domingo, 4 de julio de 2010
Cuando Maradona dejó de ser Maradona
Hace pocos días, en el programa de la radio argentina Continental, el locutor uruguayo (aunque radicado desde hace muchos años en Buenos Aires) Víctor Hugo Morales —el mismo que se hiciera famoso por aquel relato del partido Argentina-Inglaterra donde Diego Armando Maradona (30 de octubre de 1986) se consagró como “barrilete cósmico” haciendo el mejor gol de la historia contemporánea del futbol— manifestó una proclama de un aficionado al aire. “Querido Diego, te quiero pedir perdón por no haber confiado en tu capacidad como entrenador. Quiero decirte que me equivoqué y que ahora banco (apoyo) a tu selección a muerte”, fue más o menos lo que dijo el espontáneo.
La declaración sonó a redención de una figura que no sólo en su país de origen, sino también en el contexto futbolístico internacional, posee facetas complejas y contradictorias en su personalidad rimbombante. Lo que no tiene fisuras es la constatación de que nadie daba un centavo por Maradona como técnico en el Mundial y de que pocos días antes de que comenzara el campeonato, la casi totalidad de la comunidad futbolística argentina pedía su cabeza.
La redención de Maradonna como técnico, que no es otra cosa que la nueva resurrección de un Lázaro deportivo que transita asiduamente por el cielo y el infierno en una ruta exclusiva y excluyente, podría analizarse como la expresión colectiva de un país —el suyo— que suele vibrar al vaivén del estado de ánimo de su ídolo máximo y por tanto oscilar entre la tristeza, la decepción, la euforia, la alegría y el triunfalismo con una volubilidad pasmosa. Es así como mucha gente, la aficionada al futbol y la no tanto, vive ahora una especie de culpa retroactiva frente a un Diego Armando Maradona que al fin parece haber vencido a su propia sombra y, saltando por encima de su mito gigantesco, haberse calzado un traje a la medida, de preferencia gris plateado, que lo muestra como un técnico consumado con gran futuro en la profesión.
Comparando la experiencia de entrenador del que es considerado el mejor futbolista de la historia —título que dirime en charlas de café más o menos violentas con su archienemigo, el brasileño Pelé— con la del pentapichichi e ídolo local Hugo Sánchez, podría decirse que el argentino salió triunfante en una actividad donde el mexicano todavía intenta destacarse: Sánchez, quien como técnico de Los Pumas de la UNAM tuvo una actuación victoriosa en las temporadas 2003 y 2004, fracasó rotundamente al frente del seleccionado tricolor y en 2009 fue destituido también de su puesto como entrenador del equipo español Almería, al que dejó en el decimoséptimo lugar de la tabla.
Maradona celebra el gol de su selección contra México en el partido de octavos de final.
Maradona celebra el gol de su selección contra México en el partido de octavos de final. Foto: Jung Yeon-Je/ AFP
Cuenta la leyenda que Hugo, cuando dirigía los destinos del primer equipo mexicano, repetía a los jugadores los videos de sus formidables actuaciones en el Real Madrid, donde hizo gran parte de su maravillosa carrera deportiva, como si al ponerse como ejemplo de excelencia futbolística pudiera lograr una especie de contagio entre sus dirigidos. En este punto, donde el ego se encuentra con la historia, es donde reside la diferencia sustancial entre Sánchez y Maradona como entrenadores, y no precisamente porque el argentino ostente una modestia proverbial frente al divismo que caracteriza a su colega mexicano: en una competencia por quién es más pagado de sí mismo, ambos pelearían férreamente el primer puesto. Lo que parece haber entendido el ex jugador albiceleste —y haberlo entendido a tiempo, antes de que el desastre liquidara los sueños mundialistas— es que para poder llevar hasta lo alto los destinos de un grupo hace falta muchas veces sacrificar la individualidad propia, por más fulgurante e irrefutable que ésta sea.
Así, Maradona tuvo que dejar de ser Maradona para poder ponerse al frente de un equipo donde varios futbolistas tienen un brillo más que estridente y merecen, por capacidad y entrega, un lugar de privilegio en el podio de los vencedores. La selección argentina, por ejemplo, tiene a Lionel Messi, el mejor jugador del mundo hoy; tiene al madridista Gonzalo Higuaín, actual goleador del campeonato del orbe; a Gabriel Milito, reciente ganador de la Champions League con su equipo el Inter de Milán, sólo por nombrar algunos de los 23 jugadores que llegaron a Sudáfrica 2010 portando el cartel de favoritos antes incluso de que pusieran el primer pie en la grama mundialista.
¿Cómo lo hizo Diego? En primer lugar, cambiando el discurso, lo que en un hombre que cada vez que abre la boca proporciona un titular explosivo a la prensa que no lo deja ni a sol ni a sombra no es poca cosa, ni tampoco casual. El Maradona técnico, que llegó a Sudáfrica en el filo de la clasificación fruto de una pésima y deslucida actuación en las eliminatorias (todavía parece una leyenda extraterrestre la derrota que los argentinos sufrieran frente a los bolivianos, por un histórico y rotundo marcador de 6 a 1 en abril de 2009), se llena la boca ahora hablando de “mis jugadores”, “todo es de ellos”, “si ganamos la Copa del Mundo seré el último en besarlo”, “el éxito será de mis futbolistas y no mío”, etcétera, etcétera.
