lunes, 6 de septiembre de 2010
ENTREVISTA A DEMIÁN BICHIR
Demián Bichir (México, 1963) es un hombre inquieto. No se conforma con haber nacido en una familia cuna de grandes actores, también le da a la pluma escribiendo columnas de temas varios para distintos medios nacionales, nunca olvida su pasión por el “rebaño sagrado” y casi toda su agenda está supeditada a los partidos que las Chivas de Guadalajara disputan para regocijo de su fan número uno.
La mención a su pasión futbolera podría resultar frívola aplicada a otras personas, pero en él constituye todo un sello de identidad voluntaria que el artista pregona a voz en cuello casi. Otra de su afición contumaz está expresada en su propio cuerpo, el territorio de un metro noventa donde explora y construye sus roles para el cine, el teatro y la televisión.
“Cuando no grabo o filmo me dejo crecer todo”, dice sin metáforas. Esto es: pelo, barba, bigote y músculos varios florecen para que su dueño se ofrezca como en un catálogo de amplias posibilidades; al fin y al cabo, nunca sabe del todo si lo próximo que viene es un gordo con sombrero subido a un caballo o un flaco esmirriado perdido en la bruma de una metrópolis insana.
Afable y nervioso, de sonrisa abierta y siempre preparada para el interlocutor de turno, Demián va por la vida guiñando el ojo con picardía. Dice que es feo y por tanto no le queda otra más que apelar a la simpatía. Cuando uno le recuerda que la referencia a su supuesta fealdad parece más una artimaña en un mundo donde casi todas las chicas se dan vuelta para mirarlo, él concede con modestia cierta que en él ven al famoso, al conocido. “Si camino por las calles de Turquía, seguro que nadie se da vuelta para observarme”, afirma.
Se ríe a mandíbula batiente cuando escucha aquello tan popular de que él y sus hermanos, también inmensos actores, Odiseo y Bruno, son como “Los Baldwin” mexicanos. En el tú a tú confiesa que en una familia con tantas individualidades, a él le toca a menudo el papel de conciliador, el que va ligando los hilos para que la trama de un hogar que desborda de afecto se despliegue con todos sus colores y matices.
Hijo de los también actores y directores de teatro Alejandro Bichir y Maricruz Nájera, Demián heredó de sus progenitores un interés marcado por la política y sus opiniones siempre se colocan a la izquierda. No le pesa, ahora que se ha convertido (gracias a su formidable comandante Fidel Castro en la película El Che, de Steven Soderbergh) en más internacional que nunca, aprovechar los recreos en los rodajes para convertirse en un improvisado embajador de su país y narrarle a sus compañeros de filmación las bellezas que viven en el suelo donde nació, más allá de la guerra del narco, más acá de la mala fama nacional en el extranjero.
Le gusta comer y le gusta hacer ejercicios. Es disciplinado. Bebe con moderación y no le entra a las drogas. Para lo que no tiene límites es para la obsesión. Con la misma fe y dedicación con que encara su trabajo en el cine, dirige los destinos de su restaurante en La Condesa, respondiéndole personalmente a los comensales que dejan quejas o algún que otro comentario adverso. Nadie, en esos momentos, querría tenerlo como jefe.
Querido por el gran público por su papel inolvidable en Sexo, pudor y lágrimas, el futuro de este verdadero trabajador de la escena, se presenta inconmensurable. Viene de hacer del cura Hidalgo en el filme Hidalgo – Moliere, dirigido por Antonio Serrano, con una caracterización conmovedora.
Entre aviones y aeropuertos busca su destino. Por ahora, ese sino es solitario. Un divorcio, un par de noviazgos sonados y frustrados, la muerte de su querido perro Rufino, le han otorgado el carácter de “single”. No se queja. Demián nunca se queja de nada.
- ¿Hay un afuera y hay un adentro ahora en tu vida profesional?
