miércoles, 18 de noviembre de 2009

ENTREVISTA A ÉLMER MENDOZA


Solitario como el famoso asesino de su primera novela (Un asesino solitario, 1999), el sinaloense Élmer Mendoza (Culiacán, 1949) construye parsimoniosa y exhaustivamente una obra primordial que alimenta a la literatura mexicana con nutrientes sabrosos y propios. La originalidad de su voz es, sin dudas, fruto de un poder de observación extraordinario, como si a esa cualidad inherente en todo autor le hubiera agregado Élmer una lupa multiplicada con sofisticadas y detectivescas lentes. Todo lo mira Mendoza, todo lo observa, todo se lo guarda en la retina y en la pluma. Lo curioso, es que viendo tanto, no ve mal, no ve feo, no ve sórdido. Élmer, como ya lo demostrara en su faulkneriana y prodigiosa El amante de Janis Joplin (con la que obtuvo el XVII Premio nacional de Literatura José Fuentes Mares), es capaz de narrar amorosamente la más bizarra de las escenas. Es ese ojo clínico, entonces, endulzado con la miel de un creador que, por esas raras cosas de la individualidad, aún cree en el buen destino humano, lo que hace que sus libros se fijen con porfía en la memoria emotiva de los lectores.

En el Mendoza de Efecto Tequila (finalista en 2005 del Premio Dashiell Hammett), mucho más en el autor de Cobráselo caro y, sin dudas en el fértil creador de Balas de Plata, merecedora por unanimidad del III Premio Tusquets Editores de novela en 2008, vive el caos oscuro y viscoso de un norte mexicano endemoniado y endemoniante. Con paciencia de orfebre, sin embargo, Élmer pega todas y cada una de las piezas de ese caos, para armar un puzzle por donde sus libros primero nos pegan un mazazo en la nuca y luego nos hacen respiración boca a boca para devolvernos, más sabios, a la vida cotidiana.

Por eso es mezquino y al mismo tiempo grandilocuente enmarcar la literatura de Mendoza en una línea cerrada y unidireccional como esa que ciertos medios dieron en llamar “literatura del narco”.

Sus libros y narraciones no requieren de esos carteles luminosos y prueba de ello es el reciente Firmado con un klínex (Tusquets), colección de cuentos cortos y largos, reflexiones, intimidades provocadoras y mujeres huracanadas que dejan a sus viejos sin miramientos ni muchas explicaciones.

El libro, acaso su voz más honda, engrandecida mediante una narración sumamente honesta, es uno de los finalistas del Premio de Narrativa Antonin Artaud.

Aquellas mujeres bravas

—Es un libro sobre las mujeres y con mujeres, además

—Sí, bravas tienen que ser siempre. Es una etapa en que las mujeres bravas tienen que hacer más cosas.

—Al menos pululan por tus historias con una independencia a veces también cercana a la locura

—A veces también deben ser un poco locas. Me gusta lo que dices, que es un libro de mujeres.



—Un libro también en donde el misterio y la literatura misma están protagonizando más allá del paisaje. No es un libro típico tuyo

—Sí. Es un poco tratar de contar algunas de las otras cosas que mejor me salen, un poco también probar un libro múltiple con pocas historias y ver qué pasaba, qué tanto puedo utilizar mi capacidad de desdoblarme para contar cada historia que quería contar. En muchos casos también se trató de corregir historias que de alguna manera tenía concebidas desde hace mucho tiempo.



—Un desdoblamiento relajado

—Bueno, se supone que no es tan relajado. Pero yo siempre quiero escribir la última historia, como dejar la última huella. Como trabajo con esa idea siempre puedo conseguir un rélax que puede no corresponder al estado en el que lo estoy haciendo. Eso me gusta.



—¿Te pesó en algún momento tanta presión en torno a la escritura del norte y a la narcoescritura, como dicen?

—No, afortunadamente no. Ni eso ni las cosas nuevas que han aparecido en mi vida. He descubierto cómo vivir sin esas cargas adicionales.



—¿Firmado con un Klínex es una puerta abierta a una nueva literatura?

—Pues siempre quisiera que lo pensaran así, al menos mis lectores. No sé si la palabra sea experimentar, porque de pronto ves tanto, rescatas cosas antiguas, lees un libro del siglo XVI y hay algo que te induce... Estos cuentos intentan sumar muchas cosas, no sólo las historias, sino también las formas. El asunto de las formas me interesa mucho.



