domingo, 31 de julio de 2011
Demasiado mito para una pobre chica de Camden Town
Pensar, escribir, hablar de la cantante inglesa Amy Winehouse, fallecida el sábado 23 de julio en su casa de Londres, son acciones a ejercer escuchando, a todo volumen, su increíble disco Back to Black. El segundo y último álbum de estudio de la malograda artista vio la luz en abril de 2006 y la convirtió en una intérprete global, dueña de una fortuna valuada en 11 millones de dólares, 1 dólar por cada una de las copias que el álbum vendió alrededor del mundo. Por ese disco Winehouse obtuvo cinco Grammy, uno al ladito del otro en una sola noche, estatuillas todas que recibió por correo Express, debido a la prohibición que le impedía pisar suelo estadounidense. En el paraíso americano, donde se cuentan alrededor de 3,6 millones de adictos a la heroína, la cocaína crack, las anfetaminas y la marihuana, entre otras drogas ilegales, no están bien vistos los drogones, ya lo sabía ella.
De paso, en su último trabajo de estudio, la muchacha predecía aquello de “volver a lo negro” como un mantra que podría definir su corto destino de muchacha simple, dueña de un talento inconmensurable para la música.
En Back to Black, Amy cantaba aquello que se volvió paradigmático: “No, no, no”…, la contundente respuesta de la joven a los intentos de su disquera por llevarla a la rehabilitación. La canción “Rehab” caló tanto que hasta los cerebros bienpensantes de la sociedad establecida se quejaron por el premio Grammy que recibió al mejor tema del año. “Con estos premios, se envió un mensaje: búrlate de la adicción, crea una canción de guerra para los que sufren de ella, arruina tu vida en todos los demás aspectos excepto por el éxito financiero y el reconocimiento y serás recompensado con medallas de oro por parte de la industria”, escribió el político estadounidense William J. Bennett en el portal de la CNN.
Sin embargo, con premio o sin él, nada podía cambiar la esencia del arte expresado sin dobleces, con el corazón en la mano, por una cantautora veraz y doliente como pocas.
No se trata de que en su canción Amy instara a sus congéneres a drogarse o a no intentar la rehabilitación, una circunstancia que ella enfrentaba con relativo éxito en sus últimos días de vida, sino de relatar con una crudeza pocas veces vista en las cancioncillas de mercado con que nos intoxican los oídos a toda hora, un drama de la existencia difícil de sobrellevar para quien lo padece.
Es, precisamente, ese grado de verdad en su arte lo que hizo grande a Amy Winehouse. No se premia a un artista por sus vicios, sino por la capacidad de sobreponerse a ellos y hacer arte con lo que le sucede. Y ella no fue la única, claro. Ahí está una de las canciones más famosas del rockero argentino Charly García, quien escribió aquello inolvidable de “No puedo dejar/no voy a dejar”, el himno con que respondió a la prensa que lo perseguía de día y de noche cuando el artista sudamericano había entrado, por enésima vez, en una clínica de rehabilitación.
“No tengo nada que perder/quiero que me ayudes. / La gente que te viene a ver / solo te destruye.”, decía García, en unas palabras que calzan como un guante en la terrible realidad que le tocó vivir a Winehouse.
No era una artista porque se drogaba. Era una artista. Y luego se drogaba. Y su drogadicción era un problema de familia, un tema de honda preocupación para sus padres, como seguramente lo es para la innumerable cantidad de progenitores que deben hacer frente a ese drama en todo el mundo. Se cree que son 300 millones los jóvenes que se drogan en el planeta. Amy era una más de ellos.
Mitch Winehouse, que adoraba a su hija con un amor totalmente correspondido, estaba desesperado cuando decidió asistir al Parlamento Británico en calidad de padre de un drogadicto. Fue el 20 de octubre de 2009 cuando el taxista se paró ante los diputados y senadores para decirles: “El año pasado, el Gobierno dedicó 440 millones de euros a programas de rehabilitación, pero si alguien quiere abandonar voluntariamente las drogas, apenas recibirá ayuda”.
“Si uno puede permitirse el ir a una clínica de desintoxicación privada, va a recibir el mejor tratamiento. Pero si, por el contrario, no tiene dinero, ¿qué hacer entonces?”, se preguntó y al hacerlo estaba marcando una frontera entre lo que sirve para construir un mito y con ello forrarse de dólares y lo que sirve para vivir poniéndole el cuerpo a los sinsabores. Al fin y al cabo, como suele decir el gran Francis Ford Coppola cuando alguien le menciona la terrible muerte de su hijo Gio, quien falleció a los 22 años en un accidente de lancha: “A todos nos toca una cuota de tragedia en nuestra vida”.
