domingo, 14 de agosto de 2011
La honestidad brutal de Ozzy Osbourne
Adelanto exclusivo de DÍA SIETE: Qué cuenta el Príncipe de las Tinieblas en I’m Ozzy: confieso que he bebido, la autobiografía que rompió récords de ventas en su versión original en inglés en 2010 y que, en septiembre, la editorial Océano comenzará a distribuir en México.
Dice que hizo su autobiografía con la poca gelatina que le queda por cerebro y aun así, con esos jirones de verdad intransigente con que viste los recuerdos que todavía lo asaltan, Ozzy Osbourne resulta un escritor al que es difícil renunciar.
Hasta el punto final de Ozzy: Confieso que he bebido, las memorias del padrino del heavy metal que la Editorial Océano distribuirá en México en septiembre, el lector cae en la cuenta de que si esto es de lo que el padre de Elliot, Louis, Jessica Aimee, Kelly y Jack, evoca en sus 62 años gastados por el alcohol, los accidentes y las drogas, cómo será aquello que se ha perdido para siempre en el laberinto de su cerebro tenebroso y doliente.
Por lo pronto, una humorada en forma de hoja en blanco da inicio al libraco de 356 páginas que, a fuerza de ser veraz, el príncipe de las tinieblas no escribió rigurosamente hablando. En realidad, fue su amigo, el periodista Chris Ayres, quien se puso con una grabadora encendida frente al viejo Ozzy y documentó las memorias de un falso desmemoriado: el ex frontman de Black Sabbath se acuerda de aquello que hace falta recordar.
“Decían que nunca escribiría este libro. Pues que se jodan: aquí lo tenéis. Ahora sólo me falta recordar algo…”, dice el rockero nacido en Aston, Birmingham, el 3 de diciembre de 1948.
Por no olvidar, no olvida la terrible muerte del guitarrista Randy Rhoads, miembro de la banda de Ozzy cuando éste ya había emprendido su largo camino en solitario luego de que los otros miembros de Black Sabbath lo echaran por borracho, pendenciero y drogadicto.
La trágica desaparición de Rhoads, el único que no tomaba drogas y bebía unas pocas cervezas en el grupo, tal vez un vaso de anís de vez en cuando, sorprendió a Osbourne mientras dormía. Ex integrante de Quiet Riot, Randy era un excelso guitarrista con tan sólo 25 años, cuando, en 1982, en el transcurso de una gira con Ozzy rumbo a Orlando, Florida, aceptó de buena gana un viaje por avioneta, invitado por el conductor del microbús que llevaba a la banda.
“El chófer se llamaba Andrew Aycock. Seis años antes había estado involucrado en un mortal accidente de helicóptero en los Emiratos Árabes Unidos. Cuando paramos en las cocheras para reparar el aire acondicionado, Aycock decidió que la apetecía ver si aún podía pilotar aviones. Y entonces, sin pedir permiso a nadie, se hizo de una avioneta propiedad de un amigo suyo”, cuenta Ozzy.
El piloto, que había consumido grandes cantidades de cocaína antes de volar, había perdido la pericia. Randy Rhoads y Rachael Youngblood, la maquilladora, fueron en busca de su destino fatal cuando se subieron a la aeronave no sin antes exigirle a Aycock que no hiciera piruetas en el aire. “Si es verdad que lo prometió, además de un chalado y un drogata era un mentiroso: todos los que estaban en tierra cuentan que pasó rozando dos o tres veces por el autocar antes de segar con el ala el techo a pocos centímetros de donde estaba”, relata Osbourne.
A lo largo de la autobiografía, el fantasma de Randy se cuela por las páginas. Su desaparición es algo que todavía Ozzy no puede digerir: “Aún hoy me resulta desagradable hablar de ello o, recordarlo incluso. De haber estado despierto, no tengo dudas de que habría estado dentro de aquel puto avión. Conociéndome, habría ido colgado del ala , borracho y dando volteretas. Pero es absurdo que Randy se subiese al avión. Randy odiaba volar”.
Los enigmas de Ozzy
En el apartado destinado a contar fotográficamente la vida de Ozzy Osbourne, las imágenes plantean el primer enigma: ¿cómo es que este bueno para nada, nacido en la absoluta miseria en Aston, llegó a ser el amante padre de seis hijos, un multimillonario que vive sus 62 años en una mansión, bebiendo té a raudales y consumiendo sólo los remedios medicados?.
