martes, 30 de agosto de 2011

ALEJANDRO MAGALLANES



Nacido hace 40 años en el Distrito Federal, Alejandro Magallanes ha venido desarrollando una exitosa carrera como ilustrador. Gran parte del éxito que tiene la independiente editorial Almadía, originaria de Oaxaca, donde han publicado autores como Juan Villoro y Jean Marie Le Clezio, entre muchísimos otros, se debe al original diseño de sus portadas, afiches, señaladores, que se distinguen en las librerías. Su trabajo de cartel ha sido expuesto en Japón, la República Checa, Argentina, los Estados Unidos, China, Eslovenia, Rusia, Ucrania, Colombia, Venezuela, Polonia, Cuba y México. Mereció la medalla Josef Mroszczak en la XVI Bienal del Cartel en Varsovia, el tercer lugar en la bienal de carteles a favor de la ecología 4th Block en Ucrania y el premio Golden Bee en la categoría de libro en la Bienal del mismo nombre en Rusia. Forma parte de los colectivos Cartel de Medellín y Fuera de Registro y por si fuera poco ha escrito recientemente un libro desopilante y curioso, muy gozoso a la vez, un verdadero artefacto poético ilustrado titulado ¿Con qué rima tima?

- Como dice en uno de sus poemas, ¿Quién le dijo a usted que era poeta?

- En realidad me gusta mucho leer poesía y he descubierto que las imágenes tienen valor poético y que las palabras entre combinadas entre sí crean imágenes increíbles.

- ¿Y quererlo todo sin pagar las consecuencias en qué lo convierte: en un soñador o en un loco total?

- En un loco total, creo. También en un soñador y más que nada en un irresponsable; de todos modos, como nunca se cumple ese deseo, afortunadamente no soy ninguna de esas cosas.

- ¿Qué cosas deseó y no se le fueron dadas?


- Uy, muchísimas. Estaría muy bien abarcar todo lo que uno quiere hacer sin tener que rendir cuenta. Desvelarte todo lo que quisieras, por ejemplo, sin luego andar súper cansado por la vida; beber sin tener resaca, para lo que no estaría mal un hígado de platino; comer de todo sin engordar…

- ¿¿Con qué rima tima?, lo hace sentir parte de una tradición como la de los poetas concretos, liderados por Vicente Huidobro, la de los surrealistas, la de Oliverio Girondo…?

- Sería muy presuntuoso de mi parte decir que formo parte, pero sí son poetas y tradiciones que me gustan y han influido mucho en mi trabajo cotidiano como diseñador. La tipografía es hermosa y en un libro es la voz que vas a tener como creador. Pienso mucho en las vanguardias del Siglo XX, pienso mucho en los surrealistas, en Guillaume Apollinaire, en Dadá, en los futuristas…La poesía concreta, además, me parece divertida e inteligente. Me gusta mucho el catalán Joan Brossa. También el mexicano Juan José Tablada.

- ¿Fue difícil equilibrar contenido y forma?

- Sí, fue una labor ardua. El libro tiene como algunos déjà vu, por así decirlo…al principio hay un poema que se llama “Harén” y que está expresado a través de nalgas, tetas y vaginas dibujadas con paréntesis y realmente es el título el que le da sentido. Al final hay una “W” muy grande que hace referencia al Origen del Mundo, de Gustave Courbet y que resulta como una especie de eco de “Harén”. El libro lleva un ritmo, acentos, espacios vacíos, elementos que comparte con un poema…

- Usted dice que vivir es fácil, sólo hay que comer un mango de Manila…¿Qué hará ahora que no estamos en época de esa fruta?

- Es un periodo triste, la verdad. Habrá que buscar soluciones más allá.

- ¿La felicidad puede ser tan fácil?


- Ese texto es en realidad una ironía a partir de una nota que me hicieron y en la que daban por hecho que yo era feliz. Participé en un número especial de la revista titulado “Personas felices”, mientras estaba pasando por una profunda depresión. Lo que demuestra que no siempre somos lo que aparentamos.

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martes, 23 de agosto de 2011

KATHY BATES: LA ACTRIZ A LA QUE LE CREEMOS TODO



Entertainment Weekly la votó como “una de las más importantes actrices de los 90”, ganó un Oscar por su inolvidable papel en Misery y no hay película en la que ella participe donde no deje una huella indeleble. En el cine lo hizo todo, quizás por eso, a los 63 años, se anima con la televisión, protagonizando su propia serie. Una de abogados, Harry’s Law, cuya primera temporada se estrenó el 18 de julio en Warner Channel.


Pocos rostros de verdad, pocas estampas tan humanas, como aquellos que esgrimiera la increíble Kathy Bates para asustar sin remedio a un atribulado James Caan en Misery, la película de 1990 dirigida por Rob Reiner.

Aunque la que es considerada una de las mejores actrices estadounidenses de todos los tiempos ganó un Oscar por su interpretación de Annie, la enfermera que rescata de un barranco al escritor Paul Sheldon, que tanto admira, no quedó conforme con su trabajo en aquel filme.

Bates quería ser más feroz, más endiablada, tocar los límites de la maldad humana, según lo relataba Stephen King en la novela que dio origen a la película; sin embargo, en lugar de amputarle a Sheldon las dos piernas con un hacha, terminó fracturándole sólo los pies. El que fuera el papel que la convirtió en una verdadera estrella internacional del cine, le fue ofrecido primero a Anjelica Huston y luego a Bette Midler. Ambas lo rechazaron.

En 1993, dejamos de tenerle miedo y lloramos junto a ella cuando, en un inolvidable rol de “madre coraje”, sacó adelante a sus cuatro hijos en A Home of Our Own (la versión para Latinoamérica se tituló “Nuestro propio hogar”), el filme dirigido por Tony Bill, en el que aparece un todavía verde pero inmejorable Edward Furlong como el narrador de la historia.

La película, que tenía comprados todos los boletos para convertirse en un dramón lacrimógeno y cursi a los que son tan afectos los magnates de Holywood, terminó como un notable fresco de la Norteamérica profunda, encarnado en esa mujer que sólo se permite llorar un poco cuando ve su casa incendiada, para luego comenzar a planificar el que será su nuevo hogar. Levantarse después de caerse, nunca dejar que la adversidad te haga papilla: eso nos enseñó la buena de Kathy y le creímos.

Porque a esta mujer nacida en Memphis el 28 de junio de 1948 le creemos todo, desde que con su rotunda figura de mujer de este mundo comenzó a llenar la pantalla con unas dotes histriónicas sobrenaturales.

Graduada en Bellas Artes en Dallas, en 1969, tuvo un paso fugaz como cajera en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, el célebre MOMA, para encarar en 1971 una carrera cinematográfica imparable, caracterizada por varios hitos indelebles, huellas de una pasión actoral que transmite con sangre y fuego a sus espectadores.

Debutó en la pantalla grande con Taking off (traducida al español como Juventud sin esperanza), de Milos Forman. Si uno pone en el portal YouTube la guía: “taking off kathy bates” aparecerá aquella escena formidable cuando ella, jovencísima, entona una dulce balada folk de la época.

Tenía el rostro cetrino, el pelo oscuro y unos rasgos achinados que la acompañan hasta hoy. Bates, por supuesto, pertenece a ese 40 % de los actores y actrices que no se han hecho una cirugía estética que la dejara inexpresiva. Al fin y al cabo, es ese rostro de goma, capaz de hacer mil gestos por segundo, lo que la ha llevado a la cumbre.

