viernes, 22 de octubre de 2010

Para el olvido la memoria

desde la lluvia que se pega como seda a tus pechos descubiertos
acuérdate del viento en la escalada por el corazón de piedra
tus manos en la sangre de mis ojos
el verdor del suelo que te hace resbalar
acuérdate
el caminito de tierra hacia la capilla con ese sol que te cuarteaba la planta de los pies
mira donde estaba la casa de la abuela
con las sábanas blancas como una instalación de fantasmas a la tarde
acuérdate de un Torino que pasaba a 300 kilómetros por hora
de la sandía crujiente en los labios
la remera a rayas rojas y azules
los vaqueros flojitos en el culo
y ese pelo de maraña que espantaba a las oficinistas
por qué tu novia no se peina
por qué debajo de la mesa crece una lujuria inesperada
como esas veredas anchas donde te escondías y siempre me encontrabas
acuérdate de la mochila en la espalda
de los deditos allí
de los jadeos
acuérdate
de cuando dormía y me fotografiabas
de los tíos que bebían tinto con seven up
de la música ampulosa
Vangelis
Wakeman
coros litúrgicos cuando la siesta nos ponía frente a frente
peligrosamente solos
apabullados ante los cuadernos escritos con pluma azul
de las cartas mandadas como si estuvieras en Siberia
pero estabas sentado en la silla de al lado
y tu nombre y mi nombre eran grafía unívoca
simultánea
¿te acuerdas?
de la merienda gratis en niza
de las copas de cristal finitas como un dedal de caracol
guardadas con esmero en el centro de la maleta
¿te acuerdas de las coliflores plantadas en filas militares al costado de la ruta?
¿del bosque donde el cuerpo sangraba?
¿de la anciana belga que decía gudmorrnin con esa erre impronunciable y una cabellera blanca que parecía una peluca?
entonces no hablábamos del virtuosismo de los pianistas ni de los nuevos escritores filipinos
tampoco veíamos las series americanas o los documentales con presos que se tatúan el pene
era poca la bruma que se alzaba en el horizonte donde la madurez nos esperaba para firmar solicitadas en apoyo a las mujeres que no quieren morir lapidadas
este modo feroz de ser adulto
al fin una mujer
después de todo un hombre
acuérdate de los vidrios empañados y el índice que formaba una ese y una eme
carteles difamados por la realidad tangible de un muro que se expande allí donde la memoria clava una estaca
el suelo bulle
la tierra cede
caen los edificios
los billetes de avión traen fechas vencidas
las estampas familiares cuando mamá reía se pierden en el moho
no dejes que el lodo arrastre tus pantalones cortos
el reloj con la pulsera de cuero
el balcón de La Habana
o las tardes de Atenas
para olvidarlo todo
acuérdate de todo
sé por qué te lo digo

domingo, 17 de octubre de 2010

Aceite madre

aceite madre
luna de jabón
arrasa con la herida
esconder la frente en tu regazo
aliento de carabina tragicómica
-muere cobarde y sale una pluma del hocico

madre óleo espiral
transito el horizonte
me vuelvo espantapájaros
tumbo al mago

-hazlo niño
digo
al trueno
que sea como un grito sudoroso
brizna de lodo
que quiebra la armonía del durazno
y lo hace feroz turbado maloliente

ungüento de río verde
lima las púas del dromedario
tengo un monstruo en la almohada:
-muere cabrón
y sale un pasto seco de la cigarrera

la vida es historieta
quieres matar al héroe
para inmolar tu rabia
y sale un pacifista de los rincones
trae pancartas
girasoles de plástico
una proclama

lava dulce en la torre
cruzar los brazos en negación del diablo
retumba un día de aceite madre
óleo trazado por la indolencia de un toro a medio morir
escupe dudoso
y no perece
boquea como sapo en la pirámide
-muere tertulia
y sale un crisantemo de la placenta

estruja bilis de la montaña
próstata de los inviernos que vendrán
todos los días son tuyos
¿qué harás con ellos?
recordarás los tiempos en que los tristes tigres retozaban
llenos de moho los prisioneros huían de tu castillo
pensar en no pensar
olvidar la mazmorra
la fotografía de un buey en celo
la mujer árabe en la gasolinera

aceite
madre
óleo de espuma ríspida
qué nariz olfateará la luna
ese jabón nocturno con que lavas la ciénaga
toda tuya es la arcilla
¿quién vendrá de alfarero?

