lunes, 3 de marzo de 2008
MARIO BELLATIN: EL GRAN VIDRIO
Mario Bellatin (México, 1960), falto de brazo derecho y de frondosa cabellera, tiene sobrantes de imaginación literaria y ha dedicado a la literatura el 101 por ciento de su, aparentemente, vida ordenada y prolífica. La mayor parte del tiempo escribe y el 1 por ciento restante cultiva su propia personalidad, empeñado en traducirse como un personaje de ficción que deambulara en busca de su propia sombra por las periferias del Distrito Federal, ciudad que el escritor Juan Villoro ha calificado de “post-apocalíptica”.
Con una bibliografía inusualmente fértil (sus libros se publican en Anagrama, Planeta, Alfaguara Y Tusquets), este hijo de peruanos, fundador de la Escuela Dinámica de Escritores – un diplomado-laboratorio de escritura profesional-, es rector de una obra a-genérica, inclasificable, de gran difusión en su país de origen, traducida a varios idiomas y que quita el sueño a sus colegas, tanto a aquellos que no lo pondrían ni de suplente en la Gran Patria Mexicana de las Letras como a los que lo catalogan como unos de los escritores aztecas más originales de la contemporaneidad.
Sus lectores, que crecen a ritmo sosegado pero constante, parecen estar conformes con el transcurrir atípico de su literatura y con la presencia revulsiva de un autor que busca, al modo dadaísta, de forjarse a sí mismo como un verdadero objetc trouvé carnal y etéreo en forma simultánea.
Para seguir alimentando el mito-Bellatin, su última ¿novela?
El gran vidrio (Anagrama, 2007), se compone de tres relatos absurdos y horrorosos, donde el autor salda cuentas con una madre imaginaria, orgullosa del tamaño formidable del miembro viril de su niño, dedicada a la tarea de exponerlo a cambio de maquillajes y lápices labiales de colores encendidos.
“Algunas de sus mujeres dan cuenta de que en la realidad Mario está muy bien dotado”, pregona con divertida complicidad la agente de prensa de la editorial. El comentario no alcanza, de todos modos, para darle al último trabajo publicado de Bellatin un férreo y riguroso carácter autobiográfico, preocupado como siempre ha estado el artista por confundir formalmente al lector y heredarle más sensaciones que respuestas.
“El contenido de todos mis libros es un mero pretexto para que alguien continúe la historia. Apelo siempre a que alguien crea en lo que está sucediendo, pero el horror humano, el dolor, son simples excusas para hacer una construcción teatral, novelesca y poner en práctica una serie de elementos que compone mi literatura”, explica Mario a La Nación.
“Todos los textos de Mario Bellatin son de una rareza minuciosa, erudita y elaborada... Como si buscase los límites de la literatura y de sus interpretaciones, no de una forma teórica y segura sino a través de la fantasía imaginativa de su trabajo”, ha opinado el crítico Mathiew Lindon, en el periódico Liberation.
Precisamente, Bellatin tiene claro que si una barrera existiera en su obra, esa sería la imposibilidad de trascender toda frontera genérica.
“Siempre estoy consciente de que mi literatura va a causar un efecto en el lector. Hace tiempo ya que mi mayor preocupación o mi gran interés es pensar en cómo va a recibir mi texto quien lo lee y, de ese modo, adelantarme al lector, para dejarlo anonadado, con ganas de más, para que sea él mismo el que prosiga y construya su propia historia”, revela.
Según el escritor mexicano, la literatura que él propicia es aquella que se hace todas las preguntas. “¿Por qué las novelas tienen que estar escritas de tal o cual manera?, ¿Por qué el escritor tiene que saber todas las cosas? ¿Por qué nunca se tomó en cuenta al lector como posible co-autor de la obra? Si alguien lee uno de mis libros, se dará cuenta inmediatamente de que no habrá leído una novela tradicional y que no le será posible reconstruir la historia en forma lineal”, avisa Bellatin.
- ¿Hay un marco teórico que está antes de su escritura o sólo sigue su instinto?