Una mujer sincera

Sacada de su hábitat, que es un set de filmación, Bates tiene una imagen aplacada, poco enérgica, de señora buena que siempre dice lo que piensa aun a riesgo de contradecirse, como en aquella entrevista otorgada a un talk show estadounidense donde habló pestes de Woody Allen. Era julio de 2006 y la actriz no tenía buenos recuerdos de Sombras y nieblas, la película de 1991 donde actuó a las órdenes del gran director.

“Es un neurótico y haber trabajado con él fue una experiencia muy frustrante, porque a los actores no se nos daba nada de información”, dijo, no sin antes advertir que jamás volvería a ponerse bajo la lente de Allen.

Algo cambió en la mente de Bates, porque ahora es una distinguida integrante de Midnight in Paris, el nuevo filme de Woody protagonizado por Owen Wilson, Rachel Adams y Marion Cotillard.

En general, la actriz de Tomates verdes fritos y Titanic, una de las más respetadas y admiradas por sus propios colegas, suele hablar bien de todo el mundo y, en el ejercicio del elogio a sus pares, suena veraz.

Sin falsa calidez, por ejemplo, no dijo más que cosas buenas de Adam Sandler, un actor sin dudas menor a su lado, con quien hizo Waterboy, una comedia desopilante de 1998 y en la que ella aceptó participar porque su sobrina la convenció.

Tampoco tuvo Kathy ningún empacho en admitir que James Caan, su increíble compañero en Misery, nunca fue su amigo y que esa circunstancia no cambió a raíz de la película; menos pudor tuvo en revelar que fue elegida para el inolvidable papel de la enfermera Annie, “porque en esos tiempos, Rob Reiner estaba saliendo con Elizabeth McGovern", con quien Kathy protagonizaba una obra de teatro en Broadway.

“Rob venía todas las noches a las funciones y algo vio en mí que le hizo pensar que era buena para el papel en Misery”, dijo la actriz de antepasados irlandeses.

Habla maravillas de Warren Beatty, quien le ofreció un papel en el legendario filme épico Reds, de 1981, que ella no pudo aceptar por problemas de visa que le impidieron viajar al extranjero, donde se rodaba la película. Más tarde, Warren la compensó con un pequeño papel en Dick Tracy.

En una bañera con Jack Nicholson

“Si te toca meterte en una bañera con Jack Nicholson, lo único que te puedo decir es: relájate y goza”, fue más o menos la premisa de Katy Bates cuando en la recordada About Schmidt, de 2002, ambos actores protagonizan una de las escenas más hilarantes del cine contemporáneo: Schmidt (Nicholson) disfruta de un relajante spa en casa de su futura consuegra (Kathy Bates), hasta que ella se introduce también en la bañera para comentar la unión de sus respectivos vástagos.

Por ese trabajo, Bates recibió sendas postulaciones al Globo de Oro y al Oscar, además del premio de la crítica de su país. Kathy, que hacía el papel de Roberta, contó que la escena se filmó con muy poca gente alrededor. “Alexander Payne (el director) me hizo sentir muy cómoda. Me sirvió un Cosmopolitan antes de comenzar a rodar, así que fue una muy buena experiencia. Obviamente, trabajar con Jack es algo que a cualquier actriz , y no soy la excepción, le resulta emocionante”.

“Trabajar con él fue realmente algo genial. Él es uno de los actores más profesionales que conocí”, agrega.

Bates, de 63 años, dice que a esta edad hace los papeles con las vísceras. Y así también los elige, desde el estómago: “Busco un rol que pueda entender y amar y que, al mismo tiempo, implique un desafío, algo distinto, algo diferente. En general, si siento una reacción visceral cuando leo el guión, me digo inmediatamente: -Tengo que hacer esto”, cuenta.

Con casi 50 filmes en su haber, no tiene dudas en elegir a Dolores Claiborne, de 1995, que en español se llamó Eclipse total, como su favorita. “La actuación en esa película (basada en una novela de Stephen King) requirió una gran labor de artesanía. Representar a un personaje en sus distintas edades implicó un gran desafío que me hace sentir muy orgullosa”, declara.

El amor por Sam Mendes

Kathy Bates, que ha trabajado con los directores más diversos, elige entre todos a Sam Mendes como su favorito.

A las órdenes del ex marido de Kate Winslet, Bates filmó A revolutionary road, el filme que marcó el regreso de la pareja de Titanic, Leo Di Caprio y la nombrada Winslet.

Basada en una novela de Richard Yates, la historia se refiere a un joven matrimonio que habita los suburbios de Connecticut y que poco a poco se resquebraja, dando origen a una tragedia inevitable.

Kathy Bates, como la vecina Helen Givings, que parece no entender nada y al final lo entiende todo, está, como es de esperarse, monumental. Su desempeño se lo debe a Mendes: “Es tan elocuente y realmente sabe cómo trabajar con cada uno de nosotros y cómo hacer que cada uno se sienta muy especial. En el set me hacía sentir todo el tiempo que estaba loco por mí, hacía tiempo que no me sentía tan satisfecha con una película”, contó la actriz.

Obsesionada con su propio rendimiento, Bates vuelve a ver una y otra vez las películas en las que trabajó. También recorre aquellos filmes que le gustaron en su juventud.

“Me interesa ver las cosas en un momento diferente de mi vida. Cómo era yo cuando vi esa película y como soy ahora”, dice.

La mujer de la tele

Fanática del canal Animal Planet, Bates tampoco se pierde una sola emisión de American Idol y sigue más o menos en orden la serie Entourage.

Sin embargo, es poco el trabajo desarrollado por la actriz en la pantalla chica.

Por su interpretación como Helen Kushnick, en la teleserie de HBO The Late Shift (1996), conquistó el Globo de Oro. También como Miss Hannigan en Annie (1999) de la ABC, fue postulada para otro Globo de Oro y ganó el American Comedy.

Durante la quinta y la sexta temporada de The office, Bates apareció en la serie cubriendo el entrañable rol de Jo Bennett, una escritora solitaria cuya única compañía es su perro gran danés.

Finalmente, luego de mucho resistirse, dijo sí y ahora tiene su propia serie.

Se trata de Harry´s Law, cuya primera temporada estrenó Warner Channel el 18 de julio. Pensada primeramente para que la protagonizara un hombre, la serie cuenta la historia de Harriet “Harry” Korn, una abogada de patentes que a los 60 años pierde su trabajo y decide dar un golpe de timón a su vida con su propio bufete. La cosa no será tan sencilla y algunas inesperadas circunstancias la llevarán a elegir un local que fue anteriormente una zapatería, ubicado en un barrio marginal. La serie fue creada por David Kelley, quien ya acertó con otros títulos legalistas como Chicago Hope, Ally McBeal, The Practice, L.A. Law y Boston Legal.

Junto a Harriet está Adam Branch, encarnado por Nathan Corddry, un joven abogado que con métodos poco ortodoxos, mucha estrategia y humor se enfrenta a los casos más complicados. La rubia Jenna Backstrom es asistente y mano derecha y siempre está dispuesta a ayudarla, incluso fuera del trabajo. Además, es la responsable de vender los zapatos en el bufete. Malcom Davies, interpretado por Aml Ameen, también cumple un papel importante en el desarrollo de la historia.

La actriz, que ya ha firmado por la segunda temporada, se sintió fuertemente atraída por el personaje de la serie, aunque protagonizar una serie de televisión no ha sido una tarea para ella, animal de cine al fin y al cabo.


“Las horas se hacen largas en un estudio televisivo”, dice Bates, quien abandonó su deseo de interpretar varios papeles en la pantalla grande, para decidirse a encarnar a la abogada madura, con un sentido particular de la justicia.

“Durante mucho tiempo me negué a hacer televisión porque no quería quedar atrapada interpretando a la misma persona, pero con un personaje como Harry, cuyas capas para dar a conocer son muy atractivas, se me hizo imposible sostener el no”, concluye.


