lunes, 25 de diciembre de 2006

ENTREVISTA A PACO TAIBO II


Político, activista sindical, profesor universitario en la Facultad de Historia y Antropología, periodista, director de revistas, novelista, presidente del AIEP (Asociación Internacional de Escritores Policíacos), director de la Semana Negra. Es así que describen a Francisco Ignacio Taibo Mahojo, mejor conocido como Paco Ignacio Taibo II, las breves notas biográficas que acompañan sus libros. Su carrera como escritor puede ser resumida en pocas cifras: más de 50 títulos publicados – novelas, libros de cuentos, cómics, reportajes periodísticos, ensayos de historias – publicados en más de veinte países; numerosos premios literarios entre los que figuran el Premio Grijalbo de Novela 1982 por "Héroes convocados: manual para la toma del poder", el Premio Café Gijón (1986) por “De Paso”, el Premio Nacional de Historia INAH (1986) y el Premio Francisco Javier Clavijero (1987) por "Bolcheviques. Historia narrativa de los orígenes del comunismo en México 1919-1925"; tres Premios Internacional Dashiell Hammett para la mejor Novela Policíaca en lengua castellana por "La vida misma" (1987), "Cuatro manos" (1991) y "La bicicleta de Leonardo" (1994), el Premio Latinoamericano de Novela Policíaca y Espionaje por “Cuatro manos"; el Premio Internacional de Novela Planeta-Joaquín Mortiz (1992) por “La lejanía del tesoro” y el Premio Bancarella 1998 por "Ernesto Guevara, también conocido como el Che".
Esta entrevista se llevó a cabo en México, a propósito de uno de sus últimos libros: Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero. Doña Eustolia blandió el cuchillo cebollero para atacar a un charro rompehuelgas al que espantó de inmediato, dando lugar a la primera victoria militar del Taibo sindicalista. Ésta y otras historias conforman lo que supuso la llegada de una parte de la generación del 68 al mundo fabril de la ciudad de México para tomar parte en la reorganización del sindicalismo obrero. Narrados con un humor ácido, mala leche, y épica de andar por casa, estos cuentos reconstruyen una lucha y una nostalgia que algunos han querido ocultar.

–¿Hubo un tiempo en el que los leninistas eran feroces?

–Puta, te mordían. Te metían el diente y no te soltaban. Te arrinconaban en la parte de atrás de un camión de tercera, que iba rumbo a los barrios obreros del norte de México y te explicaban la teoría de la dictadura durante una hora y media.

–En Argentina los feroces eran los trosquistas.

–En México los trosquistas eran los cultos, porque eran más leídos y escribidos.

–¿Hay luchas grandes o luchas pequeñas?

–Yo, básicamente, lo que he aprendido en la vida es que hay luchas pequeñas, incluso las grandes se achican. Tengo muy clavada en la memoria una reflexión brillante, de uno de los tipos más lúcidos de mi generación, el pintor Jaime Goded, que luego de salir de la cárcel en el año 70 dijo: “Esto es una prueba personal entre (Gustavo) Díaz Ordaz y yo”. Acostumbrados a reflexionar políticamente, a teorizar, esta descarnada protesta que era yo contra el representante máximo del poder. Ese es un duelo para toda la vida, como de western. Me conmovió profundamente y me reveló algo que mi generación y yo traíamos en el corazón, que era que si personalizábamos el combate lo volvíamos eterno; no lo volvíamos táctico - circunstancial, no era producto de un análisis social, era producto de una lesión moral que era que estos tipos representan el horror, son los feos, los horribles.

–Como la canción de Joan Manuel Serrat que dice: “...entre estos tipos y yo hay algo personal”. Para mi generación fue muy simbólico.

–Claro, muy importante personalizar y decir que eso es la representación de lo que jamás quiero ser y de lo que no quiero que siga existiendo en mi país.

–Algo que las generaciones nuevas, lamentablemente, han perdido. Esta cosa de “se me va la vida en ello” como decía Luis Eduardo Aute.

–Toda generación tendrá su momento de gloria, dales tiempo. Es rara la generación que se consume en la vacuidad; en el individualismo más miserable, pequeño, pobre, pero casi siempre una generación encuentra su momento de gloria.

–¿Es más fácil que existan las brujas o que exista el sindicalismo en México?

–Después de haber vivido el sindicalismo de base, el de los 70, le tengo un inmenso cariño a esa clase obrera cuando se organiza. Además, es de una capacidad de sufrimiento y de una tenacidad cuando se ponen a marchar.

–¿A la luz de su libro cómo vio los hechos recientes de Oaxaca?

–Ahí están, luego los vuelves a encontrar. Los personajes de mi libro reaparecen y lo hacen en Oaxaca con 50 años, reaparecen organizando una cooperativa de pescadores en Sinaloa u organizando una cadena de venta de zapatos en un mercado callejero para evitar que la policía reprima a los vendedores ambulantes; los he vuelto a ver a mis viejos amigos y compañeros convertidos en cuadros de un movimiento social no industrial, entonces bueno, son nuevamente las demandas.

–¿Hay un gen especial en las personas que hace que participen en la lucha colectiva?

–Yo creo que no. He descubierto a lo largo de estos años vividos a cuates que tenían cocina lenta y cuates que tenían cocina rápida. Con mi amigo Julio, de una fábrica de plásticos, hablé cinco minutos y a los cinco minutos dijo que eso era lo de él y vamos. Sin embargo, en una fábrica de muebles en donde los tenían verdaderamente ahogados había un cuate que tardaba mucho en procesar, no quería, no quería y se iba echar para atrás; al final resultó ser el más sólido de todos. Siempre encuentras a compañeros en el movimiento social que a los 20 años eran unos rebeldes y todo lo que tuvieron que hacer fue organizar su rebeldía.

–A los 40 están demasiado cansados...

–¡No que va! Siguen, siguen.

–¿Alguna vez tuvo un dilema entre este predicamento político y la literatura?

–No, no era contradictorio y menos cuando te pones a escribirlo. Algunas veces me pregunté si era posible una ética proletaria después del desgaste del socialismo, el realismo socialista, la demagogia, la literatura panfletaria; donde hay ética jamás contarla. Me veía reducido a dos cosas contarla en sus grandezas y miserias y contarla con sentido del humor.

–A mí me desilusionó la ética proletaria de Rusia, sobre todo porque, ahora, con todo lo último de Vladimir Putin descubro que en realidad era un tema de los rusos, no era un tema del proletariado. ¿Cuál fue su ilusión?

–Ninguna. El socialista soviético era asqueroso, burocrático, antisocialista y estatalista. Yo había hecho una época proletaria más de la reflexión de mi familia de la guerra civil española y lo que leía de aquí y de allá.

–Es difícil desmentir esa épica aún para los más escépticos cuando, por ejemplo, está pasando lo que está pasando en Irak, que los gringos se van a tener que volver como en Vietnam aun con toda la tecnología armamentística que hay.

–Cuando la gente se pone a luchar es admirable la capacidad infinita de heroísmo que tiene debajo de la piel. Yo viví ahora la jornada de la resistencia y los plantones contra el fraude electoral en México y volví a encontrarme con la generación de los que había narrado en Doña Eustolia... y ahí están diciendo cosas como: “Tengo 55 años, ya eduqué a mis hijos, ya estoy en la sociedad del desempleo, vivo en la sociedad marginal. Lo que haya que hacer lo hago”. Gente dotada de una sorprendente lucidez y madurez, con una larga trayectoria de sus experiencias de lucha, flexibilizados, menos dados a la palabra fácil, a la demagogia, al esquema que todo lo resuelve, más dubitativos y al mismo tiempo más sólidos.

–Cuando pasa algo como el fraude uno piensa que México ya no tiene salvación.

–Yo soy un optimista patológico. Un país que resiste no está acabado, lo terrible es que pasen encima de ti y ni siquiera sonrías.

–¿Y cómo ve?

–No veo. He perdido mi capacidad de predicción. Tenía una bola de cristal, pero la usé para jugar boliche y se la llevó la chingada y no puedo prever más allá de una semana y, a veces, más allá de dos días.

–¿Cree que haya una ética proletaria o una época de la lucha colectiva que se intensifique más en el género femenino? Es muy tierno el retrato que hace en Doña Eustolia y sus amigas.

–Es la historia de las abuelitas. De repente haberme encontrado en mi vida con 80 abuelitas con unos ovarios del tamaño de la catedral de México, me cambió la vida. Tengo que agradecerles a estas mujeres tantas cosas, pero en el mundo de la lucha febril... el libro termina con la vivencia en Irapuato, una ciudad de mujeres que trabajan en maquilas en las condiciones más infames, donde los hombres emigraron. Ese libro es un homenaje a las mujeres trabajadoras.

–Algo parecido a lo que pasó en Argentina con las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo.

–En este caso en particular, a esta generación de mujeres sindicalistas que conocí, con las que viví y a las que les tengo una inmensa estima.

–Cuando salieron los archivos que luego se cerraron, los del 68, ¿tuvo esperanzas de que se hiciera justicia?

–Pues no, pero sí. Recuerdo muy bien andar por la calle y oír en una radio, que traía un señor en un coche, ¿cuántos de ustedes opinan que Echeverría es culpable?, era una encuesta radiofónica que respondía que el 87 por ciento creía que este señor era un asesino. Era el juicio de la historia, esta sociedad había hecho justicia y aquellos que pensaron que eran impunes, eternos estaban encerrados en sus casas y cada vez que salían los periodistas les preguntaban si habían mandado a asesinar en el 68, estaban acosados, ya no eran dueños del país del que habían sido propietarios. En ese sentido ya no me importa tanto si van a ir a parar a la cárcel como que la sociedad los condenó a ser lo que son: unos personajes repulsivos a los que no hay que acercarse porque contaminan. Si además de eso logras un arresto domiciliario, que un asesino vaya a la cárcel, el que le quiten el empleo a un policía torturador, maravilloso, pero lo importante es el juicio histórico.

–¿Qué le debe a Rodolfo Walsh?

–Cuando yo me estaba formando Walsh aportaba cosas muy evidentes. Por ejemplo, que era posible hacer un periodismo diferente, de minucia, de investigación al detalle, de reconstrucción de lo que nadie quiere contar. Él era el gran autor de lo prohibido, pero además era muy curioso, porque era lo prohibido en lógica de reconstrucción cuasi forense, en desmenuzar el cadáver, en decir dónde están las piezas, era el policía bueno que todos llevamos dentro. Fue muy importante, Walsh me marcó mucho, no sólo como periodista de investigación y fundador del nuevo periodismo de América Latina, sino también hay cuatro o cinco de sus cuentos que son inolvidables.

–¿Existe la ética del periodismo o existen más las brujas? (Risas)

–Yo soy racionalista, las brujas no existen, hay encarnaciones terráqueas, sí existe y está en discusión. El otro día hablaba con una chica de 20 años y me contaba que le censuraban todas sus notas, en un periódico del Distrito Federal, sobre el fraude, entonces, me preguntaba qué hacer y le dije que resistiera, que no dejara el empleo ni a otro el lugar, pero sobre todo, ellos ganan cuando tú te autocensuras, cuando dices que tal cosa no la van a publicar y no lo escribes, entonces lo que hay que hacer es escribir, obligarlos a ser censores, a cortar, a quitar, a mutilar, a mentir. El día en que logren convertirte en un instrumento pasivo te jodiste.

–¿Es tan político porque escribe con libertad o porque lo hace con un oficio de cuidado?

–Soy político porque escribo lo que quiero. Los lectores me dieron libertad y con la libertad hago lo que quiero. Paloma, mi mujer, se ríe de mí, porque cada vez que me preguntan cuál es mi último libro cuento uno diferente. Ahora estoy jugando con mis proyectos. Conversar sobre ellos y medir la reacción de la gente con la que hablo indica si lo que vas a escribir interesa o no.

–Técnicamente para lo que escribe diría que ha alcanzado cierto nivel de escritura que le permite manejarse con confianza de su prosa.

