Maristain querida:
Te lo juro de rodillas y por la sombra incorrupta de San Martín salvándole la vida a O´Higgins que los vinos chilenos son buenos y, ciertamente, mejores que los argentinos. En mi niñez viví en Cauquenes, provincia de Maule, una región que ostentaba el primer lugar en el índice de alcoholismo patrio. También era la capital del espiritismo, creo que hasta los curas hacían sesiones con la mesa de tres patas. De Cauquenes recuerdo sobre todo dos episodios decisivos: en uno de ellos me di cuenta de que cada persona es un mundo y que la lejanía podía ser sinónimo de muerte pero también de viaje hacia el interior vacío de cada uno. En el otro comprendí lo que era el teatro. La obra en cuestión era una mierda: La pérgola de las flores, de autora chilena, pero a mí me gustó tanto (era un niño sensible) que al salir no supe si salía de La pérgola o entraba en una obra mayor e incomprensible, la de las calles de Cauquenes, la noche de Cauquenes, Chile. Latinoamérica, the world. Visto en perspectiva, lo primero que se me ocurre es preguntarme cómo mi madre dejó que un niño de doce años fuera al teatro solo. Recuerdo que cuando mi padre nos iba a visitar, al regreso compraba vino, pues el de Cauquenes tenía fama de ser de los mejores. Me reí mucho con tu historia del italiano y tu marido. Estas cosas suelen pasar. Y con respecto a la música, no creas, a mí también me gusta el rock, sólo que lo prefiero en inglés o francés, para no saber qué están cantando. Es magnífico lo que cuentas sobre Bogosian. Creo que hace tiempo vi una película sobre una obra suya, puede que hasta la dirigiera e interpretara él, iba sobre un locutor de radio asesinado por fascistas. Pero no dejes la revista ni el periodismo, y hazme caso: fuma y bebe menos, por Santa Bernardita. Recibe todos los besos de rigor.
Bolaño.
lunes, 25 de junio de 2007
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