jueves, 24 de septiembre de 2009

LAS HISTORIAS QUE CUENTA UN CUBANO CUANDO NO SABE BAILAR


El día en que Silvio Rodríguez vio un ovni (fue en México); las tumbas olvidadas del tuberculoso Pedro Junco (aquel que escribiera el bolero inmortal “Nosotros”) y del campesino y cantor Polo Montañez, muerto en la cima de su carrera musical a causa de un accidente automovilístico. Las mujeres mexicanas que amó Silvio Rodríguez, sobre todo la bailarina Tihui Gutiérrez, a quien el cantautor le escribió aquello tan hermoso de “Disfruté tanto tanto cada parte / y gocé tanto tanto cada todo”.

Los cubanos que en Cayo Hueso organizan un concurso de parecidos con Ernest Hemingway; los gatos de seis dedos que conformaron la raza “Hemingway”, una variedad gatuna que sólo vive en la casa que el escritor tenía en La Florida. La “cubanía”, sobre todo cuando esa característica nacional inasible declara tácitamente que las mujeres tienen cojones y que las madres amantes deben, por sobre todas las cosas, vigilar la salud del miembro viril de sus hijos.

Las leyendas de un pueblo parlanchín y nostálgico, como aquella que asegura que (otra vez) Silvio es el mayor mujeriego desde que Colón descubrió América en 1492, pero que a la hora de sostener en la cama lo que la fama internacional le ha otorgado, el hombre queda hecho jirones como su célebre playa.

Un canto de amor a través de 9 crónicas (que no diez) verídicas de la vida en la isla fue lo que construyó el periodista Ruibén Cortés (Pinar del Río, Cuba, 1964) en sus ociosas y angustiantes horas de desempleado.

El libro, titulado (cómo no) ¡Cuba, Cuba! y publicado por Cal y Arena, es un delicioso cuadro de costumbres de un pueblo que como bien dijo el cantautor argentino Gustavo Cerati la semana pasada: “No importa una mierda lo que pase con Juanes: los cubanos son lo más”.

Y siendo lo más, han tenido que conformarse con lo menos de una Revolución que por darlo todo dio educación y salud, para restar libertad, bienestar y diluirse, como dice Cortés, “en un doble bloqueo: por un lado el externo que desde hace años ejercen Estados Unidos y sus aliados y, por el otro, el interno de un gobierno institucional que teme a los jóvenes y no los deja ascender”.

Cortés, que desmiente su condición de cubano de postal y dice con cierta arrogancia que no sabe bailar y que, por tanto, se niega a ser el alma de la fiesta, es un periodista de raza que, siempre a instancias de su gran amigo y editor Rafael Pérez Gay, saca tiempo de donde no tiene para escribir libros ligados a su oficio. Antes de ¡Cuba, Cuba! escribió Crónicas de guerra, sus experiencias en Irak y Afganistán, prologadas por otro amigo entrañable, su compatriota Eliseo Alberto y 9 meses en la eternidad, la proverbial historia de aquellos mexicanos rescatados en las Islas Marshall y que, según contaron, habían permanecido todo ese tiempo a la deriva.

El haberse quedado sin empleo posibilitó que estas nueve crónicas vieran la luz en unas páginas donde el humor y la tristeza se reparten en porciones idénticas. Justo cuando Rubén iba a desarrollar la décima historia, consiguió trabajo y se hizo subdirector de un periódico.

Ser cubano de Cuba

—¿De quién se siente más compatriota: de los que están en Miami o de los que están en La Habana?

—Definitivamente de los cubanos de Cuba. No tiene sólo con haber nacido en un lugar específico, sino también con pensar de determinada manera. Siempre tienes una patria; cambias de papeles pero no de patria. Aquí en México llevo 14 años y pago impuestos, escribo de política nacional, ayudo a construir una sociedad, pero mi patria es Cuba. Mis recuerdos están allí. El problema del emigrado, precisamente, es que no tiene recuerdos del lugar donde está.

—¿Y eso es lo que les pasa a los cubanos de Miami?

—Voy mucho a Miami, me encanta, es un lugar parecido a Cuba, pero el cubano que llega allí inmediatamente adquiere una arrogancia que no la tiene normalmente el nativo. El cubano de Miami se siente en la necesidad de convertirse en un anticastrista furibundo y salir a la calle a romper los discos de Juanes.

—¿Y qué pasará con estas dos maneras de ser o sentirse cubano?

—Que tarde o temprano, como nada dura para siempre, un día -para bien o para mal- el sistema de gobierno va a tener que cambiar. Y ese día, los cubanos se van a unir, como lo hicieron los argentinos después de la dictadura o los españoles después de Franco.

—¿Se van a unir a través de eso que se llama “cubanía”?

—No te creas, ¿eh?. Quienes practican la cubanía, lo hacen de forma exagerada. Los cubanos que están en mi libro son personas como yo: muy normalitas. Por ejemplo, soy cubano y en mi vida he bailado. No soy el alma de la fiesta. Y lo que suele pasar con muchos emigrados es que exageran esas cosas típicas con que se asocia a nuestra nacionalidad, para ser aceptados e integrarse más fácil.

—¿Su libro es uno de amor a Cuba?

—Sí, por supuesto. Sobre todo a los cubanos que se quedan. Porque la verdad es que los que se van ahora, no lo hacen por temas políticos. Los que se fueron en los inicios lo hicieron porque Fidel les quitó el poder; luego se fueron los que sintieron que Fidel les quitó la Revolución. Y los que se van ahora, lo hacen porque quieren vivir mejor. Mi libro es para los que se quedan, no porque sean socialistas o comunistas, sino porque los colibríes hacen el nido en el patio de su casa y eso hace a su país el mejor del mundo. Aunque sea mentira, aquí, en el balcón de mi departamento, los colibríes también hace nido.

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