Kathy, la directora

A finales de 1999, Bates dirigió su primera película por cable, Dash and Lilly, de A&E, protagonizada por Sam Shepard y Judy Davis, que fue postulada para tres Globos de Oro y 13 premios Emmy. Sus logros como directora incluyen Homicide, de NBC, NYPD Blue, de ABC y Oz, de HBO. La actriz ha dirigido también cinco episodios de Six feet under.






domingo, 14 de agosto de 2011

La honestidad brutal de Ozzy Osbourne


Adelanto exclusivo de DÍA SIETE: Qué cuenta el Príncipe de las Tinieblas en I’m Ozzy: confieso que he bebido, la autobiografía que rompió récords de ventas en su versión original en inglés en 2010 y que, en septiembre, la editorial Océano comenzará a distribuir en México.


Dice que hizo su autobiografía con la poca gelatina que le queda por cerebro y aun así, con esos jirones de verdad intransigente con que viste los recuerdos que todavía lo asaltan, Ozzy Osbourne resulta un escritor al que es difícil renunciar.

Hasta el punto final de Ozzy: Confieso que he bebido, las memorias del padrino del heavy metal que la Editorial Océano distribuirá en México en septiembre, el lector cae en la cuenta de que si esto es de lo que el padre de Elliot, Louis, Jessica Aimee, Kelly y Jack, evoca en sus 62 años gastados por el alcohol, los accidentes y las drogas, cómo será aquello que se ha perdido para siempre en el laberinto de su cerebro tenebroso y doliente.

Por lo pronto, una humorada en forma de hoja en blanco da inicio al libraco de 356 páginas que, a fuerza de ser veraz, el príncipe de las tinieblas no escribió rigurosamente hablando. En realidad, fue su amigo, el periodista Chris Ayres, quien se puso con una grabadora encendida frente al viejo Ozzy y documentó las memorias de un falso desmemoriado: el ex frontman de Black Sabbath se acuerda de aquello que hace falta recordar.

“Decían que nunca escribiría este libro. Pues que se jodan: aquí lo tenéis. Ahora sólo me falta recordar algo…”, dice el rockero nacido en Aston, Birmingham, el 3 de diciembre de 1948.

Por no olvidar, no olvida la terrible muerte del guitarrista Randy Rhoads, miembro de la banda de Ozzy cuando éste ya había emprendido su largo camino en solitario luego de que los otros miembros de Black Sabbath lo echaran por borracho, pendenciero y drogadicto.

La trágica desaparición de Rhoads, el único que no tomaba drogas y bebía unas pocas cervezas en el grupo, tal vez un vaso de anís de vez en cuando, sorprendió a Osbourne mientras dormía. Ex integrante de Quiet Riot, Randy era un excelso guitarrista con tan sólo 25 años, cuando, en 1982, en el transcurso de una gira con Ozzy rumbo a Orlando, Florida, aceptó de buena gana un viaje por avioneta, invitado por el conductor del microbús que llevaba a la banda.

“El chófer se llamaba Andrew Aycock. Seis años antes había estado involucrado en un mortal accidente de helicóptero en los Emiratos Árabes Unidos. Cuando paramos en las cocheras para reparar el aire acondicionado, Aycock decidió que la apetecía ver si aún podía pilotar aviones. Y entonces, sin pedir permiso a nadie, se hizo de una avioneta propiedad de un amigo suyo”, cuenta Ozzy.

El piloto, que había consumido grandes cantidades de cocaína antes de volar, había perdido la pericia. Randy Rhoads y Rachael Youngblood, la maquilladora, fueron en busca de su destino fatal cuando se subieron a la aeronave no sin antes exigirle a Aycock que no hiciera piruetas en el aire. “Si es verdad que lo prometió, además de un chalado y un drogata era un mentiroso: todos los que estaban en tierra cuentan que pasó rozando dos o tres veces por el autocar antes de segar con el ala el techo a pocos centímetros de donde estaba”, relata Osbourne.

A lo largo de la autobiografía, el fantasma de Randy se cuela por las páginas. Su desaparición es algo que todavía Ozzy no puede digerir: “Aún hoy me resulta desagradable hablar de ello o, recordarlo incluso. De haber estado despierto, no tengo dudas de que habría estado dentro de aquel puto avión. Conociéndome, habría ido colgado del ala , borracho y dando volteretas. Pero es absurdo que Randy se subiese al avión. Randy odiaba volar”.

Los enigmas de Ozzy

En el apartado destinado a contar fotográficamente la vida de Ozzy Osbourne, las imágenes plantean el primer enigma: ¿cómo es que este bueno para nada, nacido en la absoluta miseria en Aston, llegó a ser el amante padre de seis hijos, un multimillonario que vive sus 62 años en una mansión, bebiendo té a raudales y consumiendo sólo los remedios medicados?.

El padrino del heavy metal es el primer sorprendido. “Mi padre siempre pensó que yo haría algo grande: - Tengo una corazonada, John Osbourne, me decía después de unas cuantas cervezas. O acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel. Y tenía razón el viejo: antes de cumplir los 18 años ya estaba en la cárcel”, cuenta Ozzy, construyendo un autorretrato sin concesiones. Si algo hay que agradecerle a este libro que amarán las huestes aficionadas al músico y que incluso disfrutarán los lectores ajenos a la fascinante personalidad de su autor, es la sinceridad con la que Osbourne habla de sí. Sus trabajos frustrados, salvo aquel en que separaba las tripas de los cerdos en un matadero, sus fracasos escolares, producto de una dislexia galopante que le fue detectada cuando ya era mayorcito, sus pocas habilidades como ratero que lo llevaron a conocer prontamente la prisión (su padre no quiso pagar la fianza para sacarlo de la cárcel, un sitio al que juró no regresar jamás, tan mala fue la experiencia tras las rejas), son el testimonio de un verdadero chico-problema por cuyo futuro nadie hubiera apostado dos centavos.

“Salí de la cárcel a mediados del invierno de 1966. Joder, qué frío hacía. Los carceleros se compadecieron de mí y me dieron un abrigo viejo que apestaba a naftalina. Luego sacaron la bolsa de plástico con mis cosas y la volcaron sobre la mesa. Carteras, llaves, cigarrillos. Recuerdo que pensé lo que sería recuperar tus cosas tras treinta años, cuando forman la cápsula del tiempo de un universo perdido. Después de firmar algunos formularios abrieron la puerta, descorrieron un portón con alambre de púas y salí a la calle. Era libre y había conseguido sobrevivir en prisión sin que me rompiesen el culo ni me matasen a palos. Pero, entonces, ¿por qué carajo me sentía tan triste?”.

Y, sin embargo, Ozzy lo hizo. A riesgo de parecer cursi uno podría decir que lo salvó el humor, que fue su propensión a tomarse la vida un poco en broma y a obrar en consecuencia lo que finalmente logró encauzarlo en una ida directa hacia la socialización más o menos digna, pero lo cierto es que aun cuando se dedicaba a hacer chistes John Osbourne era un verdadero salvaje. Como la vez en que quiso doblegar la resistencia al hachís que presumía el verdulero del barrio.

- “No, que a mí eso no me hace ningún efecto – decía”

Con un bote hachís afgano, Ozzy quiso vencer la indiferencia a las drogas de Charlie, el verdulero. Y lo hizo adicto.

“- ¿Pero qué era eso que me diste la otra noche. Cuando llegué al mercado estaba alucinando. No pude ni salir de la furgoneta. Me quedé tirado en la caja, entre las zanahorias, con el abrigo por encima de la cabeza y gritando. ¡Pensaba que habían llegado los marcianos!.

