domingo, 7 de agosto de 2011

LA MUERTE DE UN GIGANTE


“Yo quiero ir a ver a mi mamá y sentarme en su mesa y comerme sus frijoles y después irme a dormir la siesta en su colchón. Y ya.”. Eliseo Alberto de Diego enfrenta la lente de la cámara con un gesto enérgico: es todo lo que por ahora tiene para decir a la joven documentalista cubana Tané Sánchez, quien en la película Paquete de familia, un documental de cortos pero sustanciosos 12 minutos, construye un puente entre los de afuera y los de adentro de un país que, como solía decir el autor de Caracol Beach, “está en guerra desde hace más de 40 años”.

Eliseo Alberto tenía 59 años cuando murió en el Hospital General de México. Era domingo y llovía en la ciudad. El reloj meteorológico del Distrito Federal atrasa. Y tocaron lluvias de mayo en junio, en julio. Mucha gente lloró por ese hombre con aspecto de oso, manos enormes, ojos siempre un poco entrecerrados, como pícaros, que no sobrevivió a un trasplante de riñón por el que había esperado más de tres años.

En otros julios murió también el escritor chileno Roberto Bolaño. En 2003, para ser precisos. Llovía y corría un viento arrasador. Antes de emprender su último viaje en la tierra, Bolaño puso en su departamento la canción “Lucha de gigantes”, que compuso el español Antonio Vega para su grupo Nacha Pop. Como Eliseo Alberto, Bolaño era joven y fumaba empedernidamente. Como él, un exiliado (vivía y murió en Barcelona). Como él, un candidato a ser trasplantado, sólo que no de un riñón, sino de un hígado que nunca llegó. Ambos, el chileno y el cubano, habían sido candidatos al premio Rómulo Gallegos, pequeño Nobel latinoamericano que quedó en manos del autor de Los detectives salvajes, aunque “Lichi”, como le decían al hijo del enorme poeta Eliseo Diego, llegó hasta las instancias finales. Era 1998 y el voto disidente fue de su amiga, la escritora Ángeles Mastretta. “No sé, a mí me gustaba más Caracol Beach”, explicó la autora de Arráncame la vida.

Ángeles es la misma que escribió en su blog: “Murió Eliseo Alberto. Santo y sabio, hermoso, melancólico y procurador de dichas. Escribiendo, Lichi nos regaló alegrías que no podemos pagarle más que volviendo a cobrar el gusto de leerlo. Hasta ahora, Lichi.”

En estos días no hay hígados ni riñones que devuelvan la vida a dos gigantes de la literatura de nuestro continente que se fueron jóvenes y que animaron las arenas de los premios con esa displicencia y escepticismo sólo esperables en los verdaderos poetas.

Demasiado sacrificio para lograr que esos libros que escribieron como un conjuro contra la muerte sean de pronto recuperados por lectores ávidos que aceptan, inesperadamente, las letras de los tiempos que viven. Leer a los contemporáneos, al fin y al cabo, es asirse al mundo presente con tozudez de niño, con optimismo de muchacha veinteañera.



La obra




Eliseo Alberto de Diego fue un gigante no sólo porque medía casi dos metros y tenía una espalda ancha, capacitada para abrazar a muchos amigos a la vez. Era grande también porque le hizo frente al hecho de ser el hijo de uno de los poetas más importantes del siglo XX sin hacerle frente. En relación con el escritor cubano, nunca nadie firmó una nota de congoja, digna del psicoanálisis burdo que suelen practicar sin oficio y sin vocación algunos medios periodísticos, lamentando la circunstancia de tener que definir quién era mejor, si el hijo o el padre. Tal vez porque Lichi ya tenía asumido y trabajado su complejo de Edipo o simplemente porque amaba demasiado a su progenitor, nofue el autor de Caracol Beach un niño terrible como Martin Amis, rival literario de quien le dio la vida, el laureado poeta de nombre Kingsley. No. Eliseo amaba mucho a Eliseo. Tanto como para que un libro suyo llevara de título un verso de su padre: La eternidad por fin comienza un lunes (La eternidad por fin comienza un lunes / y el día siguiente apenas tiene nombre / y el otro es el oscuro, al abolido. / Y en él se apagan todos los murmullos / y aquel rostro que amábamos se esfuma / y en vano es ya la espera, nadie viene…).

“Yo adoro a mi papá, a veces hasta me tienen que dar un golpe para que deje de hablar de él, ahora estoy escribiendo todo un libro sobre su persona. Papá fue un hombre muy sencillo, humilde, era maestro de escuela, venía de una familia muy aristocrática, pero él era extraordinariamente modesto, un católico de verdad. No me pesaba, aunque tomé medidas precautorias”, declaró en 2006 al periódico El Universal.

