jueves, 29 de mayo de 2008

UNA ENTREVISTA A DANIEL GIMENEZ CACHO (del año 2003)


HUMANO, DEMASIADO HUMANO

Daniel Giménez Cacho es un hombre lleno de defectos. Y de problemas. Como muchos de los habitantes de la ciudad más poblada del mundo, se agita en la penumbra de las largas y defeñas noches de su primera madurez a la espera de que no sean dos adolescentes temblorosos lo que a punta de pistola de juguete le roben los pocos pesos que suele llevar en el bolsillo y le quiten la agenda electrónica que nunca repondrá. A veces no entiende cómo los vecinos en el edificio de Condesa donde vive no se animen a querer a una perra salchicha que María y Lucio, los hijos de este hombre de 41 años, bautizaron Cuca antes de que tuvieran que devolverla en beneficio de la tranquilidad comunitaria. Como a muchos de los hombres y mujeres que trabajan en una de las urbes más contaminadas del planeta, a Daniel Giménez Cacho le cuesta llegar a fin de mes. Conoce los desafíos cotidianos que plantea el pago de la renta y de la colegiatura de los niños, sabe del aumento de los precios cada vez que va al supermercado y hace equilibrio monetario para que los billetes, que también pueden ser -va de suyo- un vehículo de placeres terrenales, no sean destinados sólo a las obligaciones. Se le va la vista, como a cualquier hombre con los cromosomas bien colocados, cuando pasa frente a sí una muchacha a la que le quedan bien unos pantalones colorados, y a veces está muy triste; otras, disfruta de las llamas efímeras de la felicidad.
Pero Daniel Giménez Cacho no es un hombre como cualquiera. En su atribulado microcosmos, este hombre de estatura mediana, medianamente guapo, medianamente intelectual, reparte las reflexiones existenciales y las livianas peripecias del diario quehacer con la irrefutable percepción de ser un ilustre conocido en una sociedad que valora el brillo público más que la vida misma. Actor de tiempo completo, por su rostro han desfilado las muecas de un estafador, de un asesino serial, de un maniático celoso irreversible, de un enamorado que mira por la ventana, de un náufrago drogadicto en busca de su padre... Obras generalmente autogestionadas, en cantidad suficiente como haberle hecho crecer el más leal de sus amores: el teatro, y más de una de decena de filmes nacionales y extranjeros, lo han convertido en un histrión sofisticado, versátil. En su universo personal abona algunas neurosis visibles: discute a los gritos con los amigos en ciertos lugares públicos, se arrepiente de algunas declaraciones dadas a la prensa y anda por la vida haciendo como que no le importa nada, cuando la realidad es que ciertas coyunturas, como la toma violenta del canal 40 o la situación de los indios en Chiapas, convocan su furia y su energía auténticas.
No es joven, pero tampoco viejo. Así que no evita llevar pancartas en ciertas manifestaciones políticamente correctas o en imponerse desafíos profesionales: dirigir en el futuro su ópera prima, pelear por el derecho a montar una obra que le interesa, asumir con parsimonia la percepción de cierta fama pública y en cambio propiciar el riesgo singular que le propone su talento.
Como en la conocida canción de Sting, Daniel Giménez Cacho suele bailar solo. En antros adonde no irían mucho de sus colegas alcanza su máximo nivel de tolerancia alcohólica y le guiña el ojo a los meseros cuando éstos le preguntan qué tal estuvo eso de besar a Salma Hayek. Llora con los boleros de Álvaro Carrillo y se sacude el alma con la voz de cristal de Jimmy Scott. Hubo un tiempo en el que leía devoradoramente a Pessoa; ahora está interesado en descubrir a fondo la pluma de la inolvidable María Zambrano.
Es afable hasta la desesperación y rebelde hasta el cansancio. Vive Dice muchas veces que sí, aun a riesgo de caer en ridículo, como cuando una inefable reunión de la llamada “literatura erótica” lo condenó a leer un poeta que ignoraba. Se trataba del español José Ángel Valente, fallecido en el 2000, y por quien Giménez Cacho preguntó “si no está aquí esta noche”. Y tiene enemigos ilustres, o ex “grandes amigos”, como el cineasta Antonio Serrano. Posee un bar. Comparte las pocas ganancias de una editorial de libros de teatro. Es buen cocinero y un poco obsesivo en los temas que hacen al orden y la limpieza del hogar. Algo nos dice que todavía está en plena forma para disputar a lo Nájera el mejor de sus partidos. Y algo también nos dice que, a tono con esa pasión nietzscheana que lo caracteriza, ninguna cuota extraordinaria de fama le hará perder el rumbo que lo ha llevado a ser humano, demasiado humano.
A continuación, la entrevista.