- Lo siento, Charlie – le dije

- ¿Puedo pasarme mañana por un poco más? – añadió”

Vivir de prestado

Otro de los enigmas que rodean la fantástica existencia de John Michael Ozbourne y que el artista explora profusamente en I am Ozzy, el libro que debutó con el número 2 en la lista de best sellers del New York Times, cuando salió en inglés, en 2010, es por qué demonios sigue vivo. Así como lo lee. No hay ciencia que pueda explicar la razón por la que este hombre que estuvo a punto de morir quemado en un hotel cuando dejó el cigarrillo encendido, que se aspiró un gran paquete de cocaína durante una redada policial en Los Ángeles, que cuando llegó por primera vez (engañado) a la clínica de desintoxicación Betty Ford le preguntó a su fundadora dónde estaban los cócteles, respira todavía. Y hay más: cuando no se subió a la avioneta donde murió Randy Rhoads porque estaba dormido, cuando a principios de los 90 le diagnosticaron, equivocadamente, esclerosis múltiple, cuando se cayó con su moto en un bache provocado por una bomba alemana durante la guerra en Buckinghamshire, al sur de Inglaterra…Ni el propio Ozzy logra explicarse por qué sigue dando lata en este lado del mundo, como si el Más Allá prefiriera que el Príncipe de las Tinieblas viva aún de prestado en esta dimensión a recibirlo con los brazos más o menos abiertos en la esfera de la nada. No hay mejor muestra de ese asombro que el informe médico llevado a cabo en Hidden Hills, California, en 2009 y al que el músico le dedica un capítulo entero en su libro.

Comienza el doctor preguntándole si alguna vez tomó “drogas recreativas”. El cuestionario prosigue con algunas respuestas tímidas y positivas de Ozzy.

“- Entonces, ¿marihuana, Speedy y…algunas rayas de cocaína?

- Sí, eso vendría a ser todo

- - ¿Y está seguro de eso?

- Ajá

- Quiero estar absolutam…

- ¿La heroína cuenta?”

Y por un tiempo largo siguen las preguntas. Que si la cerveza. Que si el coñac. Los cigarros. Todo parte de una rutina de más de 40 años.

“¿Y hay algo más en su historial médico que deba saber? –preguntó el médico.

Veamos – dije yo. Una vez me atropelló un avión; bueno, casi. Y me he roto el cuello montando en un quad. Durante el coma morí dos veces. También he tenido sida durante 24 horas. Y he creído tener esclerosis múltiple, pero resultó ser un temblor de Parkinson. Y una vez me partí la cabeza. Ah y he tenido gonorrea unas cuantas veces. Y un par de convulsiones, como aquella vez que tomé codeína en Nueva York o cuando me metí la droga de los violadores en Alemania. Y eso es todo, en serio, a menos que quiera incluir el uso de medicamentos con receta.

El médico asintió.

Luego carraspeó, se aflojó el nudo de la corbata y dijo:

- Tengo otra pregunta que hacerle, señor Osbourne.

- Adelante, doctor

- ¿Por qué sigue usted vivo?”

Tony Iommi, Los Beatles y el probador de claxon


La primera incursión de Ozzy Osbourne en la música se dio cuando su madre le consiguió un trabajo como afinador de claxons. Había que afinar unas 900 bocinas de coches al día y la chamba casi lo deja sordo. Renunció el día en que conoció a un obrero de la fábrica que había recibido un reloj de oro como toda compensación por 30 años trabajados. “Estaba harto. Solté el destornillador, crucé la puerta pasando por delante de mi madre, dejé atrás el portón de la fábrica y me fui directo al bar más cercano. Así terminó mi primer trabajo en el mundo de la música”.

Contra lo que pudiera pensarse, no fue sino la música de Los Beatles que dio origen al gran renovador del heavy metal, cofundador de Black Sabbath, la banda más influyente e importante del género.

Ozzy cobró el cheque de la fábrica de bocinas de autos y con ese dinero se compró el segundo disco de los cuatro de Liverpool. “En cuanto llegué a casa con él, todo cambió”, confiesa el rockero, quien por entonces no tenía la menor idea de que la vida lo iba a llevar a compartir escenario con el mismísimo Paul McCartney, su gran ídolo. Fue en la entrega de los premios británicos a la música en 2008, cuando Ozzy, acompañado por su familia, le entregó el galardón al bajista de Los Beatles, de quien Osbourne tiene una colección de pósters en uno de los cuartos de su mansión angelina. Ozzy, que ha hecho una increíble versión de “In my life” junto a Slash, el ex guitarrista de Gun´s Roses, también participó haciendo coros en el disco del baterista Ringo Starr, Vertical man, en 1998.

Más allá de sus míticas y místicas relaciones con Los Beatles, nada transformó más la vida de Ozzy Osbourne que el haber conocido a Tony Iommi, el gran guitarrista de los dedos deformes que fundó, junto al bajista Terry "Geezer" Butler, el baterista Bill Ward y el propio Osbourne, la impresionante banda de heavy metal Black Sabbath.

A edad muy temprana, Ozzy aprendió a querer a Tony: “Había un chico en la escuela que no me pegó nunca: Tony Iommi. Aun así, me intimidaba. Era un tipo grande, buen mozo y le gustaba a todas las chicas. Era increíble, uno de esos talentos naturales: podrías haberle dado una gaita de Mongolia y en dos horas habría aprendido a arrancarle un riff de blues”.

En la adolescencia, si algo quería Iommi era pegarle a Osbourne o al menos no tener que ver nada con él. Fue cuando Bill Ward lo llevó a la casa de Ozzy a la busca de un cantante, respondiendo a un aviso que Osbourne había pegado en las paredes pidiendo músicos para su proyecto “Ozzy Solo”.

“- Lo que sé seguro es que no se llama Ozzy Solo. Se llama Ozzy Osbourne y es idiota. Vámonos de aquí”, fue el comentario definitivo –o casi- de Tony.

La persistencia de Bill le dio una oportunidad al cantante y allí nació Black Sabbath, una banda que estuvo a punto de morir cuando Iommi fue convocado por Jethro Tull, una oportunidad que un chico pobre de Aston no podía dejar pasar.

El destino de Ozzy parecía sellado: ¿qué harían sin Tony? Un futuro en el matadero de cerdos o la vuelta con la cola entre las patas a la fábrica de bocinas para coches lo esperaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, Iommi regresó.

“-¿Cómo que lo has dejado? –dijo Geezer en la reunión de emergencia convocada en el bar pocos días antes de Navidad.

- No era lo mío – dijo Tony encogiéndose de hombros”.

Sharon, la MTV y todo lo demás

De no haber sido por Sharon Arden, la mujer con la que se casó en 1982, luego de haberse separado de su primera esposa, Thelma, la vida musical y probablemente la personal de Ozzy Osbourne no hubiera perdurado más allá de la última borrachera. Y por cierto, hubo muchos alcoholes antes de la redención total del músico, quien hoy no acepta ni siquiera una cerveza como aperitivo. “Bebo té a raudales, el que es adicto lo es hasta en el té”, confiesa.

Sharon, que persiguió con tenacidad el alcoholismo y la drogadicción de su marido (“Pronto se dio cuenta de que en realidad no tenía mucho interés en la horticultura”, cuenta Ozzy al rememorar las veces que escondía las botellas de vino en el jardín de su casa en Inglaterra), logró tener con él tres hijos, encarrilarlo en una fructífera carrera musical como solista luego de que la banda lo echara por sus problemas con las drogas y el alcohol y hacerlo resurgir para las nuevas generaciones con el show de la MTV , The Osbournes, entre el 2002 y el 2005.

Es particularmente enternecedor el capítulo que Ozzy le dedica a su esposa, cuando a esta se le descubre cáncer de colon. La desesperación se hace presa de Osbourne, quien no duda en reconocer la gran deuda de vida que mantiene hacia su amada cónyuge.

