martes, 22 de noviembre de 2016

Un mal nombre, de Elena Ferrante



RESEÑA
Un mal nombre, de Elena Ferrante (Lumen)

Cuando leímos la primera novela de Elena Ferrante (La amiga estupenda) nos referimos a la “literatura vintage” de esta escritora sumida en el anonimato; no haremos en esta nota una referencia a su estar más allá de la fama, lo que diremos es qué comedia trae Un mal nombre, la segunda parte de la tetralogía.
Si en La amiga estupenda estaban los niños y los adolescentes llamados a crecer en un ambiente salido de las salas y aumentado como un personaje siempre central e inamovible en todas las historias, en Un mal nombre es la juventud y su camino a una moral el que se pelea con Nápoles y sus consecuencias.
Es la vida de Lila, la cambiante y apasionada amiga de Lenú, la otra vida en correspondencia y de confesión a los lectores: “Y su vida asoma sin cesar a la mía, en las palabras que he pronunciado, en cuyo interior hay a menudo un eco de las suyas, en ese gesto decidido que es una readaptación de un gesto suyo, en ese de menos mío que lo es a causa de un más suyo. Sin contar lo que nunca me dijo pero que me dejó intuir, lo que no sabía y que después leí en sus cuadernos. Así, el relato de los hechos debe contar con filtros, remisiones, verdades parciales, mentiras a medias; se deriva a una extenuante medición del tiempo pasado basada toda en el metro incierto de las palabras”.
Así, la vida de Elena Greco va de un punto a otro de sus extremos siempre sacudida por la exhortación o la indiferencia de Lilá. Porque Lilá, además de ser la mejor amiga de Lenú, es todo Nápoles, es toda la ciudad desde el pasado al futuro y desde ella expulsa o impulsa a todos los seres queridos, incluida su “hermana” de sangre.
Desde el amor al odio, pasando por todos los sentimientos habidos y por haber, Elena encuentra en Lilá su espejo y su otra cara de la moneda: si ella estudia en Pisa y llega a Doctora en Letras con las mejores calificaciones, Lilá pondrá el cuerpo y el corazón en hacerle los cuernos al marido, en volver con el marido, en huir del marido y terminar de empleada en una fábrica de Soccavo, “entre basuras de todo tipo, un hilo de humo negro en el cielo helado”.
Si en la eterna armadura del yo y el no yo, Lilá y todo Nápoles pasarán como un cedazo por donde no disfrazar el individuo, hay una cosa que une todo y eso descubre Lenú al terminar la novela: la literatura.

Para un detalle de la historia: es Lenú la que arroja la historia de Lilá al lago. Es ella la que se queda con LA NOVELA. ¿Alguna referencia a su anonimato?

martes, 26 de noviembre de 2013

“Clandestino me dio un cheque en blanco”