La industria de la muerte
La muerte de Amy Winehouse, cuyo cadáver fue encontrado en su departamento del barrio de Camden Town, donde bandas de rock importantísimas como Radiohead, Blur y Oasis dieron sus primeros conciertos, disparó una avalancha de teorías, todas destinadas a construir un mito que de tan común en la industria musical ya huele a feo, como pasado de fecha, digamos, a podrido. Es la vieja historia del artista que fallece joven y, en este caso, como el de tantos otros, a los 27. Quiso la mala fortuna que la edad del deceso de la chica blanca con voz de la negra Aretha Franklin coincidiera con los años que tenían Jimmi Hendrix, Jim Morrison, Brian Jones, Janis Joplin y Kurt Cobain cuando murieron a causa directa o indirecta de sus excesos con las drogas y el alcohol.
De todos esos muertos célebres, probablemente la única con la que Amy podría ser comparada es con Janis Joplin. Juntas, la rubia sosa de Texas y la flaca de extraño peinado de Candem Town, se dividen fifty fifty el patrimonio de las mejores voces del planeta. Ambas presumían o padecían una imagen estrafalaria y las dos no demostraban quererse mucho a sí mismas. Estas similitudes, sin embargo, no resultan suficientes para banalmente poner a todos esos artistas en la misma bolsa y largarse con ello a aseverar cosas como “Se veía venir”, “Se lo buscó”, “Un nuevo fichaje para el Club de los 27”.
Se sabe que cuando la industria mediática y discográfica intenta meter a varios artistas en la misma bolsa, esa bolsa es de dinero. Cuánto más vende ahora Michael Jackson, a quien nadie pelaba antes de su fallecimiento, cuánto más factura la pobre Winehouse a apenas una semana de su trágica desaparición.
Esa es la trampa en la que no conviene caer: cuanto más nos creamos el cuento de la artista torturada, mejores y más grandes cifras acompañarán la anunciada salida del nuevo disco de Amy. Al fin y al cabo, como ya anunciaron los representantes de su sello, la cantante dejó bastante material grabado.
Según lo publicado por The Guardian, “dejó más de una docena de canciones grabadas inéditas, que podrían ser publicadas de forma póstuma”. Como para curarse en salud, el periódico aclara que “aún es muy pronto para que los padres decidan qué hacer con ese material, pues están pasando por un momento de duelo”: una metafórica y muy sutil forma de presionar desde los medios y antes los fans a la familia Winehouse.
Es verdad, por ahora Mitch, Janis (la madre) y Álex (el hermano) sólo pueden llorar la muerte del ser amado. Aun cuando las causas del fallecimiento todavía no han sido esclarecidas (se habla de la mezcla letal de una píldora de éxtasis con alcohol), la visión de la familia es coincidente en el sentido de que Amy estaba pasando por una buena época, gracias a su novio, el director de cine Reg Traviss. “Él la ayudó con sus problemas y Amy miraba hacia delante para tener un futuro juntos. Estaba más feliz de lo que había estado en años”, dijo el padre de la cantante, que hablaba por teléfono tres veces al día con su hija.
También dijo que el problema más grave de Amy no eran las drogas sino el alcohol.
“Estaba luchando duro contra la bebida y había completado tres semanas de abstinencia”, agregó.
Una cruel ironía que echaría por tierra todos los esfuerzos de la industria para convertir a Amy Winehouse en otro rentable objeto de consumo, basado en sus tragedias personales, es el rumor que crece: la cantante habría muerto por no beber y no por hacerlo a saco como era su costumbre.
“La abstinencia hizo que su cuerpo sufriese un ataque, y se cree que éste fue el causante de su muerte”, comentó una fuente no identificada. La policía inglesa, en tanto, ha pedido prudencia y no hacer conjeturas hasta que no se tengan los resultados de la autopsia.
No han faltado las voces anónimas que alimentan las agencias de información con dimes y diretes de difícil comprobación: “Que la vieron comprando drogas el viernes a la noche”, “Que estuvo bebiendo desmesuradamente y tomando drogas en los días previos a su muerte”, etcétera, etcétera. Su padre, en cambio, insiste con la versión en contrario: “Los doctores le aconsejaron a Amy dejar gradualmente el alcohol y evitar los atracones de comida a toda costa. Pero Amy dijo que no podía hacer eso. Era todo o nada y lo dejó por completo”, precisó.
Por ahora, nadie sabe realmente qué hizo Amy Winehouse después de visitar a su doctor a las 8 de la tarde y antes de ser hallada muerta a las 4 del día siguiente.
De todos modos, el cuerpo de la cantante no desbordaba salud y en este contexto es poco relevante determinar si fueron sus últimos o sus primeros excesos lo que le quitaron prematuramente la vida. De hecho, en 2008, cuando tenía apenas 24 años, a Amy le fue detectado un enfisema pulmonar, una enfermedad, como se sabe, irreversible.