Hinchas argentinos sostienen una manta con los rostros de Maradona y Messi.
Hinchas argentinos sostienen una manta con los rostros de Maradona y Messi. Foto: Daniel García/ AFP
No se trata de que esta devoción por sus dirigidos sea producto de una especulación maquiavélica (algo muy lejano en la mente de un hombre que funciona por impulso y se mueve por el mundo con la fuerza de una tormenta eléctrica). Maradona fue siempre un defensor de su gremio, al punto de fundar en París, el 28 de septiembre de 1995, con destacados jugadores como Eric Cantoná y George Weah, el sindicato mundial de futbolistas del que también hicieron parte Ciro Ferrara, Gianfranco Zola, Gianluca Vialli, Hristo Stoichov, Laurent Blanc (hoy flamante entrenador de la selección gala, luego del ridículo protagonizado por Raymond Domenech en Sudáfrica), Michael Preud’Homme, Rai y Thomas Brolin, entre otros. Maradona es capaz de hacerse a un lado si la circunstancia lo requiere, con tal de obtener un resultado que supere incluso su propia leyenda. De lo que no parecía ser capaz y ahora ha demostrado que sí —quizá porque, como escribió la semana pasada el periodista John Carlin en el diario español El País, “si Maradona no existiera, habría que inventarlo”—, es de neutralizar las presiones que a su lado nutren y muchas veces envenenan su figura de proporciones extraordinarias.
LA HISTORIA DE UN NOMBRAMIENTO
Maradona, a quien en 2004 una encuesta del International Management Group declaró “la persona más conocida del mundo”, fue nombrado entrenador del seleccionado argentino el 30 de octubre de 2008, el mismo día que cumplió 48 años y el titular de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) lo sorprendiera con tan singular regalo. La noticia fue recibida con relativa euforia por la afición albiceleste, que nunca vio con buenos ojos que en las sombras de El Diego se refugiara el polémico entrenador Carlos Salvador Bilardo (el mismo que dirigió a la selección argentina campeona en México 86). La estrategia de la AFA parecía ser transparente: usar la figura mediática de Maradona como estandarte de una selección con vocación ganadora, pero seguir los lineamientos técnicos de Bilardo.
Como siempre sucede cuando se trata de Maradona (pasó con el ex presidente argentino Carlos Menem, que lo usó como Embajador Diplomático en su gobierno y al que luego el ex jugador se le enfrentó encarnizadamente intuyendo maniobras non sanctas en su nombre), al poder le salió —otra vez— el tiro por la culata y, again, el ídolo se les volvió rebelde, ingobernable. Los enfrentamientos de Maradona con Bilardo hicieron las mieles de la prensa futbolera argentina en 2009, y hoy es un secreto a voces entre los periodistas especializados que si Diego pudo transformarse y reinventarse para llegar a ser el entrenador maduro, reposado y justo que hoy parece, fue porque logró neutralizar la presencia de Bilardo, con quien se dice mantuvo discusiones en Sudáfrica apenas llegar a la sede de la competencia mundial.
Con Maradona, Argentina perdió cuatro de ocho partidos en la fase de clasificación, es cierto, pero también con Maradona llegó a octavos de final del campeonato del mundo en Sudáfrica con números perfectos. Y con Maradona, ese equipo que llegó a probar a 100 jugadores antes de dar la lista definitiva de 23, venció a México 3 a 1 y consiguió un pase de privilegio a cuartos de final. El locutor Víctor Hugo Morales dice: “Al final, el que tiene que tomar decisiones es Maradona, y ha demostrado que sabe tomar las mejores decisiones en los momentos justos”.
El periodista John Carlin escribe en El País: “Ha tenido razón en todo. Lo de Pelé: pues Brasil ha empezado el Mundial jugando fatal, Francia, peor; Heinze: marcó un golazo; la convulsa terapia psicológica que le impuso a Messi: perfectamente afinada para que, llegado el Mundial, estuviera anímicamente en su punto. Todo puede cambiar en el fútbol de un momento a otro, pero, hoy por hoy, solo cabe decir, honrada y humildemente, que, si el dios argentino no existiera, sería necesario inventarlo”. La agencia Reuters lo elogia: “Maradona podrá o no llevar a Argentina al título, pero algo ha logrado. Ha dejado atrás el caos, la incertidumbre y el descrédito de la selección de los últimos años y ha creado un bloque sólido que siente que tiene una cita con el destino. Y ha logrado también lo más difícil: que el resto del mundo lo mire y vea un entrenador”.
Aficionados argentinos celebran el resultado de dos goles a cero frente a Grecia.
Aficionados argentinos celebran el resultado de dos goles a cero frente a Grecia. Foto: Leo Lavalle/ EFE
¿CÓMO LO HA HECHO?