dirás no conocerme
ignorarás el tedio con que yo dibujaba las cortinas de hule
hablarás de otra sombra
bang bang bang
tiro al centro
y la flecha se unta de un aire empastado
cíclope de trapos virulentos
disfraz de la que fui cuando los días no me trotaban por la piel

hoy es un ritmo de aceite madre
las cosas tienen un viento pegajoso en la memoria
se engarzan a mis dedos las estatuas callosas y volubles
¿qué me quieren decir los inmortales?

espíritu de bruma
querer dormir hasta que la sangre no vomite
los ojos se abren hasta tu plenilunio

todo el aceite es tuyo madre
robo el líquido desde donde partí
hasta esta acera atribulada por guijarros

la claraboya succiona la materia con que recuerdo los días
que eran suyos
no me pertenecían la bufanda ni el sitio de las dalias ni ese muérdago
en cambio
hoy es un día de óleos despanzurrados en el espejo
¿qué esperaré cuando todo me niegue?

no hablarás de mí
no me despeinaré bajo la grama de tu verde mar
olvido la cimitarra de agua que sondea mi cuerpo
en busca de tu rostro
y no diré que en la costilla de tu rojo esqueleto
duerme un volcán que se parece a un ánfora
grita un mastín que es igual a mi sombra

impávidos ante la monotonía de una flecha
que nunca llega al centro
deambulamos sin vértice con dudas
acaso este vaivén nos complete el vacío
y en lugar de ser héroes seamos tristes

aceite madre
lava ungüento bilis
todos los vientos son míos y son tuyos
¿dejarán de mecernos algún día?

lunes, 11 de octubre de 2010

ENTREVISTA A JUAN PABLO VILLALOBOS PARA PÁGINA 12



Difícil determinar si la aparición de Fiesta en la madriguera (Anagrama), la primera novela del mexicano afincado en Barcelona Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) es índice de una nueva corriente literaria en un México que se desangra por una guerra contra el narcotráfico que ya ha dejado 28000 muertos (periodo entre 2006 y lo que va del 2010).
Lo que sí puede decirse es que esta historia hilarante y extraña, breve y precisa, presentada a fines de agosto en el Distrito Federal y que acaba de llegar a la Argentina, es la obra de un outsider, no sólo porque Villalobos vive desde hace muchos años en Europa, sino también porque su historia de vida no tiene nada que ver con el narcotráfico. Es decir, el escritor no es de Ciudad Juárez, no vivió en carne propia la violencia de Tijuana, de Tamaulipas, León o Michoacán y no pertenece al mainstream literario mexicano. Su primera novela fue escrita casi en secreto por un joven que para mantener a su familia se dedica a la mercadotecnia. Cuando estuvo terminada, Fiesta en la madriguera fue puesta en un sobre, enviada a la editorial Anagrama, donde el mítico Jorge Herralde la leyó, le gustó y luego tomó el teléfono para darle las buenas nuevas al autor.
Alejado del folclorismo con que ciertos escritores intentan pintar las “hazañas” del crimen organizado que asola el territorio mexicano, vistiéndolas de una épica de la que carecen toda vez que las fosas comunes, los asesinatos a mansalva, los secuestros indiscriminados que en su mayoría terminan en homicidios aun cuando se cobre el rescate por la víctima, representan en todo caso la entronización de una crueldad sin moral, Villalobos narra la historia en la voz de un niño llamado Tochtli.
Al estilo de El niño con el pijama de rayas, la publicitada novela del irlandés John Boyne, el protagonista de Fiesta en la madriguera, habitante de un palacio blindado, del que no sale porque su padre, un narcotraficante de peso, es muy celoso de su seguridad, Tochtli narra con una ingenuidad desopilante a veces y otras con una lucidez estremecedora, una realidad cruenta, donde la sangre, los cadáveres, los agujeros sangrantes que las armas hacen en los cuerpos humanos construyen un escenario rocambolesco, absurdo y fatal.
El humor de la novela es directo y produce carcajadas a cada línea. Dice Tochtli que un país del Primer Mundo es aquel que tiene, por ejemplo, hipopótamos enanos de Liberia. Por tanto, México no es Primer Mundo. Y así encontramos a Juan Pablo Villalobos, en una cafetería de la colonia de clase media La Condesa: con un hipopótamo de goma, regalo de su mujer, en las manos. Patético, diría el niño de su novela.