- Bueno, en principio escribo así porque de otro modo me aburriría, pero más que una propuesta intelectual que eso chocaría con algo experimental que de ninguna manera me interesa, lo que trato es de forzar las posibilidades de la narrativa; de ver hasta qué punto las técnicas de narración pueden ser violadas para llegar, en todo caso, al mismo resultado que llega la literatura tradicional.
- ¿Buscando, tal vez, un nuevo modo de leer las historias de siempre?
- Sí, leer, por qué no, un fragmento y no toda la obra. O leerla sin necesidad de un background literario, sin obligatoriamente haber tenido que ir a la Universidad para conocer todas las corrientes literarias que existen. Mis libros no se leen con una retórica preestablecida. Para mí el reto es que alguien lea mi libro y después lo que pasa ya no es mi problema.
- Entonces usted no cree en ningún género literario...
- Es que por lo pronto no sé qué es un género. He escuchado lo que dicen qué es un cuento, qué es una novela, qué es un poema, pero nunca he sabido exactamente a qué se refieren esas definiciones. Recuerdo que cuando comenzaron a salir mis primeros libros, en los distintos estamentos ligados a la literatura, se la pasaban discutiendo si eran novela corta o cuento largo, todo eso para mí es una pérdida de tiempo y una mentira. Tenemos idea de que todo lo que ya se dijo es verdad, como eso de la “novela total”, ¿qué es eso?
- Mire que se va a pelear con Jorge Volpi...
- ¿Por qué?
- Porque él defiende a la novela total.
- Pero no las hace, todos sus textos son fragmentados
- Entonces, en su escuela de escritores no se habla de cuento ni de novela
- Mi escuela es una escuela vacía, porque el conocimiento no es el fin del trabajo conjunto. Hay reglas de juego muy rigurosas, una selección muy clara tanto de maestros como de alumnos, y de lo que se trata es de que se usen las ideas para llevar a la realidad una práctica narrativa. No hay teorías ni clases, no hay talleres literarios, no se comentan los textos que se escriben, lo que se busca es ensayar la literatura, trabajar los textos.
El abrazo partido
Mario Bellatin, que luce un garfio o no según el humor, es un hombre temeroso, casi angelical, que comenta como señora espantada los contratiempos que le hizo pasar en Chile la manera un tanto provocadora que tiene el escritor Pedro Lemebel de moverse en el mundo. “Casi me echan del hotel en el que estaba alojado, porque a Lemebel se le antojó traer a unos amigos y hacer un escándalo en mi habitación”, relata.
Una anécdota que lo persigue es aquella que hace alusión al encargo de que un artista plástico hiciera un diseño especial para su brazo ortopédico. El autor relata puntillosamente los hechos: “El año pasado al artista Aldo Chaparro le dieron un pequeño patio del MOMA de Nueva York para que expusiera un proyecto. En ese mismo tiempo yo estabae n la India, donde decidí arrojar al Ganges, al lado de los muertos que pasaban flotando alrededor de la barca donde me encontraba, la prótesis que sustituía mi brazo derecho. Sin embargo, una vez que regresé a México empecé a experimentar una sensación de pérdida que me impedía la movilidad. Es decir, esa sensación de vacío me dificultaba, mentalmente, llevar adelante algunas cosas que quería. En cierto momento advertí que lo que me hacía falta era la artificialidad que había estado presente en mi cuerpo durante todos los años, casi todos los de mi vida, en que porté una prótesis. Yo no quería volver al mundo de la ortopedia, de donde salieron todos los adminículos que había utilizado, porque en ese ámbito en lugar de resaltar lo artificial se busca esconderlo. Algunos años atrás, en Berlín, había hecho un experimento: un famoso mascarero decoró mi agresivo garfio de metal con una serie de piedras de fantasía. Así es que cuando tuve claro que el próximo brazo que usaría tenía necesariamente que provenir de la plástica recurrí a Aldo Chaparro, quien ideaba su proyecto para el MOMA y pensaba que debía girar en torno al ser humano y la artificialidad. De ese modo es que nos embarcamos en la búsqueda de una serie de brazos y manos posibles que al mismo tiempo que tengan una función práctica --existe un esbozo para construir un brazo que porte un celular, una navaja suiza y un exhalador de gases que sirva de defensa ante cualquier agresión--, se presente como una obra de arte”.
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