martes, 25 de mayo de 2010

Edificio, por Ana García Bergua (Páginas de Espuma)


Edificio, por Ana García Bergua (Páginas de Espuma)
La mirada observadora de Ana García Bergua, a quien imagino sentada como el atribulado James Stewart de La ventana indiscreta, nos lleva a recorrer los interiores de un edificio del que no saldremos los mismos, si es que conseguiremos salir de allí.
Misterio y miedo, humor sórdido y humor del bueno –como el que expresa ese matrimonio que juega al escondite para excitarse primero, aburrirse después y finalmente divorciarse- pueblan las páginas de estos cuentos muy cortos y muy largos, concentrados en líneas pesadas, densas, morbosamente atractivas, que por ninguna razón se diluyen y, por tanto, no nos dan respiro.
A Ana, ligada tanto al cine como está, no le molestará –claro- que, en un arranque poco imaginativo y casi obvio, su libro remita a la susodicha La ventana indiscreta; que sus personajes, hijos también del horror –el militar que mantiene encerrada a su anciana mujer en un cuarto aislado con un gato siamés gigante adentro, el profesor de Europa central que retiene a la fuerza a sus invitados o el escritor que abandona sin razón alguna a sus visitantes- sean deudores del Hitchcock mas tortuoso.
Sin embargo, sus cuentos también nos transportan al universo cortazariano de “Cirse”, por ejemplo esa historia de bombones de fruta cargados con veneno.
Todos los personajes de Edificio parecen ángeles inofensivos y, sin embargo, traen una carga extra de veneno adentro. Se distribuyen estratégicamente a lo largo de las páginas, para clavarnos su ponzoña y dejar una huella indeleble en nuestro espíritu.
Es, seguramente, la maestría de Ana García Bergua para darlos a conocer sin sus tintes, con sus disfraces, cuando tratan de no perder el tipo (en vano, por supuesto), en medio de sus miserias (como el relato magistral de la caída de Aída en el baño de un restaurante luego de caer fieramente derrotada por una mousse de chocolate), lo que hace de este libro un imán del que no podemos despegarnos, electrificados como estamos frente al monstruoso desfile de tan singulares criaturas.
Es también la alta calidad de narradora de AGB lo que permite leer el libro varias veces, en varios niveles, mientras avanza la cuota de peligro para un lector que se verá cada vez mas involucrado en los asuntos de la rubia del 5 o del coleccionista de autos raros del 7.
Al principio, el libro es lo que es: la narración de las historias protagonizadas por personas que viven en un edificio “normal”. Ana cuenta con dulzura y sus infalibles artes de seducción: sabe dónde una oración corta, cuándo un capítulo largo, por qué mejor terminar el cuento aquí y no seguirlo. Pero el arte de Ana no es sólo narrativo, también es hechicero y, conforme las páginas avanzan dejamos de ser el auditorio atento de la cuentista, para convertirnos en habitantes privilegiados y omniscientes de ese edificio de locos.
Tanto así, que las historias parecen ¿terminar?, en la puerta cerrada con llave de nuestro departamento y, por esta vez, sólo por esta vez, nos hubiéramos salvado de que la autora entrada en nuestra casa para descubrir y luego dar a conocer nuestros secretos inconfesables.
Conocí a Ana en el vértigo de su hogar, atareada con las urgencias planteadas por una hija adolescente que parecía ser su hermana menor. Su cabello largo, su rostro amable, su proverbial timidez y su manera de andar por la vida interesada por las cosas y personas que en ella aparecen, no dejan entrever a la diabólica, puntillosa, osada y casi morbosa escritora que es.
En Edificio, un libro inolvidable y placentero –yo también soy diabólica como lectora), AGB lleva hasta el extremo la falsedad de las apariencias y nos enseña a desconfiar –o al menos no creer de inmediato- de nuestra propia sombra.
Así como la ven, tan calladito que se lo tiene, esta mujer desafía al mundo real con su literatura, es decir, Ana García Bergua toma a la realidad del cogote, la estampa contra la pared y la obliga a declarar sin leerle sus derechos constitucionales.
La realidad, derrotada y sin salida, confiesa. Todo, todito.

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