- Un país que no tiene hipopótamos enanos la tiene difícil, ¿no?
- ¿Verdad? Claro, es un país tercermundista, sin dudas.
-
- El humor juega un papel importantísimo en su novela, ¿es una elección del lenguaje sólo aplicable al tema terrible de los crímenes del narcotráfico?
- El acercamiento desde el humor es una preocupación estilística, siempre intento acercarme a la realidad desde el humor. Es un juego de peligro, porque si fallas, puedes tener un fracaso estrepitoso, pero lo que intenté en Fiesta en la madriguera, a través del niño narrador, es lograr una mirada que me permitiera huir de moralismos, de visiones preocupadas por proponer soluciones al problema del narcotráfico y esto me lo permitía esta mirada “inocente”, que cae en la crueldad fácilmente y en el absurdo, que es en definitiva lo que más me interesa: el tema del absurdo.

- En México le perdonarán que se haya metido con sus narcotraficantes, pero no que haya criticado la comida mexicana

- El tema gastronómico me apasiona y creo que hay que acercarse a las diferentes culturas a través del estómago. Los mexicanos tenemos una relación con la patria y con los afectos a través de la cocina. Así que quise jugar un poco con esa enorme tradición de la comida mexicana. Y en particular con el pozole (especie de buseca, con granos de maíz y carne de puerco), que se hace con las cabezas de cerdo, que es muy pesado y luego le ponemos hojas de lechuga arriba. Viviendo en Barcelona, una vez preparé un pozole para unos amigos, que se quedaron extrañadísimos por las hojas de lechuga que le puse. Es algo raro de nuestra comida, o como que los tacos al pastor tengan piña, no te das cuenta de lo absurdo hasta que no estás afuera. Al final, pasa eso porque nuestra cultura es barroca y hay tantos sabores en la comida mexicana, que al final no sabes lo que estás comiendo.

- ¿El niño de su novela es deudor de otros niños en la literatura?

- Soy un fanático de Un mundo para Julius, del peruano Alfredo Bryce Echenique. Me encanta ese libro, que leí hace muchos años. De alguna manera, creo que influyó en la voz de mi narrador. Otra influencia que tal vez podría citar, aunque aquí más que un niño ya es un adolescente, es El guardián entre el centeno, de Salinger.

- ¿El tratamiento de la realidad tiene que ver con su pasado de cronista?

- Bueno, la verdad es que sólo escribía crónicas de viaje para un periódico mexicano. No soy periodista. Al final, el acercamiento al tema del narcotráfico me interesaba poco en cuanto a reflejo de una realidad social o de construir la historia de un narcotraficante o un político en particular. Mientras escribía las novelas leía las noticias que llegaban de México, eso es cierto. Te hablo de hace unos cuatro años, cuando empezó la violencia más bestial que se ve ahora. Entonces, en la novela hay una obvia influencia de algunos hechos puntuales de la realidad del narco mexicano, pero no al nivel de relatar hechos que estuvieran en ese momento en un periódico.

- De todas maneras, hay hechos muy identificables con la realidad del narco mexicano. El zoológico privado, los políticos corruptos, el gringo drogón…

- Sí, lo que pasa es que en una novela breve hay que trabajar con recursos que el lector pueda llenar fácilmente. En una novela extensa, uno puede describir todos los detalles, todos los personajes, pero en una novela breve, uno tiene que poner clichés, estereotipos, historias elementales, para que el lector pueda completar la historia. El formato de la novela corta me parece muy atractivo, porque al final el potencial de lecturas que ofrece es muy rico. De pronto, las novelas decimonónicas, por ejemplo, son tan descriptivas que te lo dan todo. En la novela breve, tienes que trabajar mucho como lector, completar muchos vacíos.

- Con respecto al lenguaje, su novela se sale de cierta tradición latinoamericana que privilegia un tono abigarrado y pomposo. Hay como un rescate del estilo directo, golpeador, de Cortázar, de Bolaño, por nombrar un autor de moda y más contemporáneo

- Bueno, Cortázar no sé, porque hace muchos años ya que lo leí, pero Roberto Bolaño sin dudas, es una referencia muy fuerte para todos los que escribimos actualmente.

viernes, 8 de octubre de 2010

“Un vientre de cetáceo molestaba más que un vientre de ballena”