El padrino del heavy metal es el primer sorprendido. “Mi padre siempre pensó que yo haría algo grande: - Tengo una corazonada, John Osbourne, me decía después de unas cuantas cervezas. O acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel. Y tenía razón el viejo: antes de cumplir los 18 años ya estaba en la cárcel”, cuenta Ozzy, construyendo un autorretrato sin concesiones. Si algo hay que agradecerle a este libro que amarán las huestes aficionadas al músico y que incluso disfrutarán los lectores ajenos a la fascinante personalidad de su autor, es la sinceridad con la que Osbourne habla de sí. Sus trabajos frustrados, salvo aquel en que separaba las tripas de los cerdos en un matadero, sus fracasos escolares, producto de una dislexia galopante que le fue detectada cuando ya era mayorcito, sus pocas habilidades como ratero que lo llevaron a conocer prontamente la prisión (su padre no quiso pagar la fianza para sacarlo de la cárcel, un sitio al que juró no regresar jamás, tan mala fue la experiencia tras las rejas), son el testimonio de un verdadero chico-problema por cuyo futuro nadie hubiera apostado dos centavos.
“Salí de la cárcel a mediados del invierno de 1966. Joder, qué frío hacía. Los carceleros se compadecieron de mí y me dieron un abrigo viejo que apestaba a naftalina. Luego sacaron la bolsa de plástico con mis cosas y la volcaron sobre la mesa. Carteras, llaves, cigarrillos. Recuerdo que pensé lo que sería recuperar tus cosas tras treinta años, cuando forman la cápsula del tiempo de un universo perdido. Después de firmar algunos formularios abrieron la puerta, descorrieron un portón con alambre de púas y salí a la calle. Era libre y había conseguido sobrevivir en prisión sin que me rompiesen el culo ni me matasen a palos. Pero, entonces, ¿por qué carajo me sentía tan triste?”.
Y, sin embargo, Ozzy lo hizo. A riesgo de parecer cursi uno podría decir que lo salvó el humor, que fue su propensión a tomarse la vida un poco en broma y a obrar en consecuencia lo que finalmente logró encauzarlo en una ida directa hacia la socialización más o menos digna, pero lo cierto es que aun cuando se dedicaba a hacer chistes John Osbourne era un verdadero salvaje. Como la vez en que quiso doblegar la resistencia al hachís que presumía el verdulero del barrio.
- “No, que a mí eso no me hace ningún efecto – decía”
Con un bote hachís afgano, Ozzy quiso vencer la indiferencia a las drogas de Charlie, el verdulero. Y lo hizo adicto.
“- ¿Pero qué era eso que me diste la otra noche. Cuando llegué al mercado estaba alucinando. No pude ni salir de la furgoneta. Me quedé tirado en la caja, entre las zanahorias, con el abrigo por encima de la cabeza y gritando. ¡Pensaba que habían llegado los marcianos!.
- Lo siento, Charlie – le dije
- ¿Puedo pasarme mañana por un poco más? – añadió”
Vivir de prestado
Otro de los enigmas que rodean la fantástica existencia de John Michael Ozbourne y que el artista explora profusamente en I am Ozzy, el libro que debutó con el número 2 en la lista de best sellers del New York Times, cuando salió en inglés, en 2010, es por qué demonios sigue vivo. Así como lo lee. No hay ciencia que pueda explicar la razón por la que este hombre que estuvo a punto de morir quemado en un hotel cuando dejó el cigarrillo encendido, que se aspiró un gran paquete de cocaína durante una redada policial en Los Ángeles, que cuando llegó por primera vez (engañado) a la clínica de desintoxicación Betty Ford le preguntó a su fundadora dónde estaban los cócteles, respira todavía. Y hay más: cuando no se subió a la avioneta donde murió Randy Rhoads porque estaba dormido, cuando a principios de los 90 le diagnosticaron, equivocadamente, esclerosis múltiple, cuando se cayó con su moto en un bache provocado por una bomba alemana durante la guerra en Buckinghamshire, al sur de Inglaterra…Ni el propio Ozzy logra explicarse por qué sigue dando lata en este lado del mundo, como si el Más Allá prefiriera que el Príncipe de las Tinieblas viva aún de prestado en esta dimensión a recibirlo con los brazos más o menos abiertos en la esfera de la nada. No hay mejor muestra de ese asombro que el informe médico llevado a cabo en Hidden Hills, California, en 2009 y al que el músico le dedica un capítulo entero en su libro.
