domingo, 17 de julio de 2011

LA MUERTE DEL CANTOR


Era un anciano. Estaba casi ciego. Había sobrevivido a un cáncer de páncreas y a la muerte en un accidente de avión de su primera esposa y su hija. Fue asesinado a tiros cuando iba camino al aeropuerto La Aurora, en Guatemala.

Pocas noticias conmocionaron tanto como la muerte violenta de Rodolfo Enrique Facundo Cabral, quien había nacido el 22 de mayo de 1937 en una calle, como decía él, de la ciudad de la Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires.  

Venido al mundo en un hogar destrozado por el abandono del jefe de familia, con una sufriente madre de otros siete hijos, la infancia de quien conociera la fama internacional como cantautor con el nombre acotado de Facundo Cabral, fue propia de una escena del neorrealismo: pobre, casi miserable.

Tal vez por eso, a sus 74 años, deambulaba todavía por el continente cantando sus coplas entre místicas, filosóficas y teñidas siempre con una pátina de ironía y provocación, una muestra del espíritu joven que lo acompañó hasta su muerte.

Trabajar hasta el final, previendo un retiro anunciado, convencido de que “si los malos supieran que buen negocio es ser bueno, serian buenos aunque fuera por negocio”.

Lo mataron los malos en un confuso atentado que el propio presidente de Guatemala, Álvaro Colom, describió como “una maniobra de la mafia, muy bien organizada”. Las investigaciones apuntan a que el verdadero destinatario de los proyectiles era el empresario que lo había contratado para dar sendos conciertos en Guatemala y Nicaragua, adonde se dirigía el cantautor cuando encontró la muerte.

Henry Fariña, que sobrevivió al atentado, es ahora el testigo clave para una justicia que ya tiene a varios detenidos (ver recuadro), aunque el estado de gravedad en que se encuentra impide por ahora tomarle declaraciones.

La vida fascinante  de quien escribió aquello de “no soy de allí, ni soy de allá” se truncó por un hecho tan fortuito y azaroso como tan imprevisible fue su larga existencia, condenada desde el principio a una lucha feroz por la supervivencia.

Los apuntes más destacados de su biografía narran el hecho increíble de su niñez, cuando con apenas nueve años logró entrevistarse con Juan Perón y su esposa, Eva Duarte. Había escuchado Facundo que el entonces presidente de Argentina ayudaba a los pobres y no dudó en escaparse de su casa para emprender una larga travesía a la Capital Federal.

“Pedía trabajo y no limosna”, contó Cabral en un reportaje muchos años después. La súplica caló hondo en el corazón de la Primera Dama y fue así como Facundo consiguió trabajo para su madre y una nueva casa para su numerosa familia.

La película de una vida dura

Alcoholismo a edad prematura, encierros en reformatorio, un carácter violento que lo llevó a la cárcel a los 14 años, el encuentro con un cura jesuita que lo hizo estudiar y lo aficionó a la literatura: la vida de Facundo Cabral parece haber estado escrita por Edmundo de Amicis, una novela emotiva que pudo ser trágica y que desvió el rumbo hacia campos más propicios cuando, en 1954, con apenas 17 primaveras encima, escribió su primera canción “Vuele bajo”.

“A mí me salvó la música, yo hubiera sido fácilmente un delincuente, odié como nadie, pero me salvó la canción. No tengo una gripa, es cáncer, pero está bien, yo estoy feliz y no es tan grave”, dijo en México el año pasado.

“Lo recordaré como un buen tipo, el más cordial de todos, pero la muerte es la muerte y debemos aceptar esta noticia terrible con dignidad”, dijo su colega, amigo y compatriota Alberto Cortéz (juntos hicieron durante varios años el espectáculo Lo Cortez no quita lo Cabral).

Otro artista argentino, el cantante Jairo, lo recordó “como un andarín carismático y encantador”. Es cierto. Cabral no tenía una vivienda fija, paraba en hoteles y nunca dejaba de girar. Hay músicos así, que no pueden dejar de dar conciertos, tal como lo reveló el guitarrista de los Rolling Stone, Keith Richards, en su autobiografía.