Jueves 6 de Abril de 2000
tapatapa del No
EXCLUSIVO: DESDE LAS CALLES DEL DESENGAÑO, MANU CHAO HABLA SOBRE SU SEGUNDO DISCO SOLISTA Y LOS DIAS DE AGITE LATINOAMERICANOS
“Clandestino me dio un cheque en blanco”
Cuando falta un mes para que llegue a la Argentina (en los primeros días de mayo se presentará en Rosario y Mendoza, no en Buenos Aires), el francés que cambió el rumbo del rock latino habló con el No en México, donde convocó a 150 mil personas en la primera escala de su gira por Latinoamérica. La industria, la prensa, los conciertos programados, las presiones y todo eso que le “importa un carajo”. De cómo un disco que el ex Mano Negra consideraba el último de su carrera terminó musicalizando los días y las noches de Bali, la Patagonia y buena parte del tercer mundo.
Textos: MONICA MARISTAIN
(DESDE MEXICO)I
Llega cansado al lobby del hotel Meliá, situado en una zona céntrica del DF, a pocas cuadras de la Alameda frente al Palacio Nacional de Bellas Artes, donde acaba de dar un concierto gratuito para una radio de rock mexicana. Sí, es Manu Chao. Lo primero que sale de sus labios en el encuentro con el No es la palabra medialunas: memoria gastronómica de un país que visitará en mayo (dará dos shows, al menos anunciados: el 4 en Rosario y el 6 en Mendoza). Sus 38 años, su profusión de canas, su pasaporte europeo y su amor por los inmigrantes. Datos de un artista del que mucho se ha hablado en todos los medios de comunicación del mundo. ¿Quién no tiene una anécdota qué contar acerca de sus usos y costumbres en las ciudades (muchas) que visita alrededor del planeta? Aquellos africanos nostálgicos que en los bares fronterizos italianos escuchan Clandestino y lloran. La afición del músico francés por los tacos que hacen a la salida del metro Hidalgo. Su última visita a la Argentina. Las discusiones que tuvo con los organizadores de su concierto en el Teatro Metropolitan de México, el domingo último, a causa de la diferencia en el precio de las entradas. Hecho que, según la visión de Manu, “promueve la división de clases”. También aparecen los encuentros con amigos en el Salón Corona, un bar “cutre” donde se sirve la mejor cerveza de barril en todo México. Y Manu se define: “Soy un cuate del montón que muchas veces quisiera ser invisible”.
La presentación en México de Manu Chao formó parte del Festival del Centro Histórico, un megaevento con más de cuatrocientos espectáculos a lo largo de 20 días en la capital azteca que, además de la presentación del ex Mano Negra, convocó las bellas artes del jazzista Paquito D’Rivera, de la coreógrafa alemana Susanne Linke y de su compatriota cantante Ute Lemper, entre otros. Traído por el Instituto Francés de Cultura, Manu dice que “fue casualidad” que el primer puerto de una gira por siete países latinoamericanos (México, Bolivia, Ecuador, Perú, Ecuador, Chile y Argentina) haya sido la tierra de Moctezuma. Aunque luego duda y se retracta: “Bueno, casualidad... teníamos muchas ganas de venir, la banda estaba recién formadita, tenemos tres semanas juntos y quisimos salir de gira para tomar músculo”.
La banda a la que se refiere Chao es un grupo de siete instrumentistas, ninguno de los cuales podría ser definido como virtuoso, acaso porque, como declaró el artista en una oportunidad, todos son “amigos del barrio antes de ser músicos”. “Queremos ser un colectivo de tíos positivos y no lo que se considera que tiene que ser un grupo de rock”, explica. David en la batería, Gambip en el bajo, Magid y el argentino Tato en las guitarras (ver página 7), Giani en el trombón, Ibrahim en la percusión y B. Roy en el acordeón, musicalizan las sencillas canciones de Manu con ritmos rudimentarios, privilegiando los arreglos en clave ska y reggae. Si este hombre pequeño fue capaz de revolucionar el mercado musical latino con Clandestino –canciones de tres tonos, bastante parecidas entre sí, como capítulos de un diario de viaje– no habrá sido por seguir preceptos de conservatorio. Sin embargo, nobleza obliga admitir que esta banda hecha para la ocasión no está a la altura de la sensibilidad compositora de Manu. Los arreglos, desajustados y antiguos, dejan anémicas “rolas” exquisitas como “Día luna día pena”, “El señor Matanza” o “Lágrimas de oro”. ¿Les importa a sus seguidores? A los mexicanos, al menos, muy poco.
“Buenas noches, México. Próxima estación: esperanza. Encantado de estar en estas tierras, de todo corazón.” El discurso de Manu fue ovacionado por alrededor de 150 mil (sí: 150 mil) personas que escucharon como en trance su concierto en la Plaza de la Constitución, más conocido como el Zócalo. El sonido no estuvo preparado para la gran masa convocada por el artista, pero tampoco importó. Dos pantallas de video a cada lado del escenario proyectan la participación de Los de Abajo y de Panteón Rococó como teloneros. Luciendo en su remera una estrella roja del EZLN, Manu empezaba un recital que México no olvidará durante mucho tiempo. Más de 50 canciones en más de dos horas de concierto ininterrumpido hicieron vibrar a una multitud que si por algo se destacó fue precisamente por la tolerancia: los rastas con los punks, los padres de familia con sus banquetas de lona, los cuarentones sesentistas, los artistas, los universitarios, los franceses afincados en tierra azteca. Había hasta un tailandés que parecía no haberse bañado en años y que en media lengua ofrecía tragos de mezcal a las chicas bonitas de la plaza.
“Antes de hacer Clandestino estuve viajando mucho por toda Latinoamérica”, cuenta Manu en la entrevista. “De ahí salió el disco: de los taquitos de Hidalgo, de las medialunas de Buenos Aires...” Dueño de una voluntad política que se deduce fácilmente en las canciones, el artista aclara que no quiere “adoctrinar a nadie”. “Cualquiera que tenga el altavoz tiene que usarlo para denunciar todos los males que aquejan a la humanidad, y si el artista logra tenerlo, no debe pensarlo dos veces: tiene que alzar su voz por los que no tienen oportunidad de hacerlo.”
No le gustan las giras. “Prefiero tocar en bares o en el muelle de Barcelona”, dice. “Lo de tener conciertos anunciados y todo eso, para mí era algo que ya había dejado atrás. Lo he vivido bien, lo he disfrutado a pleno y estaba ya bien comido con ese tema, pero la casualidad de la vida hizo que la gente que está tocando conmigo ahora estaba disponible en el momento en que yo los necesitaba. Por eso nos juntamos y me dieron ganas de dar una vuelta con ellos. Me hace mucha ilusión que los chavales de mi banda estén por ejemplo en México, descubriendo todo esto, pues nunca habían cruzado el charco.”
Su búsqueda sonora no tiene secretos. Se define como “un periodista musical”. Viaja por el mundo con un pequeño estudio que le permite “tomar pequeñas instantáneas: grabar ahí donde surge la música”. “La música es alegre”, prosigue. “A mí me gusta hacer música para pasarla bien, lo más simple posible, y cuando escucho a los corridos, sus vientos desafinados, pienso: si estás haciendo una grabación para otro tipo de música, vientos desafinados no, y con los corridos no importa. ¡Venga!, me encantan los vientos desafinados.”
“¿Sabes?”, pregunta sin esperar respuesta. “El disco Clandestino cambió muchas cosas; fue una inmensa sorpresa, nunca pensé que iba a funcionar de esa manera. Estoy muy orgulloso de cómo se difundió el disco, comenzó a venderse de mano en mano, no tuvo una promoción clásica y nos está asustando cada día más de cómo se está escuchando en todo el mundo. Clandestino es un disco de viajeros; llega alguien de Bali en Barcelona y me cuenta que en una cabaña de Bali se estaban escuchando mis canciones. En la Patagonia lo mismo, y eso es muy bonito.”
Conocido por su aversión a la prensa de “grandes dimensiones”, Chao maneja con absoluta libertad el tiempo y el modo de difundir sus ideas y su música. “A mí me da resultados, no sé si ésa es la mejor manera, pero es la mía, y ya”, resume. Así también escucha la música que suena en estos días. “No estoy al tanto de lo último que se edita; escucho lo que me regalan. Es que no sé lo que está saliendo realmente en el panorama mundial”, asegura. Tiene un disco a punto de salir. No quiere dar muchas precisiones sobre el tema. Sólo menciona la existencia de cuarenta canciones nuevas. “Me estoy yendo de cabeza a otra movida como Clandestino, y encantado de la vida. No tengo ninguna presión. Con la banda actual tocaremos hasta que no querramos hacerlo más. Mirá, Clandestino me ha dado un gran cheque en blanco, una gran fuerza, porque para mí era mi último disco y no el principio de una carrera solista. El disco ha reventado así y mucha gente está llegando con una onda de puta madre, y yo vivo todo esto como una propina que me da Clandestino. Voy para adelante a muerte, pero no tengo ninguna presión carrerista ni nada de eso. Es que todo eso, además, me importa un carajo. Todo eso está detrás y tengo una posición muy fuerte frente al comercio, los medios de comunicación... Es algo bastante curioso, estoy muy tranquilo, no me da miedo subir al escenario, nunca tuve tanta libertad como ahora. Si lo que estamos haciendo ahora va a rendir un mil por ciento, me interesa, si vamos a bajar al 120 por ciento, pues lo dejo todo y me voy a dar la vuelta al mundo con mi novia y punto, o me aparco en un lado, me lo paso pipa y grabo mis canciones fumando marihuana y tocando en el bar de la esquina. Feliz de la vida. Esta salida tiene que ser muy fuerte como para que sigamos. Y en estas dos semanas, ¡ay, mi madre!, la estamos pasando de puta madre.”
“No me siento joven ni viejo, me siento yo, me siento bien”, afirma. “Hombre, me siento bárbaro porque los jóvenes escuchan mi música, pero mejor me siento cuando descubro a niños de siete años cantando mis canciones. Hasta las abuelas de 65 me siguen y eso es fabuloso. La gente que nos escuchaba con Mano Negra o Radio Bemba estaba entre los 17 y los 35 años, pero ahora he llegado a un público más amplio. Para mí, lo más bonito de Clandestino fueron los niños, alucino con los niños que son fans.”
Vive en Barcelona, donde al regreso de su gira latinoamericana mezclará su próximo disco. “Créeme –ruega–, no es que no quiera decirte algo más del disco, lo que pasa es que hay cuarenta canciones, hay que elegir, y depende de las que elija el disco se disparará para un lado o para el otro. A mi regreso, me tomaré quince días, me encerraré con 100 gramitos de marihuana y terminaré de armarlo.” Está ilusionado con su visita a la Argentina, último punto del tour. “No hay tacos allí, pero tengo mis costumbres. Me hace ilusión, además, tocar en Rosario y en Mendoza, que son dos ciudades en donde nunca habíamos podido tocar. Va a estar guay. Seguro.”


jueves, 5 de abril de 2012

Bob Dylan en su nombre

Todo el individualismo dylaniano, esa pulsión artística que lo obliga en forma permanente y contradictoria a pensar y hablar únicamente por sí mismo, es rescatado en un grueso volumen que constituye una verdadera Biblia si se piensa que las letras escritas entre 1962 y 2001 corresponden a un artista fundamental de la historia musical contemporánea.
Palabra por palabra se expresa el natural de Minnesota, en una lujosa edición que ofrece todas las canciones de dicho periodo, en formato bilingüe español e inglés, traducidas por Miquel Izquierdo y José Moreno.
Allí está el paisaje descarnado de una Nueva York hostil que lo recibió en 1961, durante “el invierno más frío en diecisiete años” y en la que, tempranamente habría Bob de sospechar la lidia estética que lo enfrentaría con sus primeros y más conservadores fans, aquellos que no le perdonaron que dejara la acústica y comenzara a empuñar una guitarra eléctrica.
“Di una vuelta y acabé / en uno de los cafés del barrio / Salté al escenario para tocar y cantar / Un tipo me dijo: “Vuelve otro día / Cantas como un patán / Y aquí queremos cantantes de folk”, ironiza Dylan, de 70 años, en “A propósito de Nueva York”.
Son precisamente el alto contenido humorístico de sus temas y la lengua afilada e irónica para cortar al ras esas metáforas intrincadas que lo han hecho un artista por demás hermético, los elementos que hacen saltar de las páginas un corpus que trasciende las fronteras de la inmediatez escénica para convertirse en alta literatura.
No por nada, el Príncipe de Asturias de las Letras y las Artes en 2007, año tras año aparece entre los primeros diez candidatos al Premio Nobel, en una iniciativa fortificada por honduras como la celta, bíblica y baudeliarana “A hard rain’s a-gonna fall”: “¿Dónde has estado, hijo de mis entrañas? / ¿Dónde has estado, niña de mis ojos? / tropecé en la ladera de doce montes brumosos / Anduve y me arrastré por seis carreteras sinuosas / Llegué al corazón de siete bosques desolados / me detuve frente a una docena de océanos muertos / Me adentré diez millas en la boda de un cementerio / Y será atroz y será atroz y será atroz / será atroz la lluvia que caiga”.
Bob Dylan – Letras – 1961-2011, editado por Global Rhytm y distribuido en México por Océano, aparece casi al mismo tiempo que el monumental Chimes of freedom, la serie de cuatro discos impulsada por Amnistía Internacional y en la que 80 artistas, entre ellos los imprescindibles Dave Matthew Bands, el legendario Pete Townshend y la pionera Marianne Faithfull, “versionan” 71 canciones del gran arquitecto de la conciencia estadounidense de nuestros tiempos.
Es Dylan. Nada más ni nada menos. El irreductible mago de la trova, el dulce domador del lenguaje, el viejo sabio que más sabe por haber vivido que por haber estudiado.
Durante una cena en París –cuentan los traductores- Bob Dylan le preguntó a Leonard Cohen, el otro gran profeta de la canción, cuánto tiempo había tardado el canadiense en escribir “Hallelujah”. “Mentí –revela Cohen- y le dije que dos años, pero fueron tres o cuatro; luego le pregunté cuánto había tardado él en escribir “I and I” y me contestó que 15 minutos, aunque sin duda mentía: seguramente no había tardado ni 10”.

