martes, 31 de mayo de 2011

ENTREVISTA A ALMA GUILLERMOPRIETO


“No creo que mi nota sea más importante que la vida de un entrevistado”

Tiene un rostro perfectamente delineado, con una armonía de rasgos que pareciera esculpida con un cincel de artista. Sus movimientos de gacela y su voz entre tenue y susurrante le dan un aire abstracto que cobra materialidad y rotunda presencia cuando Alma Guillermoprieto sonríe. La célebre periodista mexicana, una de las reporteras más admiradas por sus colegas y por el mundo lector que sigue línea a línea sus deslumbrantes crónicas en The New Yorker o en The Washington Post, no parece estar presa de esa personalidad fascinante que la ha puesto en el centro de atención desde que se dedicara con pasión y rigurosidad, hace de esto 30 años, al oficio de reportera. Hablando de su jardín, de cómo las plantas reverdecen aun cuando ya no se lo espera, de cómo podría haber sido, sin falsa modestia, una muy buena cantante de blues, la periodista le hace frente a su propio mito y se yergue frente a la vida con una energía que desmiente la edad que dice su fecha de nacimiento.

Nacida en 1949, Alma acaba de presentar su libro Desde el país de nunca jamás, un compendio de sus magníficas crónicas publicadas entre 1980 y 2010. El conflicto civil en El Salvador, la crisis de Granada, la masacre del Mozote, el éxito internacional del grupo musical Menudo, la proliferación de sectas y religiones en Río de Janeiro o la lucha entre el gobierno peruano y Sendero Luminoso son tratados por Guillermoprieto con rigurosidad y pluma amena.

Alma, quien a lo largo de su carrera ha recibido, entre otras distinciones, el premio de la Latin American Studies Association y el Doctorado Honoris Causa por la Baruch University, habla en esta entrevista de su pasión por Latinoamérica y de cómo en México, su país natal, todo reverdece, a pesar de todo.

Mujer de fe, periodista de raza

- ¿Sigue teniendo tan poca fe en el futuro del periodismo como cuando dio aquella entrevista en El País?

- Tal vez me he consolado un poco y me haya hecho más optimista con la publicación de este libro, Desde el país de nunca jamás (Random House Mondadori), porque veo que ahí hay relatos que tienen 30 años y a lo mejor la gente todavía quiere leer. Entonces pienso que el relato impreso puede tener cierta vida. Por otro lado, también veo que la gente lee en Internet, lee libros electrónicos, que Amazon está vendiendo más libros que nunca y eso también refuerza la fe en la lectura. Además, he empezado a hacer ciertos experimentos en Internet que no han salido tan mal y veo desventajas y desventajas.

- ¿Cuál es ese proyecto?

- El proyecto que armé junto con otros 71 escritores y reporteros mexicanos se llama 72migrantes.com y es un esfuerzo por darle rostro y nombre a los 72 migrantes centroamericanos que murieron en agosto en Tamaulipas. Y me di cuenta, haciendo ese proyecto, que logré reunir a 72 autores con sus textos en tiempo récord, realmente, en dos meses, eso no se hubiera podido hacer con un trabajo impreso. Por otro lado, Internet, que parece ser una cosa muy flexible, que se presta a narración no lineal y cosas así, es lo más lineal del mundo, es muy torpe. Es un instrumento, tecnológicamente hablando, mucho más atrasado que un libro. Por el momento, obviamente, eso está cambiando rápidamente, pero por ahora un libro es perfecto y un proyecto complejo como 72migrantes.com en Internet es todavía torpe, cuesta trabajo navegar, uno tiene que ir con el dedo y hacer pum, pum, pum, no hay otra manera de escapar de esa linealidad. Fue un experimento interesante.

- ¿Es probable que salga un libro de esa experiencia?

- Sí, entre otras cosas porque la gente más “internética”, incluyendo a la mujer que hizo la programación del portal, cuando le comenté que a lo mejor salía un libro, me respondió: - Ay, sí, qué padre, yo quiero un ejemplar. Porque un libro es una cosa que se puede tener y los seres humanos vamos a tener cosas que nos gustan.

- ¿La fe en la profesión podría también darse a partir de las nuevas generaciones?

- Absolutamente. Ese pesimismo que yo reflejaba, hablando de aquella nota en El País, tenía que ver sobre todo con mi generación. Los jóvenes tienen el mundo por inventar y lo van a inventar. Periodismo siempre va a haber, porque necesitamos información. Y literatura de no ficción como los textos que están reunidos en mi libro, también va a haber, porque necesitamos no sólo información, sino también necesitamos experimentar el placer de la lectura, necesitamos reflexión, que nos cuenten un cuento, es uno de los impulsos fundamentales del ser humano: contar el cuento y escuchar el cuento.

- Es muy interesante su método en el taller de periodismo para jóvenes que consiste en que se critiquen los textos entre ellos…

- Cuando empecé esa experiencia, en los primeros dos talleres, los hombres sobre todo se rebelaban. Ellos no querían exponerse así, no conocían el sistema de que alguien les editara un texto, pero insisto en que el periodismo es un oficio, no es una profesión y obviamente tampoco un arte, aunque tiene mucho de artístico. Los oficios se aprenden artesanalmente, siendo aprendiz de oficio. Y se aprenden también reuniéndose con los otros zapateros, con los otros reporteros, a tomarse una cerveza y hablar del asunto. Y un taller, finalmente, en la Fundación de Nuevo Periodismo, es una oportunidad de reunirse a hablar del oficio entre reporteros jóvenes de toda América Latina.

- Dicen que nunca el tiempo pasado fue mejor, pero era lindo aquel mundo en el que predominaban los oficios…

- Sí, claro. Creo que una de las grandes equivocaciones de los modelos económicos que se adaptaron en América Latina, en México, en los ´40, fue fabricar licenciados y desconocer la enorme tradición artesanal que había en todos nuestros países, destruir una tradición artesanal y crear con ello ejércitos de desempleados.

- Cuando tuvo su reciente libro en la mano y lo recorrió desde El Salvador a Ciudad Juárez, como sus crónicas, ¿Cómo se sintió?

- Me sentí vieja, porque son 30 años de oficio y me sentí también un poquito orgullosa no por los textos en sí, sino del sudor, del trabajo, que les he invertido. Cada texto me llevó tres meses de reportería, de caminar, de esfuerzo, a veces también de riesgo. Y luego de sufrimiento a la hora de escribir, de trabajo colectivo con la revista, con el editor para pulir el texto, con los verificadores de datos para que no vaya con errores. Son textos muy trabajados, muy esforzados.

