
Los 50 años son cosa seria. Y si no, que se lo pregunten a Michael Jackson, fenecido a pocos meses de cumplidas las cinco décadas y sin haber caído en la cuenta del paso del tiempo, frente al cual siempre se veía joven o más bien niño.
Los 50 fueron una cosa muy importante en la vida de David Bowie, por ejemplo. Los cumplió en el escenario, rodeado de monstruos más o menos ilustres (Lou Reed, Robert Smith, los Sonic Youth, los Foo Fighters) y con 30.000 invitados anónimos que abarrotaron en 1997 las gradas del Madison Square Garden.
Precisamente, fue David Bowie uno de los artistas más influyentes en la vida del músico argentino
Gustavo Cerati, quien este 11 de agosto arriba a la cincuentena con nuevo disco y bríos renovados en una carrera en solitario que le viene dejando tantas o más satisfacciones que su rutilante transitar como líder de la banda Soda Stéreo.
Músico precoz, hoy todo un artista completo que lo mismo deslumbra con una técnica guitarrística notable o encandila con una voz cargada de sensibilidad, apenas tenía nueve años cuando en su natal Buenos Aires comenzó a entendérsela con el instrumento que más tarde escucharía vibrar en manos célebres como las de Jimmy Page, el genio de Led Zeppelin o Ritchie Blackmore, el líder de Deep Purple, a la sazón sus ídolos de juventud.
Desde esa primera infancia musical hasta esta realidad de músico consumado, acaso uno de los cantautores más respetados en Latinoamérica,
Cerati ha pasado por diferentes realidades artísticas y casi todas ellas exitosas, gracias a méritos que tienen que ver más con la constancia y el trabajo a destajo que con el azar.
Aunque no siempre la fortuna le ha sonreído, sobre todo entre la crítica musical de su propio país y entre mucha afición que durante un tiempo considerable se dividía entre quienes lo amaban incondicionalmente y entre aquellos que le quitaban todo mérito llamándolo “el cheto (fresa) que hace música electrónica”.
El principio histórico de la rica historia profesional de este cantautor célebre y sutil tiene, como es vox populi, a los ochenta como escenario de desarrollo y a toda una estética de música ligera y raros peinados nuevos –como lo inmortalizara el gran Charly García la canción homónima- que dieron origen a Soda Stéreo que era, al decir del crítico argentino Carlos Polimeni, “un trío a lo Police que luego se entusiasmó con The Cure”.
La génesis de Soda se dio en 1979, apenas un año después del Mundial de Fútbol que ganara la Argentina en su propio suelo, generando una manifestación de júbilo popular que abonó el terreno para la caída sin retorno de la cruenta dictadura militar inaugurada en 1976 y que terminaría por ceder ante las presiones democráticas en 1983.
Chicos de clase media al fin y al cabo, fue en la cara y privada Universidad de El Salvador, donde se encontraron los dos estudiantes de Publicidad
Gustavo Cerati y Héctor "Zeta" Bosio; en 1982 los dos melómanos y fanáticos de Elvis Costello, comenzaron a proyectar la formación de una banda en la que tocarían temas propios. En ese momento conocieron a Charly Alberti, el futuro baterista de Soda y se arma la movida que cambiaría para siempre la historia del rock en español. Pocos saben que entre las muchas formaciones que probó por entonces el hoy afamado trío, hubo una que incluyó durante un corto periodo la participación del hoy consagrado Andrés Calamaro.
El éxito de Soda Stéreo fue sin dudas el triunfo de una manifestación artística juvenil que intentaba de todas las maneras posibles quitarse la herencia de la solemnidad trágica que dio temas y motivos al repertorio musical de los 70 (con compositores fundamentales como el citado García o el genial Luis Alberto Spinetta), fruto de una circunstancia social marcada por la represión y la muerte de casi toda una generación en Argentina a manos de la cruenta dictadura.
Como bien lo dice Polimeni en su libro Bailando sobre los escombros: “Ese rock argentino, que se desprendía lentamente del pasado, se sentía en primavera y se pensaba desde la imagen, si es posible televisiva, pero que tenía un pasado poderoso, fue el que desembarcó en México”.