- ¿Cómo fue lo de Pedro (Almódovar)?
- Lo de Pedro fue muy divertido, oírlo hablar, escuchar cómo contaba la historia, que es por cierto bastante personal, tiene toques autobiográficos. Es una historia que tiene desde hace 10 años o más y no la había hecho por diferentes razones, hay muchos recuerdos de su infancia, de los abusos que él sufrió por parte de los curas. Lo que más me llamó la atención del guión es la particular visión que tiene Pedro acerca de los géneros; los divide en forma especial, o no los divide, más bien los mezcla y nos hace ver que todos somos varias cosas masculinas y femeninas a la vez. El libro irradia mucha fuerza y dan ganas de hacerlo. Después de la reunión llegó Gael desde Londres. En la película Gael es mi víctima. Se supone que yo abusé de él, aunque en realidad es que me enamoré y luego lo termino matando. Pedro nos vio trabajar juntos y le gustó.
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- ¿Qué siente cuándo gente como Diego Luna y Gael García dicen que usted es su ídolo?
- Me da ternura, me da más ternura que orgullo. Qué lindos ellos, pero nada más.

- ¿En qué momento de su vida y de su carrera le llega la propuesta de Almódovar?
- Pues en un momento muy particular, porque hace poco conocí a una amiga de la que me hice muy amigo en poco tiempo y ella empezó a hablarme sobre la imagen que yo aparentaba hacia afuera, me decía que si yo era un actor reconocido en México tenía que trabajar para esa imagen y salir un poco de esa cierta actitud como de reacción hacia los medios, de no querer entrar en el juego, en el sistema, de considerarme de algún modo superior y entonces por eso no querer alternar con la mediocridad del mundo. Gracias a las conversaciones con esta amiga, simultáneamente con algo que yo traía, empezó a operar un cambio en mí, de más apertura, más tolerancia, quizá un poco más de planificación de la carrera, cosa que nunca había hecho, todo venía sucediendo de ese modo y en ese contexto me llamó Pedro.

- ¿Cuándo se dio cuenta de que lo que era una vocación inconmensurable e irrefutable empezó a ser una carrera profesional?
- Tardó bastante, porque cuando yo decidí que quería ser actor no tenía idea de que era una vocación, había hecho una cosa para el festival del día de las madres cuando era chico, lo recordaba como algo muy suave, un lindo recuerdo y nada más, nunca hubo el afán y el saber qué era yo. Empecé, y creo que pasaron como siete años para darme cuenta de que algo había en la actuación. Primero incursioné en el estudio de la Física, después me fui a Italia...en fin, así se fueron dando las cosas.

- ¿Hubo alguna película u obra de teatro que le haya dado la percepción de que era un actor hecho y derecho?
- Creo que fue Solo con tu pareja.

- ¿Podría decir en ese sentido que las carreras de Alfonso y Carlos Cuarón y la suya han corrido por caminos paralelos, de igualdad estética?
- Bueno, hay algo de eso, pero me parece que tiene que ver más con la generación, es pensar qué tipo de cine queremos hacer las personas que nacimos más o menos por la misma época. Pertenecemos a la generación que vivió la transformación de las políticas de gobierno hacia el cine y de los gustos predominantes que había. Compartimos la búsqueda de un lenguaje cinematográfico.

- ¿Qué tipo de cine quiere hacer?
- Me gusta esto de Pedro Almodóvar, por ejemplo, porque es una manera de tomar partido sin panfleto. Como actor, tienes que estar de un bando o del otro para poder decir cosas que te importan. Y ese es el cine que me interesa.

- En el caso de la película de Almodóvar, ¿implicaría tomar partido frente a la sexualidad?
- Frente a la sexualidad, a la familia, frente a la moral nueva o la búsqueda de una nueva moral, cosas así me interesan más que cuestiones puramente de lenguaje o estéticas.

- ¿La sexualidad es un elemento frente al que hay que tomar partido; no basta con vivirla?
- Creo que hay que vivirla, y vivirla es tomar partido. Por tomar partido entiendo que si tú sientes algo te hagas responsable de ello, y vayas hacia eso y lo vivas con valentía.

- ¿Cómo fue en su caso la sexualidad, un problema, una vía de conocimiento?
- Fue una vía de conocimiento, pero hubo que luchar contra las influencias externas, los condicionamientos que buscan ponerte caminos y que te definas. Encuentras en lo complicado de la sexualidad, que no puedes mentir por mucho tiempo, te puedes mentir un poco, aprendes a saber qué eres y a lo largo del tiempo a saber qué quieres. A través de la sexualidad puedes llegar a conocerte mejor y saber qué es lo que quieres realmente.

