lunes, 8 de enero de 2007

MAMMA MIA

Aunque hace 5 años que no la veo, en estos 5 años he hablado más con ella que en todo el resto de mi vida. No es consuelo, claro, pero cuántas mañanas de domingo, mientras tomaba mate en la cama, un impulso me exhortaba a llamarla, desesperadamente.

Sí, pobre vieja, siempre la llamaba con desesperación para comentarle cualquier tontería, esos chismes de muertos prematuros, famosos de los que ella hablaba como si fueran parientes, amigos míos que no conoció y que sin embargo tenía identificados con una memoria prodigiosa, amabilísima. Qué dama simpática, qué educada, qué mujer con esos ojos celestes, casi endiabladamente azules, podía seguir sonrojándose a los 60 como ella.

Y qué niña que nunca dejó de serlo, podía como ella entrar en una furia irreversible cuando la conversación giraba hacia personas o cosas que ella odiaba. Cuando pienso en sus odios, pienso también en los odios del otro, aquel flaco melancólico y pesimista que murió a los 45 años y le dejó 8 hijos y toda la tristeza del mundo (si al menos se la hubiera llevado con él). Qué tipos furibundos y apasionados, mis padres. Locos absurdos capaces de las tiranías y crueldades menos comprensibles del planeta y que ellos vivían y desplegaban así, tan naturalmente.

"Decidí que tu hermana Gabriela no viniera a verme los fines de semana en que juegan Boca y River. Es mejor así, para mantener la relación", te decía con un desparpajo sincero, lógica de tablón que no hubiera resistido el menor análisis de ningún psicopedagogo.

"Yo pienso que Bielsa hizo mal en no llamar a Saviola, pero ¿para qué queremos a un negro como Tévez en la selección?".

"Yo te juro que si a Bianchi lo eligen técnico de la Selección, me muero".

"Me muero. Cuando me muera. Me quiero morir. El día en que me muera, ya van a ver", desde que era una adolescente la palabra muerte estaba en la flor de sus labios. Sin embargo, no hay nada que pudiera tolerar menos que la muerte. Cuando murió su padre, me contó que corría por las calles de su pueblo y que pensaba: - "esto no es cierto". "Era un hombre malo, pero murió joven", me contaba.

Cuando murió mi padre, el hombre con el que conoció el color y el sabor de la tragedia, se puso los hijos al hombro pero nunca más fue feliz.

Cuando su madre murió, ella también renunció a la vida y a nosotros, sus hijos.

Tipos feroces, mi madre, mi padre, mi abuela, el trío de héroes derrotados alrededor de los cuales mi vida giró como en una licuadora. Mi abuela odiaba a mi padre y mi padre odiaba a mi abuela y todos queríamos tanto a mi padre y a mi abuela. Como mi abuela odiaba a mi padre y mi padre odiaba a mi abuela, mi padre se llevó a mi madre lejos de mi abuela y nosotros lloramos, por mi abuela, que nunca venía a vernos lo suficiente, a la que extrañábamos con intensidad. Ella, mezquinamente, escatimaba las visitas y cuando venía a vernos se iba enseguida. Íbamos a buscarla a la terminal de ómnibus y apenas pisaba el suelo porteño decía cosas como "ya extraño a mis pájaros", "acá hace demasiado calor", "hace demasiado frío", "no me pidan que me quede, porque mañana me voy".

Tipos raros, esos tres. Siempre se iban. Se iban pronto, se iban lejos, se iban tanto.

Su vida era un constante fin de semana en que jugaban River y Boca y ellos no se veían "para mantener la relación". Yo no los entendía. Nunca los entendí. Al menos, me costó entender esa manera de no poder vivir sin el otro, pero tampoco con el otro, estigma que heredé como los ojos verdes, el pecho ensimismado, la melancolía.

Qué sé yo. Siempre sentí que en el negocio de esos tres, nosotros no entrábamos. Que ellos tenían una forma de comunicarse que no era normal. Conforme fui creciendo e iba a la casa de mis amigos, donde había otros padres, otras abuelas, me di cuenta de que hay personas en el mundo que cuando dicen Buenos días, quieren decir buenos días. Estos tres imbéciles adorables, trío de estúpidos imprescindibles, se insultaban cuando se declaraban su amor y directamente se ignoraban cuando les daba la gana, o sea, siempre.