“Soda Stereo transmitía una serie de imágenes de poder muy claras: chicos rubios, cultos y refinados, cantando en español sin inflexiones anglosajonas, apostando al futuro, ecualizados con las vanguardias británicas. En secreto, miles de músicos los envidiaron durante muchos años. Algunos transformaron esa envidia en imitación, otros la usaron como estímulo. Una porción la transformó en odio. A todos, puede afirmarse, su existencia les sirvió”.
De la historia de la banda, esos trece años cargados de éxitos, presentaciones en toda Latinoamérica, un consenso en México donde Soda Stéreo es considerado prácticamente un grupo local, dieron cuenta miles y miles de notas en periódicos y revistas. De la separación “porque ya no nos soportamos y preferimos hacerlo ahora antes de que nos empecemos a cagar a trompadas” (
Cerati dixit) en 1997, aunada a su reunión millonaria y multitudinaria una década después, se habló hasta el hartazgo en los medios de comunicación del continente.
Sin embargo, poco se ha analizado la carrera en solitario de
Gustavo Cerati, un músico exquisito que, tras la disolución de su banda-madre, ha demostrado con múltiples ejemplos, un crecimiento artístico impensable en el marco de su famosísimo trío.
Eso es lo que hoy se sabe: No solo
Cerati fue el motor y el combustible de Soda Stéreo (sin quitar presencia meritoria ni capacidades de instrumentistas a Alberti y Bosio, es poco lo que han hecho musicalmente hablando desde la disolución de Soda), sino que desde que abandonara el timón del exitoso trío,
Gustavo es más músico, más artista y está más –si cabe- comprometido con una pasión estético-musical que constituye, sin dudas, una moral consistente a la que no ha renunciado con el correr de los años.
Cuando el artista está a punto de arribar a sus primeros cincuenta, las voces se han acallado y no existe quien, entre las opiniones del público aficionado o del poco enterado, cuestione su calidad y su importancia.
En su país, donde la pasión del rock se vive entre los jóvenes y no tan jóvenes casi con la misma intensidad que el fútbol –las mismas virtudes y los idénticos vicios del fanatismo a ultranza-,
Gustavo está sentado a la diestra de los padres del rock, ocupando un merecido lugar al lado de Luis Alberto Spinetta, Charly García, Litto Nebbia, Andrés Calamaro y Fito Páez.
Son su sólida presencia y su incansable labor al frente de un repertorio y de un sonido absolutamente identificable como propio lo que lo han erigido en ese pedestal. Por supuesto, a nadie le interesa –por ser tarea imposible, además- desdeñar su pasado “stéreo”, pero ya no caben dudas de que cuando Soda se separó, se integró finalmente la voz de un artista que pudo hacerse más grande que su pasado. Hoy,
Cerati es más que Soda, se lo haya propuesto él o no.
¿Cómo lo hizo?
Atento hasta la exasperación, con una amabilidad de otros tiempos que le otorgan un aire aristocrático,
Gustavo Cerati conmueve por su sencillez y encanta por su buen decir. Aunque él haya cantado aquello de “Yo quiero ser del jet set”, lo cierto es que como bien declaró a la RS de Argentina: “Nunca me gustó el champán”.
Cuenta una chica que supo ser jefa de publicidad en la Rolling Stone de Colombia que durante una convivencia con el músico, los directores de la revista no disimularon la incomodidad que les produjo la inesperada presencia de admiradores no invitados que se dieron cita en el encuentro. A todos y cada uno atendió
Gustavo sin perder la calma y, lo que más sorprendió a los presentes, no fueron las cosas que el músico dijo, sino la capacidad de escuchar con una atención concentrada lo que le decían a él. “Escuchaba a todos como si le dijéramos cosas que él realmente quisiera saber, cosas importantes”, decía la muchacha.
El primer show que
Gustavo Cerati vio en su vida fue en los 70. Tocaba Carlos Santana en el club San Lorenzo de Almagro en la época en que, según Gus, el guitarrista mexicano “estaba en su mejor momento. Fue inolvidable”. Y de todos los shows posibles, tiene para sí un sueño misterioso: “Soñé que me moría tocando en Japón…”, le confesó a la revista Rolling Stone Argentina.
Él, que no sale al escenario si antes no se toma un tequila y no se da un abrazo con cada uno de los músicos que lo acompañarán en el concierto y que ha dado ya más de 1300 shows por el mundo, es un artista para el que los anfiteatros resultan los sitios predilectos de actuación y que se reconoce hijo viviente de David Bowie, pero también discípulo directo de Frank Sinatra.
