miércoles, 28 de diciembre de 2005

JAVIER COLINA O LA SINCERIDAD ABRUMADORA



El maestro Santiago Auserón (ex líder de Radio Futura) le dice maestro a Javier Colina. “Él es de una sinceridad abrumadora y tiene virtudes muy especiales. Primero esa desnudez, no utiliza todo lo que ha aprendido técnicamente, realiza un aprendizaje muy extraño, como de memoria de las tradiciones; tiene un fondo de memoria alucinante, conoce todas las tonadas del mundo y se ha formado con el acordeón antes de pasar al contrabajo y el jazz”, dice de Colina el Juan Perro de nuestras más vehementes pasiones.

Nacido en Pamplona en 1960, este contrabajista con cara de bueno y aire reconcentrado, ha venido participando en los discos más importantes de la buena música española de los últimos tiempos. Muchos le achacan el haber establecido los lazos matrimoniales que hoy unen, el pianista Chano Domínguez mediante, al jazz y al flamenco, pero lo cierto es que este artista lírico y dúctil como pocos, hace de la libertad creativa y de la falta de prejuicios a la hora de escuchar y alimentarse de música, un sello de distinguida y propia nacionalidad.

Una guía para escuchar a Javier puede comenzar con el inolvidable Raíces al viento (1995), primer proyecto en solitario del ex líder de Radio Futura; claro que más tarde qué hubiera sido de Santi Auserón si no hubiera contado con la maestría del maestro Colina para construir su imprescindible Cantares de Vela (2002), donde Juan Perro ladra sus canciones despojadas y hondas en clave de jazz.

Podríamos seguir con el primer disco de Chano Domínguez con su propio trío. Chano (1993) muestra al Colina cuando más le gustaba trabajar con el pianista que luego se volvió célebre y pareció conformarse con la clave de un sonido que encanta a los turistas. Estuvo en el mejor disco de Ketama, en el mejor de Martirio y fue parte fundamental en Lágrimas negras (2003), el fenómeno discográfico que unió al cantaor flamenco El Cigala con el legendario pianista cubano Bebo Valdés. También tocó el acordeón, otra de sus pasiones, en el disco El cantante (2004), de su buen amigo Andrés Calamaro.

Javier Colina habló de su pasado como un modesto hombre de Leyes, de su decisión de dejar la abogacía para dedicarse de lleno al contrabajo y de la pasión por los bajistas líricos, como él; por caso el nada virtuoso pero conmovedor Charlie Haden, por supuesto Oscar Petiford y unos músicos venezolanos cuyo nombre no podía recordar.

Con un proyecto a punto de salir del horno: Combo, en colaboración con el tresero cubano Pancho Amat (unión del jazz con la música cubana) y un inédito junto al recordado pianista catalán Tete Montoliu, este músico que abomina del concepto de carrera para referirse a su actividad artística, habla de la pasión que lo ha convertido en uno de los mejores instrumentistas españoles de los últimos tiempos.

Maristain: ¿Cómo analiza el fenómeno de Lágrimas negras?
Colina:
Creo que lo más importante es que se trata de temas muy conocidos desde hace tiempo, pero de los que ya nadie hace versiones puesto que se hicieron muchas en el pasado. En Cuba nos decían que la gente no escuchaba esas canciones y mucho menos las tocaba en algún sitio. En la voz de Diego, sin embargo, tienen otro sentido y les llama mucho la atención, bueno, y a mí también, claro. El piano de Bebo también hizo lo suyo. En la Isla no se escucha a pianistas como Bebo. Así que el punto de vista jazzero de Bebo, la interpretación de Cigala y mi contrabajo, produjeron ese fenómeno que tú dices.
Maristain: ¿Cómo fue la grabación?
Colina:
Muy rápida. Eso sí que es fresco. En algún tema creo que llegamos a hacer dos tomas, pero la mayoría salía en toma directa. Todo salía natural, no había que repetir nada. Eso nos animaba mucho.
Maristain: ¿Cuáles son los pasos que lo trajeron hasta aquí y cuáles los que lo llevarán quién sabe hacia dónde?
Colina: Bueno, los siguientes pasos no los sé. Supongo que seguiré interesado en las músicas populares. Fui criado culturalmente con el jazz y desde ese punto de vista me animo a tocar cualquier música, sobre todo la que tengo ganas. No me gustan que me digan qué es lo que debo tocar. En Lágrimas negras el tratamiento es como en cualquier disco de jazz: exposición de la melodía, solo de piano, solo de bajo, melodía final y ya está.
Maristain: ¿El camino de un músico de jazz en nuestros países está en el cancionero popular latino?
Colina:
Claro. Es que como músico de jazz español no me interesa mucho el cancionero afro-norteamericano. De ahí lo único que me interesa es el punto de vista, cómo hacer las improvisaciones, etcétera... Como hispano-parlante me interesa comunicarme con los propios, con los míos. Incluso hay fraseos de la música norteamericana que no van con la manera de pensar latina. Nosotros tenemos cinco vocales, los anglosajones tienen muchos más sonidos intermedios y por eso hay muchos cromatismos. En la música latina, las frases que uno hace se parecen más a la manera de entender la música nacional de cada país hispano-hablante.
Maristain: ¿En esta búsqueda de comunicación con sus semejantes, se sigue reivindicando como un músico de jazz?
Colina: Sí. Para mí el jazz es el folclore norteamericano, al que hay conocer muy bien para entender su punto de vista y poder aplicarlo a otras músicas. También es la improvisación. En el latin jazz, todas las improvisaciones se hacen sobre cierta parte del tema, no sobre la canción, eso es un punto de vista afro-norteamericano. Entonces, creo que lo que nos distingue o me distingue dada esta entrevista, es que no tengo que seguir un guión de cómo se debe tocar la música latina. Lo importante para mí es poder improvisar.
Maristain: ¿Existe el jazz latino?
Colina: Bueno, así lo llamamos. Comenzó a existir cuando muchos músicos cubanos, puertorriqueños, dominicanos, se afincaron en Nueva York. Para mí uno de los casos más llamativos es el del trompetista Jerry González, que tocaba con Eddie Palmieri y también tocaba con Mc Coy Tyner. Es decir que usaba dos lenguajes con mucha comodidad. El jazz del que yo hablo es el que comenzó a crecer después del bebop, cuando se terminaron las grandes orquestas y la gente comenzó a valorar la improvisación pura.