Erguido y con una prestancia varonil que conserva desde su juventud, a pesar de que el calendario acusa unos 74 años muy bien llevados, el peruano Mario Vargas Llosa ingresa a la Sala Nezahualcóyotl de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y suena un aplauso atronador.
Los más de 2000 jóvenes estudiantes que han ido a escucharlo en una de las tertulias literarias destinadas a conmemorar el Doctorado Honoris Causa que acaba de recibir el autor de La ciudad y los perros , parecen estar inmunizados frente a las corrosivas ideas políticas por las que el escritor es, desde la izquierda bienpensante, a menudo despreciado.
De impecable traje azul y con el rostro atravesado por esas partes iguales de fiereza y candor que lo han hecho conocido en el mundo, Mario Vargas Llosa hace un repaso por sus libros frente al funcionario público y escritor mexicano Sealtiel Alatriste, un interlocutor sereno y pudoroso que permite que el flamante Premio Nobel de Literatura hable de lo que más sabe y de lo que más le gusta.
El escritor tenía apenas 26 años cuando metió su primera novela La ciudad y los perros al concurso de Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral. “Eran tiempos donde reinaba una feroz censura”, evoca. “Fue el editor Carlos Barral quien decidió jugársela y publicarla, aunque claro, primero tuvo que pasar por los ojos del censor. La censura era algo ridículo e imprevisible. Por ejemplo, recuerdo una particularmente graciosa. En una parte, me refiero a un militar de alto cargo como a alguien que tenía un vientre de cetáceo. Bueno, pues al censor no le pareció, entonces lo cambié por vientre de ballena, que al censor le pareció muy adecuado”, comenta entre risas.
Era la época en que la forma era el súmmum de la búsqueda estilística y el autor peruano era llamado por sus amigos “El sartrecillo valiente”, por su afición militante a Jean Paul Sartre. “La literatura por entonces era un instrumento de combate, se hablaba aquello de que las palabras son actos y La casa verde (1965) es seña de ese deslumbramiento por la forma y lo que refleja es ese engolosinamiento por la experimentación formal”, explica.
“La casa verde es también la muestra de cómo me modificó la lectura de William Faulkner, un escritor que me marcó profundamente y que fue el primero que leí con lápiz y papel a la mano. Las historias que él contaba se enriquecían gracias a su lenguaje preciosista, a esa prosa laberíntica en la que las sensaciones, las emociones, las ideas, iban creando un mundo propio de una gran complejidad”, agrega.
No fue sólo el autor de El sonido y la furia quien tatuó huellas indelebles en la pluma vargallosiana. Ahí están también como referentes el grandioso James Joyce con su célebre Ulises y el hoy menos leído estadounidense de Chicago, John Dos Passos, responsable, entre otras, de la novela Manhattan Transfer. “Tal vez también esté André Malraux, a quien leí con devoción en mi juventud. La condición humana es un libro que me produjo una profunda impresión en mis años mozos”, dice.
Pese a la firme voluntad de estilo que caracteriza las historias contadas por el autor de Arequipa, nunca se entusiasmó mucho por el Nouveau roman, el movimiento literario fundado por Alain Robbe-Grillet a principios de los 60. “Para mí fue un fenómeno pasajero, se trataba de sacrificar enteramente la historia en aras de la máxima exploración estilística y eso era condenar ese tipo de literatura directamente a las catacumbas”, afirma.
“Creo que la novela, cuando deja de contar una historia importante, se condena al fracaso y a la decadencia”, insiste.
