sábado, 26 de julio de 2008

LA DIGNIDAD CAMARONERA


A veces los viernes vienen con dolores femeninos y ni el agua de guayaba delicioso que me prepara mi nana Tomi puede evitar los ayes y el tendido cero en una cama frente a la tevé. Es viernes de Dónde estás corazón, esa bizarría descomunal de Antena 3, donde muestra sus miserias gente más miserable que uno y sus derrotas personas que han sido derrotadas de por vida, que nunca se fumarán un puro sin echarle el humo a la estampa de la Santa Muerte o a los Santos despropósitos.
De pronto, algo impropio flota en el aire catódico y aparece el rostro de Camarón de la Isla. Es el mes que se evoca la desaparición física del cantaor (falleció a los 42 años el 2 de julio de 1992 en Barcelona) y por primera vez aparece en un plató televisivo su primogénito. Idéntico a Dolores Montoya La Chispa (la mujer del artista y madre de los cuatro hijos que tuvo José Monge), habla bajito como su célebre padre y tiene varios tics nerviosos, esos de parpadeos intermitentes y rictus incontrolables.
El contexto es perverso, no podía ser menos. Mientras la timidez gigantesca del muchacho, que tenía 12 años cuando falleció Camarón víctima de un cáncer de pulmón fulminante, corta el ritmo del programa, que comienza a correr el riesgo de convertirse en algo serio y de buena leche (Dios ni el Diablo lo permitan), aparecen flashes de una muchacha de quíntuple pechuga que promete cortar una sandía con las tetas.
Ni los desbordes mamarios de la noble trabajadora (cada uno se gana la vida como puede), ni las sandías redondas que ni culpa han tenido de tener que someter sus carnes rojas a la puntada certera de un tetazo, pueden alivianar la espesura del ambiente.
Hechizado de dignidad y de duende, el aire trae un pregón del alma, como si de pronto el de La Isla estuviera cruzando los dedos desde el cielo, dándole suerte a su hijo para que pase el trago amargo de estar allí (a cambio de unos buenos duros nunca tan honestamente ganados por un visitante a ese tipo de transmisiones, ni mejor invertidos por empresa televisiva alguna).
La dignidad, la bondad, la inocencia, el alma honesta, traducidos en unos profundos ojos negros, de fondo interminable, demudan a cualquiera. Son fenómenos paranormales para mucha gente y eso no hay quien lo aguante.
Luis cuenta, casi en un susurro, cómo La Chispa gastó todo el dinero de la familia en los peregrinajes por diferentes hospitales y clínicas en busca de la cura para su esposo. “Por más que le decían que no había nada que hacer, ella no creía en nadie ni escuchaba nada. La engañaron, le sacaron el dinero, pero hubiera hecho cualquier cosa por salvar la vida de mi padre”.
Era un niño de 12 años que iba con su tío y su abuelo rumbo al dentista, cuando se enteró por la radio que su padre había muerto. Regresaron al pueblo los tres en un llanto, con la esperanza de que todo hubiera sido una fabulación del locutor, “pero no, ya al doblar la esquina vimos a un montón de gente apiñada en la puerta de mi casa. Había pasado”.
“Es que somos gitanos, no hacemos testamento, para nosotros, que somos supersticiosos, es de mala suerte”, para explicar las penurias económicas a que se vieron sometidos por la falta de un papel que les diera el control absoluto en todos los negocios originados en la figura de su padre. “Es que Camarón va a más, crece a diario y nosotros vamos a menos”, expresa. “No vivimos mal, no nos falta de nada, pero mi madre ha tenido que luchar mucho por cada centavo”. La verdad es que nunca han caído bien los parientes de los grandes artistas, pero cuando el muchacho narra actos como el que llevó a cabo el productor de la película sobre Camarón que protagonizó Oscar Jaenada, es imposible no tener un nudo en la garganta y no pensar en personas como Rita Marley o el padre de Jimmi Hendrix que tan bien han sabido dirigir el negocio póstumo de sus ilustres familiares. Miguel Menéndez de Zubillaga se presentó en La Línea, barrio de donde es originaria Dolores Montoya y donde vive ahora toda la familia de Camarón, solicitando permiso y apoyo para el filme. La Chispa rechazó un adelanto de dinero a cambio de un buen porcentaje en la distribución. Firmó un contrato acordando los términos y aun cuando la película ya ha sido estrenada y vendida a varios países, Miguel Menéndez de Zubillaga no volvió a aparecer por La Línea. Los Monge se han tenido que gastar una buena suma de dinero para entablar demanda contra el productor.
Cuenta el hijo lo generoso y desprendido que era el padre. La famosa anécdota de cuando Camarón le dio el dinero a un hombre que se apareció con su familia en el estudio de grabación narrando una enfermedad que requería operación inmediata. O de cómo Camarón le daba todos los gustos a sus hijos y jamás los regañaba. “Para eso estaba mi madre”, dice Luis. De lo bajito que hablaba el cantaor, “creía que todos éramos sordos, pero era a él que no escuchábamos cuando hablaba”. De las veces que el de La Isla no tenía ganas de salir al escenario, ni de cantar ni nada, pero una vez ante la gente “se transformaba y era cuando mejor cantaba, cuando no tenía ganas”. De la pasión que despierta el artista para cuyo entierro asistieron 50 mil personas. “Todos los días viene muchísima gente a su tumba. Una vez un muchacho se quiso quedar a dormir arriba de su tumba”, cuenta entre divertido y todavía incrédulo. De cómo su madre tardó cuatro años en dejar de llorar la muerte de Camarón y de cómo tuvieron con amenazarla con dejarse morir también ellos si ella no volvía a la vida. De lo mucho que lo extraña, de lo imposible que es para él dedicarse a una carrera profesional “seria” y cumplir así el sueño de su padre. “Es que la música nos tira mucho”, se disculpa Luis, que es –cómo no- guitarrista de flamenco.
A veces la ternura, la dignidad, aparecen en los sitios menos pensados. Y que viva Camarón, como siempre.

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