—Historias que podrían alargarse. Pienso por ejemplo en el matrimonio de turistas que se odia apasionadamente, podría dar una novela

—Sí. He escrito algunos cuentos de viajes y este es el primero que publico. La regla de viajes es que tienes que poner el lugar real al que fuiste aunque las historias sean de ficción. Entonces ese cuento es de los que inventé hace años y fue de los primeros que seleccioné. Dije, este tiene que ir. Cuando estaba en la última etapa de correción detecté eso que dices. Es solamente como la puerta. Vamos a ver si los años me dan para recuperar lo que sigue. Desde el punto de vista editorial vamos a ver.

Casi como una broma

—Desde el punto de vista editorial, ¿cómo fue el nacimiento de “Firmado con un Klínex”?

—Hace años estaba con mis editores en Barcelona y ya sé que a las editoriales no les gusta publicar cuentos. Entonces resulta que me regalaron algunos libros y vi un libro de cuentos ahí. Le dije a Beatriz Moura (directora de Tusquets) -Oye, vamos a publicar los míos. Y entonces me dijo, -“Es que ese autor tiene cinco novelas publicadas”. Así que cuando salió Cóbreselo caro, reclamé mi libro de cuentos. Algo así como “No quiero más que otros autores, pero no quiero menos”. Medio en broma, medio en serio, comencé a trabajar en la colección de cuentos. El trabajo con Verónica Flores siempre es muy complicado, porque es una editora muy minuciosa y muy crítica. Al final tuvimos que sacar algunas historias que no alcanzaban el nivel que ella sabe que me gusta para mis textos. Y hubo un día en que se cumplió el plazo y, como dijo una vez Eraclio Zepeda: “Es muy complicado, pero hay que saber darse cuenta cuando hay cuentos que no nacen”. Un cuento no es como una novela, es producto de un momento luminoso y ya. La novela no, del trabajo te puede dar resultados dignos, digamos. Esa una de las conclusiones a las que llegué con este libro.



—¿Quieres a Verónica tanto como Roberto Bolaño quería a Jorge Herralde, más de lo que te conviene?





—Sí, la verdad. He aprendido mucho. Uno no puede prescindir de su editor para escribir una obra buena. Aparte, en Tusquets la tengo a ella y cuando es necesario tengo a Juan Cerezo, de Barcelona.





Para hacer una película

¿Te tiene ansioso el proyecto de llevar al cine “El amante de Janis Joplin”? ¿El cuento dedicado a Diego Luna es un guiño al respecto?

—No, fíjate que no. No digo que no tengo interés con que mis novelas pasen otras cosas, desde luego que lo tengo. Sí, quisiera que ellos se encargaran de esta película, pero la razón de ese cuento es más profunda, más íntima, es un asunto de amistad. Diego Luna ha dicho varias veces que es mi lector, ha revelado que somos amigos. Eso pues me agrada mucho, cuando un amigo no le da pena confesarte que te está leyendo, que eres su amigo, es estimulante. Lo que pasó es que mi hermano Tevo se mató, él era trailero y no le gustaba tener ayudantes. Manejaba su máquina, se paraba cuando quería. Él era así. Cuando lo llevábamos a Culiacán para velarlo y enterrarlo se dio la escena de los trailers que está en el cuento, yo no estaba ahí, pero mis dos hermanos que fueron a hacer esos trámites me lo contaron, con la piel erizada y yo con la piel erizada. Se lo conté a Leonor (su esposa), igual se lo conté a dos de mis amigos que saben del asunto del espectáculo en que ellos trabajan y se quedaron pasmados. Entonces dije, “es que esto lo tengo que escribir”. Me sentí muy bien escribiendo esta historia y creí que era una historia que tenía que dedicársela concretamente a Diego y así fue.

—¿Y cómo va la película “El amante de Janis Joplin”?

—Ahora están en negociaciones con Barcelona. Creo que van muy bien. Espero que lleguen a un acuerdo rápido y empiecen los trabajos.





—¿Y tú harás el guión?

—No...



—Dios te libre



—(Risas) Como Diego es mi amigo yo puedo leerlo y sugerir alguna cosa, lo haría sin compromiso, pero hasta ahí.

—Obligar a alguien a suicidarse es la peor forma de asesinato. ¿Cómo surgió lo de los suicidios?

—Pues hacía muchos años que traía esa historia en mi cabeza. Y leía sobre suicidios, sobre los japoneses, los romanos. Consulté: los japoneses son los más jóvenes, los romanos son los más numerosos. ¿Y sabes qué sentía?, que no me quedaba. Al final logré más o menos lo que quería y no pude escindirlo de lo que significan el Eros y el Tanatos. La verdad es que al hacer este libro experimenté mucho desconcierto, ya estaba demasiado acostumbrado a las historias largas.