Comienza el doctor preguntándole si alguna vez tomó “drogas recreativas”. El cuestionario prosigue con algunas respuestas tímidas y positivas de Ozzy.
“- Entonces, ¿marihuana, Speedy y…algunas rayas de cocaína?
- Sí, eso vendría a ser todo
- - ¿Y está seguro de eso?
- Ajá
- Quiero estar absolutam…
- ¿La heroína cuenta?”
Y por un tiempo largo siguen las preguntas. Que si la cerveza. Que si el coñac. Los cigarros. Todo parte de una rutina de más de 40 años.
“¿Y hay algo más en su historial médico que deba saber? –preguntó el médico.
Veamos – dije yo. Una vez me atropelló un avión; bueno, casi. Y me he roto el cuello montando en un quad. Durante el coma morí dos veces. También he tenido sida durante 24 horas. Y he creído tener esclerosis múltiple, pero resultó ser un temblor de Parkinson. Y una vez me partí la cabeza. Ah y he tenido gonorrea unas cuantas veces. Y un par de convulsiones, como aquella vez que tomé codeína en Nueva York o cuando me metí la droga de los violadores en Alemania. Y eso es todo, en serio, a menos que quiera incluir el uso de medicamentos con receta.
El médico asintió.
Luego carraspeó, se aflojó el nudo de la corbata y dijo:
- Tengo otra pregunta que hacerle, señor Osbourne.
- Adelante, doctor
- ¿Por qué sigue usted vivo?”
Tony Iommi, Los Beatles y el probador de claxon
La primera incursión de Ozzy Osbourne en la música se dio cuando su madre le consiguió un trabajo como afinador de claxons. Había que afinar unas 900 bocinas de coches al día y la chamba casi lo deja sordo. Renunció el día en que conoció a un obrero de la fábrica que había recibido un reloj de oro como toda compensación por 30 años trabajados. “Estaba harto. Solté el destornillador, crucé la puerta pasando por delante de mi madre, dejé atrás el portón de la fábrica y me fui directo al bar más cercano. Así terminó mi primer trabajo en el mundo de la música”.
Contra lo que pudiera pensarse, no fue sino la música de Los Beatles que dio origen al gran renovador del heavy metal, cofundador de Black Sabbath, la banda más influyente e importante del género.
Ozzy cobró el cheque de la fábrica de bocinas de autos y con ese dinero se compró el segundo disco de los cuatro de Liverpool. “En cuanto llegué a casa con él, todo cambió”, confiesa el rockero, quien por entonces no tenía la menor idea de que la vida lo iba a llevar a compartir escenario con el mismísimo Paul McCartney, su gran ídolo. Fue en la entrega de los premios británicos a la música en 2008, cuando Ozzy, acompañado por su familia, le entregó el galardón al bajista de Los Beatles, de quien Osbourne tiene una colección de pósters en uno de los cuartos de su mansión angelina. Ozzy, que ha hecho una increíble versión de “In my life” junto a Slash, el ex guitarrista de Gun´s Roses, también participó haciendo coros en el disco del baterista Ringo Starr, Vertical man, en 1998.
Más allá de sus míticas y místicas relaciones con Los Beatles, nada transformó más la vida de Ozzy Osbourne que el haber conocido a Tony Iommi, el gran guitarrista de los dedos deformes que fundó, junto al bajista Terry "Geezer" Butler, el baterista Bill Ward y el propio Osbourne, la impresionante banda de heavy metal Black Sabbath.
A edad muy temprana, Ozzy aprendió a querer a Tony: “Había un chico en la escuela que no me pegó nunca: Tony Iommi. Aun así, me intimidaba. Era un tipo grande, buen mozo y le gustaba a todas las chicas. Era increíble, uno de esos talentos naturales: podrías haberle dado una gaita de Mongolia y en dos horas habría aprendido a arrancarle un riff de blues”.
En la adolescencia, si algo quería Iommi era pegarle a Osbourne o al menos no tener que ver nada con él. Fue cuando Bill Ward lo llevó a la casa de Ozzy a la busca de un cantante, respondiendo a un aviso que Osbourne había pegado en las paredes pidiendo músicos para su proyecto “Ozzy Solo”.
“- Lo que sé seguro es que no se llama Ozzy Solo. Se llama Ozzy Osbourne y es idiota. Vámonos de aquí”, fue el comentario definitivo –o casi- de Tony.