Con una honestidad brutal que no evade las palabrotas y la expresión de los pensamientos radicales que lo acompañaron a lo largo de su vida, Ozzy se confiesa ante sí y ante los fans. Su autobiografía es el emotivo testimonio de un muchacho que nunca dejó de pertenecer a su barrio bajo de Aston, un tipo simple, sin ninguna pretensión más que la de sobrevivir en medio de todas las carencias y de un sinnúmero de dificultades.

Por no olvidar, Ozzy recuerda la vez que estuvo a punto de matar sin querer a un párroco que fue a visitarlo, dándole de comer un pastel de hachís, la vez que quiso estrangular a su esposa Sharon, aquella en que se puso a fusilar gallinas o cuando se pasó de borracho en un cumpleaños de su pequeño hijo Jack.

Otros famosos podrán contar en sus memorias lo buenos que fueron con sus vecinos ancianos o qué feo sería el mundo sin sus millonarias donaciones a la beneficencia. No es este el caso. Valiente, este Osbourne. Valiente como pocos.


¿Se comió o no un murciélago en el escenario?


“El concierto estaba saliendo genial. La mano divina funcionaba sin problemas. Y, entonces, desde el público, salió un murciélago. Un juguete, evidentemente, pensé. Así que lo levanté ante los focos y enseñé los dientes mientras Randy tocaba uno de sus solos. El público se volvió loco. Y entonces hice lo que siempre hacía con los juguetes de goma sobre el escenario: ÑAM. De inmediato noté que algo iba mal. Muy mal. No me jodas, pensé, no me jodas, acabo de comerme un murciélago”.



¡Ese muro contra el que estás meando es El Álamo!

“Y ahí estaba yo, con el vestido de noche de Sharon, suelto por las calles de San Antonio, armado con una botella de Courvoisier y con ganas de bronca.” Tres horas pasó encerrado Ozzy, compartiendo calabozo con un veinteañero mexicano que acababa de matar a su mujer con un ladrillo. “Supongo: mear en El Álamo no es lo más inteligente que he hecho en mi vida”, acepta un compungido Osbourne.

domingo, 7 de agosto de 2011

LA MUERTE DE UN GIGANTE


“Yo quiero ir a ver a mi mamá y sentarme en su mesa y comerme sus frijoles y después irme a dormir la siesta en su colchón. Y ya.”. Eliseo Alberto de Diego enfrenta la lente de la cámara con un gesto enérgico: es todo lo que por ahora tiene para decir a la joven documentalista cubana Tané Sánchez, quien en la película Paquete de familia, un documental de cortos pero sustanciosos 12 minutos, construye un puente entre los de afuera y los de adentro de un país que, como solía decir el autor de Caracol Beach, “está en guerra desde hace más de 40 años”.

Eliseo Alberto tenía 59 años cuando murió en el Hospital General de México. Era domingo y llovía en la ciudad. El reloj meteorológico del Distrito Federal atrasa. Y tocaron lluvias de mayo en junio, en julio. Mucha gente lloró por ese hombre con aspecto de oso, manos enormes, ojos siempre un poco entrecerrados, como pícaros, que no sobrevivió a un trasplante de riñón por el que había esperado más de tres años.

En otros julios murió también el escritor chileno Roberto Bolaño. En 2003, para ser precisos. Llovía y corría un viento arrasador. Antes de emprender su último viaje en la tierra, Bolaño puso en su departamento la canción “Lucha de gigantes”, que compuso el español Antonio Vega para su grupo Nacha Pop. Como Eliseo Alberto, Bolaño era joven y fumaba empedernidamente. Como él, un exiliado (vivía y murió en Barcelona). Como él, un candidato a ser trasplantado, sólo que no de un riñón, sino de un hígado que nunca llegó. Ambos, el chileno y el cubano, habían sido candidatos al premio Rómulo Gallegos, pequeño Nobel latinoamericano que quedó en manos del autor de Los detectives salvajes, aunque “Lichi”, como le decían al hijo del enorme poeta Eliseo Diego, llegó hasta las instancias finales. Era 1998 y el voto disidente fue de su amiga, la escritora Ángeles Mastretta. “No sé, a mí me gustaba más Caracol Beach”, explicó la autora de Arráncame la vida.

Ángeles es la misma que escribió en su blog: “Murió Eliseo Alberto. Santo y sabio, hermoso, melancólico y procurador de dichas. Escribiendo, Lichi nos regaló alegrías que no podemos pagarle más que volviendo a cobrar el gusto de leerlo. Hasta ahora, Lichi.”

En estos días no hay hígados ni riñones que devuelvan la vida a dos gigantes de la literatura de nuestro continente que se fueron jóvenes y que animaron las arenas de los premios con esa displicencia y escepticismo sólo esperables en los verdaderos poetas.

Demasiado sacrificio para lograr que esos libros que escribieron como un conjuro contra la muerte sean de pronto recuperados por lectores ávidos que aceptan, inesperadamente, las letras de los tiempos que viven. Leer a los contemporáneos, al fin y al cabo, es asirse al mundo presente con tozudez de niño, con optimismo de muchacha veinteañera.



La obra




Eliseo Alberto de Diego fue un gigante no sólo porque medía casi dos metros y tenía una espalda ancha, capacitada para abrazar a muchos amigos a la vez. Era grande también porque le hizo frente al hecho de ser el hijo de uno de los poetas más importantes del siglo XX sin hacerle frente. En relación con el escritor cubano, nunca nadie firmó una nota de congoja, digna del psicoanálisis burdo que suelen practicar sin oficio y sin vocación algunos medios periodísticos, lamentando la circunstancia de tener que definir quién era mejor, si el hijo o el padre. Tal vez porque Lichi ya tenía asumido y trabajado su complejo de Edipo o simplemente porque amaba demasiado a su progenitor, nofue el autor de Caracol Beach un niño terrible como Martin Amis, rival literario de quien le dio la vida, el laureado poeta de nombre Kingsley. No. Eliseo amaba mucho a Eliseo. Tanto como para que un libro suyo llevara de título un verso de su padre: La eternidad por fin comienza un lunes (La eternidad por fin comienza un lunes / y el día siguiente apenas tiene nombre / y el otro es el oscuro, al abolido. / Y en él se apagan todos los murmullos / y aquel rostro que amábamos se esfuma / y en vano es ya la espera, nadie viene…).

“Yo adoro a mi papá, a veces hasta me tienen que dar un golpe para que deje de hablar de él, ahora estoy escribiendo todo un libro sobre su persona. Papá fue un hombre muy sencillo, humilde, era maestro de escuela, venía de una familia muy aristocrática, pero él era extraordinariamente modesto, un católico de verdad. No me pesaba, aunque tomé medidas precautorias”, declaró en 2006 al periódico El Universal.

En La eternidad por fin comienza un lunes, de 1992, Eliseo Alberto hablaba de un circo pobre que recorre Latinoamérica llevando el arte del mago Asdrúbal, de la trapecista Anabelle, del malogrado león Metro Goldwyn Mayer.

En Crónicas Mexicanas, de 2009, Lichi dio su particular visión de un país al que llegó a amar no tanto como su Cuba natal, pero casi. Contó, entre muchas otras, la historia de los nueve náufragos que sobrevivieron nueve meses a la deriva y, como Monsiváis, habló de Juan Gabriel y de la Virgen de Guadalupe.

Llegó a México en 1998, luego de ser declarado traidor por Fidel y Raúl Castro. En 2000, Eliseo Alberto obtuvo la nacionalidad del país que le dio cobijo. “El lío va a ser cuando muera, porque como fantasma me la pasaré volando de la isla a México, voy a ser un fantasma en medio del golfo de México”, declaró en 2005.