Cuando murió mi padre, tan joven, tan solo, tan triste, primero murió su perro (al que había bautizado "Solo") y yo lloré hasta que los ojos me quedaron chiquitos, escribí un poema y seguí llorando y seguí gritando y seguí, seguí, seguí...Mi abuela, que nunca lloraba, cuando murió mi padre también lloró mucho. Y cuando me veía llorar, me decía: "Vos llorás porque te sentís culpable, no lo tratabas bien a tu padre". Qué loca esa mujer. Le hizo la vida imposible a mi padre. Mi padre nos hizo la vida imposible a mi madre y a sus hijos. Pero cuando mi padre murió, la única que parecía tener derecho a sufrir, era mi abuela. Cuando murió mi abuela, tan joven, tan sola, tan triste, sentí que el mundo me daba vueltas, que yo también me iba a morir; en cambio, la que se murió fue mi madre. Amé a mi abuela más que a nadie en este mundo, pero cuando mi abuela murió, la única que parecía tener derecho a sufrir era su hija. O sea, mi madre.

Si mi padre y mi abuela habían muerto, aunque en el negocio había perdido demasiado capital, no dejaba de ser una buena perspectiva la de contar finalmente con una madre joven sólo para mí. Sólo para mí y para mis hermanos, claro, con los que aún hoy seguimos discutiendo acerca de a qué hijo ella debía amar más. La verdad, es que nos amaba a todos por igual, o sea, nos amaba poco, nos amaba nada. Claro, está mal decir eso de quien dio su vida por uno, de quien nunca a uno lo abandonó; pero la verdad es que si mi padre y mi abuela habían muerto, la vida dejaba de tener sentido para mi madre. Esos locos, esos tres.

No podían vivir los tres juntos, pero sin los tres juntos, tampoco podían vivir.

A mi madre le quedaron los ochos hermosos hijos de mi padre, los ocho hermosos nietos de mi abuela: demasiado botín para no compartirlo. La superó la culpa de seguir viva y, por tanto, se dedicó a morirse lenta y secretamente. Morirse por la voluntad de morirse, como mi abuela (tengo cáncer, gritaba, y nadie le creía, pero tenía), como mi padre (no puedo respirar, me voy a morir, y nadie le creía, pero no podía respirar y se murió), como mi bella madre (estas son las últimas conversaciones que tenemos, me voy a morir, y no le creíamos).

De esos tres locos viene la sangre que bombea mi corazón. Es el día de hoy que cuando quiero a alguien, lo primero que tengo ganas de hacer es pelearme. Como una prueba de karate, como cierto rito japonés (en mi imaginario, todos los ritos son japoneses) que si pasamos, las cosas estarán bien. Y siempre quiero cambiar mis ritos japoneses, pero esos tres me pueden, me vencen minuto a minuto.

Irme lejos de mi madre fue mi primer rito no japonés. Fue mi manera de amarla como la amaba, desesperadamente. No quería y no podía verla morirse lentamente, ajena a mí, tan ajena a mí como mi padre, como mi abuela, que me adoraba y que para demostrarme su amor me quemó un día con una plancha la mano izquierda (marca que conservaré hasta que me muera). Entonces me vine a México. Y la llamaba desesperadamente, a menudo. Y le decía cositas: "Te amo, mamita", "Preciosa, te quiero, te extraño, te necesito", "mamá, mamá, mamá", cositas que nunca le hubiera podido decir en la cara. Y ella me contestaba cositas que nunca me hubiera podido contestar a la cara: "hija mía, querida hija, cómo te quiero". "Mamita, me quemé la cara con aceite, Mamita, extraño a Sacha, Mamita, ¿ganó River?".

En estos cinco años en que no nos vimos, nos amamos más que nunca. Nos dijimos palabras de amor encendidas, nos contamos secretos, nos pasábamos chismes, me daba el parte de muertos con una puntillosidad que me perturbaba y si no le hablaba de Sacha, me hablaba ella. "Yo me voy a morir deseando que ustedes dos vuelvan a estar juntos. ¿Cómo dos personas que se quieren tanto pueden estar separadas?", fue lo último que me dijo al respecto. Luego, como buena hija dictadora, le prohibí que me sacara el tema. Y si alguna vez se le escapaba la palabra Sacha, me pedía perdón inmediatamente, lo que me hacía reír con estruendo. Y juntas reíamos a carcajada limpia.