Diana Bracho, sin motivo de quejas


El sol revienta como plomo en la mañana de Coyoacán. Hay algo de una primavera anticipada que brilla en el aire donde también brilla Diana Bracho, la casi legendaria actriz mexicana, una de las más serias representantes de su oficio, eso que suelen llamar “Primera Dama” del teatro y del cine nacionales.
A los 60 largos (nació el 12 de diciembre de 1944), es una de las figuras más sólidas de la escena nacional y todos los sacrificios que ha hecho en honor de un oficio al que le ha entregado su vida encuentran en su padre, el cineasta y actor Julio Bracho, el gran culpable.
Al menos, así lo hizo saber Diana, visiblemente emocionada, cuando el año pasado tuvo en sus manos el Mayahuel de Plata, distinción otorgada por el Festival Internacional de Cine en Guadalajara.
“Gracias, papi, por darme el cine en tus genes”, apuntó la actriz de casi 40 filmes, innumerables obras de teatro y trabajos relevantes en la pantalla chica, donde engalanó culebrones de gran éxito y series contemporáneas como Mujeres asesinas y Locas de amor.
No hay motivo de quejas para Bracho, quien en el libro escrito por el crítico y ex director de la Cineteca Nacional, Leonardo García Tsao, y editado por la Universidad de Guadalajara, cuenta las peripecias que pasó cuando filmaba El Santo oficio en 1973, a las órdenes del gran Arturo Ripstein.
La actriz, que fue diagnosticada con un tumor tres días antes de comenzar a rodar, dice que “el director se quería suicidar después de la noticia, así que como pude me presenté a trabajar y ese día programaron la escena de la violación, y al día siguiente me arrastraron por un pasillo, y al siguiente me metieron a una tina de agua helada”.
“A la distancia, todo esto parece cómico, pero fue trágico… y jamás me quejé. Jamás me pareció injusto. Realmente no me lo explico porque no es masoquismo ni dejadez, es pasión por lo que haces, y eso es una característica de los actores de mi generación”.
La pasión, esa herramienta inasible para quien carece de ella y formidable para los que se dejan arrastrar por su vértigo, es lo que pone en funcionamiento el motor de esta mujer cuyo rostro mantiene una frescura sorprendente, libre además como están sus facciones de cualquier bisturí inoportuno.
“No estoy en ninguna liga anti-operaciones estéticas, respeto la libertad de cada quien para hacer lo que se le antoje con su rostro, pero no es para mí”, dice con el tono firme y pausado que la caracteriza, un modo noble y directo de enfrentar las preguntas de la entrevistadora.
El mismo tono irrefutable que usa para negarse al primer y previsible interrogante de una cronista poco imaginativa. “No, no me preguntes sobre los espejos”, dice pidiendo que pare la grabadora.
“Todo el mundo me ha preguntado ya por ese tema”, señala con cierto hastío, por lo que pasamos inmediatamente a la charla que, como es de prever, versará sobre muchos temas, menos sobre los espejos.
Aunque sí hablaremos de Espejos, la obra de la joven dramaturga estadounidense Annie Baker en la que una maestra de actuación, cuatro singulares alumnos y un salón de clases son protagonistas de cinco historias donde los secretos, deseos, frustraciones, temores y esperanzas de cada uno, se manifiestan para mostrar la cara oculta de cada quien.
Diana Bracho, Ludwika Paleta y Nailea Norvind, Hernán Mendoza y Juan Carlos Barreto conforman el elenco de la obra producida para OcesaTeatro por Morris Gilbert y dirigida (con los lineamientos del argentino Javier Daulte) por el mendocino Diego del Río
-       Hablemos entonces de la obra…
-       Por supuesto. Se trata de Espejos, una obra de una de las autoras más importantes de la escena actual estadounidense. No es abiertamente una comedia, aunque tiene mucho humor, no es estrictamente un melodrama, tampoco una tragedia…
-       ¿Cómo llegó la propuesta?
-       Me habló el productor Morris Gilbert, con quien 10 años atrás hice Master Class, sobre María Callas. Él había visto Espejos en Argentina. Le fascinó tanto como para traerla y pensó en mí. La leí y me encantó. Luego se juntó un reparto excelente, no sólo en lo profesional, sino también en lo personal. Hemos formado un grupo de trabajo lindísimo.
-       ¿Cree que se puede aprender y enseñar a actuar?
-       Desde luego. Creo en la educación, aunque no creo que un curso de actuación haga un buen actor ni sea la panacea para cualquiera que quiera dedicarse a este oficio. Hay muchos actores naturales que no tomaron nunca un curso y son excelentes. Lo que es cierto es que el talento unido a la formación académica es muy buena combinación, porque el talento, cuando no se alimenta, se desgasta.
-       ¿Quiénes han sido sus maestros?
-       El único maestro formal de actuación que he tenido fue José Luis Ibáñez. Luego tuve una maestra magnífica de Técnica Alexander en Inglaterra. No era propiamente una profesora de actuación, pero siempre digo que mi oficio es antes y después de esa formación.
-       A lo largo de ese aprendizaje, ¿qué cosas la preocuparon más: el cuerpo, la voz, la memoria?
-       Todo. Para un actor, todo nuestro ser íntegro es el instrumento de trabajo. Importantísimos, por supuesto, el manejo corporal, el aparato vocal, un elemento que creo que en este país falla mucho; de pronto tienes a actores muy gritones en escena,  voces muy agudas o voces que no dibujan el personaje…
-       ¿Y qué le pasa cuando escucha que con tanta facilidad muchas personas se dicen a sí mismas actrices o actores?
-       Sí, pasa. No con los arquitectos, claro. No puedes decir: - soy arquitecto, porque al menos tienes que saber levantar un muro. Para responder esa pregunta te voy a contar una anécdota. Tengo una prima en Nueva York cuyo hijo es de esos chavos guapetones un tanto desubicados. Ya lo han echado de cuatro universidades…me dice mi prima un día: - Ya sé lo que va a ser mi hijo, ¡actor!. (risas)
-       El refugio de los buenos para nada…
-       (risas) Sí, el muchacho no pegaba una, así que su madre consideró que podía ser actor.
-       Su famoso sobrino, Julio Bracho, fue también uno de esos casos en los que la actuación sobrevino como una profesión de salvataje.
-       Sí, la diferencia que hago es que él realmente es un dotado para el oficio. No se trata de un bueno para nada. Fíjate que ahí me siento bastante responsable de su carrera. Algo tenía que hacer en la vida y andaba vagando por aquí y por allá, dando lata, con mucho éxito con las mujeres…hasta que le pedí que fuera a un curso de actuación, no tanto para que se convirtiera en actor, sino para que conociera a personas interesantes, para que se encontrara a sí mismo en un entorno creativo. Así que le pedí al maestro Héctor Azar, quien quería mucho a mi padre y me quería mucho a mí, que por favor tomara a mi sobrino en sus clases. Desde la primera vez, Julio supo que lo que más quería en la vida era ser actor.
Una señora muy propia
Uno suele ser víctima de su fama y nunca estar a la altura de su reputación. Frente a Diana Bracho, la tentación es grande: ¿perderá esta mujer alguna vez la calma?, ¿andará por su casa en chanclas, tubos, sin ostentar esa imagen de señora muy propia con la que es vista y descripta por los medios?. La actriz se defiende con cierta brusquedad: “No me analizo, no sé”, anticipa. Aunque luego, más relajada, reconoce que si bien nunca le ha tirado un plato por la cabeza a alguien, tan propia propia, no es.
-       No creo que sea yo una persona cuadrada ni convencional. Una señora propia sería alguien aburrido, con límites muy cercanos y muy chiquitos. No soy para nada así. He vivido muchas cosas, he estado en muchos sitios del mundo, tengo muchas inquietudes…lo que pasa es que soy también una persona reservada, sobre todo porque estoy en un medio de mucha exposición. No tengo ni Facebook ni Twitter. No resisto la idea de estar diciendo: “Hoy me puse los calzones rosa”. No creo que eso sea interesante para nadie. Este exceso de información sobre las personas me resulta un poquito repelente. No he roto un plato, porque no le hago daño a nadie, mis amigos se divierten conmigo, no soy una persona envidiosa y podría definirme como un ser socialmente responsable.
-       Que ha demostrado, además, que el prestigio profesional no requiere andar ventilando los asuntos personales…
-       Efectivamente, cuido mucho mi vida personal. Me cuido. No creo que para ser actor haya que ser un tipo torturado, andar en la droga, así como tampoco creo que para llegar cansado a una escena tengas que correr cuatro vueltas a la manzana como hizo Dustin Hoffman antes de que el gran Laurence Olivier le sugiriera con sencillez: - Simplemente actúa.
-       En ese sentido, ¿se siente más cercana a la escuela inglesa de actuación que a la del método norteamericano?
-       Mucho más. Lo importante del trabajo creativo es encontrar tu propio camino y encontrar lo que te funciona para llegar a una meta. Se vale todo. En lo personal, no soy actriz del método, me funciona más la escuela inglesa de actuación, más rigurosa en cierto sentido y menos dependiente del momento emocional del actor. Conocí a un actor al que le tenían que contar un chiste para que se riera. ¿Dónde está entonces la imaginación?
-       ¿Y a quién admira?
-       Bueno, Helen Mirren es una diosa. No me quiero comparar con ella ni quiero imitarla, pero funciona casi como un espejo para mí. Es de mi generación, no se ha hecho cirugías, pasa de la televisión al teatro y del teatro al cine con mucha facilidad. Encima, a los sesenta y pico la eligen una de las mujeres más sexy del mundo.
-       Bueno, usted no baila mal las rancheras en ese aspecto…
-       (risas) Ayer fui al médico, porque tuve un accidente feo en el escenario. Choqué con un actor que mide 1,80 metros y pesa 130 kilos. Fue una bicicleta contra un trailer. Total que fui a la consulta por prevención y me dice el doctor: - Está usted muy bien hecha. Ese es el tipo de espejo que me gusta.