- ¿Qué es lo que realmente quiere?
- Lo que realmente quiero son cosas muy íntimas, muy privadas, complicadas de decir en una palabra. Lo que realmente quiero es tener una buena negociación con la sociedad, una negociación en donde no sucumba yo como individuo y en donde tampoco esté negando la influencia que tiene para mí el contexto social y lo importante que es vivir en sociedad. Lo que me importa es llegar a un equilibrio en donde la sociedad no me domine, ni negar a la sociedad para sobrevivir.

- No abandona la utopía gregaria...
- Exactamente. No a condición de fundirme en lo colectivo, sino manteniendo mi individualidad.

- ¿Qué encontró en los ojos de Almódovar cuando lo miró?
- Mucha vitalidad, mucho placer y mucha libertad para ir de una cosa a otra, mucha libertad consigo mismo, con su propio personaje Pedro Almodóvar, que no le pesa, decía, ahorita les estoy diciendo esto, pero quizá ese día hagamos lo contrario.

- Usted declaró que en su primera estadía en España había perdido su centro ¿En este segundo desembarco, lo encontró?
- Lo encontré antes, el regresar de España me sirvió para hacer un balance de lo que había pasado y creo que lo voy empezando a encontrar y es muy curioso cómo este trabajo me cae ahora en este momento y cómo lo recibo, que es una cosa muy importante para mí; sé que va a ser muy importante, pero también sé que si no sucediera, eso no representaría una tragedia para mí.

- ¿Qué significa para usted el hecho de que dos mexicanos tan arraigados en la cultura cinematográfica contemporánea como Gael y usted estén protagonizando la película del autor más importante en habla hispana?
- Yo no lo puedo ver como una cosa general de México en la historia, para mí es una coincidencia; es cierto que a las coincidencias uno las va construyendo y no sucede nada gratis, pero que los dos seamos mexicanos me parece algo relacionado con el puro azar y me encanta que así sea. NO hay nada planificado, tiene toda la sorpresa y la maravilla de algo casual.

- ¿Por qué cosas cree que Pedro eligió a Gael?
- Por la edad, tiene la edad ideal. Tiene además un rostro cambiante, que no es definitivo. En la cara de Gael hay algunas cosas femeninas, y su personaje en La mala educación se tiene que transformar mucho. Gael posee además una mirada intensa y, obviamente, es un gran actor. Por todas esas cosas, creo yo, fue elegido, pero no por ser mexicano.

- ¿Ha trabajado otras veces con Gael?
- Hace siete años y durante unos días, cuando él entró a sustituir a Diego Luna en una obra que se llamaba Roberto Zucco. Ahí me di cuenta de que era muy buen actor. Yo lo tenía que matar.

-Esta vez también tiene que matarlo.
- No lo mato yo directamente con mis manos, lo mata un cura que me asiste, pero soy cómplice, y además es el objeto de mi deseo; hacemos una escena fuerte, porque él hace de un niño que quise mucho, que llega trece años después vestido de mujer a chantajearme y no queda otra más que matarlo, pero yo sigo muy enamorado, es una escena muy bonita para actuar.

- ¿Hay qué matar a los objetos del deseo?
- Antes de que nos maten sí; en defensa propia.

- Se dice de usted que es un actor versátil y sofisticado, ¿qué dice al respecto?
- No sé, versátil puede ser, pero nunca me he considerado sofisticado. Siempre he pensado, a lo mejor me equivoco, que al no ser muy intelectual, siento que soy bastante basto, visible, tomo partidos muy claros.

- ¿Alguna otra cosa es que nadie dice?
- No sé, me gusta meterme en cada trabajo, es como toda una época de la vida que uno vive, no me gusta estar en dos cosas a la vez, hacer dos películas al mismo tiempo se me hace imposible, como que cada personaje te deja cosas de tu vida y es un etapa de tu vida, lo haces y se acaba, como si tuvieras relaciones. Cada vez me va importando más las cosas me pasan en cada trabajo que realizo. En esta película de Almodóvar, por ejemplo, lo más lindo para mí va a ser conocer a Pedro, estar cerca de él durante un tiempo de mi vida. Claro que me va a importar también que a la película le vaya bien, que tenga premios, pero no será lo fundamental.

- ¿Sigue algún método de actuación, diría que es de alguna escuela en particular?
- No, hago una mezcla de todos; creo que ya no existe ese dogma del método, está comprobado que eso sirve para un estilo, si haces algún tipo de cosas, entonces sí te sirve. He probado, incluso, no hacer nada, sólo aprenderme las líneas y no hacer nada; eso funcionó bien en Aro Tolbukhin, pero no en Vivir Mata, en donde tendría que haber hecho más construcción. Estaba en esa etapa de probar, sólo aprender las líneas y lo demás tenía que venir por el contacto y la interacción con los otros personajes, pero me equivoqué, tendría que haber construido más mi personaje, como lo hicieron Luis Felipe y Emilio. Construir un personaje de la ciudad, peculiar, extraño, un poco extravagante, me fui un poco a algo seudo natural.