Cuando Lichi tenía que cantar el himno nacional mexicano lo hacía agregándole dos versos del cubano. Y viceversa.

La fogata roja fue su primera novela. Se publicó en 1985 y cuenta la historia de un niño que ingresa al ejército de Sandino en Nicaragua. De Nicaragua viene también el escritor Sergio Ramírez, a quien Eliseo Alberto quería mucho. “Una vez le mostré una foto de mi familia. Y él me dijo: debe de ser una de las pocas imágenes que guardas donde están todos juntos. ¿Cómo te diste cuenta?, le pregunté. Es lo que pasa con las revoluciones: siempre falta alguien en la foto, me contestó Sergio.”.

Informe contra mí mismo fue su diáspora y su catarsis. Lo escribió en 1978 y lo publicó fuera de Cuba. “Por ese libro me recordarán”, solía decir. “Es un libro a favor de lo que amo, mi familia, los amigos, la isla entera”, comienza el prólogo de un documento desgarrador en donde cuenta cómo las autoridades cubanas le habían pedido, cuando él era soldado, que redactara informes en contra de su familia y amigos: “Lo que realmente importaba era contar con un archivo comprometedor, no una reseña sobre el posible acusado, sino un arma contra el seguro confidente. Un texto donde cada uno de nosotros firmaba, a veces sin darnos cuenta del peligro, el compromiso de nuestro propio silencio, pues tarde o temprano esa página escondida en los naufragios de la historia podría salir a flote con su carga de mierda arriba”.

Caracol Beach fue su consagración internacional. Con esa novela ganó el premio Alfaguara en 1998 y allí la crítica comenzó a destacarlo como un heredero natural y vocacional del realismo mágico, sobre todo de su admirado Gabriel García Márquez. Aunque quién sabe. Si bien es cierto que el estilo barroco y florido de Eliseo Alberto, que llevó hasta su máximo en la novela finalista del premio Primavera 2005 en Esther en alguna parte, lo convierten automáticamente en un deudor de la tradición del boom, sus historias cercanas y su profundo ejercicio de la nostalgia le dan un peso propio, independiente.

Escribió también tres libros de poemas, todos hasta 1979. Luego del divorcio de su primera mujer, la bailarina cubana Rosario Suárez, Lichi dejó la poesía.

Su última novela fue El retablo del conde Eros, de 2008. Hizo varios libros de crónicas y publicó también cuentos para niños.



El cine



Eliseo Alberto, licenciado en periodismo por la Universidad de La Habana, fue jefe de redacción de la gaceta literaria El Caimán Barbudo y subdirector de la revista Cine Cubano. Impartió clases y talleres de cine en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba, el Centro de Capacitación Cinematográfica de México y el Sundance Institute de Estados Unidos y en Chile. También fue guionista de los filmes Guantanamera, El elefante y la bicicleta y Salón México.

“Un guión de cine, te voy a decir, no sirve para nada, salvo para hacer una película. Eso es muy triste, y se debe a que el cine, siendo tan poderoso, tiene una debilidad. El cine necesita que otro arte se sacrifique por él y ese arte es la escritura. Entre el cine y la escritura existe la misma relación que existe entre el gusano y la mariposa. El gusano tiene que desaparecer para que en su lugar surja otro animal, que muchos creerán que es más bonito, la mariposa”, le dijo al periodista Gabriel Contreras.



El ajedrez



Eliseo Alberto quiso ser pianista y fabricante de barcos, pero nada amaba tanto como al ajedrez. “Esa es la pasión más grande”, dijo una vez. Participaba a menudo en los torneos y admiraba a su compatriota, el gran ajedrecista cubano José Raúl Capablanca, sobre quien estaba escribiendo un libro en sus últimos días.

En 2006 reunió los ensayos sobre el ajedrez de Luis Ignacio Helguera (1962-2003) y publicó un libro del que también hizo el prólogo: Peón aislado. Ensayos sobre el ajedrez. Fue en ese mismo año cuando retó al campeón mundial ruso Veselin Topalov en la Casa del Lago Juan José Arreola. Junto al también escritor Daniel Sada, Eliseo le aguantó al ruso una partida de más de cinco horas.

“Hacer una novela es jugar una partida de ajedrez, porque tienes que mover esta pieza sabiendo que después vas a mover esta otra y que diez jugadas más adelante vas a atacar tal punto en el frente del contrario”, decía.



La cocina

Eliseo Alberto de Diego había nacido el 10 de septiembre de 1951 en Arroyo Naranja, una localidad ubicada en los suburbios de la capital cubana, donde entre otras atracciones, se erigen el Jardín Botánico y la famosa Expocuba.

Para él la patria era un plato de frijoles y un vaso de ron. Lichi se comía su país todos los días.

“La patria es un plato de comida. Yo me como mi país todos los días. Sus frijolitos negros, su yuca con mojo y una cosa que se come San Pedro en el cielo todos los domingos. Está comprobado: tamal en cazuela”, contó en una entrevista al periódico El País. El escritor era un cocinero incansable a quien le gustaba organizar grandes comilonas en su casa para homenajear a sus amigos. Estaba convencido de que Dios era vegetariano, “porque de otro modo no hubiera durado tanto”.

“Me gusta la cocina, he aprendido que soy un cocinero extraordinario. Eso lo aprendí cuando me quedé solo con mi hija que era muy pequeñita. A mí la cocina me entretiene muchísimo. Cocino mucho, en mi casa todos los días van a comer diez o doce amigos, casi todos cubanos errantes también, exiliados. Muertos de hambre que van a la casa a buscar su olla popular, digamos. La cocina me entretiene mucho, me encanta cocinar, me gustaría escribir un libro de cocina”.

En el prólogo al libro de crónicas editado por Cal y arena, La vida alcanza, el periodista cubano y muy amigo de Eliseo, Rubén Cortés, escribió: “Todo lo que deseaba aquella tarde brumosa de la ciudad de México era regresar a su departamento de la sureña colonia Del Valle, frente al Parque Hundido, para continuar una escena justo donde la había dejado para irse a Europa: Luna, su perrita cocker spaniel, dormida sobre sus costillas y él sesteando en un sofá después de dar cuenta de un tamal en cazuela con manteca de puerco, que había cocinado ese día para el pintor Pedro Luis Rodríguez Peyi, el musicólogo Carlitos Olivares, su hija María José y para mí.”



La vida de un hombre bueno




Los muchos amigos que tenía Eliseo Alberto lloraron su muerte sin pudor. Había muerto un hombre bueno.

El escritor padecía una grave enfermedad renal desde hace tres años, dolencia que descubrió por el síntoma de quedarse dormido en cualquier lado y contra la que luchó a brazo partido. Recibió un trasplante de riñón a mediados de julio en el Hospital General de México.

Agradecido estaba al sistema sanitario mexicano y a la Fundación Ale, una organización sin fines de lucro que propició la donación del riñón que le fue injertado.

“Ale no nos permite perder una ilusión que, sin el apoyo de la Seguridad Social y otros grupos filantrópicos de real y venerada misericordia, sería con suerte un bonito delirio por no decir una última quimera: el desesperado sueño de seguir vivos”, había escrito en su columna habitual del periódico Milenio.

“México es un país magnánimo, no solamente un territorio acosado por la violencia y el crimen. El sistema de Seguridad Social, tan extendido en este país a pesar de las carencias conocidas, más no pocas asociaciones y fundaciones bondadosas, nos acompañan en este trance. Yo soy testigo y deudor”, aseguraba.

Vivía en un departamento de la Colonia del Valle, al sur de la ciudad, con su única hija, María José, quien lo acompañó en sus últimos momentos junto a su madre y ex esposa del destacado escritor, María del Carmen Álvaro Díaz.

