miércoles, 6 de julio de 2011

ESPOSOS Y ESPOSAS DE LA POLÍTICA


La historia del mundo comprueba que si bien puede haber política de altas dimensiones ejecutada por hombres y mujeres célibes, lo común –y más interesante, sin duda- es que muchas de las decisiones que cambian la vida de una comunidad, crecen al calor de las sábanas matrimoniales, se cuecen en la desatada pasión de los amores prohibidos.

No todo es sexo, claro, también hay mucho de soporte moral en las relaciones de pareja que apuntalan o medran a los poderosos. Para decirlo en buen romance, alguna vez el jefe de gobierno o la ministra regresan al hogar y dirimen sus cuestiones existenciales en un sistema donde la posición de mando cede lugar a la vulnerabilidad que cobra forma en un par de viejas y cómodas pantuflas.

Si el compartir lecho y mesa de desayuno tiene o no implicancia en las decisiones de gobierno, es cuestión que ha sido largamente analizada por politólogos, sociólogos, historiadores, periodistas. Tantas y sesudas investigaciones, sin embargo, no alcanzan para establecer un patrón único de comportamiento. A la hora de la hora, hay de todo, como en botica.

Los casados cazados

De esos matrimonios donde el calor del tálamo conyugal hizo mucho para virar los destinos no sólo de un país, sino hasta de un continente, la historia tiene un ejemplo paradigmático. En la Inglaterra del siglo XV, cuando el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón atravesaba sus primeros y buenos tiempos, mucho antes de que la sufrida reina española se viera despojada de todos los honores por su déspota y mujeriego esposo, la monarca oficiaba como embajadora no oficial de los designios de su padre, el rey Fernando.

El regente de Castilla y máxima figura del reino de Aragón resultó ser un traidor que no sólo se mofaba de los arrebatos de su joven e inexperto yerno, sino que también obró en su contra, aliado con el emperador Maximiliano de Austria y Luis de Francia. Mucho tuvieron que ver los cantos de sirena que entonó en los oídos de su inocente hija, para que Enrique VIII hiciera una malograda incursión en los reinos de Francia y sufriera un primer fracaso militar cuando la prometida ayuda española comenzó a brillar por su ausencia.

¿Cuál hubiera sido la historia de Inglaterra si el rey hubiera seguido escuchando los consejos de Catalina o si esta no se hubiera dado cuenta a tiempo de las maniobras de su astuto progenitor?

Por suerte o para desgracia de la dinastía Tudor, apareció Thomas Wolsey en la esfera íntima del monarca y Enrique, que ya había partido a calentar lechos que le hacían más ilusión que los que ocupaba la reina, dejó de compartir las cuestiones políticas con Catalina.

La indiferencia del consorte

A veces, los gobernantes se casan con personas a las que el poder les vale un cacahuate, por decirlo en buen francés. Resultan ser seres casi anónimos que viven o casi vegetan a la sombra del árbol que riega el cónyuge poderoso. Suelen ser personas no muy bien vistas por el ojo público, una maquinaria voluble si las hay.

También en la vieja Europa vivió un matrimonio desparejo donde la reina Catalina de Navarra se desesperaba por la parsimonia de su marido, Jean d'Albret, un hombre más inclinado a la poesía que a las guerras y al que, la verdad, le daba mucha flojera tener que salir a defender su reino. Resultado de sus escasas dotes para la política, en un sistema donde debía ser el monarca quien tomara las mayores decisiones, el matrimonio debió ceder Navarra a la corona inglesa y refugiarse en Francia.

Más acá en el tiempo, poco brillo tuvo el atosigado marido de la Dama de Hierro Margaret Thatcher, que gobernó Gran Bretaña entre 1979 y 1990. Sir Denis, que así se llamaba, falleció en 2003 sin haber dejado nunca de ser satirizado por la opinión pública inglesa, que lo consideraba un esposo sumiso, aficionado al golf y a la ginebra y en quien la feroz mandataria solía descargar toda su ira.

Los dos al poder

De aquellos matrimonios donde los dos miembros son aficionados al poder, hay más ejemplos. No hace falta hurgar mucho en la historia para caer en la cuenta de que Bill Clinton no lo tendría fácil en su regreso a casa, toda vez que allí lo aguardaba la implacable Hillary, la actual canciller estadounidense.

