miércoles, 2 de febrero de 2011

ENTREVISTA A FLAVIO SOSA


Flavio Sosa (San Bartolo Coyotepec, Oaxaca, 1953) viene de atravesar varios infiernos. Las llamaradas le quemaron fiero cuando al frente de la APPO (Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca) se enfrentó como un acorazado al hoy ex gobernador de Oaxaca, el polémico y cuestionado priísta Ulises Ruiz.

Fue después de una marcha de 19 días en apoyo a los maestros, en octubre de 2006, que dejó como saldo una veintena de muertos, entre ellos el joven periodista estadounidense Bradley Will, que el político que no terminó la escuela primaria y que hoy ocupa un curul como diputado de su región, fue apresado y enviado a la cárcel de Almoloya.

En la prisión tuvo que vérselas con el Diablo personificado en un sistema de silencio que, según él mismo cuenta a GENTE, “tenía como objetivo hacerme perder la razón” en un cubículo de dos por dos, permanentemente iluminado, con una cámara que grababa cada uno de sus movimientos durante las 24 horas del día.

Podía salir durante una hora a una especie de patio donde veía el cielo recortado y podía leer un libro por semana. La ansiedad por hacerse de un ejemplar de Cien años de soledad lo carcomía, pero no tuvo suerte. La novela que hizo famoso a Gabriel García Márquez es la que más piden los presos, nunca estaba disponible.

Sosa es un político a la vieja usanza: poco estrado y mucha lucha a pie. Desde niño sintió el llamado de la militancia y se hizo dirigente campesino. Adscrito a la izquierda más radical, primero fue del PRD, partido que ayudó a fundar en su región, en el 2000 acompañó a Vicente Fox en la campaña presidencial, tras lo cual creó el Partido de Unidad Popular, que abandonó luego por diferencias con el líder de la comunidad triqui Heriberto Pazos.

Hoy, el político de base que había reingresado a las fila del PRD en 2005, fiel al mandato de Andrés Manuel López Obrador, milita en las filas del Partido del Trabajo (PT).

Grueso, escondido tras una barba hirsuta, tímido y firme en el hablar, de pocos gestos, Sosa se muestra convencido de que Ulises Ruiz debe ser juzgado “por sus crímenes”, se apresta a luchar desde la trinchera de la cultura como miembro del parlamento que acompañará la gestión del gobernador aliancista Gabino Cué y se disculpa con cierto pudor porque en su vestimenta de legislador no incluirá la corbata.

“Me resulta incómoda y por otro lado tengo unos cuantos kilos de más, no me queda bien”, se excusa.

En el fascinante proceso político que vive Oaxaca, donde un joven mandatario cobijado por grupos políticos tan disímiles como los pertenecientes al PAN, Convergencia, PRD y PT, es visto por los miles de pobladores como un salvador, Flavio Sosa será sin dudas un contrapeso importante. Tiene una alta influencia entre los trabajadores y en las comunidades indígenas en una región que, según el nuevo gobernador, “está rezagada en un 18 % ciento en el nivel de la pobreza nacional, comparada con el resto de las regiones”.

Sus enemigos lo acusan de ser un adalid de la violencia. Este Flavio Sosa modelo 2011, conciente de su poder y de sus logros, cultiva un discurso apacible y de apoyo absoluto a la incipiente gestión de Gabino Cué, “por lo menos, hasta que se demuestre lo contrario”.

- ¿Qué es lo que primero le viene a la cabeza cuando recuerda los hechos del 2006?

- A una gran marcha de miles y miles de personas que brotan como ríos por las calles y que se van juntando para mostrar su inconformidad frente a un gobierno autoritario.

- ¿Hubiera hecho algo distinto a lo que hizo entonces?

- No. Lo único que ha cambiado en mí desde entonces es la percepción de que necesitamos ser más exigentes con los gobiernos de turno. Creo que los opositores al régimen anterior consentimos mucho demasiadas cosas. De alguna manera, por ese consentimiento, todos fuimos cómplices de Ulises Ruiz; intentábamos llegar a acuerdos con un régimen totalmente autoritario, mediante las formas tradicionales de representación política intentábamos cambiar las cosas, mientras el gobierno se iba descomponiendo hasta llegar al extremo que llegó. Tuvimos que haber sido más exigentes.

- ¿Es una autocrítica?

- Sí, desde luego. El sistema de partidos políticos se fue descomponiendo en México y particularmente en Oaxaca se fueron diluyendo las fronteras entre un opositor y un partícipe de un acuerdo con el régimen. Creo que los que militamos en partidos políticos opositores tenemos también una enorme responsabilidad en los hechos del 2006.

- ¿Los muertos fueron daños colaterales que estaban previstos?