En La eternidad por fin comienza un lunes, de 1992, Eliseo Alberto hablaba de un circo pobre que recorre Latinoamérica llevando el arte del mago Asdrúbal, de la trapecista Anabelle, del malogrado león Metro Goldwyn Mayer.

En Crónicas Mexicanas, de 2009, Lichi dio su particular visión de un país al que llegó a amar no tanto como su Cuba natal, pero casi. Contó, entre muchas otras, la historia de los nueve náufragos que sobrevivieron nueve meses a la deriva y, como Monsiváis, habló de Juan Gabriel y de la Virgen de Guadalupe.

Llegó a México en 1998, luego de ser declarado traidor por Fidel y Raúl Castro. En 2000, Eliseo Alberto obtuvo la nacionalidad del país que le dio cobijo. “El lío va a ser cuando muera, porque como fantasma me la pasaré volando de la isla a México, voy a ser un fantasma en medio del golfo de México”, declaró en 2005.

Cuando Lichi tenía que cantar el himno nacional mexicano lo hacía agregándole dos versos del cubano. Y viceversa.

La fogata roja fue su primera novela. Se publicó en 1985 y cuenta la historia de un niño que ingresa al ejército de Sandino en Nicaragua. De Nicaragua viene también el escritor Sergio Ramírez, a quien Eliseo Alberto quería mucho. “Una vez le mostré una foto de mi familia. Y él me dijo: debe de ser una de las pocas imágenes que guardas donde están todos juntos. ¿Cómo te diste cuenta?, le pregunté. Es lo que pasa con las revoluciones: siempre falta alguien en la foto, me contestó Sergio.”.

Informe contra mí mismo fue su diáspora y su catarsis. Lo escribió en 1978 y lo publicó fuera de Cuba. “Por ese libro me recordarán”, solía decir. “Es un libro a favor de lo que amo, mi familia, los amigos, la isla entera”, comienza el prólogo de un documento desgarrador en donde cuenta cómo las autoridades cubanas le habían pedido, cuando él era soldado, que redactara informes en contra de su familia y amigos: “Lo que realmente importaba era contar con un archivo comprometedor, no una reseña sobre el posible acusado, sino un arma contra el seguro confidente. Un texto donde cada uno de nosotros firmaba, a veces sin darnos cuenta del peligro, el compromiso de nuestro propio silencio, pues tarde o temprano esa página escondida en los naufragios de la historia podría salir a flote con su carga de mierda arriba”.

Caracol Beach fue su consagración internacional. Con esa novela ganó el premio Alfaguara en 1998 y allí la crítica comenzó a destacarlo como un heredero natural y vocacional del realismo mágico, sobre todo de su admirado Gabriel García Márquez. Aunque quién sabe. Si bien es cierto que el estilo barroco y florido de Eliseo Alberto, que llevó hasta su máximo en la novela finalista del premio Primavera 2005 en Esther en alguna parte, lo convierten automáticamente en un deudor de la tradición del boom, sus historias cercanas y su profundo ejercicio de la nostalgia le dan un peso propio, independiente.

Escribió también tres libros de poemas, todos hasta 1979. Luego del divorcio de su primera mujer, la bailarina cubana Rosario Suárez, Lichi dejó la poesía.

Su última novela fue El retablo del conde Eros, de 2008. Hizo varios libros de crónicas y publicó también cuentos para niños.



El cine



Eliseo Alberto, licenciado en periodismo por la Universidad de La Habana, fue jefe de redacción de la gaceta literaria El Caimán Barbudo y subdirector de la revista Cine Cubano. Impartió clases y talleres de cine en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba, el Centro de Capacitación Cinematográfica de México y el Sundance Institute de Estados Unidos y en Chile. También fue guionista de los filmes Guantanamera, El elefante y la bicicleta y Salón México.

“Un guión de cine, te voy a decir, no sirve para nada, salvo para hacer una película. Eso es muy triste, y se debe a que el cine, siendo tan poderoso, tiene una debilidad. El cine necesita que otro arte se sacrifique por él y ese arte es la escritura. Entre el cine y la escritura existe la misma relación que existe entre el gusano y la mariposa. El gusano tiene que desaparecer para que en su lugar surja otro animal, que muchos creerán que es más bonito, la mariposa”, le dijo al periodista Gabriel Contreras.



El ajedrez



Eliseo Alberto quiso ser pianista y fabricante de barcos, pero nada amaba tanto como al ajedrez. “Esa es la pasión más grande”, dijo una vez. Participaba a menudo en los torneos y admiraba a su compatriota, el gran ajedrecista cubano José Raúl Capablanca, sobre quien estaba escribiendo un libro en sus últimos días.

