sábado, 13 de octubre de 2007
Arnaldo y Lenine en México
Finalmente, nos encontramos en México, como debía ser. Brasil, que no tengo el gusto de conocer personalmente, sigue siendo para mí el territorio del paraíso, lo más parecido al mundo perfecto que no existe. No tengo dudas, hasta que Brasil no baje un poco de mi adrenalina cotidiana, no pisaré su suelo majo. Argentina es, cómo no, la patria vencida por los recuerdos y por los seres que no están. Es lo que quise ser y no pude. Es lo que fui y no volveré a ser. No hay insistencia en la certeza. Todavía no puedo volver a casa. La casa es una casa desaparecida. Fito dixit.
Así que México, que hace imposible lo imposible, tuvo que convertirse por fuerza del azar en el espacio del abrazo con Arnaldo. Inolvidable, curativo abrazo.
Teníamos un contacto más o menos de dos años. Primero fue descubrirlo en Tribalistas y luego sumergirme en su obra musical, sobre todo en sus siete discos en solitario, amén de su trabajo en Titás, el menos interesante para mí. Luego fue una entrevista para Playboy. Una edición dedicada a Brasil fue el pretexto perfecto para publicar una extensa nota donde oficializamos nuestro amor por su trabajo. Los libros y los discos transitaron entre San Pablo y México gracias a la hermosa voluntad de Lidia Chaib, esposa del gran Pericles Cavalcanti, una gran propiciadora de encuentros mágicos y trascendentes.
La mañana en La casa del Lago se expresaba magnífica. Era la primera vez que entraba a Chapultepec por el camino que lleva al Zoológico. A los costados, los botes vacíos de alquiler se agolpaban inéditos y coloridos. Él no aparece en lo oscuro, como en su canción "Oscurísimo". Arnaldo, que fuera definido por un periodista brasileño como "una de las personas más hermosas del mundo", es claro y brilla como Júpiter.
- Hola, soy Mónica
- Encantado, Mónica
- Soy Mónica Maristain
- Ah, Mónica, qué alegría, qué hermoso hallarte aquí...
Hablamos de todo. De su reciente encuentro con Jorge Drexler, con quien hizo una serie de presentaciones en Brasilia, del último disco de Pericles (O rei da cultura), de su obra poética y los periplos de la palabra, donde controla lo que se descontrola en la música, el espacio donde Arnaldo se deja llevar.
Lenine flotaba en el ambiente. El "Rey de URCA" (población de Río de Janeiro donde Lenine vive con su bella esposa Ana y dos de sus tres hijos varones) había llegado a México contratado por los oídos finos y las sabias artes de mi amigo querido Julio Rivarola, responsable de Music Frontiers (cuántos momentos hermosos de mi vida en México han sucedido gracias a ti, querido Julio). Arnaldo, que venía de componer con Marisa y Carlinhos (- ayer estuvimos haciendo nuevas canciones) se emocionó tanto al saber que Lenine estaba en México que hubo que propiciar el encuentro. O el encuentro entre ambos con nosotros (Melina, Daniela, Kelly, Ariadna...) como testigos se nos impuso obligada, azarosa y deliciosamente, porque "todo puede acontecer", diría Antúnes. Hay que decir: con Arnaldo al lado, todo "debe" acontecer.
Lenine merece un capítulo aparte. No puedo todavía balancear los efectos de su arrolladora y fascinante personalidad, esa carcajada rubia y adolescente tronando en el bar del Fiesta Americana, su manera puntillosa de explicarme en un portugués abierto y perfectamente entendible los rudimentos de la crianza de orquídeas a la que es tan aficionado como a la música, la pasión con que describe la independencia de criterios con que siempre manejó su carrera artística, la fragilidad y las dudas que lo enviaron al ostracismo por un buen tiempo (Sí, he sido y soy un tipo difícil), su pasión desbordada en una entrevista que duró más de una hora y que será publicada en una edición próxima de la Playboy México.
A la hora de la cena, se barajaron varios sitios posibles. Llamar a Arnaldo al celular de San Pablo me gastó el crédito, pero permitió ponernos de acuerdo y convencerlo de que debía venir al Hotel, encontrarnos todos y de ahí ir a un restaurante.
