sábado, 26 de septiembre de 2009

Llega a México la “Tarántula” de Dylan


“Sigilosamente, Dylan sigue aproximándose a la melopea musical que le ronda por el cerebro. Viaja a Nashville donde, con la ayuda de sus famosos músicos de estudios de la ciudad y varios amigos, graba abundante material. El circo dylaniano sólo se detiene por fuerza mayor: el sábado 30 de julio, Dylan sufre un accidente cuando circulaba con su moto (marca triumph 500) por las tranquilas carrereteras cercanas a Woodstock. A partir de entonces, el silencio”. La solapa de Tarántula, de Bob Dylan, escrita por el periodista español Diego Manrique ilustra un año definitivo en la vida de Robert Allen Zimmerman (EU, 1941).

Corre 1966 y el cantautor estadounidense, poeta al uso y figura insustituible de la cultura pop, ya es una celebridad.

Ese es el año en el que se da a conocer Blonde on Blonde, el séptimo disco de estudio del artista, a la sazón considerado uno de los mejores en la historia del rock anglosajón y uno de los mejores trabajos del autor de “Like a Rolling Stone”.

Son épocas duras, existencialmente atribuladas, en las que Dylan comienza a abandonar el corsé de la canción de protesta y se anima, aun a riesgo de ser llamado “Judas” por un sector de sus seguidores, a probar con un sonido eléctrico que definiría toda su obra posterior. Son tiempos, obviamente, de atizar en el fondo de la lengua para propiciar un discurso literario y cancionístico que refleje la esencia de su arte.

Bob Dylan era, entonces, en 1966, un esclavo de su afán experimentador y un obrero incansable en la tarea de construir su obra poética y musical.

Un accidente de motocicleta

En esa búsqueda artística y en el camino denso, oscuro y luminoso a la vez por donde uno de los grandes artistas del siglo XX iba labrando su personalidad compleja y enigmática, se cruzó la motocicleta ya mencionada para dar vuelta en forma definitiva la vida y el pensamiento de un creador fundamental.

Antes del accidente, Bob Dylan se había comprometido con la editorial Mac Millan a publicar su primer libro de “ficción literaria” o lo que luego se dio en llamar su “primera novela”.

“Hablamos de su libro, de sus expectativas y de cómo quería titularlo. Sólo sabíamos que era una obra en preparación, un primer libro de un joven cantautor, un tímido muchacho al que la fama lo había sorprendido, que escribía poesía y estaba teniendo un extraño efecto en muchos de nosotros”, recuerda el editor de Tarántula, libro que en una cuidada edición, con una acertada traducción de Alberto Manzano, acaba de traer la editorial Globalrhytm a las librerías mexicanas. Se trata entonces de un libro que fue firmado en 1966 y que, sin embargo, no vio la luz hasta 1971.

El mito literario

Una escritura automática muy propia del surrealismo en boga en los 60, con una sucesión casi inabarcable de imágenes sensoriales y crudas, ininteligibles en el primer plano de la razón, aunque plenas de una sustancia muy propia de un hombre que puede hacer con las palabras lo que se le antoje, dan rienda suelta a un Dylan que no esculpe las oraciones, ni las trabaja: sólo las vomita a 10 mil kilómetros por hora y ahí, lector, tú verás cómo le haces para entenderlo.

Aunque quién sabe si entender, comprender, sean valores a los que el Dylan de entonces e incluso el de nuestros tiempos (ese que cantó con su voz áspera e inconfundible ante el Papa Juan Pablo II), intente suscribirse con convicción.

Su arte en solitario y rebelde puede -y provocadoramente, también quiere- prescindir de las rutas plácidas y matemáticamente solubles.

Recorrer los intrincados pasadizos de un discurso enraizado en una idea dylaniana por naturaleza: “Yo acepté el caos, pero no estoy seguro de que él me acepte a mí”, es tocar la carne interna de un corpus lingüístico que exalta el individualismo a ultranza, celebra la locuacidad anfetamínica y reveladora de la primera juventud y no esconde el disgusto con el stablihsment ni con los valores predominantes de la sociedad de la época y de todas las épocas: “Me da igual lo que diga Bob Hop. No va a ir contigo a ninguna parte. Además, quizá John Wayne le haya dado una patada al cáncer. Pero mira qué pie tiene. Olvídate de esos tipos de Hollywood que te dicen lo que tienes qué hacer. Los indios los van a matar a todos. Nos vemos en tus sueños” o “¿Por qué tienes tanto miedo de tener vergüenza? ¿Por qué te da tanta vergüenza tener miedo?”, son sólo dos perlitas de las muchas que hay en la célebre Tarántula.

No es este libro, ahora a disposición de los mexicanos, el que dirimirá la cuestión de si hay que darle o no a Dylan el Premio Nobel de Literatura. Lo mejor del creador estadounidense está en sus letras. Sin embargo, esta novelita que no llega a ser novela, es como auscultar el cerebro de un hombre en plena efervescencia. No cualquier hombre, no cualquier cerebro.


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