"En el flamenco y en el jazz, era el pueblo el que decía quién tocaba bien y quién no. No lo decían las revistas especializadas ni las compañías multinacionales."


Maristain: ¿Qué es el virtuosismo?
Colina: Bueno, los virtuosos son aquellos que hacen fácil lo difícil. En el contrabajo, para mí un virtuoso era Ray Brown. Cuando lo oía tocar, me parecía que eso era lo más fácil del mundo, pero cuando me ponía a estudiarlo me daba cuenta de la complejidad de su música. De todas maneras no pienso que el virtuosismo haya sido un tema en el jazz, es un concepto que se aplica más a la música clásica.
Maristain: Claro, en el jazz nunca se debatió acerca del mejor guitarrista, del mejor pianista...
Colina: (risas) Bueno, entonces no sé.
Maristain: ¿Usted es un virtuoso?
Colina:
¡Hombre!, yo no diría eso de mí. Empecé a tocar a los 26 años, ya era bastante grandecito, no he desarrollado una técnica apabullante, qué sé yo. Ahí tienes el caso de Charlie Haden, que no es precisamente el prototipo del virtuoso, pero el sonido es impresionante. También es cierto que en las músicas populares como el flamenco o el jazz ha habido tipos que gustaban más que los demás y no porque tocaran mejor. Ese tipo de músicos que con pocas cosas hacían mucho y la gente los quería.
Maristain: Pero en la música latina parece haber avidez por músicos que destaquen de la misma forma que destacaron muchos otros en la música afro-norteamericana.
Colina:
Eso es complicado hoy en día. Normalmente, los instrumentistas que han surgido en el jazz lo hicieron de abajo hacia arriba. En el flamenco y en el jazz, era el pueblo el que decía quién tocaba bien y quién no. No lo decían las revistas especializadas ni las compañías multinacionales. Hoy en día, en muchas partes, la música ha dejado de pertenecer al pueblo, así que ya me dirás.
Maristain: Le gusta la cocina, sabemos que canta muy bien los tangos, toca el acordeón, el contrabajo...usted es un hombre completito...
Colina:
(risas) ¡Hombre! Yo toco el contrabajo en público, pero en privado canto, que me gusta tanto como tocar el contrabajo y además soy muy variado, toco el acordeón, bailo, hago muchas cosas si me tomo tres tequilas. Lo que sí no puedo es verme a mí mismo como si estuviera haciendo una carrera, algo que le interesa mucho a otros músicos. Lo que me planteo es hacer mejor las cosas cada día, pasar menos vergüenza cuando toco. Y además un concierto es una cuestión de amor, si siento que me quieren yo estoy bien, si puedo comunicar con la gente está todo bien.
Maristain: ¿Qué es Combo?
Colina:
Es un proyecto que ya lleva más de 10 años. Es un alargamiento jazzístico del mismo concepto de Lágrimas negras: la melodía, los solos y el final, pero todo a ritmo de son tradicional cubano. Es un proyecto, digamos, que sin el tresero Pancho Amat no sería posible. Yo soy el productor, pero si no estuviera Pancho y hubiera puesto un piano, por ejemplo, en lugar de que tocara Pancho, entonces sería algo más parecido al latin jazz y ya se han hecho muchas cosas así. Lo que he querido, de alguna manera, es tomar un camino que no se había tomado antes y que tiene que ver con que los soneros cubanos se interesasen por el jazz. Tenemos de invitado a Diego El Cigala, que canta Dos gardenias y He perdido contigo, hacemos temas de Cole Porter, standards americanos y standards cubanos, con distintos solistas y sobre todo con un lenguaje distinto al del jazz afroamericano: con nuestras cinco vocales, a, e, i, o y u.
Maristain: ¿Cómo era Tete Montoliú?
Colina:
Un personaje maravilloso, un tipo muy ingenioso, además. Hay gente que lo ve como el pianista más importante de España y para mí ha sido uno de los pianistas más importantes de la historia del jazz. No es sólo un tipo que toca muy bien el jazz español, era mucho más que eso. Se dialogaba muy fácil con él. No tenía ningún tipo de pretensión musical, jamás preveía nada, cuando tocaba estaba abierto a todo, no tenía planes, como en la vida: me pongo a tocar y no sé lo que va a pasar, de pronto el bajo hace pum y yo hago pam, yo que sé. Lo importante es la música, en esos días, tocar con él fue muy transformador. Yo era muy joven, entonces, tenía 34 años. Tete fue una de las personas que mejor se ha portado conmigo. Era un tipo muy directo, sin ninguna falsedad, era un kamikaze y tenía un espíritu trasgresor en todo. Todo le daba igual delante de quien sea y opinaba lo que se le antojara en cualquier circunstancia.

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