Laura García, una chica al pie de la letra

Si es cierto eso que dicen de que las madrileñas tienen salero, gran parte del patrimonio saleroso de la capital española recayó en la conductora televisiva Laura García Arroyo, dueña de un carácter vivaz y de una sonrisa que contagia incluso al más amargado de los seres.
Con su juventud y carisma se ha ganado un lugar en la pantalla alternativa y aunque no es popular como otras Laura más gritonas que pululan por el universo catódico de este mundo que amenaza con acabarse, hay que decir que la joven muchacha tiene su lugarcito propio entre el público aficionado a los programas culturales.
Por gustarle no le hace el feo a casi nada. Desde la cerveza hasta el futbol, sobre todo el que ejercitan los comandados por el antipático portugués José Mourinho (sí, la García es del Real Madrid), desde los diccionarios hasta esa dichosa palabra que poca gente entiende y ella sí, Laura es multitemática.
Aunque en el tú a tú deja correr un seseo más castizo que los reyes de España, sus intervenciones en La dichosa palabra, por Canal 22 y sus colaboraciones como comentarista de los deportes en TVC, la muestran como una mexicana más, tan integrada como está a nuestro país, donde vive hace más de una década.
Llegó de casualidad atendiendo un llamado laboral para editar diccionarios y se quedó prendada de un país que “conoce casi todo del mío, aunque en España se sepa poco de México”, dice a GENTE.
Entre los argumentos para quedarse aquí primero estuvo un esposo del que ya se divorció y luego los chiles en nogada de La Poblanita, en la San Miguel Chapultepec, que son su pasión. No falta por supuesto el mezcal, que prefiere al tequila y que la obliga a frecuentar más que seguido el local La Clandestina, en Álvaro Obregón.
Preocupada por la situación política y social de México, no sabe a quién votará este año y al mismo tiempo es prudente en sus opiniones, convencida como está de que una “naturalizada es una mexicana de segunda”.
Cuando le toca mencionar a su selección de futbol, no olvida que La Roja es campeona del mundo y mucho menos que ella, la conductora de la tele cultural, es “española hasta las cachas”.
La ciudad inhabitable
Como casi la totalidad de quienes viven en el Distrito Federal, teme porque la inseguridad reinante en el país invada el territorio hasta ahora apacible del Distrito Federal. Que de un día para el otro ya no se pueda caminar por las calles, que la gente tenga que esconderse temprano en sus hogares y que México comience a ser una ciudad inhabitable.
“Un extranjero siempre tiene una opción B, que es la de regresar a su lugar de origen aunque ello resulte siempre difícil y muchas veces imposible. Soy de aquí, me gusta estar aquí y no quiero que la inseguridad me expulse de un sitio donde soy tan feliz”, afirma.
“Como extranjera, siempre te la pasas balanceando. Siempre dices: qué dejo allá para tener acá y viceversa. Cada vez que voy a España, por ejemplo, entro en una pequeña crisis, pues allá hay una libertad total de movimiento que acá no siempre tengo”, manifiesta.
“Estoy en una ciudad agitada, intensa, divertida, pero, ¿a qué precio?, son algunas de las preguntas que te haces”, agrega.
Mujer de muchos amigos y de muchas pasiones, pierde un poco la cabeza cuando escucha pronunciar mal una palabra o conjugar peor un verbo. “Pero jamás corrijo a alguien, salvo que tenga mucha confianza con esa persona y lo hago entre risas, como broma”, admite.
Pertenece, eso sí, a un medio que como el televisivo guarda poco las formas del lenguaje y acostumbra a estar enemistado con la gramática. Sucede, según su parecer, que “hay poca exigencia con la profesión de locutor o conductor. Se ha perdido un poco el canon del oficio. No cualquiera debería aparecer en la televisión. Hay gente que no comunica, que no es expresiva y ahí está…o estamos, no sé (risas)”.
“La verdad es que no sé cómo combatir lo mal que se habla en muchos programas televisivos, sería como encarar una verdadera cruzada que desconozco si llegaría a buen puerto. El resultado tal vez sería frustrante”, reconoce Laura.
De niña soñaba con ser cantante y con estar en un camerino, maquillarse, vestirse para salir al escenario. Algo de esa imagen se reproduce en su oficio actual, aunque más sorprendida y agradecida está con el país que ha elegido para vivir “porque me ha inventado sueños que no tenía y me ha permitido cumplirlos”, dice.

Para Rihanna, el mayor problema de su vida es ser Rihanna

“¡Que coma algo, por favor!”, fue el clamor en las redes sociales cuando la casi esquelética Rihanna (Barbados, 20 de febrero de 1988) apareció en la alfombra roja de los Grammy, luciendo un vestido negro y escotado que dejaba al descubierto su magra figura.