Poco faltó que la dama rubia de eterna sonrisa apellidada Rodham llegara a la silla presidencial. En el camino se le cruzó Barack Obama, como antes, en tiempos negros de su profuso pasado político, tuviera que vérselas con una ambiciosa becaria de la Casa Blanca. La tal Monica Lewinsky casi hace trastabillar su matrimonio, amén de perjudicar el gobierno de su marido, con quien mantuvo un sonado e inolvidable affaire. Es tanta la conciencia del poder de Hillary, que “perdonó” a su esposo y hoy aparece tan campante como miembro activo del gobierno de Obama.

Guardando las dimensiones del caso, otro matrimonio, esta vez local, parece estar galvanizado y crecido a la luz de los incendios del poder. Nadie podría pensar, a fuerza de ser sinceros, que en el caso de que el político metropolitano René Bejarano llegara a ejercer como jefe de gobierno de la ciudad o, por qué no pensarlo, como presidente de la República o ministro de la Nación (en política todo se vale y todo depende de la correlación de fuerzas dominante), su mujer, la incombustible Dolores Padierna, iba a quedarse tan tranquilita en Los Pinos, renovando la vajilla o bordando manteles.

Si al revés fuera, si la potente dama perredista, con cuyo marido sorteó las hecatombes derivadas del “Escándalo Ahumada” a mediados del 2000, fuera designada para un cargo público, no sería Bejarano el que se mantuviera en las sombras, recatado, sin opinar sobre la función de gobierno de su mujer.

Tal como sucedía con el matrimonio Kirchner en Argentina, la dupla Bejarano-Padierna funciona como un tándem y es muy difícil medir cuánto hay de él en ella o viceversa.

El amante incómodo

No faltan entre los políticos, aquellas parejas un tanto revulsivas y hacia las que suele cargarse todo el peso de las malas decisiones de gobierno. Se trata de personas que aparecen sorpresivamente en la vida del funcionario público y asumen la extraña virtud de transformarlo todo.

Nadie olvida a la esposa del ex presidente mexicano Vicente Fox, la inefable “Marthita” Sahagún, una extraordinaria figura de la política local, que no sólo fue vocera oficial de su marido, sino que también logró doblegar las reticencias de él al matrimonio y se casó con “Chente” en 2001, a un año del triunfo electoral del candidato panista.

Incansable en su afán de protagonismo, Sahagún llegó a ser prácticamente una presidenta alterna y durante el hoy tan criticado gobierno de Fox, mucha gente se preguntaba cuánto había de Martha en las decisiones que tomaba el mandatario.

Implacable y feroz, estuvo a punto de ser candidata a presidente, decidida como estaba a suceder en el gobierno a su marido, un sueño que se tronchó por las enormes resistencias partidarias y también por las sospechas de corrupción y enriquecimiento ilícito que aún hasta la fecha acompañan a sus hijos.

Otro caso de amante incómodo, esta vez casi trágico, fue el que protagonizó la ex jefa de gobierno de la ciudad, Rosario Robles con el cuestionado empresario argentino Carlos Ahumada.

“Cometí el error de relacionar lo personal con lo político”, dijo Rosario en su libro Con todo el corazón, refiriéndose al romance vivido con quien fuera propietario del grupo Quart, del equipo de fútbol mexicano León y del desaparecido periódico El Independiente.

“Fue un error garrafal haber mezclado mis sentimientos con los negocios. Fue un suicidio”, dijo a su vez Ahumada en su Derecho de réplica.

Si los negocios del empresario crecieron al abrigo de lo que, según rumores, se constituyó en un amor apasionado típico de un culebrón de la tarde, la historia carece de registros en tal sentido.

Robles nunca fue enjuiciada por supuestamente haber favorecido a Ahumada, quien saltó a la fama a través de unos videos donde se lo veía sobornando a funcionarios públicos del Distrito Federal.

Lo que es cierto, es que uno de los mejores cuadros de la izquierda mexicana y a quien en la cumbre de su accionar político, comenzaba a vérsela como una presidenciable, debió retirarse a cuarteles de invierno y asumir los altos costos de un amor truncado y prohibido.

La vergüenza de Marcelo

¿Qué le pasaría a usted si fuera un adusto jefe de gobierno, poco dado a las expresiones públicas de euforia o emoción desbordada y en un solemne acto político, su esposa o esposo brindara un discurso incoherente en aparente estado de ebriedad, llamándolo “amor mío” ante decenas de periodistas y cientos de ciudadanos?