–Sí, porque sabes que tienes los instrumentos técnicos para contar las historias como las quieres contar. Entonces dices que tal historia amerita una primera persona muy importante, que además es una primera persona que no camina en línea recta, sino que le gustan las elipsis, entonces es un personaje divagador; una primera persona que tiene este tipo de uso de adjetivo, que le gusta esta retórica y que de vez en cuando se diluye en el paisaje.

–Entre Pancho Villa y el Che Guevara, digamos, que no se priva de nada. ¿Le quedó algún personaje de esos heroicos tan famosos?

–Me quedó una serie, pero no encuentro que formato de libro darle, no sé si son varios libros o un libro. Hay una serie de personajes muertos trágicamente en América Latina que me interesan un montón, porque son... incluso encontré un supuesto título que sería Los Nuestros. Entonces este libro está ahí en el aire, quizás un día lo escriba.

–A Roque Dalton lo mataron por poeta.

–A Roque Dalton lo mataron porque una bola de miserables, canallas, sectarios a los que la CIA les metió una tarta de desinformación y cayeron y su sectarismo que es la enfermedad de la izquierda se convirtió en el puñal con el que murió Roque.

–¿Andrés Manuel López Obrador es un héroe?

–No, López Obrador es un personaje al que hay que tratar con las armas del periodismo no con las de la historia. Es un personaje activo, al que le puedes decir si tal cosa es un acto de locura, si la cagó, si algo no te gusta; sus limitaciones con respecto a los temas culturales me ponen nerviosísimo, entonces tienes que tener una relación crítica, que también tienes que mantener con los personajes que narras como personaje de la historia.

–¿Ha tenido alguna posibilidad de charlar con él?

–Sí.

–¿Es un buen conversador?

–No.

–Más bien escuchador.

–No, más bien sordo. Lo que tiene es una brillante sensibilidad popular, tiene una buena empatía con los de abajo, esa es su mayor virtud. Estuve con él en un largo reportaje que duró cinco días en Tabasco, anduvimos juntos mañana, tarde y noche, fue en la época del primer fraude que le hicieron, el de Tabasco.

–¿Lo decepcionó El Subcomandante Marcos?

–No, lo quiero mucho, me cae muy bien, creo que en las últimas coyunturas se equivocó, pero el que esté exento de pecado que se dedique a juntar canicas. Se equivocó, pero eso no implica que no me siga cayendo bien y crea que es un tipo sumamente honesto, portavoz de causas, además no es discutible.

–Cuando creo entender algo de la política mexicana la realidad me desmiente. ¿Diría que eso es un obstáculo para el joven que va a entrar a la militancia?

-Yo le diría algo terrible. Yo le diría que confiara en sus instintos. El panorama es excesivamente complejo, hay demasiadas cosas encima del tapete, hay una multitud de contradicciones no fáciles, a veces, de descubrir y explicar y hay que ser muy cuidadoso antes de juzgar con demasiada rigidez a los que tienes a tu derecha o a tu izquierda. Es más difícil entender que juzgar.

–Es joven, ya educó a su hija, ¿ahora es a todo o nada?

–El todo o nada fue desde siempre. He vivido una vida privilegiada, he sido hijo de una clase media con una fuerza económica... nunca he visto la miseria de cerca, sólo en una época de mi vida que me pasé siete días sin comer, pero por orgullo, porque si iba a lo de mi mamá seguro comía, fuera de eso no recuerdo el peso de la miseria. He tenido la fortuna de triunfar en la literatura, hace años que no me preocupo de la economía, los libros me dan de comer, incluso me dan más de lo que yo esperaría y me dejan una libertad absoluta, puedo darme lujos enloquecidos. No tengo apoyos económicos ni becas ni sistema nacional de creadores ni nada y tampoco lo quiero, soy un privilegiado.

–Y el Paco Taibo II ha escrito más que el I.

–Tengo un libro más que el I.

–¿Esto de ser un personaje mexicano de la contemporaneidad implica algún riesgo, alguna satisfacción?

–Básicamente uno, que es que tus horas ciudadanas se comen a tus horas de escritor y la presión es tan, tan, tan grande que llega un momento en que dices “hay que ganas de rendirme y meterme debajo de la cama”. Y todos los días se acercan y me dicen que tengo que escribir tal libro o que me ponga hacer un reportaje sobre la huelga que están haciendo en la fábrica de planchas... y la reunión de los trabajadores de la cultura y quieren convertir el Claustro de Sor Juana en una iglesia para ricos. Todos los putos días hay una presión social endiablada y luego, a esto se añade una presión profesional que es siempre hay algún libro mío en alguna parte del planeta. Además, los editores son mis amigos, cómo les voy a decir que no si están pelando por mi libro. Y llega un momento en el que me pregunto a qué hora escribo.

–¿Y a qué hora escribe?

–A la hora que puedo, hoy a la mañana me levanté a las seis y escribí dos páginas. Nunca en mi vida había hecho eso, siempre he sido trabajador nocturno, pero traigo tanto caos cerebral de cambios de horarios, que me levanté a las seis y escribí dos páginas.

jueves, 21 de diciembre de 2006

ENTREVISTA AL CANTANTE DE CAFÉ TACUBA



Nació hace 39 años en el Distrito Federal, pero es un consumado sateluco.
“Siento que he sido siempre un poco provinciano. Nací y viví unos cuantos meses en Santa María de la Rivera, donde vivían mis papás, y antes de que yo cumpliera un año nos trasladamos a Nuevo León, donde pasé los primeros cinco años de mi vida. Luego toda la familia se mudó a Satélite. Allá hace más frío y hay menos smog y menos gente”, dice de su paraíso personal. Rubén Albarrán, cantante, el chico de los múltiples apodos, líder de la banda que cambió el rumbo del rock mexicano es un tacubo de ley, incapaz de matar a una vaca y de tomar mucho café, quién lo diría.

¿Tener tantos nombres propios no le origina crisis de identidad?

Fue la crisis de identidad la que me ha causado cambiar tantas veces de nombre. Es como un juego que tiene que ver seguramente con mis características psicológicas. Me divierte, es una especie de salida no sé bien adónde, pero me gusta jugar a cambiar de nombre.

¿Se hizo cantante para no trabajar?

Sí, claro. En algún momento de mi vida estuve trabajando en una oficina y me daban unas depresiones terribles. No recibía la luz solar y estaba todo el día bajo la luz eléctrica. Llegaba a las 8 de la mañana y salía a la noche. No soy una persona que pueda trabajar en horarios de oficina. Pero me gusta trabajar, no vayas a creer. Soy un tipo activo, que está todo el día pensando en qué cosas puede hacer.

¿Roco, el cantante de Maldita Vecindad, y usted, son hermanos mellizos?

No, para nada. Las personas por alguna razón encuentran alguna conexión entre nosotros, ciertos puntos comunes, y los hay, por supuesto. De hecho, Roco es un tipo que me cae muy bien y al que admiro mucho. Es brillante, activo, siempre está desarrollando proyectos...

¿Cuando usted se mete en la cocina tiemblan las ollas?

No sé cocinar tanto, pero invento. Me gusta hacer nuevas combinaciones de sabores. De las pocas comidas que sé hacer tengo mil versiones. Mil versiones de huevos, de quesadillas...aparte como soy muy dulcero invento postres perversos, de esos que se quedan muchos meses en la cadera. Muchos de esos postres los aprendí de los argentinos, que son tremendamente perversos para las comidas dulces...cuando vi el grado de perversión que los argentinos le ponían a los postres me dije a mí mismo: ¡claro que se puede!

¿Es vegetariano por amor a las vacas o por amor a usted?

Por ambas cosas. Una vez vi un documental que mostraba cómo matan a las reses para luego ponerlas en el mercado y es demasiado cruel para mí. A partir de ahí me propuse dejar de comer carnes rojas. Y después vi otro documental sobre los cerdos, entonces ya no quise comer más puerco. Luego dejé los pollos, dejé el pescado...y ahora regresé a los mariscos, que realmente me encantan. Me alimentan y me dan mucha energía.

¿La fama hizo que las chicas lo vieran alto y rubio?

No, la fama no, algunas drogas sí. Lo que sí es cierto que antes de que yo entrara a Café Tacuba no había quién me pelara. Y ahora en el rock, caen bastantes.

¿Cuánto dinero gastó en su equipo de música?

Uy, no sé cuánto. Pero para nosotros, los músicos, es muy importante el equipo. Es como una inversión. Con el grupo, por ejemplo, hemos invertido el dinero para poder tener nuestro propio estudio. En mi casa no tengo demasiadas cosas...incluso no tengo una computadora personal. Para mí son instrumentos de trabajo.

¿A qué músico escucha con auriculares para que nadie se entere que le gusta?

A ninguno, creo. Porque sí realmente me gusta, no me da pena que lo sepan. Lo enfrento con valor.

¿Se imagina una cena en su casa con Leo Dan y Beck?

Sí, me la puedo imaginar, pero creo que sería una situación un poco tensa. Yo soy medio solitario, no comparto muchas cenas. Encontrarme con alguien siempre me pone nervioso. No soy muy fluido socialmente hablando y de entrada plantearme una comida con personas tan disímiles, me haría pensar en qué cosas deberíamos platicar...¿qué tal si uno es vegetariano y el otro no? No sé.

¿No está harto de que para los folclóricos Café Tacuba sea un grupo demasiado roquero y para los roqueros demasiado folclórico?

Me parece perfecto. Eso es algo que siempre nos ha gustado a todos los integrantes del grupo. Hacíamos una canción y enseguida decíamos: - uy, con este tema nos vamos a hacer odiar. Nos causa algo que no puedo explicar ese hecho que mencionas. Nos gusta retar a diferentes públicos, nos encanta, la verdad.

¿Cómo hacen usted y sus compañeros de grupo para defenderse de la envidia?

No prestamos atención. Personalmente, yo nunca me doy cuenta si alguien me tiene envidia o me está tirando mala onda. Afortunadamente, soy distraído.

¿Hacer un disco con canciones de Los Tres tuvo como motivación real conquistar el corazón de Julieta Venegas?

Es una muy buena pregunta, pero la verdad que no. Queremos mucho a Julieta y compartimos el gusto por la música de Los Tres, pero no hicimos el disco con ellos.

¿Y para cuándo un dúo con Armando Manzanero?

Tal vez algún día. Un día fuimos a comer con él y nos resultó una persona muy agradable. Realmente lo admiramos mucho. Ha compuesto canciones increíbles.

¿Y el dúo con Santana?
Todo el mundo ha hecho dúos con Santana. Todo el mundo, menos nosotros. Si se da será bueno, porque vamos a tener la posibilidad de verlo tocar de cerca. A mí particularmente no me gusta el fútbol, pero reconozco que hay arte en ello. Si un día entonces tienes la posibilidad de estar junto a Maradona, o junto a Santana, no te va a quedar más remedio que admirar su arte. Ya no importa que haga dúos con quien sea, él emana algo importante y estar en su presencia debe ser algo de agradecer.

¿A quién le gustaría parecerse cuando sea viejo: a Álex Lora o a Peter Gabriel?

A Peter Gabriel, sin dudas. Es mucho más interesante, al menos no se repite tanto. A mí me gusta la experimentación.

¿Qué elemento mexicano cree que llevarían a una reunión Saúl Hernández, Fher Olvera y usted?

Fher llevaría una botella de tequila o un escrito en pro de la ecología. Saúl, un amuleto. Yo no llevaría nada. A mí me encanta ser mexicano, pero ya no quiero hacer alarde con eso. Ya no es el tiempo de eso, ahora está bien abrirse. El sentimiento de nacionalismo con el que hemos crecido estuvo bien durante un tiempo. Nuestro primer disco, de hecho, hablaba de cierta búsqueda de identidad nacional. Pero ahora creo que hay que evolucionar y hallo muchos vicios en eso de defender tanto la patria. Son juegos que han inventado los poderes para dividirnos, estamos siempre defendiendo algo que en realidad no existe.

¿Qué fue lo más lindo que grabó cuando andaba con una cámara al hombro?

Muchos momentos del grupo. Momentos que reflejaban nuestras relaciones de entonces y que nunca serán puestos en un video para el público. Son circunstancias aburridas, que nos importan sólo a nosotros.

