domingo, 22 de marzo de 2009
ENTREVISTA A TOMAS ELOY MARTINEZ
Su hablar elegante, esa manera de prosar en forma automática como si cuando hablara escribiera alguno de esos libros que hoy son fundamentales en la literatura en español, definen a Tomás Eloy Martínez. Viene este escritor, periodista y profesor universitario, nacido en la provincia argentina de Tucumán, de atravesar una seria enfermedad a la que le ha dado pelea con sus mejores armas: la escritura de artículos y de una novela prodigiosa, Purgatorio, que acaba de publicar en México la editorial Alfaguara.
La historia de Emilia, una mujer de 60 años que hace más de tres décadas busca a su marido, Simón, desaparecido absurdamente en las fauces de la cruenta dictadura que asoló el país sudamericano en los 80, dan sustancia a lo que el propio Tomás considera su libro “más literario”.
Maestro de periodismo, crítico de cine, melómano contumaz, de su talento y oficio nacieron obras imprescindibles como La novela de Perón y Santa Evita. Ha publicado también los libros Sagrado, La mano del amo (1991) y uno de relatos, Lugar común la muerte (1979). Es colaborador habitual de The New York Times y actualmente dirige el
Programa de Estudios Latinoamericanos de la Rutgers University en New Jersey (Estados Unidos).
Purgatorio resulta ser una novela muy generosa con el lector, muy entregada al lector…
Bueno, para mí fue un libro muy enriquecedor, porque me aportó un gran conocimiento acerca de mí, de lo perdido, que ya sé que es imposible de recuperar, pero de todos modos abre una puerta a la esperanza de recuperarlo. El que busca, algo encuentra. Específicamente no sé decir qué habré encontrado en este libro, pero sin dudas me he encontrado a mí mismo, lo que no es poca cosa.
En el marco de toda su obra, este libro pareciera un nuevo comienzo…
Creo que es el más literario de todos aunque tiene adherencias de hechos reales, como el Mundial de Fútbol del 78, por ejemplo. Hay una transfiguración de lo real en imaginación durante todo el tiempo y la novela camina en el borde de lo que es imaginación y de lo que es realidad.
Acaso la Argentina durante muchos años estuvo en ese borde de lo imaginado y lo real.
Bueno, eso es lo que me dijo un joven escritor argentino al que yo aprecio mucho: lo que tiene de interesante este libro es que es como una especie de refracción y el personaje está siempre entre la realidad y la ficción, buscando algo que también está en ese plano.
Eligió la sensibilidad de una mujer para contar la historia
Desde hace mucho tiempo siempre intento ver cómo funcionan la voz y el pensamiento femeninos, porque creo que las mujeres conocen la especie humana mucho mejor que los varones. Las mujeres nos llevan en su vientre, nos comprenden, nos conocen, en cambio los hombres somos un poco más auto-centrados y la mujer es mucho más generosa. Por eso quería una voz femenina en Purgatorio, una mujer además mayor que busca todo el tiempo al hombre que ama y que, a través de ese hombre, quiere encontrarse consigo misma. Hay también una reivindicación de un amor adulto; Emilia tiene 60 años y se enamora de un hombre mucho más joven y en las novelas, sobre todo las del siglo XIX, las mujeres son muy desdichadas con hombres que son mucho mayores que ellas. Me pareció que era una buena reivindicación que Emilia fuera feliz con un hombre menor.
Este encuentro a través del tiempo se parece al caso de Benjamin Button que obviamente nos lleva al cuento de Scott Fitzgerald…
No conocía ni el cuento de la película cuando escribí este libro hace ya un par de años, pero de todos modos alguna vez los seres humanos hemos tenido la ilusión de que el tiempo regrese.
Si la patria del escritor es su infancia, en este momento de su literatura, ¿diría que ha perdonado muchas cosas de su infancia?
No sé, eso queda inscripto en la vida de cada quién. Creo que no hay nada que perdonar ni nada que castigar. Solamente sentir que todo eso está dentro de uno, que la infancia, la educación paterna, han marcado la personalidad y son parte de la vida. Una vez que se inscribió adentro de nuestra historia, hay que saber cómo cargar con eso y cómo cargar bien con eso, llevarlo hacia adelante.
¿Hay una manera específica de aferrarse a la vida?
Creo que sí y consiste en no mirar hacia atrás. Todas las mitologías tanto occidentales como orientales condenan la mirada hacia el pasado. La mirada hacia atrás paraliza, congela, te cosifica.
¿Estuvo escuchando mucho a Keith Jarrett mientras escribía Purgatorio?
Bueno, lo escucho siempre, porque me gusta mucho. Pero para la novela específicamente escuché el Concierto en Colonia, para ver en qué momento Jarrett suelta ese quejido erótico que también suelta Emilia en mi historia. Para saber cuánto tiempo pasa desde el comienzo del concierto hasta el quejido. Son 7 minutos, los conté. Todo Jarrett es increíble.
