo será un tema literario sino una forma de la vida diaria.

—Sus padres cumplieron con usted de una manera casi heroica, vivieron mucho tiempo...

—Los personajes de esta historia y los personajes de mi vida tuvieron una vida privilegiada, una salud de hierro hasta los 87 años y a partir de esa edad empezaron irremediablemente a desmoronarse, a venirse abajo, entrar en las sombras y avanzar hacia la nada. Estar cerca de eso, ser testigo, es una experiencia radical, profunda y en muchos sentidos cercana a la literatura, porque la observas como de lejos. El duelo, decía Freud, es un acto profunda soledad.

CUANDO YA NO PUEDAS LEVANTARTE

—El viaje a la nada es la última caída. El narrador describe muchas caídas de sus viejos y en todas ellas sus viejos se levantaron... hasta la última

—Es cierto y esa vieja y ese viejo saben que ya no hay modo de levantarse, que el reloj biológico está marcando el final. En la juventud, el recuerdo es nostalgia. En la vejez es la percepción de que las cosas se terminan y ya no hay regreso. Ahí es cuando la vida empieza a suceder frente a los ojos de los viejos como si hubiera ocurrido ayer. Esa es una de las características de la vejez que espero haber logrado transmitir en mis páginas.

—El tiempo de la vejez une al presente con el pasado...

—Es una de las cosas que más me entusiasmaban de la historia: hay un momento de la novela en que tienes, casi en un presente perpetuo a un padre joven, a un hijo de la misma edad del padre y luego tienes al anciano de 89 y luego al mismo tiempo aparece la infancia de él. La circularidad de la novela propicia un presente narrativo continuo en donde todo ocurre al mismo tiempo. En el fondo, eso no es más que una ilusión y un deseo de que nada se vaya para siempre.

—En realidad, los tiempos del pasado y del presente son una convención social. En nuestra percepción existencial no los tenemos tan claros...

—Los tiempos son completamente elásticos, se confunden en un gran teatro de la memoria donde algunos tienen más luz que otros.

—En esta entrada a la nada, ¿qué es lo que quedará: el ahuehuete, el whisky, la casa del Parque España?

—Bueno, la casa no porque ahora hay un edificio allí. El ahuehuete está y seguirá cuando nosotros ya no estemos más por aquí. Pero, en esos largos ríos de esas dos vidas, que van uniéndose a otras, quedará la memoria.

—La soledad del dolor también

—Cuando llega la hora de la enfermedad y el dolor, las antesalas de la nada, en ese momento los hermanos se separan porque el dolor no une.

—Hay un capítulo dedicado a los médicos, donde no quedan muy bien parados los señores...

—Bueno, es que no los entiendo. Son como buscadores de desdichas y al final siempre son derrotados. Practican un oficio de tinieblas y me burlo un poco de ellos porque al final lo que tienes es la nada, no tienes a los médicos.

OFICIO DE ESCRITOR

—¿Leyeron sus hermanos el libro?

—Sí y me han dicho que les parece un libro triste, conmovedor por momentos, memorioso... les ha gustado a unos más que a otros. Lo que es interesante aclarar en este punto es aquello que decía Amos Oz en el sentido de que si le pidieran escribir la biografía de Santa Teresa, sería autobiográfica. Pero si la autobiografía no tiene toques ficticios y aspiro y espero que ese momento de ficción exista en mi novela. Lo importante sería no tanto la distancia que hay entre la historia y el escritor, sino la que hay entre el lector y la historia. Si el lector puede leer la historia y encontrarla verosímil, habremos acertado entonces. La naturalidad literaria es producto de un largo trabajo en el laboratorio, en el gabinete. Escribir no proviene de una máquina que hace productos en serie.

—Quiere decir que no escribió este libro nadando en un mar de lágrimas...

—Claro que no, porque no puede ser así. Un amigo que se enteró que estaba escribiendo este libro me llamó para decirme que no me conmoviera, porque si no no iba a poder dar con la historia que quería contar. Los médicos no lloran cuando operan a sus pacientes.

—Toda esta entrevista para darnos cuenta de que usted es un médico frustrado...

—(Risas) Puede ser. Siempre tuve el secreto deseo de acercarme de alguna manera a la medicina, tiene muchos misterios y espero algún día poder escribir una historia que tenga como centro a un médico.

—Éste es también un libro sobre el miedo

—Sí, las cosas llegarán tarde o temprano y uno debe ir viendo cómo las va a enfrentar. El dolor y la enfermedad dan miedo y mi novela gira un poco en torno a ese miedo, es verdad.

—¿Cuáles son sus miedos?

—Me da miedo el dolor. Y tengo pequeños y triviales miedos, como el temer a los elevadores, por ejemplo. Tengo miedo a la deslealtad, a la traición y tengo mucho temor de perder a los que están cerca o de no contar más con la amistad de quienes me han acompañado. Somos, en buena medida, la suma de nuestros miedos.

—El problema con los padres es que se van, pero no se llevan todo...

—Uno se despide de los viejos, pero ellos quedan en nosotros, lo que no deja de ser perturbador e inquietante. Queda significativamente puesta en nosotros una parte que ellos mismos eligieron. Hay libros que me gustan y que son modélicos en torno a la relación con nuestros viejos, como Su oído en mi corazón, de Hanif Kureishi, desde luego Patrimonio, de Philip Roth o Una historia de amor en la oscuridad, de Amos Oz.

—Bueno, pero Kureishi explora mucho la relación con su padre, algo que en su novela el narrador no hace

—No quería que el narrador se convirtiera en el personaje central de mi novela. Quería que los viejos fueran los personajes. De forma impúdica le preguntaba a mis padres historias y detalles de cosas que pasaron hace 70 años y las iba anotando en una libreta. Ya haré el libro sobre mi padre y se llamará “Las últimas tardes con mi padre” y ahí sí confrontaré, reclamaré, diré muchas cosas.

—Se trata de una novela “antilopezobradorista”

—(Risas) La vida política entra como una ráfaga borrosa de estos viejos y las opiniones del narrador cobran así presencia. La novela gira alrededor de los años 1967, cuando los viejos tienen fuerza para herirse y quererse y del 2006, cuando comienzan a derrumbarse.