lunes, 23 de agosto de 2010

ERIC CLAPTON EN PÁGINA 12

CULTURA › CLAPTON, LA AUTOBIOGRAFIA YA SE CONSIGUE EN LAS LIBRERIAS ARGENTINAS
Vívido autorretrato del dios de la guitarra

Eric Clapton se miró al espejo y no vio al famoso Mano Lenta, sino al hombre que se crió buscando un sustituto para su madre, que le robó la mujer a su amigo George Harrison y que no se suicidaba porque iba a extrañar el alcohol. Por esa mirada honesta, su libro es imperdible.





Por Mónica Maristain

La autobiografía de Eric Clapton (Ripley, Inglaterra, 30 de marzo de 1945) que Editorial Océano distribuye en la Argentina, debería ser leída de atrás para adelante. Esto es, comenzar la historia narrada por este icono musical del siglo XX, importante para el rock y el blues en partes iguales, en el capítulo “Encrucijadas”. Allí, un sesentón bien conservado posa frente a su mansión vestido de entrecasa, portando un aire burgués y de bienestar que revelan, al fin y al cabo, un happy end de lujo en una de las vidas artísticas más atribuladas de que se tenga conocimiento. Clapton, la autobiografía (Global Rhythm, 2010) es, sin dudas, el feroz testimonio de la mente torturada y afectivamente disfuncional de uno de los artistas clave de la contemporaneidad; un doloroso encuentro consigo mismo y con su propia historia que el también llamado Mano Lenta y Dios –por su prodigiosa manera de tocar la guitarra– escribe con prolijidad y sin piedad alguna.

Clapton parece esgrimir aquel plumín itálico que en la escuela de arte de St. Bede’s le proporcionara un profesor de apellido Swan para que el joven alumno practicara caligrafía. Así de personal y así de íntima se presenta la vida del músico cuyo universo cambió radicalmente en 1959, cuando se enteró de la muerte de Buddy Holly, uno de los pioneros del rock and roll. “La gente siempre dice que recuerda el lugar exacto donde estaba cuando asesinaron al presidente Kennedy. Yo no, pero sí recuerdo el patio de la escuela el día en que murió Buddy Holly. Alguien dijo que la música había muerto después de eso. Para mí, en realidad, pareció abrirse de golpe”, escribe el autor de “Layla”.

El hijo de Jack y Rose, criado en un pueblo llamado Ripley, en el condado inglés de Surrey, se enteró pronto de que su infancia transcurría en un mar de secretos, el primero de los cuales marcó su existencia de una forma trascendental: sus progenitores eran en realidad sus abuelos y, en cambio, la joven Pat, a quien creía su hermana mayor, resultó ser su verdadera madre. “A los seis o siete años empecé a tener la sensación de que yo no era como los demás”, dice Eric en una oración conmovedora, aunque no tanto como aquella que narra el encuentro con su primer instrumento: “La guitarra brillaba mucho y tenía algo de virginal”.

Las pasiones de un hombre tímido

La carencia de sofisticación en su origen obrero y la total aversión al conflicto que acuñó desde edad temprana hicieron de Eric un chico más bien solitario, encaramado en un físico longilíneo y torpe que aprendió a esconder detrás de su instrumento. La guitarra fue, sin dudas, el pasaporte al mundo real y la visa por medio de la cual el joven Clapton aprendió a socializar con las clases medias más cultivadas. También fue el modo de aproximarse al misterio de las mujeres, que siempre representaron en la vida del músico un obstáculo a vencer, un universo a conquistar con pocas y endebles armas. “Mi experiencia con el rechazo femenino, que había comenzado con mi madre, me dejaba en el umbral temblando de miedo”, escribe el hombre que se hizo famoso, entre otras cosas, por haberse enamorado perdidamente de la esposa de uno de sus mejores amigos. En su autobiografía, que viera la luz en inglés en 2007, el guitarrista no evade responsabilidades y dedica largas páginas a narrar cómo se enamoró perdidamente de la hoy célebre Pattie Boyd, cuando la modelo y fotógrafa estaba casada con George Harrison.

“Codiciaba a Pattie porque se trataba de la mujer de un hombre poderoso que parecía tener todo lo que yo quería: coches asombrosos, una carrera increíble y una esposa preciosa. Esa sensación no era nueva para mí. Recuerdo que cuando mi madre regresó a casa con su nueva familia, yo quería los juguetes de mi hermanastro porque me parecían más caros y mejores que los míos. Esa impresión nunca me abandonó y, definitivamente, formaba parte de lo que sentía por Pattie”, dice el hombre que le escribió al objeto de su amor una de las canciones más bonitas de la historia musical contemporánea. “Estaba escribiendo mucho, llevado por mi obsesión con Pattie. ‘Layla’ fue la canción clave, un intento consciente de hablarle a Pattie sobre el hecho de que me estuviera dando largas y no quisiera venirse a vivir conmigo”, confiesa Eric. La obsesión del músico por la Boyd tuvo un perfil de culebrón hasta que ambos se casaron en 1979. Vivieron una década juntos y terminaron tirándose la vajilla por la cabeza. “Mi relación con Pattie, ahora que ya podíamos estar juntos, nunca fue el maravilloso idilio que se ha descripto”, terminó admitiendo Clapton.