¿Este libro cierra la discusión en torno a si la dictadura argentina fue o no el fruto de una guerra? Es tan absurdo el secuestro de Simón, como tan absurdos fueron tantos secuestros y desapariciones durante esa época…
Creo que el proyecto de la dictadura argentina fue la destrucción de un país para poner otro encima. En general en Chile y en otros países las dictaduras fueron lo mismo. Se trata de deshacer algo para poner otra cosa basada en el modelo ultraconservador, autoritario y en los principios de Dios, Patria y Hogar.
Su libro tiene el perfume de la opresión, el color de esos días aciagos en la cotidianeidad, cómo se vivía en esa época…
Lo que traté de hacer fue la reconstrucción de esos días que yo no había vivido. Estaba afuera, en el exilio, ni un solo día la dictadura me tocó adentro de la Argentina, no me atreví a volver, no quería que me asesinaran delante de mis hijos, no quise dejarle ese pésimo recuerdo a mis seres queridos. En Purgatorio traté de recuperar a través de la imaginación lo que podría haber vivido si me hubiera quedado en mi país en esa época. Ese fue el primer proyecto de la novela: reconstruir a las mujeres en los supermercados, la inseguridad en las calles, el mirar para otro lado. Creo que en mucha medida los argentinos somos responsables de lo que nos pasó, porque muchos de los que permanecieron ahí (no me incluyo) miraron para otro lado por miedo, por impotencia o por lo que fuera. Esa inoperancia generalizada permitió que ocurriera lo que pasó y que todo llegara a los extremos.
Los cartógrafos son poetas en su libro…
Bueno, también son novelistas, porque mueven la realidad como se les ocurre. Si miramos los mapas que dibujaron los primeros cartógrafos de la historia, veremos un mundo inventado, imaginado, en tierras que no existen. Los primeros mapas nacieron para satisfacer la curiosidad de los escasos pobladores de la época, quienes necesitaban saber qué había al Este, al Oeste y como no había nada, se inventaba el abismo. Enseñé durante mucho tiempo las Crónicas de Indias en la universidad y en verdad revelan la visión de mundo que existía antes de que Colón llegara a las playas americanas. Y era una visión en la que el encuentro con América aconteció en forma totalmente inesperada. La magnificencia de la naturaleza, la inmensidad, es descripta maravillosamente por Bernal Díaz de Castillo, quien cuando entra a México y ve por primera vez el paisaje de Technotitlan, dice: “eran castillos encantados como los de Amadis”.
Purgatorio es una novela a flor de piel, ¿qué le pasaba a usted, sentimentalmente hablando, mientras la escribía?
Bueno, estoy obligado, porque soy el que narra, a ponerme afuera de la historia, pero por supuesto que en los momentos en que no escribo, sí veo a los personajes y trato de sentir como ellos, para ver cómo son, qué hacen, para qué están. Todo el proceso interior de Emilia, sí, lo viví muy en lo hondo.
En el Purgatorio no transcurre el tiempo, es como en los pasillos de los condenados a muerte…
Sí, es un tiempo detenido, es un tiempo de espera. La espera de Emilia es activa, le va dejando señales de su búsqueda a Simón en todos los lados por donde pasa hasta que no puede más y decide plantarse en un punto del mapa, para que sea él el que vaya a su encuentro.
Algunos críticos han dicho que éste es su gran libro, su gran novela, ¿qué piensa de eso?
Dejo que los lectores piensen lo que mejor les parezca. Así como también desdeñaron muchas de mis obras que a mí me gustan, pienso que tienen todo el derecho de sentir que este es mejor. Todo libro deja de pertenecernos en el momento que lo entregamos, que deja de estar en nuestras manos. Es un poco como decía Jean Paul Sartre en ¿Qué es la literatura?: Leer una obra o contemplar un cuadro es hacerlo existir, el lector añade su propia experiencia de vida, su comprensión del mundo, lo que quisiera sea…y para eso también se escribe, para que el lector viva en el libro alguna vida que tal vez le hubiera gustado vivir, tenga sueños que quizás le hubiera gustado soñar.
¿Qué está escribiendo ahora?
Escribo sobre el mito del Olimpo, un trabajo que me propuso la editorial Canongate, que está publicando una colección sobre los mitos. Ya salió el de Sansón escrito por David Grossman y el de Victor Pelevin sobre Teseo. Yo elegí el mito del Olimpo, porque tiene por un lado el fundamento religioso y por otro lado resume en sí la ambición de grandeza e inmortalidad de muchos autoritarismos, el de Hitler, por un lado, que intenta reconstruir el Olimpo en la Berlín de 1938 y el de la dictadura argentina, por otro, ese Olimpo degradado y ridículo que fue un tenebroso campo de concentración.
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