En 2006 reunió los ensayos sobre el ajedrez de Luis Ignacio Helguera (1962-2003) y publicó un libro del que también hizo el prólogo: Peón aislado. Ensayos sobre el ajedrez. Fue en ese mismo año cuando retó al campeón mundial ruso Veselin Topalov en la Casa del Lago Juan José Arreola. Junto al también escritor Daniel Sada, Eliseo le aguantó al ruso una partida de más de cinco horas.

“Hacer una novela es jugar una partida de ajedrez, porque tienes que mover esta pieza sabiendo que después vas a mover esta otra y que diez jugadas más adelante vas a atacar tal punto en el frente del contrario”, decía.



La cocina

Eliseo Alberto de Diego había nacido el 10 de septiembre de 1951 en Arroyo Naranja, una localidad ubicada en los suburbios de la capital cubana, donde entre otras atracciones, se erigen el Jardín Botánico y la famosa Expocuba.

Para él la patria era un plato de frijoles y un vaso de ron. Lichi se comía su país todos los días.

“La patria es un plato de comida. Yo me como mi país todos los días. Sus frijolitos negros, su yuca con mojo y una cosa que se come San Pedro en el cielo todos los domingos. Está comprobado: tamal en cazuela”, contó en una entrevista al periódico El País. El escritor era un cocinero incansable a quien le gustaba organizar grandes comilonas en su casa para homenajear a sus amigos. Estaba convencido de que Dios era vegetariano, “porque de otro modo no hubiera durado tanto”.

“Me gusta la cocina, he aprendido que soy un cocinero extraordinario. Eso lo aprendí cuando me quedé solo con mi hija que era muy pequeñita. A mí la cocina me entretiene muchísimo. Cocino mucho, en mi casa todos los días van a comer diez o doce amigos, casi todos cubanos errantes también, exiliados. Muertos de hambre que van a la casa a buscar su olla popular, digamos. La cocina me entretiene mucho, me encanta cocinar, me gustaría escribir un libro de cocina”.

En el prólogo al libro de crónicas editado por Cal y arena, La vida alcanza, el periodista cubano y muy amigo de Eliseo, Rubén Cortés, escribió: “Todo lo que deseaba aquella tarde brumosa de la ciudad de México era regresar a su departamento de la sureña colonia Del Valle, frente al Parque Hundido, para continuar una escena justo donde la había dejado para irse a Europa: Luna, su perrita cocker spaniel, dormida sobre sus costillas y él sesteando en un sofá después de dar cuenta de un tamal en cazuela con manteca de puerco, que había cocinado ese día para el pintor Pedro Luis Rodríguez Peyi, el musicólogo Carlitos Olivares, su hija María José y para mí.”



La vida de un hombre bueno




Los muchos amigos que tenía Eliseo Alberto lloraron su muerte sin pudor. Había muerto un hombre bueno.

El escritor padecía una grave enfermedad renal desde hace tres años, dolencia que descubrió por el síntoma de quedarse dormido en cualquier lado y contra la que luchó a brazo partido. Recibió un trasplante de riñón a mediados de julio en el Hospital General de México.

Agradecido estaba al sistema sanitario mexicano y a la Fundación Ale, una organización sin fines de lucro que propició la donación del riñón que le fue injertado.

“Ale no nos permite perder una ilusión que, sin el apoyo de la Seguridad Social y otros grupos filantrópicos de real y venerada misericordia, sería con suerte un bonito delirio por no decir una última quimera: el desesperado sueño de seguir vivos”, había escrito en su columna habitual del periódico Milenio.

“México es un país magnánimo, no solamente un territorio acosado por la violencia y el crimen. El sistema de Seguridad Social, tan extendido en este país a pesar de las carencias conocidas, más no pocas asociaciones y fundaciones bondadosas, nos acompañan en este trance. Yo soy testigo y deudor”, aseguraba.

Vivía en un departamento de la Colonia del Valle, al sur de la ciudad, con su única hija, María José, quien lo acompañó en sus últimos momentos junto a su madre y ex esposa del destacado escritor, María del Carmen Álvaro Díaz.

Nunca se repuso del todo de las muertes de su hermano “Rapi” y de su madre, Bella. “Bella de nombre y bella de persona”, decía.

Eliseo Alberto tenía una hermana gemela también escritora y un único pecado mortal confesado: “Nadie ha querido más a Cuba que yo”.

Estaba convencido de que Dios había hecho el mundo para escuchar el Concierto número 40 de Mozart.

Sus cenizas serán llevadas a su adorada Cuba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, tienes una errata en el nombre de la documentalista de Paquete Familiar, su apellido es Martínez, no Sánchez. Tané Martínez, muy buena documentalista, en efecto.
Saludos!