Sabido es, de todos modos, que no hay que hacerle caso a las redes sociales: un día quieren que Adele adelgace, al otro se encienden defendiendo la apostura robusta de la exitosa intérprete británica. Cuando no matan a alguien que, con un consuetudinario mal gusto se niega a morir, como fue el caso del rockero Bon Jovi, a quien Twitter mandó a la otra dimensión sin que el artista quisiera irse al Más Allá y, por el contrario, publicara su imagen rubicunda al pie de un frondoso árbol navideño.

Sin embargo, el señalamiento al cuerpo sin carne de la joven barbadense no es sino otra señal de alerta de las muchas que despierta a su paso esta niña-mujer, víctima y victimaria de un sistema mercantil que la convirtió en estrella globalizada de la noche a la mañana.

Obligada a ejercer de femme fatal desde que en 2005, con apenas 17 años, cimbrara el mercado de la música con su álbum debut Music of the Sun, Robyn Rihanna Fenty intenta madurar como pieza clave en una maquinaria que es ella misma: rubia en la portada de Vogue, imagen de un perfume, jurado en X Factor, compañera musical de Coldplay como certificado oficial del pase total del rock al pop de la banda inglesa liderada por Chris Martin…a todo dice que sí la pluriempleada intérprete de “We found love”.

Pero no se madura con muchos dólares en la cuenta, 12 millones de seguidores en Twitter y siendo el colosal centro de atención mediática en una sociedad que se engulle como caramelos los productos de entretenimiento que encumbra hoy y pulveriza mañana.

Ni Rihanna, mucho menos ella, puede escapar de un mundo que se para ante una hermosa muchacha apenas instruida y le plantea una guerra de largo alcance, con sofisticadas y letales armas. Las batallas son constantes y en casi todas, gana la casa.

Un novio que la golpea hasta deformarle el rostro, los insultos racistas que le propina un atildado y blanco europeo en un hotel de Lisboa, el rechazo de un granjero conservador que la desprecia y la saca casi a patadas de su campo en Bangor, Irlanda del Norte, la nota en que una periodista holandesa la llama “la última zorra negra”, los excesos alcohólicos de quien fue bautizada “Riri” en las redes sociales, el regreso al novio golpeador, las crónicas periodísticas agoreras que anuncian (¿y desean?) una muerte inminente a causa de las adicciones y muy al estilo Amy Winehouse…

Es este abril el mes que la atribulada cantante debutará en el cine para ofrecer la versión fílmica del videojuego Battleship. Dirigida por Peter Berg y junto a un elenco estelar que encabeza Liam Neeson, Rihanna se calza un uniforme militar para luchar contra los alienígenas y de paso sumar un escaparate donde lucir su bella y archifundida imagen.

Cuentan los amigos de “Riri” (esas “fuentes anónimas” que alimentan con sangre fresca la carroña mediática) que la artista lloró desconsoladamente cuando supo de la trágica muerte de Whitney Houston. “Teme terminar como ella si no para con sus adicciones”, dijeron.

El destino, que en la vida de Rihanna siempre muestra su cara más contradictoria, la pone ahora en el primer lugar como candidata a protagonizar el previsible biopic de la diva negra del pop, fallecida a los 48 años en un hotel de Beverly Hills.

Tal como está el patio, para la barbadense el problema no será encarnar a Whitney en la pantalla grande. El problema de Rihanna es, definitivamente, ser Rihanna.

domingo, 29 de enero de 2012


Miguel Ángel Muñoz, el actor que piensa que Hugo Sánchez es Dios
Llega casi solo a la entrevista. Con apenas un asistente de la oficina de Relaciones Públicas que no lo agobia y le otorga una libertad de movimientos y de contacto con el entorno difícil de encontrar en estas lides, sobre todo cuando de una estrella internacional se trata.
Porque es posible que el actor español Miguel Ángel Muñoz (Madrid, 1983) no sea una figurilla conocida en el show business local, pero en su país de origen tiene un rostro identificable por el gran público gracias a una carrera artística de casi 20 años.
Tiene 28, lo que lo hace endemoniadamente joven, pero comenzó a trabajar a los 9, lo que lo convierte en un veterano de guerra en una profesión que de antemano califica de difícil y por la que ha renunciado a la fama y el dinero que otorgan la música. Máxime cuando se ha sido, como él, una rutilante estrella del pop, primero liderando el grupo UPA Dance, salido de la exitosa serie Un paso adelante (2002-2005) y luego al frente de una carrera en solitario que lo llevó a hacer dos discos y a participar como invitado en el Festival de San Remo.
Hace dos meses que Muñoz está en México, grabando la tercera temporada de Capadocia, invitado especialmente por el productor Epigmenio Ibarra. Se siente cómodo aquí, luego de haber pasado por supuesto el Mal de Moctezuma, haberse enchilado con un chile en nogada y luego convertido en un serio consumidor de tacos al pastor.
En la serie hace un hombre bueno que se arriesga para cumplir su misión, trabaja a las órdenes de Ernesto Gómez Cruz y se enamora un poco del personaje encarnado por la mexicana Gabriela de la Garza. Muñoz aparece en los 13 capítulos de la temporada que se estrenará en 2012 y a causa de ello tendrá que pasar la Nochebuena en México, pues la grabación concluye el 25 de diciembre.
Madridista de nacimiento y por convicción, adepto a la corriente de desarrollo individual llamada Eneagrama creada por el chileno Claudio Naranjo, quien fuera novio de la también actriz Mónica Cruz (la parecidísima hermana de Penélope), se siente un muchacho con suerte.
Por lo pronto, no sufrió de los traumas que suelen adjudicarse a los niños actores, aunque admite que “es muy peligroso comenzar en la profesión de tan pequeñito, sobre todo porque comienzas a pensar que tienes que comportarte como un adulto.” “En mi caso, como no había antecedentes artísticos en mi familia, no había presión y mis padres, siempre que aprobase en la escuela, me dejaban interpretar. Cuando me ponía un poco absurdo, me daban una “colleja” (golpe dado con una mano abierta en la nuca) y enseguida se me pasaba”, dice Miguel Ángel a GENTE Y LA ACTUALIDAD.
A menudo se siente este actor, bailarín, cantante y compositor de canciones como un verdadero atleta de fondo. La metáfora le viene de su afición a los deportes y también de saberse parte de una carrera donde nada está escrito. “Un día te llaman para ofrecerte tres trabajos juntos y luego pasas una larga temporada donde el teléfono no suena jamás”.
Ese sistema voluble y azaroso de un oficio que requiere mucha resistencia, mucha paciencia, “no tiene nada que ver con el talento, ni con tu último trabajo sino con la suerte que alguien se acuerde de ti”.
“En ese intervalo, por supuesto,  tienes que conseguir dinero para llevar tu vida a cabo y para tener un estado de ánimo que permita soportar el entorno, resistir aquello que no te parece tan bueno o que es definitivamente malo, sin dejar que te afecte demasiado”, explica.
Los de afuera son de palo
Sabido es cómo se las gasta la llamada telebasura en España, frente a la cual, muchos de “los nuestros” en dicho rubro quedan como verdaderos nenes de pecho. Un triste episodio familiar acontecido hace cuatro años puso a Miguel Ángel Muñoz en el centro del foco y la prensa amarilla o rosa lo persiguió hasta el hartazgo.
Su madre, la vidente de los famosos Cristina Blanco, había sido acusada de robo y estafa, luego enviada a una clínica psiquiátrica y finalmente salida de la atención mediática que ahora mismo desconoce su estado de salud.
En todo ese tiempo, el actor de la serie El síndrome de Ulises y protagonista junto a Marina San José (la hija de Ana Belén y Víctor Manuel) de la obra teatral El cartero de Neruda, jamás habló públicamente del caso. Y esta no será la excepción.
“Sólo comparto mi intimidad con la gente que quiero y que me rodea cotidianamente y, además, me encanta hacerlo así porque ese es un regalo a la confianza y a la amistad”, se apresura a decir, no obstante lo cual admite que “la procesión muchas veces se lleva por dentro y lo que me haya afectado o no la situación, me lo quedo para mí”.
En México, Miguel Ángel tomó contacto con la compleja idiosincrasia nacional, ese estilo tan propio de “querer odiando” a los compatriotas ilustres. Madridista irredento, tuvo la oportunidad de conocer hace unos días al pichichi Hugo Sánchez, un verdadero ídolo para la afición blanca. Grande fue su sorpresa al notar que entre los pamboleros mexicanos estaban los que lo llamaban leyenda y otros que le decían cosas no tan buenas. “Yo pensaba, ¡pero si este hombre es Dios!, hasta hace unos pocos años que Ronaldo le ha quitado todos los récords, Hugo Sánchez era el top”, dice.
El joven actor que ha participado en la remake de Ben Hur, a las órdenes de uno de los hijos de William Wyler, no descarta venir a vivir una larga temporada a México, país que sin duda le servirá de plataforma para conseguirse un lugar en Hollywood.
Eso sí, primero tendrá que saldar sus compromisos cinematográficos en Europa, entre ellos un filme romántico que dirigirá el alemán Gereon Wetzel.