Nacida para cantar
¿Y yo por qué? Bien se ajusta la prosaica frase para entender lo inexplicable: érase una niña de familia judía, con padre taxista y fanático del jazz, que creció oyendo los dolientes himnos del desamparo en la voz de Dinah Washington, Frank Sinatra y la eterna Billie Holiday.
Quiso el azar que fuera su alma la primera tocada por la música que llega del fondo de los tiempos. Más tarde fue su garganta prodigiosa, el mismo órgano que la sostuvo en pie hasta los 27 en que dijo adiós para siempre. Dicen los que compartieron con ella la Escuela de Teatro de Susi Earnsh, en la que Amy se inscribió cuando tenía apenas nueve años, que la muchacha no se podía quedar callada en clase. Cantaba y cantaba…esa era su única ley.
Porque otros reglamentos no había para la Winehouse. Una atribulada Sylvia Young, directora de la escuela de teatro que lleva su nombre y de la que Amy fue expulsada, contaba cómo le pedía a diario que se sacara un piercing que se había puesto en la nariz, cuando tenía apenas 12 años. “Yo le decía, Amy, sácate ese piercing. Ella me obedecía y cuando yo me daba vuelta, se lo volvía a poner”, recordó compungida.
A los 13 años, Amy, nacida el 14 de septiembre de 1983 y a quien su padre llamaba “la mejor”, recibió su primera guitarra y desde entonces no paró.
Desde el punto de vista musical, el legado de Amy es magro: apenas dos discos, uno de ellos perfecto, como dijo la crítica en todo el mundo, y un futuro artístico que la cantante no alcanzaba a ver con claridad luego de su rotundo éxito global.
“No era un aura especial de artista maldita, era un chica de 27 años con graves problemas con las drogas, con un amor destructivo, con una comandilla de periodistas acampados a la puerta de su casa londinense”, escribió Alfonso Cardenal en el portal de música Sofá sonoro, haciendo hincapié en lo que ya se conoce y no por ello hay que dejar de mencionar: los medios ingleses, conocidos por su falta de compasión y humanidad (¿Remember caso Murdoch y News of the world) se reían de ella a mandíbula batiente, tanto en los periódicos como en los programas de televisión, por caso el famoso late night de Graham Norton en la BBC, quien constantemente hacía mofa de la cantante.
Se rió también de ella la serie Family Guy. En un capítulo del mismísimo 23 de julio, día del fallecimiento de la cantante, el productor de la serie preguntó si alguien sabía si Amy estaba muerta o no. Al parecer, el hombre no había leído las noticias ese día.
En su propio funeral, dos dizque humoristas brasileños, Daniel Zukerman y André Machado, se colaron haciéndose pasar por dos buenos amigos de la cantante. Ambos fueron captados por multitud de fotógrafos, ante los que fingieron estar muy afectados.
La pobre Amy, que ya no puede quejarse de nada, sólo consiguió burlarse del español Enrique Iglesias. Fue en una fiesta conjunta que organizó la disquera de ambos en junio de 2010, donde entendiblemente la cantante no pudo dejar de reír mientras Iglesias acometía una de sus “canciones”.
Amy sufría mal de amores, obligada como estuvo a separarse de Blake Fielder, el marido pendenciero y adicto que, según el padre de Winehouse, la introdujo en las drogas.
Últimamente su corazón parecía haber sanado gracias a los buenos oficios de un novio de película, el joven director de cine Reg Traviss, todo un caballero que le prohibía fumar y beber y, según los amigos de Amy, había hecho de ella “una nueva persona”.
En 2008, la cantante fue votada como el ídolo más relevante para los jóvenes británicos, superando a la madre Teresa de Calcuta y a la célebre enfermera Florence Nightingale. Ese mismo año Bryan Adams le escribió la canción “Flower Grown” que explica los peligros de las drogas, en un intento de ayudarla con su adicción.
En su funeral, su padre la despidió con las palabras: “Buenas noches, ángel mío, que duermas bien. Tu papá y tu mamá te quieren muchísimo”.
Dios, como se sabe, está ahora cantando una melodía soul.
La heredera
La última aparición pública de Amy Winehouse fue en Camden, durante la celebración del iTunes Festival. Apareció por sorpresa, tres días antes de morir, en el concierto de Dionne Bromfield, su ahijada musical. La diva de soul presentaba buen aspecto y bailó y cantó maravillosamente sobre el escenario. Los medios y los fans han puesto ahora los ojos en Dionne, a la que comenzaron a llamar “La heredera de Amy”. Se trata de una cantante negra nacida en 1996 en Londres que debutó con el disco Introducing Dionne, en 2009. Con melodíaas soul con toques reggaes y cierta similitud vocal a la de Amy Winehouse, en su disco debut hace un cover de la gran canción de Marvin Gaye y Tammi Terrell, “Ain't No Mountain High Enough”.
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