- ¿Ha sentido la envidia sobre usted?
- Poco; nunca la he sentido como un obstáculo que no pudiera brincar.

- ¿Qué cosas le han impedido brincar en la vida?
- Yo mismo, mi propia incapacidad, mi propia ceguera, mi necedad, a veces mi amargura.

- ¿A quién ha envidiado?
- Eso es muy curioso como se va graduando; hay etapas en las que vas a ver una película que te encanta, pero la sufres porque te sientes lejísimo de eso, sientes que nunca vas a formar parte y en vez de disfrutarlo lo padeces y te vas deprimido a tu casa. Cuando vas agarrando un poco más de seguridad, dices: - yo no puedo hacer eso, pero, ¡qué maravilla! y lo puedes disfrutar; yo siento que ese ha sido un termómetro de cómo estoy, si no puedo disfrutar bien las cosas geniales, considero que no estoy bien.

- ¿Se jacta a veces de no ser un intelectual?
- Para mí es importante confesar que no soy un intelectual. En general, como leo bastante me hacen preguntas en ese sentido y da la sensación de que soy un intelectual, cosa que no es cierta. Yo no estoy en el mundo de la literatura, ni me muevo en esos ámbitos, sólo me gusta leer, nada más. De alguna manera esa etiqueta me ha rondado, porque soy medio mamón a la hora de ponerme a hablar.

- A los 41 años se va a poner en manos de un director que no admite mucha independencia en sus actores, lo decía el propio Almodóvar, que sus actores suelen hacer lo que él quiere, lo que le crea un enorme poder sobre ellos ¿No le crea ningún tipo de miedo previo o un desafío?
- Claro que es un desafío, pero dentro de eso que él dice, todavía hay un margen enorme de libertad, aun cuando él tenga clarísimo lo que es, con inteligencia uno puede enriquecer eso y proponerlo. Yo lo sentí una persona abierta y clara. En el caso de un director como Pedro, que tiene tan clara la película que quiere hacer, el actor tiene que estar muy metido para, desde un lugar interesante, aportar algo.

- ¿Cómo se ve en el futuro?
- No sé, porque como todo ha sido siempre tan cambiante y nunca te imaginas adónde vas a ir a parar..por ejemplo, yo no pensé que fuera a tener hijos y los tuve, no pensé que fuera a trabajar con Almodóvar, y ahora voy a trabajar con él. En el futuro me gustaría tener acceso a medios que me permitan decir más cosas.

- La película de Pedro se llama La mala educación, ¿usted recibió una buena educación?
- En general sí, en lo sexual, malona, pero no traumática. Al el último de seis hermanos me dejaron más suelto y eso fue muy bueno para mí.

- ¿Fue feliz en su infancia?
- Creo que sí, aunque permanece en mí una cierta sensación de abandono, que no he sabido definir todavía qué tan real es, porque con los recuerdos nos podemos engañar mucho.

- ¿A qué jugaba cuando era niño?
- A hacer bombas molotov, a hacer pólvora, a masturbarme ocho veces al día, a hacer experimentos, tenía mucha soledad para hacer todo eso. Tenía también mucha libertad para estar en la calle, para fumar, para andar en bicicleta a la hora que fuera.

- ¿Le hubiera gustado ser más alto, más rubio, más moreno?
- No particularmente, sin embargo me doy cuenta de que con paso del tiempo me gusto un poco más que antes.

- ¿A qué tiene miedo?
- Hay uno como abstracto, algo que arrastro desde hace tiempo y que tiene que ver con que las cosas puedan estar al alcance de mi mano y que yo no pueda tomarlas por no verlas, por ceguera, por idiotez, por el mismo miedo. Tengo miedo a quedarme solo.

- ¿Qué significa ser un chico-Almódovar?
- Bueno, estoy un poco madurín, diría que no está mal a los 41 ser un chico-Almodóvar.

- Habló al principio de la nota de una amargura, la vida parece haberlo tratado muy bien, su carrera también ¿de dónde viene esa amargura?
- En este momento no la siento tanto, pero la he sentido en otros, ¿de dónde puede venir?, supongo que de plantearte mal los sueños, de plantearte expectativas de juventud que mantienes por demasiado tiempo y que no se te cumplen, y entonces eso te genera insatisfacción. En diez años por ahí voy a decir que eran absurdas, yo creo que tienen que ir cambiando, en diez años tu cuerpo cambia, tu biología cambia, y hay que cambiar las expectativas.

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