- Lo que pasa es que soy “pata de perro”, desde niño, nunca me puedo quedar en un solo lugar. Me mueve el deseo de andar experimentando, buscando nuevos lugares y nuevas posibilidades. Eso es lo que me ha llevado a salir de mi país, fundamentalmente. Yo me fui a vivir a Nueva York a los 22 años y todo lo que sabía de inglés era the pencil is red y párale, ¿no?. Pensé que con eso me bastaba para defenderme en Nueva York, pero ni madres. Sin embargo, tenía ganas de darle a mi actor otro tipo de vivencias. Desde muy chavo hago teatro profesional y necesitaba salir del cascarón. Estaba listo para vivir en otro lado, afuera de la casa de mis padres. Nunca tuve, por cierto, la necesidad de irme dando un portazo al grito de “Los odio” o “Me odian”. Así que empecé por rentar una casita en el Desierto de los Leones y cuando tenía todo listo para empezar a vivir solo, conocí a mi chava. Fue en la filmación de una película gringa que se llamó Los penitentes (1988, Cliff Osmond), con Raúl Juliá.
- Y te enamoraste de la protagonista…
- Así es. Rona De Ricci y yo nos enamoramos en San Miguel de Allende. Cuando terminó la filmación, no lo pensé más y me mudé a Nueva York. Claro, todo el mundo pensó entonces que era una locura, pero pudo más mi espíritu aventurero…
- ¿Y ahora the pencil is red and yellow and green?
- Uy, ahora domino una gama de colores que ni lo puedes creer… La verdad que ha sido difícil aprender inglés. Sobre todo porque lo aprendí de adulto. A mí se me complicó mucho y era un poco desesperante porque al final del día tenía siempre un dolor agudo en el cerebelo, de tanto tratar de traducir y de tanto tratar de darme a entender. Mi chava no hablaba español y por eso digo que el amor todo lo puede. Ni siquiera las idas al cine eran felices, porque yo extrañaba los subtítulos.
- Ahora todo cambió…
- Sí, porque soy muy necio y trabajé muy duro, la verdad. Atrás de cada película que la gente ve hay mucho trabajo. Es un poco lo que nos pasa a los feos: para ligarte a una chava tienes sacar todo el repertorio de lo mejor de ti. Lo mismo pasa en el trabajo: si no soy un fenómeno de actor, un dotado, entonces tengo que trabajar el triple.
- Igual, siempre dices eso en las entrevistas, que eres feo y la verdad es que tienes un pegue bárbaro…
- No, es en serio. No lo digo como falsa modestia. Las chavas que te prestan atención es porque sabes quién eres. Si yo ahora me pongo a caminar por Turquía, no sé si muchas mujeres se me van a acercar…
- Diría que mejoras con los años y que estás llevando muy bien tus 46
- Que tu boca sea de profeta.
- De todas maneras en estos últimos años has venido trabajando mucho tu físico…
- Pero mira que ha sido porque los personajes me lo han pedido. Cuando hicimos American Visa (2005, Juan Carlos Valdivia), quería que fuera un maestro flaco, esmirriado, poco atractivo. Al boxeador de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995, Agustín Díaz Yanes) le metí diez kilos de músculos, pero a Fidel (2008, El Che, por Steven Soderbergh) le tuve que meter diez kilos de panza. Ahora vengo de hacer un jardinero, un personaje para el que tanto el director como yo queríamos una pancita “chelera”. Se trata de un oficio, el de jardinero, donde no hay tiempo para alimentarse sanamente y se sigue una mala dieta. Ahora estoy tratando de sacarme la pancita. Lógicamente, cuando eres más joven, todo es más fácil, pero siempre es importante la disciplina. Cuando no trabajo es cuando más me cuido, hago ejercicios, como bien y todo eso me sirve para mi trabajo.
- Se nota el tiempo que pasas en el gimnasio…
- Y sí, toda mi vida pesé 67 kilos y fui muy delgado. Ahora peso 85 y sigo siendo delgado. Claro que si quiero, puedo ir y perder 10 kilos para un personaje. Subir de peso se me hace más complicado.