- ¿Volvió a leer todos los textos para la publicación del libro?

- Sí. Mucha gente piensa que lo que hay en el libro son dramas y desastres, que los hay, claro, pero lo que me llamó la atención es el humor que hay por ejemplo en los retratos de Carlos Menem (ex presidente de Argentina), de Alberto Fujimori (ex presidente del Perú), del líder de los pepenadores, en el relato del Brasil, de las situaciones absurdas de un presidente que está por ser despedido y la gente que se interesa más por el drama de una telenovela. Me he reído mucho a lo largo de estos años y eso también está reflejado en El país de nunca jamás.

- Lo que sí parece viejo es ese anhelo de pensar en Latinoamérica como un país. México, por ejemplo, está tan lejos de la experiencia latinoamericana…

- México siempre ha mirado hacia el Norte. Cuando llegué por primera vez a Nicaragua, yo sabía que estaba en Centroamérica y lo que hice en el aeropuerto fue fijarme si Nicaragua quedaba adelante o atrás de Costa Rica y son nuestros vecinos más inmediatos. No sólo México ha mirado siempre hacia otro lado. Brasil tardó en reconocer que es parte de este hemisferio. Argentina se ha creído siempre parte del Cono Sur…

- Cuando no se cree parte de Europa

- Justamente. Para mí lo interesante, gracias al privilegio de ser una reportera, es haber caminado país por país, recorrido los territorios en buses, en taxis destartalados, y ver lo parecidos que éramos. Digo siempre que me siento latinoamericana porque he vivido en muchos países, como Nicaragua, El Salvador, Colombia, en Brasil, pero también porque es cierto. Nos parecemos.

- En estas dos visiones que hay sobre el periodismo de reportaje, una que plantea que no hay que involucrarse y la otra que sí, ¿dónde se encuentra usted?

- Procuro escribir a partir de lo que recuerdo de mis reportajes. Porque lo que recuerdo es lo que me conmovió, es lo que me impresionó y le va a dar impulso a las palabras que voy a usar. Y después, tomo el cuaderno, reviso mis notas y veo que no inventé nada, pero mi impulso primero es la memoria; trato sí, de ser clara con mis entrevistados, muchos de los cuales se encuentran a menudo en situaciones límite. Yo no los puedo ayudar. Eso para mí es lo más difícil, lo más terrible, de mi trabajo como reportera. No los puedo ayudar. Les estoy quitando tiempo y ellos muchas veces quedarán con la esperanza de que a lo mejor de ese artículo que voy a publicar va a salir algo bueno. No es cierto: y quiero que les quede claro. Eso es terrible y por eso agradezco tan profundamente a mis entrevistados, porque su generosidad es pura y simple.

- Frente al entrevistado, ¿cuándo parar?

- Trato siempre de respetar la vulnerabilidad de mis entrevistados. No quiero que nadie corra el menor riesgo por hablar conmigo. No creo que mi nota sea más importante que la vida de un entrevistado o que la paliza que le puedan dar por hablar conmigo. Lo que sí procuro es quedarme más allá de mi propio aburrimiento y del aburrimiento de los entrevistados. Después de 30 de años de oficio, uno corre el peligro de escuchar siempre las mismas respuestas y en medio de un calor sofocante, que detesto el calor, en medio de un lugar lleno de polvo, mi impulso es cerrar el cuaderno y decir: -vámonos de aquí, me está esperando en el hotel un buen trago frío. Hay que quedarse más allá de eso, hasta que uno escucha la respuesta sorprendente.



El Salvador y más acá



“Los cuerpos arrojados en el mar de lava salvadoreño”, “Los militares mantienen un frágil control en el pueblo de Perkín”, “Los campesinos describen los asesinatos en masa”, las crónicas que Alma Guillermoprieto ha escrito sobre la Guerra Civil de El Salvador(1980-1992) tienen una actualidad conmovedora y traen al presente la sangrienta historia de un país que aún busca su destino.



- El Salvador sigue siendo la gran cicatriz que no cierra en Latinoamérica…

- Bueno, no podría decir cómo están las cosas ahora, porque no he vuelto desde la Guerra Civil. Ahora, el mes próximo regreso a reencontrarme con ese pueblo…lo que pasa es que El Salvador fue, como Nicaragua, un país donde las grandes potencias jugaron al ajedrez, donde pisotearon a pueblos enteros y luego, cuando se les acabó el interés y terminó la Guerra Fría, nunca se volvió a hablar del asunto. Eso no quiere decir que los países hayan dejado de existir ni que los dramas que transcurrieron allí, tan espantosos, no hayan ocurrido. No creo que el periodismo sirva para gran cosa, pero sí sirve a la larga para decir: esto ocurrió aquí. Nada más.

- El periodismo sirve para que el que lo hace se divierta, ¿no?

- Sí, para uno sirve mucho, claro. El texto no creo que sirva para gran cosa, más que para hacer un testimonio, pero para nosotros es la forma más divertida de ver el mundo. Esto es como estar permanentemente en un asiento de primera fila ante el gran teatro del mundo. Es un privilegio.

- ¿Cómo relaciona ese privilegio con el éxito profesional?

- No lo relaciono. Nunca se me ocurrió y nunca me propuse el éxito profesional. Hasta hace muy poco me di cuenta de que soy, efectivamente, una periodista exitosa.

- ¿Disfruta o le pesa este status en el que todos le pedimos opinión acerca de todo?

- No me divierte. Siento que me quita una de las cosas que más disfruto en la vida que es el anonimato.

- Habla poco del miedo…

- Es que me queda claro que en cualquier otra situación parecida, cualquier otro reportero hubiera hecho lo mismo. Entonces, ¿por qué tratar el tema? Se da por hecho de que el miedo o el riesgo son parte del oficio y que si en determinado momento estuvimos en situaciones riesgosas fue porque lo escogimos.

- Se habla a menudo también de los reporteros que corren riesgos innecesarios. ¿Ese fue el caso de los periodistas muertos en Libia recientemente?

- Tim Hetherington y Chris Hondros no corrieron riesgos innecesariamente. El trabajo del reportero gráfico se distingue porque si no estás ahí, no tomas la foto. Punto. Entonces, su oficio es mucho más arriesgado que el de alguien que escribe textos. Ahora, yo entré al oficio como una despistada total y la primera amistad que hice cuando llegué a Nicaragua fue con la fotógrafa Susan Meiselas. Yo iba donde ella iba. Y entendí por entonces que así era el oficio, trabajando como fotógrafo. Tardé años en reconocerle a la necesidad a las conferencias de prensa, por ejemplo. De hecho, todavía voy poco a las conferencias de prensa.

