sábado, 1 de octubre de 2011

FERNANDO VALLEJO, EL ARTISTA INJURIOSO


Dice Fernando Vallejo (24 de octubre de 1942 en Medellín, Colombia) que escribir es muy fácil. “Podría hacerlo indefinidamente”, admite este artista nato para el que el horizonte de la creación siempre ha planteado desafíos inconmensurables: dirigir cine, ser un gran concertista de piano, hacer una novela que lean muchos de sus congéneres y que le den cierta notoriedad entre sus pares.

Todo lo ha logrado este colombiano de voz atiplada, de suave decir aun cuando sus ideas firmes sobre temas comunes resulten polémicas y difíciles de escuchar.

Por estar en contra de muchas cosas y no callarlo, el recientemente galardonado con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2011 (honor que ha recaído ya en autores de la talla de Juan José Arreola, Nicanor Parra, y Antonio Lobo Antunes, entre otros) no le cae bien a tantas personas, sobre todo a aquellas que como él han nacido en tierra colombiana, digámoslo así: sus compatriotas.

De Medellín es, por ejemplo, el cantautor Juanes, alguien que baja la mirada cuando le preguntan si ha leído a Fernando Vallejo. “No me interesa para nada, siempre está en contra de todo”, dice el músico, un contemporizador nato, de esos que creen todavía en los mensajes optimistas que traen algunas canciones, sobre todo aquellas que él compone.

Poco le importaría al célebre autor de La virgen de los sicarios conocer a ciencia cierta la opinión que tiene de él el compositor de “La camisa negra”; al fin y al cabo, para Vallejo “Esa es una gentuza asquerosa. Eso no es música, nada de eso me llega al corazón. Juanes es una vergüenza de Antioquia”, como le ha dicho al periodista colombiano Sebastián Trujillo.

De música, Fernando puede hablar un rato largo. A su colega, el mexicano Juan Villoro, le confesó: “Lo que yo hubiera querido ser en la vida es músico, compositor. Pero como no tenía música en el alma, no me quedó más remedio que dedicarme a esas dos artes menores del cine y la literatura. Gluck y Mozart son lo máximo. Después sigue El Quijote.” Hace unos días, su amiga Elena Poniatowska, contó que en la casa donde vive Vallejo con su compañero de vida, el escenógrafo mexicano David Antón, “el piano ocupa el lugar de honor”. Será el mismo piano que, el recientemente fallecido escritor cubano Eliseo Alberto decía que “Fernando tocaba en un restaurante de La Condesa”. Modesto como es, será difícil que el autor de El desbarrancadero, la obra por la que obtuvo en 2003 el importantísimo premio Rómulo Gallegos, acepte que es un buen ejecutante del instrumento, pero al menos le gusta todavía dar fuertes opiniones musicales, entre ellas admitir que en estos días “me gusta más José Alfredo Jiménez que Mozart y la voz de Chavela Vargas que la de cualquier cantante de ópera, con excepción de María Calas”.

“Las voces de las cantantes de ópera carecen de personalidad. La Calas tenía un poquito de esa personalidad que le sobra a Chavela”, agrega.



Los ojos y la memoria



Con 68 elegantes años, dice Fernando Vallejo que está en el final de su vida. Lleva cuatro trasplantes de córnea y según él mismo lo ha confesado está perdiendo un poco la memoria. Fueron sus ojos, obligados a usar lentes de contacto en forma permanente, los que le exigieron volver a sacar el pasaporte colombiano, un status al que había renunciado en 2007, cuando la justicia de su país de origen le entabló un juicio por una columna que había escrito en la revista Soho en contra de la religión.

Contó el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, uno de los pocos compatriotas y colegas que Fernando Vallejo admira y respeta, que “él tuvo que recuperar su ciudadanía hace poco. Estuvo en Bogotá haciéndose un transplante de córnea y en Colombia está prohibido que se donen córneas a los extranjeros. Tuvo que desempolvar la cédula”.

Le regalaron un iPod con 40 días de música, que él redujo a uno lleno de boleros, rancheras, tangos, “esa música latinoamericana del pasado y que es la que me llega al alma en estos días, una música de fantasmas que ya no le interesa a nadie”.

“La oigo muy de vez en cuando y siempre es una experiencia muy intensa que me remite a mi niñez, a mi juventud. Esa música me ayuda a no desintegrarme, a sostener todavía el espejismo del yo, del que soy aún el que fui. Esa virtud tiene la música”.

Fernando Vallejo también escucha a Debussy, a Mahler, a Ravel y escribe sin parar. En estos días, una biografía del filólogo colombiano Rufino José Cuervo, de quien se conmemoró el 17 de julio de 2011 el centenario de su muerte.

“Fue otro de los que se fue de Colombia para nunca volver. Era un hombre de una inmensa nobleza que me viene acompañando desde mi niñez. Entonces, estoy haciendo otro intento de biografía (Vallejo escribió en 1991 El mensajero, la biografía del poeta Barba Jacob y, en 1995, Almas en pena, chapolas negras, sobre la vida del también poeta José Asunción Silva), sabiendo que no lograré lo que intenté con las otras: hacer de la biografía un gran género literario. La biografía seguirá siendo un género menor de la literatura al lado de la novela, nunca la desplazará”.



Contra la iglesia, “una estructura criminal”



“Cuando me saqué de encima la educación religiosa que había recibido, me di cuenta de que los animales son mis hermanos y supe que, aun cuando había pensado que podía ser feliz, esa ilusión se esfumó para siempre”, dijo el escritor, famoso por su posición crítica frente a la Iglesia Católica, a la que considera “una estructura criminal”.

