jueves, 24 de septiembre de 2009

ANTHONY KIEDIS


Por esas venas donde antes corría cocaína, speed, heroína negra, heroína persa e incluso, a veces, LSD, ahora transita ozono, “un gas de olor maravilloso” que ha sido utilizado legalmente en Europa durante años para tratar desde accidentes cerebro-vasculares hasta el cáncer. Quien se somete al suave tratamiento de una enfermera rubia que se hace llamar Sat Hari es Anthony Kiedis, nacido en Michigan, EU, el 1 de noviembre de 1962.

“Estoy tomando ozono por vía intravenosa porque a lo largo del tiempo, en algún lugar a lo largo de mi vida, contraje hepatitis C causada por mi experimentación con las drogas”, dice el líder de la banda de rock Red Hot Chili Peppers, una especie de Iggy Pop posmoderno tan sensual y enigmático como la vieja iguana.

Difícil constreñir en una sola definición la proverbial y a menudo milagrosa presencia de un frontman inigualable. Como si el elemento sexual que constituye su estar y ser en el escenario no bastara. Como si el modo hiperkinético de cantar las rolas tristes, provocadoras, profundas, de una agrupación nacida en Los Ángeles, California, en 1983, se quedara chico frente a la rutilante existencia de un poeta escénico que todo lo ha probado para después contarlo.

Gimnástico, siempre eléctrico, esdrújulamente conformado por su amor a la vida y por su culto a la muerte en partes iguales, Kiedis es la cara visible de un cuarteto integrado por otras tres caras tan visibles como la suya. Alguien dijo alguna vez que si en un grupo uno tiene a un bajista de la calidad de “Flea”, un baterista como Chad Smith, un guitarrista como John Frusciante y un vocalista como el mencionado Anthony, la carrera hacia la cima está plenamente asegurada. Sin embargo, la ruta hacia el éxito de la banda de fun rock más importante del mundo no siempre fue un plácido camino de rosas. Las espinas de los excesos no sólo derivaron en constantes ires y venires con la Parca por parte de Frusciante y Kiedis: también hubo una muerte por sobredosis del guitarrista israelí Hillel Slovak (1962-1988), un suceso que marcó definitivamente al cuarteto de música generando culpas y pesares difíciles de superar.

Con “Flea” sumido en una honda depresión de la que tardó en levantarse, el joven Kiedis optó por limpiarse de toda droga y apostar por su futuro. Fue cuando el cantante más acrobático del rock contemporáneo hizo puerto en México y en nuestro suelo comenzó a sacarse de encima su pesada historia, un periplo que incluye —sobre todo— la presencia de un padre absolutamente fiel a los postulados sesentistas, entre ellos una continuada y constante afición a la marihuana y a drogas más duras que no evitó a su vástago. A su modo, tanto la madre de Anthony (una hippie en secreto que hacía trabajos de secretaria para mantener a la familia en pie y que perdonaba periódicamente las infidelidades de su marido con el que se reconciliaba y se peleaba en ritmo deportivo) y su progenitor (un cineasta talentoso, perdido entre las juergas y las mujeres de vida ligera) fueron amorosos con el niño de sus ojos. Eso no impidió que Anthony protagonizara una niñez y adolescencia problemáticas: “En tercer grado, yo había desarrollado un verdadero resentimiento hacia la administración del colegio, porque si algo estaba mal, si algo había sido robado, si algo estaba roto, si un niño era agredido, rutinariamente los maestros me echaban fuera de clase. Yo era probablemente responsable del 90% de los alborotos, pero rápidamente me volví un competente mentiroso, tramposo y un artista en el timo para librarme de la mayoría de los problemas”, contó el artista en su biografía de 2004 Scar tissue.

El letrista a veces solemne y casi siempre triste de “Under the bridge”, transita hoy en las vísperas de una cincuentena que lo muestra como un amoroso padre de una hija, fruto de su unión con la modelo Heather Christie, de la que ya se separó. Trata de controlar su adicción a la pornografía, una afición que se hizo carne en él cuando descubrió las posibilidades de una computadora y prepara el regreso a los estudios luego de dos años y de aquel maravilloso disco doble Stadium Arcadium.

Los fans, que son muchos en el mundo tras los más de 20 años de carrera de estos chicos punketos y surferos que ni en sueños podrían haber predicho un futuro de tanto éxito, ya están impacientes por escuchar las nuevas canciones.

A su ritmo, este mago del optimismo absurdo, esa facultad de seguir creyendo en que todo mejorará aun cuando uno se encuentre en el medio de un desastre, desplegará frente al micrófono y auspiciado por su productor de siempre, el inefable Rick Rubin, todos sus trucos, todas sus supercherías, todos sus dones.

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