Entrevista a Laura Pausini (publicada por GENTE Y LA ACTUALIDAD en enero 2012)
Laura Pausini no se hace la cercana. Es cercana. Tanto como puede serlo una chica sensible nacida en la provincia de Ravena, a medio camino, como le gusta destacar, entre Milán y Roma. Eso de tener una identidad italiana equilibrada, carecer de la afectación de los milaneses y del a veces cansador orgullo de los romanos, le permite tener una profunda amistad con el romántico y talentoso Biagio Antonacci (nacido en Rozzano) y con el más introvertido anche talentoso Eros Ramazzotti (natural de Roma).
“Bueno, aunque Eros vive en Milán, pero sigue siendo furiosamente romano”, comenta divertida, con una risa que cruza el aire y se convierte en carcajada, atenta como es a todos sus estados de ánimo, que nunca reprime.
Hay que decirlo, la italiana es histriónica y hace mucho gestos. Abre grandes los ojos cuando algo le sorprende sin aviso y pone cara de enojada cuando piensa en lo terrible que es la prensa amarillista con el cuerpo de las cantantes.
“Fíjate que si estoy en mi pueblo y como me gusta comer, cuando no estoy de gira, aprovecho. Entonces engordo unos kilos. Ahí tienes a las revistas y a los periódicos preguntándose por qué estoy gorda”, se lamenta.
“La policía del cuerpo, claro”, afirma. Y ríe a carcajadas.
“O cuando publicaron que me retiraba porque quería tener un hijo. ¡No!. Lo que dije es que me iba a mi pueblo a gozar de mis padres y a parar un poco de tantos viajes, a que mi madre me contara historias y me hiciera el desayuno. Inmediatamente me preguntaron si quería tener hijos…¡claro! Alguna vez quiero tener hijos, pero no sé cuándo, no es algo que esté planificando”, razona.
La cantante italiana de pop más conocida fuera de Italia, reina en su idioma y en el español de una canción franca que ha encantado al público latinoamericano que la adora, no estaría en la lista de las mujeres más bellas si esa lista se confeccionara espontáneamente y sin mucha reflexión. Por encima de ella, una previsible Angelina Jolie le ganaría por varios cuerpos, sólo por decir un nombre.
Sin embargo, Laura Pausini no es sólo atractiva, una mujer de 37 años de cuerpo rotundo, piel muy lisa y blanca, chispeantes ojos oscuros y pelo lacio brilloso. No, también es una mujer hermosa que conquista por la seguridad en sí misma, por su carácter expansivo y por esa simpatía que derrite a las fieras y doma a las bestias a fuerza de sonreír y mirar directamente a los ojos a su interlocutor de turno.
Viene de estar dos años en su pueblo natal (donde no tuvo ni quiso tener un hijo, ¿quedó claro?) y ahora regresa al mainstream con toda la fuerza de su voz prodigiosa, dispuesta a comerse el mundo y a dispararse en los ranking de los más vendidos y escuchados.
Lo hace con un disco que llamó Inédito, de donde extrajo el primer sencillo, “Bienvenido”, una tonada pegadiza cuyo videoclip se grabó en Holanda y muestra a una Pausini en plan hippie, con un aspecto retro y una actitud optimista que se agradece en los tiempos que corren.
¡Ah, los ’60!
-       Por supuesto que no viviste la época de los ’60, pero…
-       ¡Sí, ya sé! ¡Soy fanática!
-       El videoclip de “Bienvenido” parece sacado del flower power
-       O de Woodstock. Absolutamente. Sucede que mi padre es músico. Toca los teclados y el bajo en un piano bar. En mi casa, de niña, había mucha música alrededor. Mi padre, además, vivió los ’60 a pleno y me enseñó muchas canciones de la época, me mostró muchas fotografías de Woodstock, un festival del que siempre me hablaba. Así que cuando escribí “Bienvenido”, que se refiere un poco a la libertad y a la necesidad de mostrarnos al mundo tal cual somos, sin disfrazar nuestra manera de ser a pesar de que todo el tiempo estamos siendo juzgados por nuestro aspecto, me surgió la idea de hacer un homenaje a los ’60. Así que me puse a mirar fotos en Internet y viendo esa ropa bellísima que se usaba entonces dije: - ¡Sí!, lo quiero hacer.
-       Y lo hiciste…
-       Sí. Como soy fanática de la moda, quise vestirme con esas ropas hermosas. Hicimos el video en Ámsterdam, sin actores. Todas las personas que participan son mis fans. El director hizo un casting a través de mi página oficial y los ganadores se hicieron acreedores al boleto a Holanda y pasamos juntos tres días bellísimos. Fue muy divertido, porque sólo pusimos la música y yo hacía mímica. No la podía pasar porque somos muy cuidadosos con los materiales antes de que salgan en forma oficial, pues si no lo haces pasas malos ratos cuando aparecen clandestinamente en la red. Debo decirlo: no canté porque tenía mucho, mucho miedo de que me grabaran y que luego subieran el material a Internet. No obstante fue una bella experiencia, porque normalmente los videos los haces sola, dentro de un cuarto…este fue con toda la gente al aire libre, riéndonos, vestidos fantásticamente…
-       Los ’60 siempre vuelven, son inevitables…
-       Por supuesto. Lo que mi padre siempre me cuenta es que esos días se vivían con otra mentalidad y que ahora mi generación se hace problema por todo. Tiene razón, vivimos en una época muy difícil.
-       Bueno, por lo pronto en esa época podías cantar sin ningún temor a que te grabaran y luego subieran el material a Internet…
-       Totalmente, yo soy muy miedosa al respecto, ¿sabes?. Porque escribes una canción y la conservas durante un año, para darla a conocer en el momento que tú consideres apropiado. Pero si alguien la descubre antes no tiene ningún reparo en colgarla en la red  y compartirla sin ningún permiso. Eso lo encuentro horroroso. Por una parte comprendo a la gente que no quiere gastar dinero. Si vas a una tienda y te dan toda la ropa gratis, la tomas. Sin embargo, creo que el problema grave de mi generación es que no tiene reglas para respetar, lo cual no es justo. Tendríamos que ser más disciplinados y respetuosos. A veces, hasta los políticos nos prometen cosas que luego no van a cumplir y lo hacen sólo con una motivación electoral, para que los votemos.
-       Bueno, en la política Italia no lo tiene nada fácil…
-       Pero no sólo somos nosotros. También Sarkozy tiene problemas en Francia. Si te refieres a Silvio Berlusconi, era un hombre que parecía dedicarse mucho a la nación, pero en su vida personal elegía cosas con las que mucha gente no estaba de acuerdo.
-       ¿Eres del Norte o eres del Sur?
-       De ninguno de los dos (risas). Digamos que soy de ambos, aunque me siento un poquito más del Sur. Ahora están diciendo que quieren dividir a Italia entre los del Sur y los del Norte, algo que me resulta absolutamente ridículo. Lo que pasa en mi país es que se habla más de chismes de la farándula que de las cosas que realmente importan…
-       Bueno, tú eres un poco víctima de eso, ¿no?
-       Y sí, aunque ya estoy acostumbrada. Ya me hicieron mamá como 15 veces (risas). Debe de ser que porque hablo tanto y canto tanto del amor y en las entrevistas que me hacen desde que tengo 18 años siempre digo que lo que me falta cumplir es tener un hijo. Esa es la verdad. Aún no he sido madre y en mi carrera profesional ya he recibido mucho más de lo que ni siquiera me atrevía a soñar. En lo personal me falta un marido, me falta un hijo, pero no tengo una obsesión con el tema. Sucede también que soy una chica tranquila, cuando no estoy de gira no voy a las fiestas ni hago mucho escándalo. Entonces tienen que inventarse algo y lo más fácil es decir que estoy embarazada. Como me gusta mucho comer a veces me ven con algunos kilos de más y comienzan las especulaciones.
El sol de Roma en septiembre
Laura Pausini le canta al paisaje y a las emociones. Y a las emociones ligadas con su entorno. No falta, por ejemplo, en su nuevo disco, una mención al sol que cae en las tardes de Roma durante septiembre, que pinta una postal en la que cualquiera le gustaría estar.
-       ¿Vives en Roma?
-       Vivo entre Roma y Milán. Ahora vengo de estar un tiempo largo en el campo, en Bologna, donde vive mi familia. Me escapaba, eso sí, algunas veces a Roma, porque mi novio, es de allí (N.d.R: Paolo Carta, guitarrista, con el que lleva muchos años de relación). En Milán siempre hay lluvia y en Roma siempre hay sol, es una ciudad espectacular, cuyo paisaje te ayuda a enfrentar incluso los momentos difíciles.
-       Haber nacido en el medio de las dos ciudades, te permite ser amiga de Biagio Antonacci, que es de Milán, y de Eros Ramazzotti, que es romano…
-       Sí, Eros ya no vive en Roma, vive en Milán, pero te aseguro que todavía es furiosamente romano. Biagio, en cambio, tiene una manera de ser más elegante, más reposado. Me gustan ambos, pues soy una persona contradictoria. Soy dulce, pero también tengo mis buenos momentos de ira. Adoro el blanco, pero uso negro. No sé si sabes, pero la gente de Milán odia a la de Roma y viceversa. Yo amo Milán y amo Roma.
-       Es una lástima que Antonacci no haya triunfado en Latinoamérica, aunque es un artista tan importante en Italia…¿crees que se debe a lo difícil que es traducir una canción del italiano al español? Parece que tú y Ramazzotti han sabido hacer las cosas muy bien en ese sentido…
-       La verdad es que he tenido mucha suerte. Desde que tradujeron mi primera canción al español lo hizo un señor muy talentoso llamado Ignacio Ballesteros. Yo no lo conocía de nada y me acerqué a él por sugerencia de mi casa de discos en España. Fue muy bueno. Él es poético al traducir, pero no cambia las cosas que quiero decir. Siempre fue muy respetuoso con mis ideas y encuentra sí o sí la manera de expresarlo en español. Ahora está viejito y me ayuda su hijo, aunque siempre con su supervisión. Sin su okey no me largo a cantar una canción mía en español…
-       El problema es que por las malas traducciones o por la falta de ellas la gente se pierde a autores como Franco Battiato, Gianmaria Testa, tan buenos que son…y tantos otros…
-       Es que esos artistas no son cantautores, son poetas en toda la dimensión. Es muy difícil traducirlos. He hablado con muchos de ellos sobre el tema, sobre todo cuando hice mi disco Yo canto, en que homenajeaba a unos cuantos cantautores italianos…, pero la verdad es que no están muy interesados en ganarse público en Latinoamérica o en que sus canciones sean pasadas al español. En mi propia tierra, si quieres escuchar a Franco Battiato, que es genial, no lo verás nunca en la televisión, no lo escucharás en la radio, tienes que ir a sus conciertos o comprar sus discos. Es una forma diferente de entender nuestro trabajo…
-       ¿Qué te ha dado Latinoamérica?
-       Todo. Me recibieron de una manera muy especial desde el principio, lo que hace que jamás me sienta extranjera en Latinoamérica y ese es el motivo por el cual regreso siempre. Sé que a veces ser extranjero te da ventajas. Al menos en Italia cuando aparece un americano en el escenario todos se vuelven locos. Pero en mi caso no me siento cómoda en el papel de extranjera y aquí soy una más. Los italianos, además, suelen tener un concepto bastante antiguo de Latinoamérica. Las ciudades en este continente suelen ser mucho más modernas que las nuestras y su gente mucho más abierta que nosotros.
-       ¿Qué es Inédito en tu carrera?
-       Es mi disco más íntimo. Todas las canciones fueron hechas en el campo y en un momento especial de reencuentro con mi pasado, con mis amigos de la escuela, mis maestras de la primaria, las personas que ahora son viejitas y que me conocieron cuando yo era una niña…todo eso está en mi disco (N.d.R., es del disco 12 en la carrera de Pausini, que ya lleva 50 millones de placas vendidas en todo el mundo a lo largo de su carrera).
-       Este disco tiene un concepto más corístico…no está tanto la voz en primerísimo plano, al menos en algunas canciones…
-       Es verdad…lo que pasa es que tengo una excelente relación con mis coristas, que en el show que presentaré a partir de enero, cantan también en solitario. Es un nuevo concepto para las voces, porque quiero que mi público los escuche.
PATÉ DE FUÁ (Nota publicada en GENTE Y LA ACTUALIDAD en enero 2012)