¿Piensa dedicarse al cine alguna vez?

Ojalá lo pueda hacer. Tal vez el resultado sea horrible y sobre todo habrá gente que me dirá: - tú dedícate a lo tuyo, como le dijeron muchas veces a Fito Páez. Pero sucede que tengo un espíritu inquieto y me gusta hacer cosas sólo por hacerlas, más allá del resultado. Para el disco pasado dirigí cuatro videos y fue una buena experiencia. Aprendí cosas que además pude aplicar a la música.

¿Se siente un ser tocado por la varita mágica cuando se da cuenta de las posibilidades vocales que tiene su garganta?

Sí, me siento como alguien privilegiado. También pienso que todas las personas deberían encontrar algo en sí mismas que las haga sentir así. Todos tenemos algo especial. Le puse empeño, pasión y tiempo a mi voz y creo que las cosas salieron bien porque no me preocupó saber primero si tenía talento o no para cantar. Uno es lo que hace. La naturaleza te da cierta facilidad y por ahí encaminas tus esfuerzos. Uno puede ser cualquier cosa que se proponga. Cuando empecé a cantar todo el mundo me decía que lo hacía horrible y a mí no me importaba. Ahora no sé realmente si tengo tan buena voz, pero me gusta cómo canto, es un momento para mí de profunda liberación que no voy a dejar por nada.

¿Quién contestó esta entrevista: Rubén, Cosme, Anónimo, Rita Cantalagua?

El Gallo Gas.

Entrevista a Enrique Bunbury



Nadie daba un duro por su carrera en solitario, pero el ex líder de Héroes del Silencio demostró que lo suyo es, a la manera del argentino Charly García, un constant concept que lo ha llevado a la cima. Aquí habla de su tenacidad y de su falta de modestia.



Enrique Bunbury. Zaragozano. 35 años. Dice “ahora me voy con los míos” y cruza como si volara el patio colonial del Hotel Cortés. Su ropa negra, su cuerpo pequeño, esa costumbre de usar lentes para sol en la oscuridad, producen un efecto hipnótico. Es como si alguien te estuviera leyendo El cuervo en voz alta: ...“y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña, cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal...”. Quién sabe si dentro de muchos, muchos, años, cuando él no lleve con tanta hidalguía el traje negro y gafas oscuras en la noche mexicana, alguien pueda recitar de memoria algunas de sus letras como todavía existen personas que pueden recitar de memoria las palabras de Edgar Allan Poe.
Los fans, los periodistas, no son “los suyos”. “Los míos” son los músicos que desde hace tres años lo acompañan en la mayor aventura estética y ética de su vida: construir una obra musical en solitario que lo haga sentirse digno de sí mismo. Tiene enemigos declarados: no lo quieren Joaquín Sabina ni Fito Páez. Tiene amigos amantísimos: Loquillo, Andrés Calamaro, Jaime Urrutia. Tiene un buen par de canciones (“Pequeño”, “Lady Blue”, “Sí”, “Sácame de aquí”, “Lejos de la tristeza”, “Extranjero”, etc.). Y tiene clase. Clase animal. Animal de escena. Voz arraigada en una heroicidad de antología: héroe, al fin, del silencio


Santiago Auserón, su paisano, dice que usted y él se parecen espiritualmente, pues ambos cultivan la estética grupera más que la del cantautor nato. ¿Es realmente así, o usted ya se convirtió en un cantautor hecho y derecho?

Yo creo que soy más egoísta que Santiago. Pero sí que coincido en que ambos tenemos una absoluta responsabilidad social con respecto a lo que hacemos. Somos muy conscientes de que hay veces que hay que abrir caminos para los que vengan detrás y hay veces que hay que mostrar opciones para que la gente que nos escucha entienda la dignidad del oficio. Y creo que desde ese aspecto ambos somos, a veces, hasta demasiado rígidos en esa responsabilidad.


¿Todo el mundo está loco o Dios es sordo?

La verdad es que México es un país un poco complejo para caer en determinadas groserías eclesiásticas, ¿no? Pero yo soy más partidario de que hay días en que Dios está sordo como una tapia. Pero, desde luego, que el mundo ha enloquecido también es cierto y que parte de esa falta de cordura se debe a la intolerancia de otras culturas y de otras formas de ver la vida que no son las que tenemos nosotros o que tenemos cada uno.


¿Realmente la canción le parece una zona de franca libertad? ¿Para quién es esa libertad, para el que la escribe o para el que la escucha?

Para el que la escucha. Desde luego para el que la escribe es masturbación pura, quiero decir, es poco útil destacar el hecho de que yo me sienta bien por escribir una canción. Pero el que un chavo pueda escuchar una canción y hacerse su propio mundo, que además no tenga absolutamente nada que ver con el del creador, creo que es un terreno amplísimo para la libertad de cada uno.


Iggy Pop, Michael Hutchence, David Bowie, Jim Morrison, Bob Dylan, Andrés Calamaro...¿con cuál de todas estas personas con las que suele ser comparado, usted se siente más identificado?

Con Andrés Calamaro, porque en realidad aunque sea una comparación en la que salgo obviamente mal parado puesto que su obra es mucho mayor que la mía, me gusta pensar que tengo algo parecido a él. Me parece un artista jodidamente bueno, el number one. Y me digo: ojalá alguien vea algo parecido en mí de lo que yo veo en él.

¿No le molesta que siempre se lo compare con alguien?

Bueno, la prensa es así. La gente intenta encuadrar, encasillar. Yo no sé qué puedo hacer para ponérselos más difícil. De verdad, si miras mi carrera y escuchas mis discos e intentas ver que me parezco a cualquiera de los que has dicho, la verdad es que no creo que hayas podido analizar esos discos. Ahora, que busques comparaciones de revistas de peluquería, no es mi problema.

Irreverente, sensible, rebelde y melancólico, dice su boletín de prensa. ¿Esas son las cualidades que le resultan destacables de su personalidad?

No, claro que no. Esas son cosas de la disquera. Yo no fui. Aunque coincido con esas apreciaciones, me veo reflejado ahí. Claro, no sé si esas sean cualidades. Lo de irreverente, ¿será una cualidad?. Está un poco mal que yo hable de mis cualidades, pero hay algo que no me importa remarcar: soy un tipo muy trabajador y tenaz.

Usted parece haber nacido arriba de un escenario y que va a morir de la misma manera. ¿Hay un Bunbury de entrecasa, que usa chanclas y se hurga la nariz?

Claro, pero lo que pasa es que no es tan diferente. El tipo que se sube en el escenario piensa de la misma forma que el de abajo, lo que pasa es que se comporta de forma diferente. Se comporta de forma diferente, porque cree en la magia y en la ilusión y en esa especie de ritual escénico. Esa es la única diferencia. No puedo creer en un ritual escénico con las chanclas, ni voy a utilizar la magia ni la iluminación y la ilusión para ir al supermercado. Sería ridículo, totalmente ridículo. Pero eso no quiere decir que sean dos personas distintas. Es exactamente la misma persona.

Auserón le prometió a una chica en Mister Hambre que si le hacía daño la iba a convertir en canción. Usted en Pequeño parece haber seguido ese mandamiento a rajatablas. ¿Realmente sufrió tanto por amor?

Esa es nuestra arma, que podemos vengarnos a través de las canciones. Bueno, sí, he sufrido por amor, pero por supuesto que el fin último es hacer buenas canciones. La parte onanista de componer canciones también es una buena terapia para liberarte de otras cosas, que es en el fondo lo que hago. Gracias a muchos discos he conseguido, primero, ahorrarme el dinero del psicoanalista, y luego, superar ciertos traumas y obsesiones.

En ese sentido, ¿Pequeño es un disco de exorcismo en el que usted convirtió el dolor en arte?.

La palabra arte me parece muy grande. Pero sí que convertí el dolor en canciones y en Flamingos, también. Son dos discos en los que está en mi corazón, si quieres, con el puñal clavado en medio, pero ahí está.

Algunos movimientos suyos en el escenario parecen los de un torero, ¿tuvo alguna vez la fantasía de reinar en la arena o no le gustan los toros?

No, pero hay algo... Mira, yo soy muy contrario a los toros por mi condición de vegetariano y mi condición de respeto al mundo animal. Pero por otro lado hay algo mágico, ritual, religioso, mitológico y fantástico en el mundo taurino, que soy capaz de que me maraville igual que me maravilla el mundo del circo, igual que me maravilla el mundo de la magia, y me maravilla el mundo del boxeo, precisamente por toda esta iconografía mitológica que adquieren todas estas disciplinas.

Quienes lo conocieron mediante Héroes del Silencio dicen que su único disco en solitario que vale la pena escuchar es Radical Sonora, ¿hay un momento en la carrera de un artista en que los aficionados comienzan a adquirir derechos de veto poderosos?

¿Eso dicen?. Me encanta encontrar gente que de repente opine de formas tan raras. Mira, si hay alguien a quien no hay que escuchar es al público, porque tu público puede ser tu mayor verdugo y puede ser tu carcelero. No hay que escucharle. El público siempre mira hacia atrás, mientras que un artista debe mirar siempre para adelante. Nunca podrá mirar el público hacia adelante. Es el peor consejero.

¿Podría definir el concepto de latino en la música contemporánea?

Es que no creo en el concepto latino. No me interesa. El rock latino me parece una etiqueta horrorosa. Me gusta más la de rock en español. El rock latino fue absorbido primero por la influencia cubana y esa influencia es la que me interesa más. La que me parece repulsiva es la de Miami. Además, no me interesa la etiqueta de rock latino porque intenta unirnos a todos. Y lo bueno del rock en español es que a la vez de unirnos, nos separa. El rock en español no puede ser igual en Argentina que en México, que en Colombia, que en España. Eso del rock latino es una cárcel ridícula, estúpida y mediática.

¿En qué momento se dio cuenta de que la música para usted iba más importante que todo?

Cuando me di cuenta de que a través de la música podría conseguir ser mejor persona. Para mí la música es una ayuda tremenda, es mi bastón, es el bastón para mi corazón.

Víctor Manuel estuvo por aquí hace poco y se mostró muy preocupado porque ya nadie discute o habla de música, ¿qué piensa?

Claro que sí. Tenemos que volver a hablar de cuál es nuestra formación favorita en Deep Purple. Vamos a hablar de si te gustaba más Eric Buroon con The Animals o con War, o si los Rolling Stones ya no fueron importantes después de la muerte de Brian Jones. Vamos a hablar de eso. ¿Sabes por qué nos empezó a dar vergüenza a los músicos? Porque los críticos musicales empezaron a decir que éramos unos aburridos, que siempre hablábamos de lo mismo ¿Pero no te fastidia, no te jode? ¿De qué coño vamos a hablar? ¿De las etiquetas de las botellas? ¿Eso es de lo que nos están intentando hacer hablar? ¿O prefieres que hablemos del sponsor que va a venir en nuestra gira? Vamos a hablar de música, la música es un tema maravilloso, igual que está bien que un escritor hable de Faulkner o de Scott Fitzsgerald. ¿Julio Verne es un escritor a reivindicar o Nabokov es un pesado?. Es bueno hablar de eso, y que haya discusión y que haya diálogo, que haya enfrentamiento, es bueno. Hemos abandonado la pasión porque os medios de comunicación nos han vendido que lo bueno es hablar del puto business. Hay que volver a decir "Yo mato por Bob Dylan", "Yo mato por Leonard Cohen", "No nombrarás a Leonard Cohen en vano". Hay que volver a eso, a la fe, y dejemos de hablar de sponsors, dejemos de hablar de "¿Y tú crees que el último video de no sé quién es cool?" Los videos primero que no son cool, los videos son una mierda. Lo que sirve es saber qué bajista te gusta en Deep Purple. ¿Cuál es el bueno?

El músico uruguayo Jaime Roos dice que él sale al escenario a matar. ¿Usted?

La verdad es que sólo tienes dos opciones: salir al escenario a matar o a morir, de otro modo, quédate en casa.

¿Qué hace antes de salir a escena?