- ¿Un reportero de espectáculos o de cultura es menos reportero?

- De ninguna manera. No le concedo ningún prestigio superior a lo que hago. De hecho, me hubiera podido dedicar a la arqueología, a ser cantante de blues, que creo que lo hubiera hecho muy bien o a ser reportera de arte o de comida, que sí he hecho. Y a todos esos oficios me hubiera dedicado de mil amores. Lo que pasa es que no decidí esta tarea a la que me dedico hace 30 años. Fue lo que me tocó. Además, un periódico tiene la obligación de presentar el mundo ante los lectores. Leo las noticias de sociales, leo la revista Hola!, leo la sección de cine del New York Times, es importante para mí.

- ¿Quiénes son sus cantantes de blues favoritos?

- Escucho a los viejos, por supuesto, como Howlin Wolf, como John Lee Hooker, ahora estoy escuchando muchísimo a Lowell Fulson, es un súper cantante. Sorprendentemente, Ike & Tina Turner eran grandes cantantes de blues, me gustan.

- En este recorrido por Latinoamérica, ¿hubo algún lugar para quedarse?

- El país que más me ha seducido es Colombia. Tiene que ver con los paisajes, con su gente, con su locura…

- Se ve muy complicada la situación de México…

- Tremendamente complicada, pero no se trata de una situación de México, sino de una situación mundial. El narcotráfico es un problema del mundo consumidor, que no es sólo Estados Unidos, con el mundo productor. Y es el problema de una guerra que inauguró Estados Unidos hace 40 años que no sólo ha resultado una guerra estúpida, sino también una guerra que ha servido para repartir el virus del narcotráfico por todo el mundo.

- Vive en México y tiene un jardín…

- El jardín es una cosa maravillosa y tener cinco macetas también es maravilloso, porque te da en qué pensar cuando estás tratando de escribir y también porque en un país con ciclos agrícolas tan lentos, en donde por ahí por marzo uno piensa que no va a reverdecer una hoja, uno va a aprendiendo que siempre reverdecen las hojas. Llegan las lluvias y todo se vuelve a cubrir de verde.

- ¿México reverdecerá?

- Ah, sí, espero que así sea.

domingo, 15 de mayo de 2011

BONO, EL SALVADOR DEL MUNDO


“Mientras estoy hablando, hay un niño que se muere de hambre”…¡Entonces, cállate!: la escena es ficción y proviene del más rancio humor irlandés. La contó el inefable conductor de televisión y comediante Graham Norton en su irreverente y muy visto show de la BBC. Aludía, cómo no, a Bono, el líder de la banda U2, nacido como Paul David Hewson, el 10 de mayo de 1960 en Dublín y muchas veces “albureado” por su modo un poco solemne de encarar una profusa e incansable labor por los más desprotegidos. Cantante y letrista de una de las agrupaciones de rock más exitosas del mundo desde mediados de los ’80, el embarnecido artista es también objeto de burlas por su rotunda estampa física y corta estatura, al punto de que el propio Norton ha llegado a llamarlo “Señora Bono”.

Reuniones con jefes de Estado y una presencia activa en las convenciones mundiales donde se trate el tema de los recursos sustentables o de cómo eliminar el hambre en el planeta, marcan la abultada agenda de un músico que ha devenido en político, sin importarle muchas veces quedar como una figura mesiánica ante los implacables ojos de sus críticos.

¿Será que Bono se cree Dios? Seguramente él no, pero sus contrincantes han hecho de la labor de beneficencia del carismático artista irlandés y de su afición a salir en la foto con los poderosos una materia sustanciosa para la comedia más hilarante. Por caso, uno de los tantos chistes que circulan en Internet: Bono y Edge mueren y van al Cielo. Allí se encuentran con Dios y Dios les pregunta en lo que creen: Edge habla en primer lugar, diciendo que él cree en su música, en la habilidad de su banda, y sobre todo ¡en la guitarra Gibson!. Dios le dice a Edge que está bien y le permite entrar en el Cielo. A continuación habla Bono ‘¿En que crees Bono?’ Pregunta Dios. Bono responde: “… Yo creo que usted está sentado en mi silla…”

O aquel otro que se pregunta ¿Cuál es la diferencia entre Bono y Moisés? Y se responde: Bono no divide el mar, camina sobre él.

De cómo el muchacho sencillo, hijo de un empleado de correos de nombre Bob, fallecido en 2001 a causa de un cáncer a los 70 años y de una ama de casa que lo dejó huérfano cuando el muchacho apenas tenía 14 años, se convirtió en un personaje capaz de ocupar un asiento en la mismísima junta del Fondo Monetario Internacional, cuyo presidente, Rodrigo Rato, le escribió una carta personal en 2007, trata la fascinante historia de un hombre imprescindible en la historia contemporánea.

Dios siempre estuvo allí

Crecido a dos aguas entre el catolicismo de su padre y el protestantismo materno, para Bono (apodo de adolescencia que alude al vocablo en latín bonavox, que a su vez es el nombre de una tienda de aparatos especiales para la sordera ubicada en Dublín), la religiosidad del músico irlandés ha ido virando en los últimos tiempos hacia una concreta labor social y política, sin por ello menguar la idea de Dios y el ejercicio de la fe como motor de un individuo con una alta conciencia del prójimo. Bono, que a menudo es llamado irónicamente “Mother Teresa” es honesto desde siempre a la hora de expresar sus ideales místicos. Así lo comprueba el legendario periodista de rock de Los Ángeles Times, Robert Hilburn, acaso uno de los mentores de U2 en los Estados Unidos y amigo personal del artista irlandés, quien ha prologado su reciente libro Desayuno con John Lennon (Océano).

Cuenta Hilburn que cuando apenas iniciaba su carrera internacional al frente de la banda que integra junto al guitarrista David Howell, más conocido como The Edge, el bajista Adam Clayton y el baterista Lawrence Mullen, Bono ya se cuestionaba y al mismo tiempo defendía el camino espiritual por el que transitaba la exitosa agrupación que lidera:

“Eso es algo curioso del rock and roll –dijo Bono cuando le pregunté por los temas que trataba el grupo en sus canciones- La espiritualidad es un tema tabú para algunas personas, pero no creo que lo que nosotros decimos sólo pueda resultar de interés para los cristianos. Me da mucha rabia cuando veo a gente que afirma que están en posesión de la verdad y que se hallan libres de pecado. Me parece una farsa que haya gente que va por ahí con la Biblia apretada contra el pecho o que sale en la televisión hablando de Jesús. También me parece una tragedia que el nombre de Cristo, que para mí es algo muy querido, se pisotee. Lo usan como si fuera una chapa que se ponen en la chamarra”, narra Hilburn en el libro citado.