Lo imposible por un momento se perfiló adecuado: iríamos todos al Papá Beto, donde tocaba el gran pianista mexicano afincado en Nueva York, Mark Aanderud, junto a nuestro amado baterista chileno (el genio de la bataca) Gabriel Puentes y el exquisito contrabajista Agustín Bernal. Los buenos oficios de Francisca Yolin, coeditora de Playboy y esposa de Gabriel, posibilitaron la reserva de una mesa para cuatro personas en un local abarrotado por los aficionados mexicanos al buen jazz. Pero de pronto fuimos diez: Arnaldo y sus amigos oaxaqueños, traductores de poesía integrantes del staff de la revista de Hugo Gola El poeta y su trabajo, Melina Maristain, la eterna enamorada de Arnaldo Antunes, Lenine, su esposa Ana, la increíble Andrea (manager de Lenine), Daniela y Ariadna, encargadas de prensa de Music & Frontiers y Kelly, la filobrasileña y traductora de portugués, eficaz y solar. Había que conversar, además. Alguien sugirió el COMO, el restaurante argentino/italiano de Polanco y así nos apretujamos en los dos autos disponibles para partir rumbo a Horacio y Petrarca. Era viernes a la noche, no teníamos reservación. Imposible lo imposible, aun en México. Melina nos salvó con su memoria: se acordaba el teléfono del restaurante EL ZORZAL y nuestros amigos acudieron en nuestra ayuda con una mesa para 10 en el último rincón, con una brisa helada que se colaba por las endijas de las cortinas plásticas, con las sillas casi soldadas a las sillas vecinas...
En la noche mexicana, Arnaldo, el gran organizador de la cena (carnes y papas fritas para todos) se ganó el mote de "mandón", que Lenine refrendó con un divertido: -Sí, señor.
Se desmintió una supuesta pelea entre Chico Cesar y Zeca Baleiro: rumores de la prensa que siempre es, por supuesto, injustamente atacada (je).
Según Lenine, el creador de "A primera vista" creó una guerra de tribus cuando cantó en África el coro de su canción: amar atzaia, tzaia, tzaia...dijo Chico César y los africanos se levantaron en armas.
Arnaldo compuso una tonada para Melina. No probó el puré de papas y a todo le puso salsa picante.
Se llegó a la conclusión de que Lenine le explica a los periodistas largamente sus experiencias con el cultivo de orquídeas, porque los amigos ya se aburrieron de escuchar sus charlas al respecto.
Ana, la esposa de Lenine, manifestó con fervor el deseo del matrimonio de tener lo antes posible su primer nieto, preferentemente la niña que ambos, padres de tres varones, no procrearon. También contaron que sus esfuerzos en tal sentido, resultaron infructuosos.
En medio de la charla, la joven y bella traductora de nombre Kelly, se preguntó "cómo sería la vida antes de Internet" De repente, todos nos sentimos ancianos.
Lenine tiene las manos huesudas y flacas, como zarpas de tigre o de gato, llenas de anillos plateados y pesados. Fuma con dedicación unos finos cigarrillos negros (de color negro el papel de la envoltura).
Arnaldo tiene la piel blanca y lisa, como la de un bebé. Su cuerpo es magro y su cara redonda cultiva un gesto de sorpresa permanente que lo hace entrañable a primera vista. Contrariamente al déficit de atención que suele ostentar la mayoría de la masa humana, ambos funcionan como esponjas absorbentes de todo lo que escuchan y ven. Ese interés absoluto por el prójimo que tengan al lado es sin duda el rasgo que los convierte en fascinantes y que produce el deseo de permanecer a su lado por el tiempo que sea, si es mucho, mejor. Cuando íbamos rumbo al restaurante en el automóvil conducido por Diana, la chofer de Playboy, desbórdabamos la capacidad del carro. En una parada, Arnaldo percibió que en el coche que nos seguía sobraba un espacio. Inmediatamente emparejó las cosas haciendo salir a una persona de nuestro vehículo, acomodándola en el de atrás.
Tanto se ha hablado del amor que se profesan entre ellos los músicos brasileños, que parecería un tópico intentar describir la felicidad demostrada por el encuentro casual que Arnaldo y Lenine vivieron en México. Sin embargo, observarlos hablar sin descanso, reír a carcajada neta, como niños, nos hacía testigos de una celebración inusitada, una especie de misa afectiva frente a la cual, muchas veces, pudorosos y sensatos, nos mantuvimos impávidos y discretos, sin coraje para interrumpirlos con nuestras pedestres ansiedades.
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