Nunca se repuso del todo de las muertes de su hermano “Rapi” y de su madre, Bella. “Bella de nombre y bella de persona”, decía.

Eliseo Alberto tenía una hermana gemela también escritora y un único pecado mortal confesado: “Nadie ha querido más a Cuba que yo”.

Estaba convencido de que Dios había hecho el mundo para escuchar el Concierto número 40 de Mozart.

Sus cenizas serán llevadas a su adorada Cuba.

viernes, 5 de agosto de 2011

NOAH WYLE


Los foros de Internet dedicados al ex médico de ER (Sala de emergencias), el único miembro del elenco que duró hasta la undécima temporada, lo que lo convierte en el actor con más episodios durante toda la serie: 254, se refieren a Noah Wyle (Hollywood, 1971) como “el conquistador silencioso”.

Las fans, que de esto saben, no se equivocan a destacar sus virtudes: al fin y al cabo, el atribulado doctor John Carter nos enseñó el valor de quedarse callado, suspirar con aire angelical y seguir trabajando a ritmo desenfrenado cuando la vida se empeña en mostrarnos su cara más negra.

Las mujeres amaron a ese personaje tierno, un tanto desvalido, buen mozo y millonario que, pudiendo tener todas las mujeres del mundo, moría de amor por la enfermera bipolar Abby Lockart (rol interpretado magistralmente por la hermosa Maura Tierney).

Fue tan fuerte su personaje en la serie creada por Michael Crichton y producida por NBC, entre 1994 y 2009, que tuvieron que pasar seis años para que Wyle se sacara la bata blanca y retornara a la televisión, esta vez al frente de Fallin skies, la serie producida por el infalible Steven Spielberg.

Se trata de una historia de alienígenas que el canal TNT comenzó a transmitir a principios del mes pasado y en donde uno de los actores más solidarios y queridos de Hollywood encarna a un profesor universitario de nombre Tom Mason, encargado de defender a los supervivientes humanos que resisten a la invasión de los extraterrestres.

No es la primera vez que Wyle trabaja con Spielberg, quien fungió como productor ejecutivo de ER en las últimas temporadas. El director de E.T. y Tiburón, entre otras películas emblemáticas, fue una de las razones para que Noah aceptara regresar a la pantalla chica. Es cierto también que el actor deseaba que su hijo de ocho años, Owen, fruto del matrimonio con la maquilladora Tracy Warbin, lo viera como un superhéroe.

En el estreno en los Estados Unidos, Fallin skies tuvo una media de seis millones de espectadores. Se grabaron 13 episodios y ya se habla de una segunda temporada.

Si en Sala de emergencias, el buenón de Carter era más bien parco en movimientos, en esta nueva serie, el personaje de Wyle debe enfrentar numerosos desafíos físicos.

“La verdad, no estaba preparado para mover tanto el cuerpo, pero lo he disfrutado mucho. Trabajar con toda la tecnología digital es algo que requiere mucho trabajo, es muy intenso. Te siente a veces muy tonto cuando estás reaccionando a cosas que no están ahí y esperas que al verlo editado sea algo que realmente da miedo para que no tengas el aspecto de un imbécil”, confesó el actor en entrevista.

Poco aficionado a la ciencia ficción, Wyle se muestra de todos modos satisfecho con esta historia apocalíptica que “pone a la humanidad en el mismo equipo, todos impulsados por la necesidad de defendernos de una amenaza externa”, declaró.

Para el futuro, Noah espera que la vida profesional le brinde la oportunidad de hacer una comedia, un registro que todavía no ha explorado.

miércoles, 3 de agosto de 2011

100 AÑOS DE "CANTINFLEAR"


“La risa es lo propio del hombre” es la cita con la que comienza la inolvidable película de 1940, Ahí está el detalle. La favorita de actores y directores entre la vasta filmografía de Mario Moreno “Cantinflas”, no lo contaba a él como figura principal, acompañado como estaba por grandes estrellas de la época como Joaquín Pardavé y Sara García, la inolvidable abuelita del cine mexicano. Sin embargo, la presencia del hoy legendario cómico superó todas las expectativas. Usando un lenguaje propio de nuestros tiempos, diríamos que el “peladito” se robó la peli.

Este 12 de agosto, don Mario Moreno cumpliría 100 años y, como es de rigor para una figura de su tamaño, los homenajes se multiplican. Una remake en 3D de La vuelta al mundo en 80 días, el filme que ganó cinco Oscar en 1956, una nueva serie de dibujos animados que se llamará El mundo de Cantinflas, un tequila que llevará el nombre del cómico y la imposición de una estatua en el madrileño barrio del Rastro, son algunas de las conmemoraciones con que se evocará la figura del cómico.

La película sobre la vida de Cantinflas, con guión de la argentina Gabriela Tagliavini y dirección del mexicano Alejandro Gómez Monteverde, atraviesa aparentemente serios problemas de producción, según reveló el actor español Oscar Jaenada, quien había sido elegido para encarnar al comediante en la pantalla grande y que se ha retirado del proyecto.

Más allá de los homenajes pertinentes, el personaje creado espontáneamente en una noche en que Moreno olvidó su monólogo y comenzó a hablar con incongruencia, perdura en la memoria y en el afecto no sólo de sus compatriotas, sino también en la del público latinoamericano y en el español, para los que es todavía un ídolo de masas.

Este hombre singular que de las carpas de los circos mexicanos donde comenzó su carrera, llegó al cielo de Hollywood ganando un Globo de Oro en 1957 y durmiendo en la Casa Blanca en 1963, invitado por el entonces presidente Lyndon Johnson, tuvo una existencia llena de matices. Querido por el pueblo, no era muy apreciado por sus colegas y tenía unos cuantos enemigos, entre ellos el gran cantante y actor Jorge Negrete.

“Si Cantinflas se compraba el carro último modelo, Negrete, al día siguiente, tenía uno igual o mejor. Negrete envidiaba lo que Cantinflas tenía, materialmente hablando”, llegó a contar el célebre cinefotógrafo Gabriel Figueroa.

Amante de la fiesta brava y experto en el toreo cómico, fue uno de los mejores actores pagados de la época y como productor reveló una gran muñeca para los negocios.

Complejo y contradictorio, abrazaba las ideas políticas más conservadoras y, sin embargo, se sentía al mismo tiempo el representante de los pobres y desprotegidos de su país.

En la vida real quiso ser médico, pero se lo impidió la situación económica de su familia, formada por padre, madre y 15 hijos. En el cine fue bombero, policía, diputado, cura y profesor, entre otras tantos oficios.

Estudiado por antropólogos, sociólogos y lingüistas, Carlos Monsiváis dijo de su célebre personaje: “Hablaba para decir, nada, los demás lo escuchaban para no entender”.

Hizo más de 50 películas y murió en 1993 a causa de un cáncer pulmonar. Tenía 82 años cuando se hizo inmortal.

MICHAEL BUBLÉ


Cuando Michael Bublé, nacido el 9 de septiembre de 1975 en Burnaby, Canadá, se dio a conocer al mundo, debió lidiar con odiosas e inoportunas comparaciones. El marketing lo llamó “El nuevo Sinatra”, para exasperación de los amantes y conocedores del jazz. Lo cierto es que desde que existe Tony Bennett, desde que hubo un Sinatra en este planeta, los intérpretes del género, por caso Harry Connick Junior, el británico Jammie Cullum y el propio Bublé, se ven compelidos a acceder al altar donde descansan los crooners inimitables.