Originales porque han sabido concentrar los sonidos de una era confundida entre el pasado irrepetible y un futuro que se avista cuanto menos falto de propuestas estéticas transformadoras, en lo que al género musical se refiere, el grupo Paté de Fuá maneja su reinado independiente con pulso de artistas afiatados, sin abandonar jamás cierto aire bohemio y amateur que agradecen los miles de fans que lo siguen.
La banda liderada por los argentinos Yayo González y Guillermo Perata nunca fue tímida y siempre aspiró a los altos cielos que hoy ocupa. Para lograr subir al primer escalón del gusto popular, tras dos discos de estudio, un DVD en vivo grabado en el Teatro Metropolitan y el tercer trabajo recién salido del horno, los músicos han cultivado una férrea disciplina de ensayos y taquines.
Hay tango en Paté. Hay musette (estilo de música parisina que tiene al acordeón como instrumento principal). Hay vals, tarantela y, sobre todo, hay buenas canciones, arreglos sofisticados, que redundan en una propuesta bailable y cercana a personas de todas las edades.
Precisamente, los conciertos de la agrupación son como una misa pagana en las que siempre, por los rincones, danzan parejas de adultos, adolescentes y niños.
La Música de Paté de Fuá retoma caminos de antaño, vuelve al principio de algo que comenzó en los barcos, siguió en los trenes y arribó en forma de nostalgia al panorama musical latinoamericano.
Música de inmigrantes, música de muchos rumbos, música global con fuertes aires locales y con profundas referencias a Argentina.
En el primer disco, Paté de Fuá hizo un hit el tema “Linyera”, éxito de los 60 en Sudamérica gracias a la interpretación de Antonio Tormo,  un venerado cantor popular que murió en 2003 a los 90 años.
En el segundo material de la banda, El tren de la alegría, la portada fue dibujada por Caloi, el creador de Clemente, una historieta de hondo arraigo en la población argentina.
Ahora, con Boquita pintada, Paté de Fuá refresca la memoria literaria que nos lleva al gran escritor bonaerense Manuel Puig, cuya novela, Boquitas pintadas (así, en plural), fue llevada al cine y constituye una de las obras clásicas de las letras sudamericanas.
Con una dotación instrumental muy poco común (acordeón, bandoneón, banjo, cavaquinho, corneta, bombardino, guitarra, contrabajo, batería y voz), el rotundo éxito de la banda es fruto del boca a boca que enardece a sus espectadores.
Un virus contagioso que alcanza a las sensibilidades de todos los gustos y que ya ha llegado a escenarios de Estados Unidos, Canadá y la India, país donde recientemente Paté hizo una gira por cuatro ciudades, entre ellas Bombay y Nueva Delhi.