- No. Fue algo terrible. El régimen autoritario se manchó las manos de sangre. Fue un régimen que llegó con ilegitimidad y que no se legitimó con el ejercicio del gobierno. Se fue descomponiendo paulatinamente ejerciendo lo que Ulises Ruiz y su gente llaman “autoritarismo eficiente”, una forma que no aceptó la gente de Oaxaca y que finalmente hizo explotar una realidad que vivía la población desde hace muchos años: la pobreza, la desigualdad social, la exclusión, los caminos cerrados a la juventud, las escuelas que no satisfacen a los estudiantes, las mujeres que viven en un sistema opresivo, los mecanismos de representación política agotados, todo eso estalló. La movilización popular no pensó en los muertos. Fue el sistema que reaccionó de una manera impensada, matando a muchos compañeros valiosos, torturando a centenares de personas, violando las leyes de derechos humanos, cometiendo crímenes de lesa humanidad. Eso fue lo que pasó.

- ¿Qué pedía la APPO específicamente?

- La salida de Ulises Ruiz era un clamor que nos aglutinaba a todos, pero pedir la salida del gobernador era al mismo tiempo cuestionar una forma de relación entre gobierno y sociedad que había dejado décadas de miseria, de manipulación, de control, de autoritarismo asfixiante.

- ¿La sociedad oaxaqueña tenía miedo?

- Sí, porque Ulises Ruiz gobernó bajo la premisa de Maquiavelo: si no te aman, que te teman, así que se dedicó a sembrar el terror desde el primer día de su gobierno.

- ¿Y usted de dónde salió, Flavio? ¿Cuándo era chico quería ser dirigente político o jugador de futbol?

- Mi infancia fue la de un niño campesino nacido en los valles centrales de Oaxaca. Mi padre fue jornalero agrícola. Sé sembrar la tierra, sé cortar alfalfa para darle de comer a las vacas, sé ordeñar, arriar una yunta. Pertenezco a una familia numerosa que tuvo muchas dificultades para salir adelante, soy el primero de cinco hermanos, el mal ejemplo (risas).

- ¿Y entonces?

- Quería ser profesional, pero pronto tuve que dejar la escuela y me fui a los Estados Unidos a trabajar. Crucé como ilegal en la doble caja de un trailer y llegué a Nueva York, donde estuve dos años laborando como mesero y lavaplatos. A mi regreso estuve militando con algunas organizaciones productivas en la costa de Oaxaca y luego me incorporé a la política partidaria, en la que inicialmente no creía, aunque mi visión cambió con el surgimiento del “cardenismo” en nuestro país. Cuahtémoc Cárdenas ofreció a la lucha democrática mexicana un gran esfuerzo para convencernos de que las cosas debían cambiar por la vía pacífica. Yo estoy convencido de ello también, pero a veces nos cierran las puertas y pareciera que nos quieren decir que esa no es la vía: tomen los fierros. A mí no me convencen los fierros.

- ¿Cómo fue su experiencia en la cárcel?

- Almoloya es una cárcel infrahumana, donde no conoces tu entorno, donde se ejerce un encapsulamiento total del individuo para borrarte la personalidad y hacerte sentir un número. Eres un objeto de castigo, estás ahí porque eres un criminal de alta peligrosidad. Tienes que estar absolutamente encerrado durante las 24 horas del día, con cámaras y luz encendida todo el tiempo, sin derecho a dialogar con nadie, sufriendo las humillaciones más terribles que te puedas imaginar. Cada vez que sales a una especie de patio, que es en realidad un cuarto sin techo, eres desnudado y no tienes un objeto personal en tu celda. No convives con ningún otro reo.

- ¿Y qué sentía usted en esos momentos?

- Para mí la cárcel era una calavera, que simboliza la muerte en mi cultura, y yo era un gusano dentro de esa calavera. Te prestan un libro semanalmente que tienes que elegir de una lista con 25 títulos. El problema es que el señor que te alcanza los textos no puede hablar contigo. Sólo ves una lista de títulos sin autor, no sabes si es poesía, cuento o novela. De pronto ves un título como “La primavera”, lo eliges y resulta que es un cuento de cinco páginas que te lees en cinco minutos. Tienes que esperar hasta la próxima semana para otro libro. Una vez tuve suerte porque en la lista aparecieron las obras completas de Octavio Paz. Esa fue una de las lecturas que más aproveché en prisión.

- Leyó Los miserables también…

- Sí, es algo que quería leer, al igual que Cien años de soledad, pero ese es uno los libros más solicitados en la cárcel.

- ¿Se siente capacitado para ser diputado?

- Bueno, así como está la clase política creo que cualquier ciudadano está capacitado. (risas). Sí tengo experiencia política y poseo ciertas herramientas que me permiten proponer leyes, que me permiten cuestionar la realidad. Por ejemplo, cuestionaremos severamente el último informe de gobierno de Ulises Ruiz, quien dejó al estado de Oaxaca sumido en un estado de desastre, como si por aquí hubiera pasado un tsunami.