Recuperando temas clásicos como “That´s life” y “Come fly with me”, apadrinado por el veteranísimo y experimentado Paul Anka, Michael se amparó en la luz de Sinatra, es cierto, pero con el tiempo fue demostrando que podía ser capaz de timonear una carrera musical de acuerdo a sus propios términos y estilos.

Como sea, los 35 millones de discos vendidos y los cuatro Grammy que ganó desde que lanzara su álbum debut en 2003, son el reflejo de un éxito internacional y una autoconfianza que rindió frutos luego de una intensa lucha para poder dedicarse a la música.

Quiso ser jugador de hockey sobre hielo, trabajó de pescador comercial durante muchos años y siempre fue muy estimulado por su abuelo plomero, quien ofrecía arreglos caseros a cambio de que su nieto pudiera cantar en algún escenario doméstico.

Michael Bublé tiene cuatro discos, una vida dorada en Hollywood desde que se casó con la actriz argentina Louisiana Lopilatto y, en el nuevo milenio, su voz de barítono trajo el glamour de otros tiempos para encantar a viejas y nuevas generaciones.

La buena noticia es que el intérprete que en los inicios de su carrera fue apoyado por el célebre matrimonio de músicos formado por la cantante Diana Krall y el compositor Elvis Costello, cantará por primera vez en México, cumpliendo así con los deseos de sus múltiples fans en nuestro país.

Como parte de su gira Crazy Love, el chico con más swing de la música contemporánea, pisará suelo regiomontano para cantar el 18 de agosto en la Arena Monterrey.

Posteriormente, el artista que usó sus primeros salarios para comprarle una bonita casa a sus padres, animará el escenario del Auditorio Nacional, con capacidad para 10 mil personas, con presentaciones el 20 y el 21 de agosto.

Las negociaciones fueron arduas, pero el esfuerzo valió la pena, pues a pocos días de anunciarse los conciertos, el público se largó a comprar las entradas, hoy casi agotadas, que van desde los 300 hasta los 1650 pesos.

Acompañado por una gran orquesta, Bublé cantará clásicos como “Mack the knife”, “All of me”, “Moondance” y “Felling good”, entre otros.

LA VOZ NUEVA DE NICOLE


Pocos nuevos músicos llegan a su primer disco de la manera en que lo hizo Nicole, la joven de 23 años amante de la poesía, la danza y de Los Beatles, nacida en ciudad de México el 6 de diciembre de 1987. Al menos, no en el campo de la canción pop y de los ídolos juveniles, generalmente fabricados en ascéticos estudios de grabación donde siempre hay alguien que tiene “la neta” para acceder al mainstream.

Pero esta chica confía mucho en lo que hace y aquello que hace lleva la mayor parte de su energía y toda su pasión, como para dejarse vender como un producto de consumo rápido. Al contrario, fue tocando puertas hasta que se le abrió la del productor Carlos Lara, quien respetó a rajatabla las motivaciones artísticas de una artista que deseaba, fundamentalmente, alejarse de los sonidos bobos y electrónicos con que muchos de sus congéneres inundan el mercado.

Quería que en su primer disco, Resucitar, el acordeón fuera un acordeón, el piano un instrumento ídem y así.

“Llevo muchos años sumergida en el mundo de la música a través del aprendizaje de distintos instrumentos”, dice la muchacha que compuso su primera canción a los siete años, que tomó clases de chelo, violín y contrabajo y que estudió tres años con músicos callejeros de Guadalajara, intentando aprehender el sonido natural y vívido del arte popular.

Nicole publicó su primer libro de poesía a los 11 años y el segundo a los 20. Está emocionada por la salida de su primer material discográfico, “porque ha representado un gran trabajo, realizado con minuciosidad y disciplina”.

“Ya llegó la hora”, dice con euforia a propósito del material grabado en Los Ángeles.

“Las letras son metafóricas y mis canciones hablan mucho de la totalidad del ser”, explica.

Apasionada de la lectura y cultora de las artes en general, Nicole vive esa edad maravillosa en que todo hecho se convierte en un caudal de información que la inspirará a la hora de producir sus propios temas.

Interesada en la pantomima, ella misma ha construido la imagen con la que se presentará al mundo profesional: una muchacha cándida, arropada por tules, descansa junto a un caballo de carrusel sobre un piso regado con una guía de focos apagados.

Es una joven que no quiere ser grande ni vestirse de femme fatal para demostrar lo que no es. Su discurso seguramente tocará las almás más sensibles de los chicos y chicas de su edad.

“Hablar de la gente que tiene mi edad es generalizar y eso no me gusta, pero podría decir que si bien hay muchos jóvenes que buscan autodestruirse a través de las drogas, el sexo y la bebida, hay otra gran cantidad de chicos que buscan dar, amar y usan su poder creativo para mejorar su mundo y el de los demás”, pregona con convicción.

La resurrección es un concepto que Nicole tiene muy estudiado. Con cierto aire místico asegura que “todos los días, en cierta medida, comenzamos de nuevo”. En la aventura de vivir, ella ha elegido ese impulso que nos compele a salir a enfrentar nuestra propia existencia todos los santos días que nos toca estar en este mundo, para construir el discurso con el que dará a conocer su música fresca y emotiva.

Resucitar saldrá a la venta en el segundo semestre del año, mientras suena su primer sencillo, “Si tú me quieres”, una evocadora tonada que habla del amor por uno mismo y de la fortaleza existencial que dicho sentimiento implica.

LOS IMPRESCINDIBLES EN CD








ESCALANDRUM: Piazzolla plays Piazzolla

El nieto del gran Astor, Daniel “Pipi” Piazzolla, es un afiatado baterista de jazz de largo recorrido por la música de su país natal, Argentina. Por primera vez y seguramente después de varias sesiones con su psicólogo, el muchacho decidió dedicarle un disco a la obra de su nono. Con su grupo Escalandrum recorre clásicos como “¡Escualo!” y “Adiós, Nonino”, entre otros. Esencia de un Piazzolla sin bandoneón, en tempo jazzístico y con mucha sangre familiar.

EDDIE VEDDER
: Ukulele songs

Eddie Vedder, el líder de Pearl Jam, aparece discreta y sorpresivamente con un nuevo álbum solista, tras haber editado una banda sonora para la película Into the Wild (Sean Penn, 2008). La voz quebrada y emotiva del cantante de Illinois, de 47 años, se asienta sobre el sonido seco y vertiginoso de un ukelele. Raíz rockera en melodías atemporales, dignas de una época globalizada y confusa.

BRIAN ENO: Drums Between the Bells

El rey del ambient deja de lado su carrera de productor estrella para producir un nuevo álbum. Tañidos de campana, baterías, guitarras tristes que acompañan la poesía de Rick Holland, con quien ya había grabado algunas cosas en 2003, dan carácter renovador a un músico que se renueva constantemente. Entre Franco Battiato y Laurie Anderson: el mejor Brian para el osado Eno.

BABASÓNICOS: A propósito

La gran banda de pop rock argentino lo hizo de nuevo: el misterio, la fantasía y el barroquismo de sus melodías dieron origen a un nuevo disco delicioso, donde Adrián D’Argelos se confirma como uno de los mejores letristas del rock en español contemporáneo. En la búsqueda constante por no repetirse, puede sin dudas haber melodías mejores que otras. En ese sentido, “Flora y fauno” posee una sustancia adictiva y un destino de clásico en su esqueleto.

NIÑA PASTORI: La orilla de mi pelo

Volcada enteramente al sonido pop con que vistió su cada vez más escondida raíz flamenca, la cantante española deja las guitarras de tablao para abrazar las cuerdas eléctricas, producir un videoclip ad hoc y largarse a conquistar los públicos menos prejuiciosos del mundo. Su voz es la de siempre: un vidrio que se quiebra sorpresivamente en el centro de tu corazón.