Muchas fueron las mujeres que tuvieron protagonismo en la vida y el corazón de uno de los mejores guitarristas del mundo. Y ellas, cómo no, forman parte de esta autobiografía esencial. En la página 243, por ejemplo, hace su aparición la modelo italiana Carla Bruni, actual esposa del presidente francés Nicolas Sarkozy. Clapton la menciona sólo por su nombre de pila y cuenta la vertiginosa historia de amor que vivió con Bruni, quien –como solía ser su costumbre en la época– lo abandonó primero por Mick Jagger y luego por los sucesivos hombres que empezaron a captar su interés. “Más tarde, por supuesto, sentí tanto gratitud como compasión hacia Mick, primero por librarme de una condena segura y, segundo, porque al parecer sufrió en su servidumbre la misma prolongada agonía”, comenta el guitarrista sin esconder su despecho.

Luego de varios encantos y desencantos, Clapton finalmente sentó cabeza con una chica estadounidense de nombre Melia, a quien dobla en edad. La madre de sus tres niñas supo trasponer las barreras de un “viejo cínico y solitario” y darle estabilidad emocional y “los mejores años” de su vida a un hombre que había estado buscando en todas sus relaciones anteriores a un sustituto de su madre distante e inalcanzable. El pedido de mano al padre de Melia, que Clapton hizo a los 54 años, la boda sorpresiva para evitar el asedio de los paparazzi durante el bautismo de su hija Julie y la firme voluntad de hacerse un padre ejemplar en la cincuentena, son el reflejo de una vida que el artista ha sabido componer tras largos períodos en el infierno. Un pasado del que ya no se avergüenza, según confiesa, y el tuteo escalofriante con la muerte son la mochila del Dios de la Guitarra, un humano demasiado humano que ha conseguido, después de todo, su cuota de felicidad.

Adicciones

El alcohol, la heroína y toda sustancia química conocida pasaron por las venas de Clapton, amenazándolo con un fin prematuro, hundido en el olvido y en los bajofondos de una personalidad débil frente a las adicciones. En su libro, el músico da cuenta con pelos y señales de ese rumbo aterrador en el que estuvo sumida su vida durante varios años. Fue en los ‘70, con una novia llamada Alice, cuando Clapton tocó fondo: “No tardé en empezar a tomar cantidades industriales de heroína todos los días y mi dependencia era tan fuerte que Alice me daba prácticamente cualquier cosa que pudiera conseguir, mientras ella tenía que compensar toda la heroína que se estaba perdiendo con litros de vodka a palo seco, hasta dos botellas por día”.

Y más: “Las puertas permanecían cerradas, el correo sin abrir y vivíamos gracias a una dieta de chocolate y comida basura, así que muy pronto, además de engordar, me llené de granos y perdí completamente la forma. La heroína también me quitó por completo la libido, así que no tenía ninguna clase de actividad sexual y empecé a sufrir estreñimiento crónico”. El alcohol, compañero de aventuras desde su juventud, también jugó un papel importante y Clapton, que contrajo epilepsia a causa de su adicción al trago, varias veces estuvo a punto de volverse loco por su manera de beber. Era un hombre que hablaba solo y caminaba desnudo por el jardín de su casa, un músico eficaz aunque doliente, que se resistía a aceptarse como alcohólico y que “bebía una copa para desterrar los problemas” y cuando éstos no desaparecían, se tomaba otra. “Así que el final de mis días de borrachera fue una auténtica locura. A menudo tenía una botella pequeña de vodka bajo la alfombrilla de los pedales del coche”, cuenta.

La autobiografía de más de 300 páginas en la que unas pocas fotografías en blanco y negro sirven de descanso a la vista, conmueve por lo duro y honesto del testimonio de una estrella de la música, conminado frente a su propio espejo a contar la verdad de sus demonios. “En los momentos más bajos de mi vida, la única razón por la que no me suicidé fue que sabía que no bebería más si estaba muerto. Era la única cosa por la que pensaba que valía la pena vivir y la idea de que hubiera gente a punto de intentar arrancarme del alcohol me resultaba tan terrible que no paré de beber y beber, hasta que tuvieron que llevarme a la clínica prácticamente a cuestas.”

Lágrimas

Emparentado históricamente con el rock y sensitivamente con el blues, género musical al que Clapton entregó prácticamente su vida, la guitarra y una carrera en la que ha cosechado éxitos y títulos innumerables sirvieron de colchón para afrontar diversas tragedias, entre ellas la muerte de su hijo Conor, cuando éste tenía apenas 4 años. “Esa mañana el portero estaba limpiando las ventanas y las había dejado abiertas un rato. Conor corría entonces por el apartamento jugando al escondite con su niñera y, mientras Lori estaba distraída con las advertencias de peligro del portero, él entró corriendo a la habitación y fue derecho a la ventana. Cayó cuarenta y nueve pisos antes de aterrizar sobre el tejado de un edificio adyacente de cuatro pisos.” Conor fue el hijo de Clapton con la modelo y fotógrafa italiana Lori Del Santo, una relación extramatrimonial que el músico había sostenido mientras su unión con Pattie Boyd atravesaba una profunda crisis. Por Conor, quien murió el 20 de marzo de 1991 en Manhattan, Eric dejó la bebida, compuso la hermosa canción “Tears in Heaven” y se dedicó a vivir. “En ese momento me di cuenta de que no había mejor modo de honrar la memoria de mi hijo”: Clapton dixit.

1 comentario:

Chico Migraña dijo...

Qué bonita nota.