De su inefable personaje, el cabo Lituma, que aparece en La casa verde, en ¿Quién mató a Palomino Molero?, La Chunga, en un cuento de Los jefes, en un radioteatro de Pedro Camacho en La tía Julia y el escribidor y, por supuesto, en su novela Lituma en los Andes, Mario Vargas Llosa no tiene mucho que decir. “No sé cómo explicarlo –dice y se encoge de hombros-, me pasa con Lituma lo que no me ha pasado con otros personajes, cada vez que empiezo una novela ahí aparece el cabo, como ofreciéndose, como diciendo: - Yo no he sido lo suficientemente aprovechado por usted, aquí estoy, úseme”.
Precisamente, en Lituma en los Andes, publicada en 1993, el escritor incorpora a su literatura el tema de Sendero Luminoso, la guerrilla maoísta que comenzó a operar en el Perú de los ‘80. “Hasta entonces –evoca- todos habíamos crecido en la firme convicción de que nuestro país era pacífico. En mi niñez viví muchos años en Bolivia y regresé al Perú cuando tenía 10. En mi familia se decía muchas veces que el Perú no era violento como Bolivia”.
“Viajé a Ayacucho en la época en que la región estaba más afectada por el terrorismo de Sendero y esa violencia me impresionó muchísimo. Sin olvidar, por supuesto, la política antirrevolucionaria de las Fuerzas Armadas del Perú, que cometió también hechos terribles. Escribí esa novela fundamentalmente con la idea de mostrar este fenómeno lateral, paralelo, a un momento de enorme truculencia política en mi país”, explica.
De la que se considera su mejor novela, Conversación en la catedral, publicada en 1969, Mario Vargas Llosa admite que “no la hubiera escrito si no hubiera conocido personalmente, aunque sea en forma efímera, al jefe de la seguridad de la dictadura del general Odría”.
“Se llamaba Alejandro Esparza Sañartu y probablemente era el hombre más odiado del Perú durante la dictadura, incluso más odiado que el propio dictador. Yo estudiaba entonces en la Universidad de San Marcos y había muchos estudiantes en la cárcel, a los que tenían con los presos comunes, sin abrigo ni alimentos. Entonces, hicimos una colecta en la facultad para comprar mantas y tuvimos que pedir una audiencia al jefe de la seguridad para que nos autorizara la entrega de esas frazadas”, cuenta.
“Fue una experiencia surrealista frente a un hombre que en apariencia era inofensivo. Era menudo, con una mirada aburrida, parecía que nos miraba como detrás de un vidrio y al verlo me prometí que alguna vez iba a hacer una novela alrededor de ese personaje”.
Muchos años después de Conversación en la catedral, en el 2000, sale La fiesta del Chivo, la novela donde el escritor peruano retoma el tema de las dictaduras latinoamericanas y reflexiona sobre el auge del trujillismo en la República Dominicana de los años ’50.
“Quien llevó al grado más grotesco y violento de una dictadura sin dudas fue Rafael Trujillo, quizás por esa naturaleza histriónica que convertía todos los actos de gobierno en un gran espectáculo. Ninguna dictadura latinoamericana llegó a los límites de la crueldad del trujillismo”, afirma.
En Pantaleón y las visitadoras, publicada en 1973, Mario Vargas Llosa comienza a sacudirse la impronta solemne de su admirado Jean Paul Sartre y empieza a incorporar el humor en su literatura. La risa es también un elemento importante en La tía Julia y el escribidor, novela autobiográfica de 1977.
“Me gusta que mis historias limiten con la realidad. No soy para nada un escritor fantástico. Las novelas se han hecho para contar mentiras que permiten expresar verdades profundas para la condición humana”: Palabras de un Nobel.