En el volumen de entrevistas del periodista francés Michka Assayas, Bono in conversation, el líder de U2 conmueve a su interlocutor cuando la charla toca el tema de la religión. Al principio, Assayas le pregunta por Dios en un tono un tanto chistoso, hasta que acaba dándose cuenta de que el catolicismo, la religión que finalmente eligió, no es una pose o un tema liviano para el artista.

Pregunta el periodista:

- Cristo tiene su lugar entre los grandes pensadores del mundo. Pero... Hijo de Dios... ¿no es eso increíble?

Contesta Bono:

- Mira, la respuesta secular a la historia de Cristo siempre dice algo así... “Era un gran profeta, obviamente un tipo muy interesante, tenía mucho que decir, en la línea de otros profetas, sean Elías, Mahoma, Buda o Confucio”. Pero la realidad es que Cristo no te permite decir esto. No te deja salir por ahí. Cristo dice: no, yo no digo soy un maestro, no me llamen maestro. No estoy diciendo que soy un profeta. Estoy diciendo: "soy el Mesías". Estoy diciendo: "Yo soy Dios Encarnado". Así que lo que te queda es que o Cristo era quien decía que era -el Mesías- o era un completo chiflado. La idea de que todo el curso de la civilización de medio planeta ha cambiado, que se ha vuelto del revés, debido a un chiflado... para mí, eso sí que es increíble.

Bono, entonces, como un católico ferviente, un hombre que no esconde sus devotas costumbres y que habla tan claramente de su fe en forma ostensible y pública, no se ha privado de vivir un acontecimiento que para él debe de haber significado un verdadero encuentro con la gloria de Dios: El 24 de septiembre de 1999, el irlandés tuvo una cita con Juan Pablo II en el Vaticano. Le llevó unas gafas negras de regalo y lo calificó el mejor frontman del mundo. Era la época en que tanto el Sumo Pontífice como el cantante de rock eran candidatos para recibir el Premio Nobel de la Paz.

En noviembre de 2009, Bono volvió a pisar el Vaticano, esta vez para saludar junto a un grupo de artistas mundiales a Benedicto XVI, a quien no le llevó regalo alguno.

Un hombre como todos

Se equivoca el que piensa que la arraigada religiosidad de Paul Hewson lo tiene ínclito frente a los altares de cuanta iglesia se cruce en su camino. Por el contrario, no faltan las anécdotas que revelan su vocabulario un tanto grosero y es evidente su constante actitud de rebeldía, con el cultivo de una estética callejera y provocadora.

También, aunque la gula sea uno de los pecados capitales, Bono es un hombre amante de la comida basura al punto de que, como cuenta Robert Hilburn, cuando llegó a Los Ángeles por primera vez, en 1981, estaba deseando conocer un restaurante americano de los que sirven comida en el coche: “Lo llevé a Bob’s Big Boy, un restaurante típico de esa clase en el que durante el fin de semana, había chicas que llevaban la comida hasta los coches…Mostró un particular interés por Elvis, Dylan, Lennon, Cash y Springteen. Cuando volvimos a U2, ya iba por su segunda tarta helada con caramelo líquido”.

Su imagen de fiel esposo y dedicado padre de familia tampoco es tan impoluta, toda vez que se lo ha ligado sentimental y extra-matrimonialmente con la española Penélope Cruz y la mexicana Salma Hayek. Ambas muchachas comprueban, de todos modos, lo que ya se sabe: a Bono le gustan las morenas.

Su esposa desde 1982, Ali, es morena y lo acompaña desde la escuela. Participa, además, de acciones solidarias como la creación de “Edun”, una marca de ropa ecológica que inició su andadura en el año 2005 y cuya mayor parte acaba de adquirir Louis Vuitton. La firma fue fundada con la misión de fomentar el comercio justo en regiones en desarrollo, especialmente África, a través de la utilización de materiales orgánicos como una solución responsable para el medio ambiente.

Con 28 años de casados y cuatro hijos en común, el matrimonio Hewson tiene su base en Irlanda, un país que, según la señora Bono, “nos permite tener los pies en la tierra”. En una entrevista reciente otorgada a la revista Harpers Bazaar, Ali Hewson se quejó de las constantes ausencias de su marido y reveló con un lugar común aquello de que su pareja no es, precisamente, “un cuento de hadas”.

“Como en todo matrimonio, hay un montón de trabajo duro. Pero si puedes superar los momentos difíciles, a continuación, te introduces en una nueva fase de la relación que es mejor que antes”, dijo la morena oficial de Bono y para quien está escrita aquella canción mandilona “Sweetest Thing”, en donde él le pide perdón a ella porque, a causa de las sesiones de grabación del disco The Joshua Tree, se olvidó de su cumpleaños. ¿Cómo reaccionó Ali? ¡Como una verdadera esposa de Bono!: donando las regalías del tema para ayudar a los niños afectados por el desastre de Chernobil.

A pesar de los rumores de la prensa del corazón, como aquellos que corrieron cuando encontraron al cantante disfrutando de unas vacaciones en Saint Tropez, con dos chicas de 20 años sentadas en sus piernas, Ali no parece estar preocupada por quedarse sin tan famoso marido.

“No creo que Bono quiera perder otra mujer en su vida”, dijo la mujer en entrevista, haciendo alusión a la madre que Bono perdió a edad temprana y a quien están dedicadas las canciones “I will follow” y “Mofo”.

Las obras quedan

El artista que nunca se saca las gafas oscuras y que prefiere la ropa negra, en especial de piel brillante, no predica una beneficencia de la boca para afuera. Su obra es concreta y ha servido para aliviar los males de mucha gente que no ha sido tan afortunada como él.

Una de las preocupaciones del irlandés que siempre suena como un firme candidato al Premio Nobel de la Paz es el SIDA. Su labor al frente de la asociación Keep a Child Alive, a favor de los enfermos de este mal en África, le valió una distinción con una gala celebrada en Nueva York en 2007 y a la que asistieron ilustres colegas como las cantantes estadounidenses Sheryl Crow y Gwen Stefani.

