martes, 29 de septiembre de 2009

“Los Tudor” se quedaron sin el magnífico James Frain


La ejecución de Thomas Cromwell a manos de un verdugo con resaca que lo fue cortando en pedacitos, haciéndolo sufrir más de la cuenta, deja a la serie Los Tudor, que se transmitía los domingos a las 21:00 horas, por People and Arts, sin un actor exquisito que, probablemente, haya regalado en el rol del primer ministro de la corte de Enrique VIII la mejor performance de toda su carrera.

Se trata de James Frain, nacido el 14 de marzo de 1968 en la ciudad inglesa de Leeds y producto de la prestigiosa Royal Shakespeare Company, quien se diera a conocer internacionalmente en 1993 en la que la crítica dio en llamar la mejor película de Richard Attenborough, Shadowlands.

“Yo estaba en mi tercer año de la escuela de Arte Dramático y Attenborough estaba buscando un rostro desconocido. Hice una audición y cuando me llamaron para decirme que finalmente me habían dado el papel, no lo podía creer. Está claro que nunca terminé la escuela de teatro”, contó.

Frain, el mayor de ocho hijos, pasó su infancia y juventud en Hertfordshire y es famoso a ambos lados del Atlántico por su ductilidad interpretativa y, sobre todo, por la gran facilidad que tiene para los acentos. Prueba de ello es la candidatura que obtuvo en la categoría de Mejor Actor en el Festival de Venecia en 1995, por su atribulado rol de un terrorista irlandés en el polémico filme de Thaddeus O’Sullivan, Nada personal.

Otro justo reconocimiento es el premio al Mejor Actor de Reparto en Toronto por su desempeño en la genial Sunshine, de István Szabó, en 1999.

En 2005 participó junto a la monumental Jessica Alba en Into the blue (Azul extremo), de John Stockwell, filme en el que Frain, como buen británico, trató de mantenerse muy lejos del agua. “A los ingleses nos gusta permanecer adentro de los barcos y no somos muy aficionados a que el sol penetre en nuestra piel. Más bien adoramos el tocino frito y el humo”, declaró en la premiere.

Delgado, menudo, con un rostro contundente, de facciones duras y tiernas en partes iguales, el actor fue uno de los grandes ejes que explican el porqué del éxito de Los Tudor, creación de Michael Hirst que vio la luz en 2007 y para la que ya hay comprometida una cuarta temporada.

Es obvio que el gran motor de esta muy libre interpretación de la historia de la realeza británica es el portentoso irlandés Jonathan Rhys Meyers. Con su Enrique VIII sexual, déspota y asesino (todo lo resolvía cortándole la cabeza a quienes osaran enfrentarlo), el actor nacido en 1977 en Dublín conquistó al público televisivo, consiguiendo que el DVD con las dos primeras temporadas se convirtiera en uno de los más vendidos en el mundo.

Pero si en los primeros capítulos de la serie fue el santo Tomás Moro (interpretado soberbiamente por el inglés Jeremy Northam), el que hiciera de excelente contrapunto a Rhys Meyers, fue el mencionado Frain —junto al conde de Suffolk en la piel del extraordinario Henry Cavill— el que se robó la atención en la tercera temporada.

Thomas Cromwell no fue de ascendencia noble, pero con sus estudios de Leyes consiguió trabajar con el cardenal Wolsey y se convirtió en miembro del parlamento inglés. Nueve años, después tras ganarse la confianza del rey Enrique VII, fue nombrado primer ministro. Bajo su liderazgo, se llevó a cabo la reforma de la Iglesia anglicana. Aconsejó al rey Enrique reemplazar a Ana Bolena por Jane Seymour, la hermana de su nuera. Su suerte fue sellada cuando sugirió al monarca casarse con Ana de Cleves, a quien Enrique VIII detestaba. Como tantos hombres de la historia (y más de unos cuantos hombres y mujeres de esta corte real), el pico de su ascenso sólo fue superada por la profundidad y velocidad de su caída. En el curso de tres cortos meses en el año 1540, lo nombran primer conde de Essex, es víctima de una conspiración política y es enviado a la decapitación. Su cabeza hervida y erecta sobre una estaca, fue expuesta durante varios días en un puente londinense.

Todos los matices de un hombre que paulatinamente se va haciendo de un poder sin límites y que no duda en imponer su reforma religiosa, aun cuando esto le cueste la vida a miles de personas, son ofrecidos por Frain con una majestuosidad fascinante, propia de un actor con sus tablas, crecido a la luz de los escenarios teatrales.

Con modales austeros y gestos solemnes, el Thomas Cromwell de James recorre la serie sin perder nunca la calma y haciendo del silencio espeso su arma letal. La relación con el rey es reflejo de un vínculo enfermizo, como la que podrían tener dos leones puestos a dirimir fuerzas en un circo romano.

Dice Frain que la buena experiencia que representó haber estado en la serie consistió —sobre todo— “en lo bien que nos llevábamos entre nosotros todos los miembros del elenco”. Tal es así que a pesar de que ya ha sido ejecutado y que no estará más en Los Tudor, el actor sigue viendo a sus compañeros. “No puedo dejarlo del todo y hasta pensé que a último momento no me iban a cortar la cabeza, que me iban a hacer levantar para que pudiera seguir en la cuarta temporada”, bromeó.

Actor shakesperiano por antonomasia, Frain sueña con hacer de Hamlet alguna vez y ha se ha animado con el exigente Rey Lear durante una temporada en The Almeida theatre, en el King’s Cross de la ciudad de Londres. Se ha propuesto también hacer una obra al año “para no perder la mano” en su oficio, puesto que “jamás fue mi sueño convertirme en un actor de cine”.

En la cuarta temporada de Los Tudor, Enrique VIII engordará y se hará viejo. El joven y guapo Henry Cavill (Inglaterra, 1983) ya no tendrá la sombra de Cromwell sobre sus hombros y dará rienda suelta a su contradictorio conde de Suffolk. Los aficionados extrañarán, sin embargo, la presencia de James Frain, quien ya ha empezado a promover su participación en la esperada Tron Legacy, a estrenarse en diciembre de 2010.

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