Marcelo Ebrard, el serio y formal mandatario capitalino, habrá pensado: “Esto no me puede estar pasando a mí” cuando su hoy ex esposa, la actriz y pintora Mariagna Pratts, aprovechó la ceremonia de colocación de la primera piedra de lo que será el Centro Comunitario en San Juan Ixtayopan, en Tláhuac, para explayarse sin inhibiciones, mostrándose desatadamente informal y poco clara, mediante palabras u oraciones tan pintorescas como cuando, refiriéndose a los arquitectos con los que había trabajado para el proyecto, dijo “agarrándose del chongo, del molcajete y a sartenazos para este proyecto del Centro Comunitario!… Levanten las manitas, no los veo. ¡Ay…!”.

Al día siguiente, la prensa tituló: “Aparece otra Primera Dama protagónica”.

El vaticinio duró poco porque en abril de este año, Ebrard anunció el divorcio de Pratts.

No se sabe si el jefe de gobierno llegó a la conclusión que hay veces en la vida en las que conviene estar mejor solo que mal acompañado, lo que sí se conoce es que de prosperar las ambiciones presidenciales de Marcelo, por primera vez en la historia de México no habrá una Primera Dama acompañando al máximo mandatario.

Deshojando la margarita

“Cargaré con los costos morales”, dijo el presidente Felipe Calderón durante el diálogo que mantuvo en El Alcázar con el poeta Javier Sicilia. La frase más o menos textual del primer mandatario de gobierno fue como decir “Seguiré en las mías y me la aguanto”. A su lado, la siempre discreta y medida Margarita Zavala guardó silencio. No sólo es una Primera Dama instruida y militante, sino también la madre de los tres hijos del presidente, la encargada de preservar la seguridad y armonía familiares.

Es curioso el caso de Zavala, una abogada siete años más joven que su marido, docente de Derecho y férrea militante del PAN. Curioso porque conforme decae la popularidad de Felipe Calderón, crece la de la Primera Dama.

Alejada de los fuegos artificiales del poder, en los primeros años del gobierno de su marido llegó a ser criticada por su aspecto un tanto descuidado en la vestimenta, hecho que corrigió hasta llegar a la sobriedad y elegancia que hoy la caracterizan. Fuera de esas críticas banales alimentadas por la liviana prensa rosa, no suelen aparecer artículos contrarios a Zavala y su imagen positiva ha hecho crecer los rumores: ¿Sería Margarita una buena candidata presidencial para el PAN? ¿Podría, en cambio, aspirar a la jefatura de gobierno en el Distrito Federal por su partido?

El primer mandilón

“Si Josefina Vázquez Mota accediera a la presidencia de México, su esposo, ¿sería el Primer Mandilón?” fue la divertida consulta de un foro de Internet que hacía referencia a la figura de Sergio Ocampo Muñoz, un licenciado en informática y empresario en la industria de la alimentación que está casado con “Chepita”, como le dicen, y que es el padre de las tres hijas que tiene el matrimonio.

El más agradable término de Primer Caballero correspondería a este hombre poco dado a las apariciones públicas y que se queda en casa cuando Josefina va de gira política. “Le paso mi agenda y él me marca adonde me puede acompañar”, declaró la candidata panista a un portal de Internet.

Ocampo, hombre discreto, no suele emitir opiniones acerca de la actividad política de su esposa, con la que le encanta ver películas, ir a misa los domingos y cocinar carne asada.

Los flashes de la tele

El 11 de enero de 2007, una noticia sacudió el ambiente político mexicano: en circunstancias que tardaron en aclararse (primero se manejó un suicidio, luego una muerte a causa de adicciones a las drogas), fallecía la joven esposa del gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto.

Mónica Pretelini, una licenciada en Historia del Arte, tenía apenas 45 años y, según su viudo y padre de sus tres hijos, en manifestaciones al periodista Jorge Ramos para su libro Los presidenciables, falleció a causa de los ataques de epilepsia que sufría en ese tiempo, algo que fue desmentido por la hermana de la fallecida, quien al semanario Nuestro tiempo declaró en 2008 que “murió a causa de una crisis nerviosa”.

Si bien hay fotos que muestran al gobernante con expresión compungida en el velatorio de su esposo y, aunque nadie duda de que quedar viudo a edad tan joven no resulta una circunstancia que pueda exigir una cara sonriente, los amigos y familiares de la pareja suelen dar cuenta de las grandes desavenencias existentes en el matrimonio.

Hay quienes afirman que vivían incluso separados. A cuatro años del fallecimiento de Pretelini, Peña Nieto es parco a la hora de recordar públicamente a su mujer, toda vez que es ahora el esposo de la actriz Angélica Rivera, un matrimonio que se concretó con gran pompa el 27 de noviembre de 2010.

Poco expresivo y con escasas cualidades para manejarse en público, el candidato por el PRI no se vio exento de rumores en torno a la “conveniencia mediática” de contraer lazos con una figura telenovelesca.