Otra de las cuestiones que le quitan el sueño a Bono es la causa de los derechos humanos. Irene Khan, Secretaria General de Amnistía Internacional, ha declarado que “Desde Live Aid en 1985 y Conspiracy of Hope de Amnistía Internacional en 1986, a Live 8 en julio de 2005, U2 ha hecho más que ninguna otra banda por la causa de los derechos humanos en general y por el trabajo de Amnistía Internacional en particular. Su liderazgo en vincular la música a la lucha por los derechos humanos y la dignidad humana en todo el mundo ha sido pionera e inquebrantable. Han inspirado a millones con su música y hablado en nombre de los pobres, los impotentes, y los oprimidos”.

Sin embargo, nada ha sido analizado con tanta obsesión por el líder de U2 como la deuda externa de los países del Tercer Mundo. La condonación de los préstamos ha sido la razón por la que Bono se ha reunido con la mayoría de los líderes políticos y económicos del mundo, no sin ser criticado muchas veces por lo que los expertos en la materia llaman “cándida ignorancia”.

“¡Muera la deuda externa, responsable de todos nuestros males!, ha gritado un Bono enfervorizado en el transcurso de varios conciertos. Economistas como el colombiano Gonzalo Chávez ponen en duda la eficacia de tal consigna: “Soy fanático de U2, pero no seguiría los consejos económicos de su líder Bono, en materia de manejo de deudas, tal vez le haría caso a Mick Jagger de los Rolling Stones, quien cursó dos años de Economía de la London School of Economics”, dijo en 2005 para Caracol Radio, no sin ironía.

Con su amigo Bob Geldof, Bono organizó en 2005 el Live 8, una serie de conciertos para combatir la pobreza. En 2001, el líder de U2 se reunió con miembros del gabinete de George Bush, para buscar soluciones a las graves desigualdades económicas que asolan a la población mundial. Ha sido postulado al Premio Nobel de la Paz en 2003, 2005, y 2006. En 2004, recibió la “Medalla de Honor Presidencial Pablo Neruda”, del gobierno de Chile. La revista Time lo nombró una de las “100 personas más influyentes” en 2004. En 2005, recibió el TED Prize y la Orden de la Libertad Portuguesa por sus labores humanitarias. En 2007, Bono fue nombrado caballero honorario por el Reino Unido, recibió el NAACP Image Award’s Chairman’s Award y la “Philadelphia Liberty Medal”, por el National Constitution Center (Estados Unidos). En diciembre de 2008 recibió el premio Man of Peace, concedido por varios Premios Nobel en una ceremonia celebrada en París, Francia.

Adoran a Bono las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, de Argentina, lo quieren los pobres, las Ongs lo tienen como su héroe y él no se cansa de recibir distinciones por su incansable labor solidaria.

domingo, 1 de mayo de 2011

DE CÓMO HACERSE MELÓMANO


Parece una tarde de otro tiempo. Y es una tarde de otro tiempo. Un pasado tan lejano, tan remoto, que resurge con la fuerza de un presente incontenible desde las celdas de la memoria donde estaba prisionero. De cómo me hice melómana: hincada en el piso, arrodillada, frente a un tocadiscos portátil; brillaba el parqué, las cortinas bajas le daban al ambiente una atmósfera mística, creo que el aire olía a pachulí y que las melenas de los cuatro o cinco que estábamos allí, rebasaban el límite de nuestras cinturas. Había un muchacho más grande que yo. Venía de Londres. No puedo recordar su nombre y, sin embargo, todo lo demás puede ser perfectamente evocado, con precisión suiza, con la enumeración de detalles casi maníaca.

La circunstancia ameritaba una ceremonia casi religiosa: el amigo había comprado en Londres el disco Red, de King Crimson y era eso lo que comenzaba a sonar en la bandeja. Como el dueño de un botín incalculable, el muchacho había cobrado una altura de monje, un cariz de mago fascinante y encantador. Todos allí parecíamos estar compartiendo un secreto vedado a los comunes mortales.

Cuando comenzó a sonar la música, mi vida cambió para siempre. Tendría 11 o 12 años y había heredado la sensibilidad de mi padre, a quien veía su rostro transformarse cuando escuchaba, por ejemplo, el Bolero, de Ravel. Mi padre era un hombre sin estudios, no había cultivado, como quien dice, el intelecto, pero no podía vivir sin escuchar música.

Desde entonces, cada vez que escucho los acordes de “Fallen angel” o de “Starless” (sobre todo de “Starless”) me doy cuenta exacta de por qué hace más de 40 años que me dedico a eso tan inútil (“Todo lo demás es todavía más inútil que la vida”, dijo Paul Eluard) que es oír, escuchar, absorber los sonidos que otros unen para que, como dice Roger Waters, el célebre y venerado líder de Pink Floyd, “cambie tu torrente sanguíneo”.

Desde aquella experiencia de logia, cuando todavía era una niña, hasta la fecha, he estado tratando de repetir esa emoción primaria, primitiva, primordial. Y creo que eso es lo que nos pasa a todos los que nos dedicamos a escuchar música: tratamos de recrear la emoción primera, aquella en que cambiamos de una vez y para siempre.

El disco en cuestión era un vinilo. Lo había traído un amigo para compartirlo con sus cercanos (y de paso darse corte, claro). Eran los principios de los 70, cuando el maestrazo Robert Fripp negociaba con los sellos discográficos de un modo feroz. Cuando crecí y me dediqué a leer cuanta entrevista o ensayo sobre músico diera cualquiera de mis ídolos, pude entender el peso muchas veces funesto de los sellos discográficos, siempre tan lejanos a la experiencia musical individual, personal, íntima, que tiene cada oyente con su grupo o género elegido.

Fue Robert Fripp, precisamente, el que contó aquello de que muchas veces eran los propios magnates de las disqueras los que colocaban una bolsa de cocaína en la mesa de negociaciones con los músicos. “La droga era el control, no drogarse era revolucionario”, dijo más o menos el inglés que fundaría muchos años más tarde su propio sello discográfico, al que le puso, como es de rigor, el nombre Discipline.

No sé si fue Fripp o fue Waters el que nos abrió los ojos con esa verdad irrefutable: “No se puede esperar que las disqueras multinacionales destinen un fondo para los músicos”. Desde que el negocio es negocio, de los Beatles hasta la fecha, por cada artista que llega al top ten, hay miles y miles de grupos, solistas, cantautores, que quedan en el camino, muriéndose de hambre, dedicándose a otra cosa para sobrevivir. Y en todo caso, son pocas las veces en las que los dueños del negocio musical pueden desarrollar u originar aquella emoción primordial.

