miércoles, 8 de diciembre de 2010

ENTREVISTA A DANIEL SADA PARA PÁGINA 12


Pocos escritores hay en México como Daniel Sada, (Mexicali, 1953), dueño de una obra singular que concentra la máxima atención y elogio de sus pares. Se trata de una literatura sin concesiones, fruto de una ética aferrada a una idea exclusiva: la imaginación es la materia básica y debe ser el norte principal de toda historia que se precie. Después de la imaginación, para este autor que con su aclamada novela “Casi nunca” obtuvo el Premio Herralde en 2008, está el lenguaje y todas las búsquedas generadas a su alrededor, fruto todas ellas de una voluntad inquebrantable asentada en la certeza de que no hay contenido sin forma y de que, muchas veces, la forma es el mensaje.

Un estilo abigarrado, que saca al lector de su posición cómoda y lo obliga a releer con ojos asombrados desde los diálogos más absurdos hasta las situaciones más inesperadas por parte de personajes que en sombras cuentan sus tragedias y sus desesperanzas, da vida a una literatura personal y arriesgada que el fallecido escritor chileno Roberto Bolaño ha definido como “el barroco en el desierto”, una acepción que él rechaza.

Hay quienes han llamado también a la literatura de Daniel Sada como costumbrista y el autor, otra vez, no está de acuerdo.

Influido por los clásicos que leyó profusamente en su juventud, Sada acaba de publicar “Ese modo que colma” (Anagrama, 2010), un conjunto de relatos mediante los cuales narra historias de pueblos, por caso la de Rosiva Álvez, una chica que vive con su madre viuda y que termina pagando un precio muy caro por fugarse de casa para ir a un baile.

“El barroco en realidad es culterano, por definición y yo con lo que trabajo es con la oralidad, no hay culteranismo en mi literatura, pero la oralidad sí me impulsa a buscar y encontrar arcaísmos”, dice Sada a Página 12.

“En una presentación que hizo el escritor Heriberto Yépez el año pasado, decía precisamente que no soy todo eso que dicen. Que no soy barroco, ni norteño, ni costumbrista y que en realidad nadie ha acertado a definirme, soy un escritor atípico que no se identifica con todos esos adjetivos que me endilgan”, asegura.

Lo que sí admite Sada es cierta deuda con el irlandés James Joyce, sobre todo por los monólogos a que son tan afectos muchos de sus personajes, fruto “de un narrador que me invento y que es un poco bobalicón, reflexivo, que increpa a los personajes, se hace muchas preguntas, se responde él mismo”, afirma.

“Siempre me interesa un narrador que esté muy cercano a los personajes, casi hombro con hombro”, explica.



- A juzgar por su reciente libro de cuentos, más que nunca la preocupación sigue siendo el lenguaje

- Evidentemente, he trabajado mucho sobre el lenguaje, pero también me interesan los personajes y las historias. Siento que el lenguaje por sí mismo no funciona. Alguna vez me han propuesto hacer una novela de lenguaje y dije que no, necesito la historia, los personajes, una trama, quiero saber adónde voy…

- ¿Hay una moral en la forma de elegir como contar una historia?

- De hecho hay un cuento en este libro que ofrece un alegato de fondo a favor de los libros de imaginación contra los libros de información y eso podría ser lo que se denomina una poética. Ahora hay más tendencia a informar que a imaginar. Creo que el lenguaje sirve para despertar la imaginación, para explorar en territorios imprevisibles e inesperados en la novela histórica o documental, tan en auge.

- ¿Se siente deudor de alguna tradición?

- Empecé a leer los clásicos. Hasta los 22 años no leí literatura contemporánea. A esa edad llegué a la ciudad de México, proveniente de un pueblo donde no había más que una biblioteca particular llena de clásicos que me malacostumbró. Cuando vine a la capital, se produjo un desfase terrible y me sentí un poco avergonzado. No tenía interlocutores, así que empecé a leer a contracorriente toda la literatura contemporánea para poder vivir en el Distrito Federal.

- ¿Le gusta la definición que hizo Bolaño de su literatura: barroquismo en el desierto?

- Creo que fue una definición aventurada, porque en realidad el barroco es culterano y con lo que yo trabajo es con la oralidad. No hay en mi literatura nada culterano.