Bueno, estar con la banda y cantar canciones populares. Intentamos calentar un poquito cantando canciones, a veces hasta de estas ridículas de niños como “La gallina turuleca”, de Gaby, Fofó y Miliki. Tomamos un tequilita, una cerveza, o lo que sea, un poco para calentar y otro poco para quitarle lo grueso al asunto.

¿Quién elige a los músicos que lo acompañan?

Bueno, ellos llevan ya tres años conmigo, grabaron el disco Pequeño, grabaron Flamingos Y los elegí por su calidad técnica y humana. Fue muy poco a poco. Por ejemplo, al guitarrista Rafa ya lo conocía de siempre. Yo conozco todo lo que hacen los músicos de mi ciudad, intento saber también lo que hacen los músicos latinoamericanos. Entonces estoy un poco al tanto. Además siempre tengo ahí a alguno, digo "este trompetista qué bueno es...", hasta que de repente junté una banda que eran los chicos que yo sabía que eran buenos.

¿A qué persona (o personas) le debe usted parte de su éxito como artista?

Pues a mi equipo de management. Ahora son dos personas: Tomás y Nacho. Tomás viene de la época de Héroes y yo le propuse montar una oficina a medias. Y a partir de ahí él me apoyó muchísimo en los momentos difíciles que fueron los primeros en solitario Y también yo creo que Phill Manzanera es una persona clave en mi vida, musicalmente, y luego mi banda.

Frank Zappa, Jim Morrison, Janis Joplin: ¿de quiénes de estos tres le hubiera gustado ser amigo?

De Frank Zappa, porque creo que, intelectualmente, me estimularía más que cualquiera de los otros dos. Ahora, para irme de juerga, seguramente lo haría con Janis Joplin.

¿Es falsa modestia decir que no es el compositor que todavía que quiere ser?

La música es una carrera muy complicada, es muy difícil encontrar el equilibrio. Afortunadamente yo me siento el día de hoy mejor que nunca, y con más equilibrio que nunca. En cuanto a lo de la falsa modestia... la modestia es hipocresía. Yo no creo que lo que esté diciendo sea falsa modestia, lo que pasa es que está bien que tú no te lo creas. Perfecto, no te lo creas, pero yo pienso así, y ya lo dije.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

POEMA V

Verano del 2001


Salivo

mascullo

rumio

y pienso en si las cosas son mejores que antes

yo no sé muy bien

esa es la verdad

cómo deben ser las cosas

sólo sé que ahora no hay una casa inglesa

ni la hierba mojada en la estación del tren



yo pienso

yo mastico

yo recuerdo

en nombre de qué rostros

esta larva distrae mi osamenta



estoy ahora en la ola batiente

en esos santos días de la desesperación

no hago equilibrio en un puente amarillo

algunos precipicios duelen menos que ayer

pero también es cierta la memoria intrigante

la rota parsimonia de un pez que llora en un río seco

o la fiebre sangrante

o la sangre impotente

si me preguntan cómo están las cosas

diré que nunca me sentí tan ajena

como cuando blasfemo

que alguien

no sé quién

debería estar entre las cosas

tal vez tú deberías estar entre las cosas

parado en el portal de la casona inglesa

con los pies embebidos en la hierba mojada

con la vista perdida en el clamor de un tren



que las cosas están mejores que antes

es una afirmación que no comprendo

el pasado es un adolescente

y estos instantes sufren de vejez prematura



tal vez me ponga los zapatos azules

y salga a recorrer los puentes amarillos

surgirá un terremoto

caeré con todo el peso sobre la hierba

sobre tu portal

sobre el techo del tren



y no tendré remedio

yo nunca sabré de qué cosas

están hechas las cosas

ENTREVISTA A ROBERTO BOLAÑO


Estrella distante

En el desvaído panorama de la literatura en lengua española, un espacio en el que todos los días aparecen jóvenes redactores más preocupados por ganar becas y puestos en los consulados que por aportar algo a la creación artística, se destaca la figura de un hombre enjuto, mochila azul en ristre, anteojos de enorme marco, cigarrillo sempiterno entre los dedos, fina ironía a bocajarro siempre que haga falta.

Roberto Bolaño, nacido en Chile en 1953, es lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo al oficio de escribir. Desde que con su monumental Los detectives salvajes, acaso la gran novela mexicana de la contemporaneidad, se hiciera famoso y se embolsara los premios Herralde (1998) y Rómulo Gallegos (1999), su influencia y su figura han ido en crecimiento constante: todo lo que dice, con su afilado humor, con su exquisita inteligencia, todo lo que escribe, con su pluma certera, de gran riesgo poético y profundo compromiso creativo, es digno de la atención de quienes lo admiran y, por supuesto, de quienes lo detestan. El autor, que aparece como personaje en la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y que es homenajeado en la última novela de Jorge Volpi, El fin de la locura, es, como todo hombre genial, un divisor de opiniones, un generador de antipatías acérrimas a pesar de su carácter tierno, su voz entre atiplada y ronca, con la que responde, cortés, como todo buen chileno, que no escribirá un cuento para la revista pues su próxima novela, que tratará sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, ya va por la página 900 y todavía no la acaba.

Roberto Bolaño vive en Blanes, España, y está muy enfermo. Espera que un trasplante de hígado le dé resto para vivir con esa intensidad que alaban quienes tienen la fortuna de tratarlo en la intimidad. Dicen ellos, sus amigos, que a veces se olvida de ir a la visita médica por escribir.
A los 50 años, este hombre que recorrió Latinoamérica como mochilero, que se escapó de las fauces del pinochetismo porque uno de los policías que lo encarceló había sido su compañero en la escuela, que vivió en México (alguna vez la calle Bucareli en un tramo llevará su nombre), que conoció a los militantes del Farabundo Martí que luego se convertirían en los asesinos del poeta Roque Dalton en El Salvador, que fue vigilante en un camping catalán, vendedor de bisutería en Europa y siempre un hurtador de buenos libros porque leer no es sólo una cuestión de actitud, este hombre, decíamos, ha transformado el rumbo de la literatura latinoamericana. Y lo ha hecho sin avisar y sin pedir permiso, como lo hubiera hecho Juan García Madero, antihéroe adolescente de su gloriosa Los detectives salvajes: “Estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tía insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso lo dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche”. El resto, en las 608 páginas restantes de una novela cuya importancia los críticos han comparado con Rayuela, de Julio Cortázar, y hasta con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Él diría, frente a tanta hipérbole: ni modo. Así que mejor vayamos a lo que importa en esta coyuntura: a la entrevista.

¿Le dio algún valor en su vida el haber nacido disléxico?–Ninguno. Problemas cuando jugaba al fútbol, soy zurdo. Problemas cuando me masturbaba, soy zurdo. Problemas cuando escribía, soy diestro. Como puedes ver, ningún problema importante.

¿Siguió siendo Enrique Vila-Matas amigo suyo luego de la pelea que tuvo usted con los organizadores del Premio Rómulo Gallegos?
–Mi pelea con el jurado y los organizadores del premio se debió, básicamente, a que ellos pretendían que yo avalara, desde Blanes y a ciegas, una selección en la que yo no había participado. Sus métodos, que una pseudo poeta chavista me transmitió por teléfono, se parecían demasiado a los argumentos disuasorios de la Casa de las Américas cubana. Me pareció que era un error enorme que Daniel Sada o Jorge Volpi fueran eliminados a las primeras de cambio, por ejemplo. Ellos dijeron que lo que yo quería era viajar con mi mujer e hijos, algo totalmente falso. De mi indignación por esta mentira surgió la carta en donde los llamé neostalinistas y algo más, supongo. De hecho, a mí me informaron que ellos pretendían, desde el principio, premiar a otro autor, que no era Vila-Matas, precisamente, cuya novela me parece buena, y que sin duda era uno de mis candidatos.

¿Por qué no tiene aire acondicionado en su estudio?
–Porque mi lema no es Et in Arcadia ego, sino Et in Esparta ego.

¿No cree que si se hubiera emborrachado con Isabel Allende y Ángeles Mastretta otro sería su parecer acerca de sus libros?
–No lo creo. Primero, porque esas señoras evitan beber con alguien como yo. Segundo, porque yo ya no bebo. Tercero, porque ni en mis peores borracheras he perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio.

¿Cuál es la diferencia entre una escribidora y una escritora?
–Una escritora es Silvina Ocampo. Una escribidora es Marcela Serrano. Los años luz que median entre una y otra.

¿Quién le hizo creer que es mejor poeta que narrador?
–La gradación del rubor que siento cuando, por pura casualidad, abro un libro mío de poesía o uno de prosa. Me ruboriza menos el de poesía.

¿Usted es chileno, español o mexicano?
–Soy latinoamericano.

¿Qué es la patria para usted?
–Lamento darte una respuesta más bien cursi. Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.

¿Qué es la literatura chilena?
–Probablemente las pesadillas del poeta más resentido y gris y acaso el más cobarde de los poetas chilenos: Carlos Pezoa Véliz, muerto a principios del siglo XX, y autor de sólo dos poemas memorables, pero, eso sí, verdaderamente memorables, y que nos sigue soñando y sufriendo. Es posible que Pezoa Véliz aún no haya muerto y esté agonizando y que su último minuto sea un minuto bastante largo, ¿no?, y todos estemos dentro de él. O al menos que todos los chilenos estemos dentro de él.

¿Por qué le gusta llevar siempre la contraria?
–Yo nunca llevo la contraria.

¿Usted tiene más amigos que enemigos?
–Tengo suficientes amigos y enemigos, todos gratuitos.

¿Quiénes son sus amigos entrañables?
–Mi mejor amigo fue el poeta Mario Santiago, que murió en 1998. Actualmente tres de mis mejores amigos son Ignacio Echevarría y Rodrigo Fresán y A. G. Porta.

¿Antonio Skármeta lo invitó alguna vez a su programa?
–Una secretaria suya, tal vez su mucama, me llamó una vez por teléfono. Le dije que estaba demasiado ocupado.

¿Javier Cercas compartió con usted las regalías por Soldados de Salamina?
–No, por supuesto.

¿Enrique Lihn, Jorge Teillier o Nicanor Parra?
–Nicanor Parra por encima de todos, incluidos Pablo Neruda y Vicente Huidobro y Gabriela Mistral.

¿Eugenio Montale, T. S. Eliot o Xavier Villaurrutia?
–Montale. Si en lugar de Eliot estuviera James Joyce, pues Joyce. Si en lugar de Eliot estuviera Ezra Pound, sin duda Pound.

¿John Lennon, Lady Di o Elvis Presley?
–The Pogues. O Suicide. O Bob Dylan. Pero, bueno, no nos hagamos los remilgados: Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.

¿Quién lee más, usted o Rodrigo Fresán?
–Depende. El Oeste es para Rodrigo. El Este para mí. Luego nos contamos los libros de nuestras correspondientes áreas y parece que lo hubiéramos leído todo.

¿Cuál es el mejor poema de Pablo Neruda según usted?
–Casi cualquiera de Residencia en la Tierra.

¿Qué le hubiera dicho a Gabriela Mistral si la hubiera conocido?–Mamá, perdóname, he sido malo, pero el amor de una mujer hizo que me volviera bueno.

¿Y a Salvador Allende?
–Poco o nada. Los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos. Suena un poco melodramático. Suena a declaración de puta honrada. Pero, en fin, así es.

¿Y a Vicente Huidobro?
–Huidobro me aburre un poco. Demasiado tralalí alalí, demasiado paracaidista que desciende cantando como un tirolés. Son mejores los paracaidistas que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas.

¿Octavio Paz sigue siendo el enemigo?
–Para mí, ciertamente, no. No sé qué pensarán los poetas que durante esa época, cuando yo viví en México, escribían como sus clones. Hace mucho que no sé nada de la poesía mexicana. Releo a José Juan Tablada y a Ramón López Velarde, incluso puedo recitar, si se tercia, a Sor Juana, pero no sé nada de lo que escriben los que, como yo, se acercan a los cincuenta años.

¿No le daría ahora ese papel a Carlos Fuentes?
–Hace mucho que no leo nada de Carlos Fuentes.

¿Qué le produce el hecho de que Arturo Pérez Reverte sea actualmente el escritor más leído en lengua española?–Pérez Reverte o Isabel Allende. Da lo mismo. Feuillet era el autor francés más leído de su época.

