lunes, 21 de junio de 2010

Las mejores películas de miedo

Un alegórico recorrido por la galería de personajes más terroríficos del cine

Las mejores películas de miedo

El cine de terror es celebrado en el libro Horror cinema, de Paul Duncan y Jay Schneider, donde se comentan los personajes y situaciones del celuloide que han sabido explotar los miedos del imaginario colectivo.

Desde la portada de Horror cinema, un libro de casi 200 páginas editado por la alemana Taschen y que acaba de llegar a México, el rostro demencial de Jack Nicholson en la piel del psicópata Jack Torrance, el personaje delineado por Stephen King en El resplandor, evoca la película homónima de Stanley Kubrick. Estrenado en 1980, el considerado filme “maldito” del célebre cineasta estadunidense abre la puerta a un mundo pleno de imágenes terroríficas.

Con la tutela de Paul Duncan, un experto en Hitchcock y Kubrick, los autores Jonathan Penner (guionista de Let the devil wear black y el corto candidato a los Oscar, Down on the Waterfront, entre otros) y Steven Jay Schneider, un reconocido teórico cinematográfico, el volumen deviene en una vitrina de privilegio por la que transitan las mejores películas de terror de todos los tiempos.

“El terror es el más perenne y geográficamente diverso de todos los géneros cinematográficos; podría decirse que todos los países hacen películas de miedo. El género ha representado las más profundas raíces de los miedos arquetípicos, a la vez que ha explotado específicas ansiedades sociales y culturales; el terror cinematográfico es atemporal y completamente disociado de espacio y tiempo”, afirman los autores.

Con imágenes únicas provenientes del archivo David Del Valle, el historiador y crítico nacido en Texas en 1949 y considerado una de las voces más autorizadas en el mundo del cine de horror, los autores examinan el género de carniceros y asesinos en serie; caníbales, monstruos y personajes del bosque; venganza de la naturaleza y terror frente a fenómenos del medio ambiente; ciencia ficción; muertos vivientes; fantasmas y casas encantadas; personajes poseídos, demonios y diablos embaucadores; vudú, cultos ocultos y satánicos, vampiros y hombres lobo y mujeres monstruosas.

La película de Kubrick, una obra maestra del cine de terror fue un fracaso comercial en Estados Unidos y tanto el elenco como el staff de producción debieron soportar una serie casi interminable de obstáculos que convirtieron al filme en una verdadera pesadilla para sus hacedores. Como ejemplo, la leyenda cuenta que, durante la filmación, el hoy célebre actor, entonces con 43 años, consumía grandes dosis de cocaína para poder soportar los fuertes dolores de espalda que padecía, y el incendio del set obligó a la postergación del rodaje durante semanas. La escena de la escalera en la que Nicholson amenaza a su esposa (personaje interpretado por Shelley Duvall) se repitió sesenta veces con el propósito del director de hacer enojar al actor principal y conseguir un gesto de ira y de locura adecuado.

El hacha de Joan Crawford

La incomparable y temperamental Joan Crawford esgrime, amenazante, un hacha, el arma con que había ajusticiado a su adúltero marido y a la amante de éste. Luego de veinte años de reclusión por los asesinatos, la mujer vive apaciblemente con su hija (Diane Baker), pero los crímenes reinician y ella es la principal sospechosa. Crawford, que en la vida real tenía más de 60 años, interpreta en Strait Jacket a una cuarentona con los ojos salidos de las órbitas. Era el final de su carrera y, a pesar de sus dudosas cualidades interpretativas en películas de serie B, la Crawford se dedicaba a odiar a su archirrival Bette Davis (quien la descuartiza precisamente con un hacha en ¿Qué fue de Baby Jane?, de Robert Aldrich) y a exigir brandy y caviar en el camerino. Éste constituye uno de sus últimos trabajos y pasó a la historia por la demencia de la diva, que llegó a confundirse con su carácter en la vida real.

Inspirada en Psicosis (1960), con idéntico guionista, la señora del hacha no pudo igualar las hazañas cinematográficas del hombre del cuchillo que recaudó millones en la boletería y que pasó a la historia como una de las mejores películas de terror de todos los tiempos.

La silueta tenebrosa de Norman Bates, dibujada en el anochecer frente a la casa gótica que sirvió de motel a la desprevenida Marion Crane, marcó la irrupción del terror en la vida cotidiana y con ello un antes y un después en la historia de las películas de miedo. “En un agobiante clima del más clásico terror, Hitchcock pone en angustioso relieve dos de los tabúes más sólidos de la cultura occidental: el sexo y la relación maternal, la imperiosa necesidad de liberación de los instintos y el placentero cobijo de la madre, el conflicto entre el ansia de volar y el miedo a la libertad”, apunta el crítico español Ángel Lapresta.