- ¿Cómo se trata el tema de los nervios cuando tienes bajo tu responsabilidad un personaje como el de Fidel Castro?
- Es curioso que menciones lo de los nervios, porque mientras estaba filmando El Che, me despertaba a medianoche, con sobresaltos y taquicardias. Y me decía: si no me calmo, me va a dar un pinche infarto. Era la responsabilidad de un personaje para el cual no había tenido un mínimo ensayo. Steven Soderbergh no ensaya, ni siquiera abre el libreto a sus actores, las únicas lecturas que hicimos fue en Monterey, California, a un campamento de tres días donde teníamos todo tipo de entrenamiento. A la noche leíamos el guión alrededor de una fogata, comandados por Benicio del Toro que fue el primero que se puso las botas…
- ¿Y cómo fue que llegaste a ese papel?
- Fue un misterio, la verdad. Luego me contó bien Steven cómo fue. El asunto es que tuve una entrevista con una directora de casting, Mary Vernieu, y cuando la fui a ver tenía cuatro meses de haberme dejado el pelo y la barba luego de Enemigos íntimos (2009, Fernando Sariñana), donde me había rapado hasta el último pelo. Cuando no estoy trabajando dejo crecer todo, para después poder experimentar con diferentes looks. La cosa es que Mary me miraba y me miraba, hasta que en un momento me dijo: -¿te puedes quedar para ponerte en tape? Y le dije, sí, claro, ¿por qué? Y ella me contestó, es que estoy preparando las películas de El Che. Le pregunté si se trataba del proyecto de Terrence Malick con Benicio del Toro y ella me dijo que sí, pero que ya no las iba a dirigir Terrence sino Steven Soderbergh. Javier Bardem va a ser Fidel Castro. Desde entonces supe que quería estar en esa película de cualquier forma, conocía muy bien el proceso cubano de cerca. Mary me pidió que improvisara con acento cubano durante cinco minutos. Conté en cinco minutos la primera vez que vi a Silvio Rodríguez en el viejo Auditorio, yo tenía unos trece años…
- ¿Y qué pasó después?
- Nada, que me volví a mi casa y recibí una llamada de mi representante que me decía que muchas gracias, pero que iban a seguir buscando gente en Puerto Rico. Les mandé a decir que yo iba a volar por mi cuenta a Puerto Rico y que iba a insistir con el casting. Me contestaron que lo iban a tener en cuenta. Luego me subí a un avión para ir a Ibiza, donde iba a ser jurado en un festival. Y estando en Ibiza, a las cinco de la mañana sonó el teléfono. Era una llamada de Nueva York diciéndome que Steven Soderbergh quería que yo hiciera de Fidel Castro. Entonces, a lo largo de mi carrera hice audiciones durísimas, con escenas al derecho y al revés, citas con productores, con directores y esta fue la audición más extraña para obtener un papel con el que ni siquiera había soñado.
- ¿Qué había pasado con Javier Bardem?
- Luego me contó Soderbergh, cuando viajábamos a bordo del barco Gramma en Cuba, que cuando Javier se fue a hacer la película de Woody Allen se quedaron desarmados y que fue Mary Vernieu la que le dijo que yo tenía la mirada de Fidel. Steven y la productora vieron mi audición y dijeron que sí y que me ofrecieran el papel. Así fue. En ese barco le dije a Soderbergh que le tenía que mandar unas flores y unos chocolates a Bardem para agradecerle. Y, esto es lo mejor, Steven me contestó que el que tenía que regalarle y agradecerle algo era él.
- ¿Y quién fue la primera persona con la que compartiste ese logro?
- Inmediatamente con mi padre, por obvias razones. Él fue un revolucionario toda su vida, tiene 70 años y sigue yendo a los mítines y sigue reclamando lo que es suyo y lo que es justo para el bien común. Por mi padre, además, yo me llamo Sandino, de segundo nombre. Es un viejo que ama a la Revolución Cubana y especialmente a Fidel. Estaba muy emocionado.
- ¿Qué es lo mejor de tu trabajo?