"¿Cómo está tu amigo, el de Italia, el que tuvo toxoplasmosis?", no, mami, no es toxoplasmosis y está bien, no te preocupes.

"La hija de Pablo, el profesor, ya debe hablar, ¿no?, ¿cómo me dijiste que se llamaba?"

"Es increíble cómo pasa el tiempo y seguís siendo amiga de Valerio. Qué alegría que te vaya a ver a México, así no estás tan sola".

"El otro día pasaron una película de Daniel en la tele".

"Gracias, gracias, gracias", me dijo tres veces la semana pasada. Fue cuando le anuncié que Melina iba a ir a visitarla. Luego otro día se puso feliz porque Mariano del Mazo iba a venir a mi casa. Otro día me dijo adiós. Y otro día llegó Melina a Buenos Aires. Luego, mi mamá murió. Alrededor de su cama estaban mis 7 hermanos. Lautaro, el más chico, no quería verla, pero ella lo llamó: "Quiero ver a Lautaro". Luego, dijo algo así como "Leandro, no pelees" y luego se murió. Tenía 61 años, era el ser más bueno y más extraño que me tocó conocer, nadie me amó tanto como ella y nadie me hizo la vida más difícil.

Hoy, en esta noche, sola en la casa que ella no conoció, pienso en ella, en mi padre y en mi abuela.

Cuando murió mi padre, pensé que yo me iba a morir.

Cuando murió mi abuela, casi no tuve ganas de vivir.

Mi madre murió, pero yo no estaba a su lado cuando murió. De otro modo, hubiera muerto con ella. No lo hubiera resistido.

Qué locos esos tres. Ahora finalmente están juntos, peleándose, gritándose que se odian cuando en realidad se aman. Mis hermanos y yo lloramos desconsoladamente, tristes, jóvenes y solos, pero unidos en la certeza de que esos tres pedazos de animales que nos parieron (sí, mi abuela también nos parió, a los ocho, uno por uno) a su manera feroz e inverosímil, murieron para que nosotros viviéramos. Qué tarados, ni falta que hacía, con lo que hemos amado a esos tres tontos y con lo que todavía los seguiremos amando.

Pero no hay que pedir peras al olmo: esos tres estaban dementes y para hacerlos entrar en razón, el mundo tendría que haberse disuelto y vuelto a construir en un instante.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mónica querida... No puedo dejar de llorar... Algo me impulsó a entrar aquí, en tu blog, a estas horas, armando una gacetilla... buscándome... Y me encontré en tu relato!!! Cómo entiendo TODO esto de lo cuál escribís!!! Yo, preciosa, estuve casi cinco años sin ver a mi madre, también... y el triángulo que describes, ESE, es tan parecido a mi historia!!!

Ocurre que por algo las vida y las palabras nos han unido... Yo, como aprendiz, publicando desde niña, armando mitologías desde niña. Esculpiendo genealogías desde niña... VOS, hoy quiero escribir VOS y no TÚ, desde tu estilo que es incomparable y generoso...

Moni, te voy a mandar un correo con algo sobre mí, como escritora, como mujer... dejemos de lado la relación laboral que nos une... Quiero que sepas que estamos muy unidas... Siempre te mando mis poemas, siempre son retóricos, pero hoy, esto ha sido muy fuerte, y me has tocado el tuétano... Al demonio con protocolos!!! Te Quiero Mucho.

Paola Dioli Pagano

Anónimo dijo...

querida mónica,
no sé por qué esta noche entré a tu blog, leí un poco y como siempre me encantó lo que leí. Pero más, mucho más allá fue lo que escribiste a tu mamma mía. Yo tengo mi propia mamma mía y no sé si sea un issue universal o es que las argentinas tenemos este temita con las madres... lo que sea, me pegó. fuerte y profundo, y fue lindo y doloroso, cuantas veces uno quiere decirle cosas y sólo lo logra poniendo casi un continente en el medio? No sabés cuanto entiendo esa forma csi esquizofrénica que establecer una relción, que a veces es la única forma que logramos conseguir para poder tener aunque sea, esa relación. Fue muy lindo, y me hizo llorar mucho. Un abrazo de admiración.
Cintia Neve