- Presenta su último libro de cuentos, aunque en realidad empieza en verso…

- Lo que buscaba es que no hubiera ninguna fórmula, porque el cuento ha caído en fórmulas cerradas. Hay un planteamiento, un desarrollo, un desenlace, en fin, lo cierto es que traté de escapar de todo eso. El cuento, para mí, es un género anquilosado justamente porque hay demasiada fórmulas para escribirlos. En cambio la novela ha sido un territorio de libertad. Como dice Kundera: “cada novela es un refutación contra el arte de novelar”. Y en el cuento no sucede esto. Hay exégetas del cuento defendiendo las fórmulas y lo que quise fue romper con todas esas normas y buscar una nueva manera de contar un cuento.

- Lo cual resulta muy provocador…

- Sí, el cuento es como la ópera en la música, que tiene al público más conservador que existe. Me gusta mucho Cortázar, por ejemplo, en cuyos cuentos las cosas parten de la normalidad, se complican y luego arriban a la anormalidad; pero eso también se convirtió en una fórmula. Diría con respecto a la provocación, que no soy un provocador por naturaleza, simplemente no obedezco a los parámetros naturales de la literatura, escribo poemas, por ejemplo, cuando ya nadie lo hace; o me pongo a escribir un cuento cuando todos están esperando de mí una novela. Lo que siempre quiero es hacer algo diferente.

- ¿Cómo se siente en relación a lo mucho que lo están leyendo los jóvenes?

- Me siento como nunca. Mi generación me ignora, los de los 60 me quieren, pero mi público está entre los que nacieron después de los 70. Claro que también me gustaría que me leyeran los mayores, pero no es así, por ahora.

- ¿Diría que los cuentos de “Ese modo que colma” podrían ser unificados a través de un sentimiento masculino?

- Sí, creo que sí, en cierto modo este libro es la respuesta a mi novela Una de dos, donde primaba el sentimiento femenino.

- ¿Qué es la mujer para usted?

- Lo es todo, la fertilidad, la inspiración, la paz, la sensibilidad…algo extraordinario y enigmático siempre.

- ¿Quiénes fueron las mujeres más importantes de su vida?

- Mi esposa y mi madre, que es una mujer de 86 años que me ha tratado siempre muy bien, ha sido muy cariñosa conmigo.

- ¿Ella es consciente de su fama?

- Bueno, no tanto y tampoco le importa mucho. Aunque famoso para mí es Maradona, la fama sin dinero no importa mucho, ¿no?

- ¿Ha podido vivir de la literatura?

- Sí, de unos veinte años para atrás diría que sí, con mucho esfuerzo, claro, dando muchos curso, forcejeando con la vida…

- ¿A qué cree que se debe en estos tiempos la gran ausencia de críticos en la literatura?

- A que la gente quiere la creación, no la reflexión. El crítico está devaluado por el mercado, que impulsa a los autores mediante un aparato publicitario fuerte, vulnerando el sentido crítico. Además, casi la mayoría de los críticos actuales escribe muy mal y eso es inmoral. Si voy a juzgar una obra literaria tengo que escribir al menos decentemente.

- Y poniéndose un poco en crítico literario, ¿a quién recomendaría?

- Hay un libro que me encanta, El zafarrancho aquel de Vía Merulana, del italiano Carlo Emilio Gadda, a quien Passolini adoraba. Ese libro pasó inadvertido durante mucho tiempo hasta que Ítalo Calvino lo rescató y ahora es un clásico total de la literatura. Empieza con algo trivial y la historia se complica poco a poco, tomando el cariz de un policial…me parece un gran ejercicio de imaginación. También recomendaría todo Kafka, lo que sea de él, es un escritor cuya tesis principal es que lo fácil se hace difícil y que las historias no acaban nunca. No hay un final total, es el lector el que puede inventarlo. Goethe decía que las grandes obras de la literatura universal tenían el carácter de inconcluso.

- ¿Qué escritores latinoamericanos merecen su atención?

- Bueno, para mí Roberto Bolaño es la premisa de todo, me parece que tiene dos facultades increíbles: el desparpajo y la imaginación. Como que siempre se está renovando, a pesar de que sea un autor que ya no está entre nosotros. Uno lo lee y descubre varios registros en su literatura, uno nuevo cada vez que lo lee. Es un escritor que te tutea, al igual que nuestro Juan Villoro, que escribe una literatura afectiva, con la que el lector se comunica directamente.

- ¿Su comunicación con el lector sería la de la provocación?

- Sí, puede ser, al fin y al cabo soy “sádico”.

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