Si se concreta el mandato de Peña Nieto, Angélica Rivera sería la primera actriz en ejercer en México el cargo de Primera Dama, un puesto que en el plano internacional han ocupado celebridades como Eva Perón en Argentina y la princesa Grace Kelly en Mónaco. Sasha Montenegro, nombre artístico de la italiana nacida mexicana Aleksandra Asimović Popović, casada en segundas nupcias con el ex presidente José López Portillo, fallecido en 1982, fue la esposa oficial del mandatario, pero cuando éste ya no ejercía la función pública.

La SS de Manlio

Pocos políticos deben tanto al pasado, se han adecuado tanto al presente y aspiran tanto al futuro como el priísta Manlio Fabio Beltrones, un sonorense nacido en 1952 y que empezó a edad muy temprana en la carrera política. Sobreviviente de todas las batallas, esta verdadera fiera del poder parece haber ganado parte de su fuerza en el sólido hogar que formó, hace más de 30 años, con la jalisciense Sylvia Sánchez.

Psicóloga recibida en la UNAM, el único cargo político que ocupó la esposa de Beltrones fue el de presidenta del DIF de Sonora entre 1991 y 1997, cuando su marido fue gobernador de aquel Estado.

Sylvia es una de las esposas a la vieja usanza, resignadas con gracia y aparentemente sin conflicto a las rutinas que impone la actividad política a la que su cónyuge dedica la mayor parte de su vida. Tanto así que se casaron en 1978 en día franco (el que festeja a las madres), porque era la única jornada que tenía libre el novio.

Aficionada a las labores benéficas (dirige su propia Fundación), tuvo con Manlio una única hija que lleva su nombre y que hoy es una joven funcionaria del PRI.

Si Beltrones llegara a la presidencia, no tendría que llamar la atención la aparición de su mujer en las páginas de papel couché de las revistas de sociales, pues es algo a lo que ya es muy aficionada. Lo curioso sería verla participar en algún acto político.

La sombra gris del “Peje”

Las declaraciones de la joven periodista Beatriz Gutiérrez Müller, nacida en Puebla en 1969 y casada en segundas nupcias con Andrés Manuel López Obrador, cuando dijo aquello que le daba igual si su marido se convertía en presidente de México, resonaron con fuerza en los medios políticos nacionales.

La mujer, de rostro franco y amable, de serena belleza y sólida formación académica (Estudió la licenciatura en comunicación y es maestra en Letras Ibéricas por la Universidad Iberoamericana), está convencida de que una Primera Dama sólo puede ser “la sombra gris” del mandatario y es reacia casi enfermizamente a cualquier aparición pública ligada con su ilustre esposo.

Madre del cuarto hijo de político de izquierdas (un niño nacido en el 2007), la también novelista llenó el vacío que dejó la muerte de la primera esposa de AMLO en 2003, con la que estuvo casado durante 23 años y con la que procreó tres hijos.

En 2008, la periodista Katia D’Artigues se refirió, en su columna de El Universal, a un presunto divorcio entre Beatriz y Andrés Manuel. Pareció ser sólo la crónica de una crisis que, en apariencia, los involucrados superaron, pues el matrimonio por ahora sigue junto, aunque viven en casas separadas.

El huracán Paulina

Mucho glamour y demasiado dejar pasar algunas situaciones (como la aparición de una hija fruto de una relación extramatrimonial con la actriz Edith González) que otras mujeres en su lugar no hubieran aceptado, caracteriza el temple de la joven y bella Paulina Velasco, actual esposa del panista Santiago Creel.

De formación ultracatólica, al igual que su marido, espantó a sus ex profesores de la Universidad Anáhuac cuando decidió irse a vivir con Creel, sin pasar antes por el registro civil y luego de que el político diera fin a su matrimonio de 20 años con Beatriz Garza Ríos, dueña de la Hacienda de los Morales y con la que procreó tres hijos.

Paulina, otra chica joven casada con un político maduro (ella tiene 33, él 56), no parece estar muy interesada en la política y más bien comparte con su esposo la debilidad por las revistas del corazón, donde les encanta salir.

También mostró los dientes y las uñas cuando entró como un huracán a la Suprema Corte de la Nación en 2007, oficiando como Directora de eventos y cobrando un sueldo mensual de 50 mil pesos.

Hoy, Velasco es la madre del quinto hijo del candidato panista (una niña que lleva su nombre), con el que se casó el 18 de diciembre de 2010. (Especial para sinembargo.mx)

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