La música que nos llega al alma generalmente viene por vías mucho menos ortodoxas que un hit parade. Y sin embargo, las disqueras siempre tuvieron la sartén por el mango y nunca dejaron de estar atentos al auge de la piratería, que nos es nuevo. Ya en mi adolescencia, cuando el cassette inundó el mercado, nos dedicábamos a traficar música de manera ostensible e imparable. Sólo que entonces, el gigante amenazaba con llevarte preso si “copiabas música de manera ilegal”, pero nunca cumplía sus fatídicos designios. Al negocio no le afectaba como ahora que la música corriera por canales que sus tentáculos no pudieran controlar.

Es una mañana de un día cualquiera de estos días. El presente tecnológico se abre paso con una seguridad en sí mismo contagiosa. Hoy sale el nuevo disco de Radiohead, acaso la banda más original de las últimas décadas. El corazón late con fuerza. La banda inglesa liderada por Thom Yorke ha decidido vender su exquisito The king of limbs directamente desde su página web. Por apenas 10 dólares, estamos a un click del éxtasis. El monstruo se espanta, el gigante tiembla. En otra circunstancia, el disco hubiera llegado a México “importado”, por aproximadamente 300 pesos en las primeras semanas de venta. Y entre esa diferencia de precio, lo único que importa es recrear, recuperar, aquella emoción primitiva: escuchar una música que nutrirá especialmente mi visión del mundo, oír algo que quiero y no que me están vendiendo.

Escucho por Internet un programa de radio que conduce un amigo querido en Argentina. De pronto, suena la voz de la cantante Liliana Herrero. Se trata de una canción escrita por el uruguayo Fernando Cabrera, “La casa de al lado”. Jamás la había oído. La versión es impresionante, me conmueve hasta los huesos. ¿Estará esa canción en algunos de los discos que tengo de Fernando? Compro la versión de Liliana en iTunes. Un amigo en Buenos Aires que está en el Facebook dice que la versión original es de la película uruguaya El dirigible y que el cantante Juan Carlos Baglietto ya la había grabado en un disco titulado Sabe quién. ¡Tengo ese disco! Lo compré en la Planta de luz cuando vinieron Baglietto y Lito Vitale a dar un concierto en México. Es buena también la versión de Juan. Buceo en youtube y encuentro “La casa de al lado” cantada por Fernando Cabrera, pero además me entero que el fallecido cantautor uruguayo Pablo Estramín hizo su propia versión. Hoy, como ayer, las disqueras no venden ni a Baglietto, ni a Estramín, ni a Liliana Herrero ni a Fernando Cabrera. Hoy, como ayer, la música es aquello que pasa mientras los sellos discográficos nos quieren hacer creer que lo que ellos venden es la música.

Si nada ha cambiado, ¿por qué tiembla entonces el gigante? Porque hoy, al contrario de ayer, son muchas más las herramientas que cualquier melómano tiene para encontrarse con aquella canción que sonaba en una tarde de barrio, en una habitación en penumbras, cuando casi era un niño y algo sonó desde un aparato y transformó su oído para siempre. Será hora que el gigante comience a vender hamburguesas, me digo.

ENTREVISTA A MARTÍN CAPARRÓS


Martín Caparrós, nacido en Buenos Aires en 1957, es un periodista y escritor argentino dueño de una rica y extensa obra literaria. En su país de origen, además, el hombre con unos bigotes proverbiales que le han dado una imagen muy característica, ha oficiado también como conductor de televisión. Vivió casi una década en Francia y a su regreso a Argentina fue uno de los fundadores del periódico Página 12. Por sus crónicas de viajes recibió el Premio de Periodismo Rey de España y, por sus conocimientos gastronómicos dirigió durante un tiempo la revista Cuisine & Vins. Como novelista también ha marcado hitos, como el Premio Planeta que ganó por Valfierno en 2004.
Es notable también la obra en tres tomos que escribió junto a su colega y compatriota Eduardo Anguita y que llevó por título La Voluntad. Una historia de la militancia revolucionaria en la Argentina 1966-1978. “Contamos la historia de una época en que mucha gente creyó que si unían sus voluntades iban a poder cambiar el mundo”, dijo a propósito de ese trabajo.
Ejercitando una prosa exquisita y conmovedora, Caparrós es un historiador riguroso y a la vez un pensador político provocador y profundo que incomoda al lector, exhortándolo a debatir y a repensar las ideas cotidianas, aquellas que tienden a convertirse en lugares comunes en nuestras vidas.
Esta vez le tocó el turno a la ecología, a esa militancia casi irracional que ha modificado las costumbres de mucha gente y que, mediante consignas que el autor pone a prueba y discute con pasión, ha venido a calmar o a revolver las conciencias bienpensantes de los ciudadanos contemporáneos.
En Contra el cambio. Un hiperviaje al apocalipsis climático (editado por Anagrama), Caparrós cuenta su largo viaje por una decena de países –Brasil, Nigeria, Níger, Marruecos, Mongolia, Australia, Filipinas, las Islas Marshall, Estados Unidos– que sufre la amenaza climática, el tan mentado calentamiento global. Las historias, por ejemplo, de personas que viven al ritmo de las cosechas del mijo, el único alimento a lo largo de sus vidas, protagonistas de una pobreza extrema y al mismo tiempo no exenta de dignidad, dan sustancia a un debate que el autor quiere provocar a cada página, motivado por una profunda aversión intelectual a las consignas gastadas y a los lugares comunes que solemos adoptar sin mucho análisis, sin mucha discusión.
Mezcla de ensayo y crónica, el libro se ha constituido en un verdadero documento para tratar de entender con un espíritu inquieto un tema de hondo significado en la sociedad contemporánea.
La entrevista realizada a Martín Caparrós en Oaxaca, a fines del año pasado, cuando fue la figura invitada a cerrar la Feria del Libro de dicha ciudad, fue llevada a cabo unas pocas semanas antes de que iniciara en Cancún una nueva cumbre sobre el calentamiento global y que dejara, como conclusión, un acuerdo marco para la reducción de emisiones de invernadero, sin que los países participantes hicieran compromisos concretos ni se establecieran mecanismos efectivos de control. Ambos temas serán discutidos en la próxima reunión para el cambio climático organizada por la Naciones Unidas en diciembre de 2011 en Sudáfrica