¿Y el hecho de que Arturo Pérez Reverte haya ingresado a la Real Academia?
–La Real Academia es una cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está Olvido García Valdez, no recuerdo si está Alvaro Pombo (probablemente si está se deba a una equivocación), pero está Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia brasileña.

¿Se arrepiente de haber criticado el menú que le sirvió Diamela Eltit?
–Nunca critiqué su menú. Si acaso, tendría que haber criticado su humor, un humor vegetariano o, mejor, a dieta.

¿Le duele que ella lo considere mala persona después de la crónica de aquella malograda cena?–No, pobre Diamela, no me duele. Me duelen otras cosas.

¿Ha vertido alguna lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por parte de sus enemigos?
–Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?

¿Cuál es la opinión en torno de su obra que más valora?
–Mis libros los lee Carolina (su esposa) y después (Jorge) Herralde (el editor de Anagrama) y después procuro olvidarlos para siempre.

¿Qué cosas compró con el dinero que ganó en el Rómulo Gallegos?–No muchas. Una maleta, según creo recordar.

De su época que vivía de los concursos literarios, ¿hubo alguno que no pudo cobrar?
–Ninguno. Los ayuntamientos españoles, en este aspecto, son de una probidad fuera de toda sospecha.

¿Era buen camarero o mejor vendedor de bisutería?
–El oficio en el que mejor me he desempeñado fue el de vigilante nocturno de un camping cerca de Barcelona. Nunca nadie robó mientras yo estuve allí. Impedí algunas peleas que hubieran podido terminar muy mal. Evité un linchamiento (aunque de buena gana, después, hubiera linchado o estrangulado yo mismo al tipo en cuestión).

¿Ha experimentado el hambre feroz, el frío que cala los huesos, el calor que deja sin aliento?
–Como dice Vittorio Gassman en una película: modestamente, sí.

¿Ha robado algún libro que luego no le gustó?
–Nunca. Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito.

¿Ha caminado alguna vez en medio del desierto?
–Sí, y en una ocasión, además, del brazo de mi abuela. La anciana señora era incansable y yo pensé que de ésa no salíamos.

¿Ha visto peces de colores debajo del agua?
–Por supuesto. En Acapulco, sin ir más lejos, en el año 1974 o 1975.

¿Se ha quemado la piel con un cigarrillo?
–Nunca voluntariamente.

¿Ha tallado en un tronco de árbol el nombre de la persona amada?
–He cometido desmanes aún mayores, pero corramos un tupido velo.

¿Ha visto alguna vez a la mujer más hermosa del mundo?
–Sí, cuando trabajaba en una tienda, allá por el año ’84. La tienda estaba vacía y entró una mujer hindú. Parecía y tal vez fuera una princesa. Me compró algunos colgantes de bisutería. Yo, por descontado, estaba a punto de desmayarme. Tenía la piel cobriza, el pelo largo, rojo, y por lo demás era perfecta. La belleza intemporal. Cuando tuve que cobrarle me sentí muy avergonzado. Ella me sonrió como si me dijera que lo entendía y que no me preocupara. Luego desapareció y nunca más he vuelto a ver a alguien así. A veces tengo la impresión de que era la mismísima diosa Kali, patrona de los ladrones y de los orfebres, sólo que Kali también era la deidad de los asesinos, y esta hindú no sólo era la mujer más hermosa de la Tierra sino que también parecía ser una buena persona, muy dulce y considerada.

¿Le gustan los perros o los gatos?
–Las perras, pero ya no tengo animales.

¿Qué cosas recuerda de su niñez?
–Todo. No tengo mala memoria.

¿Coleccionaba figuritas?
–Sí. De fútbol y de actores y actrices de Hollywood.

¿Tenía una patineta?
–Mis padres cometieron el error de regalarme un par de patines cuando vivimos en Valparaíso, que es una ciudad de cerros. El resultado fue desastroso. Cada vez que me ponía los patines era como si me quisiera suicidar.

¿Cuál es su equipo de fútbol favorito?
–Ahora ninguno. Los que bajaron a segunda y luego, consecutivamente, a tercera y a regional, hasta desaparecer. Los equipos fantasmas.

¿A qué personajes de la historia universal le hubiera gustado parecerse?
–A Sherlock Holmes. Al capitán Nemo. A Julien Sorel, nuestro padre, al príncipe Mishkin, nuestro tío, a Alicia, nuestra profesora, a Houdini, que es una mezcla de Alicia, de Sorel y de Mishkin.

¿Se enamoraba de las vecinas más grandes que usted?
–Por supuesto.

¿Las compañeras de la escuela le prestaban atención?
–No creo. Al menos yo estaba convencido de que no.

¿Qué cosas debe a las mujeres de su vida?
–Muchísimo. El sentido del desafío y la apuesta alta. Y otras cosas que me callo por decoro.

¿Ellas le deben algo a usted?–Nada.

¿Ha sufrido mucho por amor?
–La primera vez, mucho, después aprendí a tomarme las cosas con algo más de humor.

¿Y por odio?
–Aunque suene un poco pretencioso, nunca he odiado a nadie. Al menos estoy seguro de ser incapaz de un odio sostenido. Y si el odio no es sostenido, no es odio, ¿no?

¿Cómo enamoró a su esposa?
–Cocinándole arroz. En esa época yo era muy pobre y mi dieta era básicamente de arroz, así que lo aprendí a cocinar de muchas formas.

¿Cómo era el día que se hizo padre por primera vez?
–Era de noche, poco antes de las 12, yo estaba solo, y como no se podía fumar en el hospital me fumé un cigarrillo virtualmente encaramado en el artesonado de la cuarta planta. Menos mal que no me vio nadie desde la calle. Sólo la luna, habría dicho Amado Nervo. Cuando volví a entrar una enfermera me dijo que mi hijo ya había nacido. Era muy grande, casi calvo del todo, y con los ojos abiertos como preguntándose quién demonios era ese tipo que lo tenía en los brazos.

¿Lautaro será escritor?
–Yo sólo espero que sea feliz. Así que mejor que sea otra cosa. Piloto de avión, por ejemplo, o cirujano plástico, o editor.

¿Qué cosas reconoce en él como suyas?
–Por suerte se parece mucho más a su madre que a mí.

¿Le preocupan las listas de ventas de sus libros?
–En lo más mínimo.

¿Piensa alguna vez en sus lectores?
–Casi nunca.

¿Qué cosas de todas las que le han dicho sus lectores en torno de sus libros lo han conmovido?
–Me conmueven los lectores a secas, los que aún se atreven a leer el Diccionario filosófico de Voltaire, que es una de las obras más amenas y modernas que conozco. Me conmueven los jóvenes de hierro que leen a Cortázar y a Parra, tal como los leí yo y como intento seguir leyéndolos. Me conmueven los jóvenes que se duermen con un libro debajo de la cabeza. Un libro es la mejor almohada que existe.

¿Qué cosas lo han enojado?
–A estas alturas enojarse es perder el tiempo. Y, lamentablemente, a mi edad el tiempo cuenta.

¿Ha tenido miedo alguna vez de sus fans?
–He tenido miedo de los fans de Leopoldo María Panero, el cual, por otra parte, me parece uno de los tres mejores poetas vivos de España. En Pamplona, durante un ciclo organizado por Jesús Ferrero, Panero cerraba el ciclo y a medida que se aproximaba el día de su lectura la ciudad o el barrio donde estaba nuestro hotel se fue llenando de freaks que parecían recién escapados de un manicomio, que, por otra parte, es el mejor público al que puede aspirar cualquier poeta. El problema es que algunos no sólo parecían locos sino también asesinos y Ferrero y yo temimos que alguien, en algún momento, se levantara y dijera: yo maté a Leopoldo María Panero y después le descerrajara cuatro balazos en la cabeza al poeta, y ya de paso, uno a Ferrero y el otro a mí.

¿Qué siente cuando hay críticos como Darío Osses que consideran que usted es el escritor latinoamericano con más futuro?
–Debe ser una broma. Yo soy el escritor latinoamericano con menos futuro. Eso sí, soy de los que tienen más pasado, que al cabo es lo único que cuenta.

¿Le despierta curiosidad el libro crítico que está preparando su compatriota Patricia Espinoza?
–Ninguna. Espinoza me parece una crítica muy buena, independientemente de cómo vaya a quedar yo en su libro, que supongo que no muy bien, pero el trabajo de Espinoza es necesario en Chile. De hecho, la necesidad de una, llamémosla así, nueva crítica, es algo que empieza a ser urgente en toda Latinoamérica.

¿Y el de la argentina Celina Mazoni?
–A Celina la conozco personalmente y la quiero mucho. A ella le dediqué uno de los cuentos de Putas asesinas.

¿Qué cosas lo aburren?
–El discurso vacío de la izquierda. El discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado.

¿Qué cosas lo divierten?
–Ver jugar a mi hija Alexandra. Desayunar en un bar al lado del mar y comerme un croissant leyendo el periódico. La literatura de Borges. La literatura de Bioy. La literatura de Bustos Domecq. Hacer el amor.

¿Escribe a mano?
–La poesía, sí. Lo demás, en una vieja computadora de 1993.

Cierre los ojos, ¿cuál de todos los paisajes de la Latinoamérica que usted recorrió le viene primero a la memoria?
–Los labios de Lisa en 1974. El camión de mi padre averiado en una carretera del desierto. El pabellón de tuberculosos de un hospital de Cauquenes y mi madre que nos dice a mi hermana y a mí que aguantemos la respiración. Una excursión al Popocatépetl con Lisa, Mara y Vera y alguien más que no recuerdo, aunque sí recuerdo los labios de Lisa, su sonrisa extraordinaria.

¿Cómo es el paraíso?
–Como Venecia, espero, un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo no importa.

¿Y el infierno?
–Como Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos.

¿Cuándo supo que estaba gravemente enfermo?
–En el ‘92.

¿Qué cosas de su carácter cambió la enfermedad?
–Ninguna. Supe que no era inmortal, lo cual, a los 38 años, ya iba siendo hora de que lo supiera.

¿Qué cosas desea hacer antes de morir?
–Ninguna en especial. Bueno, preferiría no morirme, claro. Pero tarde o temprano la distinguida dama llega, el problema es que a veces no es una dama ni mucho menos es distinguida, sino más bien, como dice Nicanor Parra en un poema, es una puta caliente, que es algo que hace dar diente con diente al más pintado.

¿Con quién le gustaría encontrarse en el más allá?
–No creo en el más allá. Si existiera, qué sorpresa. Me matricularía de inmediato en algún curso que estuviera dando Pascal.

¿Pensó alguna vez en suicidarse?
–Por supuesto. En alguna ocasión sobreviví precisamente porque sabía cómo suicidarme si las cosas empeoraban.

¿Creyó en algún momento que se estaba volviendo loco?
–Por supuesto, pero me salvó siempre el sentido del humor. Me contaba historias que me volvían loco de risa. O recordaba situaciones que hacían que me tirara al suelo a reírme.

La locura, la muerte y el amor, ¿de qué de estas tres cosas ha habido más en su vida?
–Espero de todo corazón que haya habido más amor.

¿Qué cosas lo hacen reír a mandíbula batiente?
–Las desgracias propias y ajenas.

¿Qué cosas lo hacen llorar?
–Lo mismo: las desgracias propias y ajenas.

¿Le gusta la música?–Mucho.

¿Usted ve su obra como la suelen ver sus lectores y críticos: arriba de todo Los detectives salvajes y luego todo lo demás?
–La única novela de la que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue siendo ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas ganadas en combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de mi “obra”, pues bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el tiempo dirá si algo más. Por ahora me dan dinero, se traducen, me sirven para hacer amigos que son muy generosos y simpáticos, puedo vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les concedo mucha importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado en los libros de los demás.

¿No le sacaría algunas páginas a Los detectives salvajes?
–No. Para sacarle páginas tendría que releerlo y eso mi religión me lo prohíbe.

¿No le da miedo que alguien quiera hacer la versión cinematográfica de la novela?
–Ay, Mónica, yo les tengo miedo a otras cosas. Digamos: cosas más terroríficas, infinitamente más terroríficas.