sábado, 2 de octubre de 2010

HERBIE HANCOCK “SANTANIZADO” O DE CÓMO LLEGAR A LOS 70 AÑOS PARECIENDO DE 50




Cuando Herbie Jeffrey Hancock (Chicago, 12 de abril de 1940) tenía 11 años, dio un concierto de piano interpretando a Mozart con la Chicago Symphony Orchestra. Desde entonces y merced a una virtud musical que lo volvió un niño prodigio cuando apenas tenía cinco primaveras, el gran icono del jazz contemporáneo se ganó para siempre el derecho a hacer lo que se le antoje.
Al lado de su elogiada maestría para ejecutar los teclados, el músico debió aceptar los motes de ecléctico y versátil con que la crítica, no siempre con fortuna o admiración, lo fue describiendo a lo largo de una fructífera carrera de más de cinco décadas.
¿Cuál es el Hancock que nos gusta más? Por un lado, está el pianista lírico de la inolvidable película del francés Bertrand Tavernier, Round midnight (1986) y por la que HH ganó el Oscar. Difícil olvidar sus exquisitos arreglos en ese drama jazzístico basado en la trágica vida de Bud Powell e interpretada magistralmente por el saxofonista Dexter Gordon, donde sobrevolaban con una prestancia irrevocable los fantasmas de John Coltrane y de Thelonious Monk.
“Contando con la presencia de un plantel de músicos de brillantez insuperable, el resultado tenía que ser necesariamente bueno, pero finalmente fue soberbio. El motivo tiene un nombre: Herbie Hancock. La autoridad que le otorga el hecho de ser uno de los grandes protagonistas del jazz moderno, su propia e insustituible intervención como pianista en muchos de los números así como su larga experiencia en el mundo de la música para el cine y la televisión, son algunas de las claves”, escribió un crítico en una publicación especializada de España.
Tenemos también al Hancock intelectual que compuso la música para el filme Blow Up (1966) de Michelangelo Antonioni y basada en textos del argentino Julio Cortázar. En ese entonces, el joven Herbie formaba parte del histórico quinteto de Miles Davis y su trabajo para el director italiano fue el primero que hizo para el cine, con resultados profusamente alabados por la crítica.
Precisamente, a raíz de ese material, Hancock fue invitado a participar en el 2004 al homenaje que se hizo en Guadalajara con motivo del décimo aniversario de la Cátedra Julio Cortázar en la universidad tapatía. El cachet exorbitante que exige un músico de su categoría impidió que el músico visitara México. Fue reemplazado por el contrabajista estadounidense Charlie Haden y el pianista cubano Gonzalo Rubalcaba.
El Hancock más incomprendido es sin dudas el que durante una buena cantidad de años se dedicó a la electrónica, aunque hay quienes dicen que de este pianista formidable, visionario y transgresor hay que escucharlo todo.
Álbumes como Perfect machine, Sound system y Future Shock, su atrevida incursión en el electro/techno/electro-pop, lo alejaron sin dudas de su público jazzista, pero no por ello lo quitaron de los primeros lugares de venta.
Es así como, entre un eclecticismo sublimado por el poder de un músico capaz de moverse con comodidad en distintos géneros, Herbie llegó a los 70 años. No se sabe si su conocida afición al budismo, religión transmitida por su esposa desde hace cuatro décadas, Gudrun Mexines, es lo que lo mantiene tan vital (parece poco menos que un cincuentón), pero lo cierto es que desde que llegó a los 70 abriles precisamente el 12 de abril, don HH ha decidido celebrarlo con todo durante dos años seguidos.
Una de esas fiestas musicales está representada en su reciente disco The Imagine Project, donde el pianista parece haber sufrido un proceso de “santanización” (por el Carlos Santana de Supernatural) al conformar una estructura de dúos con artistas de la World music, del pop y del rock, todos muy distintos entre ellos.
Claro, es Hancock y sólo hay que mirar un poquito para atrás en su vastísima discografía para encontrar el maravilloso New standard, de 1997, donde Herbie interpretó a Los Beatles, a Nirvana y a Prince, entre otros. También existe, más cerca en el tiempo, el disco del 2005, Possibilities, un legítimo producto HH animado por las voces de Sting, Joss Stone, Annie Lennox, Paul Simon, Christina Aguilera y John Mayer.
El nuevo trabajo de don Hancock, entonces, no representa su primer acercamiento a la música comercial y es de esperar que su inconmensurable público en el mundo reciba con los oídos abiertos este proyecto que el músico ha denominado “colaboración global”, destinado a lanzar un mensaje “sobre la paz y la responsabilidad” a todo el planeta.
“La música te abre a respetar otras culturas más allá de la tuya propia y a abrazar culturas fuera de ella. Y también a explorar nuevas posibilidades combinándolas todas”, dijo Hancock
The imagine project, editado por Sony Music, producido por Larry Klein y a la venta en México desde finales de junio, incluye las colaboraciones del grupo Los Lobos, del legendario saxofonista y compañero Wayne Shorter, la cantante pop estadounidense Pink, el británico Seal, la sitarista Anousha Shankar y la cantante de Mali Oumou Sangaré, con quien hace una versión impresionante del tema de Lennon “Imagine”. También canta el colombiano Juanes (bueno, ni Hancock es perfecto).

viernes, 1 de octubre de 2010

HERBIE HANCOCK


Cuando Herbert Jeffrey Hancock tenía 11 años, dio un concierto de piano interpretando a Mozart con la Chicago Symphony Orchestra. Desde entonces, el gran ícono del jazz contemporáneo se ganó para siempre el derecho de hacer lo que se le antoje. Entre un eclecticismo sublimado por el poder de un músico capaz de moverse con comodidad en distintos géneros, Herbie llegó a los 70 años y ha decidido celebrarlo con todo. Una de esas fiestas musicales está representada en el flamante The Imagine Project, en el que el autor de "Cantaloupe Island" y colaborador de Miles Davis parece haber sufrido un proceso de santanización (por el Santana de Supernatural) por el que eligió una estructura de dúos con artistas de la world music, del pop y del rock. Claro, no es Santana, es Hancock. Y sólo hay que mirar atrás en su vastísima discografía para encontrar el maravilloso New Standard (1997), en el que Herbie interpretó a Nirvana y a Prince. También existe Possibilities (2005) animado por las voces de Sting y Joss Stone, entre otros. The Imagine Project además incluye las colaboraciones de Los Lobos, del saxofonista Wayne Shorter, de Pink, del británico Seal, la sitarista Anoushka Shankar y la cantante de Mali Oumou Sangare, con quien hace una versión impresionante de "Imagine", de John Lennon. También canta el colombiano Juanes (bueno, ni Hancock es perfecto).