Si Maradona, como se dice en su país de origen, “es un sentimiento”, su labor al frente del seleccionado argentino está cargada de sentimentalismos y demostraciones efusivas, con rotundos besos y ampulosos abrazos a sus jugadores. Allí lo vemos, con un rosario en la mano, con una barba entrecana y un traje lustroso de dudosa elegancia, siendo el centro de todas las cámaras televisivas del mundo y motivando de un modo ostentoso a su equipo. Cuánto hay de táctica, cuánto de estrategia, si entrena mucho o poco, si ensaya muchas jugadas de pizarrón (la pelota eficaz de Heinze en jugada detenida frente a Nigeria comprueba que sí), si es un técnico inspirado o si su valor reside en defender en forma casi animal a los suyos, es algo que hoy se está discutiendo en los foros de aficionados al balompié.
No hay ciencia en los postulados de Maradona, pero ahí están los “científicos” Fabio Capello, entrenador de la deslucida Inglaterra, Marcello Lippi (conductor de la vergonzosa Italia en Sudáfrica) o el ya a estas alturas paródico entrenador galo Raymond Domenech, para demostrar que el futbol no germina en los libros ni en los evangelios fabricados por mentes prodigiosas. Lo suyo es mística e intuición pura, ese olfato que le hace elegir a un bárbaro como Juan Sebastián Verón para que apadrine al jovencísimo Lionel Messi (cumplió apenas 23 años en Sudáfrica) y conduzca con sus fieras facciones y su peso inestimable de jugador experimentado el sector medio junto al exquisito capitán Javier Mascherano.
Mística es lo que hizo que el veterano goleador del Boca Juniors, Martín Palermo, de 36 años, hiciera un gol histórico frente a Grecia, coronando una carrera fascinante en la que no faltaron las lesiones absurdas y graves, ninguna de las cuales se podrían comparar con la que sufrió su corazón un día de agosto de 2006 cuando su hijo Stéfano, recién nacido, falleciera por complicaciones de parto prematuro. El domingo siguiente a este fatídico día, Boca jugaba contra Banfield en la Bombonera y Palermo allí estaba con la camiseta y los botines puestos, pidiéndole a su técnico, El Coco Basile, que lo dejara entrar a jugar para poder dedicarle el partido a su hijo. Ese día Martín Palermo entró y jugó. Ese día, Martín Palermo convirtió dos goles. Y entre lágrimas, implorando al cielo, levantó sus manos y dijo: “Esto es para vos, Stéfano”. Intuición pura es la base para la decisión de darle la titularidad a un desconocido portero Sergio Romero, quien fue elegido por Maradona por sobre otros arqueros con más presencia mediática y que hoy constituye la sólida barrera que deben traspasar, no sin dificultades, los rivales de Argentina.
Con Maradona ganan la magia, la inspiración y la poesía futbolera una vez más. Sin embargo, Maradona, como representante de la identidad nacional argentina, es y será una figura compleja, contradictoria, que cultiva mucha devoción pero que también cosecha grandes oleadas de odio por parte de un sector de la sociedad sudamericana; muchos hoy en Argentina desean con fervor que este hombre nacido en la pobreza y devenido en tótem futbolístico para su generación y las venideras no gane el título de campeón del mundo. Pero ése es otro tema.
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1 comentario:
"...muchos hoy en Argentina desean con fervor que este hombre nacido en la pobreza y devenido en tótem futbolístico para su generación y las venideras no gane el título de campeón del mundo. Pero ése es otro tema."
Y qué tema, Mónica. Es justo lo que intentaba explicarle a un amigo mexicano que, hace dos semanas, me reenvió un correo con un Powerpoint inmundo, que buscaba denigrar a Maradona después de la (contundente, irreprochable) derrota con Alemania.
Es fácil hacer leña del árbol caído. Es exactamente eso lo que los sectores de la actual derecha argentina buscaron apenas consumada la eliminación.
Los motivos de los odios y afectos que levantan Maradona, Tevez y otros jugadores, creo, te los resume muy bien Fernando Signorini, el preparador físico de la selección, en una entrevista del 10/6 que quizás viste en El País, y que si no te recomiendo leer (las negritas en el fragmento son mías):
Por ahora es un misterio. ¿Por qué salen tantos talentos naturales debajo de cuatro chapas y cuatro cartones? Primero no los ayuda nadie. Y cuando trascienden todo el mundo les exige: que hablen bien, que no se coman las eses, que sean políticamente correctos, que no hablen en contra del dogma ni religioso, ni social, ni político, y sobre todo, que no hagan trastabillar el privilegio de los privilegiados del sistema. Es todo un asco. Y de eso me gusta hablar con los jugadores. Porque ellos son un símbolo para muchos millones de chicos desprovistos de información que no creen en la clase política.
El resto, acá: http://www.elpais.com/articulo/deportes/Messi/misterio/elpepidep/20100610elpepidep_7/Tes
Besos, espero que estés bien.
M.
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