¿“El ojo Silva” es un homenaje a Julio Cortázar?
–De ninguna manera.

Cuando terminó de escribir “El ojo Silva”, ¿no sintió que había escrito un cuento capaz de estar a la altura, por ejemplo, de “Casa tomada”?
–Cuando terminé de escribir “El ojo Silva” dejé de llorar o algo parecido. Qué más quisiera yo que se pareciera a uno de Cortázar, aunque “Casa tomada” no es uno de mis favoritos.

¿Cuáles son los cinco libros que marcaron su vida?
–Mis cinco libros en realidad son cinco mil. Menciono éstos sólo a manera de punta de lanza o embajada aviesa: El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La Obra Completa, de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Pero también debería citar: Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus, de Wittgenstein. La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos, de Pascal.

¿Se lleva bien con su editor?
–Bastante bien. Herralde es una persona inteligente y a menudo encantadora. Tal vez a mí me convendría más que no fuera tan encantador. Lo cierto es que ya hace ocho años que lo conozco y, al menos de mi parte, el cariño no hace más que crecer, como dice un bolero. Aunque tal vez me convendría no quererlo tanto.

¿Qué dice de los que piensan que Los detectives salvajes es la gran novela mexicana de la contemporaneidad?
–Que lo dicen por lástima, me ven decaído o desmayándome en las plazas públicas y no se les ocurre nada mejor que una mentira piadosa, que por lo demás es lo más indicado en estos casos y ni siquiera es pecado venial.

¿Es cierto que fue Juan Villoro el que le convenció para que no titulara Tormentas de mierda a su novela Nocturno de Chile?–Entre Villoro y Herralde.

¿De quién más escucha consejos alrededor de su obra?–Yo no escucho consejos de nadie, ni siquiera de mi médico. Yo doy consejos a diestra y siniestra, pero no escucho ninguno.

¿Cómo es Blanes?
–Un pueblo bonito. O una ciudad pequeñita, de treinta mil habitantes, bastante bonita. Fue fundada hace dos mil años, por los romanos, y luego pasaron por aquí gente de todos los lugares. No es un balneario de ricos sino de proletarios. Obreros del norte o del este. Algunos se quedan a vivir para siempre. La bahía es bellísima.

¿Extraña algo de su vida en México?–Mi juventud y las caminatas interminables con Mario Santiago.

¿A qué escritor mexicano admira profundamente?
–A muchos. De mi generación admiro a Sada, cuyo proyecto de escritura me parece el más arriesgado, a Villoro, a Carmen Boullosa, entre los más jóvenes me interesa mucho lo que hacen Alvaro Enrigue y Mauricio Montiel, o Volpi e Ignacio Padilla. Sigo leyendo a Sergio Pitol, que cada día escribe mejor. Y a Carlos Monsiváis, el cual, según me contó Villoro, motejó como Pol Pit a Taibo 2 o 3 (o 4), lo que me parece un hallazgo poético. Pol Pit, ¿es perfecto, no? Monsiváis sigue con las uñas aceradas. También me gusta mucho lo que hace Sergio González Rodríguez.

¿El mundo tiene remedio?
–El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte.

¿Usted tiene esperanzas, en qué, en quiénes?
–Mi querida Maristain, vuelve usted a empujarme a los potreros de la cursilería, que son mis potreros natales. Yo tengo esperanza en los niños. En los niños y en los guerreros. En los niños que follan como niños y en los guerreros que combaten como valientes. ¿Por qué? Me remito a la lápida de Borges, como diría el ínclito Gervasio Montenegro, de la Academia (como Pérez Reverte, fíjese usted) y no hablemos más de este asunto.

¿Qué sentimientos le despierta la palabra póstumo?
–Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere creer el pobre Póstumo para darse valor.

¿Qué opina de quienes opinan que usted ganará el Premio Nobel?
–Estoy seguro, querida Maristain, de que no lo ganaré, como también estoy seguro de que algún atorrante de mi generación sí que lo ganará y ni siquiera me mencionará de pasada en su discurso de Estocolmo.

¿Cuándo ha sido más feliz?
–Yo he sido feliz casi todos los días de mi vida, al menos durante un ratito, incluso en las circunstancias más adversas.

¿Qué le hubiera gustado ser si no hubiera sido escritor?
–Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca.

¿Confiesa que ha vivido?
–Bueno, sigo vivo, sigo leyendo, sigo escribiendo y viendo películas, y como les dijo Arturo Prat a los suicidas de la Esmeralda, mientras yo viva, esta bandera no se arriará.

ENTREVISTA A QUINO



Quinografía
Su encuentro con Borges. Las propuestas más indecentes que le han hecho a Mafalda. La prueba irrefutable de la falta de humor de los argentinos. El día en que alguien usó a Manolito para justificar la dictadura. Las mañas que le trajeron los años. Los motivos que le impiden dejar de dibujar. Su última conversación con Oesterheld. Las tiras por las que Fidel Castro lo chicanea cada vez que va a La Habana. Su socialismo impenitente. Quino accedió a hablar de todo esto para la edición con que la Playboy mexicana festejó su 50º aniversario.

En una ocasión, le preguntaron a Roberto Fontanarrosa qué era lo más difícil de ser caricaturista. “Convencer a los invitados de que una fiesta no se anima cuando llega uno”, respondió el rosarino. Se equivoca el que crea que cuando Quino arriba a algún sitio el ambiente se torna chistoso. Aunque nos siga haciendo reír con el humor más filoso e inteligente de que pueda ser capaz un genio de su naturaleza, Joaquín Salvador Lavado provoca en persona muchas cosas, menos la risa. Por lo pronto, es un hombre que a los 71 años se conserva increíblemente seductor. Tal vez, como en uno de esos dibujos inolvidables que lo han hecho un maestro del humor de página entera, no faltarán en su vida las mujeres que le echan en cara la apostura frágil con la que intenta agenciarse el cariño del sexo opuesto.
Lo cierto es que este hijo de inmigrantes andaluces, nacido en la ciudad de Mendoza el 17 de julio (aunque en los registros oficiales conste nacido el 17 de agosto), logró lo que nadie en la reciente edición de la Feria del Libro de Guadalajara. “Quino, casi estoy enamorada de ti”, le confesó en público la joven directora de la Feria, Nubia Macías.
Desde que nació se lo llamó Quino, para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón, pintor y dibujante publicitario con quien a los 3 años descubrió su vocación. Y desde que en 1954 saliera publicado su primer dibujo, Quino ha transcurrido los últimos 50 años de su vida como el gran portavoz de varias generaciones de personas que no se resignan al estado de las cosas y siguen soñando con un mundo mejor.
Da escalofríos pensar que cuando Hugh Hefner juntaba sus escasos 8 mil dólares para crear Playboy, la revista que iba a revolucionar el pensamiento contemporáneo, Quino lograba vender su primer dibujo al semanario Esto es, de Buenos Aires. “El día que publicaron mi primera página pasé el momento más feliz de mi vida”, declaró. Desde entonces y hasta la fecha, sus dibujos de humor se vienen publicando ininterrumpidamente en infinidad de diarios y revistas de América Latina y Europa. Mafalda, el personaje que no dibuja desde hace 30 años, significó una verdadera revolución a favor de la libertad de pensamiento, la defensa de los derechos humanos, el elogio a un vida en armonía con la naturaleza. Con ella aprendimos a no aceptar las cosas como son y a preguntarnos por qué, en un mundo lleno de manjares exquisitos, debíamos conformarnos con una sopa rancia e insípida.

¿Le molesta que le hablen de Mafalda?


–No. Me molesta un poco la reiteración de las preguntas, pero no sólo sobre Mafalda sino sobre todo. Hace poco leí una vieja entrevista a Vladimir Horowitz, que estaba casado con la hija de Toscanini; cuenta que estaba en un estudio de grabación rodeado de periodistas, la mujer de él estaba sentada a un costado y escuchaba todo lo que le preguntaban y en eso murmura: ¡siempre las mismas preguntas! A mí me pasa algo de eso. Por eso, en mi página oficial (www.quino.com.ar) hay un espacio llamado “Preguntas más frecuentes”, en donde respondo las preguntas de siempre, así no me las vuelven a hacer.

¿Ha sido buena su vida?

–¿Ha sido buena? ¡Hombre!, comparada con tanta gente que no puede vivir de lo que le gusta, entonces ha sido buena. Yo, de chiquito me propuse dedicarme al dibujo, y lo he logrado.

¿De dónde ha venido esta afición a planificar una vida?

–Es que no la planifiqué siquiera. En Juan Cristóbal, de Romain Rolland, se narra la vida de un músico; y hay una parte en que el niño escucha por primera vez un piano y el efecto que le produce ese bosque de sonidos es el mismo efecto que a mí me produjo ver a mi tío dibujar cuando yo era pequeño. Ese efecto lo utilicé para una tira del Guille, cuando dibuja todas las paredes y le dice a su madre: “¡Mamita!, ¿viste todas las cosas que hay adentro de un lápiz?”.

- Qué cosa extraña eso de la vocación...

–Sí, a mí me hace pensar que he tenido mucha suerte, de no andar como estos chicos que veo cambiar de carreras y de colegios a cada rato. He tenido una suerte tremenda al saber desde muy chico lo que quería ser. Pero debe ser algo de familia. A mis dos hermanos también se les despertó muy temprano su vocación.

Este vivir entre tres ciudades (Milán, Madrid y Buenos Aires), ¿ha sido una elección?

–No, de ninguna manera, porque cuando me fui por primera vez de Argentina no fue porque quise. A partir de ahí ha sido el no saber manejarnos de otra manera y todo quedó en manos del azar.

¿Y cuándo está en Milán extraña Madrid y cuando está en Madrid extraña Buenos Aires?

–No, a Madrid no la extraño porque la incorporamos hace poco a nuestra vida. A mi mujer, Alicia, no le gusta nada Madrid, a mí tampoco me entusiasma, pero, bueno, por el momento estamos así.


¿Cómo es Milán?


–Uy, es muy linda. Aunque la mejor casa la tenemos en la Argentina. Siempre nos falta algo. Toda la biblioteca la tengo en Buenos Aires, las enciclopedias, todo esto que uno necesita para el trabajo está en Argentina.

¿En qué barrio vive?

–En pleno centro: Talcahuano y Santa Fe, desde hace 30 años.

Ha visto casi todo ahí.

–Sobre todo he visto el desplazarse de la ciudad. Antes resplandecía y hoy es una zona abandonada, de oficinas; he visto empobrecerse el Barrio Norte también.

¿Ha visto a Borges? Era su zona.

–Sí. Él comía en un lugar que se llamaba Cantina Norte, que estaba en Paraguay y Maipú.

¿Se le acercó alguna vez?

–No. Intenté acercarme a Borges una vez que estaba dando una charla en la Sociedad Hebraica. La charla era sobre el idioma español, algo con lo que yo tuve siempre muchos problemas porque me crié hablando andaluz. Mis compañeros en la escuela primaria no me entendían. Cuando llegué a Buenos Aires hablaba en mendocino, así que tampoco me entendían. Entonces quería preguntarle acerca de los matices del español en Argentina, preguntarle por el uso del che, del vos, de cómo hablan los uruguayos, en fin, total que empecé diciéndole a Borges que yo era andaluz y entonces me dijo: “Ah, usted sabe que la palabra andaluz viene de vándalos” y se fue por otro lado... yo me quedé mudo. Además le cité un ejemplo de mi provincia. En Mendoza, cuando una persona está espiando a otra se dice “aguaitar”, igual que en catalán; entonces le pregunté a Borges si no pensaba que eso podría estar relacionado con el inglés “to wait”, de esperar, y él me dijo: “No, de ninguna manera, eso no tiene ninguna relación”. Una contestación antipatiquísima. Todo fue muy antipático en mi encuentro con Borges.

¿Y a quién le hubiera gustado conocer?

–A Julio Cortázar.

Pero se deben haber cruzado varias veces... qué raro que no se hayan visto.