TOMÁS GUBITSCH


Entrevista a Tomás Gubitsch
Es una noche fría de octubre en el Distrito Federal. Oscurece en la avenida Reforma y en la mítica Casa del Lago, aquella que fundara el no menos legendario escritor Juan José Arreola, muy cerca del Zoo, enfrente del Museo de Antropología, una de las zonas más turísticas y, por qué no decirlo, más hermosas de la ciudad, comienza a sonar “Round midnight”.
Se trata del exquisito standard de Thelonious Monk ejecutado también prodigiosamente por Tomás Gubitsch, el guitarrista argentino nacido en Buenos Aires en 1957, radicado en Francia desde hace más de tres décadas y a quien el público rockero vernáculo recuerda por su trabajo en Invisible (El jardín de los presentes), el trío de Luis Alberto Spinetta que él hizo cuarteto y al que llenó de cuerdas espectaculares, fruto de un violero verborrágico y ansioso como se supone que debe ser un guitarrista cuando tiene, como tenía él entonces, 17 años.
Hoy, este Tomás que visita México acompañado por el poeta y amigo Jorge Fondebrider, es un hombre serio y seco, un instrumentista económico y profundo, un artista en el que no cabe la nostalgia.
Al fin y al cabo, el músico que tocara con Rodolfo Mederos en Generación Cero (con ese grupo grabó el impresionante De todas las maneras), que formara parte de la gira europea de Astor Piazzolla en 1977 (con apenas 20 años participó también en el disco Olympia’77) y que se viera obligado a exiliarse en Francia porque la dictadura argentina de la época no garantizaba su seguridad, luego de que hiciera unas declaraciones “peligrosas” a la prensa europea, tiene saldadas todas las deudas del pasado.
Es el presente el que lo consume, dedicado como está a explorar el tango, una música nacional que sirve de inspiración a un artista politizado como él y a la que le rindió honores acompañado por el pianista Osvaldo Caló.
Más de 50 discos con su Tomás Gubitsch Trío y con artistas de la talla de Stéphane Grapelli, Michel Portal, Steve Lacy, Glenn Ferris, Pierre Akéndéngué, Mino Cinélu, Nana Vasconcelos, Juan José Mosalini y la cantante Sapho, entre otros, son fiel reflejo de que su arte no se estancó en el ayer.
El mito y el espejo
-       ¿Está cómodo con el mito que suele tejerse alrededor de su persona cuando se habla de la historia del rock argentino?
-       Francamente, cuando me levanto todas las mañanas y me miro al espejo no veo un mito. Siempre que me entrevistan periodistas de Argentina me hablan de ese periodo que fue en realidad muy corto en mi carrera. Estoy muy halagado y a la vez muy sorprendido porque la gente lo recuerde, pero fue un año de mi vida, luego me fui a Europa con Piazzolla, hace 35 años que vivo en París y es en esa ciudad donde desarrollé más mi trayectoria. Ojo, estoy muy orgulloso de mi trabajo con Invisible, pero hablar de ello sería como estar en la Universidad y ponerse a recordar los episodios de la escuela primaria.
-       ¿Por qué no estuvo en el proyecto “Spinetta y las bandas”?
-       Porque no me interesa. Ya lo hice. Quiero hacer cosas nuevas.
-       ¿Es todavía un guitarrista virtuoso, con muchos dedos, muchos disparos al aire?
-       ¿Ves?, eso también es un mito. Lo del guitarrista virtuoso. Me considero un tipo normal. Es muy normal como toco. No me veo como un virtuoso ni nada que se le parezca. Además, lo que más me interesa en la guitarra es todo lo que tiene que ver con lo emocional, donde por supuesto tiene que estar la técnica porque lo mínimo es tocar bien…de hecho, me parece más extraño la gente que se dedica a esto y toca mal. Pasan los años y cada vez me interesa menos demostrar. Lo que me interesa es lo emotivo, lo que me importa son las sutilezas del lenguaje de la música.
-       Esta cosa que decía Paul Auster, de ir logrando una síntesis tal que lo último sea una página en blanco o el silencio, en su caso…
-       Sí, algo así. Arnold Schönberg también decía que el mejor amigo de un músico era la goma de borrar. Hay que sacar todo lo superfluo, ir más a lo esencial, aunque a veces sea menos vistoso.
-       ¿Cuáles discos en los que ha participado lo ponen más orgulloso?
-       Todos los que han salido con mi nombre y reflejan un trabajo alrededor del tango. En realidad, se trata de algo que yo llamaría “mi tango”, porque no soy tanguero. Me tocó tocar con gente como Piazzolla, Mederos y Mosalini, pero no es mi cultura. Lo que sí me interesa es lo que se puede hacer a partir del género, es decir, esa música que soy yo. Acabo de terminar mi nuevo disco, Ítaca, que está en esa línea. Paralelo a ello, hay laburo con las orquestas a las que les escribo y algunas de las cuales dirijo. A veces son trabajos por encargo, bandas de sonido para cine,  teatro o danza.
-       ¿Cómo es Ítaca?
-       Lo grabé en París con unos músicos fabulosos. Estoy realmente contento porque es un disco grabado en vivo, sin auriculares, sin ningún artificio…simplemente nos pusimos en círculo y tocamos. Suena a eso, a cinco músicos tocando juntos y cuando hubo una equivocación, ahí quedó.
-       ¿Cuál es el repertorio?
-       Son casi todos temas míos, una pieza de Gerardo Jerez Le Cam que es el pianista del grupo, otra de Juanjo Mosalini, el bandoneonista y una versión de “Volver”.
-       Entre los guitarristas contemporáneos, ¿sería Bill Frisell una referencia importante para usted?
-       Debo confesar que lo que menos escucho son guitarristas. Sé quién es Frisell, por supuesto, sé quién es Pat Metheny, claro, pero oigo más música en general que la que hacen los que están dedicados a mi instrumento. De hecho, para mi técnica guitarrística me fijo mucho más en cosas que vienen del violín, del piano y del bandoneón.
-       Entonces le gustó lo que hizo Gidon Kremer con Piazzolla…
-       Me gustó más lo que hizo Gidon Kremer con Bach.
-       ¿Y qué opina del tango electrónico?
-       Me causa gracia. Es un poco absurdo que alguna gente que lo hace lo presente como “el nuevo tango”.
-       ¿Qué tres discos de los que escuchó últimamente puede nombrar entre sus favoritos?
-       Partitas for violin, de Gidon Kremer; La consagración de la primavera con la orquesta dirigida por Stravinsky a la que todo el mundo le dice que no pero yo le digo que sí. Y sin duda el último disco de Björk.
-       ¿Es poesía y música lo que hace con el poeta Jorge Fondebrider?
-       En realidad se trata de un encuentro entre amigos. Primero fue la amistad y después de leer su poesía, creo, es una opinión personal, que estamos frente a uno de los mejores poetas argentinos de la actualidad, lo que representó sin duda una linda sorpresa, porque si hubiera sido malo eso hubiera resultado algo complicado para mí. El espectáculo que hacemos juntos nace de la idea de una obra que engendra a otra, es decir, de su libro Standards, donde toma títulos de conocidas piezas de jazz y escribe poesía inspirada en esas músicas. Paralelamente, en Argentina hice, en el 2009, un espectáculo inspirado en “La siesta de un fauno”, el poema de Mallarmé al que Debussy le puso música, Nijinsky le hizo una coreografía…precisamente, lo que hice fue tomar una película que reconstruye la coreografía de Nijinsky, le saqué la música original y le puse la mía…
-       ¿Cómo se ve la música argentina sin usted?
-       (risas) De manera general, creo que la cultura argentina está muy bien. Me sorprendieron en mis últimas visitas a Buenos Aires las múltiples propuestas artísticas que hay, totalmente comparables en calidad y cantidad a las que existen, por ejemplo, en París. En mi área, descubrí a una nueva generación de músicos extremadamente talentosos, muy inspiradores.