jueves, 30 de septiembre de 2010

WALLANDER


Los fanáticos mexicanos del hombre común proveniente de Ystad, una pequeña ciudad sueca con un gran puerto, con barcos que van y vienen de Polonia y Bornholm, están de parabienes desde que el canal 22 ha comenzado a transmitir la serie Wallander, protagonizada por el actor, productor y director irlandés Kenneth Branagh (Belfast, 1960).

Producidas por la BBC en escenarios naturales, las dos temporadas del programa que ha vuelto a mostrar la notable versatilidad del ex marido de Emma Thompson para calzarse como si fueran hechos a la medida los trajes de sus personajes, ofrecen a un Wallander vencido por la depresión que le causa su reciente divorcio (su mujer lo ha dejado por un hombre más joven), el deterioro mental de su complicado padre (interpretado magistralmente por el mítico David Warner) y las tendencias suicidas de su hija Linda, que también se ha hecho policía.

Branagh (el director de la esperada Thor, con Natalie Portman y Anthony Hopkins) se sacude en esta serie -por la que ha ganado el Bafta al mejor actor- la etiqueta de intérprete shakespeariano que le ha colgado la crítica desde su preciosa Mucho ruido y pocas nueces y desde el rotundo Hamlet que dirigiera y protagonizara en 1996.

Diríamos que en Wallander, el irlandés se ha “mankellnizado”, tan preciso que está en su rol de detective.

Tan entusiasmada está la directiva del Canal 22 con la serie, que puso todos sus esfuerzos para convencer a Mankell de que visitara Zacatecas entre el 15 y el 18 de julio cuando se llevó a cabo el Festival Hay de Literatura. No pudo ser. Los lectores del sueco saben que el escritor es, al fin y al cabo, como su álter ego Wallander: un tipo incapaz de socializar y al que las multitudes o la atención extrema lo desestabilizan sin más.

Quién es Wallander

Al detective Kurt Wallander le sale todo tan mal, que más bien podría decirse que el personaje fascinante salido de la pluma no menos hechicera de Mankell es un anti-detective. Un tipo gordo, diabético, falto de bohemia y de mística, cultiva eso sí un costado filosófico que lo acerca al entrañable alcohólico Philip Marlowe, creación imprescindible del estadounidense Raymond Chandler.

Hay que decirlo: Wallander no es tan inteligente como Sherlock Holmes y ni por las tapas se prodiga en excesos gastronómicos como el comisario Montalbano, aquel italiano entrañable del súper vendedor Andrea Camilleri (basta ver el refrigerador vacío del sueco para entender por qué los placeres terrenales le son tan esquivos).

Sin embargo, es en esta carencia de virtudes heroicas en donde reside la popularidad mundial de un investigador privado hundido en la melancolía y atravesado por la falta de éxito social. Un club de fans en inglés, varias películas y series, además de la popularidad mundial de las ocho novelas que han hecho rico y famoso a Mankell y que en nuestro país publica y distribuye la editorial Tusquets, dan cuenta de la trascendencia de un personaje que también en México ha derramado su magia.

Al decir de la escritora Ana García Bergua, la gran virtud de Wallander es el propio Wallander, “ese policía diabético, achacoso, que ve desmoronarse la tradición socialdemócrata sueca ante una ola de violencia y una corrupción que nunca se han visto por esos lares o por lo menos no tanto, antes del asesinato de Olof Palmer. Mankell plantea un punto de vista muy diferente del que podríamos tener en Latinoamérica o en Estados Unidos sobre el crimen. Wallander podría ser un cuate nuestro…”.

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