sábado, 4 de junio de 2011

ALGO MÁS QUE LINDA MCCARTNEY


Linda McCartney no es Yoko Ono. No tuvo la mujer de Paul las maestrías artísticas, los dilemas éticos, el compromiso con las causas políticas más revulsivas que aún acompañan a la hoy anciana viuda de John Lennon. Sin embargo, fue esa mujer japonesa a la que gran parte de la historia se empeña en pintar como la verdadera causa de la separación de Los Beatles, la que puso a Linda Eastman McCartney en un lugar justo y necesario.

Fue en una emotiva nota escrita para la Rolling Stone en 1998, año en que Linda murió de cáncer de mama, a los 56 años. Allí, dice Yoko que la que parecía en principio una mujer vulnerable terminó siendo una persona muy fuerte, quien –como hasta el propio John Lennon, aun en los tiempos más difíciles en su relación con Paul, admitía- cumplía un papel benéfico en la vida del bajista zurdo de Los Beatles.

La muchacha rubia que se moría por los famosos y a quien McCartney conoció en 1968, en el marco de un concierto en Londres, fue reivindicada por Ono en una descripción tan veraz como admirable: “Ambas queríamos mostrarnos nuestras respectivas granjas. Cierta vez yo estaba por ir a Londres con Sean, y Linda dijo: "Entonces, la mía primero". Así que nos invitó a Sean y a mí a su granja. Y digo "la granja de Linda", porque de verdad sentías su energía ahí: sabías que había sido ella quien había creado ese entorno para su marido y sus chicos. Había algo muy verdadero en la manera en que vivían. No estaban rodeados por sirvientes ni nada. Y fue maravilloso. Linda tenía caballos y ovejas: era una granja de trabajo, no una hacienda maquillada”.

A la luchadora por los derechos de los animales, a la militante del vegetarianismo más férreo, a la cabeza de una familia estable y de un matrimonio que duró 30 años, con sólo una noche en la que Paul y Linda estuvieron separados en todo el tiempo que duró su pareja, es la que recuerda y engrandece no sólo Yoko, que como bien dice, “no fuimos de esas amigas de tomar el té con masas”, sino también su viudo, sus hijos y cierta parte de los millones de fans de Los Beatles, sobre todo aquellos que lograron derribar los prejuicios y aceptarla como la gran dama McCartney en que se convirtió.

“Simplemente era muy divertida, muy lista y tenía mucho talento”, así recuerda Paul McCartney a Linda Eastman, la mujer con la que compartió tres décadas de su vida y a la que según la prensa del corazón intentó reemplazar a su muerte con la volcánica modelo Heather Mills (de gran parecido físico con Linda), quien le dio un hijo y le sacó varios millones merced a un divorcio escandaloso cargado de detalles miserables.

La chica de la cámara

Metida a la fuerza en Wings, el proyecto musical de su marido, Linda no sabía cantar ni mucho menos tocar el piano. Sin embargo, era diestra con una cámara fotográfica en la mano. Y ya era una destacada profesional de la imagen cuando conoció a Paul, como lo comprueba aquella portada de la Rolling Stones de 1968, con un Eric Clapton joven y bigotón, serio y concentrado, mirando a la lente.

También era una chica divertida y tierna, siempre dispuesta a dar calor físico a cuanta celebridad se cruzara en su camino, por caso el actor Warren Beatty o los rockeros Jimi Hendrix y Eric Burdon. Por sus conquistas y por esa manera un tanto masculina de ver el mundo (por no decir machista recalcitrante) por parte de los cronistas de rock, la Eastman fue incluida en cuanta lista de groupies famosas se hiciera en los pasquines de la época. Tanto así que muchos años debieron pasar para que la esposa de Paul fuera considerada una fotógrafa de nivel. Antes, más bien era vista como la muchacha rubia que calentaba la cama de los famosos para conseguir imágenes inolvidables, leyenda alimentada por la extraña circunstancia en que Linda obtuvo su primera oportunidad como profesional de la lente.

Fue en 1966 y todavía no había aparecido su príncipe azul, cuando con sus espigados y rubios 25 años, Linda se coló en una sesión de fotos para prensa de los Rolling Stones que se llevaba a cabo en un barco que navegaba sobre el río Hudson. Por muy exótico que resulte el modo en que Eastman consiguió el pase para poder mezclarse entre los fotógrafos acreditados, lo cierto es que la imagen obtenida es extraordinariamente buena, reflejo de una época y de la turbulenta y luego trágica relación que unía y desunía a Brian Jones y Mick Jagger. En blanco y negro, la postal muestra al famoso integrante del Club 27 (influyentes músicos de rock y blues que murieron a esa edad, por caso Janis Joplin y Jimi Hendrix), luciendo una camisa a lunares, con los ojos cerrados y las manos abiertas, como si rezara para adentro. A su lado, un Mick Jagger jovencísimo, se quita los lentes de sol y ofrece el rostro más aburrido de la jornada.

Linda, que antes de conocer a McCartney había fotografiado a Aretha Franklin, Jimi Hendrix, Bob Dylan, Janis Joplin, Simon&Garfunkel, The Who, The Doors, Charles Aznavour, todos artistas señeros de los convulsionados y fructíferos ’60, es ahora recordada en un libro de gran porte editado por Taschen y curado por su viudo.

A Life in Photographs tiene un prólogo escrito por el propio Paul, quien la evoca como una mujer que amaba tanto a la música como a la naturaleza y para la que el humor era un elemento imprescindible en su existencia.

Las imágenes bucólicas de la familia perfecta que siempre quisieron ser los McCartney ante los medios, el desenfado de Los Beatles -que tenían en su juventud el universo a sus pies y todo el mundo por delante-, el rostro serio y sorprendido de Stella McCartney, segunda de los tres hijos del matrimonio y hoy una famosa diseñadora de modas, todas las posibilidades faciales de un Lennon en diferentes etapas de su vida, son sólo algunas de las inolvidables fotografías que convierten a Linda McCartney en una testigo de cargo de la época que le tocó vivir.





“La fotografía era más importante para mí que la música, pero mi esposo y mi familia era más importante para mí que la fotografía y yo estaba dispuesta a renunciar a la fotografía por ellos”, supo decir Linda al intentar explicar por qué, en 1998, renunció para siempre a su trabajo con la cámara. Fue el año en que se unió a su esposo para formar la banda Wings.

El legado de Linda es enorme. Su línea de alimentos vegetarianos congelados continúa hasta la fecha, con platos que los propios hijos prueban antes de sacar al mercado. “Para nosotros es algo muy personal, porque esa comida lleva el mensaje de mamá al mundo”, dice su hija Mary.

Su herencia, sin embargo, no ha sido tan pública ni tan inclusiva como este libro de reciente aparición. Desde el fondo de los tiempos, la artista de la fotografía que fue parece levantarse con todo el vigor de su mirada, para mostrarnos cómo era aquel mundo que cambiaba segundo a segundo y que aún hoy mantiene su influjo y su seducción intactos.

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