El artista que decía “no estás deprimido, estás distraído” gozaba en sus últimos años de gran popularidad en Centroamérica. Su público en Argentina se había restringido un poco a raíz del discurso ultra - místico que cultivaba Cabral en sus espectáculos.

Siempre había buscado a Dios, sin suscribirse a alguna religión en particular, hablando del Sermón de la Montaña y de la amistad personal que mantuvo con la Madre Teresa de Calcuta, pero en la vejez, sus invocaciones al Creador eran la parte central de sus shows. Eso sí, no había perdido el humor filoso y mucho menos esa verborragia encantadora que llamaba a silencio a todos los espectadores ocasionales que se deleitaban escuchándolo.

“No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque tiene 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein interpretaba como nadie a Chopin a los 90”, decía. Él tenía 74, se vestía con pantalones de mezclilla, tapaba sus dañados ojos con unos coquetos anteojos rojos al estilo Lennon y conservaba la columna vertebral erguida, la cabeza fresca y atenta, el modo enérgico y solidario de dirigirse al prójimo.

“No hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto no puedes ser dueño de nada”, también decía el hombre que carecía de propiedades y que llegó a donar 1 millón de dólares a la Madre Teresa de Calcuta, a quien veneraba.

La conoció cuando ella lo llamó a un programa de televisión en México en los ´80, donde le estaban haciendo una entrevista al cantautor. Pidió salir al aire, para sorpresa de los productores, del conductor del show y del propio Facundo, quien cuando terminó su participación televisiva corrió a encontrarse con la monja, que estaba de visita en el Distrito Federal.

Años después, cuando la Madre Teresa de Calcuta se enteró de la tragedia personal que asolaba al cantautor, quien había perdido a su hija y a su esposa en un accidente aéreo, lo llamó por teléfono para preguntarle qué iba a hacer con todo ese amor que le sobraba y lo invitó a Calcuta.

“Cada vez que yo entraba a la casa de la Madre Teresa, sentía que Dios recién había salido. Una señora, impresionada por verla bañar a un leproso, le dijo: yo no bañaría a un leproso ni por un millón de dólares, a lo que Teresa contestó: Yo tampoco porque a un leproso solo se lo puede bañar por amor”, contó Cabral.

En su constante desapego, también se alegraba por la piratería y porque la gente pudiera bajar música gratis de Internet. “Ahora hay más gente que puede conocer mis canciones”, decía.

Amor a la mexicana

Facundo Cabral vivió en México durante los cruentos años de la dictadura. Su exilio fue forzoso y residió en este país entre 1976 y 1983. Aquí desarrolló afectos entrañables, pero sobre todo se ganó la fidelidad de un público que reía con sus ocurrencias y se sentía identificado con sus canciones.

Fue amigo de José Alfredo Jiménez, quien lo llamaba “Fecundo Cabrón”.

“Un día estaba en un programa con Jacobo Zabludovsky y la segunda llamada que entró al aire fue la de él (José Alfredo). Dijo: ‘Jacobo dile a ese señor que quiero ser su cuate’ y casi me desmayo, porque la gran mayoría de las canciones mexicanas que se conocen en el mundo son de José Alfredo”, contó Cabral en una conferencia de prensa llevada a cabo en León, Guanajuato, en 2010.

José Alfredo lo molestaba con la canción “No soy de aquí ni soy de allá”. ¿Por qué la hiciste tú? La tendría que haber compuesto yo, le decía el guanajuatense, a lo que Cabral respondía: Bueno, entonces yo tendría que haber escrito “El rey”.

Su llegada a México, con 17 dólares en el bolsillo, fue en 1972. No conocía a nadie y e paró en la puerta de Televisa. Fue Jacobo Zabludovsky quien se paró a escucharlo e inmediatamente lo invitó a su noticiero. Al principio iba a cantar en un solo bloque y al final se quedó durante toda la emisión. Al día siguiente ya tenía contrato con una disquera y una carrera profesional en ciernes.