La persistencia de Bill le dio una oportunidad al cantante y allí nació Black Sabbath, una banda que estuvo a punto de morir cuando Iommi fue convocado por Jethro Tull, una oportunidad que un chico pobre de Aston no podía dejar pasar.
El destino de Ozzy parecía sellado: ¿qué harían sin Tony? Un futuro en el matadero de cerdos o la vuelta con la cola entre las patas a la fábrica de bocinas para coches lo esperaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, Iommi regresó.
“-¿Cómo que lo has dejado? –dijo Geezer en la reunión de emergencia convocada en el bar pocos días antes de Navidad.
- No era lo mío – dijo Tony encogiéndose de hombros”.
Sharon, la MTV y todo lo demás
De no haber sido por Sharon Arden, la mujer con la que se casó en 1982, luego de haberse separado de su primera esposa, Thelma, la vida musical y probablemente la personal de Ozzy Osbourne no hubiera perdurado más allá de la última borrachera. Y por cierto, hubo muchos alcoholes antes de la redención total del músico, quien hoy no acepta ni siquiera una cerveza como aperitivo. “Bebo té a raudales, el que es adicto lo es hasta en el té”, confiesa.
Sharon, que persiguió con tenacidad el alcoholismo y la drogadicción de su marido (“Pronto se dio cuenta de que en realidad no tenía mucho interés en la horticultura”, cuenta Ozzy al rememorar las veces que escondía las botellas de vino en el jardín de su casa en Inglaterra), logró tener con él tres hijos, encarrilarlo en una fructífera carrera musical como solista luego de que la banda lo echara por sus problemas con las drogas y el alcohol y hacerlo resurgir para las nuevas generaciones con el show de la MTV , The Osbournes, entre el 2002 y el 2005.
Es particularmente enternecedor el capítulo que Ozzy le dedica a su esposa, cuando a esta se le descubre cáncer de colon. La desesperación se hace presa de Osbourne, quien no duda en reconocer la gran deuda de vida que mantiene hacia su amada cónyuge.
Con una honestidad brutal que no evade las palabrotas y la expresión de los pensamientos radicales que lo acompañaron a lo largo de su vida, Ozzy se confiesa ante sí y ante los fans. Su autobiografía es el emotivo testimonio de un muchacho que nunca dejó de pertenecer a su barrio bajo de Aston, un tipo simple, sin ninguna pretensión más que la de sobrevivir en medio de todas las carencias y de un sinnúmero de dificultades.
Por no olvidar, Ozzy recuerda la vez que estuvo a punto de matar sin querer a un párroco que fue a visitarlo, dándole de comer un pastel de hachís, la vez que quiso estrangular a su esposa Sharon, aquella en que se puso a fusilar gallinas o cuando se pasó de borracho en un cumpleaños de su pequeño hijo Jack.
Otros famosos podrán contar en sus memorias lo buenos que fueron con sus vecinos ancianos o qué feo sería el mundo sin sus millonarias donaciones a la beneficencia. No es este el caso. Valiente, este Osbourne. Valiente como pocos.
¿Se comió o no un murciélago en el escenario?
“El concierto estaba saliendo genial. La mano divina funcionaba sin problemas. Y, entonces, desde el público, salió un murciélago. Un juguete, evidentemente, pensé. Así que lo levanté ante los focos y enseñé los dientes mientras Randy tocaba uno de sus solos. El público se volvió loco. Y entonces hice lo que siempre hacía con los juguetes de goma sobre el escenario: ÑAM. De inmediato noté que algo iba mal. Muy mal. No me jodas, pensé, no me jodas, acabo de comerme un murciélago”.
¡Ese muro contra el que estás meando es El Álamo!
“Y ahí estaba yo, con el vestido de noche de Sharon, suelto por las calles de San Antonio, armado con una botella de Courvoisier y con ganas de bronca.” Tres horas pasó encerrado Ozzy, compartiendo calabozo con un veinteañero mexicano que acababa de matar a su mujer con un ladrillo. “Supongo: mear en El Álamo no es lo más inteligente que he hecho en mi vida”, acepta un compungido Osbourne.
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3 comentarios:
Grax por poner el artículo de ozzy, muy interesante. Saludos desde Perú.
Interesante ! inmortal Ozzy Osbourne!...en cuanto vea el libro en español a la venta en Mexico, sin duda lo comprare...
de Nature Indonesia
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