–Una vez le dejé en París la colección completa de Mafalda, pero nunca me enteré si se la dieron o no. Él no estaba. Sólo andaba su gato dando vueltas por las afueras del departamento.

Ernesto Cardenal recordaba mucho a Julio Cortázar en la Feria del Libro. Tenía muchos recuerdos del apoyo de Cortázar a la revolución nicaragüense, que parece lejana, pero en realidad transcurrió hace muy poco, hablando en términos de tiempo histórico...

–Pero el capitalismo también se va a ir al carajo. Esto no puede continuar así. Yo lo que espero es que a la larga se intente otra forma de socialismo. No igual al que ya fue, pero para mí sigue siendo el mejor sistema de gobierno.

¿Cómo ha vivido los últimos acontecimientos en Cuba? Me refiero sobre todo a los fusilamientos.

–En el momento en que eso pasó dije que hacía mías las palabras de José Saramago. Aunque después, hablando con un cubano y con un francés que es agregado cultural en La Habana me dijo que, visto desde adentro de la isla, todo era muy distinto a como se vio afuera. Que realmente esta gente era para matarla. De todas maneras sigo pensando que nada es para matar a nadie.

¿Hace mucho que no va a Cuba?

–La última vez fue en el ‘97. En total estuve ocho veces en Cuba, pero siempre he ido a trabajar. Conozco La Habana, Varadero, y nada más.

¿Conoce a Fidel?

–Sí, aunque no tengo buena relación con él. Hay dos tiras de Mafalda en las que se habla de él y no le han caído muy bien. Cuando fui por primera vez a Cuba me pidieron explicaciones al respecto. Fidel, que es famoso por su memoria, cada vez que me ve, me pregunta: ¿Quién tú eres, chico? Me ignora completamente.

¿Cómo se piden explicaciones?

–Directamente. La gente que te van presentando te va preguntando: ¿Por qué en esa tira de Mafalda tú dijiste que el Comandante era un cretino?

¿Usted dijo que Fidel era un cretino?

–Claro, ¿no te acuerdas? Era la época de Onganía, donde todo lo que dijera Fidel era considerado malo. Entonces Mafalda se pregunta por qué Fidel no dice que la sopa es buena, así en la Argentina la prohíben. Y en el último cuadro, Mafalda termina gritando: “¿Por qué este cretino no dice que la sopa es buena?”.

¿Y la otra tira?

–Es cuando Felipe va a la casa de Mafalda, le lleva una flor y Mafalda la coloca entre un montón de flores que tienen las plantas de su padre. Felipe termina diciendo: “Es como regalarle un terrón de azúcar a Fidel Castro”. También me preguntaron qué había querido decir con eso. Una vez, visitando la redacción de Dedeté (legendaria revista cubana de historietas), me dijeron que nunca nadie había dicho nada, pero que caricaturas de Fidel no se hacían. A la noche siguiente, en una recepción oficial a la que fui invitado, yo me había tomado dos mojitos enormes antes de que llegara el Comandante. La cosa es que cuando llegó, luego de que él me preguntara el consabido “¿Chico, quién tú eres?”, le dije: “Comandante, me han dicho algunos colegas que en Cuba no se pueden hacer caricaturas sobre usted”. Fidel me contestó: “¿Yo he dicho eso? ¿Alguien me ha sentido alguna vez decir eso? Tú hazme todas las caricaturas que quieras”. Y pegándome con el dedo en el pecho, me aclaró: “Siempre que no me hagas contrarrevolución porque si no te tengo que poner preso”. Claro, nunca entendí qué es hacer contrarrevolución.

¿Dónde ha comido la comida más rica del mundo?

–En Génova. Era un pescado con hongos que fue ponerme el primer bocado en la boca y saltárseme una lágrima de lo rico que era eso. Nunca sentí una cosa igual con la comida.

¿Su esposa es buena cocinera?

–Sí, excelente.

¿Qué es lo más rico que hace?

–No tiene una especialidad. Mejor dicho, lo que mejor le sale es cuando inventa una comida con todas las cosas que han sobrado de otras comidas.

¿A usted nunca se le ha dado por cocinar?

–No, soy un desastre. A veces me he quedado solo en Milán y he intentado cocinarme, pero me ha salido mal. Quiero decir: puedo hacer una pechuga a la plancha con ensalada. Pero cuando le quiero agregar una sopa, o se me quema la sopa o se me quema la pechuga.

¿Y dónde está el mejor vino?

–Yo sigo prefiriendo los de Rioja, los españoles. Aunque hace poco estuve en San Pablo. Fui a cenar con Ziraldo, el dibujante, y pedí un cabernet sauvignon de Brasil. Ziraldo creía que yo estaba loco por pedir un vino de Brasil, pero al final terminó reconociendo que estaba bien. Era buenísimo. Como decía un vinero que vivía en Milán debajo de mi casa cuando le íbamos a devolver un vino que estaba mal: “¿Qué quiere, señor Quino?, el vino es una cosa viva. Y el corcho también”. En ese sentido, en la Argentina soy fiel a las bodegas López, porque mantienen una calidad constante. Es raro que una botella te salga mal. En cambio hay vinos riquísimos, como los Torres, de Cataluña, que de cada 10 botellas, dos te salen con gusto a corcho. Pero no sé... una vez alguien dijo que los que más saben de vino son los borrachos y no los críticos que hablan del sabor de terciopelo y esas chorradas. Lo importante es que los vinos están cada vez más caros y que para que un vino sea bueno uno debe gastar mucho dinero, lamentablemente.

¿Qué cosas viven en usted de Mendoza, su provincia natal?

–Voy todos los años a Mendoza. Es una provincia muy bella, pero no recuerdo que los mendocinos tengan un sentido del humor tan desarrollado como los cordobeses. La teoría de Luis Landriscina es que el humor de los cordobeses se debe a que los andaluces fundaron allí su universidad. Cada vez que voy a Córdoba me sorprende por la imaginación que tiene esta gente para inventar nombres o criticar situaciones, es algo notable. Volviendo a Mendoza, me gusta más la gente de San Rafael que la de la capital. Los mendocinos son raros, jamás te invitan a su casa, se reúnen todos en la calle San Martín y ya está, ya cumplieron socialmente.

¿Cómo se mantiene un matrimonio de tantos años? (Quino se casó en 1960 con la doctora en Química Alicia Colombo.)

–Bueno, a ver, se mantiene con muchas crisis. No es que uno esté siempre bien en el matrimonio. Pero si tuviera que dar una receta esa sería el respeto, el cariño, la paciencia...

¿Y en su profesión Alicia ha cumplido un papel importante?

–Sí, muy importante, porque yo soy muy dejado. Mafalda se empezó a publicar en Europa porque Alicia fue la que contestó a la persona que escribía desde Italia y yo no le respondía nunca. Un día Alicia me dijo: “A mí me da vergüenza este hombre que siempre escribe y vos nunca le contestás. ¿Me dejás que le conteste yo?”. Con los viajes pasa lo mismo, me tiene que incentivar ella a que viajemos, yo soy más de quedarme en la casa, de no salir. No sé. La verdad es que yo me manejo muy mal en la vida, con todo.

¿Cómo ha llegado a esta edad con tantas ganas de seguir?

–Y... bueno, no sé, no he hecho otra cosa en mi vida y no sabría qué hacer si dejo de dibujar. Sobre todo le tengo terror a dejar de publicar en los periódicos. Porque si no tuviera la presión de la entrega, no tendría la disciplina de sentarme a dibujar porque sí.

Entonces, usted nunca ha trabajado para el éxito...

–No, incluso siempre me he negado a que usaran mis dibujos en campañas publicitarias. He preservado a mis personajes del merchandising rabioso y de todo eso. De todas maneras, a veces pienso que debería haber sido una especie de empresario para manejar con un sentido comercial lo que me ha tocado crear. No he sabido administrar mi carrera y eso es algo que nos ha sobrepasado. Digo “nos” porque Alicia es mi representante y se ocupa de todos los contratos, tiene una oficinita en casa, que también la sobrepasa y está cansada, harta..., ya no sabemos cómo hacer.

¿Ha ganado mucho menos dinero del que podría haber ganado?

–Sí, he rechazado muchas cosas. Hace unos 15 años mi editor francés me ofreció hacer un libro de Mafalda para la Shell. El tema era así, a cada cliente que entrara a una de las gasolineras de la Shell le iban a regalar uno de mis libros. Pagaban mucha plata. Creo que a mí me hubieran tocado unos 50 mil dólares y yo dije que no, por supuesto; ¿cómo un personaje que vive despotricando contra las multinacionales se va a quemar de esa manera? Otra vez los caldos Maggi me ofrecieron una fortuna para que les diera a Mafalda. La idea era hacer un aviso que dijera: “Ahora sí, a Mafalda le gusta la sopa”. Otra vez dije que no y casi nadie lo entendió, pero así fue.

¿Y no le preocupa no ser entendido?

–No, porque para mi moral yo tengo razón.

¿Y no le preocupa haberse quedado un poco solo en esas decisiones?

–No. Me da mucha rabia que me propongan estas cosas, porque me da la sensación de que no entendieron mi trabajo o, lo que es peor, si lo entendieron, no lo respetan.

El escritor mexicano Juan José Arreola decía que nunca iba a perdonar ni entender haber sido expulsado del vientre materno...

–Sí, es cierto. Mis padres murieron muy temprano y siempre me pregunté qué clase de tipos son los padres que te largan al mundo y luego se van. Para mí fue muy dura esa experiencia.

¿Nunca sintió la necesidad de ser padre?

–No. Me cuesta entender a las parejas que hacen unos sacrificios terribles para poder tener un hijo; hacen el amor a las 7 de la mañana, recogen el semen, lo llevan a un laboratorio, van al médico, la verdad es que no lo entiendo. Me parece una desmesura. Me asusta mucho la idea de tener un hijo y que se me enferme, me entraría una desesperación terrible. No lo soportaría. En eso coincido con el Negro Fontanarrosa: “A uno le preocupan mucho más las 5 líneas de fiebre de su hijo que la Guerra del Golfo”. Tengo cinco sobrinos y con eso me basta.

¿Es un amigo suyo Fontanarrosa?

–Tenemos una cosa que nos separa mucho culturalmente y es que el Negro vive pendiente del fútbol. A mí me gusta el fútbol, pero siempre prefiero que gane el mejor, no tengo un equipo en particular. A mí, que la Selección Argentina gane el Mundial me importa un pito. Si el otro equipo juega mejor me parece justísimo que la Argentina no gane nada. Y Fontanarrosa no entiende esas cosas. Cuando Colombia le ganó 5 a 0 a Argentina lo llamé a Daniel Samper (periodista colombiano) para felicitarlo y me preguntó si estaba loco y qué clase de argentino era yo. Cuando me preguntan si los argentinos tienen sentido del humor siempre respondo que no, porque con el fútbol no te podés meter. Hacés una broma de fútbol y hasta podés perder la vida. Te pueden matar en serio. El fútbol me encanta como coreografía, como propuesta, lo encuentro muy inglés en la rudeza de las reglas: por un tipo que mete un foul es penalizado todo el equipo, eso sólo puede pasar en un colegio inglés y, por tanto, en el fútbol.

¿Y Caloi es amigo?

–Sí, pero en ese caso nos divide la política, porque él es peronista fanático, pero llegamos a un acuerdo gracias a mi mujer, que puso límites y nos prohibió hablar de política. Nosotros respetamos ese acuerdo y nos llevamos muy bien.

¿Qué otros dibujantes son amigos suyos?

–Soy muy amigo de Miguel Rep, que me parece uno de los dibujantes más talentosos de la última generación. Pero diría que en general me llevo bien con todos, menos con Nik, que publica en La Nación y empezó robando muchísimo a Rudy, a Daniel Paz, de Página/12. Nik vino a crear un malestar por primera vez entre los dibujantes argentinos. Nadie lo soporta. Al punto que si hay una mesa redonda, todos participan con la condición de que él no esté.

¿Valora la experiencia de la revista Humor, que en los 80 cambió el lenguaje del humor en la Argentina?

–Sí, muchísimo. Su creador, Andrés Cascioli, fue un verdadero baluarte en el sentido de que comenzó a informar lo que estaba pasando realmente en la Argentina con la dictadura.

