domingo, 27 de febrero de 2011

RICARDO PIGLIA


En la literatura argentina, un territorio donde la enorme sombra de Jorge Luis Borges (1899-1986) pesa con la fuerza de un gigante, Ricardo Piglia, nacido en Buenos Aires en 1941, aparece como uno de los narradores paradigmáticos del nuevo tiempo, capaz de hablar con esa sombra de igual a igual y de constituirse en una referencia insoslayable para poder entender algunos de los enigmas que plantea una narrativa poderosa y densa como la que ostenta el país sudamericano.
Con su obra literaria, entre la que se destaca Respiración artificial, aparecida en 1980, cuando la dictadura argentina erigida tras el Golpe de Estado de 1976 reinaba con un poder omnímodo y sangriento, el autor irrumpe con la eficacia de una poderosa linterna, iluminando aquí y acullá, tejiendo vías firmes de comunicación con una tradición de la que es opíparo deudor y mirando, como mira siempre Piglia, a un más allá que lo convierte en un escritor universal y disfrutable para lectores remotos y disímiles.
No sólo son sus novelas y sus cuentos (se dio a conocer en 1967, cuando su primer libro de relatos La invasión ganó el premio Casa de las Américas), sino también es su gran trabajo como ensayista lo que ha hecho de este autor tenaz y consistente como una roca, a veces inconmensurable como la pampa húmeda en la que se desarrolla su reciente y elogiadísima novela Blanco nocturno, uno de los más complejos y fascinantes del universo literario contemporáneo.
Por su pluma barroca y afilada de ensayista han pasado Roberto Arlt, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Manuel Puig, en un abanico cuyo sentido de experimentación y sin duda su rigor intelectual constituyeron la constelación alrededor de la cual Piglia ha hecho crecer su potente voz literaria.
Junto con otro gran escritor argentino ya desaparecido, Juan José Saer (1937-2005), Piglia es faro en una tradición distinta a la del boom encabezado por el colombiano Gabriel García Márquez. Se trata de una disidencia creativa que dio sus mejores frutos en paralelo al realismo mágico que concentró toda la atención lectora en los 70, una vía expresada a partir de un registro literario diferente, pero tan nutritivo como aquel que generara obras consagradas y muy leídas como Cien años de soledad y que se revalora en la actualidad con la certeza monterrosiana de estar descubriendo algo que ,como el dinosaurio, siempre estuvo allí. Dicho registro reemplaza la desbordada fantasía del mágico realismo por un surrealismo grotesco y provocador que parodia sin respeto alguno y con mucha inteligencia, primero a eso tan difuso llamado “lo argentino” y después a la tan mentada realidad latinoamericana.
“Me parece que se están formando nuevas constelaciones y que son esas constelaciones lo que vemos desde nuestro laboratorio cuando enfocamos el telescopio hacia la noche estrellada”, le dijo Piglia a otro “disidente”, el gran escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003), con quien supo mantener una larga charla pública en torno a sus obsesiones literarias.
Como habitante, entonces, de una constelación extravagante, Ricardo Piglia se define con la modesta aristocracia que en sus tiempos también supo airear el buen Borges: “A veces creo que solo me lee un grupo de amigos y eso para mí es el éxito”, dice a DÍA SIETE con ternura convincente.
Tal vez aturdido por el éxito de Blanco nocturno, la novela que luego de trece años (en 1997 dio a conocer Plata quemada, de la que se hizo luego una exitosa versión cinematográfica) lo colocó en el centro de atención no sólo en su país, sino también en el resto de Latinoamérica y España, es que el escritor está ahora dedicado a escribir cuentos. “Como el mercado editorial no quiere cuentos, hay que empezar a hacerlos”, asegura.
La reciente novela de Ricardo Piglia es un policial que transcurre en un clima opresivo, donde todos se conocen y todos saben las historias de todos, en un pueblo donde el comisario Croce y su ayudante investigan el crimen de un turista puertorriqueño.
A medida que la historia avanza, el humor y la ironía se hacen lugar para muchas veces parodiar la tradición del gaucho que en Argentina, según Piglia, “obedece a reminiscencias que crean una versión turística del país”.
De las influencias que pueden rastrearse en Blanco nocturno, que entre otros temas explora la relación entre la ciudad y el campo, el autor argentino nombra al estadounidense William Faulkner como fuente de inspiración principal.
“Él es que construyó el condado de Yoknapatawapha, ese lugar imaginario que luego se repitió en el Macondo de Gabriel García Márquez y en el Comala de Juan Rulfo, entre otros”, afirma.
Cuenta Piglia que contaba Borges que decía Macedonio Fernández en clave de humor: “los gauchos fueron inventados para entretener a los caballos en las estancias”; esa burla desparpajada opuesta a la solemnidad pomposa de un folclore conservador que quiere pero no puede convertirse en corsé cultural para todo un país, es la carne que da sustancia a la obra de Piglia y que al mismo tiempo lo hace tan atractivo para las nuevas generaciones de lectores, que lo veneran.

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