- ¿Por qué cree que hubo tantas resistencia a su nombramiento como diputado?

- El sistema fue con todo en mi contra, no querían una voz crítica como la mía en la cámara de diputados. Como víctima que he sido del tirano, estoy listo para iniciar una batalla jurídica en su nombre, al lado de tantas otras personas que también fueron sojuzgadas por él. No puede ser que más de 500 personas hayamos sido encarceladas y luego liberadas sin ningún cargo en nuestra contra. Ellos secuestraron mi personalidad y para obstaculizar mi camino político me muestran públicamente como alguien que no soy. Amo la vida, la cultura oaxaqueña, la paz y la justicia. No soy un violento, no soy un criminal, no soy peligroso.

- Gabino Cué dijo hace pocos días que si Ulises Ruiz cometió delitos durante su gobierno, será juzgado…

- Bueno, el señor gobernador se está comprometiendo cada vez más con su pueblo, ahora tendrá que cumplir.

- ¿Cómo ve el hecho de que Gabino Cué sea visto como un salvador por el pueblo de Oaxaca?

- Gabino tiene una responsabilidad, porque hay una gran expectativa, tal como lo demuestran algunos estudios recientemente llevados a cabo. La gente de Oaxaca espera mucho de su nuevo gobernador: trabajo, paz, justicia, concordia, nuevas leyes… Mi idea es que nosotros tenemos que actuar como ciudadanos para obtener todo lo que necesitamos y no esperar todo de la clase política.

- ¿Usted qué piensa de Gabino Cué?

- Que es un hombre moderado e inteligente que caminó por todas las comunidades indígenas de Oaxaca y que prometió muchas cosas. Ahora tiene que cumplir. Tengo esperanzas en él. La política tiene una dimensión ética y una dimensión histórica, cuando Gabino pisó los municipios más pobres de México, tomó conciencia de su responsabilidad ante la historia. Se dio cuenta de que a esa gente no se la puede engañar más y creo que el gobernador va a actuar a la altura de las circunstancias.

- Pobre Gabino, con usted a la izquierda y con el reaparecido José Murat a la derecha…

- (risas) Bueno, en la cámara de diputados estamos haciendo verdaderas maniobras de equilibrio, tenemos a 16 diputados del PRI, 11 del PAN, 9 del PRD, 3 de Convergencia, 2 del PT y 1 de la Unidad Popular. Entre fuerzas tan diferentes tenemos que hacer un rompecabezas que le dé certeza jurídica a la sociedad, para que la gente vuelva a confiar en las instituciones y en las leyes. Estamos empeñados en hacerlo y para ello debemos acordar. Una periodista me cuestionaba hace poco el hecho de que el PT llegara a acuerdos con el PRI y le respondí que, efectivamente, para cambiar la sociedad hay que acordar, para eso nos votaron.

- Entonces no le asusta la presencia de Murat en el escenario político oaxaqueño…

- Es un actor político más. El problema con el PRI no es que sea partido, sino que tenía el aparato de gobierno para arrollar a sus opositores, por eso, el desafío grande de la nueva política nacional es no comportarse como se comportaba el PRI.

- Ahora usted abandonó la calle por el recinto de diputados…¿usará corbata?

- No me gusta la corbata, siento que me asfixia, amén de que estoy un poco pasado de peso, un poco bastante. Más allá de la vestimenta, no he abandonado la calle, necesito respirarla, la calle está llena de gritos, de protestas, de reclamos…

- ¿Por qué a usted no lo mataron en Oaxaca, como a tanta otra gente?

- Reflexioné mucho sobre esa posibilidad. Alguien dice que soy una construcción mediática y que por eso no me asesinaron, no sé, puede que tenga algo de razón esa apreciación. Otros dicen que era un político con experiencia y que me metí en medio del remolino, tal vez. Cuando me vi en medio del remolino, me di cuenta de que la única forma de protegerme y de proteger a mis compañeros era hacernos muy visibles. Como un acto de supervivencia, tal como he aprendido de otras luchas latinoamericanas. Oaxaca fue Nicaragua, El Salvador, Chiapas… Nunca me cubrí el rostro. Nuestra lucha era legal y era pacífica, no había por qué esconderse.

- ¿Y con quién baila usted mejor las rancheras, con Marcelo o con Andrés Manuel?

- Bueno…creo que México necesita un presidente como Andrés Manuel López Obrador. Hay que parar el sistema neoliberal, hay que construir un modelo político acorde a la realidad del país y para ello se requiere de un hombre con temple, respaldo popular y compromiso con los más desprotegidos.

- Pero si el candidato de la izquierda termina siendo Marcelo Ebrard, ¿usted lo va a apoyar?

- Claro que sí. Marcelo es un tipo inteligente, moderado, que está haciendo un gran gobierno en el Distrito Federal.

- ¿Y leyó al final Cien años de soledad?

- Sí, tres veces.

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