Quería terminar su carrera en este país, al que venía cada año a dar conciertos, tanto en la capital como en el interior.

Hombre de letras

Facundo Cabral no era un intelectual ortodoxo, pero sabía mucho de literatura y amaba los libros. Escribía con pasión, no sólo canciones, sino también poesía y los textos que narraba con voz clara y precisa en sus presentaciones.

Dialogó con Krishnamurti, fue amigo de Juan Rulfo, de Julio Cortázar y de Jorge Luis Borges. A este último lo visitó su departamento en Buenos Aires. “Señor Cabral, usted sabe más de mi vida que yo, abra esa cómoda y encontrará muchos manuscritos lléveselos, se los regalo”, le dijo el gran escritor.

“Cuando le pregunté a Borges porqué no había libros suyos en su biblioteca, me dijo: porque sigo teniendo el hábito de la buena lectura. Cuando le pregunte qué le había parecido Arreola, que acababa de visitarlo, me dijo: es un verdadero caballero, me dejó dos o tres silencios”, contaba Cabral en una de sus famosas anécdotas ante el público.

En Ciudad Obregón conoció a Erich Fromm, el autor de El arte de amar. “Fue una luz. Iluminó un montón de rincones que no conocía. Fue como estar frente a un espejo mucho mejor que yo”, dijo Facundo.

Quería a Octavio Paz, a Julio Cortázar, a Nacha Guevara, a Walt Whitman y le costó vivir sin Borges.

“Estaba tomando sopa con mi madre. Mi madre lo amaba: no me olvido nunca de eso. Estábamos comiendo una sopa de sémola y sale un gran amigo nuestro en la radio, un hombre importante de la radio argentina, que además estuvo bastante cerca también de Borges, y dijo: “Hoy odio mi oficio. ¿Por qué me tiene que tocar a mí decir que Borges murió en Ginebra?” Y mi madre no dejó de tomar la sopa y dijo: “¡Caramba! Ahora sí que vamos a ser pobres”. Esa fue una muerte terrible para mí, porque no se puede suplantar tanta inteligencia. Ahora hay que esperar otro siglo y yo me lo pierdo”, contó en una entrevista.

El adiós

Alguien podrá decir que la muerte trágica de Facundo Cabral sirvió para hacerlo un mártir ante los ojos de quienes lo amaban y ahora lo amarán más todavía. Sin embargo, nadie debería morir de esa manera, acribillado por delincuentes  impiadosos, dueños de la vida de la gente, tan comunes en nuestros territorios.

Hablar de que el horrendo asesinato convertirá a Facundo Cabral en un santo que venerarán las generaciones venideras es una paradoja tentadora, pero a la que no deberíamos suscribirnos.

Un hombre murió víctima de la violencia ciega que ronda por las calles y esquinas de Latinoamérica. Fue una coincidencia que ese hombre fuera famoso y para muchos un productor de obras que dieron consuelo y paz en sus horas difíciles.

Por otro lado, “llorar por la muerte es faltarle el respeto a la vida”, decía quien a lo largo de sus 74 años se dedicó a vivir con toda la pasión y muestra de ello es la serena firmeza y la dulce constancia con la que combatió al cáncer que padecía. 

Él, que no fue de aquí ni de allá, consiguió el título de Mensajero de la Paz por la ONU y el de Ciudadano Ilustre de la ciudad de Buenos Aires. En Argentina, su país natal, decretaron tres días de duelo por su muerte y lo propio hizo Guatemala, donde lo asesinaron.

“No hay muerte... hay mudanza. Y del otro lado te espera gente maravillosa: Gandhi, Miguel Ángel, Whitman, San Agustín, la Madre Teresa, tu abuela y mi madre, que creía que la pobreza está más cerca del amor, porque el dinero nos distrae con demasiadas cosas y nos aleja, porque nos hace desconfiados”. Palabra de Facundo

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