jueves, 24 de septiembre de 2009

EL SARCASMO Y LOS ASTEROIDES


No hay que meterse con Jon Stewart. Lo sabe casi todo el star system gringo y más lo saben los periodistas de política y de finanzas que tratan de cumplir la regla a rajatablas para no tener que verle la cara a este judío neoyorquino nacido el 28 de noviembre de 1962 con el nombre de Jonathan Stuart Leibowitz.

Actor, comediante, escritor y productor, es sobre todo un tipo que ha hecho del sarcasmo y del sentido común dos armas infalibles contra la ignorancia ilustrada de la que suelen enorgullecerse hasta el hartazgo los medios audiovisuales estadounidenses. Stewart es también el timón del The Daily Show, un ciclo de media hora donde se dedica a demoler la holgazanería mental reinante.

La serie en cuestión ha ganado varios premios Emmy y las consabidas escarapelas con que Gringolandia certifica el éxito, pero puestos a evaluar méritos, con Stewart uno suele tener la sensación de que se lo elogia por cualidades que son inherentes a su persona, algo así como los que dan galardones a los hermosos como si ser guapo tuviera que ver con una decisión propia, individual.

Jon es muy inteligente y su lógica resulta en varias oportunidades tan irrefutable, que al frente de su noticiero petardista produce una ilusión esquiva: uno cree que lo que él dice uno ya lo sabía o ya lo pensó. Tan natural es su discurso, tan fluida su narración, que parece que el que habla en la tele es nuestro primo avispado, el que viene a casa de vez en cuando, se toma toda la cerveza que hay en el refri y nos deja tres o cuatro máximas con las que cavilaremos el resto de la semana.

Tanta lucidez termina siendo demócrata y tanto meter el dedo en la llaga acaban por confinar a un tipo –este tipo- al rango de izquierdista con traje Armani, contumaz firmador de autógrafos con plumas Mont Blanc.

Sin embargo, este que fuera actor de películas románticas, que despuntara el vicio de presentador en la cadena MTV (cuando la MTV realmente era un producto televisivo con más aspiraciones que aspiradoras) y que cayera en 1999 al Daily Show como reemplazo de Craig Kilborn, es más que nada un señor moderno que no pierde el tiempo buscando un sitio confortable adentro o afuera de alguna cortina de hierro imaginaria.

Claro, eso no impide que un hilito de baba mefistofélico le haya caído por las comisuras cuando Bush nacionalizó la banca antes de irse a casa y terminara siendo, don dueño de Irak, más estatizador que el floripondio Chávez en Venezuela o el ya anacrónico Fidel Castro en Cuba.

Precisamente, a la islita querida se refirió Stewart cuando el flamante Obama hizo un gesto de acercamiento a los cubanos, permitiéndoles ahora mandarse dinero ilimitadamente y llamarse por teléfono hasta quedarse sordos de ambas orillas.

“Yo que ustedes, cubanos, me lo pensaría bien. Si alguna revolución han hecho en esa isla es precisamente demostrar qué buenos eran los automóviles americanos que se fabricaban en los 60. Si siguen estos acercamientos, es probable que los fracasados de Detroit que están llorando por la crisis automotriz que ellos mismos generaron con sus carros deficientes, los inunden con su basura de cuatro ruedas. Piensen, cubanos, piensen: los autos japoneses son mejores y los alemanes ni se diga”, dijo Stewart mirando fijo a la cámara, levantando las cejas y prodigándose en una de esas sonrisas letales que lo hacen sino guapo al menos encantador.

Alabando precisamente sus dotes de seductor y de tipo irresistible se presentó en el Daily Show la bellísima Anne Hathaway, quien le espetó a un sonrojado Stewart que muchas amigas le mandaban saludos y besos.

El inefable Jon, cual hijo dilecto de Woody Allen, le dijo, casi en un susurro: “Pero si yo soy un viejo decrépito, ¿quién me puede querer a mí?”.

No fueron precisamente las herramientas de la ternura las que Jon, que se interpretó a sí mismo en un capítulo de Los Simpson, esgrimió ante el famoso periodista económico Jim Cramer.

El susodicho Cramer, pocos días antes de que la Bear Stearns fuera tragada por la debacle económica, recomendaba apasionadamente a sus espectadores que compraran acciones de la compañía, hecho que Stewart como es obvio no dejó pasar.

Ataque y contraataque derivaron en la presencia de Cramer en el Daily Show, pero fundamentalmente en una conclusión de Jon que todavía tiene eco en los massmedia gringos.

“En estos momentos de confusión en la derecha estadounidense y de apocalipsis en Wall Street, CNBC está intentando ganar espectadores con fuertes críticas a los planes de Obama. Que esta campaña provenga de gente que hasta hace nada estaba afirmando que los gigantes de la economía financiera eran aún buenas oportunidades de inversión revela dónde hay que buscar su credibilidad. En la parte más profunda del baño de hombres, evidentemente”, dijo. Y cerró el debate.

Como buen hombre cómico y sarcástico, el coautor de America (The book), condujo en dos oportunidades los Oscar. “Ahora ando pidiendo la cabeza de Hugh Jackman que me quitó el trabajo”, suele decir en su show.

En sendas entregas de las estatuillas, Jon se dedicó a hacer lo que mejor le sale: desplegar un cinismo respetuoso y elegante que sirvió para campear el temporal por la huelga de guionistas en 2008.

Sin libretos y sólo a merced de su ingenio, Stewart se mandó perlitas como estas:

- "El Oscar cumple 80 años, por lo que es el candidato ideal para el Partido Republicano”

- "Si un negro o una mujer van a ser presidentes de EU. eso quiere decir que un asteroide está a punto de impactar contra la Tierra”.

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