viernes, 24 de octubre de 2008
EL ODIO INÚTIL
Dicen que las ideas geniales surgen debajo de la regadera. Debo de estar teniendo problemas con la ducha que uso en mi casa rentada o el agua, de plano, está viniendo tan contaminada que sus efectos devastadores llegan a la raíz del cerebelo (del mío). Todos mis pensamientos cuando la espuma y el vapor caen rendidos a mis pies son obsesivos. Nada de Eureka con olor a Palmolive, ninguna fórmula mágica, jamás una lógica ajedrecística e implacable. Mucho menos cantar, como manda el tópico, lo que en cierto modo es ganancia.
Cumpliendo con mi rutina higiénica, en uno de estos días nublados y poco apacibles que dan sentido a la rutina en la capital más convulsionada del mundo (del mundo mío), se deslizó la pastilla de jabón a la tina como resultado de una física insoslayable cual es la modificación del espacio cuando acontece un dilema.
Vamos a ver, ¿qué nos pasa cuando alguien nos hace daño, nos traiciona, nos deja tirados en un pozo sin una cuerda a mano para poder saltar a tierra plana?
Los tratados de psicología, las amigas del té de las 5 y las suegras, siempre aconsejan en estos casos: no guardar rencor, aprender a perdonar y trabajar como obrera africana para construir una estrategia del olvido, del dejar pasar agua, del no fijarse en esos sentimientos parecidos al odio, a la ira, a la sed de venganza.
Como arma de defensa, he de decir que me resulta a todas luces voluntarista y absurda. No sé si serán las bacterias del líquido elemento las que me llevan a pensar así, pero ¿no es una herida doble el que te lastimen y luego tener que abocarte a una tarea inconmensurable y franciscana para no acumular impulsos pérfidos o no hacer caso a ese primer estado del corazón sangrante, cuando sólo quieres matar a quien te ha hecho daño?
Hay una vikinga en mí, un ser que parece haber vivido en tiempos cavernícolas, cuando la justicia se ejercía por garrote propio. Jamás me escucharán decir las odiosas frases de rigor (odio las frases de rigor, el café liviano y la palabra fashionista, ya que estamos lo digo) tipo “el transcurrir de la vida pone a las cosas y a las personas en su lugar”, “no vale la pena guardar rencor”, “el odio se hace tumor y es mal negocio”.
Uy, debo cambiar de marca de jabón o comenzar a bañarme con Perrier o Evian, puesto que abominar de las oraciones comunes no puede manchar mi alma con esos placeres efímeros de la revancha. Es el calentamiento global lo que convierte al agua potable en veneno en la piel, ya lo advertía Al Gore.
Decía el amado escritor chileno Roberto Bolaño: “Aunque suene un poco pretencioso, nunca he odiado a nadie. Al menos estoy seguro de ser incapaz de un odio sostenido. Y si el odio no es sostenido, no es odio, ¿no?”.
Yes, así son las cosas cuando de personas nobles se trata. El asunto puede dirimirse con un ejemplo físico: imagínense quedar escupiendo espuma y sangre sobre la banqueta a causa de alguna agresión inesperada e injusta como son casi todas las agresiones en nuestra atribulada existencia. ¿Qué pasaría si en lugar de buscar auxilio en la enfermería más cercana nos mantuviéramos firmes en la lamentación y en el resentimiento?
Va de suyo: que no se nos gangrene el alma. Y como decía mi abuelita: - que con su pan se lo coman.
Eso sí, a partir de ahora comenzaré a cantar debajo de la regadera y que los vecinos se compren tapones para los oídos. No digan que no avisé.
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