¿Y por qué nunca publicó allí?

–Porque no me gusta publicar en revistas de humor. Me gusta publicar en periódicos y en revistas de interés general. En la revista de Clarín estamos el Negro Fontanarrosa, Caloi y yo, pero no es una revista de humor. Es un suplemento dominical. Publiqué hace muchos años en Rico Tipo, pero donde escribían de cine y de otras cosas unos tipos geniales que no me di cuenta en el momento lo buenos que eran. Me di cuenta después. Tampoco hago sátira política, yo no hago humor con ministros ni con presidentes. Dicen que mi humor trata de la esencia del ser humano, y tal vez sea así, porque por más tecnología que descubran, la persona sigue siendo la misma. Además, en estos tiempos los políticos tienen muy poco peso. Hay una sola potencia que domina y antes por lo menos estaba Flash Gordon para que nos defendiera de Ming. Ahora sólo quedó Ming, que es George Bush.

Ming gobierna el mundo, entonces...

–Claro, y además Ming es sordo. No escucha a la gente. Todo el mundo sabe que Bush invadió Irak por el petróleo, pero lo peor es que Bush sabe que todo el mundo sabe, pero no le importa. No le importa el futuro de la humanidad, ni el de sus nietos, ni el de sus bisnietos, eso me llama mucho la atención. Los gobernantes de ahora han construido un gran muro de goma en donde rebotan las protestas de los ciudadanos. Podemos decir todo, pero nadie nos escucha, a nadie le importa.

¿De qué otras cosas tratan sus dibujos, además de la esencia humana?

–De la relación entre los débiles y los poderosos. Eso siempre me ha obsesionado. Esa sensación de impotencia que tienen los pobres frente a los ricos, de los mandados frente a los amos, no sé, a veces pienso que debería dejar de dibujar por un tiempo, para no vivir la angustia o el miedo a repetirme. Pero cuando pienso en que voy a abrir el periódico y no van a estar mis dibujos, me da más angustia y sigo dibujando. Es como ese jefe de estación que se jubila, pero vuelve todos los días para ver si los trenes pasan a horario. No me puedo imaginar esperando pasar los trenes. Además, en mi oficio no hay trenes.

¿Quién se fue demasiado pronto en su vida además de sus padres?

–Ahora en enero acaba de morir un amigo que ni siquiera había cumplido los 60 años. Para mí y para mi mujer la muerte de Vázquez Montalbán también ha significado la pérdida de un amigo aunque no lo conocíamos. Con tantos españoles que hay para morirse, ¿por qué no se murió Aznar en lugar de Vázquez Montalbán? Qué injusticia. ¿Por qué no se murió Fraga?

¿Llegó a conocer a Oesterheld?

–Sí, y siempre me quedó el sabor amargo de que la última vez que lo vi discutimos mucho por política. Fue una discusión muy fuerte. Estaba el dibujante Oski, fue en la casa de él, estaba toda su familia, era un tipo muy radicalizado que decía cosas como que si el pueblo no entiende a Picasso, entonces Picasso no sirve. Me quedé muy mal, porque ésa fue la última vez que lo vi.

Ni siquiera ese radicalismo alcanza a explicar la barbarie cometida por los militares argentinos...

–No, claro que no. Qué maricones los militares argentinos. Porque por lo menos los militares brasileños admitieron haber matado y les devolvieron los cadáveres a los familiares. Los argentinos los desaparecieron y todavía siguen negando todo. La cobardía de esta gente es lamentable, inadmisible.

¿Le gustan las fiestas navideñas?

–No, porque vengo de una familia que nunca festejó nada. A nosotros ni siquiera los cumpleaños nos festejaban.

¿Qué día cumple años?

–El 17 de julio, pero como estoy anotado un mes después, es un conflicto.

Pero no, porque se lleva dos regalos.

–Te crea algo falso que se suma a que hay dos banderas argentinas, una con sol y la otra sin sol, un dólar que vale dos o tres, que River o que Boca, que peronista o radical.

¿Qué cosas lo hacen perder la calma? Usted parece bastante tranquilo... o contenido.

–No, no soy tranquilo. Soy contenido, por eso tengo tantos problemas de salud, porque guardo todo, nunca expreso lo que verdaderamente me pasa. Hay muchas cosas que me hacen perder la calma, no elegiría ninguna en particular.

¿Y qué cosas lo hacen sentir fuerte, a usted que parece tan frágil?

–Nada.


Ni siquiera sus dibujos.

–Bueno, mis dibujos sí. Cuando estoy muy mal, me encierro en mi estudio y dibujo. Pero jamás me siento fuerte. Soy muy débil, un hombre inseguro para todo.

¿Qué está leyendo ahora?

El libro de las ilusiones, de Paul Auster, en el que curiosamente aparece un argentino. Empecé a leer las memorias de Gabriel García Márquez, pero me desilusionaron bastante. Lo considero un libro antiguo.

¿Y el último disco que ha escuchado con pasión?

–El de Romeo y Julieta de Sergei Prokofiev en versión de Ricardo Mutti, que me encanta. Lo que pasa es que me he vuelto muy maníaco. Es verdad eso que dicen que cuando uno se pone viejo comienza a tener muchas manías. Antes podía dibujar escuchando música, pero ahora no. Antes, sólo necesitaba el silencio para que me surgiera una idea y luego ponía música para dibujar a lápiz. Con el tiempo, me distraía la música en el dibujo, así que comencé a ponerla sólo cuando pasaba el dibujo de lápiz a tinta. Ahora no puedo escuchar nada en ninguna parte del proceso. Son manías.

¿Qué opina del nuevo gobierno argentino, encabezado por Néstor Kirchner?

–En primer lugar me queda claro que los argentinos no quieren ser gobernados por ningún político que no sea peronista. Yo no soy peronista, como todo el mundo sabe, pero le tengo simpatía a Néstor Kirchner. Me gusta él y me gusta Lula, de Brasil. Además, me gusta que ambos estén tratando de hacer cosas juntos, de fortalecer el Mercosur, por ejemplo. Ahora que los norteamericanos están distraídos en otra zona del planeta, puede ser que nos dejen hacer algo bueno en nuestros países.

¿Siempre le ha interesado la política?

–Desde niño, porque soy hijo de andaluces y cuando tenía cuatro años escuchaba hablar de la Guerra Civil Española, que se vivió en mi casa con mucho pesar. Pero no he leído ni a Marx ni a Maquiavelo, no soy un teórico de la política.

¿Y a Les Luthiers hace cuánto que no los ve?

–Hace poco me invitaron a una fiesta de aniversario en Madrid, y no pude ir porque tenía que escribir un contrato, bueno, yo no, pero Alicia sí, y tenía que ayudarla. Total que los vi hace 15 días.

¿Es amigo de todos los integrantes del grupo?

–No, de Daniel Rabinovich, fundamentalmente. Y de Jorge Maronna.

Siempre se lo compara con ellos y la gente suele preguntarse cómo siendo tan argentinos han trascendido en el mundo.

–Bueno, ellos todavía más que yo. Porque es un caso curioso de cómo son tan entendidos en el resto del mundo, si su humor es tan local. Es como si trasladaran al Inodoro Pereyra, que a mí me parece genial, pero sacado de su contexto, no tiene mucho sentido.

¿Qué le gusta de los nuevos dibujantes?

–No soy un gran experto, no leo ni veo mucho. En España apareció uno muy bueno que se hace llamar “El Roto” (Andrés Rábago), ése me encanta. Veo que el arte de la caricatura está bastante vivo, pero no sé si el humor que hago yo, que hace Sempé, que por otra parte tiene mi edad, tiene seguidores. Es un tipo de humor más reflexivo, que no se ve a la primera. Ese humor me parece que está en vías de extinción.

Le voy a decir un piropo...

–Decime todos los que quieras.

Se lo ve a usted bastante bien.

–Sí, aunque debería caminar 4 kilómetros diarios y no lo hago. Soy muy sedentario. Tengo muchas operaciones en la vista, así que por eso dibujo a lápiz, porque no puedo ver la pantalla de la computadora. La tecnología no está hecha para mí. Me han operado el corazón y ya no puedo fumar. Antes fumaba 40 cigarrillos diarios. Sigo una dieta rigurosa, no puedo comer con sal, pero bebo vino y me gusta mucho el ron.

¿Ha sufrido muchas persecuciones en la Argentina?

–Bueno, comencé a dibujar en los tiempos difíciles, que se fueron complicando cada día más. De esos tiempos me quedó una autocensura que ya no puedo sacarme de encima. En 1976, en los inicios de la dictadura, me destrozaron la puerta de mi casa a patadas. Nosotros no estábamos. Otra vez, unos amigos y yo habíamos hecho copias de un dibujo de Mafalda que señalaba el bastón de un policía y lo nombraba como “el abollador de ideologías”. Al día siguiente, la ciudad amaneció empapelada con un dibujo de Manolito, que portaba un bastón de policía y decía: “¿Ves, Mafalda?, gracias a esto, ahora podemos caminar con libertad por las calles”. Pero, en fin, eso fue todo. Ya después me fui del país.

Eran tiempos en los que se pensaba que el mundo podía cambiar.

–Sí, ahora directamente no sabemos qué hacer. Cuando éramos jóvenes escuchábamos las canciones de Joan Manuel Serrat y creíamos que íbamos a cambiar el planeta con una canción o con un dibujo. Más tarde nos dimos cuenta de que la lucha armada no era el camino. Ahora nos damos cuenta de que ya no hay políticos. Jacques Chirac, por ejemplo, aunque sea de derecha, es un político nato y gente como él ya no queda en el mundo.

¿Por qué dejó de dibujar Mafalda?

–Porque un personaje esclaviza mucho y yo tenía mucho miedo de repetirme. Mafalda sigue viva en los lectores, pero yo no la quiero más que a otros dibujos míos. Soy como un carpintero, Mafalda es un mueble que me quedó bien y vendió mucho, pero quiero a todos mis muebles.

¿Qué tiene de sus personajes?

–Tengo todo, porque nacieron de mí. Aunque me identifico más con Miguelito y Felipe, porque como ellos vivo haciéndome preguntas inútiles. Cuando llegué a Buenos Aires, vivía en una pensión con un periodista, que por cierto desapareció a manos de la dictadura. Un día estaba mirando por la ventana y le pregunté a este muchacho: “Che, Julián, decime, ¿cuánto creés que pesa un árbol?”. Y él me contestó: “¿Por qué no te vas un poco a la puta que lo parió?”. De Manolito lo que tengo es el manejo del dinero, quiero decir, yo soy un desastre para manejar el dinero, nunca me supe administrar en ese aspecto, entonces puse toda la eficacia que no tengo en Manolito. Con Susanita me identifico por lo chismoso. Soy incapaz de contar un chisme, pero me encanta que me vengan a contar cosas de los demás.

¿De dónde saca material para sus dibujos de amor y desamor?

–Son recuerdos de los radioteatros que escuchaba cuando era niño. También saco material de las películas de Ingmar Bergman, que me encantan. No veo telenovelas. Hace poco alguien me recomendó de manera entusiasta a Betty La Fea, pero aunque me pareció divertida no pasé de un solo episodio.

¿A quién admira?

–Bueno, admiro mucho a Sempé; de Argentina me gusta mucho Miguel Rep, de México me gusta Rius, pero también admiro a las enfermeras, a los Médicos Sin Fronteras, a muchas organizaciones no gubernamentales que luchan por mejorar el mundo. De todas maneras, pienso que esas organizaciones les alivian la tarea a los gobernantes, sin quererlo, claro, pero mucho de lo que ellos hacen deberían hacerlo los presidentes, los ministros.

¿Morirá siendo socialista?

–Sí, por supuesto. Esa es la mejor forma de gobierno que concibo, es el mejor sistema. Apenas tuvo 70 años para expresar y es probable que estuviera mal aplicado. Si pensamos que al cristianismo le llevó tres siglos imponerse, ¿por qué no podemos pensar que el socialismo regresará y finalmente podremos vivir en un sistema más justo y más humano para todos?