“El sufrimiento de los animales es el mío”, dice quien desde hace cinco años se adscribió al vegetarianismo. “Durante buena parte de mi vida me comí a los animales: a las vacas, a los cerdos, a los pollos, a los peces... Y esa infamia mía no tiene perdón del cielo, me siento un criminal. Sólo en estos últimos años me he podido quitar de los ojos la venda moral que me puso el cristianismo y he logrado ver a esos animales como mi prójimo. Que es lo que no alcanzó a ver el loquito de Galilea”, dijo en una ocasión.

Si a Jesús le cabe el mote de “Loquito de Galilea”, qué no dirá Fernando Vallejo de Mahoma. “Esa bestia reproductora y lujuriosa”, como declaró en una entrevista realizada por Juan Villoro vía correo electrónico y en la que no quedó nadie sin “disfrutar” lo que los críticos han llamado “el arte de la injuria” que tan bien practica el autor de Los ríos del tiempo y El don de la vida.

“Máteme a todos los de las FARC, a los paramilitares, los curas, los narcos y los políticos, y el mal sigue: quedan los colombianos”, dijo entonces, para aclarar inmediatamente que si Thomas Bernhard insultaba a Austria porque la odiaba, él blasfema contra Colombia, “Porque la quiero. Y porque la quiero, quiero que se acabe: para que no sufra más.”.



Entre la diatriba y los candidatos



Su libro de 2007 La puta de Babilonia, publicado por editorial Planeta, es un ensayo profundo sobre la fe dogmática cristiana y la responsabilidad eclesiástica en el derramamiento de la sangre de humanos y en el atropello a los animales, cuya defensa es la gran causa de vida del escritor, al punto de que los 150 mil dólares que le corresponden por el recientemente otorgado Premio FIL lo donará a la asociación “Amigos de los Animales”, de Xalapa y a “Animales Desamparados”, del Distrito Federal.

En su juventud estudió cine en Roma y llegó a dirigir dos películas sobre la violencia en Colombia: Crónica Roja (1977) y En la tormenta (1980). Un tercer filme La derrota (1984), coescrito con Kado Kostzer, significó su último trabajo como director.

Fue el cine, precisamente, lo que le dio fama internacional, mediante la película La virgen de los sicarios, basada en su novela homónima y dirigida por el francés de origen iraní Barbet Schroeder en el 2000. Sus novelas, en cambio, lo han erigido en un autor polémico defendido por muchos y criticado por otros tantos.

Su prosa exaltada, fresca y sin ataduras, explora la homosexualidad, la adolescencia, la marginalidad, las drogas y de la violencia, este último un tema del que Vallejo se siente alejado. “Escribí La virgen de los sicarios en 1994 y ya no quiero hablar de la violencia. Ahora me interesan las palabras”, dice el también autor de Logoi: una gramática del lenguaje literario. Amante y estudioso del idioma (cuando le preguntan cuál es su profesión responde: gramático), levantó la voz para protestar por las recientes reformas sugeridas por los catedráticas a la lengua española.

Al escritor le chirría que se prohíba acentuar palabras como “truhán”, que ahora se considerarán monosílabas. “Truhán es bisílaba. Si tuviera sólo una sílaba no llevaría la h intermedia y la podríamos decir con un solo golpe de voz”, explicó. El controvertido novelista tampoco acepta que la “b baja” pase en toda Hispanoamérica a llamarse “uve”, como se la denomina en España. Con todo, Vallejo sí concuerda con dejar de llamar “i griega” a la “y”, que pasaría a decirse “ye”.

De todos modos, no hay vocablo que le moleste más que “candidato”. “Pensar que viene de cándido, que significa bueno, inocente. Ahora es un término vil que significa aspirante a la infamia”, dice con vehemencia, así como afirma sin ninguna duda que “no hay político bueno, eso es un oxímoron, es como decir que hay un ladrón honrado”.



El ruido de la jungla



“Uno es del país donde nació y del país donde va a morir, así que puedo decir que soy colombiano y mexicano”, dice Vallejo, sin por ello dejar de destacar que “no puedo perder el tiempo hablando de cosas sin importancia como los pasaportes o las nacionalidades”.

Vive ahora “con una sola perrita que rescaté porque no podía no hacerlo”, en el mismo departamento que habita hace 40 años, desde 1971, en la Colonia Condesa, que “era antes un lugar muy tranquilo y ahora se ha vuelto insoportable. Es un sitio muy ruidoso”.

“El Estado ha abandonado sus obligaciones tanto en Monterrey (dijo haciendo alusión al atentado en un casino de esa ciudad norteña y que dejó 52 muertos) como en La Condesa, donde el ruido es tremendo y se impone la ley de la jungla”, dijo el escritor.

Lamenta por otra parte que “el mundo vaya tan rápido y deje atrás todas las cosas, entre ellas mis libros”, no obstante lo cual tiene proyectos literarios de largo alcance como terminar, más temprano que tarde, “un trabajo donde quiero dejar asentadas todas mis conclusiones literarias” .

El escritor, que recibirá su premio el 26 de noviembre, en la jornada inaugural de la 25 Feria Internacional del Libro en Guadalajara, tampoco quiere mucho a los periodistas y son raras las ocasiones en que concede entrevistas.

“Me cambian mis respuestas, sacan una frase mía de contexto y la ponen de título y quedo como Dios Padre tronando desde el Sinaí, e indefectiblemente, cuando veo mis entrevistas publicadas se me cae la cara de vergüenza. Les tengo más miedo a los entrevistadores que llegan a mi casa con papel y lápiz que a los sicarios de Medellín”, dijo.

1 comentario:

Dario Bello dijo...

El maestro Fernando Vallejo ha dado la mejor definición que he escuchado para todos los que creemos que Juanes es una farsa: un pésimo músico, una verguenza para Antioquia...eso es este sujeto ni más ni menos...