- Las relaciones que se forman. Mis amigos más queridos son por el cine que he hecho. Las experiencias más ricas me las dieron las películas en las que he trabajado.
- ¿Y el éxito y el fracaso?
- Son tan relativos y dependen de tantas cosas y no de ti, precisamente. La única obligación que tenemos los actores y todo el equipo en un filme es hacer la mejor película posible. Nadie va al set pensando que va a hacer una mierda.
- ¿Te gusta vivir en Los Ángeles?
- Es una ciudad muy cómoda para mi trabajo, pero la realidad es que me gusta mucho más Nueva York y cada día estoy más cerca de regresar, es lo más parecido al DF.
- Entre los famosos que conociste, ¿alguno de ellos te hizo temblar de emoción?
- Bueno, mucha gente. La verdad es que me invitaban a todo, durante la gira de presentación de la película habrán dicho ¡Fidel, que venga!
- ¿Y nunca te dijeron “comes y te vas”?
- No, por suerte. Me quedé al postre, la sobremesa y encima me regalaron puros. (risas). Nunca había viajado tanto con una película. La cosa es que en Nueva York, durante una gala, estábamos Benicio y yo en plena charla y apareció una señora a felicitarnos y de paso a presentarnos a su esposo. ¡Era Neil Simon! Como bicho de teatro que soy y habiendo hecho dos obras de él, imagínate. En Ibiza conocí a alguien que luego se hizo un gran amigo mío: John Hurt. Cuando estuvimos filmando en Irlanda con Bruno, él y su esposa nos fueron a visitar y se quedaron unos días con nosotros. Marie Louise-Parker (la protagonista de la serie Weeds, donde Demián forma parte del elenco) también es una buena amiga.
- Y de pronto llegas a Hidalgo, con la historia de México, que tanto te preocupa…
- Sí, la verdad es que en la historia de nuestro país tenemos muchos lunares. La nuestra es una historia de traiciones y parece que no aprendemos las lecciones. Cuando te echas un clavado en un papel como el de Hidalgo, realmente se mueven muchas cosas. Es fascinante. Cada vez que regreso a México me pasa lo mismo, sobre todo con el Distrito Federal, al que siento como a la mujer más hermosa del mundo: oscura, peligrosa, sexy y llena de vida.
- La caracterización que hiciste para Hidalgo fue impresionante…
- Porque peleé mucho para que pudiéramos rodar en el orden que le convenía al personaje y no a la producción. Por el presupuesto, estaba condenado a usar peluca, barba postiza y poder cumplir así con un plan de rodaje de dos millones de dólares. Cuando hicimos El Che, todo el plan de rodaje se adaptó a la caracterización de Benicio, para que fueran sus pelos, su panza, sus dientes…Al final, lo logramos en Hidalgo y con mucho sacrificio pudimos filmarla de acuerdo a mi cronología…y por eso se vio ese resultado.
- ¿Estás mejor ahora en los rodajes que antes, más calmado?
- Bueno, de mí nunca escucharás una queja a menos de que algo esté mal. Así me lo enseñaron mis padres: cuando algo está fuera de lugar no tienes por qué callarte, hay un montón de detalles en mi trabajo que tiene que ver con poner los puntos sobre las íes y las diéresis sobre las úes.
- Después de tanto camino andado, ¿eres mejor actor y también mejor ser humano?
- Sí, cada trabajo te hace mejor actor y mejor ser humano. Sobre todo por la gente que vas conociendo en los rodajes, en las obras de teatro. El amor te hace mejor gente
- ¿Y cómo andas de amor?
- Terminé con Sandra (Echeverría, también actriz) hace un año. La verdad es que el amor duele, duele mucho. Las relaciones más importantes de mi vida ha sido con cantantes o actrices y siempre nos hemos separado a la hora de trabajar. Hay etapas en la pareja durante las que no te ves y esas etapas suelen ser muy largas. Los actores somos nómades. Tengo 46 años y me he cambiado 17 veces de casa, así vivo, así vivimos.
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