Vincent price baila con un esqueleto

Un esqueleto de plástico que no da miedo flota en los brazos de un hombre de bigotes señeros, rey de las películas clase B que protagonizó con una calidad incuestionable. Se trata de Vincent Price en House on haunted hill (La casa de la colina encantada), un ya clásico de William Castle, rodada en 1958 en la mansión de Frank Lloyd Wright, uno de los principales maestros de la arquitectura del siglo XX.

Coches fúnebres que trasladan a los invitados a la mansión del excéntrico millonario Frederick Loren, que ha ofrecido 10 mil dólares a quien pase una noche entera en la tenebrosa morada, crean la atmósfera de miedo esencial.

Gritos fantasmales, techos que gotean sangre y el consabido asesinato en medio de la noche despliegan los tópicos del terror que mantuvieron en vilo a la platea de la época.

Y por supuesto, está Emergo, el esqueleto flotante que Price maneja a su arbitrio en una actuación memorable que le confiere a la cinta su valor en la historia.

El regreso de los vampiros

Más cercano en el tiempo, el desfigurado rostro de Bill Paxton remite a la fuerza que han tenido y tendrán los vampiros en un género cinematográfico que ha sabido nutrirse de ellos a lo largo de su existencia.

Near Dark o Viajeros de la noche, una cinta de 1987 que resultó un fracaso en la boletería pero que ha perdurado hasta nuestros días como un portentoso filme de culto, mezcla al western con el terror en un trabajo de enorme belleza visual de la cineasta Katherine Bigelow. Una banda de sonido formidable a cargo del grupo alemán Tangerine Dream completa una cinta cuyo remake acaba de ser postergado en beneficio de Crepúsculo, otra de vampiros que ha hecho explotar la taquilla en el 2008.

Y es que los vampiros están de moda, como plantea la periodista argentina Natalia Trzenko en un artículo recientemente publicado por La Nación. “Desde Nosferatu, de F. W. Murnau, hasta el Drácula de Francis Ford Coppola, los chupa-sangre fascinan y eso se traduce en rating, taquilla y tendencia. Así, con el enorme empujón de la saga de los libros creados por Stephenie Meyer, Crepúsculo, ahora los vampiros están en todas partes y se multiplican sin necesidad de morder a nadie”.

La serie True Blood, que estrena HBO el 18 de enero; Luna nueva, la segunda parte de Crepúsculo y Let The Right One In, el remake estadunidense de un filme danés que conquistó el mercado del cine independiente, son muestras claras de que los vampiros han vuelto a reinar.

El fantasma de la ópera

No podía faltar en esta antología tenebrosa la película muda de 1925, adaptación de la novela de Gaston Leroux, The Phantom of the Opera.

La cinta fue protagonizada por Lon Chaney y dirigida por Rupert Julian. En ella, la cara enmascarada y el cuerpo deforme del que ama sin ser correspondido siembran el miedo en el Palco 5 del París Opera House.

Chaney, conocido como El Hombre de las Mil Caras, tenía una pésima relación con el director de la película. No dejaba que nadie lo maquillara y las características del rostro que queda al descubierto en una escena memorable se mantuvieron en secreto hasta el estreno del filme en enero de 1925, en Los Ángeles. Para conseguir el rostro de horror de Erik, Lon Chaney se introducía alambres por la nariz y los pómulos.

Mal bicho

Las olas en un vértigo estremecedor y apenas una aleta que se dibuja entre los flujos marinos le bastaron al entonces joven Steven Spielberg para reinar con la que hoy es considerada una película magistral.

Tiburón, que da título a la historia que transcurre en una población costera de Estados Unidos, es un clásico del cine de horror de animales y la muestra de que el laureado cineasta estadunidense ya era bueno cuando no existían los efectos especiales. De hecho, el tiburón blanco que asuela a los turistas nunca aparece de cuerpo entero; era en realidad una máquina que solía estropearse con el contacto con la
sal marina.

Los dientes afilados de Anibal Lecter en El silencio de los corderos, el cuerpo de Linda Blair en levitación sublime en El exorcista o el horror de Kirsty Cotton en Hellraiser constituyen también imágenes imperecederas de un género cinematográfico que se renueva periódicamente y que ha logrado penetrar en nuestras vidas con la fuerza misteriosa de un más allá que el cine intenta traer, con más o menos éxito, al más acá.

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