Como fuere, el artista cuyo premio mayor es la cara de felicidad de la gente cuando termina de dar un buen concierto, ha venido completando más de una década como solista en la que logró sortear la mirada adusta con que los críticos y, sobre todo, los aficionados a Soda Stéreo se dedicaron a observarlo con mucha prisa y sin nada de pausa. “Hay gente a la que le caigo bien y hay gente a la que le caigo para el orto y no hay nada que pueda hacer al respecto”, declaró al periodista Hernán Ferreirós en una célebre entrevista otorgada al periódico Página 12.
TOCANDO SOLO
El primer disco fue Amor amarillo en 1993 cuando las relaciones entre los integrantes de Soda Stéreo eran notoriamente ríspidas. No fue de ninguna manera el inicio de su carrera como solista, pero la versión memorable de la canción de Spinetta “Bajan” representó toda una declaración de principios para una estética profunda y poética a la que se volcaría de lleno cuando se disolviera el trío.
En 1999 llegó Bocanada, una mezcla de pop, rock y música electrónica que es considerada hoy la mejor entrega del
Cerati solista. Fue disco de oro y, al finalizar el año,
Gustavo obtuvo el reconocimiento de la mayoría de los medios especializados de Argentina, que manifestaron su opinión en los resultados de las encuestas que repasaron la producción musical de ese año, consagrándolo en distintos rubros tales como "Mejor Disco" y "Mejor Solista" del año; así como también premiaron su trayectoria eligiéndolo "Artista de la Década" junto a Charly García.
Siempre es hoy, en 2002, muestra influencias que se mezclaron con el pop, el hip hop y el rock en un disco con edición simultánea en Argentina, Estados Unidos, México y Chile.
En 2006, su cuarto disco en solitario, Ahí vamos, fue disco de platino con 40 mil unidades vendidas antes de salir a la calle, los samplers dejaron su lugar a las guitarras, las derivas sonoras a las canciones directas y la experimentación a la contundencia pop.
De todas las cosas que se dicen de su música y de su persona, no hay nada que moleste más a
Cerati que aquello de que es “un fresa”. Sin embargo, nada le importa menos que las críticas o las reseñas de sus distintos materiales, tal como lo expresó en una entrevista a Página 12: “El primer fan al que trato de complacer es a mí mismo. Y yo imagino que la gente va a vibrar de la misma manera que yo. Siempre fue así. Me doy cuenta de que si la guitarra está más potente a cierto tipo de público parece gustarle más. Pero también está el otro que dice: “A mí me gustaba más el
Cerati electrónico”. Si mi naturaleza no me permite hacer algo o estoy forzado a hacerlo lo voy a pasar mal. A mí me cuesta mucho lo que hago. No me sale fácilmente. A veces las canciones salen una tras otras y a veces hay momentos de blanco total. No vivo todo el tiempo creando, hay momentos en los que siento que me chupa un huevo todo y que quiero vivir otras experiencias”, declaró.
Jamás obligado a hablar de cosas importantes o trascendentes, sin por ello compelido a una banalidad sin sentido,
Cerati cultiva un ars poetica muy alejada de lo cotidiano. “Las bandas que me parecen insoportables son las que no hacen más que hablar literalmente de lo que les pasa alrededor como si fueran un noticiero. ¿Qué tipo de imaginación hay ahí, qué tipo de creatividad? Nada”, ha expresado en una ocasión.
Aunque su vida transcurre entre giras por todo el mundo,
Gustavo Cerati odia los aviones y se considera un auténtico sobreviviente de los excesos químicos y alcohólicos que mataron a muchos de sus colegas y congéneres: “A lo largo de los años he jugado con el abuso y con la constricción en varias oportunidades. Sucede que algunos hemos tenido mejores niveles de alarma.”, dijo en una entrevista. Dejó de fumar sus dos paquetes de cigarrillos diarios a causa de una tromboflebitis y permanecer un par de días en terapia y ya no toma cocaína, un combustible habitual en su etapa de Soda Stéreo. Consume ahora comida naturista y dos por tres tiene ganas de abandonarlo todo para dedicarse a pintar óleos.