- ¿Cree o no en el calentamiento de la Tierra?
- No creo ni dejo de creer, obviamente. El tema no es algo que podamos definir en términos de creencia. Nos iría bastante mejor si no definiéramos al resto de las discusiones que tenemos en el mundo en términos de creencia. Volviendo al tema del calentamiento, por un lado hay una serie de científicos notables y respetados que dice que si sigue la actual tendencia en el clima, se nos van a complicar demasiado las cosas en el planeta. Por otro lado hay otra cantidad de científicos, tal vez menor, que afirma que eso no está para nada demostrado y todos discuten en qué medida el fenómeno es natural o está causado por el hombre. De todas maneras, ese no era el asunto de mi libro. No soy un científico y no quiero discutir cuánto hay de cierto en el tema del calentamiento global.
- ¿Cuál fue entonces la motivación del libro?
- Lo que me interesó fue la pregunta básica que surge al respecto: ¿cómo fue que la amenaza del cambio climático que, si acaso, pronostica algo que puede ser grave dentro de varias décadas, se convirtió de pronto en la mayor urgencia a atender en el planeta? El mundo tiene urgencias mucho más graves que esas, como que se mueren miles de personas de hambre todos los días, por ejemplo. Entonces, ¿qué pasó para que de repente, tanto en los medios como en los gobiernos, se constituyera la amenaza del cambio climático como lo más grave que nos pasa? Me pareció interesante tratar de pensar esa cuestión y tratar de ver qué significa todo este despliegue de la idea ecologista, la difusión del discurso ambientalista, etc.
- En el libro hay una mirada limpia, como de alguien que no conoce mucho del tema y tampoco quiere conocer. Más bien se trata de alguien que quiere observar y atestiguar lo que ve. ¿Qué pensaba antes del cambio climático y qué pensó después de hacer el libro?
- No estoy muy de acuerdo con la idea de alguien que no quiere conocer sobre el tema, leí bastante al respecto antes de viajar. Lo que no quiero es entrar en el debate científico porque no estoy en condiciones de seguirlo y creo que al 99.8 de las personas le pasa lo mismo. Sí me interesa del famoso cambio climático el debate político, económico y el cultural que se gesta a su alrededor. Y en ese sentido, antes de escribir Contra el cambio, tenía una serie de prejuicios acerca del discurso ecologista. Después del trabajo del libro, tengo mucho más prejuicios contra el discurso ecologista. Diría que ahora tengo “post-juicios” y, por otro lado, para mi gran sorpresa, me encontré con una serie de utilizaciones muy aparentemente eficientes del discurso de la amenaza climática para que una serie de sectores haga grandes negocios en los próximos años.
- ¿Cuál fue el caso que más lo conmovió de su libro?
- Probablemente el de Mariama, una mujer de Níger, no sólo por ella, sino por toda la situación. El Níger es un lugar muy pobre, con una forma de pobreza de alguna manera emocionante, porque es un modo muy digno de la pobreza. No es esa pobreza que habita en la periferia de las grandes ciudades, donde todo es como un terrible “quiero y no puedo” y la suciedad y el delito y la imposibilidad contrastan con la riqueza inmediata y cercana, es decir, el Mercedes de lujo que pasa por entre medio de la miseria. En Níger todo es uniformemente pobre, pero la gente vive con un sentido de unidad muchísimo mayor, de la misma manera quizás con la que vivieron hace miles de años. En chozas de barro, sin agua, sin luz, dependiendo de unas cosechas muy difíciles de un solo grano que se da, que es el mijo y que muchas veces no llegan con el grano a cubrir todas sus necesidades alimenticias hasta que cosechan el siguiente. Realmente se pasa mucha hambre y aun así tienen un orgullo de llevar toda esa vida adelante que es muy impresionante. Al mismo tiempo son vidas distantes de lo que uno conoce y de lo que uno cree que es la vida en general.
- ¿Y qué pasó con Mariama?
- A esta mujer le pregunté, por estúpido, la verdad, qué cosas hacía en su tiempo libre. La chica, de veinte años más o menos, con varios hijos, me miró con mucho asombro. No entendía el concepto de tiempo libre, al menos como lo entendemos nosotros. Mi idea tonta del ocio tal cual la concebimos en las sociedades occidentales chocó contra esa realidad que contempla una rutina férrea. También chocó mi idea de la comida. Allí se come todos los días lo mismo: una bola de mijo a la que muy esporádicamente, cada tres o cuatro semanas, le pueden agregar un poco de carne. Una de las cosas que le pregunté a esta mujer es qué cosas le pediría a un genio si viniera y le concediera todos sus deseos. Me respondió que le pediría dos vacas, así podría sacarles leche, para vender la leche y comprar algunas cosas más…Entonces le dije que estábamos imaginando a un genio que le concedería todo lo que quisiera, y ella me dijo: - Bueno, no sé, ¿tres o cuatro vacas?
- ¿Por qué cree que el cambio climático importa tanto a las potencias?
- El año pasado (2009) hubo dos grandes cumbres en el mundo. Una fue en Roma en octubre sobre lo que ahora llaman “inseguridad alimenticia”, porque les da vergüenza llamarlo hambre. No fue nadie. Fue el Papa porque vive cerca y fueron algunos presidentes de lo que podría llamarse la cuarta línea del mundo. Estaban Khadafi (presidente de Libia), Mugabe (presidente de Zimbawe), mandatarios de países muy poco considerados que hablaron sobre el hecho curioso de que en el mundo hay 1000 millones de personas que pasan hambre todos los días. Un mes después, en la Cumbre de Copenhague sobre el cambio climático, estaban todos los grandes del mundo codeándose para salir en la foto. La conclusión que saco es que fueron precisamente los principales mandatarios del planeta los que impusieron el tema, los que nos hicieron creer que el calentamiento global era “la cuestión”. El problema fue que después esa foto quedó borrosa, nadie encontró ninguna solución al asunto porque no podían encontrarla. Lo que habían planteado es que el cambio climático es un tema que nos afecta a todos por igual y que por tanto podían ellos hallar soluciones que nos beneficiaran a todos por igual. Eso es una mentira, porque una amenaza ambientalista no deshace las diferencias políticas y económicas que hay entre los distintos países del mundo. Estados Unidos y Europa, por ejemplo, trataban de usar el argumento del cambio climático para desacelerar el crecimiento industrial de China, Brasil, India, diciéndoles que pararan, que no mandaran tanto gas a la atmósfera cuando ellos ya mandaron todo el gas que se puede mandar.
- Hay un medioambiente del Primer Mundo y otro del tercero…
- Había países del Tercer Mundo que decían: -bueno, está bien, nosotros podemos mantener nuestros bosques para oxigenar más el planeta, pero, ¿ustedes qué van a hacer? Porque si nosotros mantenemos el bosque, va a haber muchos campesinos que no comerán o comerán menos. ¿Por qué nosotros tenemos que sacrificarnos para que ustedes, países ricos del Primer Mundo, tengan una atmósfera más limpia? Ustedes se cargaron todos sus bosques, ya hicieron su desarrollo sucio acabando con los recursos naturales para poner fábricas, ciudades, carreteras…suelo decir que cuando la consigna sea “Recuperemos el bosque virgen de Manhattan”, entonces voy a estar de acuerdo con los lemas ecologistas. Por ahora la situación es esta: -Ustedes, que todavía tienen bosques, consérvenlos para nosotros. Así es fácil. Total que en la Cumbre de Copenhague había intereses tan disímiles que era obvio que no se podía llegar a ningún tipo de resultado. Lo que quiero decir con esto es que los grandes del mundo como Al Gore, que por cierto cuando era vicepresidente de los Estados Unidos votó en contra del Tratado de Kioto, y Kofi Annan, están muy involucrados con el discurso del cambio climático. Los que no terminamos de saber cómo nos afecta, por qué nos afecta y demás, somos los pequeños del mundo.
- ¿Cuál es el papel que le toca a África en el tema del cambio climático, sobre todo si se considera a ese continente como la gran reserva ecológica del mundo?
- No soy nada optimista en torno a África, porque la relación de Occidente es sobre todo asistencialista. Lo que hacen es crear una dependencia cada vez mayor de millones de africanos frente a la ayuda exterior. Lo que está pasando, además, es que hay como una nueva ola colonialista que funciona disfrazada con un concepto de desarrollo. Las zonas donde por ejemplo más se utilizan los recursos agrícolas están produciendo cosas que no son para el consumo africano, que son mucho más rentables, pero que cubren las necesidades de China o de Europa y que se exportan casi en su totalidad. Esta supuesta integración de África en el mundo está resultando muy poco útil para la mayoría de los africanos.
- ¿Cuál es la sensación general que le quedó después de escribir el libro?
- Que habría que pensar un poco más en torno a qué hablamos cuando hablamos de ecología. La ecología es como uno de estos elementos políticamente correctos de nuestra época que en general no cuestionamos. Siempre decimos: “Hay que cuidar el medioambiente”. Pero, ¿qué quiere decir eso? ¿Qué significa? ¿Poner la basura en dos tarros diferentes o quiere decir pensar que el sistema global por medio del cual el 15 o el 20 % de la población mundial despilfarra el 80 % de los recursos del planeta no puede funcionar y tiene que ser modificado? Es muy fácil decir: ay, no, yo cuido el medioambiente, tiro la carne en el tarro de la carne y el plástico en el tarro del plástico…creo que para lo único que sirve eso es para que la gente satisfaga un poco su buena conciencia, que es por otro lado a lo que se dedica el ecologismo, a producir grandes cantidades de buena conciencia, un método sin duda barato porque no supone involucrarse demasiado y, además, supone también una elección fuerte; no tendría que haber contradicción entre preocuparse por el medioambiente y preocuparse por el hambre que hay en grandes cantidades en el mundo; cuando un muchacho va a “desempetrolar” gaviotas, está prefiriendo eso antes de hacer algo para que el chico que vive a diez cuadras de su casa tenga algo para comer mañana. Bueno, cada cual es dueño de hacer lo que quiera, pero tengo mis opiniones al respecto de esa decisión.
- ¿Cómo analiza la militancia de izquierda que se ha desplazado a la militancia ecologista?
- Me parece que es una forma de pragmatismo que tiene que ver con que como no sabemos cómo hacer para cambiar nuestras sociedades, al menos cuidemos la naturaleza. Y eso creo que es propio de épocas débiles, digamos. Durante buena parte del siglo XX, una gran cantidad de nuestra sociedad vivió con un proyecto de futuro para el cual trabajaba, un futuro que solíamos llamar socialismo. Había una idea de un porvenir deseado. Ahora estamos en un periodo de la historia donde no existe la idea de un futuro posible, esa idea se deshizo por sus propios efectos, por sus propios resultados y todavía no apareció otra. Pasa en la historia, sucede ese periodo de falta de una idea de porvenir que puede durar 10, 20 o 100 años, no sabemos cuánto. Por lo tanto, ahora no hay un futuro deseado, sino un futuro temido. El porvenir nos da miedo y por eso nos replegamos en políticas de conservación de lo que tenemos, porque el cambio es peligroso. Eso pasó ya después de la Revolución Francesa, cuando se pugnaba por volver a la naturaleza, por destacar los valores de la tierra, de lo nacional, de lo tradicional, pues aquellos ideales de racionalidad, de igualdad, de progreso, produjeron muchos problemas y murió mucha gente a causa de eso. El ecologismo en cierto modo es eso: volvamos a lo que teníamos, recuperemos las viejas maneras, lo estamos arruinando todo, etc. Y eso es propio de las épocas que no tienen un proyecto de futuro.

El intelectual apasionado

Novelista, periodista, conductor de televisión y chef consumado, Martín Caparrós está muy lejos de ser un adoctrinador o un hombre que se siente obligado a despertar conciencias. Ama sobre todo el debate y no distingue entre sus escrituras cuál se corresponde más con su esencia. Un intelectual, según lo ve el autor argentino, escribe una novela, un artículo periodístico o un libro de reportajes, con la misma pluma apasionada.

- ¿Con este trabajo trabajo pretende concientizar o alertar al público?
- No, me gustaría si acaso que con este libro alguien pudiera pensar ciertas cosas que se han convertido en un lugar común. Concientizar o alertar son palabras que no tienen nada que ver con mi idea de lo que debe ser un intelectual, digamos. Formular preguntas y sembrar inquietudes, ese es mi trabajo.
- ¿No hay contradicción entre el cronista o el escritor?
- Yo llamo igual a todo mi trabajo. Cuando escribo Contra el cambio soy un escritor y cuando escribo A quien corresponda, mi reciente novela, también. Escribo sobre temas distintos con prosas muy semejantes y quizás con un pacto de lectura diferente, donde digo: acá lo que cuento es cierto y en una novela digo: acá lo que cuento son cosas que se me ocurrieron, que inventé.
- ¿Escribe todo lo que quiere, tiene una rutina?
- Escribo todo lo que puedo, aunque sí, tengo tiempo para escribir, si es a eso lo que te refieres. También tengo una rutina. Trabajo todos los días a la tarde, cuando termino de comer, me siento, enciendo un cigarro, y estoy ahí tres o cuatro horas escribiendo. Es el momento más placentero del día para mí.